PRESENTACIÓN

ADIOSES, AUSENCIAS Y RETORNOS


Dinos en pocas palabras y sin dejar el

sendero, lo más que decir se pueda, denso, denso.

MIGUEL DE UNAMUNO.



Todo libro como todo hombre encierra en sí mismo una historia; así, los Resúmenes de obras famosas tienen la suya. Una historia propia que se remonta veinte años atrás y en la cual mi vida se halla inmersa, una historia a la que estoy sujeto por un cordón umbilical del cual no he podido desligarme. Estos resúmenes son fruto de mi pasión por la literatura, una pasión más fuerte y más intensa que cualquiera que haya sentido alguna vez. En el verano de 1982 fui contratado por un prestigioso colegio que buscaba mejorar su servicio académico. Como profesor principal del curso de literatura me encontré con un alumnado que tenía un común denominador: las ansias de aprender y conocer con el menor esfuerzo.

Con el entusiasmo y la impetuosidad propios de la juventud, elabore un programa de lo más variado donde los alumnos pudieran tener acceso a autores peruanos, españoles, latinoamericanos y europeos. Como sucede siempre, y ahora con mayor intensidad, encontré alumnos reacios a la lectura de obras voluminosas de difícil entendimiento, que exigían del lector un esfuerzo inusual, ¿Qué hacer? ¿Cómo prescindir de los hexámetros homéricos, de los tercetos de Dante, de la magia maquiavélica de un Yago o de una lady Macbeth, de los intrincados monólogos interiores de un Faulkner o un Joyce? ¿Y qué de los cuantiosos cursos que nuestros alumnos llevan en la secundaria con sus tediosas, torturantes y estériles tareas? Pero también existía una verdad que aunque dolorosa para mí, era muy cierta: “No solo de literatura vive el hombre común”. Había entonces que encontrar una solución al problema. Un toque divino me trajo la feliz ocurrencia de contar en horas de clase las obras que a mis alumnos no podían leer. El aula se convirtió entonces en una suerte de oyentes ansiosos por escuchar las locuras de José Arcadio Buendía, los sueños mesiánicos de Antonio Conselheiro, la transformación de Gregorio Samsa en insecto, los trasnochados remordimientos de madame Bovary o la afilada prosa de Manual González Prada, convertido yo, apasionado y eufórico narrador, en el mango del estilete. Y qué decir de la emoción y satisfacción que producían los versos de Neruda, Vallejo, Chocano, Buesa, Bécquer, Baudelaire o Espronceda cuando salían de mis labios en mis intentos declamatorios; esa avidez de mis alumnos fue satisfecha con creces. Sin saber cómo ni en qué momento, fui elaborando argumento de las obras narradas que, con el tiempo, fueron convirtiéndose en contenidos más amplios y consistentes hasta llegar a los resúmenes tal como se les conoce hoy. Estos resúmenes, ya agrupados en libros, me enseñaron a vivir la literatura con una entrega total, a la manera flaubertiana: con la literatura todo, sin la literatura nada. Esta experiencia fue para mí contundente y definitiva para aferrarme a mi propia obsesión, la de regir mi vida a través de la literatura. La de vivir literariamente, una vida como la de aquellos escritores que han llenado mis desvelos y vigilias con sus obras, en suma, decidirme definitivamente a ser como ellos.

Mis amigos desde niño, fueron los libros; el amor de mi vida han sido y seguirán siendo ellos. Nada ni nadie (sólo Dios en mis desvaríos) pueden reemplazarlos. Los amores humanos son fugaces cometas que atraviesan el cielo; la literatura, como yo la vivo y entiendo, es eterna, ella me ha permitido entender y amar a tantos hombres de letras; algunos ya no están, pero no han dejado de estar: Luis Alberto Sánchez, Augusto Tamayo Vargas, Julio Ramón Ribeyro, Guillermo Ugarte Chamorro, César Calvo, Mario Florián, Moreno Jimeno o Gustavo Valcárcel ; otros permanecen todavía iluminando el parnaso cultural de nuestra patria con su voz y presencia infinita: Washington Delgado, Jorge Bacacorzo, Leopoldo Chiappo, Leopoldo Chariarse, Arturo Corcuera, Estuardo Núñez, Vicente Azar, Jorge Puccinelli, Paco Bendezú, Alejandro Romualdo, Alfredo Bryce, Cronwell Jara, Marcos Yauri Montero, Ricardo González Vigil, César Ángeles Caballero, Winston Orrillo, Jesús Cabel O Alberto Valcárcel. Tantos quedan sin nombrar, pero su voz de aliento y estimulo permanecen en mi corazón para que siga adelante en esta difícil y agotadora labor de hacer llegar la obras de tantos hombres inmortales a través de estos resúmenes hechos con tanta dedicación y amor. Las voces de intelectuales extranjeros, conocedores de este trabajo, se sumaron también con su apoyo incondicional: Eliécer Cárdenas y Carlos Calderón Chico, desde Ecuador; Gladys Rossel desde Costa Rica; Manuel Ruano desde Argentina o José Manuel Solá desde Puerto Rico, que con sus opiniones, juicios y críticas han enriquecido estos resúmenes de obras famosas. En el camino de elaboración de los catorce volúmenes que constituyen esta colección me he topado con muchas dificultades; entre ellas, el tener que leer diferentes traducciones de una sola obra para poder trabajar la síntesis con la mayor exactitud posible.

La juventud con que comencé a elaborar estos resúmenes ha quedado atrás, sepultada con sus alegrías efímeras y sus profundas desilusiones (funesta edad de amargas decepciones), pero la emoción y el espíritu juvenil de esos años me han enriquecido con la edad. Los consejos de Sánchez, Tamayo, Florián, Washington Delgado y Reynaldo Naranjo no fueron vanos; ellos me inculcaron la tenacidad para perseverar en la literatura, a pesar del desaliento que nos invade día a día en un mundo de atroz ignorancia, más inhumano, agitado y frívolo como el que nos toca vivir.

Incluyo en esta edición los numerosos juicios que los Resúmenes de obras famosas han merecido durante estos veinte años. Si bien la amistad puede teñir las opiniones favorablemente, lo cual resulta comprensible, debo confesar que todos ellos fueron emitidos antes que surgiera la amistad con los autores de estos comentarios. Hago esta salvedad porque a veces las maledicencias disfrazadas de negro azogue o vulgo bilis se truecan en otras pasiones aún más bajas y urticantes; aguijón y cilicio guiados por la envidia que busca herir injusta y gratuitamente.

No puedo concluir este prólogo sin contar lo anecdótico. Tres anécdotas siempre tengo presentes; la primera es que siendo profesor de una academia preuniversitaria en Chosica, tuve entre mis alumnos al hijo del poeta Víctor Mazzi, buena razón para que cada fin de semana recalara en la casa del poeta para enfrascarnos en amenas charlas literarias, sobre todo de poesía; cómo se le encendían los ojos cuando le citaba lis versos de “Canto Coral” de Romualdo. Todavía guardo la antología de poesía revolucionaria que me obsequio con una sobria dedicatoria. Prometió hacerme un comentario a los Resúmenes de Obras Famosas, lo cual cumplió después de muchísimos años. La segunda está relacionada con Luis Alberto Sánchez, quien me indicó que no valía la pena incluir a Narciso Aréstegui en estas antologías; cuando le manifesté que haciendo un balance sobre el juicio que él me había hecho sobre el escritor cusqueño en su literatura peruana, Aréstegui salía ganando con creces, me contesto muy serio y cambiando de tema: “Así…pues, entonces inclúyalo”; también Luis Alberto tuvo un gesto conmigo que me gratifico muchísimo. Dedico su espacio diario de Radioprogramas del Perú para hablar elogiosamente de los resúmenes de obras famosas.” He llegado a más de un millón de personas”, me dijo. El tercero de ellos y quizá el más curioso tuvo como protagonista a Julio Ramón Ribeyro, quien, a manera de ameno reproche, me dijo que por qué había incluido “La botella de chicha” si era un cuento malísimo. Le di a entender que a mí me gustaba y que consideraba que aquella era una buena razón para figurar en la selección que había hecho, pero que estaba dispuesto a eliminarlo si él hacía lo mismo desterrándolo para siempre de su obra. Ribeyro quedo desconcertado. Una risotada de César Calvo alivio en algo la tensión. Ya a solas con César, le dije que después de lo sucedido no creía que Julio Ramón emitiera juicio alguno sobre los Resúmenes de obras famosas. Calvo, con el rostro serio y el ceño fruncido, me miró fijamente y me lanzo una de sus típicas ocurrencias: “No te preocupes, flaco, si Ribeyro firma hasta lo que escribe”. A los pocos días me llamo el hermano de Julio Ramón diciéndome que éste quería verme. Ya en su departamento barranquino, mirando las tranquilas aguas del Pacifico, me leyó esas pocas líneas imborrables para mí que en este libro he transcrito fielmente. Lo que más me emocionó es que me llamara poeta. ¡Qué laudable generosidad! El lama había descendido desde su Himalaya.

Guillermo Delgado.
Mayo 13 de 2003.

sábado, 2 de febrero de 2013

VOLUMEN II

3era Edición



Para ti Gabrielle,
que ya sabes por ti mismo muchas cosas
y otras las iras sabiendo lentamente.

A Hámnet,
cuya sonrisa ha de recordarme
que los niños son aves que pasan
por la efímera infancia.



LITERATURA PERUANA

Adán, Martín: La Casa de Cartón
Alegría, Ciro: Los Perros Hambrientos
Anónimo: Epístola de Amarilis a Belardo
Arguedas, José María: Agua
Bryce, Alfredo: Un mundo para Julius
García Calderón, Ventura: La venganza del Cóndor
Gonzales Prada, Manuel: Horas de lucha
López Albújar, Enrique: Cuentos Andinos
Melgar, Mariano: Elegías / Fábulas
Pardo y Aliaga, Felipe: Frutos de la educación / Un viaje
Ramón Ribeyro, Julio: Los gallinazos sin plumas
Salaverry, Carlos Augusto: Obra Poética
Scorza, Manuel: Redoble por Rancas
Segura, Manuel Ascencio: El Sargento Canuto
Solari Swayne, Enrique: Collacocha
Valdelomar, Abraham: Los ojos de Judas
Valle Caviedes, Juan del: Diente de Parnaso
Vallejo, César: El Tungsteno

LITERATURA LATINOAMERICANA

Cortázar, Julio: La Señorita Cora
Darío, Rubén: Cantos de vida y esperanza / Prosas Profanas
Echevarría, Esteban: El Matadero
García Márquez, Gabriel: El coronel no tiene quien le escriba
Hernández, José: Martín Fierro
Neruda, Pablo: Residencia en la Tierra
Nervo, amado: La amada inmóvil
Sábato, Ernesto: El Túnel


LITERATURA ESPAÑOLA

Azorín: Los Pueblos
Bécquer, Gustavo Adolfo: Leyendas
Fernández de Moratín, Leandro: El sí de las niñas
 Góngora y Argote, Luis de: Poesía de Góngora
Machado, Antonio: Poesía de Machado
Molina, Tirso de: El Burlador de Sevilla
Quevedo, Francisco de: La vida del Buscón don Pablos
Vega, Félix Lope de: Peribañez y el Comendador de Ocaña
Zorrilla y Moral, José: Traidor inconfeso y mártir


LITERATURA UNIVERSAL

Aristófanes: Las aves
Balzac, Honorato de: Eugenia Grandet
Brecht, Berthold: El señor Puntila y su criado Matti
Camus, Albert: El Extranjero
Esquilo: Prometeo Encadenado
Eurípides: Medea
Goethe, Wolfgang: Werther
Lagerkvist, Par: Barrabas
Moliere: El Tartufo
Pirandello, Luigi: Seis personajes en busca de autor
Sartre, Jean Paul: Las manos sucias
Shakespeare, William: Romeo y Julieta
Sófocles: Filoctetes
Stendhal: Rojo y negro
Tolstoi, León: La muerte de Iván Ilich
Verne, Jules Gabriel: La vuelta al mundo en ochenta días
Voltaire: Cándido





LITERATURA PERUANA


LA CASA DE CARTÓN


Podríamos catalogar esta obra de Martín Adán, seudónimo del escritor peruano nacido en Lima en 1908, Rafael de la Fuente Benavides, como una novela corta; aunque quizá tal definición no resultaría definitiva “La casa de cartón” es una excepcional contribución a la prosa.  Publicó Adán, recién egresado del Colegio Alemán de Lima “La casa de cartón” (1927) con prólogo y colofón de Luis Alberto Sánchez y José Carlos Mariátegui respectivamente.  Tempestad en los andes” de Luis E. Valcárcel, había aparecido el año anterior con un prólogo de Mariátegui y un colofón de Sánchez.  Al parecer, ambos escritores representaban algo significativo en aquel momento literario: habían polemizado en 1927, pero continuaban colaborando amistosamente en 1928 sin parar mientes en su pública y franca discrepancia anterior.  Dar un argumento sobre esta obra es sumamente difícil.  Trata el libro de Barranco, el balneario lírico donde se formaron y crecieron Eguren, Beingolea, Parra del Riego, Bustamante y Ballivián y también, en ciertos momentos, se inspiraron Valdelomar, Hidalgo y antes Chocano y González Prada.  El narrador da impresiones del paisaje barranquino, no el paisaje mismo, objetivo, bidimensional, sino el Barranco de finales de los veinte, que surge envuelto en una prestigiosa niebla de imágenes, sensaciones, sentimientos y olores que proceden de su mar, su malecón, sus burgueses veraneantes, sus beatas atrabiliarias, sus niñas impúdicas.  Basta para admirarlo recordar su intempestivo modo de describir. ...

“Ya ha principiado el invierno de Barranco; raro invierno, lelo y frágil que parece que va a hendirse en el cielo y dejar asomar una punta de verano.  Nieblecita del pequeño invierno, cosa del alma, soplo del mar, garúas de viaje en bote de un muelle a otro, aleteo sonoro de beatas retardadas, opaco rumos de misas, invierno recién entrado.  Ahora hay que ir al colegio con frío en las manos.  El desayuno es una bola en el estómago, y una dureza de silla de comedor en las posaderas, y unas ganas solemnes de no ir al colegio en todo el cuerpo.  Una palmera descuella sobre una casa como la forma, flabeliforme, suavemente neta rosa, fúlgida.  Y ahora silbas tú, con el tranvía, muchacho de ojos cerrados.  Tú no comprendes cómo se puede ir al colegio tan de mañana y habiendo malecones con mar debajo…”  Se podría decir que la descripción es válida para cualquier ciudad donde haya un muchacho, un malecón, el mar y una palmera.  Pero el conjunto de estas cosas y seres, y su atmósfera sólo corresponde a una ciudad  pequeña semirural, balnearia de cielo gris, de tedio azul, de calificativo limeño. Otro aspecto importante que observamos en esta obra es el procedimiento metafórico que magistralmente es manejado por Adán: … “Ahora el cielo no existe; se ha desarrollado como una alfombra y ha quedado denudo el entarimado del espacio por donde los mundos caminan, sociedad elegante, con lentitud, con silencio, con fastidio”…  “Noche de verano vestida de cerveza negra con pardas espumas de estrellas”.  La ironía, el disparate, la imagen de una nueva poesía asoman tras el invierno de Barranco, tras el campo costeño, tras la parroquia del pueblo, tras el mar y tras los viejos del lugar: …  “Ramón se puso las Gafas y quedó más zambo que nunca de faz y de piernas”… “dijo que sí y se llenó los bolsillos con las manos”… “Ramón se despojó de su esperanza como si se hubiera despojado de su sombrero y allí afloraban también los amores: … “La gringa era un camino ambulante, ciego de sol, por el que se iba a las tundras, a un país de nieve y musgo donde se empinaba una magra y lívida ciudad de rascacielos con todo el misterio de la mecánica en las fábricas sombrías”.    Y después de Annie Doll, vendrán otras, y al final Catita…”  La carta de Catita huele a soltería – a incienso, a flores secas, a jabón, a yeso, a botica, a leche – Soltería emblemática con gafas de concha y un dedo índice tieso”.  Estuardo Núñez ha escrito un serio trabajo sobre “La enumeración caótica en la narrativa peruana contemporánea”, algunos ejemplos mostrados por Núñez nos hablan de este tipo de figura tan especialmente tratada por Martín Adán: … “Beatas que huelen a sol y sereno, a humedad de toallas olvidadas detrás de la bañera, a elíxisires, a colirios, a diablo, a esponja, a ese olor hueco y seco de la piedra pómez, usada, entintada, enjabonada…  Beatas que huelen a yerba mala, a oscuridad, a letanía, a flores de muerto…  Mantos lacios, zapatillas metálicas…”.  Sostiene Estuardo Núñez que las enumeraciones caóticas están allí encadenadas, “concatenadas”.  En otras es pura asociación de metáforas y comparaciones: … “ahora el sol mastica jalde una cumbre serrana y una huaca, una mambla amarilla, como el mismo sol.  Y tú no quieres que sea verano, sino invierno de vacaciones, chiquito y débil, sin colegio y sin calor…”.  En su citado trabajo, Estuardo Núñez establece una comparación de este enumerar caótico con la enumeración lógica que se aprecia en Valdelomar, López Albújar, Vallejo y otros, en la narrativa peruana de este siglo.  El mismo Núñez encuentra ya el sistema caótico en José Diez Canseco y en ciertos poemas prosificados de Xavier Abril; pero en nadie como en Martín Adán se da tan fuerte, violenta y audaz este procedimiento literario contemporáneo, como una efectiva conquista de la época y, en particular de la etapa vanguardista del 20.  Novelista de una sola novela, fosforescente y efímero como un relámpago, Martín Adán no continuó el camino de la narración extensa, reservó su talento para la poesía.  Obra eminentemente autobiográfica, y subjetiva por lo mismo, “La casa de cartón” proporciona únicamente destellos neblinosos de la circunstancia que la enmarca.  Nacido en un hogar conservador y acomodado, perdió a sus padres a temprana edad y quedó en manos de unas tías solteronas y, por tanto, beatas, cuya imagen pasea por las burdas páginas de “La casa de cartón”.  Ya entonces, había acuñado un nombre, que Mariátegui glosaría a su traviesamente trascendental manera: “Martín”, nombre de mono (rememoración de Darwin) y Adán, apelativo del primer nombre: prácticamente la creación en su dual aspecto.  Refugiado en la soledad más álgida, en el ostracismo más abismal (sólo visitado por su entrañable amigo Juan Mejía Baca), Martín Adán falleció en Lima, víctima de un infarto, en 1985.



LOS PERROS HAMBRIENTOS


Esta es la segunda novela de Ciro Alegría Bazán, escritor peruano nacido en Sartimbamba, provincia de Huamachuco, el 4 de Noviembre de 1908, fecha muy discutida puesto que muchos investigadores manifiestan que Alegría nació en 1909, pero Dora Varona, viuda del escritor manifiesta que fue en 1908.  Hizo sus estudios en Trujillo, donde tuvo ocasionalmente como maestro a César Vallejo.  Como militante del recién fundado Partido Aprista Peruano, participó en la revolución de Trujillo, movimiento que debelado, significó para Alegría el fusilamiento.  Logró escapar, pero, apresado posteriormente fue a prisión para luego ser desterrado a Chile, a donde llegó el mismo día que Chocano era asesinado por un perturbado mental llamado Martín Bruce Badilla.  Después de ganar un certamen literario con su libro “La serpiente de oro”, le sobrevino una grave enfermedad, -al año de aislamiento – y fue a reposar a San José de Maipe.  Una de las complicaciones de su enfermedad fue una trombosis, ocasionad por la aplicación de un neumotórax que le comprometió la parte derecha del cuerpo.  Para vencer las dificultades que le entorpecían el uso de la mano, los médicos le aconsejaron escribir.  Los aullidos de los perros que habían en el hospital para hacer experimentos, trajo a su memoria el recuerdo de otros que había oído ladrar durante una sequía que ocurrió en la sierra cuando era niño.  “Los perros hambrientos”, novela de la puna  - de la codillera alta -, como “La serpiente de oro” lo fuera del valle trasandino, la justeza novelística, la ternura dosificada, el problema de la tierra visto poética y a la vez realísticamente, hacen de esta obra uno de los ejemplos de pros le imaginación puestas al servicio de la literatura.  Ubicada la acción en las alturas andinas, tierras frías y secas a cuatro milímetros de altitud, aparece una pastora, Antuca, con sus rebaños y sus perros, en medio de un paisaje idílico donde un día truena la carga de dinamita:  ha surgido la violencia de los gendarmes, el mundo organizado en el interior del mundo natural.  Los perros de Antuca, (Wanca, Zambo, Güeso y Pellejo) eran excelentes ovejeros, de fama en la región, donde ya tenían repartidas muchas familias, cuya habilidad no contradecían al genio de su raza.  Estos perro s y sus descendientes adquieren en seguida, a los ojos del lector auténticos valores humanos; así, Mauser morirá en la explosión de dinamita, Tinto, destrozado por los dientes del feroz Raflez.

Güeso será robado por los Celedonios; huirá, se echará al monte para morir violentamente.  Las desgracias vienen una tras otra:  Los Celedonios son exterminados por su fiereza, mientras a los indios la ley les quita sus tierras.   Y en medio de estas desgracias, aparece el fantasma de la sequía, a la que sigue como inevitable consecuencia, el hambre.  El mundo del hombre se desmorona:  los mismos perros, antes sus fieles amigos, huyen tras dar muerte al ganado para comer.  Es la hora en que los mastines, hasta entonces pastores, se convierten e n la peor amenaza para el ganado.  Solitarios o en grupos, expulsados por sus dueños, merodean como alimañas, aullando constantemente en la inmensidad de la noche puneña” …  Tornaba el coro trágico a estremecer la puna.  Los aullidos se iniciaban cortando el silencio como espadas.  Luego se confundían formando una vasta queja interminable.  El viento pretendía alejarla, pero la queja nacía y se levaba una  y otra vez de mil fauces desoladas”.  En el capítulo “Perro de bandoleros”.  Encontramos una estampa inolvidable, en la que “Güeso”, capturado por los torvos Celedonios, acepta, aunque de mal grado, el nuevo bravo destino de perros bandoleros junto a estos hombres, cuya existencia pende de un hilo, sombreado por el azar y la violencia: “… Efectivamente, se bajó el Blas y desamarró un látigo de arriar ganado que colgaba del arzón trasero de su silla. –Anda ¡camina! –dijo, acercándose a Güeso agitando el látigo; el perro continuó tirado entre las piernas.  Atrancado allí, no lo sacarían ni a buenas ni a malas.  Deseaba tan sólo que le soltaran el lazo.  Por lo demás, la vista no le impresionó mayormente.  Es que lo ignoraba.  Los riendazos que había sufrido hasta este rato no le habían dado una idea del ardiente dolor del chicotazo.

-Güeso, entonces suénale – dijo el Julián.  El Blas alzó el látigo que tenía el mango de palo y lo dejo caer sobre Güeso.  Zumbó y estalló aunque con un ruido opaco debido al abundante pelambre.  La culebra de cuero se ciñó a su cuerpo en un surco ardoroso y candente, punzándole al mismo tiempo con una vibración que le llegó hasta el cerebro como si fueran mil espinas”.  En el desenlace, vuelve la lluvia y, con ella, algunos perros que regresan humildes, en espera del castigo, a casa de sus dueños.  Alegría canta a la naturaleza peruana, a la estrecha comunión existente entre la tierra y el indio, a la protesta, que el autor invoca en nombre de este desposeído que guarda en su corazón la esperanza de salvarse algún día, de alcanzar la dignidad de hombre en toda su dimensión.  El año de 1963 y como miembro de otro partido político.  Acción Popular, fue electo diputado, no por Trujillo, sino por Lima.  Falleció en su residencia de Chosica y en ejercicio de su mandato como diputado al Congreso, el 17 de Febrero de 1967.



EPÍSTOLA DE AMARILIS A ABELARDO


En 1621, Félix Lope de Vega Carpio, el egregio escritor español, insertaba en “La Filomena” la bellísima “Epístola de Amarilis a Belardo” de una escritora que se escondía bajo el nombre poético de Amarilis.  La figura de Lope hirió el ego y las fantasías de nuestros coloniales.   Su última amada, aquella agresiva Marta Nevares, había acabado por secuestrarle el caletre.  Si nos atenemos al número de sus comedias representadas en Lima, a finales del siglo XVI y comienzos del XVII, nadie, salvo quizá Lope de Rueda, su antecesor, le iguala.  La turbulenta vida del “Fénix de los Ingenios” se rumoraba mucho en las tertulias de Lima, buena causa para encalabrinar a niñas y mujeres.  Parece que una de ellas fu la autora de la Epístola a Belardo, que Lope recogió y mal respondió en “La Filomena”.  La “Epístola de Amarilis a Belardo” es un poema de 355 versos, divididos en estrofas de dieciocho versos cada una; y una de once (la última)  Estas estrofas alternan irregularmente versos de once y de siete sílabas.  Esta forma poética se llama silva, estrofa que fuera muy usada en el Siglo de Oro.  Se trata de un poema rimado, con rimas consonantes que se ordenan de manera dispar, con tendencia a conformar pareados y cuartetos.  Básicamente la Epístola es una composición de tema amoroso desarrollado sobre el molde de la poesía culta española de su tiempo (que también usaba la silva frecuentemente para ese tema).   En ella, Amarilis hace una declaración de amor platónico a Lope de Vega, de un amor profano, no divino, pero idealizado:… “El sustentarse amor sin esperanza, /es fineza tan rara, que quisiera/ saber si en algún pecho se ha hallado, /que la más veces la desconfianza amortigua la llama que pudiera / obligar con amar lo deseado;…” Aparte del amor, la obra desarrolla una miscelánea de otros asuntos, expuestos prolijamente: la autobiografía de la autora, la descripción geográfica de su patria, su familia, sus aficiones y gustos, y finalmente incluye un pedido a Lope para que escriba la vida de Santa Dorotea. … “Quiero pues comenzar a darte cuenta / de mis padres y patria y de mi estado / porque sepas quien te ama y quien te escribe…” “… fundó ciudades y dejó memorias, / que eternas quedarán en las historias: /a quien en un valle ameno/ de tantos bienes y delicias lleno, / que siempre es primavera, /merced del dueño de la cuarta esfera, / la ciudad de León fue edificada, / y con hado dichoso, / quedó de héroes fortísimos poblada”.  

Al hablar de sí misma, “Amarilis” muestra una aguda capacidad introspectiva para analizar su propio sentimiento amoroso: examina cuidadosamente las razones y los peligros de su declaración.  En torno a la identidad de “Amarilis” se han tejido las siguientes hipótesis:  José de la Riva Agüero manifiesta que pudo ser María Tello de Lara y Arévalo Espinoza, debido a algunas coincidencias biográficas.  La del erudito norteamericano Irving Leonard, quien pone en el ruedo a Ana Morillo.  La de Manuel de Mendiburo, militar e historiador limeño, quien sostiene que fue María de Figueroa.  La atrevida hipótesis de Ricardo Palma Soriano sostiene que fue un hombre y no una mujer, el autor de la enigmática Epístola, basándose en el hecho de que en aquellos tiempos las mujeres no tenían acceso a la cultura, y que el texto no pertenece por ende a ninguna de las nombradas.  Pero la mayoría de los autores coincide en que se trata de una mujer.  Hombre o mujer, la persona que escribió la “Epístola a Belardo” realizó una obra notable, que ni siquiera “El monstruo de la naturaleza” – tal como llamara Cervantes a Lope de Vega – pudo alcanzar en la respuesta de “Belardo a Amarilis”, superar a la misma que lo amaba:  “Ahora creo, y en razón lo fundó, /Amarilis Indiana, que estoy muerto / pues que vos me escribís del otro mundo, / lo que en duda temí, tendré por cierto, / pues desde el mar del Sur nave de pluma, / en las puertas del alma toma puerto.  “Al fineza de los versos, la dulzura del tono, lo desesperado del sentimiento, la maestría de la composición hace de “Amarilis” exquisita muestra de lirismo.



AGUA


No deja de ser curioso que José María Arguedas Altamirano, escritor peruano nacido en Andahuaylas en 1911 y Ciro Alegría aunque nacidos y fallecidos en diferentes fechas, vivieran el mismo número de años; 58, Arguedas sólo aprendió el castellano como lengua funcional, a los once años, en la escuela de Abancay, de lo cual nos habla en su novela “Los ríos profundos” (1959).  Resulta apodíctico el hecho que sus predecesores tienden a enfatizar únicamente los elementos que desembocan en la sola descripción de los hechos económicos sociales del campesino indígena, Arguedas, además de todo ello, nos conduce al íntimo mundo afectivo del quechua de nuestros días.  Y así, se descubre su sentido animista, su orbe de mitos secretos y su profundo panteísmo sistema de los que creen que todo el universo es Dios) que vibra a través de un superficial catolicismo.  Todos estos puntos están abarrotados en las primeras obras de Arguedas: en ¨”Agua” y en su primera novela “Yawar Fiesta”.  “Agua”, está compuesta de cuentos breves como “Los escoleros”, “Warma Kuyay”, “El barranco”, “La muerte de los Arango”, “Hijo sólo”, “Orovilca” y “Agua”, cuento que da nombre a la obra.  En “La muerte de los Arango” (1956), una epidemia de tifus había aniquilado al pueblo de Sayla, el cual era aledaño al pueblo donde vivía Arguedas.  A los pocos días el tifus atacó al otro pueblo y, los cortejos fúnebres se hicieron muy frecuentes. Los indios cargaban a los muertos en unos féretros toscos donde muchas veces los brazos del cadáver sobresalían por los bordes.  Las mujeres seguían el cortejo llorando a gritos y cantando el ayatanki, que era el canto a los muertos.  El pueblo fue aniquilado, llegaron a cargar hasta tres cadáveres en un féretro.  Adornaban a los occisos con flores de retama, pero, en los días postreros, las propias mujeres ya no podían ni llorar ni cantar bien por estar roncas e inermes.  Tenían que lavar las ropas de los muertos para lograr la salvación: la limpieza final de todos los pecados.  El panteón era un cerco cuadrado y amplio; antes de la peste estaba cubierto de vegetación, cantaban los jilgueros, y al mediodía las flores de retama exhalaban perfume.  Pero en aquellos días del tifus desarraigaron los arbustos y los quemaron para sahumar el cementerio.  El panteón perdió así toda su belleza. Muchos vecinos importantes del pueblo murieron.  Los hermanos Arango que eran ganaderos y dueños de los mejores campos de trigo, no pudieron librarse del trágico sino que les esperaba.  Don Juan, moreno, alto y fornido, no pudo resistir al tifus y, después de doce días de fiebre, murió a los treintaidós años, perdiéndose con él la esperanza del pueblo, ya que había prometido comprar un motor para instalar un molino eléctrico y dar luz al pueblo, hacer de la capital del distrito una villa moderna, mucho mejor que la capital de la provincia.  Todos lo lloraron en la puerta del panteón.  Cuando iban a bajar el cajón a la sepultura, don Eloy, su hermano, le prometió que en un mes estarían juntos.  El destino adelantó la fecha y antes de los quince días moría don Eloy.  

Muchos niños de la escuela, decenas de indios, señores y otras personas importantes, caían diariamente víctimas de la insaciable epidemia, a pesar que algunas beatas viejas, acompañadas de sus sirvientes, iban a implorar en el atrio de l iglesia.  Una mañana, don Jáuregui, el sacristán y cantos, entró a la  plaza tirando de la brida al caballo tordillo del finado don Juan.  Don Jáuregui hizo dar vueltas al tordillo en el centro de la plaza, y luego de darle de latigazos y hacerlo parar en las patas traseras, gritó con su voz delgada, tan conocida en el pueblo que el tifus estaba montado en ese caballo y que había que cantarle una despedida.  El caballo corría espantado por la indiada, y cuando llegaron al borde del precipicio de Santa Búgida, junto al trono de la Virgen, don Jáuregui cantó en latín una especie de responso junto al “trono” de la Virgen, luego se empinó y bajó el tapa ojos de la frente del tordillo, para cegarlo.  Le dio un latigazo y el tordillo saltó al precipicio; su cuerpo choco y rebotó muchas veces en dos rocas.  El cuento ¨”Warma Kuyay” acontece en la hacienda Viseca, donde Arguedas vivió cuando era niño.  Viseca es una quebrada angosta y honda.  El caserón de la hacienda está junto al río que en las noches suena fuerte.

Junto al caserío hay una cascada; entre las piedras el agua se vuelve blanca y suena fuerte.  En las noches, cuando todo estaba callado, esa cascada levantaba su sonido y parecía cantar.  Ernesto es un niño enamorado de la Justina, una niña que está enamorada de Kutu, y esto molesta la muchacho, quien la ve bailar en un patio del caserío de la hacienda de don Froylán sintiendo que su corazón tiembla cuando ella se ríe y, llora cuando sus ojos miran al Kutu.  Los cholos se habían parado en círculo y Justina cantaba en el centro de él.  El charanguero daba vueltas alrededor del círculo dando ánimos; gritando como potro enamorado.  En esos instantes apareció don Froylán y los largó a todos para que se vayan a dormir.  El niño Ernesto y Kutu, vivían en la misma casa que pertenecía don Froylán.  Una noche, Kutu le dijo a Ernesto que don Froylán había abusado de la Justina cuando ésta fue a bañarse con los niños; Ernesto no podía creerlo y se puso a llorar abrazado al cholo.  El Kutu, que era un indio fornido, lo levantó como quien alza un becerro y lo echó sobre su cama diciéndole que la Justina tenía corazón para él, pero que ella sentía miedo porque él era un muchacho todavía.  Ernesto sentía luna rabia irrefrenable por lo que había hecho don Froylán, llegando a decirle a Kutu que cuando fuera grande lo mataría.  Era tanta su sed de venganza que incitó a Kutu para que matara a don Froylán, con su honda, como si fuera un puma ladrón.  Ante la negativa del indio, Ernesto lo acusó de cobarde y le dijo que se largara porque en Viseca ya no servía.  Dos semanas después, Kutu pidió licencia y se fue.  La tía de Ernesto lloró por él; como si hubiera perdido a su hijo.  Ernesto se quedó junto a don Froylán, pero cerca de Justina; de su Justinacha ingrata.  Ya no fue desgraciado.  A la orilla de ese río espumoso, oyendo el canto de las torcazas, vivía sin esperanzas, pero ella estaba abajo el mismo cielo que él, en esa misma quebrada que fue su nido, contemplando sus ojos negros, oyendo su risa, mirando sus pestañas largas, su boca que llamaba al amor y que no lo dejaba dormir.  La mirada desde lejos; era casi feliz porque su amor por Justina era un “Warma Kuyay” (amor de niño) y no creía tener derecho todavía sobre ella; sabía que tenía que ser de otro, de un hombre grande que empuñara ya el zurriago, el mismo látigo con que Kutu masacraba los becerros más finos y delicados de don Froylán, como queriendo así, lavar el honor de la Justina.  Ernesto vivió alegre en esa quebrada verde y llena del calor amoroso del sol, hasta que un día hubo de abandonar aquella tierra que amaba tanto y que era su ambiente, para vivir pálido y amargado, como una animal de los llanos fríos, llevado a la orilla del mar, sobre los arenales candentes y extraños.  Otras obras de Arguedas son:  “Canto Keshwua (1938), “Yawar Fiesta” (1941), “Los ríos profundos” (1959), “El sexto” (1961), “La muerte de Ruma Tikki” (1962), “Todas las sangres” (1964), y “El zorro de arriba y el zorro de abajo” (1971), su obra póstuma, en la que hace mención a su intento de suicidio acontecido en abril de 1966 e indica en ella que se encuentra otra vez a las puertas de suicidarse porque no desea como hasta antes de abril de 1966, convertirse en un enfermo inepto.  Arguedas, en 1944, sufrió una crisis psicológica producto de una enfermedad psíquica contraída durante la infancia que lo tuvo incapacitado para escribir durante cinco años.  Pero el hado trágico de una de las figuras ínclitas de la literatura peruana estaba ya trazado, Arguedas se suicidó de un tiro en la sien en 1969 cuando desempeñaba una cátedra en la Universidad Agraria.



UN MUNDO PARA JULIUS


Novela del escritor peruano Alfredo Bryce Echenique, uno de los más notables creadores de la nueva generación de novelistas latinoamericanos.  Nacido en 1939, Bryce obtuvo una mención honrosa en 1968 de parte de “La casa de las Américas” por su libro de cuentos “Huerto cerrado”, donde el cuento “Con Jimmy en Paracas” sobresale sobre “Dios indios”, “El camino es así”, “Su mejor negocio”, “yo soy el rey” y, sobre los otros siete cuentos que conforman este florilegio de narraciones cortas. En 1970 concurrió al no adjudicado Premio Biblioteca Breve con “Un mundo para Julius”, el libro fue publicado por Barral Editores, alcanzando enseguida un inusitado éxito de críticas en España y en Latinoamérica.  Bryce se sumerge con la pluma en un mundillo interior dirigiendo la “sociedad” oligárquica.  De ella una familia la que conforman Juan Lucas, fanático golfista millonario, casado con la joven viuda Susan, madre de cuatro niños de su primer matrimonio: Santiago, Bobby, Julius y Cinthia.  De este cerco familiar hermético, a través de la obra, vamos apreciando sus hábitos sociales, sus reuniones, sus comidas, su lenguaje tras el cual se transparenta una vida que no puede ser más reglada:”…-Cuando tú digas, mujer.  ¿A Londres primero? ¿Prefieres Madrid?

A Londres primero, Darling, -respondió Susan, acercándosele, sacrificando la delicia de su brazo extendido en el aire tibio de la noche igualito al avión que se iba a Europa, y que le permitió decir Darling, ¿Por qué no nos vamos a Europa?, tan convincentemente”.  Es en este mundo en que transcurre la vida de Julius, quien aún siendo alumno del Sagrado Corazón, pierde a su hermana Cinthia, ser que quizá hubiera llenado esa álgida soledad en la que se sumergirá su vida en adelante.  La diferencia de edades –seis con Bobby y más de nueve con Santiago – van aislando a Julius en sus juegos solitarios, quien va encontrando en la servidumbre (choferes, cocineras, amas, jardineros, etc. vínculos que en muchos pasajes de la novela no halla ni en sus hermanos ni en Juan Lucas ni en Susan, quienes se hallan absorbidos por sus juegos de golf o por sus cocteles sociales.  Este contacto con el personal de servicio como, Carlos, Bertha, Vilma y Celso, lo lleva a conocer otro microcosmos que es de los barrios populares. … “Llevaba un buen rato dedicado a mirar cómo cambia Lima cuando se avanza desde San Isidro hasta La Florida.  Con la oscuridad de la noche los contrastes dormían un poco pero ello no le impedía observar todas las Limas que el Mercedes iba atravesando, la Lima de hoy, la de ayer, la que se fue, la que debió irse, la que ya es hora que se vaya, en fin Lima”  Nos presenta además, la novela, la vida de Julius en la escuela, mostrándonos Bryce una gran maestría en el manejo del lenguaje de los niños, así como un profundo conocimiento de la psicología infantil:  … “A la hora del recreo, una mañana, Silva salió furioso y seguido por una pandilla no muy segura porque seguro Arzubiaga le pegaba.  El gordo Martinito fue a buscar a Arzubiaga y le dijo que Silva le quería pegar, que lo desafiaba al catchascán en el jardín lateral.  Julius también andaba por allí, hacía rato que estaba buscando al gordo para desafiarlo con unas espadas de madera que se habían construido.  Martinto había visto un una película en la que un espadachín le volaba la oreja al otro y estaba loco por dejar a Julius mocho, de mentira no mas porque habían puesto unos corchos en las puntas de los palos; se pasaban la vida, el gordo tratando de volarle una oreja y Julius tratando de desinflarlo”.  Bryce, un "Un mundo para Julius”, maneja brillantemente el "monólogo interior”; técnica muy usada por James Joyce en su libro “Ulises”: … “Juan Lucas apretó el acelerador a fondo, se alocó el jaguar pero ya todo en Monterrico había desaparecido para Susan. – me lo dijo Cinthia, yo tengo Cinthia, yo tengo que regresar a Buenos Aires, ¿Cuándo te volveré a ver Susan? Mi primera hija llevará tu nombre, te lo prometo Cinthia, la mía también se llamará como tú.  Susan, siete años que estamos internas, Cinthia por fin ¿cómo te llamas?  Susana o Susan, nunca lo he sabido bien; daddy me llama Susan o mami Susana, yo firmaba Susana pero en Londres nadie me ha vuelto a llamar así, sólo mami en sus cartas, ya hasta me suena extraño, Cinthia, será terrible separarse de ti.  Susan, es extraño, es verdad, Cinthia eres la única que no ha soltado una lágrimas en la graduación…”.  La novela se halla abocada a expresar el mundo de la infancia y la adolescencia, de la debilidad física y la frustración, de la alta burguesía y la marginación social.  En 1972, al encontrarse Alfredo Bryce por primera vez ante el público peruano –en una mesa redonda en el I.N.C.,- declaró considerarse a sí mismo como una “isla”, sin vinculaciones con los narradores anteriores.  “Creo que sólo hay una novela peruana que ha influido en “Un mundo para Julius” – prosiguió-; es “Duque”, de José Diez Canseco, y, agregó (muy característicamente); el problema es que todavía no la he leído”.  Resulta innegable que se puede entender mejor la novela de Bryce si es que se comienza a examinar entre nosotros una “línea de novelas antiburguesas” que, para señalar las más saltantes, podría estar ilustrada y representada por “Duque” (1934) y “En Octubre no hay milagros” (1965).  De estas tres obras, gran parte de las limitaciones de Reynoso se deben al poco conocimiento que revela el autor de “En Octubre no hay milagros” del mundo de la oligarquía peruana que intenta corroer novelísticamente.  El caso de Bryce y de Diez Canseco es diferente, pues ambos novelistas conocen a fondo los ambientes “reales” que luego recrean en la ficción novelística.  Ambas novelas coinciden en utilizar el Country Club – recién inaugurado en el tiempo novelado de Diez Canseco – para reflejar en tal ambiente específico a la burguesía nativa.  La diferencia más aleccionadora es que en “Duque”, el personaje principal, Teddy Crowchield Soto Menor, posee dos apellidos que apuntan a un personaje muy concreto.  Juan Lucas, personaje de la novela de Bryce, por el contrario, no tiene apellido; no se refiere a ninguna familia en especial y, es al mismo tiempo representativo de todos los burgueses.  La familia de Julius tampoco posee apellido.  Bryce ha escrito además  “Muerte de Sevilla en Madrid”, “El hombre que hablaba con Octavia de Cádiz”, “A vuelo de buen cubero y otras crónicas”, “La vida exagerada de Martín Romaña”, “Tantas veces Pedro”, “Un mundo para Julius” ha merecido palabras apologéticas de escritores como Pable Neruda, García  Márquez, Márquez, Vargas Llosa y Luis Alberto Sánchez.



LA VENGANZA DEL CÓNDOR


Después del éxito del “Caballero Carmelo” (1918) de Abraham Valdelomar y, “Cuentos Andinos” (1920) de Enrique López Albújar, aparece un imprevisto tomo titulado “La Venganza del Cóndor del escritor Ventura García Calderón Rey, nacido en París el 23 de Febrero de 1886.  Murió allí mismo, el 27 de Octubre de 1959, en su casa de la avenida Suffré, siendo sepultado en la Iglesia de Francisco Javier; Allende el Atlántico, donde descansan los restos de César Vallejo.  La crítica lo persiguió como la jauría al conejo, calificándolo de “afrancesado”. Una caricatura alusiva a su persona y aparecida en la revista “Variedades” del año 1911, está acompañada de éstos versos zahirientes: “... Un intelecto robusto/ mucha más que su persona / que sus crónicas sazona / con las sales del buen gusto / Y que al tornar al país / desde lejanas ciudades / suena en las frivolidades / de las chicas de París”.  En 1932 fue propuesto por intelectuales belgas, españoles y franceses par el Premio Nobel; petición a la que después se unieron varios intelectuales peruanos, el Nobel no llegó.   En los últimos años de su vida su situación económica fue sumamente difícil, agotado y enfermo, sugerido por Jorge Basadre, decide vender su biblioteca al gobierno peruano “La venganza del cóndor” es una serie de 24 cuentos publicados en París, en 1924.  Se trata de relatos que parecen erguirse ante nosotros con la muerte, la sangre, el gesto airado, la expresión diríamos ritual, de ceremonial o purificación por el dolor, la agonía el final de una existencia.  El lenguaje expresivo se llena de peruanismos.  No sólo los términos indígenas de taita, guagua, tambo, poncho, cancha, quena, puna, huaca, killa, coca, ojota, topo, chimbadores, chacchar, chicha, huaro, entre otros muchos, que la mayoría de las veces pone en cursiva; sino también el modo de usar el castellano.  “Anoche mismito agarró y se murió la niña Grimanesa”; el “aconchabarse” que emplea en muchas partes; la presencia del sombrero de jipijapa o del gallo “ajiseco”: el  regionalismo convertido en motivo artístico, como en aquel pueblo que a Jesús por ser rubio le llaman “Bermejo”.  El libro se inicia con el cuento que sirve de epígrafe a la colección:  “La venganza del cóndor”, que refleja la acción sanguinaria del capitán González, a quien García Calderón conocido en un puerto del Perú, contra los indios.  El referido capitán tiene a su servicio un indio al que, a cada momento, castiga con su látigo con puño de oro y un jeme de plomo por contera.  Cierto día el capitán tenía que hacer un viaje a Huaraz y ordenó al indio que le ensillara un caballo.  El indio acudió presuroso a cumplir lo ordenado y no volvió jamás; y por más que González lo mandó buscar, el ordenanza y guía insuperable no pudo ser hallado en todo el puerto.   El capitán González se marchó solo, anunciando futuros castigos y desastres.  Dos horas después que el capitán partió, García Calderón ensilló su mula andariega para proseguir su camino; con asombro, vio aparecer al indio desaparecido quien se ofreció a servirle de guía en los difíciles caminos de la sierra.  El camino fue duro entre atajos, montes y estrechos desfiladeros desde donde se podía vislumbrar en la parda monotonía de la cadena de montañas la altiplanicie amarillenta con sus erguidos cactus fúnebres.  Recorrido un trecho, el indio le dijo que lo esperara y se alejó en un santiamén.  Pasaron los minutos y de repente un ruido profundo retumbó en la montaña; algo rodó desde lo alto.

De pronto, a quince metros de García Calderón pasó un vuelo oblicuo de cóndores, y entonces vio rebotar con estruendo y polvo, en la altura inmediata, una masa oscura que arrojaba sangre por doquier.  Estremecido de horror esperó entre las montañas, mientras más cóndores devoraban lo que había rodado antes.  El indio regresó al poco rato y le preguntó si había visto al capitán cuando caía.   Le explicó en su media lengua que a veces los insolentes cóndores rozan con el ala el hombre del viajero en un principio.  Entonces se perdía el equilibrio y rodaba al abismo.  Eso había ocurrido con el pobre Capitán González, García Calderón no inquirió ningún pormenor, porque pensó que quizá entre los cóndores y los indios un pacto oscuro existía, para vengarse de los intrusos.  Pero de ese guía incomparable que lo dejó en la puerta de Huaraz, rehusando todo salario, aprendió que es imprudente algunas veces afrentar con un lindo látigo la resignación de los vencidos.  “Coca” nos presenta a Jacinto Vargas quién llegó a la puna en compañía de su guía indígena, quien llegado a este punto, no quiso seguir adelante sino por el contrario, volver atrás con un temor inexplicable.  No por las buenas ni por las malas, el empecinado guía quiso avanzar.  En un lugar cercano.  Jacinto se envolvió en su poncho como en una frazada y se tendió en el suelo a dormir, después de haber atrancado la puerta de la choza con las riendas de su cabalgadura.  El indio se acurrucó contra el lomo de su mula para que la tibieza del animal lo preservara del frío nocturno.  A las dos de la mañana el frío hizo tiritar a Jacinto, quien creyó que había cogido una terciana.  En vano llamó reiteradamente al guía.  Se disponía a buscar en la oscuridad un frasco de quinina, cuando le pareció notar que de su mano chorreaban gotas tibias.  Su poncho estaba lleno de sangre.  

El indio truhan se había fugado con las mulas y antes de partir le había abierto con un cuchillo una vena del brazo.  El no se había percatado de nada, porque a su chica le había echado chamico para que su sueño fuera  profundo.  El terror súbito le anudó la garganta.  Estaba solo en el fin del mundo, en la más tremenda soledad humana.  Lo único que el indio había dejado por olvido era una alforja, que estaba llena de hojas de coca, puesto que los indios pueden vivir algunos días sólo chacchando; por qué él no podría hacer lo mismo, se preguntó. Así fue andando sin tener noción del tiempo transcurrido y sintiendo apenas la herida del brazo, cicatrizada ya con un coágulo negro.  Sabía que en cualquier momento las mulas del correo pasarían por ahí, y que el encargado del correo lo socorrería.  Llegó hasta una aldea donde había un rebaño de más de un centenar de llamas, y se dejó caer cerca de ellas debido al cansancio. Al poco tiempo sintió que un ave oscura le roza el rostro, levantó una mano titubeante para acariciarle el plumón de la cabeza murmurando una palabra tierna.  La herida comenzó a sangrar cuando ya a sus oídos llegaba un ruido de cascabeles:  la reata de mulas del correo en la montaña.  Él no quiso mostrarse e inclinado la frente sobre la montura, sonrió al morir.  El cóndor que aguardaba, se le trepó a la cabeza y picoteó largo rato los ojos abiertos.

Otro cuento  de antología es la momia, que simboliza la ambición desenfrenada de un hombre que profana los sagrados recintos de los indios.  Nadie supo exactamente por qué abandonó su diputación en Lima, don Santiago Rosales, y se fue a su apartado feudo serrano instalándose en la hacienda de Tambo chico, con su bella hija Luz, cuya belleza asombraba a los jóvenes de la sierra por el esplendor de su cabellera rubia.  La comarca entera sintió simpatía por Luz; por el contrario, nadie quiso a su padre, aquel trujillano severo y avariento que blandía al caminar un látigo.  Cerca de Tambo Chico, había una antigua fortaleza y necrópolis de indios a la que llamaban “La huaca grande”.  Según la tradición, allí se hallaban las barras de oro que dejaron los emisarios de Atahualpa, con las que iban a pagar el rescate de éste; pero cuando se enteraron de que el inca había sido ejecutado por los españoles escondieron ahí, tan valioso tesoro.  Cuenta además la tradición, que las momias de los generales indios allí enterrados se despiertan si alguien quiere violar sus tumbas.  Por eso el día que don Santiago Rosales, empedernido coleccionista, quiso profanar “La huaca grande”, ningún indio obedeció.  Sólo empleando peones venidos de la costa pudo ir trayendo de “La huaca grande”, a lomo de mula, los utensilios de oro con que se enterraban los nativos a sus muertos; vasijas y momias pasaron a engrosar su envidiable colección.  Ningún indio se atrevió a oponerse al temido don Santiago, pero de noche, acudían a la choza de la bruja Tomasa para pedirle venganza. Durante quince días el poder de la vieja bruja pareció fallar.  Los indios se habían procurado un pañuelo de don Santiago, así como de sus cabellos, imprudentemente arrojados por el peluquero.  Todo aquello, unido a extraños menjunjes, sirvió a Tomasa para que hiciera un muñeco donde descargó todos sus maleficios.  A los dos días fueron los indios a buscar a don Santiago diciéndole que le indicarán el sitio donde se hallaban los más preciados tesoros de “La huaca grande”.  Movido por su ambición, don Santiago se dejó llevar por la indiada.  Cuando llegaron al lugar indicado, el mezquino hacendado corrió hacia el tesoro; se detuvo alborozado, ya que una momia de mujer, que él tanto deseaba, custodiaba el tesoro milenario.  Un grito espeluznante repercutió en la gruta.  La momia era su hija.  Acurrucada en actitud orante, con las manos en cruz, la rubia cabellera desparramada sobre el pecho muerto, era la imagen exacta de la bella muchacha.  En vano su padre la buscó por la hacienda y por los valles aledaños; nunca la halló.  Los indios manifestaron al Juez de Primera Instancia de la provincia que ellos secuestraron a la muchacha y que la embalsamaron, empleando los antiguos secretos del arte.  Todas las momias de la casa de don Santiago   desaparecieron cuando se lo llevaron al manicomio.  Brutales y sanguinarios “señores” surgirán en “La llama blanca”  o en “Los cañaverales”, al lado de los ingenuos o vengativos indios y algunas veces la supersticiosa y pintoresca presencia de los negros en la costa como en el cuento “Fue en el Perú”.  Junto a estos cuentos, figuran simples narraciones costumbristas y folklóricas de costa, sierra y selva, colmo “Yacumama”, “El despenador”, “Un soñador”, “Los cerdos blancos”, etc.  Otras obras que dieron renombre a Ventura García Calderón son: “Vale un Perú” (1941) “Nosotros” (1946), “Parnaso peruano” (1914), etc.



HORAS DE LUCHA


Si Vallejo representa la cúspide de la poesía peruana, la cima gloriosa de la prosa le está destinada sin lugar a dudas al autor de “Pájinas libres” y “Bajo el oprobio”, Manuel González Prada.  En nadie como en don Manuel sus ideales y pensamientos permanecen vigentes después de setenta años de su muerte.  Parece como su escritos, por no sé qué extraña pócima demiúrgica, hubieran conservado a través de los años su vigor y validez, hasta el punto, que si hoy insertáramos en algún diario artículos de él, como ”Nuestro periodismo” o “Nuestros magistrados”, haríamos desvelar a más de un escurridizo abogado o a algún editorialista sensacionalista y servil.  Rada es el escritor cuya fama, paradójicamente, es acrecentada  por una sociedad cada día más virulenta; virulencia que él mismo censura hasta la saciedad.  En sus escritos encontramos que lo que él atacó sin reticencias, no ha sido extirpado aún en nuestra sociedad y, que por el contrario, el hedor social ha ido en aumento hasta tal punto que si el escritor limeño se levantara de su tumba, encontraría hilo para tejer un centenar de libros más.  Este libro, dividido en dos partes, comienza con una conferencia dada el 21 de Agosto de 1898 sobre “Los partidos y la Unión Nacional”, movimiento al cual él pertenecía.  Comienza criticando acerbamente a los partidos de los últimos años, como el Partido Demócrata, el Partido Constitucional, el Partido Civil, etc., a quienes califica de Sindicato de ambiciones malsanas, clubes eleccionarios o sociedades mercantiles, agentes de las grandes sociedades financieras, paisanos astutos que hicieron de la política una faena lucrativa o soldados impulsivos que vieron en la Presidencia de la República el último grado de la carrera militar.  Si bien don Manuel afirma que el presidente Manuel Pardo incurrió en graves errores económicos renovando el sistema de empréstitos y adelantos sobre el guano, se comete una grave injusticia cuando se le atribuye toda la culpa en la bancarrota nacional, iniciada por Castilla, continuada por Echenique y casi rematada o  el ministro Piérola con el contrato Dreyfus.  Algunas páginas le bastan para lanzar su visión acusadora sobre Andrés Avelino Cáceres  y Nicolás e Piérola.  Para él, ambos representan una contradicción viviente: Cáceres es un Constitucional ilegal y despótico; Piérola, un Demócrata clerical y autocrático; pero en su esencia, los dos antagonistas guardan muchos puntos análogos:  En ambos el mismo orgullo, el mismo espíritu de arbitrariedad, la misma se de mando y hasta igual manía  de las grandezas, pues si el uno se cree Dictador, el otro considera la Presidencia como el término legal de su carrera.  Para González Prada, Pierolismo y Cacerismo patentizan una sola cosa – la miseria intelectual y moral del Perú – En medio de tanta miseria y de tanta ignominia, la Unión Nacional intenta forma un solo cuerpo el de todos los hombres decididos a convertir las buenas intenciones en una acción eficaz, enérgica y purificadora. En el discurso, “El intelectual y el obrero”, dado en la Federación de Obreros y Panaderos el 1 de Mayo de 1905, nos dice que no hay diferencia de jerarquía entre el pensador que labora con la inteligencia y el obrero que trabaja con las manos, que en vez de marchar separados y considerarse enemigos, deben caminar inseparablemente unidos, ya que no existe una labor puramente cerebral ni un trabajo exclusivamente manual.  Piensan y cavilan el herrero al forjar una herradura, así como el albañil al nivelar una pared,  En la conferencia, “Las esclavas de la Iglesia”, dada el 25 de Setiembre de 1904 en la Loggia Stella D’Italia, González Prada ataca duramente al catolicismo y al sacerdote, quien según él, se juzga con derecho a inmiscuirse en los hogares autotildándose como el amo de la casa: donde mira una mujer, ahí cree mirar una sierva, una esclava, un objeto de su exclusiva pertenencia.  El sacerdote según Prada, se interpone entre el marido y la mujer para decir al hombre: “Si el cuerpo de la hembra te pertenece, el alma de la Católica pertenece a Dios, y por consiguiente a mí que soy el representante de la Divinidad”.  

La segunda parte se inicia con “Nuestro Periodismo”, artículo donde comienza dándonos Don Manuel una idea de la importancia del periodista, para entrar de lleno al análisis de los diaristas limeños.  Veamos aquí algunos pensamientos de gran valía: “En el campo de las ideas y aún de los hechos, no  hay tal vez una acción tan eficaz ni tan rápida como la del periodista: mientras el autor de libros se dirige a reducido número de lectores y quizá de refinados, el publicista vive en comunicación incesante con la muchedumbre”… “Si en cuarenta o cincuenta diarios leemos hoy la narración de algún hecho acaecido ayer, difícilmente sacaremos en limpio la verdad cuando el hecho se relaciona con los intereses de la banca o la política del gobierno” … “Los periodistas pasan de civilistas a demócratas y de opositores a gobiernistas, sin modificaciones en el fondo, con simples cambios en la superficie: mudan de piel como las víboras, no atenúan la virulencia de su ponzoña”.  En el artículo titulado “Nuestros magistrados”, don Manuel lanza sus dardos denunciatorios contra los magistrados, lamentando el hecho de que en la abogacía como en un sepulcro voraz e insaciable, se hayan hundido prematuramente muchas inteligencias, quizás las mejores del país.  Prada manifiesta:”… Como un solo vaso de vinagre es más que suficiente para avinagrar un tonel de vino, así la lengua de un abogado basta y sobre para introducir el antagonismo y la fusión en la colectividad donde reinan la armonía y la concordia.  Al oír las disertaciones jurídicas legales de un doctor, nadie se pone de acuerdo con nadie y las sencillísimas cuestiones de hechos se transforman en difusas e irresolubles altercaciones de palabras.  Si hay reunidas quinientas personas, surgen cuatro cientos noventainueve maneras de solucionar un problema.  Nos parece que en la Torre de Babel no hubo confusión de lengua, sino mescolanza y rebujiña de abogados”.  Para don Manuel todo ciudadano que se viera enredado en una acusación criminal y no tuviera los medios económicos para inclinar la balanza a su favor, más le valiera una fuga inmediata puesto que si  la justicia clásica llevaba en los ojos una venda, al mismo tiempo que en una mano tenía la espada y con la otra sostenía una balanza en el fiel, la justicia criolla posee manos libres para coger lo que venga y ojos abiertos para ver de qué lado alumbran los soles, porque cuando de magistrados se trata, no valen pruebas ni derechos, ya que en los juicios intrincados se rebusca un juez para que anule un sumario, fragüe otro nuevo y pronuncie una sentencia donde quede absuelto el culpable y salga crucificado el inocente.  Don Manuel González Prada fue el gran representante del realismo peruano, escuela que surgió en Francia mediados del siglo XIX, teniendo como ideal la objetividad y predominando en la novela.  Fue acerbo y racional en su análisis.  En Rusia estuvo representado por Dostolevski, Gorki y Tolstoi; en España por José María de Pereda.  En el Perú se pasa de la crítica complaciente (costumbrismo) a la crítica amarga y violenta de los males nacionales.  De la literatura a espaldas de la realidad (Romanticismo) se evoluciona a la literatura de cara a la realidad.  Llámase realista en general a la literatura que brota de una experiencia directa (vivencia, observación, documentación) de la realidad objetiva o subjetiva, y que trata de representarla artísticamente de la manera más ágil posible.  Como tal  el realismo es una corriente que se ha manifestado siempre a lo largo de los siglos y que ha aparecido bajo diferentes formas y estilos.  A finales del siglo XIX el realismo asumió principalmente en Francia la forma que se llamó naturalismo y su máximo exponente fue Emile Zola que fundamenta sus principios naturalistas en su obra “La novela experimental”.  En el Perú, el naturalismo se caracterizó por la insistencia en el tema social y político, el anticlericalismo, la prédica a favor del indio peruano, el predominio de la prosa sobre el verso, el regionalismo, etc.  Quienes cultivaron intensamente la narrativa naturalista en el Perú fueron, curiosamente, dos mujeres de la generación de Manuel González Prada: Mercedes Cabellos de Carbonera (1845 - 1909) Y Clorinda Matto de Turne (1854 – 1909).  El naturalismo es una corriente que se manifestó en la narrativa (novela y cuento).  González Prada sólo ocasionalmente cultivó la narración, de tal modo que su obra no encarna el naturalismo peruano, sino más ampliamente la actitud realista y la voluntad de renovación literaria de su tiempo.  Aunque en líneas generales, el realismo se opuso al romanticismo, es conveniente anotar que hubo un realismo romántico, representado por Sthéndal (Henri Beyle) y Honorato de Balzac.  Prada, el mordaz autor de “Pájinas libres”, cultivó la poesía para equilibrar los embates opuestos de su carácter integérrimo y batallador.  Completan su obra. “Presbiterianas” (1909), “Exóticas” (1911) ”Horas de lucha” (1908), “El tonel de Diógenes” (1945),”Trozos de vida” (1933), “Baladas Peruanas” (1935), “Gráfitos” (1937), “libertarias” (1938) , “Propaganda y ataque” (1939), “Baladas” (1939), “Adoración” (1946), “Bajo el oprobio” (1933), “anarquía” 81946), “Nuevas páginas libres” (1937), “Figuras y figurones” (1938) y “Prosa menuda” (1941), algunas publicadas en París , Santiago y Buenos Aires.  Casado con Adriana Verneuil, encontró en esta mujer la compañera de toda su vida y el gran aliento para aquellos momentos difíciles como aquel en que como reacción a sus ataques se le cierran las imprentas.  Por influencia secretas, ella, la esposa, compone con sus propias manos y una máquina de imprimir tarjetas, un librito para las poesías de Don Manuel quien le adjudica un nombre significativo: “Minúsculas”, este libro de bibliófilo es una pieza codiciada hoy, sólo se imprimieron cien ejemplares.



CUENTOS ANDINOS


“Cuentos Andinos”, cuya primera edición apareció en 1920, nos presenta al indio auténtico, sin adornos ni  atavíos, en su dura condición humana, con sus estigmas y su secreta fuerza redentora que le viene de la tierra y de su pasado glorioso.  De los diez cuentos que conforman “Cuentos andinos”, el más difundido es sin lugar a dudas “Ushanan Jampi”,  cuento que nos cuenta el proceso seguido a Cunce Maille, indio perteneciente a la comunidad de Chupán, a quien el Yaachishum (Tribunal de Justicia), lo acusa de haber robado una vaca a José Ponciano, comunero del lugar. Cunce Maille, un indio de edad incalculable, alto, fornido, ceñudo y que parecía desdeñar las injurias y las amenazas de la muchedumbre, se defiende diciendo que Ponciano le había robado un año antes un toro.  Pero Ponciano afirma que el toro lo había comprado a Natividad Huaylas, quién presente en el juicio, avaló la defensa de Ponciano.  Maille acusa entonces a Natividad Huaylas de haber vendido un toro que le pertenecía.  Todo el pueblo congregado en la plaza de Chupán clamaba ardorosamente que se castigara a Cunce Maille.  Cunce Maille enfurecido gritó  que en la comunidad de Chupán todos se robaban y que él no necesitaba que le hagan justicia y que él mismo era el encargado de hacérsela.  Interrogado Ponciano sobre cuánto valía su vaca, éste contestó que treinta soles.  El pueblo dio su aprobación; Maille contestó que no tenía con qué pagar.  Por considerársele reincidente por tercera vez en este tipo de actos, a Maille se le aplicaría el Jitarisum (destierro perpetuo), e indicándole, que en caso se le sorprendiera nuevamente dentro del territorio de la comunidad de Chupán se le aplicaría el Ushanan Jampi (el remedio último, que equivalía a la muerte).  Abandona la comunidad de Chupán, con una rabia estremecedora y con una profunda tristeza porque en Chupán quedaban su madre y su choza.  Motivado por estos recuerdos, Maille regresó después de un mes a Chupán y se dirige a su casa.  Enterados de esto, los yayas van a buscarlo y, luego de una tenaz lucha en la que pierden la vida más de una quincena de hombres, Maille cae en una emboscada, y muere en brazos de su madre, acuchillado, y es ahí donde los indios muestran su ferocidad la cual es crudamente descrita por Albújar: “Los cuchillos cansados de punzar comenzaron a tajar, a partir, a descuartizar.  Mientras una mano arrancaba el corazón y otra los ojos, ésta cortaba la lengua y aquella vaciaba el vientre de la víctima.  Y todo esto acompañado de gritos, risotadas, insultos e imprecaciones, coreados por los feroces ladridos de los perros, que, a través de las piernas de los asesinos daban grandes tarascadas al cadáver y sumergían ansiosamente los puntiagudos hocicos en el charco sangriento”.  

Con una soga atada al cuello, el cadáver de Cunce Maille fue arrastrado centenares de metros y abandonado a orillas del río Chillán, no sin antes, haber dejado a su paso trozos de carne entre los cactus y las puntas de las rocas.  Execrablemente quedó de Cunce Maille la cabeza y un resto de la espina dorsal.  Seis meses después de su muerte, podía verse en el dintel de la puerta de su casa, unos colgajos secos, retorcidos, amarillentos, grasosos, a manera de guirnaldas: eran los intestinos de Maille, puestos allí, por mandato de la justicia implacable de los yayas.  Hay en esos cuentos una realidad que Albújar aprecia como magistrado, con ahondamiento psicológico y conocimiento de un campo de la sociedad peruana, la comunidad indígena de las serranías andinas que ve en calidad de observador.  Muchos de los casos están vinculados al delito y a situaciones particulares del indio dentro de una tradición que él desconocía y que absorbía al par que volcaría en su obra.  Un tono de horror o una nota de conmiseración dominan una gran parte de las escenas de esos cuentos en los cuales el autor vierte principalmente su experiencia como juez instructor de la provincia de Huánuco, y cuyos personajes son en general los indígenas de aquella región.  “Los tres jircas”, transcribe la leyenda popular sobre tres montañas que rodean la ciudad de Huánuco.  “La soberbia del piojo” a través de las palabras del anciano que compara al hombre con ese parasito y concluye afirmando la necesidad de respetarle la vida.  De índole patriótico, pues, se refiere a la guerra entre el Perú y chile (1879 – 1883) en Huánuco, es “El hombre de la bandera”.  “El licenciado Aponte” “El caso de Julio Zimmens”, “Cachorro de tigre”, y “La mula de Taita Ramun” tratan problemas sociales penetrados con hondura y transmitidos al lector con singular poder expresivo.  “Como habla la coca” relata las reflexiones de un masticador de la hoja narcótica, el cual pretende revelarse contra el vicio, más a la postre, sucumbe a él.  Del conjunto se destacan los cuentos que muestran el misterio y a veces feroz espíritu de los quechuas a los que el autor ha conocido a lo largo de su dilatada labor de magistrado.  Enrique López Albújar, quien había nacido en Chiclayo en 1872, murió en Lima en 1966, a los 94 años de edad, por lo cual es considerado con toda justicia El Patriarca de las letras peruanas.  La obra de Albújar ha recibido elogios de gran valía, como los dispensados por Miguel de Unamuno y Raúl Porras Barrenechea quién afirmó que “Ushanan Jampi”, era la página más dramática que se ha escrito en la literatura americana y española.



ELEGÍAS


La figura de Mariano Melgar representó un anticipo del movimiento romántico años antes de su reconocimiento “Oficial” en América.  Mariano Melgar Valdivieso nación en la ciudad de Arequipa el 10 de Agosto  de 1790.  Él, que empezó traduciendo a los clásicos latinos (Virgilio, Ovidio, Horacio), acabó revelándose contra la neutralidad erótica impuesta  a los poetas, y canta resueltamente a su amor y amada Silvia, dama que en la vida real se llamó María Santos Corrales.  Conviene antes de analizar la obra del gran bardo arequipeño, resaltar que el Romanticismo es una escuela literaria que surgió en Alemania a fines del siglo XVIII, extendiéndose hacia los otros países europeos.  Las ideas del romanticismo se sustentan en la pasión contra la razón; a lo pagano y mitológico opuso lo cristiano e histórico, a la ley retórica  opuso la inspiración libre, a la razón fría la fantasía.  Escribió Melgar cinco “Elegías”, inspiradas en su amor por Silvia.  La I y la II están escritas en tercetos endecasílabos: “…Porqué a verte volví, Silvia querida? / ¡Ay triste! ¿Para qué? ¡Para trocarse mi dolor en más triste despedida!  /… quiere en mi mal mi suerte deleitarse; / me presenta más dulce el bien que pierdo; / ¡Ay! ¡Bien que va tan pronto a disiparse!...”  Figuras literarias como el epíteto y el hipérbaton dan colorido a los versos melgarinos: … El negro luto de la noche oscura / sea en mi llanto el solo compañero, / Ya que no resta más a mi ternura. /… Tú, Cielo Santo, que mi amor sincero, / miras y mi dolor, dame esperanza / de que veré otra vez el bien que quiero. /… en sola tu piedad tiene confianza / mi perseguido amor…  Silvia amorosa, / el cielo nuestras dichas afianza…”  En la elegía II, el joven poeta cae en la cuenta de que se entregó a ese amor que ahora lo consume en cuerpo y alma y que ya es tarde para lamentaciones:…  “¡Oh dolor!  ¿Cómo, como tan distante / de mi querida Silvia aquí me veo? / ¿Cómo he perdido todo en un instante? / Perdí en Silvia mi dicha y mi recreo: / consentí contra todo mi deseo. /….Y ved, aquí conozco el yerro mío, / ya cuando repararlo no es posible, /  es fuerza sufra mi dolor impío”.  La elegía III está escrita en cuartetos: tres en decasílabos y un pentasílabo.  El tema que predomina en estos versos es el de la resignación que siente el poeta que es consciente de que está unido a una pena que no se irá sino sólo con la muerte.  … “Yo perdí a Silvia por injustas tramas / que me formaron viles enemigos. / Sin que algo impuro procurase nunca / mi afecto fino. /… Más que en ser libre me gozaba en verme / esclavo suyo de su amor cautivo; / y al verme lejos de pasión tan dulce / es mi martirio. /… Salir no puedo de esa horrible cárcel; aquí me matan bárbaros caprichos: / más no me matan, que para más pena / infeliz vivo.  “La elegía IV también en estrofas de cuatro versos, reúne tres heptasílabos y un endecasílabo.  En estos versos donde el poeta recurre a la rima asonante para los versos segundo y cuarto de cada estrofa, Melgar le habla a la naturaleza, a esa naturaleza, que ha sido testigo de su felicidad, y que ahora es testigo de su infelicidad, causada ésta, por la misma mujer que antes le dio dicha y que ahora le destroza el corazón: “… Mustio ciprés que viste / crecer mi amor seguro / y en cuyo viejo tronco / escribí: “Silvia, ya mi pecho es tuyo”: /... Y tú, claro arroyuelo, / cuyo dulce murmullo / acompañó sus voces / al ofrecerme su corazón puro: /…Oídme, ya no puedo / callar el mal que sufro; Ya Silvia en ira ardiendo, l/ apagar quiero cuanto amor me tuvo.”  La elegía V, considerada como la mejor, por su intensidad lírica, repite la forma de la elegía II.  Notamos en ella el uso del encabalgamiento de los versos: “… Cuando recuerdo los penosos días / en que agitado de mi amor reciente, / decirlo quise para que mi amada / correspondiese, … Cuando a mis ojos se presenta el cuadro / de los pesares con que crudamente / me ha perseguido, ya que mi amor dije, / mi infausta suerte: / … Yo no sé cómo todavía el pecho / no ha escarmentado; todavía quiere, / aún late obstinado y perpetúa / su ardor perenne…”  El empleo del endecasílabo y el heptasílabo a modo de Fray Luis de León, indica la presencia de este en su formación literaria.  Melgar regresa a Arequipa después de una larga estadía en Lima y ahí se entera del alzamiento del brigadier Mateo García Pumacahua en el Cuzco, contra el poder español.  Se enrola en sus tropas como Auditor de guerra y como artillero.  En las pampas de Umachiri (Arequipa) los rebeldes son derrotaos y Melgar hecho prisionero.  Tras un juicio sumario, fue fusilado en el amanecer del 12 de Marzo de 1815.  Y así, a diferencia de los longevos Peralta y Barnuevo, el Conde de la Granja; Olavide y Unanue, Melgar se quemará en su autora a los 24 años. Otras obras de Melgar son sus fábulas: “Las aves domésticas”, “Las abejas”, “El asno cornudo”, “Las cotorras y el zorro” y “El cantero y el asno”



FÁBULAS


Mariano Melgar produjo en el campo poético varia fábulas, siguiendo en ellas la corriente española fabulista del siglo XVII como la de Félix María Samaniego y Tomás de Iriarte.  Antes de ver el contenido de algunas fábulas del poeta arequipeño, mencionaremos la intención o mensaje de las mismas.  En “Las cotorras y el zorro”, Melgar hace el elogio del silencio y en cierto modo de la introversión propia del indígena.  En “La abejas”, nos muestra la imperfección de la organización política.  En “Las aves domésticas la diferencia de clases en la vida colonial, como consecuencia de la posición liberal adoptada por Melgar.   En “El asno cornudo” se plantea el problema de la necesidad de suprimir las ambiciones personales y de mantener la lucha por la libertad.  En “El ruiseñor y el calesero”, el ruiseñor dice: “usted no tiene oreja”; el calesero contesta que los amos no le han formado el buen gusto.  Esta fábula nos lleva a la crítica de la retórica y al elogio del buen gusto literario.  Otras de menor importancia son “La ballena y el lobo” y “El murciélago”.  En la fábula “Los gatos” encontramos varios gatitos que han sido paridos poco tiempo hace.  Uno blanco, uno negro y otro manchado.  Luego que quedaron huérfanos, un perro endemoniado los perseguía.  Se vieron entonces en la necesidad de unirse para combatir al enemigo.  Pero entonces sucede lo inesperado, comenzaron a discutir sobre quién de ellos debería ser el líder.  Maullando el blanco dijo: “A mí me toca por mi blancura, indicio de nobleza”.  El negro contestó: “Calla la boca; el más diestro y valiente mandar debe”.  “Malo”, dijo el manchado, “Si esto dura temo que todo el diablo se lo lleve.  Unión y mande el digno”.  Todos querían liderar y de réplica en réplica, terminan arañándose.  Y a sus alaridos acude un perro y los destroza.  Moraleja: “Si a los gatos al fin nos parecemos / paisanos. ¿Esperamos otra cosa? ¿Tendremos libertad? … Ya lo veremos…”.  En “El cantero y el asno”, Melgar manifiesta que ciertas gentes dicen que el indio es incapaz, pero que él a esas gentes va a contestarles con un cuentecillo.  Cierta mañana bajaba un cantero rollizo repartiendo y lanzando latigazos y gritos sobre sus sacrificados borricos.  Los llamaba brutos y los comparaba con los caballos que poseen belleza y brío.  Así clamaba el hombre lleno de euforia.  El más astuto de los borricos de buenas maneras le dijo: ¡Tras cuernos palos!  ¡Vaya! Nos tienes mal comidos.  Siempre bajo la carga.  ¿Y exiges así el brío? …Le reprochó esto y muchas cosas más  que pusieron al cantero en situación incómoda.  Moraleja: “Un indio si pudiera. / ¿No diría lo mismo?  “En las cotorras y el Zorro”  encontramos a más de un centenar de cotorra 8aves parecidas al papagayo), que haciendo un ruido infernal, vuelan a robar a cierto sembrío.  La persona encargada de cuidar el sembrío no era muy lista, pero la batahola provocada por las aves, podía poner en alerta a cualquier  tonto, y así el vigilante acudió ante los gritos, y las aves no pudieron comer ni un grano.  Un zorro que estaba por ahí escondido al ver lo acontecido dijo impacientemente: “Yo robo mis pollos, pero despacito; los gritos despiertan al fiero enemigo; sólo con silencio se logra buen tiro”  Moraleja: “Dijo bien el zorro, / yo también digo”.  En “Las aves domésticas”, vemos un corral donde varios pavos muy soberbios miran con desprecio a otras aves de cría.  Con gran burla cada uno decía: “Palomitas, gallitos… no hay más”.  Cuando se topaban con una gallina ni la miraban; pero la infeliz queriendo agradar a los vanidosos pavos se postraba.  Por otro lado los gallos tenían su tertulia invitando a las aves del corral a la paz y a la unión,, pero no aceptaban en ellas a ningún pavo.  Las aves desdeñadas sufrían mucho con el ultraje.  Entonces un gallo fue a intentar ablandar a los pavos pues buscaba quietud y sosiego en el corral.  Los pavos, lejos de aceptar la concordia propuesta, buscaron humillar al jefe, este lejos de desistir en su intento, vuelve a la carga.  Los pavos resisten en su soberbia y orgullo.  Los gallos a patadas y picos deshacen el plumaje de los pavos: Moraleja: “Si a unos hombres la pompa quitasen / los que mandan, en ley de justicia. / Di: en los gallos yo no hallo malicia. / ¿Y en los pavos? … No es malo callar.



FRUTOS DE LA EDUCACIÓN


Esta comedia, que fue representada por primera vez en el teatro de Lima el 6 de Agosto de 1829, fue escrita por Felipe Pardo y Aliaga, quien en 1821, al declararse la Independencia del Perú, hubo de partir a España con su familia por ser su padre adverso al nuevo sistema.  Pardo y Aliaga, quien había nacido en Lima el 6 de Junio de 1806, nos presenta a don Feliciano, quien ha tomado a su cargo a su sobrino Bernardo por orden expresa del padre de éste, don Juan Perales Marqués de los Cien Pozuelos, quien dejó dispuesto tal celo en su testamento.  Pero ¨Bernardo va a cumplir veinticinco años, y todo tendrá que ponerlo a su cargo, ante lo cual, Feliciano propone a su esposa doña Juana, casar a su hija Pepita con el dichoso sobrino, a fin de salir de los aprietos económicos en que se encuentra.  Doña Juana se niega rotundamente a lo que considera un descabellado himeneo, pues considera al prometido, un necio, jaranero y jugador.  Feliciano insiste alegando que ha llegado a tal decisión como fruto de profundas reflexiones y largos desvelos, y que por otro lado, de no concretarse la boda se hundirán en la miseria.  Doña Juana consiente de muy mala gana, pero con la condición, de que si se presenta otro pretendiente que ofrezca ventaja más positiva aceptaría el nuevo partido.  Feliciano queda muy feliz por haber logrado convencer a su mujer y se apresura a hablar con su sobrino Bernardo, a quien trata con mucho mimo y remilgo.  Comienza su ardid indicándole al muchacho que cuando maneje su fortuna, para lo que ya falta poco, lo haga con precaución y sin desembolsos superfluos; le recuerda además que como nadie es eterno, deberá casarse para que a su muerte sus bienes no queden en manos de gente extraña.  Antes que el muchacho pueda reacciona, contra lo que él ni siquiera ha imaginado todavía (el matrimonio), Feliciano logra convencerlo para que se case con su hija Pepita.  Más adelante surge algo que don Feliciano no había previsto; Don Manuel, hermano de doña Juana, cuenta a Pepita que don Eduardo, muchacho que ha estudiado en Inglaterra, la quiere desde hace mucho tiempo y que su ilusión es casarse con ella.  Con hábiles subterfugios logra convencer a la sobrina y, presuroso, comunica el acontecimiento a su hermana doña Juana, quien acepta con algo de recelo.  Juana informa a su marido  su decisión de casar a Pepita con Eduardo, ante lo cual Feliciano reacciona diciendo que jamás permitirá que la sangre  asturiana de Feliciano Gómez se mezcle con la de aquel hombre.  Don Manuel, que se halla presente, le increpa el hecho de que pretenda casar a su sobrina con un mozo predulario que no piensa más que en bailes de mulatas, naipes y dados.  Por fin, esposa y cuñado, logran quebrantar la obstinada decisión de don Feliciano; pero esto no le impide pensar en el día que tenga que rendir cuentas a Bernardo, cuyo patrimonio se lo  ha gastado casi en su totalidad.  Llega Eduardo y don Feliciano le manifiesta su consentimiento para la boda con Pepita.  Como celebrando el hecho doña Juan, Pepita y el afortunado novio, asisten a la fiesta que da una Marquesa.  Bernardo se encuentra con su tío Feliciano y le dice que es preciso que sepa que Pepita no lo quiere a él por marido, y que por el contrario le resulta antipático.  Don Feliciano lo deja con la palabra en la boca y se retira sin hacerle caso.  Como Bernardo no está enterado de que Doña Juana convenció a don Feliciano de casar a Pepita con Eduardo.  Él sigue pensando que el tío está empeñado en endosarle a la hija.  Decide entonces poner comienzo a un plan que ya tiene preparado.  En el tercer y último acto, encontramos a don Feliciano resignado, pero buscando sacar provecho de la situación que se presente.  

Al otro día doña Juana y Pepita comienzan a rajar de todos los que estuvieron en la fiesta: “Que la Catita se había puesto un vestido de la época de su abuela”; “Que Lucía baila como un tropo y sin gracia”; “Que Carmen tenía un peinado que le ponía la cara lo mismo que luna llena”;”Que las patas de Mercedes eran gordas y mal hecha”; “Que la hija de la Marquesa era fea como un demonio”, etc.  Nadie hubo de escapar al “despellejador lente” de Juana y Pepita.  Aparece perico, criado de don Feliciano, para informar que Eduardo ha llegado y que desea hablar con doña Juana.  Su lenguaje es tan ininteligible, que es tratado de “diablo de negro” y de “bestia” por Pepita y su madre.  Pepita se retira cuando Eduardo ingresa; éste le informa a doña Juana que debe partir a Pasco ya que sus negocios ahí  no andan muy bien, y que por ello no puede cumplir con su promesa de matrimonio y, que por otro lado, no desea que en su ausencia se desaproveche alguna oportunidad de matrimonio que se le presente a Pepita.  Doña Juana que no está dispuesta a dejar escapar tan buen partido para su hija, le dice que eso no es ningún problema ya que el enlace puede apresurarse.  Eduardo objeta entonces que es no podrá ser porque deberá partir en pocos días; pero doña Juana no es hueso fácil de roer, y vuelve inmediatamente a la carga; le pide a Eduardo que deje poder a Don Manuel para que se case con Pepita en su nombre, e inmediatamente la llevará, él mimo, a Cerro de Pasco.  Eduardo que sólo buscaba pretexto para poner fin al compromiso, no le queda más remedio que confesar a doña Juana la verdad que lo ha llevado a tal determinación.  “Considera que él no le conviene a Pepita, ni ella cuadra con su genio”. Doña Juana se muestra indignada y lo llena de insultos, llegando a decirle que su comportamiento es “propio de un negro”.  El desplante del muchacho, sumado al hecho de que en la fiesta Pepita se encargó de desperdigar la noticia de su próxima boda entre sus amigas, pone de mal humor a doña Juana.  La verdadera razón sobre la conducta de Eduardo la trae don Manuel: Pepita en la fiesta de la Marquesa bailón la zamacueca con tanto salero, con la maestría de una negra venida del África, lo cual para Eduardo significó una desvergüenza, porque consideró que aquel baile no era propio de una muchacha bien criada.  Don Feliciano, por el contrario, se llena de regocijo con la noticia y propone que para darle su escarmiento a Eduardo, es conveniente que Pepita se case con Bernardo.  Todos, a excepción de don Manuel, están de acuerdo con la proposición.  Don Feliciano manda a Perico a buscar a Bernardo a su habitación; el mulato regresa al poco rato con una carta.  En ella Bernardo le indica a su tío que no piensa casarse con Pepita porque ya está casado, en matrimonio secreto, con una mulata con quien tiene tres hijos.  Le exige además que le devuelva hasta el último centavo de su herencia, o de lo contrario le hará pleito.  Ante tal catástrofe, don Manuel se ofrece a interceder frente a Bernardo a quién le dará su fianza hasta que se le pueda devolver todos sus bienes, y promete a Pepita que no perderá ocasión ni circunstancia, para que en Eduardo vuela a encenderse la llama del amor hacia ella.



UN VIAJE


El 16 de Setiembre de 1840, publicó Felipe Pardo y Aliaga el “prospecto” de “El espejo de mi tierra”, periódico destinado a corregir las costumbres y acicatear el buen gusto con el ejemplo de las europeas.  Lema de la publicación era una cuarteta de don Francisco de Quevedo y Villegas: “Señoras, si aquesto propio / no llegara a suceder, / arrojar la cara importa / que el espejo no hay porqué”.  En este mismo número, de “El espejo de mi tierra”, se inserta el admirable artículo “Un viaje”, cuyo protagonista, “El niño Goyito”, estupendamente caracterizado en fondo y forma, ha pasado a ser el equivalente de petimetre, “niño bien” o joven engreído de Lima.  Es una pieza de antología.  El costumbrismo, Escuela a la que perteneció Pardo y Segura centra su foco de acción en las costumbres populares.  Pardo y Aliaga y sus discípulos consideran a la costumbre como algo por corregir y aprovechar; Segura como algo para corregir y servir.  De aquí que el primero represente la tendencia anticriollista y el segundo la criollista.  Caso análogo, y que permite compararlos, son Cieza de León y el Inca Garcilaso, por cuanto, mientras el primero describe al Perú para utilizarlo mejor, el segundo lo evoca y pinta porque se delita con su imagen y recuerdo.  Cabe resaltar que el costumbrismo norteamericano y sudamericano coinciden en el tiempo; Washington Irving, James Fenimore Cooper y Mark Twain, personifican algo semejante a lo que Larriva, Segura y Pardo en el Perú apenas emancipado.  Si bien Segura y Pardo y aliaga son los clásicos indiscutibles de nuestro costumbrismo, uno de sus más prominentes precursores es José Joaquín de Larriva y Ruíz, quien valiéndose de fisgas y bromas, batalló contra Pardo.  No sabía Pardo que “El cojo” Larriva iría a identificarle con su hechura literaria, y a aplicarle a él mismo el remoquete de “Bernardito”, haciendo alusión a uno de los personajes de la primera obra de Pardo: “Frutos de la educación”.  Sostuvieron ambos una cruenta polémica literaria que degeneró en frases gruesas y, finalmente, en un entrevero contundente, en que el clérigo llevó, como es natural, la peor parte…  El estreno se “Frutos de la educación”· es acogido con aplausos; pero un repentino cambio se opera y don Felipe Pardo y Aliaga, recibe los primeros ataques de la crítica.  Se le acusa, en verdad, injustamente.  No se tiene en cuenta el fervoroso deseo que lo anima, quiere abolir mas costumbres que juzga perjudiciales, combatir contra los malos hábitos ciudadanos satirizando las costumbres de la vida criolla, las usanzas y vestidos típicos, los bailes populares, la frivolidad y la cundería criolla, con un espíritu conservador y culto.  Recordemos que don Felipe recibió esmerada instrucción en España, donde sus estudios literarios los recibió en la célebre Academia del Mirto, bajo la dirección de don Alberto lista, y teniendo entre sus condiscípulos nada menos que a José de Espronceda, el célebre autor de “El diablo mundo”, y de Ventura de la Vega, autor de “El hombre de mundo” y “La muerte de César”.  Así como Pardo, los personajes y argumentos de Segura traducen las inquietudes limeñas de la época, de manera tan fiel, que no se necesita la historia, una vez leídas sus comedias, para entender el problema de acomodación política y social que se estaba produciendo en la capital de un país tan centralista como era y sigue siendo el Perú:  Los militares ambiciosos, insolentes, procaces e ineptos, en “La Pepa” y “El sargento canuto”, la irresponsabilidad de la prensa, especialmente del diario “El Comercio”, en “Percances de un remitido”; la afición a las conjuras en “Un juguete”; la jarana criolla en “La moza mala”; “Lances de Amancaes” y “El santo de Panchita”; el conflicto espiritual de los criollos, hijos de españoles, ante el tiempo de la independencia en “La espía”; los prejuicios sociales y sexuales en “Las tres viudas”; las cortapisas familiares y políticas en torno al matrimonio, así como la injerencia de éstas en aquellas, en “El resignado”.  En un viaje, Pardo nos presenta a “Goyito”, prototipo del “niño engreído”, personaje típico de la Lima de su época, que ha estado recibiendo por tres años enteros cartas de Chile, en que le informan la necesidad de que viaje a aquel país a solucionar ciertos negocios interesantísimos de familia, que han quedado embrollados con la muertes súbita de un deudo.  El niño Goyito va a cumplir cincuenta y dos años, y desde que salió del vientre de la madre le llamaron niño Goyito y niño ´Goyito le llaman ahora y lo llamarán así hasta que muera, porque hay muchas gentes que van al panteón como salieron del vientre de su madre.  Tres años se pasó considerando el niño Goyito cómo se contestarían esas cartas y cómo se efectuaría ese viaje.  Pero al final el asunto se decide y el niño Goyito viajará a Chile.  Como era natural la noticia corrió como reguero de pólvora por toda la parentela, y dio conversación y quehaceres a todos los criados afanes y devoluciones a todos los conventos y convirtió la casa en una algazara.  Las “hermanitas” de Goyito (la menor de las cuales era su madrina de bautizo) consumieron seis meses en preparativos para la partida del viajero y, a pesar del dolor en que encontraban, se buscaron sastres por allá; un hacendado de Cañete mandó tejer en Chincha cigarreras, los dulces para el viajero fueron responsabilidad de la madre Trasverberación del Espíritu Santo y otra parte a Sor María en Gracia; las pastillas fueron encargadas a la Madre Salomé; el padre Florencio de San Pedro corrió con los sorbetes, y se encargaron a distintos manufactureros y comisionados, sustancias de gallina, botiquín, vinagre de los cuatro ladrones para el mareo, camisas a centenares, chaqueta y pantalón para los días calurosos.  Llegado el día surgió la disyuntiva de si el buque en el que viajaría Goyito era seguro o no.  Después de costearle el viaje, un catalán pulpero fue el elegido para determinar la seguridad de la embarcación.  Su dictamen es rotundo; “El barco es bueno y don Goyito irá tan seguro como en un navío de la Real Armada”.  Este dictamen calma la inquietud.  

Las lágrimas de las despedidas se confunden con los encargos; jamones, dulces, lenguas y cobranzas.   ¡Adiós hermanitas mías! ¡Adiós Goyito de mi corazón!,  El alma de mi mamá Chombita te lleve con bien, son algunas de las invocaciones que cierran el tan esperado viaje.  Este acontecimiento resultó tan notable que en las tertulias se pregunta: ¿Cuánto tiempo lleva fulana de casada?  Aguarde Ud.: fulana se casó estando Goyito para irse a Chile”.  “¿Cuánto tiempo hace que murió el guardián de tal convento?. Yo le diré a Ud.; al padre guardián le estaba tocando las agonías, al otro día del embarque de Goyito.  Me acuerdo todavía que se las recé, estando enferma en cama, de resultas del viaje al Callao”.  “¿Qué edad tiene aquel jovencito?  Déjeme usted recordar, nació en el año de… Mire usted, éste cálculo es más seguro: Son habas contadas: cuando recibimos la primera carta de Goyito estaba mudando dientes.  Con que, saque usted la cuenta…”  Este artículo fue publicado a raíz de un viaje que Pardo tenía que realizar y se despide lamentando el hecho, de que por este alejamiento tendrá que suspender sus dulces coloquio9s con su público.  La tendencia anticriollista de Pardo fue satirizada por Segura en 1828, y en 1830, desde el nuevo Mercurio  peruano.  Paralítico, ciego, tiene que dictar sus últimas obras a su hija Paca.  Muere en medio de generales lamentaciones y de fúnebre boato, el 24 de Diciembre de 1868




LOS GALLINAZOS SIN PLUMAS


E
ste es el cuento más afamado de Julio Ramón Ribeyro, escritor peruano nacido en 1929, y que fuera publicado en el libro “La palabra del mudo”.  En una carta a su editor fechada el 15 de Febrero de 1973, Ribeyro manifestaba: “¿Por qué “La palabra del mudo”?  Porque en la mayoría de los cuentos que ahí se encuentran se expresan aquellos que en la vida están privados de la palabra, los marginados, los olvidados, los condenados a una existencia sin sintonía y sin voz.  Yo les he restituido este hálito negado y les he permitido modular sus anhelos, sus arrebatos y sus angustias”  Palabras, donde huelgan  los comentarios, que aperturan esta antología de cuentos que tienen como premio “Los gallinazos sin plumas(París 1954).  Aquí Ribeyro nos presenta a don Santos, viejo rezongón y a sus dos nietos:  Efraín y Enrique, quienes diariamente son lanzados a la ciudad por el abuelo, para que en los cubos de basura que “adornan” las calles, busquen el sustento de Pascual, marrano, a quien don Santos profesa mayor dedicación que a los nietos.    

Ribeyro describe, con profundo y crudo realismo, algo que sus ojos de niño vieron cuando su padre los mandaba a votar la basura, tal como él lo manifiesta en su cuento... “Un domingo, Efraín y Enrique llegaron al barranco.  Los carros de la Baja Policía, siguiendo una huella de tierra, descargaban la basura sobre una pendiente de piedras. Visto desde el malecón, el muladar formaba una Especie de acantilado oscuro y humeante, donde los gallinazos y los perros se desplazaban como hormigas.  Desde lejos los muchachos arrojaron piedras para espantar a sus enemigos.  Un perro se retiró aullando. Cuando estuvieron cerca sintieron un olor nauseabundo que penetró hasta sus pulmones.  Los pies se les hundían en un alto de plumas, de excrementos, de materias descompuestas o quemadas.  Enterrando las manos comenzaron a explorar.  A veces, bajo un periódico amarillento, descubrían un a carroña devorada a medias.  En los acantilados próximos los gallinazos espiaban impacientes y algunos de acercaban saltando de piedra en piedra, como si quisieran acorralarlos.  Efraín gritaba para intimidarlos y sus gritos resonaban en el desfiladero y hacían desprenderse piedras que rodaban hacia abajo hasta el mar. Después de un ahora de trabajo regresaron al corralón con los cubos llenos. -¡Bravo! –exclamó don Santos –Habrá que repetir esto dos o tres veces por semana.”  Las palabras de don Santos, son concluyentes para mostrar su indiferencia ante el peligro a que se ven expuestos sus nietos.  Por el contrario, lo único que puede preocuparlo s el destino de su querido Pascual, cerdo que habita en la pobre vivienda.  Habitación mísera donde los niños están en peligro de contraer cualquier enfermedad.  Cuando  Efraín enfermó y no se pudo levantar a cumplir su diario martirio, el despiadado abuelo lo mandó a los muladares; labor que hubo de multiplicar por exigencia del empecinado anciano, que no quería ver reducida la ración del animal.  Cuando los muchachos debido al cansancio no pudieron cumplir con los cada vez más exigentes requerimientos del abuelo, este, sin ningún miramiento cogió a “Pedro”, el perro de los niños, y lo arrojó al chiquero donde ya el cerdo se desesperaba por el hambre.  Este hecho motivó la reacción de Enrique quien se abalanzó furiosamente sobre el anciano, quien perdiendo el equilibrio cayó al chiquero, donde hacía unos instantes “Pascual” había devorado al perro.  Ambos niños huyeron precipitadamente, mientras desde el chiquero llegaba el rumor de una batalla.  Otros cuentos que conforman “La palabra del mudo” son:   “Al pie del acantilado” (que plantea la odisea vivida por un padre y sus dos hijos que habitan en uno de los acantilados de la playa de Magdalena), “Junta de acreedores” (1954).  “El jefe” (1958), “Silvio en el rosedal” (1917),  “Fénix” (1962).



OBRA POÉTICA

                                                                                                                                 
La obra poética del poeta peruano Carlos Augusto Salaverry se caracteriza por su suave erotismo, por su persistente nostalgia, y por su melancolía.  Nacido en Piura, el 4 de Diciembre de 1830, Salaverry, fue un poeta de pura cepa.  Poseía una imaginación tropical, un tono triste, eficazmente cultivado por el drama de su prematura orfandad.  El amor de la madre de modesta condición social, no puede suplir la egregia ausencia del padre.  Era muy pequeño aún cuando los fusiles confederados de Santa Cruz y Orbegozo cortaron en flor la existencia del gallardo rebelde del Callao; el padre murió fusilado en Arequipa el 18 de Febrero de 1836.  Gran parte de la obra poética de Salaverry fu publicada en un libro de 400 páginas Titulado, “Albores y destellos”, que comprende. “Albores y destellos”, “Diamantes y perlas” y “Cartas a un ángel”, que circulo profusamente en Europa y América  con anterioridad  a las dos últimas décadas del ochocientos y que fu impreso en El Havre (Francia) a fines de 1871.  El tono predominante en su poesía es el de la melancolía y la suave tristeza.  Su actitud poética es la del que canta la pérdida o la ausencia de algo amado o precioso; esta característica fundamental en la obra de Salaverry la apreciamos en “Ilusiones”, del libro “Diamantes y perlas”…’Venid a mí sonriendo y placenteras, / Visiones que en la infancia he idolatrado: / ¡Oh recuerdo! Mentiras del pasado / ‘Oh esperanza! Mentiras venideras… Ya que huyen mis lozanas primaveras / quiero ser por vosotros consolado, / en un mundo fantástico, poblado / de delirios, de sombras y quimeras /… Mostradle horrible la verdad desnuda / a los que roben, de su ciencia ufanos, / a todo lo ideal su hermoso aliño; /… pero apartadme de su estéril duda; / y aunque me cubra de cabellos canos, / dejadme siempre el corazón de un niño…”.  La nostalgia de Salaverry está provocada principalmente por dos causas; la reflexión sobre su propio destino agobiado por el paso del tiempo y la duda del más allá, y el desengaño amoroso, que empaña el mundo encantado de ilusiones y esperanzas con el que el romántico pretende huir de la fatalidad de su destino.  La primera actitud predomina en su poesía filosófica (libros como “Albores y destellos” y “Ministerios de la tumba”); la segunda en su poesía amorosa (“Cartas a un ángel”>).  Esta primera causa está unida a otro de los grandes temas de Salaverry: el de la muerte.  Diría el poeta peruano en el poema titulado  “¡Felipe Pardo!”, del libro “Albores y destellos”…  “La humilde flor, que el delicado broche / abre, bajo el rocío de la noche, / y en las tinieblas sus aromas vierte, / semejase a mi musa desolada / Cantando las grandezas de la nada / y el esplendor sombrío de la muerte /… ¡No sé qué lazo oscuro y misterioso / me liga a la morada del reposo / y del silencio y soledad desierta! / La oscuridad me atrae y me cautiva / Que otros alaben la grandeza muerta...”.  El mar es otro tema de romanticismo de Salaverry.  La visión del mar en el puerto de Coburgo (Alemania) termina por mostrarle la inmensidad de Dios que surge en su alma; Y el mar es profundo como su angustia; tormentoso é inmóvil según las circunstancias; sudario o tumba. En su extenso poema “Inocencia y orgullo” de Albores y destellos”, se suman sobre el océano en determinadas estrofas, las notas del amor, de la nostalgia, de la muerte y de persistencia en la niñez que destacan en su poesía: … “De una colina ala desnuda falda / llevo a veces mi mente pensativa, / tiendo del mar en la verdosa espalda / una mirada triste y fugitiva. / Del agua que semeja a la esmeralda / contempla la fugaz alternativa, / en la ola que el céfiro suspende / y con suave ondulación desciende.  Todas las tardes, cuando el sol destella / su moribunda luz sobre la roca, / voy a mirar la espuma que se estrella l/ de la ola azul que con las peñas choca. / Tiendo hacia el mar mi solitaria huella, / y allí, un suspiro de mi mente evoca / recuerdos que no borra la distancia, / desde la tumba al lecho de mi infancia…”.  

Es sugestiva la persistencia con que Salaverry emplea el recurso poético de una estrofa final que sintetiza los pensamientos desarrollados en estrofas anteriores que van girando alrededor de un tema.  Este recurso renacentista, cuyo más vivo ejemplo es el primer monólogo de Segismundo en “La vida es sueño” de Calderón de la Barca, aparece en varias composiciones de Salaverry a través de diversos estadios de su poesía.  En el soneto “A la esperanza”, de “Diamantes y perlas”, se evidencia este hecho. … “Yo sé que eres un ave fugitiva, / un pez dorado que en las ondas juega, / una nube del alba que desplega / su mirada de rosa y me cautiva… Sé que eres flor que la niñez cultiva / y el hombre con sus lágrimas la riega, / sombra del porvenir que nunca llega, / bella a los ojos, y a la mano esquiva... yo sé que eres la estrella de la tarde, / que ve el anciano entre celajes de oro /.  Cual postrera ilusión de su alma, bella;… Y aunque tu luz para mis ojos no arde, / engáñame, ¡Oh mentira! Yo te adoro, / ave o pez, sombra o flor, nube o estrella…”.  Si quisiéramos estudiar el diccionario de Salaverry, encontraríamos profusamente repetidas palabras como: ángel, niño, dolor, muerte, tumba, vida, verdad, mar, sombra, amor y derivados, desolación, ilusión, recuerdo, flor, celaje, que indican el campo de su poesía romántica, campo que se manifiesta dentro de diversas formas métricas.  A través de su obra, Salaverry utilizaría el soneto, el octosílabo popular y el endecasílabo itálico; las estrofas de pie quebrado y las formas nuevas de metros combinados en que se mezclan hexasílabos y endecasílabos, que termina en dos versos de siete, o en las  sorpresivas notas del yaraví, plenamente logrado en sus poemas como “Capricho”… “¿Por qué cae de tus ojos esa lágrima, / en las rosas encarnadas del rumor, / desprendida de aquel cielo en que las vírgenes / cubren, tras velo púdico, / el alma de amor?...”. Dentro de la obra poética de Salaverry no podríamos omitir su poesía patriótica de sus primeros años, inserta en “Albores y destellos”. En el poema, “El general Castilla”, se refleja la admiración que profesa hacia el Mariscal: … “Cuando leo en el siglo venidero / el epitafio de tu inmensa fama, / bajo su estatua ecuestre de guerrero, / y que el Perú “Libertador” te aclama; / aunque la voz de mi altivez te asombre, / siento en mis manos no tener tu acero, / tu ejército  y tu nombre; / el patrio amor mi corazón inflama… / pero gracias a ti y a tu grandeza / no alzaré ya del polvo mi cabeza... Tú haces que en la impotencia se consuma / el noble aliento de mi joven alma; / por todas partes tu poder me abruma, / y ni aún mi humilde pequeñez te calma / ¡Oh! Si a lo menos inmortal mi pluma, / con un eterno canto, / yo iría, cual tu sombra expiatoria, / siguiéndote hasta el templo de la gloria”.  El apasionado erótico – sentimental se muestra en “Cartas a un ángel”, donde se refleja la actitud doliente del poeta que se coge a la poesía bacqueriana, en el intento de plasmar un sentimiento en pocas palabras, con la utilización del cuarteto de pie quebrado.  En este libro se patentizan los altibajos sentimentales de su vida, el amor turbulento y desgraciado de su breve matrimonio con Mercedes Felices, en los años más desbordantes de su pasión por el teatro y, su contrariado amor por Ismena Torres.  De “Cartas a un ángel”, brota una pieza de antología titulada “Acuérdate de mí”: … ¡Oh! Cuánto tiempo silenciosa el alma / mira en redor su soledad que aumenta: / como un péndulo inmóvil ya no cuenta / las horas que se van!... ¡Ni siente los minutos cadenciosos / al golpe igual del corazón que adora / aspirando la magia embriagadora / de tu amoroso afán!... Ya no late, ni siente, ni aún respira / petrificada el alma allá en lo interno: / ¡tu cifra en mármol con buril eterno / queda grabada en mí! …”  Brota en este poema el lirismo más puro, más transparente de nuestro romanticismo, y al mismo tiempo emerge en sus versos un canto al dolor, la ausencia,  al pasado feliz: … “Ni hay queja al labio ni a los ojos llanto; / ¡Muerto para el amor y la ventura. / está en tu corazón mi sepultura / y el cadáver aquí / … En este corazón ya enmudecido / cuya la ruina de un templo silencioso, / vació, abandonado, pavoroso, / sin luz y sin rumor, / embalsamadas ondas de armonía l/ elévanse un tiempo en sus altares, / y vibraban melódicos cantares los ecos de tu amor… ¡Parece ayer! … de nuestros labios mudos / el suspiro de “Adiós” volaba al cielo, y / escondías la faz en tu pañuelo / para mejor llorar! …”.  Salaverry expresa un amor ubicuo, omnipresente: … “Mi recuerdo es más fuerte que tu olvido; / mi nombre está en la atmósfera, en la brisa, / y ocultas a través de tu sonrisa / lágrimas de dolor; / pues mi recuerdo tu memoria asalta, / y a pesar tuyo por mi amor suspiras, / y hasta el ambiente mismo que respiras / te repite mi amor…”.  La desolación estará en sentirse solitario y  perdido, buscando un imposible: hacer un nido entre dos inmensidades: el mar y el cielo: …” ¡Oh! Cuando vea en la desierta playa / con mi tristeza y mi dolor a solas, / el vaivén incesante de la solas / me acordaré de ti; … Cuando veas que un ave solitaria / cruza el espacio en moribundo vuelo, / buscando un nido entre el mar y el cielo / ¡Acuérdate de mí!...”.  En este libro destaca también la octava real titulada “Responde”:… “Dios dijo al ave de los bosques. ¡canta! / al tierno cáliz de la flor: ¡perfuma! / a la estrella: ¡las nubes abrillanta! / el sol: ¡irradia en la azulada bruma! / al ambiente: ¡suspira! Al río. ¡encanta! / con tus bellezas de argentada espuma! / Y a ti mujer, para el amor nacida / te ha dicho acaso Dios: ¿Ama y olvida?...”. En su poema “Olvido”, demuestra Salaverry su maestría en la métrica multiforme, así como en la aplicación de la rima consonante…”.  Llegó aquel del amor temido instante / en que risueña la mujer olvida, / porqué mordió en el árbol de una vida / la misteriosa flor! … ¡Llegó del desencanto amargo día, / aquel en que la sierpe tentadora, / rompe en el mismo labio del que adora / la copa  del amor! / … ¡Apenas vi la luz! Y ya en tu cielo / rueda a morir el sol de mi ventura! / ¡La luz del alba era radiante y de mi ventura! / ¡La luz del alba era radiante y pura / como aurora boreal! /… y destrozas la imagen de tu amante / con una piedra que se llama ¡olvido! / ¡Porque tu frágil corazón, ha sido / espejo de cristal! Salaverry vio por primera vez reproducida una poesía suya en el “Heraldo de Lima”, por la intervención de otro poeta y compañero de armas, trinidad Fernández.  Su arrogancia juvenil, su improntu romántico, el apasionamiento que heredera de su padre, se manifiesta en aquella anécdota, repetida por Alberto Ureta y Ventura García Calderón que dice.  “Una noche cuanto se representaba en el Teatro Principal una de sus obras, el actor que desempeñaba el primer papel olvidó hacer un disparo en el momento oportuno, efecto que para el autor era decisivo en la obra.  Salaverry que se hallaba en el palco, impaciente por el descuido, poniéndose violentamente de pie, tomó su revólver e hizo fuego sobre el escenario.  Después  de la alarma producida en el teatro, interrogado Salaverry por el actor sobre el motivo que le había impulsado a asumir tan extraña actitud, contestó:  “Si para salvar mi drama no hubiera encontrado más espacio que el corazón de usted, sobre él habría hecho fuego”  “Todo el énfasis de una juventud romántica está en estas palabras y toda la arrogancia de su padre – subraya García Calderón; quien agrega se parecieron extraordinariamente padre e hijo en el arranque, en el ímpetu, en la manera temeraria de enfrentar la vida”.  Después de soportar muchos años de sinsabores  y pobreza en París regresa al Perú en 1878.  En los últimos años, al igual que a Pardo, lo ataca la parálisis.  Escribe, ya enfermo, su composición a la muerte de Víctor Hugo, el norte de la generación romántica, muere en París el 7 de Abril de 1891.  Sus restos mortales sepultados en el célebre cementerio parisino de Pére Lachaise, donde descansan los restos de ilustre comediante irlandés Oscar Wilde, fueron exhumados y sepultados en su tierra natal en 1964. 



REDOBLE POR RANCAS


Este libro del escritor peruano Manuel Scorza (Lima 1928 – Madrid 1983) es una crónica de la lucha que en los Andes Centrales libraron entre 1950 y 1962, los hombres de algunas aldeas sólo visibles en las cartas militares de los destacamentos que las arrasaron.  La obra acontece en Rancas, pueblito cerca de Junín.  El juez Francisco Montenegro simboliza al hombre que detenta el poder inicuamente u que es respetado, sólo por el temor que inspira a los habitantes de Rancas.  Prueba de esta sumisión, es el hecho de que cierto día al juez Montenegro se le cae una moneda de bronce.  Pasa un año y  nadie se atrevió a recogerla, puesto que sabían que pertenecía al juez.   A lo más que llegó el coraje de este pueblo, se aprecia en el hecho, de que un niño se atrevió a raspar la moneda con un palito, muy suavemente.  Al llegar a Rancas la “Cerro de Pasco Corporation”, un viejo campesino llamado Fortunato previene a los habitantes sobre la consecuencia nefastas que esta compañía acarrearía.  Pero en el fondo, él, como los otros, sabía que esta “usurpuradora” los echaría de sus tierras y más aún, con el apoyo de la Guardia Civil.  Héctor Chacón, en una reunión con otros campesinos, es elegido para asesinar al malévolo juez Montenegro.  Era tanto su poderío, que cualquiera podía estar seguro de que al menor gesto inadecuado, sonrisa o palabra fuera de lugar o intencionada, el causante, sin consideración alguna sería abofeteado públicamente por el juez Montenegro.  Ya el Inspector de Educación, casi todos los Directores de Escuelas, el Sargento Cabrera, el Jefe de la Caja de Depósitos y Consignaciones, habían sido abofeteados por el inicuo juez; todos debieron solicitar audiencia para pedir perdón al juez públicamente.  Cierta vez el subprefecto Arquímedes Valerio comentó el error de llamarlo por su nombre: “Don Paco”, motivo por el cual, recibió sendas cachetas.  Al día siguiente fue a pedirle perdón pero no fue recibido, luego de varios días por fin logró verlo, se disculpó diciendo que estuvo borracho y que no se había dado cuenta de su ofensa; todo quedó perdonado y el Subprefecto le suplicó que apadrinara su boda a lo que el juez accedió.  El día de la boda, casi al final, el subprefecto levantó su copa y pronuncio el brindis fatal.  “¡Salud, padrino, me he dado el gusto de ofrecerle la mejor fiesta de la provincia!”.  El juez se enfureció y lo abofeteó tres veces.  Cierto día llegó a Rancas un tren, traía alambre con el cual cercaron parte del territorio, incluyendo el cerro Hiska.  El juez Montenegro sigue dando muestras de sus abusos: su caballo llamado Triunfante pierde en una carrera frente a “Picaflor”.  El alcalde Herón de los Ríos, organizador de la carrera declara ganador a “Triunfante”, excitando así la ira de Montenegro. En una rifa organizada por doña Josefina de la Torre, Directora del Centro Escolar de Niños, se rifan doce carneros.  Herón de los Ríos preguntó al juez por sus números; Montenegro ganó todos los carneros.  El cerco de la Compañía Norteamericana tenía más de cien kilómetros de largo y empezaba en el kilómetro 200 caminos a Lima.  Las ovejas de de los rancaínos que pastaban en las tierras de “La Cerro”, fueron degolladas.  Loa Guardia Civil inicia una búsqueda tenaz para capturar a Héctor Chacón, ya que se había enterado que planeaba asesinar al juez Montenegro.  Algunos piensan que es una mujer llamada Ignacia, otros dicen que fue la hija de esta, Juana, la que lo traicionó.  Por fin llega el día en que los rancaínos son desalojados.  Todos estaban esperando a la Guardia de Asalto.  Cogieron piedras y palos.  Nadie los sacaría  Cuando llegaron, Fortunato le preguntó al alférez a qué venían, éste les respondió que a desalojarlos porque estaban invadiendo propiedad privada y que tenían diez minutos para irse.  Fortunato le dijo que era  la “Cerro de Pasco Corporation” la invasora; pero el alférez no lo escuchaba y seguía contando el tiempo mientras Fortunato hablaba, hasta que se cumplieron los diez minutos.  Cumplidos estos, los guardias comenzaron el genocidio.  Mataron a Fortunato y a todos los demás.  Lego Fortunato, ya muerto, sostiene una conversación con Alfonso Rivera, quien le cuenta que después de que lo mataron a él, los rancaínos sacaron una bandera y se pusieron a cantar el Himno Nacional, pero que ni eso respetaron los guardias y los mataron a todos.  Es interesante resaltar algunas figuras literarias usadas por Scorza:   “El subprefecto era una estatua con una copa en la mano”;  “Ellas vivían en el tejado del mundo”, “Cerro de Pasco es el culo del mundo”; (Hipérboles); “Lo que se desconocía era la mitológica fuerza de su tercera pierna” (Metáfora);  “El traje negro descendió a la plaza”: (Metonimia).  Otras obras de Scorza son.  “El cantar de Agapito Robles” “Las imprecaciones”, “Los adioses”, “La tumba del relámpago”, “Historia de Garombo el invisible”, “El jinete insomne”, “Canto a los mineros de Bolivia”, “La danza inmóvil”, “Desengaños del mago”, “Requiem para un gentil hombre”, “El vals de los reptiles” y “Litoral del olvido” (Poesía incompleta).



EL SARGENTO CANUTO


Manuel Ascencio Segura y Cordero, nacido en Lima el 23 de Junio de 1805, es el autor de esta pieza teatral que constituyó en su época un éxito rotundo que el público limeño aplaudió ardorosamente.  El absolutismo de Gamarra, tanto como la hegemonía de Santa Cruz, el brioso alarde de Salaverry y la olímpica autoridad de Bolívar, todo ello, tan distinto en apariencia, se resolvía, sin embargo, en un común denominador: militarismo. Las botas  cuarteleras taconeaban con obsesiva insistencia sobre las calles y las conciencias.  Manuel Ascencio Segura, no obstante ser miembro del ejército e hijo de militar, sentía instintiva repugnancia a todo cuanto no fuese llano, simple, natural, paisano, cívico. “La casaca se ha hecho sólo para imperar en la guerra y en lo que a ésta atañe, no para dominar a los civiles ni implica título de superioridad en lo cotidiano”.  Tan a lo vivo le caló tal sentimiento, que no pudo contener la pluma y así, en esa misma época, estrenó la obra que habría de definir su vida y su ideología: “El sargento Canuto”.  La ira de Segura contra los militares, siéndolo él mismo y habiéndolo ido su padre, retrata el drama peruano de esos días; todo él, concentrado en la angustia del sobrecogido civil ante la incoercible insolencia del uniforma.  Que después de todo, igual habían dañado y dañaban al Perú las conjuras y abusos de Gamarra (1829 y 1834), las astutas complacencias de Orbegoso (1834 – 39).  La obra comienza cuando Jacoba se lamenta con su hermana Nicolás de las atribuciones que se toma el Sargento Canuto para con ella; celándola a cada instante, como si ella tuviera alguna relación sentimental con él, cuando por el contrario, ella está enamorada de Pulido, de quien Canuto, ambicioso, fanfarrón y parlanchín, dice que es un mocito calavera y tonto.  Cuando Jacoba le dice a Nicolasa que Canuto piensa que ello lo quiere y que se lo oculta, ésta le dice a Jacoba que le diga de una vez al sargento que pierda toda esperanza, ya que no vaya a ser que también el dócil pulido comience a darle celos.  Canuto discute con don Sempronio, padre de Jacoba, sobre el hecho de que él, quiere casarse con la hija.  Don Sempronio, en estado de ebriedad, contesta a todo lo que el militar le pregunta con algún acontecimiento o dicho de tauromaquia a la cual el anciano es muy aficionado.  Este hecho crispa los nervios de Canuto.  Don Sempronio le dice que no tiene ningún inconveniente en que se case con su hija Jacoba, y que el único problema que podría surgir sería el hecho de que Jacoba no le corresponda.  A esto contesta Canuto, que un militar con su talento, conquistarla sería muy fácil y, se lanza al igual que el futuro suegro, con un discurso ya no plagado de jerigonza taurina, sino castrense.  “Aunque sea como piedra, / la dificultad no arredra / a un militar como yo. Pondréle estrecho cerco;  / cortaré las  provisiones; / veremos en conclusiones / cual de los dos es más terco. / Escuche usted / don Sempronio / yo soy viejo militar, / y empezando a pelear / no le temo ni al demonio. / Pues no faltaba más ¡vaya! / ¡Asustarme ¡ ¡A quién! ¡A mí!, / que tan grandes pruebas di / de valor en Sacabaya! / ya lo he dicho; sitiaré / por hambre esa fuerte plaza, / Y usando de astuta traza / mis baterías pondré, / de modo que a la enemiga / artillería desmonten, / para que al asalto monten / los infantes sin fatiga, / ¡al asalto!  Las escalas / de mano estén listas ya … / cegado el foso ya está… l/ nadie le tema a las balas… l/ que venga aquí un batallón / con bayoneta calada…l”  Canuto está decidido por todos los medios a casarse con Jacoba a quien le reprocha simular indiferencia, cuando por dentro su corazón se deshace por él.  Jacoba, enardecida por la vanidad de Canuto, le rechaza decididamente.  Pulido llega a casa de Jacoba donde se halla Canuto, quien le reprocha su visita y, para colmo, lo insulta.  Cuando Pulido lo reta a batirse con pistolas, Canuto da muestra una vez más de su fanfarronería y por una serie de ardides evita el enfrentamiento.  Cuando aparece don Sempronio en escena, Canuto vuelve a cobrar “Valentía”, y acuerdan el día para la boda.  Jacoba se niega, pero don Sempronio da su última palabra y le dice que se atenga a su decisión.  Canuto se retira y regresa el día cordado para la boda acompañado de un soldado llamado Cazoleta, a quien ordena colocarse en la puerta de la casa de Sempronio y no dejar entrar a nadie.  En el fondo Canuto teme alguna represalia por parte de Pulido.  A la hora acordada por el himeneo aparece el escribano con su ayudante, que no es otro que el mismo Pulido disfrazado, acompañado por Juan, el pretendiente de Nicolasa. en un descuido de Cazoleta, Pulido lo desarma y con el fusil amenaza a los dos militares quienes muestran su verdadera faceta, la de cobardía.  

A  los pocos minutos aparece don Segismundo, el escribano, acompañado de Tarima, su ayudante; Canuto y Cazoleta son obligados por Pulido y Juan a marcharse.  Ambos huyen, no sin antes lanzar amenazas a diestra y siniestra de que regresaran con cincuenta ganaderos y a bayoneta calada.  Al final don Sempronio comprende que contra el amor no se puede luchar y consiente la doble boda:  la de Pulido con Jacoba, y la de Juan con Nicolasa.  “Sempronio.- No, estoy resuelto ya que / ese bribón de sargento / me engañó con sus mostachos. / Vaya, abrácense muchachos / Vivan llenos de contento, / Unidos en tal estado, / en la calle y el retrete, / Como en el toro el jinete / cuando están bien ensillados”.



COLLACOCHA


Este drama, de índole social, sacará de la ineditez a Enrique Solari Swayne (Lima 1914), quien logró con esta pieza teatral un éxito sin precedentes durante diez años, no sólo en el Perú, sino en Méjico, Colombia, Chile y Argentina.  “Collacocha”, caso excepcional de éxito inmediato y persistente, trata de mostrarnos un personaje – masa; el ingeniero Claudio Echecopar, que comprende en sí las fuerzas del progreso y la voluntad puesta al servicio del trabajo.  Personaje enfrentado a la naturaleza, al túnel que es el otro principal héroe del presente, mantiene una lucha que tiene su clímax dramático en el segundo acto, que es con toda justicia el mejor logrado de la obra.   Escrita en Huaraz en 1955, el drama se divide en tres actos.  El primero de ellos se inicia en una cabaña ubicada en el corazón de los Andes.  Llega a esta el ingeniero Fernández, quien reemplazará a su colega el ingeniero ´días, quien no puede ocultar su alegría de saberse reemplazado, pues, como él mismo manifiesta al recién llegado, ya está hastiado de vivir en los túneles oscuros, húmedos y helados, que como arterias, se desplazan entre la roca maciza.  “La cabaña, explica Díaz a Fernández, se encuentra en la Central dos, que queda exactamente en el centro del túnel, uno saliendo de la cabaña y yendo hacia la derecha a otro túnel donde se encuentra  la Central Uno, que queda casi a la salida del túnel, después viene el campamento, la calle, y por último los pueblos.  Saliendo de la cabaña hacia la izquierda, más o menos a un kilómetro y poco antes de que acabe el túnel, se llega a la Central Tres.  Este túnel acaba en una quebrada pequeña.  El camino sigue unos trescientos metros por la falda del cerro y entra en otro túnel.  Después viene una serie interminable de túneles y puentes” y más túneles  y quebradas y más puentes”.  

Fernández escuchaba atento y admirado lo que él consideraba una obra formidable.  “Por último, explicó Díaz, el Túnel Uno y el Túnel Dos están separados por una pequeña quebrada, completamente cerrada y bastante alta.  Arriba de esa quebrada y un tanto lejos del camino, hay una laguna: es la laguna de Collacocha.  Y en la quebrada, pero al otro lado de la laguna y encima de un pequeño cerro está la Central cuatro, o Central de Collacocha”.  La detallada explicación de Díaz se ve interrumpida por la llegada de Echecopar, hombre sumamente varonil, casi rudo, desliñado y de habla pausada y enérgica.  Gran amigo de los indios que trabajan en los túneles, a veces se emborracha con ellos y se queda a dormir en sus chozas.  Echecopar no da importancia al recién llegado y comienza a impartir órdenes a través de un dictáfono a todas las centrales.  A las pocas horas aparece Soto, quien tiene a su cargo la Central de Collacocha, e informa a Echecopar que el nivel de la laguna ha descendido sesenta centímetros en seis horas, lo cual significaba que la presión del agua había aumentado tanto, que se habían abierto grietas en el fondo provocando grandes filtraciones.  El destino de esas grietas era lo que preocupaba a Soto, ya que éstas podrían salir a la quebrada o al túnel.  Echecopar no dio importancia a las advertencias de Soto y no tomó las precauciones que este le sugirió.  A los pocos minutos que Soto partió de regreso a su Central, llegó Bentín a pedirle a Echecopar que asistiera a la reunión sindical; Echecopar se negó rotundamente alegando que a Bentín solo le importaba reventar a los ricos porque los odia y les tiene envidia y, que él, Claudio Echecopar, no se prestaba para esas maniobras.  Díjole además que él era un Ingeniero de caminos y que su misión consistía en hacer caminos para que transiten camiones de la selva a la costa llevando alimentos y medicinas.  Conociendo la contumacia de Echecopar, Bentín ya no insistió.  Soto llamó a Echecopar para decirle que el primer camión proveniente de la selva con destino a la costa hacía su ingreso por el camino de los túneles.  Loa alegría fue desbordante por parte de Ingenieros y obreros; pero esta no duró mucho, ya que Jacinto taira, natural de San Pedro de Lloc y que conducía el camión, había visto una especie de arroyo en la entrada del túnel, lo cual significaba que el agua de la laguna comenzaba a filtrarse y las posibilidades de un aluvión era cosas de minutos.  Vanos fueron los intentos que se hicieron por contrarrestar la inminente desgracia.  Echecopar obligó a Soto a permanecer en su puesto mientras los obreros se lanzaban en retirada de sus puestos de trabajo.  Cuando Echecopar autorizó a Soto para que  huyera fue demasiado tard3e y el aluvión lo sepultó.  El tercer acto se inicia cuando han transcurrido ya cinco años del desastre.  A través de una conversación entre Fernández, que es el nuevo jefe, y Bentín que regresa de visita a la mina después del tiempo transcurrido, nos enteramos que Echecopar se ha construido una choza junto al cementerio; “junto a sus cholos y a Soto”.  

Con sus propias manos cuida y limpia las tumbas.  Fuera de eso su modo de ser es igual que antes.  Todas la mañanas entra a los túneles y grita su nombre para deleitarse con el eco; bromea con los obreros; carga piedras; vocifera; se ríe a carcajadas y manda a todo el mundo: Los domingos va por los cerros, por las punas, por las quebradas, por el cementerio, rodeado de todos los niños del campamento contando cómo era Soto, cómo era Sánchez, Roberto y todos aquellos que murieron.  Por dentro Echecopar es un hombre destrozado por los recuerdos, por esos hombres que murieron por causa suya según él.  Sólo cuando siente en la noche la voz de Soto, quien le dice que no se torture más y que duerma tranquilo, Echecopar encuentra en esa voz la absolución esperada.



LOS OJOS DE JUDAS

La corta existencia de Valdelomar, apenas treinta y un años, fue  intensa y generosa.  Fue, sin que haya lugar para equívocas disputas, propulsor del movimiento “Colónida”, que significó un cambio en la sensibilidad intelectual y estética del país.  Fueron sus padres Anfiloquio Valdelomar y Carolina Pinto.  En este cuento los describe de “un hermoso tipo moreno, faz tranquila, brillante mirada, bigote pródigo” y dulcemente triste”, respectivamente.  Dando inicio al cuento “los ojos de Judas”, publicado en la Opinión Nacional el 28 de Junio de 1914, Valdelomar sintetizó la dualidad de su experiencia aldeana, totalmente consciente de cómo moldeó hasta adentro su espíritu: “En el puerto yo lo amaba todo y todo lo recuerdo porque allí todo lo bello era memorable.  Tenía nueve años, empezaba el camino sinuoso de la vida y estas primeras visiones de las cosas, que no se borran nunca, marcaron de manera tan dulcemente dolorosa y fantástica el recuerdo de mis primeros años que así formóse el fondo de mi vida triste”.  El más antiguo relato que conocemos del escritor iqueño se titula “Yerbasanta”, data del año 1904 cuando concluía su Secundaria en el colegio Guadalupe, es decir a los dieciséis años.  “El puerto de Pisco aparece en mis recuerdos como una mansísima aldea cuya belleza serena y extraña acrecentaba el mar.  Tenía tres plazas.  Una, la principal, enarenada, con una suerte de pequeño malecón barandado de madera, frente al cual de detenía el carro que hacía viajes “Al pueblo”; otra, la desolada plazoleta donde estaba mi casa, que tenía por el lado de oriente una valla de Toñuces; y la tercera, al sur de la población, en la que había de realizarse esta tragedia de mis primeros años”. Así describe Valdelomar su entrañable Pisco, ciudad que es el fondo escénico donde se desarrolla la mayoría de su obra narrativa.  Esa tragedia a que alude el poeta iqueño está referida al encuentro que tuvo cuando era niño con una mujer blanca, en la playa cerca del puerto de San Andrés.  Se acostumbraba en ese entonces armar una torre de cañas en la plazuela del Castillo, donde los marineros quemaban a Judas, el criminal que había traicionado a Cristo.  La hoguera se llevaría a cabo el Sábado de Gloria.  La mujer blanca interrogó varias veces al pequeño Abraham, sobre el hecho de si él perdonaba a Judas.  Abraham muy decidido contestaba que no lo perdonaba, porque Dios se resentiría con él.  Ya era tarde, la noche empezó a caer y las luces de los barcos se anunciaron débilmente en la bahía.  Cuando llegaron a la altura de su casa, Abraham fue besado en la frente por la mujer blanca, quien le dijo adiós.  Entrada la noche, oyó ruido, carreras, voces y lamentaciones.  ¡Un naufragio!, gritaba la gente.  El pueblo se preparaba.  Estaba reunido alrededor de la orilla, alistaba febrilmente sus embarcaciones, algunos habían sacado linternas y farolillos y auscultaban el aire.  Repentinamente el barco empezó a retirarse y los reflectores y el piteo cesó.  Nadie comprendía por qué el barco se aljaba; pero cuando este se perdía hacia el sur, todo el pueblo, pensativo, silencioso e inmenso, regresó hacia la plaza en la que Judas iba a ser sacrificado.  Abraham y su padre fueron a verle.  A los pies de Judas ardía una enorme hoguera que hacía nubes de humo y que iluminaba por dentro el deforme cuerpo del condenado.  Sus grandes ojos se iluminaban de un tono casi rosado.  Abraham buscó a la mujer blanca entre la multitud congregada pero no la ubicó.  Los ojos de Judas tornáronse rojos y toda la multitud siguió su mirada que fue a detenerse en el mar.  ¡Un ahogado”, ¡Un ahogado! Gritaron por ahí.  A los pocos minutos el cuerpo de una mujer fue sacado en la plaza, y colocado cerca de la hoguera que consumía a Judas.  ¡”Papá, papá, si es la señora blanca!  ¡La señora blanca, papá!...”  Abraham creyó que el cadáver lo reconocía, que Judas ponía sus ojos sobre él y dio un segundo grito más fuerte y terrible que el primero: “-Si, perdono a Judas, señora blanca, sí lo perdono!...”.  Su padre lo cogió y lo apretó contra su pecho mientras que Abraham con los ojos muy abiertos, veía los ojos de Judas rojos y sangrientos, acusadores, siniestros y terribles, que miraban por última vez mientras el pueblo retornaba a sus casas y unos cuantos hombres se inclinaban sobre el cadáver blanco.



DIENTE DE PARNASO


En cualquier tratado de literatura se nos presenta a Juan del Valle Caviedes en función de “El diente del Parnaso”, ejemplo de monotonía, al par que buen ejemplario de galenofobia.  Nacido en Porcuna (Jaén), Andalucía, España, probablemente entre 1652 y 1654, Caviedes vino al Perú a muy corta edad.  A consecuencia de su obra satírica han circulado multitud de leyendas sobre su vida, lo que sí, es harto probable, como afirma Luis Jaime Cisneros en el mejor estudio sobre Caviedes, es que muriera loco alrededor de 1688.  El nombre de Caviedes está unido a la sátira, junto con Mateo Rosas de Oquendo (fines del siglo XVI), y Esteban de Terralla y Landa (en el siglo XVIII).  Si bien toda la obra de Caviedes está escrita en verso, no toda es satírica.  Entre sus poesías religiosas cabe mencionar la “Letanía de dos esdrújulas a María Santísima o su soneto, “A  Cristo crucificado”, que recoge una temática de asidua frecuencia literaria: … “Vos, para darme vida, Señor, muerto y yo mirándonos muerto tengo vida / atrozmente parece endurecida / o el que la tengo no parece cierto”.  Junto a los poemas religiosos tiene algunos filosóficos, como “Definición de la muerte”; “…La muerte viene a ser cumplirse un plazo, un saber lo que el hombre en vida ignora un instante / postrero de la hora, susurro que al tocarla deja el mazo…”. La obra de Caviedes tuvo mala fortuna en su salud, y que los médicos que lo atendieron no acertaron con sus males o no pudieron curarlos a tiempo.  De ello derivaría su encono contra el doctor Machuca, el sabio doctor Bermejo y el doctor Roldán.  En “Coloquio que tuvo con la muerte un médico moribundo”. Caviedes nos da una muestra de su acérrima inquina:”… El mundo todo es testigo muerte de mi corazón, / que no has tenido razón / de portarte así conmigo.  / Repara que soy tu amigo, / y que de tus tiros tuertos / en mí tienes los aciertos; / excúsame la partida, / que por cada mes de vida / te daré treinta y un muertos, /… Seré el doctor Corcobado / que, con  emplastos y apodos, / birla mucha más que todos / porque éste mata doblado.  / Y aunque siempre anda gibado / de las espaldas y pecho /, este médico mal hecho, / en el criminoso trato, / si cura cual garabato / a matar sale derecho”.  La veta religiosa y metafísica existente en su obra es lo que ha inspirado su semejanza con la figura del genial Francisco de Quevedo y Villegas en su ejercicio de los dos hondos caminos de la literatura española; la mística y la picaresca.  En Caviedes es el barroco conceptista el que prima con su sátira y caricatura preñada sólo de luces y sombras.  Por el hecho de poseer negocios, en los “Cajones de la ribera”, tiendas que se hallaban en la denominada ribera de palacio, se le conocía con el mote de “El poeta de la ribera”.  Nadie quería publicar sus versos por audaces.  Su aire de sorna también lo apreciamos en los siguientes versos de, “A mi muerte próxima,”;… “¡Me moriré! Buen provecho. / ¡Me moriré / enhorabuena, l/ pero sin médicos cuervos / junto a mi cabecera. / un amigo, si está avisarara mi fortuna encuentra / y un franciscano encuentra, / y un franciscano que me hable / de las verdades eternas, / y venga lo que viniere, / que apercibido me encuentra / para reventar lo mismo / que cargada camareta”.  

En el poema, “A un abogado que dejó de serlo para ser médico”, sus venablos envenenados de picardía están dirigidos a los hombres de leyes, otra de las víctimas del poeta andaluz: …”Licenciado ambulativo/ que a médico de abogado, / te metes, para tener / más concurso de despachos. /  Récipe los susodichos / haces con el nuevo estado; penas de cámaras, ayudas; / las peticiones emplastos.  / Por Avicena y Galeno / truecas a Bártulo y Baldo, / el derecho por el tuerto y por tumbas los estrados. / Con defender no comías, / y ahora, haciendo lo contrario,/ te  ahítas con ofender /, a todo el género humano”.  Una de sus más celebradas es, “El canónigo capón”: …”Unas misas cobró en huevos / el canónigo castrado, / porque hay misas de capón / como hay misas de gallo.  / Cobró en lo que deseaba, / aunque ocioso embarazo, / si es especie de caudal / que no tiene de embolsarlo. / Mucho mejor que los huevos, / dice el refrán, que es el caldo, / pero él nada de esto dice, / porque nunca lo ha estilado. / Hágalos sin caldos, fritos, / porque en él no será extraño / que quien de raso está en esto, / tiene huevos estrellados”.  La obra de Caviedes ha sido comparada con la de Sor Juana Inés de la Cruz, la célebre poetisa colonial mejicana.  Esto evidencia la alta estima que tiene la obra de Caviedes entre los especialistas.  Si el único poema de Amarilis es por su belleza una joya de nuestra poesía colonial, la obra de Caviedes es, por su fuerza, uno de los monumentos más importantes.



EL TUNGSTENO


Leyendo la novela “El Tungsteno”, publicada por la editorial madrileña Cenit en su colección de la Novela proletaria, es evidente que César Vallejo, había escogido y creía, que su función de escritor era poner su inteligencia y su  pluma al servicio de la clase obrera.  En la novela, Vallejo presenta por una parte la realidad de la explotación del trabajador (peruano en este caso, como si hubiera podido ser de cualquier otro país) y por otra, trata de explicar, de acuerdo con sus teorías, el cómo y el porqué de esa explotación; finalmente trata de indicar al lector el camino, único en su opinión, que puede llevar a resolver esa situación en beneficio de la clase obrera.  La lección final que Vallejo quiere inculcar al lector proletario d  su novela, como al lector general, es que sólo la solidaridad, la organización, a la manera como la prepara el obrero Servando Huanca en las minas de Quivilca, ofrece posibilidades de éxito.  Organizar y aprovechar todas las rebeldías, la del intelectual insatisfecho que se pone al servicio de la clase obrera; la del capataz ofendido por la prepotencia patronal; la del nacionalista resentido por la explotación extranjera de su país, y base de todo; la del peón; la del obrero explotado, todos bajo la dirección de quien dedique su vida a la albor revolucionaria.  Cuando la empresa norteamericana “Mining Society” logró por fin adueñarse de las minas de tungsteno de Quivilca, en el departamento del Cuzco, de inmediato llegó al Perú la orden gerencial de Nueva York disponiendo el comienzo de la extracción del mineral.  Una avalancha de indios procedentes de Colca llenó la mina en poco tiempo para satisfacer las labores de minería.  En Quivilca se instalaron junto a los peones y mineros, Mister Taik y Mister  Weiss, gerente y subgerente de la “Mining Society”; El cajero de la empresa, Javier Machuca; el ingeniero peruano Baldomero Rubio; el comerciante José Marino, que había tomado la exclusiva del bazar y la contrata de peones para la “Mining Society”; el comisario del asiento minero, Baldazari y el agrimensor Leónidas Benítez, indios de la región, fueron ingenuamente estafados por obreros, perones y sobre todo por los inescrupulosos Marino, Machuca y Baldazari.  Los soras cambiaban sus plantaciones y sus animales por cosas banales como garrafas, franelas en colores, botellas pintorescas, paquetes polícromos, fósforos, caramelos, vasos transparentes, etc.  Los soras se sentían atraídos por estos objetos, como ciertos insectos a la luz.  El primero en operar sobre las tierras de los soras para enriquecerse fue José Marino, quien formó una sociedad secreta con el ingeniero rubio y el agrimensor Benítez.  Este contubernio tuvo que vérselas en apretada competencia con Machuca,Baldazari y otros que también despojaban de sus bienes a los soras.  José Marino adulaba a todo el que, de una u otra manera, podía serle útil.  

Un día que Marino debía ir de Quivilca a Colca, se reunieron en su bazar para despedirlo, Leónidas Benítez, Mister Taik, y míster Weiss, el comisario Baldazari, Rubio y Javier Machuca.  Las botellas de champaña fueron desfilando raudamente y en cada, ¡salud!, Marino no desaprovechaba la oportunidad para adular a todos los presentes.  Cuando ya estaban ebrios Marino propuso jugar a “La rosada” a los dados, esta era una de las queridas de Marino.  Muchacha de 18 años, serrana, ojos grandes y negros y empurpuradas mejillas candorosas, la había traído de Colca, como querida, un apuntador de las minas, junto con sus hermanas Teresa y Albina.  El ganador del “premio” fue el comisario Baldazari, Marino de inmediato envió a su sobrino Cucho en busca de la muchacha, quien llegó a los pocos minutos.  El exceso de licor provocó tal degeneración que “la rosada”, que se llamaba Graciela, fue poseída por todos los presentes.  La muchacha se había negado a las exigencias de José Marino, opero éste le había dado una  pócima que la embriagó hasta privarla.  La muchacha no vio el amanecer y murió por efecto de la droga que le administrara José Marino.  Mister Taik exigió absoluta discreción.  La llevaron a su casa y dijeron a sus hermanas que le había dado un ataque y que ya se le pasaría.  Al otro día la enterraron.  Las hermanas de la difunta fueron donde miste Taik a pedirle justicia porque consideraban que a su hermana la habían matado.  El gringo las botó y todo quedó archivado en el pasado. En Colca José Marino tenía otro bazar en sociedad con su hermano Mateo; la firma se llamaba “marino hermanos”.  Los hermanos Marino eran originarios de Mollendo y hacia ya unos doce años que se habían establecido en la sierra.  Poco a poco habían ido escalando posiciones para llegar al lugar en que estaban, pero siempre con la adulación y la falta de escrúpulos como armas.  Había en casa de Mateo una india rosada y fresca bajada de la puna a los ocho años y vendida por su padre, un mísero aparcero, al cura de Colca; se llamaba Laura, y cuando José veía de Quivilca, Laura solía acostarse también con él a escondidas de Mateo.  Laura en el fondo odiaba a su patrón y amante; cuarentón, colorado, medio legañoso, redrojo, grosero, sucio y tan avaro como su hermano José.  La raíz de este encono radicaba en el hecho del desprecio encarnizado e insultante que Mateo ostentaba por Laura cuando había gente en casa de “Marino hermanos”, a fin de que nadie creyese lo que todo el mundo creía: que era su querida; esto le dolía profundamente a Laura.  José la retenía con la astucia y el engaño prometiéndole que la haría su mujer ante todos, cuando el tonto de su hermano Mateo la dejara como lo hizo con la madre de su hijo Cucho.  Esa noche fue Mateo el primero en deslizarse hasta la cocina donde dormía Laura para poseerla brutalmente.  A los pocos minutos fue José, quien aprovechando que Mateo dormía, visitó a la joven india en la cocina.  Laura le confesó que estaba preñada de él; este se negó a tal compromiso.  José había contado a su hermano que míster Taik le había pedido cien peones más para la mina de tungsteno que explotaba la “Mining Society”.  Como no era fácil convencer a los indios para tan dura tarea, en la cual ya habían casi desaparecido los soras, fueron a buscar al subprefecto Luna para que les facilitara dos gendarmes.  Este les manifestó que carecía de personal y que el escaso que estaba a su cargo los tenía ocupados “cazando” conscriptos.  Dos yanaconas, Braulio Conchucos e Isidoro Yépez, fueron traídos desde Guacapongo a Colca, para ser enrolados en el servicio militar.

Sin sombrero, bajo un sol abrazador, los encallecidos pies en el suelo, los brazos atados hacia atrás, amarrados por la cintura con un lazo de cuero al pescuezo de las mulas, los yanaconas fueron arrancados de sus hogares y atravesando ríos, quebradas y pedregales, fueron llevados a Colca ya casi agonizantes por dos crueles y sanguinarios gendarmes.  El pueblo sediento de venganza, se vuelca contra la oficina del Alcalde y liderados por el herrero del pueblo, Servando Huanca, exigen justicia.  Braulio Conchucos no pudo resistir más tiempo y cayó muerto en la oficina del alcalde Parga, delante del prefecto Luna, el secretario Boado, el juez Ortega, el gamonal Iglesias y el médico Riaño quien certificó su muerte.  Servando dio entonces un salto a la calle entre los gendarmes, lanzando gritos salvajes, roncos de ira, sobre la multitud: ¡un muerto! ¡Lo han matado los soldados! ¡Abajo el subprefecto! ¡Viva el pueblo!  La confusión, el espanto y la refriega fueron instantáneos.  El enfrentamiento entre la gendarmería y los indios tuvo como epílogo la persecución de estos últimos con el pretexto de restablecer el orden público.  No se respetó ninguna vivienda; todas fueron violentadas en busca de los “Sublevados”.  Los más encarnizados en la represión fueron el juez Ortega y el cura Velarde.  En una reunión ofrecida por el alcalde Parga, los hermanos Marino llevaron a un rincón al subprefecto Luna y lo convencieron para que este les facilitara veinticinco indios que estaban en la cárcel, los cuales en la madrugada, emprendieron viaje a las minas de Quivilca.  Pocas semanas después, el herrero Servando Huanca conversaba en Quivilca con Leónidas Benítez, quien había sido arrojado de su puesto de agrimensor.  Perdiendo además su sociedad de cultivo y cría con José Marino.  Con palabras desgarradoras, Huanca logró que Benítez despertara del letargo en que estaba sumido y se diera cuenta que los pobres indios eran no sólo explotados, sino también  maniatados por os yanquis y por los malos hombres como José y Mateo Marino que servían incondicionalmente a tipos sin escrúpulos como míster Taik.  Benítez proporcionó un documento que demostraba que miste Taik no era yanqui sino alemán, y que con esa evidencia podían fregar a la “Mining Society”. Ambos hombres se unieron para iniciar la rebelión de los indios contra sus opresores.  Lo que había terminado de decidir la actitud de Benítez, era el amor que sentía por la difunta Graciela a quien él recordaba y amaba en silencio.





LITERATURA LATINOAMERICANA



LA SEÑORITA CORA


Julio Cortázar nace el 26 de Agosto de 1914, en Bruselas (Bélgica) y muere en París, nacionalizado francés, el 12 de febrero de 1984.  Hijo de diplomáticos argentinos, Cortázar vivió hasta su juventud en la tierra de sus padres; de ahí que toda su obra esté escrita en castellano y que se le considere dentro de los escritores latinoamericanos.  En 1981 había obtenido la nacionalidad francesa gracias al presidente Francois Mitterrand.  Julio Cortázar ha sido, sin lugar a dudas, una de las figuras más valiosas de la literatura latinoamericana contemporánea, compartiendo con Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato, la máxima repercusión internacional alcanzada por un escritor argentino.  La obra que lo consagró definitivamente fue “Rayuela” : novela publicada en 1963, que interviene junto con “ficciones” de Borges, “El astillero” de Onetti, “Pedro Páramo” de Juan Rulfo, “El siglo de las luces” de Alejo Carpentier, “Cien años de soledad” de García Márquez y “La casa verde” de Vargas Llosa, en un proceso de transformación y renovación de las técnica y recursos narrativos, ajustados a la nueva temática, hasta culminar en el fenómeno conocido como la “Nueva novela”, designación con que se quiere significar la absoluta madurez alcanzada por la narrativa latinoamericana en el presente siglo.  “La señorita Cora”, es un relato que pertenece al libro “Todos los fuegos el fuego”, publicado en 1966.  Los otros relatos que conforman este libro son.  “La salud de los enfermos”, “La autopista del sur”, “La isla a mediodía”, “Instrucciones para John Howell”, “Reunión”, “El otro cielo” y “Todos los juegos el juego”.  Este relato, uno de los más celebrados de Cortázar, transcurre en su totalidad en una clínica donde la madre de Pablo Morán se lamenta y vocifera a voz en cuello, por el hecho de que no la dejen pernoctar al lado de su hijo a quien, a pesar de tener quince años, considera su “nene”.  Pablo ha sido internado para que le sea extirpada el apéndice que en los últimos días le ha provocado serias molestias.  A  su cuidado están el doctor De Luisi y una joven enfermera llamada Cora, quien mantiene relaciones amorosas con otro médico que labora en la clínica llamado, Marcial.  La madre de Pablo no tarda en sentir tirria por Cora, a quien acusa de ser autora de la disposición que no le permite velar el sueño de su “nene”… “No hay que mirarla mucho para darse cuenta de quién es, con esos aires de vampiresa y ese delantal ajustado, una chiquilina de porquería que se  que se cree la directora de la clínica…”; son algunos de los pensamientos que pasan por su cabeza.  A Pablo, por el contrario, no tarda en simpatizarle la muchacha, quien con mucho tacto, no permite que su joven paciente le llame Cora, sino “Señorita Cora”.  Al comienzo el muchacho se ruboriza ante la enfermera quien le toma la temperatura, le coloca un enema y, para colmo de su timidez, le rasura los vellos del pubis par que lo puedan operar.  Cora también comienza a tratarlo como un “nene”, lo que provoca la furia del muchacho quien a veces siente deseos de agarrarla por la garganta y ahogarla. Era la primera vez que le tocaba atender un muchacho tan joven y tan tímido; le fastidiaba algo en el que a lo mejor venía de la madre, algo más fuerte que su edad y que no le gustaba.  Le incomodaba también el hecho de que Pablo fuera bien parecido y tan bien hecho para sus años; un mocoso que ya debía creerse un hombre y que a la primera oportunidad, sería capaz de soltarle un piropo.  

Cora, por todos los medios pretende evitar que el muchacho la tutee:  … “Son siempre lo mismo, una les da confianza, los acaricia, les dice una frase amable, y ahí no más asoma el machito, no quieren convencerse de que todavía son unos mocosos”.  Después de la intervención quirúrgica y por efectos de la anestesia, Pablo siente vómitos que lo atormentan.  El doctor de Luisi le pide a Cora que no se separe de Pablo hasta que esté bien despierto.  Un sentimiento hacia Cora, que va más allá de la simpatía, nace en el tierno corazón de Pablo. La operación no fue exitosa, por lo cual Marcial le informa que deben operarlo nuevamente.  Esta infausta noticia deprime al muchacho y más aun a Cora, en cuyo corazón, un escozor de amor de mujer hacia Pablo crece acelerada y locamente.  Cora no se mueve de la habitación del muchacho quien ahora se recupera de la segunda intervención.  Pablo comienza a despertar, pero ya no es lo mismo y Cora nota cierto sinsabor en su conducta.  Ella  le pide que la llame Cora; es más se insinúa al joven paciente; pero éste, somnoliento, comienza a llar a su madre con insistencia… “Todavía le acaricié un poco el pelo, le arreglé las frazadas esperando que me dijera algo, pero estaba muy lejos y sentí que lo hacía sufrir todavía más si me quedaba…l”.  Cora, a punto de llorar, bajó a llamar a la madre.  En el fondo de su ser, sabía demasiado bien que no tendría ninguna necesidad de volver a ese cuarto, que otros se ocuparían de todo hasta que el cuarto quedará otra vez libre.



CANTOS DE VIDA Y ESPERANZA


Este libro constituye junto con “Prosas profanas”, lo mejor de la  obra de Rubén Darío, escritor nicaragüense nacido en Metapa el 18 de enero de 1867.  Su verdadero nombre era Félix Rubén García Sarmiento y lo de Darío fue, en principio, un apelativo familiar.  La obra poética fue publicada en 1905 en Madrid.  Darío, seguro ya de su preciosismo, de su dominio del idioma, rompe con el esteticismo que se pronuncia en crisis para volcarse hacia su interior en busca de la entraña auténtica del hombre.  Evolución que nos viene explicada en el primer poema de este grandioso florilegio, especie de manifiesto lírico de gran altura: “Yo soy aquel que ayer no más decía el verso azul y la canción profana, / en cuya noche un ruiseñor había / que era alondra de luz por la mañana”.  Los cisnes y los lagos quedan en el olvido para dar paso a personajes filosóficos e históricos; a temas políticos, de afirmación hispánica, raciales y temas de conciencia de América española.

En “Marcha triunfal”, Darío nos narra la llegada de un ejército victorioso, describiéndonos los componentes del mismo, a su paso.  Todo el poema está escrito en un estilo de exuberante optimismo: …” ¡Ya viene el cortejo! / ¡Ya viene el cortejo! ¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines / La espada se anuncia con vivo reflejo; / Ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines”.  El poema habla fundamentalmente del ejército vencedor, pero también se habla del ejército vencido: “Honor al que trae cautiva la bandera extraña; / honor al herido y  honor a los fieles soldados que muerte encontraron por mano extranjera.  ¡Clarines!  ¡Laureles!”.  Aquí hallamos composiciones más profundas, aunque coloristas y musicales, escritas probablemente antes de 1895; estos son “Helios”…”Pasa sobre la cruz del palacio que duerme, / y sobre el arma inerme / de quien no sabe nada…”,  “Tarde de Trópico”… “Es la tarde gris y triste. / Viste el mar de terciopelo / y el cielo profundo viste / de duelo”.  La desesperanza, el amargor domina el tono de estos cantos que evidencian un derrumbe en la vida del poeta, tal como se manifiesta en “Canción de Otoño en Primavera”: … “Juventud, divino tesoro, / ya te vas para no volver / cuando quiero llorar, no lloro / a veces lloro sin querer”.  De tema político es la “Oda a Roosevelt”, donde el poeta nicaragüense se resuelve lleno de recelo contra los Estados Unidos y su sombre en tierras hispanas:  “Los Estados Unidos son potentes y grandes / cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor / que pasa por las vértebras enormes de los Andes”.  En el poema titulado “Cyrano en España”, donde en una España católica y heroica, idealista y soñadora, Darío se exalta: … “¡Bienvenido Cyrano de Bergerac! / Castilla te da su idioma y tu alma, como tu espada, brilla / al sol que allá en tus tiempos no se ocultó en España”.  La última parte de la los “Cantos de vida y esperanza”, son reflexiones sobre el arte, el placer, el amor, el tiempo, la muerte, la vida, la religión y la propia existencia del autor.  La muerte obsesiona a Darío en las composiciones tituladas “Thanatos” “¡Hay triste del que un día!”, “A pocas el campesino”, “Nocturno”, y sobre todo en el último poema “Lo fatal”: … “Dichoso el árbol que es apenas sensitivo, / y más la piedra dura porque esa ya no siente, / pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, / mi mayor pesadumbre que la vida consciente. / Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto, / y el temor de haber sido y un futuro terror… / y bel espanto de haber sido y un futuro terror… / y el espanto seguro de estar mañana muerto,  y sufrir por la vida y por la sombra y por  / lo que no conocemos y apenas sospechamos, / y la carne que tienta con sus frescos racimos, / y la tumba que aguarda con sus fúnebre ramos, ¡Y no sabe adónde vamos, / ni de dónde venimos!”.  El Modernismo fue iniciado por Rubén Darío, un movimiento, una tendencia renovadora que surgió a fines del siglo XIX y que se caracterizó entre otras cosas por su nuevo tratamiento del lenguaje, ansia de refinamiento, originalidad expresiva y lirismo intenso; con manifestaciones acerca del eterno misterio de la vida y del arte.  El Modernismo coincidió con aquél movimiento nacionalista surgido en España denominado, Generación del 98.  En el Perú, el gran representante de este movimiento fue José Santos Chocano, en Cuba, José Martí y en Estados Unidos Walt Whitman.



PROSAS PROFANAS


En 1896, se publica el libro cumbre de Rubén Darío, poeta nicaragüense nacido en la aldea de Metapa, departamento de nueva Segobia.  Su verdadero nombre no fue Rubén Darío: “¿Cómo llegó a usarse en mi familia el apellido Darío?. Según, lo que algunos ancianos de aquella ciudad de mi infancia me han referido, mi tatarabuelo tenía por nombre Darío.  En la pequeña población todo el mundo conocíale por Don Darío: a sus hijos e hijas por los Daríos y las Darías.  Fue así desapareciendo el primer apellido, a punto tal que mi bisabuela paterna firmaba ya Rita Darío;  y ello convertido en patronímico llegó a adquirir calor legal pues mi padre, que era comerciante, realizó todos sus negocios ya con el nombre de Manuel Darío, y en la catedral de León, en los cuadros donados por mi tía doña Rita de Alvarado, se ve escrito su nombre de tal manera”.  “Profanas Profanas”, está dividido en cinco partes: “Profanas Profanas”, “Varía”, “Recreaciones arqueológicas”, “Decires”, “Layes y canciones” y “Las ánforas de Epicuro”.  Lo más característico de este libro son las combinaciones métricas, las rimas interiores, los cambios de acentuación, la simetría de las estrofas (versos de diferentes medidas en una misma estrofa), la asonancia, consonancia y disonancia, y los audaces encabalgamientos que apreciamos en poemas como “Margarita”: … “¿Recuerdas que querías ser una Margarita /Gautier?  Fijo en mi mente tu extraño rostro está, / cuando cenamos juntos, en la primera cita, / en una noche alegre que nunca volverá”.  Darío detestaba la vida y el tiempo que le tocó nacer, de ahí que sus temas aspiran a recrear muchos exóticos, pasados e irreales.  Esos mundos extraños están recreados por la fantasía del bardo que hace de los jardines griegos unos prados versallescos. Lo más conocido de las “Prosas profanas” es el mundo de los lagos, cisnes, príncipes princesas, góndolas, Dianas desnudas, sátiros, efebos, etc.  Ejemplo de esto lo encontramos en “Sonatina”; … “La princesa está triste… ¿Qué tendrá la princesa? / Los suspiros se escapan de su boca de fresa. / Que ha perdido la risa, que ha perdido el color.  / La princesa está pálida en su silla de oro”; esto se aprecia también en “Blasón”: … “El olímpico cisne / de nieve / con el ágata rosa del pico / lustra el ala eucarística y breve / que abre al sol como un casto abanico”.

En este poemario encontramos su conocido “Responso a Verlaine”, poeta que influyó como ningún otro quizá en su desarrollo lírico y a quien conoció saturado de ajenjo, en el café D’Harcourt de París:… “Padre y maestro mágico, liróforo celeste / que al instrumento olímpico y a la siringa agreste / diste tu acento encantador, / ¡Panida! Pan tu mismo, que coros condujiste / hacia el propileo sacro que amaba tu alma triste, / ¡al son del sistro y del tambor!.  El helenismo, enigmático y de gran aliento, se engrandece artificiosamente con las influencias de los franceses Teófilo Gautier, Charles Leconte de Lisle y Jacobo de Bainville, para producir composiciones como “Coloquio de los centauros”, “Palimpsesto” y, el deslumbrador poema, “Friso”, todo él en verso blanco (sin rima, muy usado en Francia), donde el endecasílabo castellano adquiere una majestad y euritmia casi griega: …”Cabe una fresca viña de Corinto, que vende techo presta al simulacro / del Dios viril, que artífice de Atenas / en intacto pentélico labrara, / un día alegre, al deslumbrar el mundo / la armonía del carro de la aurora, / y en tanto que arrullaban sus ternezas / dos nevadas palomas venusianas / sobre rosal purpúreo y  pintoresco, / como olímpica flor de gracia llena, / vi el bello rostro de la bella Eunice”.  Caracteriza la obra de Darío la preocupación por el arte y el artista como forma supremas del quehacer y de la persona humana, el erotismo jubiloso y exaltado de sus versos (a través de la sensualidad amorosa, Darío quería alcanzar el estado de paz espiritual que le faltaba), el optimismo americanista que se refleja en sus imágenes del continente como una tierra pródiga, fuerte, inmensa, llena de posibilidades (Darío no sintió que pertenecía sólo a su patria, sino también a todo el resto de América) y sobre todo la extraordinaria revolución que introdujo en las formas poéticas.  Utilizó o adaptó formas que habían caído en desuso como el hexámetro, de origen griego; versos de doce, quince o más sílabas; sonetos de versos muy diversos; el difícil eneasílabo y versos monorrimos (usados en el medioevo por Gonzalo de Berceo).   Rubén Darío fue amigo de Amado Nervo, Oscar Wilde, José María Vargas Vila.  Obligado y Marti, a quienes conoció a lo largo de sus incontables derroteros.  En Nueva York cayó enfermo de pulmonía en 1915, suspendiendo así un gran número de conferencias.  No mejorando del todo se trasladó a Guatemala en busca del cementerio de su país natal.  Al llegar a León le fu practicada una operación al hígado, pero ya la cirrosis había minado mortalmente su salud.  Falleció a las diez y quince la noche, el 6 de Febrero de 1916.  Fue un gran bebedor desde su juventud, ese4 hecho, le deparó su sino trágico.  Darío escribió además: “Azul”, “Los raros”, “El canto errante”, “Canto a la Argentina”, “Poemas de otoño”, “Abrojos”, “Canto épico a las glorias de Chile”, “España contemporánea”.  “Poemas de adolescencia” “Poemas de juventud”, “El salmo de la pluma”, “Epístolas y poemas”, “Baladas y canciones”, “Lira póstuma”, “Versos ocasionales” y “Poemas en un tono mayor”.



EL MATADERO


El autor de este ensayo descriptivo, titulado “El matadero”, nació en la ciudad de Buenos Aires en 1809, y falleció en la ciudad de Montevideo en 1851.  Esta  obra, escrita aproximadamente en 1839 y aparecida en 1871 (veinte años después de la muerte de Esteban Echevarría) tiene un valor literario y otro político, pues, en esencia, tras la metáfora del matadero se encuentra el dictador  Juan Manuel Ortiz de rosas (1793  - 1877), general y político argentino que se mantuvo en el poder durante diecisiete años, período en el que sembró el terror en el país debido a sus brutales métodos dictatoriales.  El relato, aunque breve, nos muestra el deseo de su autor de ceñirse escuetamente a un tema del cual quería sacar el mayor partido, no como obra literaria, sino como documento político, pues en esos días, los hombres que luchaban contra los desmanes de los tiranos, se preocupaban de que la verdad llegase fielmente a los lectores, para entorpecer el camino a los asesinos de la patria.  Por eso, “El matadero”, es precisamente uno de los más brillantes relatos escritos durante los primeros cincuenta años del pasado siglo y un documento fidelísimo del Buenos Aires de la época rosista.  El relato de la impresión, en un principio, de ser un cuadro de costumbres que relata la falta de carne en la cuaresma bonaerense de 183…   

Los abastecedores de carne sólo traen en día cuaresmales, al matadero, los novillos necesarios para el sustento de los niños y de los enfermos.  Sucedió pues, en aquel tiempo, una lluvia muy copiosa que anegó los caminos y las calles de entrada y salida a la ciudad, que rebosaban de acuoso barro.  El rio La Plata, creciendo embravecida empujó esas aguas que venían buscando su cauce y las hizo correr hinchadas por sobre campos, terraplenes, arboledas, caseríos y extenderse como un lago inmenso por toda las bajas tierras.  Todas esas calamidades eran aprovechadas por los federales rosistas, quienes a través de la iglesia, culpaban a los unitarios (opositores de la dictadura de Rosas) ante el pueblo, de ser os culpables de la desgracia.  Por causa de la inundación estuvo quince  días el matadero de la Convalecencia sin ver una sola cabeza vacuna; durante este tiempo, los pobres niños y enfermos se alimentaban con huevos y gallinas.  Este estado de cosas trajo consigo la especulación y el encarecimiento de los alimentos vitales, lo que degenero en tal hambruna, que mucha gente adelantó su viaje al cielo.  

El gobierno, para calmar los ánimos de la población, envió el decimosexto día de la carestía cincuenta novillos gordos, poca cosa por cierto, para una población acostumbrada a consumir diariamente de 250 a 300 cabezas.  A los gritos de ¡Viva el Gobierno!, los corrales se llenaron de carniceros, achuradores y curiosos.  La primeras res que se mató fue toda entera de regalo a un líder del gobierno ahí presente, hombre muy amigo del asado.  Una comisión de carniceros marchó a ofrecérselo a nombre de los federales del matadero, manifestándole a vivas voces su agradecimiento por la acertada providencia del gobierno, su adhesión ilimitada al dictador Rosas y su odio entrañable a los salvajes unitarios, enemigos de Dios y de los hombres.  Siguió la matanza y en un cuarto de hora, cuarentainueve novillos se hallaban tendidos en la playa del matadero, desollados unos, los otros por desollar.  La visión del matadero era grotesca.  Cuarentainueve reses estaban tendidas sobre  sus cueros y cerca de doscientas personas hallaban aquel suelo de lado regado con sangre.  Las figuras más prominentes eran los carniceros con cuchillos en mano, brazos y pecho desnudo, cabello largo y revuelto y chiripa y rostro embadurnado en sangre.  En ese ambiente dantesco, se mezclaba la gente más necesitada, que pretendía en un descuido hacerse de un cebo o de luna tripa para su sustento.  Un novillo había quedado en los corrales.  Cuando fueron a matarlo, logró huir debido a que el lazo que lo sujetaba estaba flojo.  En su loca huida arremetió contra un niño a quien decapitó al instante con una de sus astas.  El animal horrorizado por los griteríos tomó hacia la ciudad donde anduvo en distintas direcciones.  Una hora después de su fuga, el toro estaba otra vez en el matadero.  Después  de atarlo fue Matasiete, un fanático rosita, quien descargó con su cuchillo en el cuello del animal toda su furia.  En dos por tres estuvo desollado, descuartizado y colgado en la carreta el maldito toro.  Más de repente la ronca voz  de un carnicero gritó:  ¡Allí viene un unitario!  Incitado por la chusma, Matasiete arremetió contra el joven unitario.  Sujetado  por dos hombres, el joven unitario fue sometido a las más infames humillaciones.  Cuando pretendieron desnudarlo para azotarlo, fue tanto el forcejeo que sostuvo el unitario con sus captores y tanta la rabia acumulad, que un torrente de sangre broto borbolloneando de la boca y las narices del joven.  La diversión infame de los federales había terminado.  Los federales habían dado fin a una de sus innumerables proezas.  En aquel tiempo los carniceros degolladores del matadero eran los apóstoles que propagaban a verga y puñal la federación rosita, y no es difícil imaginarse qué federación saldría de sus cabezas y cuchillas.  Llamaban ellos ”salvaje unitario” a todo el que no era degollador, ni salvaje, ni ladrón; a todo hombre decente y de corazón bien puesto, a todo patriota ilustrado, amigo de las luces y la libertad, se le consideraba enemigo del gobierno.  Por todo lo visto en este argumento puede verse a las claras que la esencia de la federación estaba en el matadero.



EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA


Obra del laureado escritor colombiano Gabriel García Márquez, Premio Nobel 1982, nacido en Aracata el 8 de marzo de 1928.  Escribió esta obra en 1957 y fue publicado en 1961.  Ha cultivado el periodismo y el cine como guionista; ha publicado “La hojarasca”, “Los funerales de la mamá grande”, “La mala hora”.  “Cien años de soledad”, “Cuando era feliz e indocumentado” y  “Crónica de una muerte anunciada”, obras que lo sitúan entre los mejores narradores hispanoamericanos del momento.  El coronel es un viejo decrépito que vegeta en las ruinas de una casa hipotecada, esperando la pensiò9n del gobierno que le corresponde y que no llega.  Tesorero de las fuerzas revolucionarias del coronel Aureliano Buendía, al fracasar este levantamiento, fue amnistiado; tiene, por lo tanto, derecho a su retiro; pero las protestas y solicitudes del coronel se pierden en la burocracia de la capital donde según él, sus enemigos no duermen.  Vanamente acude todos los viernes al correo a esperar la ansiosa carta donde debería llegar su pensión. … “El administrador le entregó la correspondencia, metió el resto en el saco y lo volvió a cerrar.  El médico se dispuso a leer dos cartas personales pero antes de romper los sobres miró al coronel: Luego al administrador.

-           ¿Nada para el coronel?

El coronel sintió el terror.  El administrador se echó el saco al hombro, bajó el andén y respondió sin volver la cabeza.

-           El Coronel no tiene quien le escriba.

Contrariando su costumbre no se dirigió directamente  a la casa. Tomó café en la sastrería mientras los compañeros de Agustín, su hijo, hojeaban los periódicos.  Se sentía defraudado.  Habría preferido permanecer allí hasta el viernes siguiente para no presentarse esa noche ante su mujer con las manos vacías. Pero cuando cerraron la sastrería tuvo que hacerle frente a la realidad.  La mujer lo esperaba.

-     ¿Nada? – preguntó

-     ¿Nada? – respondió el coronel

El viernes siguiente volvió a la lanchas. Y como todos los viernes regresó una vez más a su casa sin la carta esperada.  “Ya hemos cumplido con esperar!, le dijo esa noche su mujer.  “SE necesita tener esa paciencia de buey que tú tienes para esperar una carta durante quince años”.  El coronel se metió en la hamaca a leer los periódicos.

-     Hay que esperar el turno – dijo – nuestro número es el mil ochocientos veintitrés.

-     Desde que estamos esperando, ese número ha salido dos veces en la lotería – replicó la mujer

El coronel leyó, como siempre, desde la primera página hasta la última, incluso los avisos.  Pero esta vez no se concentró.  Durante la lectura pensó en su pensión de veterano.  Diecinueve años antes, cuando el Congreso promulgó la ley, se inició un proceso de justificación que duró ocho años.  Luego necesitó seis años más para hacerse incluir en el escalafón.  Esa fue la última carta que recibió el coronel. Mientras el coronel esperaba pacientemente su hijo Agustín, cuyo nombre sirve de contraseña a los guerrilleros del monte, ha sido asesinado por sus actividades revolucionarias.  El doctor Giraldo, que sirve de enlace con las guerrillas,  bromea con el coronel y trata de alentarlo.  Su cuerpo es una ruina; adolece quebrantos climáticos; molestias de toda clase; pero no pierde su humor.  De su hijo ha recibido un gallo de pelea que engordará para que descuartice a otro gallo del pueblo vecino, esperando así conseguir honor y fortuna.  En su miseria, el coronel apenas puede mantenerse a sí mismo; ahora con el gallo la situación empeora, puesto que el poco dinero que obtiene se va en alimentar al animal pero eso no importa; venderá casa y colchón; en su ilusión de derrotar al otro gallo ha puesto la vida.  Así comienzan a salir muebles, anillos de boda, hasta que toda la población se compromete con el gallo, porque todos han apostado por él.  Las contribuciones de todos los vecinos no tardan en llegar; ya para entonces el coronel se alimenta de alpiste, y su mujer coloca la olla sobre el fuego llena de piedras para que la gente no se entere que se mueren de hambre. Piensa por un momento vender el gallo a un ricacho del pueblo, a su compadre Sabas, por novecientos pesos; pero cae en la cuenta que con esta transacción traicionaría a los que han puesto su fe en él.  Seguirá adelante contra todos; contra el invierno que ha llenado de goteras su techo de pajas; contra su mujer; contra el destino que lo ha acostumbrado a la desgracia; sólo piensa en su dignidad.  La esposa recrimina al coronel. .. “Toda una vida comiendo tierra para que resulte ahora que merezco menos consideración que un gallo”.  El coronel no tendría un centavo para apostarle al gallo, pero centra sus ilusiones en el veinte por ciento que obtendrá si el gallo triunfa.  Así culmina la obra, con el coronel que espera que transcurran los 45 días que faltan para el encuentro, y diciéndole a su mujer que comerán “mierda” antes que vender al gallo.  Otras obras de García Márquez son: “Relato de un náufrago”, “Ojos de perro azul”,  “La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada”  “Crónicas y reportajes” y “El amor en los tiempos de cólera”.



MARTÍN FIERRO


Si bien la llamada poesía gauchesca, ha tenido obras de gran representatividad, “Martín Fierro”, de José Hernández Pueyrredon, constituye uno de los grandes baluartes de este género.  Nació el autor de “Martín Fierro” obra universal, traducida a casi todos los idiomas, en la chacra de Pedriel, situada en el partido de San Martín cerca del pueblo de Billinghurst, provincia de Buenos Aires el 10 de noviembre de 1834. Dos son las corrientes en la poesía gauchesca del Río de la Plata;  la popular y la culta.  La primera escrita en el habla de los gauchos, que arranca con el uruguayo Bartolomé José Hidalgo Jiménez (1788 – 1822), aunque hubo precursores antes que se mantuvieron en el anonimato; sigue con Hilario Ascasubi de Elia (1807 – 1875),, continuado con su compatriota, el argentino Estanislao del Campo (1834 – 1880), para culminar en la obra maestra del género, el “Martin Fierro”, de Hernández.  La segunda comienza con “La cautiva”, de Esteban Echeverría Espinoza (1809 – 1851), y continúa con las poesías de temas gauchescos de Bartolomé Mitre (1821 – 1906), Luis Z. Domínguez (18190 – 1898), y Juan María Gutiérrez (1809 – 1878), hasta llegar a la obra más característica y difundida de este género,  el “Santos Vega” de Rafael Obligado (1851 – 1929).  Hernández, nacido y criado en el campo, llevó en él la vida de las estancias de entonces, y ahí se hizo fuerte y aprendió a amar la pampa y sus hombres, con los que convivió.  Sobre el “Martín Fierro”, confluyen dos fuentes importantes; una de carácter folklórico, y por lo tanto anónima y colectiva, donde se incluye toda la poesía tradicional cantada por los payadores (copleros y cantores populares errantes) que se ha conservado a través de la transmisión oral y de la cual  se poseen pocos testimonios.  Otra, de carácter literario, que comprende toda la literatura gauchesca anterior, como “Los diálogos Patrióticos” del uruguayo Hidalgo.  Cabe señalar también la influencia de la literatura romántica, sobre todo de “La cautiva· de Echevarría, en la evocación  de la pampa y en la descripción del indio.  José Hernández se propone en su obra remedar el habla gauchesca; por ello, presenta palabras modificadas  fonéticamente.  

Por ejemplo la “a “ es reemplazada por “e”; “Supo todo el comandante / y me llamó el otro día, l/ diciéndome que quería / everiguar bien las cosas”; la “e” por la “i”: “de hambre, de sé y de fatiga; / pero el indio es una hormiga / que día y noche está dispierto”; la “i” por la “e”; “Y mi salí estornudando, / y el viejo quedó olfateando / como chico con lumbrices”; “ado” por “ao”:  “Quien sabe como estaría del susto que había llevao”. Hernández presenta la realidad de la vida del gaucho con el propósito de criticar los métodos usados por las autoridades para imponer su particular idea de civilización y organización social. La defensa que hace Hernández del gaucho implica, tácitamente, una postura comprometida frente al problema y necesidad de un testimonio.  Antes de entrar de lleno al argumento de esta obra, convendría analizar la versificación.  Primeramente apreciamos el predominio del verso octosilábico.  La estrofa más común es la sextilla, que sigue el esquema de rima abbccb, siendo el primero verso libre.  Veamos la estrofa 82: … “Tiemblan las carnes al verlo / volando al viento la cerda, / la rienda en la mano izquierda Y la lanza en la derecha; / ande enderiesa abre brecha / pues no hay lanzaso que pierda”.  Hay también cuartetas (estrofas de cuatro versos, de ocho sílabas cada uno que riman abab); redondillas (igual que las cuartetas, sólo que riman abba); una décima o espinela (estrofa de 10 versos octosílabos que riman abbaaccddc); octavillas l(estrofa de ocho versos de arte menor que riman xaabxccb).  El gaucho Martín Fierro comienza a contar su historia:  … “Aquí me pongo a cantar /  al compás de la vigüela. /  que el hombre que lo desvela / una pena extraordinaria / como la ave solitaria / con el cantar se consuela”.  Martín Fierro prosigue evocando nostálgicamente la feliz época que gozó en la pampa.  La leva lo arranca de su hogar y lo encierra en uno de los fortines existentes de la trágica franja llamada “La frontera”, en tierra de indios, y cuenta entonces la miserable vida que allí se soporta, los peligros de la guerra a muerte con el salvaje que lleva sus  “malones” (correrías de los indios salvajes durante las cuales diezmaban los campos incendiando ranchos, asaltando y saqueando poblaciones) a estos acantonamientos.  Ante tanto sufrimiento, Martín Fierro, decide huir después de tres años;”desertor, pobre y desnudo”.  A estos males se añade la trágica visión de su rancho abandonado y convertido en “Tapera” (rancho en ruinas y abandonado): Su larga ausencia y la necesidad han disgregado a su familia y dispersado a sus hijos.  Martín Fierro se revela ante este estado de cosas y jura vengarse de la organización social que así lo martiriza; se hace “gaucho malo”, frecuenta las pulperías, se da a la bebida y en una ocasión provoca con mala intención a un negro y lo mata.  La policía lo persigue y llega a acorralarle; él no se arredra, se enfrenta valerosamente con los “milicos”, provocando la admiración de otro gaucho que venía como “sargento” en la patrulla y que se pone de su lado exclamando: ¡Cruz no consiente / que se cometa el delito / de matar así un valiente!”, y entre los dos derrotamos a los milicos. Cruz cuenta a Martín Fierro su historia y juntos deciden guarecerse en tierra de indios aceptando el riesgo que ello supone:  …”Tampoco me faltan males / y desgracias le prevengo, / también mis desdichas tengo, / aunque esto poco me aflige: / yo sé hacerme el chancho rengo  / cuando la cosa lo exige”.  De esta forma termina la primera parte, que por ello recibe el nombre de la”ida”.  La obra se publicó el 17 de enero de 1873, y su éxito  fue instantáneo y de los 100,000 libros editados en la primera edición se agotaron todos en poco tiempo.  Urgido por el éxito de la primera parte, Hernández compone, en su quinta de Belgrano, la segunda, bautizada ya por el público antes de que el autor le diera nombre, con él de, “La vuelta de Martín Fierro”, cuya primera edición aparece en 1879.  En “la vuelta de Martin Fierro”, después de una introducción, cuenta éste su viaje con Cruz a través del desierto y la penosa vida de cautivos entre los indios, las costumbres de éstos, sus bailes, fiestas y malones, la muerte de cruz a consecuencia de una epidemia de viruela y los lamentos de Martín Fierro junto a la tumba de su compañero: …”De rodillas a su lado / yo lo encomendé  a Jesús; / falto a mis ojos la luz, / tuve un terrible desmayo, / caí como herido del rayo / cuando lo vi muerto a Cruz” … “Aquel bravo compañero / en mis brazos expiró, / hombre que tanto sirvió, / varón que fue tan prudente, / por humano y por valiente / en el desierto murió” … “Y yo, con mis propias manos, / yo mesmo lo sepulté, / a Dios por su alma rogué, / de dolor el pecho lleno, / y humedeció aquel terreno / el llanto que redamé”.  Luego sostiene un terrible duelo con un salvaje que maltrataba a una cautiva blanca, huye con ella y retorna a tierra de cristianos donde por fin encuentra a dos de sus hijos, cada uno de los cuales le cuenta su historia.  La de la penitenciaría donde estuvo preso injustamente el mayor; y la pícara historia del viejo Viscacha, protector de su segundo hijo, hasta que muere y es enterrado.  Su segundo hijo sigue recordando el desgraciado amor que tanto le hizo padecer una viuda con la cual estuvo enredado.  

Mientras Martín Fierro hablaba con sus hijos aparece un nuevo personaje que con una guitarra en la mano se presenta ante ellos, diciendo llamarse Picardía:  … “Le pidió la bendición / al que causaba la fiesta, / y sin decirles su nombre, / les declaró con franqueza / que el nombre de Picardía / es el único que lleva. / Y para contar su historia / a todos pide licencia / diciéndoles que en seguida / iban a saber quién era: / tomó al punto la guitarra, / la gente se puso atenta, / y así canto Picardía / en cuanto templó las cuerdas” … “Voy a contarles una historia. / perdónenme tanta charla / y les diré al principiarla, / aunque es triste hacerlo así, / a mi madre la perdí / antes de saber llorarla. / Me quedé en desamparo, / y al hombre que me dio el ser / no lo pude conocer, / así, pues, desde chiquito / volé como un pajarito / en busca de que comer, / o por causa del servicio / que a tanta gente destierra, / o por causa de la guerra, / que es causa bastante seria, / los hijos de la miseria / son muchos en esta tierra”.  Picardía narra a Martín Fierro y a sus hijos su vida de tahúr, sus desdichas parecidas a las de Martín Fierro. Este descubre por fin que es hijo de su gran amigo Cruz.  Aparece después el Moreno Cantor, quien provoca a Martín fierro en la intención de vengar así la muerte de su hermano, el negro, injustamente muerto por Martín Fierro.  El duelo es cortado y Martín Fierro se retira con sus hijos, a quienes da paternales consejos, hasta que por fin resuelven cambiar de nombre y separarse hacia distinto rumbos.”  Más naides se crea ofendido, / pues a ninguno incomoda, /  y si canto de este modo / por encontrarlo oportuno / no es para mal de ninguno / sino para bien de todos”.  El “Martín Fierro” ha suscitado polémicas en cuanto al género en que se le puede clasificar.  A decir de Jorge Luis Borges, él “Martín Fierro” es una novela.  Loa vida de Martín Fierro trasciende su individualidad para encarnar la vida de todos los gauchos, de allí su carácter épico.  Por ser una obra destinada al canto está incluida dentro del género lírico.  El poema no se detiene en la descripción del paisaje, ni posee presión geográfica.  Sin embargo, genéricamente se alude n distinto momentos de la obra a la época en que ésta transcurre:  en el Canto VI por ejemplo, se habla de “Don Ganza”  que no es otro que Martín de Gainza ministro de guerra del presidente Domingo Faustino Sarmiento, que gobernó de 1868 1874:  “Que en esta despedición / tuviéramos la esperanza, / que iba a venir sin tardanza, / sigún el jefe contó / un  menistro o qué sé yo/ que lo llamaban Don Ganza”.  De igual manera, se recuerda como pasada la época del presidente Rosas. En la obra de Hernández se presentan en conflicto dos sectores sociales; los que detentan el poder, (jueces, policías, comandantes) y los gauchos, que constituyen un grupo marginado de la sociedad.  A través de la obra podemos conocer los animales típicos de la pampa argentina, como la chaja, cigüeña, caballo, vaca, etc., así como la indumentaria: el facón (cuchillo), espuelas, poncho, rebenque (látigo corto y recio), lazo, boleadoras (consistente en dos o tres bolas de piedra sujetas a una cuerda de tiempos de aproximadamente 1 metro) etc.   Entre los numerosos análisis críticos que ha suscitado la obra cabe mencionar, “El payador”, de Leopoldo Lugones: “Las gauchescas”, de Ricardo Rojas; “Muerte y transfiguración de Martín Fierro”, de Ezequiel Martínez Estrada; “El Martín Fierro”, de Jorge Luis Borges, “Martín Fierro, texto comentado y anotado”, de Eleuterio F. Tiscomia y “Martín Fierro”, de Carlos Alberto Leumánn.  Concolorcorvo (Alonso Carrión de la bandera), en su “Lazarillo”, pinta las costumbres sueltas de los rústicos coloniales, a quienes llama gauderios, y observa lo que cantan, lo mismo en las campiñas de Montevideo que de Tucumán:  “Se hacen de una guitarra, que aprenden a tocar muy mal y a cantar desentonadamente varias coplas que estropean, y muchas que sacan de su cabeza, que regularmente ruedan sobre amores dándose cuenta unos gauderios a otros, como a sus campestres cortejos, que, al son de la mal encordada y destemplada guitarrilla, cantan y se echan unos a otros sus coplas, que más parecen pullas”.  Cuando el 21 de octubre de 1886 apareció en la prensa periódica la noticia del fallecimiento de Hernández, el alma popular sufrió una fuerte conmoción, de la que fue muestra el duelo exteriorizado el día del entierro.



RESIDENCIA EN LA TIERRA


No cabe duda de que Neruda fue un sincero y dedicado hombre político, en la mejor tradición hispanoamericana del argentino Sarmiento, del uruguayo Eduardo Acevedo Díaz, y del venezolano Rómulo Gallegos.  Pero también fue uno de los poetas mayores hispanoamericanos desde Rubén Darío.  Por compleja razones, el Premio Nobel tardó en llegarle y cuando lo consagró, en 1971, su renombre era tal que podía afirmarse que el Premio Nobel fue honrado por él.  En 1927 es nombrado cónsul ad honorem en Rangún (Birmania).  Después pasa a ocupar el mismo cargo en Ceilán e Indonesia.  En Oriente, es una experiencia que podría calificarse de su temporada en el infierno, aislado del castellano natal en medio de una babel de lenguas en la que sólo reconocía el inglés, Neruda produciría los más extraordinarios poemas de su larga carrera que verá truncada el 23 de  septiembre de 1973, doce días después del golpe que derriba a su entrañable amigo Salvador Allende.  Cuando regresa a Chile y los publica en 1931, en una edición limitada a cien ejemplares y bajo el título de “Residencia en la tierra”, luna tranquila revolución ocurrió en la lírica hispana.  Este libro había de cambiar el rumbo poético de varias generaciones.  En medio de los poetas españoles, admirando y estimulado por figuras como Rafael Alberti, Vicente Aleizandre, Miguel Altolaguirre, Luis Cernuda, Gerardo Diego, León Felipe, García Lorca, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Miguel Hernández, Leopoldo Panero, Luis rosales, Luis Felipe Vivanco y otros más, Neruda publica la edición ampliada de “Residencia en la tierra” en el año 1935.  

Los poemas escritos por el vate chileno antes de  “Residencia den la Tierra”, definen aún su propensión nocturna, su acuerdo con la declaración “No sé hacer el canto de los días / sin querer suelto el canto la alabanza de las noches”  El poema “Galope muerto”, inaugura entonces “Residencia en la tierra”, no sólo en la final disposición de los textos sino también el establecimiento de una atmósfera poética diversa señalada precisamente por la aceptación –y más aún por la difícil afirmación- del Día, por que el día, con su ambigüedad y su tristeza, es el espacio de la Realidad, de la Vida.  Residir en la tierra es, ante todo, residir en el Día: … “Que día ha sobrevenido ¡que espesa luz de leche, compacta, digital me favorece!...” (“Galope muerto”).  El poeta fuertemente terrígeno, con su sedimento de interior fuerza dinámica, se encuentra desolado, estupefacto, atormentado, lejano, en momentos de interminación que logran, por impacto, la creación de una poesía muy personal, rotunda, negativa entonces… “ay meses seriamente acumulados en una vestidura / que queremos oler llorando con los ojos cerrados, / y hay años en un solo ciego signo del agua / depositada y verde / hay edad que los dedos ni la luz apresaron, / mucho más estimable que un abanico roto, / mucha más silenciosa que un pie desenterrado, / hay la nupcial edad de los días disueltos / en una triste tumba que los peces recorren…”, manifiesta Neruda en el poema “El reloj caído en el mar!.  Otro poema que destaca es “Tango de viudo”, donde surge un erotismo violento; poema dedicado a una mujer birmana que lo abrumó con su amor asesino…”  Oh maligna , ya habrás hallado la carta, ya habrás llorado de furia, / y habrás insultado el recuerdo de mi madre /  llamándola perra podrida y madre de perros,/ ya habrás bebido sola, solitaria, el té del atardecer / mirando mis viejos zapatos vacios para siempre, / y ya no podrás recordar mis enfermedades, mis sueños nocturnos, mis comidas, / sin maldecirme en voz alta como si estuviera allí aun / quejándome del trópico, de los coolíes corringhis, / de la venenosas fiebres que me hicieran tanto daño / y de los espantosos ingleses que odio todavía”. La “Oda a Federico García Lorca”, horriblemente profética, en que anticipa el asesinato de su amigo, es otra de las tantas perlas de antología por la que Neruda podría integrar la lista más exclusiva de poetas de la lengua, junto a Vallejo o a aquel Juan Ramón Jiménez que lo llamó ( con justa injusticia) “Mal gran poeta”… “Si pudiera llorar de miedo en una casa sola, / si pudiera sacarme los ojos y comérmelos, / lo haría por tu voz de Naranjo enlutado /  y por tu poesía que sale dando gritos…  Cuando vuelas vestido de durazno, / cuando ríes con risa de arroz huracanado, / cuando para cantar sacudes las arteria y los dientes, / la garganta y los dedos, / me moriría por lo dulce que eres, / me moriría por los lagos rojos / en donde en medio del otoño vives… Así es la vida, Federico, aquí tienes / las cosas que te puede ofrecer mi amistad / de melancólico barón varonil. /  Ya sabes por ti mismo muchas cosas, / otras irás sabiendo lentamente”.  El célebre poema “Walking Around” va todavía más allá, llegando hasta el rechazo del  propio ser físico”… “Sucede que me canso de ser hombre.

Sucede que entro en las sastrerías y en los cines / marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro / navegando en una agua de origen y ceniza… El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.  / Sólo quiero un descanso de piedra o de lana, / sólo quiero no ver establecimientos ni jardines, / ni mercaderías, ni anteojos ni ascensores… Sucede que me canso de mis pies y mis uñas / y mi pelo y mi sombra. / Sucede que me canso de ser hombre…”  Neruda se halla metido hasta el cuello en una organización de la vida que sólo exuda pestilencia y rutina para él.  Desde este temple degradado prodiga e intensifica ácidas menciones de establecimientos y objetos que definen la vida urbana:  administraciones, papeles, ministerios, estampillas, alcobas, almacenes, peluquerías, negocios, ascensores, habitaciones, hoteles, oficinas, iglesias tenebrosas, bodegas solas, calles deterioradas, sastrerías, vías férreas, telegramas, farmacia, cementerios, exasperando y dando mayor inmediatez a las imágenes de conventos funerales estaciones, solitarios malecones, lenocinios, miserables cinematógrafos y dormitorios.  Otra riqueza que nos brinda “Residencia  en la tierra” es una gran variedad de figuras literarias tales como:

OXIMORON: … “Un determinado, sordo ruido siento producirse, / un golpe de agua azotada”.  REDUPLICACIÓN: … “Y hay miedo, hay miedo en el mundo de las palabras que designan el cuerpo”… “El corazón pasando un túnel / oscuro, oscuro”.  EPÍTETO: … “Los rieles, el grito de la lluvia: / lo que la oscura noche preserva”… “y senos femeninos que brillan como ojos”.  POLISINDETÓN: … “De lo sonoro, creciendo, cuando / la noche sale sola, como reciente viuda, / como paloma o amapola o beso, / y sus maravillosas estrellas se dilatan”… “Y hagamos fuego, y silencio, y sonido, /, / Y ARDAMOS Y CALLEMOS, Y CAMPANAS”.  METÁFORA: … “La espesa rueda de la tierra & su llanta húmeda de olvido / hace rodar, cortando el tiempo / en mitades inaccesibles”… “De lo sonoro sale el día / de aumento y grado, / y también de violetas cortadas y cortinas, / de extensiones, de sombra recién huyendo y gotas del corazón del cielo / caen como sangre celeste SIMIL: … “De conversaciones gastadas como usadas maderas”… “Y como ola de mar su voz aumenta aullando llantos y manos de cadáver” POLIPOTE: … “Cuando ríes con risa de arroz huracanado”… “Ya sabes por ti mismo muchas cosas, y otras irás sabiendo lentamente”. CONCATENACIÓN: … “De lo sonoro salen números, / números moribundos y cifras con estiércol”… “Vive tendida, y de repente sopla: / sopla un sonido oscuro que hincha sábanas”. EPIFORA: … “porque la cara de la muerte es verde, / y la mirada de la muerte es verde, /… “No hay nadie sino el viento, no hay nadie / sino la lluvia que cae sobre las aguas del mar”, / nadie sino la lluvia que crece sobre el mar”,  SINESTECIA: … “Hecha de ola en lingotes y tenazas blancas, / tu salud de manzana furiosa se estira sin límites”… “Para qué sirven los versos sino es para esa noche / en que un puñal amargo nos averigua para ese día.” ALITERACIÓN: … “Y trenes de jazmín desalentado y cera, / y agobiados buques llenos de sombras y sombreros.”… “Llamaría como un tubo lleno de viento o llanto, / o una botella echando espanto a borbotones.” ELIPSIS “¿Dónde está su tolo de olor, su profundo follaje, / su rápido follaje de brasa, su respiración viva?”… “Adoro mi propio ser perdido, mi sustancia imperfecta, mi golpe de plata y mi perdida eterna.” DEPRECIACIÓN: … “Oh madre oscura, ven / con una máscara en la mano izquierda / y con los brazos llenos de sollozos.”   PARADOJA: … “Una cosa quemada con llamas de humedad.” ANÁFORA: … “Vivo lleno de una sustancia de color común, silenciosa / como una vieja madre, una paciencia fija / como sombra de iglesia o reposos de huesos.” “Silencio envuelto en pelo / silencio galopando en caballos sin patas”.   ASINDETÓN: … “Recordando noches, navíos, sementeras, / amigos fallecidos, circunstancias, / amargos hospitales y niñas entreabiertas”.  EPANADIPLOSIS: … “Sombra de ala mojada que protege mis huesos. / Mientras me ha visto, mientras / interminablemente me miro en los espejos.”… “Vienes volando, solo, solitario, sólo entre muertos, para siempre solo.  COMPLEXION: … “Si solamente me  tocaras el corazón, / si solamente pusieras tu boca en mi corazón”… “Mientras la lluvia de tus dedos cae / mientras la lluvia de tus huesos cae, / mientras tu médula y tu risa caen, vienes volando.” ANTÍTESIS: … “Hechos de gordas y flacas y alegres y tristes parejas.  HIPERBATÓN: … “La parracial rosa devora / y sube a la cima del santo: / con espesas garras sujeta / el tiempo al fatigado ser”… Del centro puro que los ruidos nunca / atravesaron, de la intacta cera, / salen claros relámpagos lineales.  RETRUECANO: … “Hacia arriba, con las velas hinchadas por el sonido de la muerte / hinchadas por el sonido silencioso de la muerte.” EXCLAMACIÓN: … “No hay sino llanto, nada más que llanto, /porqué sólo sufrir, solamente sufrir.”  EXECRACIÓN: … “Oh madre oscura, hiéreme / con diez cuchillos en el corazón.”



LA AMADA INMÓVIL


Obra poética de José Amado Ruiz de Nervo, poeta mejicano nacido en Tepic, estado de Nayarit; Nervo es considerado el más grande de los poetas modernistas mejicanos.  Más conocido como Amado Nervo, sus obras reflejan el caudaloso proceso de su vida interior y sus estados anímicos; sus poesías llenan varios volúmenes y alcanzaron popularidad tanto en España, donde muchas de ellas vieron la luz, como en todo el continente americano.  “La Amada inmóvil”, publicada póstumamente en 1920, es el  poemario más conocido de Nervo, compuesto en memoria de su compañera Ana Cecilia Luisa Dailiez: … “Encontrada en el camino de la vida el 31 de Agosto de 1901.  Perdida - ¿Para siempre? – el 7 de Enero de 1912”,; según reza la dedicatoria.  Había conocido a esta mujer en París, y su prematura muerte le inspiró una de las joyas líricas más preciadas de su obra como es el poema “Ofertorio”… “Dios Mío, yo te ofrezco mi dolor, / ¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte! / Tú me diste un amor, un solo amor,! / un gran amor?! / Me lo robó la muerte / … Y         no me queda más que mi dolor. / Acéptalo, Señor:  / ¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte.”  Las composiciones que lo forman, como algunos de sus libros “Plenitud” (1918) y “Elevación” (1917), pertenecen a la etapa postrera de la lírica de Nervo, que se había propuesto escribir sin retórica, sin procedimiento, sin técnica y literatura; la simplicidad de la idea y la emoción, que pretende ser pueril, es constantemente profunda como se aprecia en el poema “¿Llorar Por qué?”…” Ese es el libro de mi dolor: / lágrima a lágrima lo formé: / una vez hecho te juro por / Cristo, que nunca más  lloraré.  / ¿Llorar?  ¿Porqué.?” Libro amoroso y místico al mismo tiempo, donde la sensualidad de Nervo primero se halla contenida por el dolor.  Se desprende de sus versos la renuncia a lo terrenal y la captación resignada del dolor..  Apreciemos los versos del poema “Más que yo mismo”… “¡Oh vida mía! / Agonicé con tu agonía / y con tu muerte me morí! / ¡De tal manera te quería / que estar sin ti es estar sin mí!”.  “La Amada inmóvil” está compuesta por páginas en prosa y verso, precedidas por pensamientos relacionados con los temas que lo obsesionaron en los últimos tiempos: el amor y la muerte.  

Así, página a página, nos topamos con pensamientos de Quevedo, Lamartine, Ronsard, Víctor Hugo, Whitman, Maeterlinck, La Bruyere, D’Annunzio, Bergson, Pascal, Rimbaud y muchos otros que prolongan los poemas nervianos.  La profundidad del pensamiento y del sentimiento, alcanza su máxima gravedad en poemas como “Gratia plena”; escrito en Marzo de 1912: … “Todo en ella encantaba, todo en ella atraía; / su mirada, su gesto, su sonrisa, su andar… / El ingenio de Francia de su boca fluía / Era llena de gracia como el Ave María, quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!?  Mediante un sentimiento descarnado, el poema recuerda los días felices, y advierte el contraste con la desolación de ese momento.  La figura de la mujer muerta se evoca en el libro con la doble pasión del lírico y del místico; y es ahí como en “Ya todo es imposible”: … “Dios no ha de devolvértela porque llores!. / Mientras tú vas y vienes por la casa / vacía, mientras gimes, / la pobre está pudriéndose en su agujero. / ¡Ya todo es imposible!”.  De todas las obras de amado Nervo, pocas alcanzaron tanta popularidad quizá porque fue escrita sin ningún artificio, sólo dictada por el dolor que le provocó la muerte de Ana.  La obra del poeta mejicano se caracteriza por una necesidad constante de ternura y una constante preocupación ante el problema metafísico.  Después de la desaparición de su compañera, la idea de su propia muerte le obsesiona; piensa que es el único camino que podría restituirse.  En cuanto a la métrica, el poeta mejicano empleó toda clase de versos en mi vasta obra.  Una parte de este libro ha muerto ya; pero la restante supervive con la fuerza que le impartieron el amor y el dolor de Nervo.  Sobreviven los poemas que pertenecen ya a la antología universal de nuestra lengua, como el poema titulado “Me besaba mucho”… “Me besaba mucho, como si temiera / irse muy temprano: su cariño era / inquieto, nervioso, l7 Yo no comprendía / tan febril premura.  Mi intención grosera / nunca vio muy lejos”;  Otro de ellos es “Aquel olor”: … “¿En qué cuento te leí? / ¿En qué sueño te soñé? / ¡Ah, no lo sé… no lo sé!”.  Nervo murió a los 49 años en Montevideo el 24 de Marzo de 1919, donde había trabado estrecha amistad con el uruguayo Juan Zorrilla de San Martín, quien influyó poderosamente en la reconciliación del poeta con la iglesia en sus últimos momentos.   Entre sus obras sobresalen.  “La hermana agua” (1902), “Lira heroica” (1902), “Los jardines interiores” (1905), “En voz baja” (1912); “Serenidad” (1914), “Elevación” (1916) y “Plenitud” (1918).



EL TUNEL


El túnel, es la primera novela del escritor argentino Ernesto Sábato, nacido en Rioja, provincia de Buenos Aires, el 24 de Junio de 1911.  Esta obra constituye el punto de partida de la trilogía integrada también por “Sobre héroes y tumbas” (1961), y por “Abaddon el exterminador” (1974).  El libro publicado en 1948, está construido como narración retrospectiva, contada en primera persona por el protagonista.  Sábato nos presenta a un artista pintor quien vive una extraña aventura que ha culminado en crimen, y que es el implacable analista de su propio relato.  El “Suspenso” del desenlace” estaría eliminado por la anticipación narrativa.  Y sin embargo, el lector asiste a un proceso de intensidad creciente, que no solamente se despliega en el sentido de la narración, sino a despecho de ésta, a través de una profusión de imágenes de denso simbolismo y alegorismo y de la incesante reflexión y análisis del protagonista sobre los hechos narrados.  Los celos que Castel (protagonista) siente por María, así como los acerbos interrogatorios a que ésta se ve sometida, exacerban al lector “Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne Hunter; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no necesitan mayores explicaciones sobre mi persona”.  Así se inicia una de las más celebradas obras de Sábato.  Después de darnos algunas ideas sobre su pensamiento, Castel pasa a contarnos la historia de su crimen, comenzando por el hecho de cómo conoció a su víctima.  Para Castel, la frase “Todo tiempo pasado fue mejor”, no indica que antes sucedieron menos cosas malas, sino que felizmente, la gente las echa en el olvido.  El se caracteriza por recordar preferentemente los hechos malos y, así casis podría decirse que “todo tiempo pasado fue peor”, sino fuera porque el presente le parece tan horrible como el pasado.  A Castel hace rato que le importa un bledo la opinión y la justicia de los hombres, así, como tampoco le interesa que la gente piense que es por vanidad que publica su historia.  Castel está convencido que existió una persona que podría entenderlo.  Pero fue, precisamente, la persona que mató.  Castel vio por primera vez a su víctima en una exposición en el “Salón de Primavera”, donde presentó un cuadro llamado, “Maternidad”.  El cuadro tenía un detalle que nadie percató, con excepción de una muchacha que estuvo mucho rato delante del cuadro.  Castel la observó todo el rato con ansiedad.  Cuando la chica desapareció, se sintió irritado, infeliz, pensando que podría no verla más, perdida entre los millones de habitantes anónimos de Buenos Aires.  Después de varios meses de ansiedad y búsqueda la vio entrar en un edificio; vanamente Castel esperó varias horas a que salieran las personas que trabajaban ahí.  La muchacha no apareció.  

Castel estaba obsesionado y no quería perder para siempre a la única persona que evidentemente había comprendido su pintura.  Al día siguiente, Castel estaba ya parado frente a la puerta de entrada del edificio, pero la muchacha no llegó.  Sentado en un café cercano, la vio salir del subterráneo.  Fue rápidamente a su encuentro y cogiéndola de un brazo, casi con brutalidad y, sin decir una sola palabra, la arrastró por la calle San Martín en dirección a la plaza.  Hablaron largo rato sobre pintura y en especial del detalle aquél del cuadro “Maternidad”.  Al siguiente día, Castel la llamó por teléfono, hablaron brevemente y quedaron en que él la llamaría al otro día.  Cuando la llamó, le dijeron que se había marchado al campo y que había dejado una carta para él.  Lo enfureció el hecho de no encontrarla y precipitadamente se dirigió a casa de María, donde lo recibió un hombre alto, flaco y ciego de apellido Allende, era su marido. Castel se quedó como una estatua ante tal revelación.  El hombre le tendió la carta donde sólo había escrita una frase.  “yo también pienso en Usted… María”  Tremendamente desconcertado, Castel abandonó la casa, pensando qué estaría ella haciendo en el campo con su primo Hunter.  Los días pasados, sin noticia de María, significaron un tormento para Castel, su mente se atormentaba en conjeturas que no hacían más que angustiarlo hasta llevarlo al borde de la locura.  Después de solicitar a la mucama de María, la dirección de ésta en el campo.  Castel le escribió una carta pidiéndole que le dijera cuándo pensaba regresar a Buenos Aires.  María regresa y las citas clandestinas fueron casi todos los días, estas terminaron, la menor de las veces, en una calma relativa.  Salían a caminar por la plaza Francia como dos adolescentes enamorados pero esos momentos de ternura se fueron haciendo más raros y cortos, como inestables momentos de sol en un cielo cada vez más tempestuoso y sombrío.

Las dudas e interrogatorios de Castel, fueron envolviéndolo todo, como una liana que fuera enredando y ahogando los árboles de un parque en una monstruosa trama.  Eran las personas desconocidas, aquellas sombras que habían existido en la vida de María, antes que él, lo que torturaba incesantemente a Castel y que hacía sentirse infeliz a María debido a los frecuentes interrogatorios a que la sometía el mórbido pintos.  A los pocos días María se marchó, sin decir nada, nuevamente al campo: Castel fue tras ella.  Fue en la estancia, cerca al mar, cuando un sordo deseo de precipitarse sobre ella y destrozarla con las uñas y de apretar su cuello hasta ahogarla y arrojarla al mar, invadió la mente del pintor.  Los celos que la presencia de Hunter le provocaba, hicieron que Castel se marchara, permaneciendo sólo un día en la estancia.  Los días que precedieron a la muerte de María fueron los más atroces de la vida de Castel; días enteros bajo el efecto del alcohol y deambulando por calles, bares y puertos, así como pesadillas que, fueron mermando su salud y su ánimo.  A los pocos días llamó por teléfono a la Estancia y le dijo a María que si no regresaba de inmediato a Buenos Aires se mataría; María regresó al instante Castel la llamó y se citaron para las cinco en punto.  Ella le dijo que debía haberse quedado en la Estancia, puesto que hunter estaba enfermo.  María no acudió a la cita y esto enfureció a Castel y más aún, el hecho de que al llamarla a su casa le dijeron que había regresado a la Estancia porque Hunter la había llamado.  Lleno de ira, Castel se armó de un cuchillo de cocina y pidiéndole prestado el automóvil a su amigo Mapelli, enrumbó a 130 kilómetros por hora hacia la estancia.  La suerte de María estaba definida; Castel llegó hasta su habitación después de haberla visto del brazo con Hunter y la apuñaló varias veces.  De regreso a Buenos Aires, se presentó a la comisaría, no sin antes informar al marido de María de lo acontecido.  Ya en prisión, se enteró que Allende se había suicidado.





LITERATURA ESPAÑOLA



LOS PUEBLOS


Este libro que contiene 18 ensayos sobre la vida provinciana fue publicado por Azorín, (José Martínez Ruiz) en 1905.  Azorín nació en Monóvar, Villa situada en la región montañosa de Alicante, a 37 kilómetros de la capital, el 8 de junio de 1873.  En “Los pueblos”, aparecerá por primera vez el seudónimo de Azorín y ya seguirá así en lo sucesivo.  El arte de Azorín se acerca en los detalles minúsculos, en las cosas pequeñas de la vida cotidiana.  Su mismo seudónimo Azorín es ya un hondo acierto.  Para su significado se piensa   en “azor”, el ave cazadora de presa, y así como está, mira desde lo alto a las nubes y a la tierra, se asocia al ave, el arte inquisitivo y amplio del  escudriñador de lo menudo con mente amplia y soñadora de horizontes que fue José Martínez Ruiz.  También hay quién se ha acordado del verbo “azorarse”, pensando en el aire exterior tímido y reconcentrado del propio autor, y más del personaje que comenzó a llevar a este nombre:  Antonio Azorín, personaje de sus novelas:  “La voluntad”, “Antonio Azorín” “Las confesiones de un pequeño filósofo”.  Lo más acertado, para concluir este tema, es que de su personaje “Antonio Azorín”, que tanto tenia de autobiográfico, brotó el seudónimo de José Martínez Ruiz, famoso hoy en el mundo de las letras.  La tradición y el paisaje español es el tema fundamental de “Los pueblos”, así como de “La ruta de don Quijote”, “El paisaje de España visto por los españoles”. “Valencia” y “Castilla”.  Azorín no es un sociólogo, ni un periodista ilustre, ni un reportero, es sólo un poeta que escribe en prosa.  Y es él quien nos ha abierto de par en par las puertas de una España espiritualmente habitable.  Ha descubierto el paisaje español describiendo minuciosamente pueblos, ciudades, paisajes y todo ello con sencillez, con cariño, Azorín describe despacio, muy despacio.  No olvida ni añade nada.  Le interesa el detalle para llegar así a “percibir lo sustantivo de la vida”.  Su contemplación serena de las cosas y de los hombres nos va revelando hechos y figuras sin ningún truco, sin añadir nada artificial.  Azorín es un contemplativo de espíritu fino y delicado, que sabe captar aquel breve instante que todas las cosas tienen durante el día, en que todos los elementos de la belleza forman una síntesis suprema.  Azorín, tras larga ausencia, ha vuelto a poner los pies en la monótona ciudad donde transcurrió su infancia. Azorín ha vuelto a recordar y está profundamente triste.  En el ensayo “Sarrió”, Azorín interroga al criado, Lorenzo, por las hijas de su ilustre amigo.  Se entera que Carmen y Lola se casaron ya; pero cuando pregunta por Pepita, que era su amiga predilecta, se entera que hace mucho que murió.  Azorín siente un nudo en la garganta y se pregunta “Cómo los seres que hemos amado tanto pueden desaparecer de este modo tan rápido y brutal”.   Cuando aparece Sarrió, bajando lentamente las escaleras y apoyado en la buhardilla, Azorín lo mira absorto y reflexiona sobre el hecho que en los pueblos hay hombres y mujeres vulgares, anodinos e insignificantes que han formado parte de nuestra vida y que muchas veces nos han encantado con sus palabras sencillas y que su desaparición nos causa mucho pesar.  Don Pedro, don Antonio, don Luis, don Rafael, don Alberto, don Leandro, y todos aquellos que conocimos en nuestra niñez o en nuestra adolescencia, han muerto ya, dejándonos en nuestros corazones un lejano pero profundo recuerdo.  Azorín recorre  las callejas y las plazas de los pueblos levantinos, castellanos y andaluces.  Va de un lado para otro.  En el ensayo titulado, “La novia de Cervantes”, que se ubica en la ciudad de Esquivias, donde vivió el autor de “El Quijote”, Azorín vuelve a oír las campanas del viejo reloj que Cervantes oiría entre sueños, todas la madrugadas, como él las escucha ahora, ese reloj que marca sus horas, rítmico, eterno, indiferente a los dolores del hombre.  

En “Una elegía”, Azorín recuerda a Julín, la muchacha romántica, fina, blanca, suave, con los ojos azules, soñadores, pensativos y tristes.  Para Azorín regresar al pueblo natal después de haber estado lejos de él, pocos o muchos años, los recuerdos de aquellos que han desaparecido para siempre, serán inevitables.  Azorín se confunde y dialoga con el herrero, el fotógrafo, el talabartero, y en cada uno de ellos asoma, inexorable, el recuerdo de su infancia.  En casa de su amigo don Baltazar, el fotógrafo, su mirada cae sobre una fotografía que le causa viva y honda emoción.  Es el retrato de Julín, que don Baltazar había tomado cuando la muchacha estaba ya enferma.  Azorín piensa entonces que las cosas deberían ser eternas.  Pero Azorín no se desespera.  Azorín es el pequeño filósofo que acepta resignadamente los designios ocultos e inexorables de las cosas.  El escepticismo de Azorín, como dice Juan Ramón Jiménez, es sereno y resignado.  En el ensayo “El grande hombre en el pueblo, Azorín nos da una muestra de esta típica maestría en la prosopografía, cuando describe a su ilustre amigo y hombre de letras, Emilio Castelar… “Su cara antes redonda, es ahora alargada, flácida; sus ojos grandes pasan por las cosas y atisban las lejanías con miradas en que hay dolor y espanto, y sus manos finas, blancas, tenues, acarician con ademán inconsciente, de cuando en cuando el largo bigote de plata, que cae lacio por la comisura de los labios…l”  Y así, Azorín nos va llevando a través de “Los pueblos”, por diversas ciudades:  Lora del Río, Sevilla y Lebrija, en el ensayo “Andalucía trágica”; Cestona y Urbernaga, en “Siluetas de Urbernaga”; por Zaldívar, en “Siluetas de Zaldívar”; por Toledo en “Un hidalgo”; Azpeitia, en el ensayo “En Loyola”; por Santander, en “Una ciudad”, Esquivias, en “La novia de Cervantes” y por otras tantas ciudades, que desnudan sus tesoros ornamentales, porque Azorín sabe expresar con palabras sencillas, animadas por un suave temblor lirico, todo el encanto de un plació vetusto, de una callejuela, un jardín, una fiesta, un monasterio, unas “¡Buenas noches!”.  Azorín es el maestro que nos ha brindado la llave mágica para entrar en la “Hora de España”.  Azorín nos invita a gozar de este “minuto de satisfacción íntima” que existe en los pueblos de España.  Este ilustre escritor, una de las figuras conspicuas de la “Generación 98”, murió en 1966, a los noventaitrés años de su fecunda vida entregada a las letras.



LEYENDAS


Durante sus constantes viajes por España, en compañía de su hermano Valeriano, Gustavo Adolfo Domínguez Bastida, nombre real de Bécquer, recogió numerosas leyendas que posteriormente trasladó a la prosa. Bécquer nació en Sevilla, el 17 de Febrero de 1836, y durante sus años de juventud y mayor pobreza escribe sus maravillosas leyendas, los cuales suman 28 en total, y de las cuales 18 se publicaron en varios periódicos de Madrid entre 1861 y 1863.  Por tanto, podemos considerar plausiblemente, que anteceden a la mayor parte de las rimas.  La vida de Bécquer fue dolorosa, triste, oscura y nos ha sido contada por amigos de su juventud como Narciso Camilo, en su libro “Páginas desconocidas”; Julio Nombela, en  “Impresiones y recuerdos”; y otros como Ramón Rodríguez Correa y Augusto Ferrán..  Cuatro son las ciudades que al parecer gustaron a Bécquer, ya que en ellas sitúa la mayoría de sus leyendas.  Toledo (“El beso”, “La ajorca de oro”, “Tres flechas”, “La rosa de la pasión”); Sevilla (“La venta de los gatos”, “Maese Pérez, el organista”, “La promesa”); Soria (“El monte de las ánimas”, “Los ojos verdes”, “Rayo de luna”; Fitero (“El miserere”, “La cueva de la mora”, “La fe salva”).  Muchas de estas leyendas revelan la especial habilidad de Bécquer par ir llevando gradualmente el interés del lector de lo real a lo fantástico, por medio de una referencia personal o por la evocación de un detalle histórico o topográfico real; pondremos como ejemplo las leyendas tituladas  “Maese Pérez el organista “ y “El miserere”, que son inspiradas por el recuerdo de su entrañable amigo Lorenzo Zamora, pianista que ayudó a Bécquer en sus años de miseria en Madrid, y que influyó tanto para que acudiera al monasterio de Veruela, el cual fu buscado por su hermano Valeriano en Aragón, par que se recuperara de la tuberculosis que ya lo afectaba.  Por último diremos que el género, en cuanto a tal, no era nuevo: sus raíces son, en parte, populares y locales, tradiciones corrientes sobre lugares concretos, iglesias, imágenes sagradas y similares; en parte son literarias, provenientes de la literatura religiosa oriental, de apólogos e historias de sucesos mágicos.

“Maese Pérez, el organista”: Parecía como si todos los sevillanos acudieran al convento de Santa Inés con el sólo propósito de poder alcanzar las notas del órgano que tan magistralmente accionaba con sus delicadas manos  Maese Pérez, el organista.  Su padre había tenido la misma profesión que él, y a su muerte heredó el cargo.   Maese Pérez sentía una gran devoción por la ceremonia de la Misa de gallo, y era en esa oportunidad, que las voces de su órgano parecían las de los ángeles.  Era la hora de que comenzase la misa.  La iglesia estaba iluminada con una profusión asombrosa y, en la puerta, una muchedumbre se agolpaba.  Cuando ya la multitud empezaba a impacientarse porque no aparecía el organista, surgió de la sacristía un religioso que informó a la grey, que Maese Pérez se había puesto muy grave, y que sería imposible que asistiera esa noche a la Misa de medianoche.  La noticia cundió rápidamente entre la muchedumbre.  En aquel momento, un hombre mal trazado, seco, huesudo y bisojo por añadidura, se adelantó hasta el sitio que ocupaba el prelado y manifestó que él podía tocar el órgano, ya que Maese Pérez no era el primer organista del mundo, ni a su muerte se dejaría de tocar el órgano.  Aquel hombre enteco, envidioso y extraño era enemigo del de Santa Inés y, cuando se disponía a tocar con el asentimiento del arzobispo, se escuchó una voz que decía que Maese Pérez había llegado.  El organista había hecho caso omiso a las lágrimas de su hija y a los preceptos de los doctores, y pálido y desencajado, entraba en la iglesia sobre un sillón que todos se disputaban el honor de llevar en sus hombros.  El organista, ciego de nacimiento y que tenía en su haber sesenta seis años, sabía que aquella sería su última Nochebuena y no quería perdérsela.  Pasó el introito, el Evangelio y el ofertorio, y el órgano sonó como nunca.  El órgano proseguía sonando, pero sus voces se apagaron gradualmente, hasta que exhaló un sonido discorde y extraño semejante a un sollozo, y quedó mudo.  El querido por todos, Maese Pérez, había muerto.  Cuando los primeros fieles llegaron a la tribuna, vieron al pobre organista caído de boca sobre las teclas de su viejo instrumento, que aún vibraba sordamente mientras su hija, arrodillada a sus pies, le llamaba en vano entre suspiros y sollozos.  Un año después, nos encontramos en el mismo convento de Santa Inés, donde se celebraba la misa de gallo, pero ahora no será el recordado  Maese Pérez quien acariciará las teclas del órgano, sino aquel bisojo organista que por tocar tan desastrosamente el órgano en la parroquia de San Bartolomé lo  echaron muchas veces de ella; el mismo que un año antes pretendiera tocar el órgano de Maese Pérez.  El órgano sonó esa noche tan melodioso como si lo hubiera tocado el mismísimo Maese Pérez, lo cual extrañó a toda la multitud ahí presente.  Un año más había transcurrido y la abadesa del convento de Santa Inés trataba de convencer a la hija de  Maese Pérez para que tocara esa noche en la misa de Gallo; pero ésta no podía ocultar su temor por lo que había acontecido la noche anterior, en que había visto a su padre tocar el órgano del convento.  La abadesa logró convencerla diciéndole que deseche esas fantasías con que el enemigo malo procura turbar las imaginaciones de los débiles.  Llegó la hora de la misa y todo marchó normal hasta que llegó la consagración.  En aquel momento sonó el órgano y al mismo tiempo que el órgano, un grito de la hija de   Maese Pérez.  Cuando todo el mundo dirigió su mirada al banquillo, no había nadie ahí, pero el órgano seguía sonando.  Era el alma del recordado Maese Pérez.

“La ajorca de oro”: María Antúnez y Pedro Alfonso de Orellana eran toledanos y ambos vivían en la misma ciudad que los vio nacer.  El la amaba con ese amor que no conoce freno ni límites, a pesar que ella era caprichosa y extravagante, él, supersticioso y valiente.  Él la en
Contó un día llorando y al interrogarla sobre este hecho, ella le contestó que un día antes había estado en el templo rezando fervorosamente, y que cuando maquinalmente levantó la cabeza y su vista se dirigió al altar, sus ojos se posaron en un objeto que entonces no había visto.  Aquel objeto era la ajorca de oro que tiene la Madre de Dios en uno de sus brazos, en el que descansa su divino hijo.  Desde ese instante no había podido quitarse del pensamiento aquella imagen del objeto.  Ya en su casa no había logrado dormir por la obsesión que la poseía; y, cuando al amanecer se cerraron sus ojos, soñó, que una mujer morena y hermosa llevaba la joya de oro y de pedrería y que, le decía que jamás sería suya.  Pedro, enfurecedido, le preguntó qué Virgen tenía esa joya, que él movería cielo y tierra para que su amada la tuviera.  Cuando ella le dijo que era la Virgen del Sagrario de la Catedral, el joven enmudeció y, después de un momento de cavilación, le dijo que le pidiera cualquier cosa pero menos eso.  La muchacha empecinada insistió en su querella.  El mismo día en que tuvo lugar la escena, se celebraba en la Catedral de Toledo el último de la magnífica octava de la Virgen.  La fiesta había traído a ella una multitud inmensa de fieles; pero ya esta se había dispersado en todas direcciones, y las colosales puertas del templo habían rechinado sobre sus goznes para aferrarse detrás del último toledano, cuando de entre las sombras, pálido como una estatua, apareció la figura de Pedro, el amor por su amada, había vencido a su fe.  Entre rumores confusos, Pedro hizo un esfuerzo para llegar a la verja y subir la primera grada de la capilla mayor.  Alrededor de la capilla, estaban las tumbas de los reyes, cuyas imágenes de piedra, con la mano en la empuñadura de la espada, parecían velar noche y día por el santuario. Pedro se acercó al ara, y, trepando por ella, subió hasta el escabel de la imagen.  Cerrando los ojos para no ver la imagen de la Virgen, extendió la mano y arrancó la ajorca de oro, piadosa ofrenda de un santo arzobispo.  Ya la presea estaba en su poder; sus dedos crispados la oprimían con una fuerza sobrenatural y sólo le restaba huir con ella.  Pedro tenía que abrir los ojos, ver la imagen de la Virgen, ver los reyes de las sepulturas, los demonios de las cornisas y los endriagos de los capiteles.  Cuando por fin abrió los ojos, un grito agudo se escapó de sus labios.  La catedral estaba llena de estatuas, estatuas que, vestidas con luengos y vistosos ropajes, habían descendido de sus huecos, y ocupaban todo el ámbito de la iglesia, y le miraban con su s ojos sin pupilas.  Santos, monjas, ángeles, demonios, guerreros, damas, pajes, cenobitas y villanos se rodeaban y confundían en las naves y en el mar.  Las sienes le latieron con una violencia espantosa y cayó desvanecido sobre el ara.  Cuando al otro día los dependientes de la iglesia lo encontraron al pie del altar, tenía aún la ajorca de oro entre sus manos, y al verlos aproximarse, exclamó con una estridente carcajada”!  Suya, suya!”.  El pobre Pedro estaba loco.

El 22 de Diciembre de 1878, moría en Madrid víctimas de la tuberculosis, el genial creador de las “Rimas”.  Sus relatos fueron sepultados en la Sacramental de San Lorenzo en Madrid.



EL SI DE LAS NIÑAS


El siglo XVIII español ha sido considerado generalmente en la historia literaria, y también en la historia cultural y política, un siglo decadente en el que, perdida su potencia creadora, España inicia una épo9ca de servidumbre e imitación de modelos extranjeros.  Políticamente este siglo se inicia con la extinción de la dinastía de los Habsburgos y el advenimiento al torno hispano de la Casa de Borbón, lo que significó un predominio francés en la política internacional, en la cultura, en las costumbres.  La influencia de los escritores del siglo de Luis XIV (siglo XVII) llamados clásicos: Corneille, Racine, Moliere, Boussuet, Fenelón y más tarde los filósofos y economistas del siglo XVIII, franceses, precursores de la Revolución; Montesquieu, Voltaire, Rousseau, Diderot y D’Alembert, fue extraordinaria en España, al igual que en otros países de Europa como Rusia, Portugal, Italia e Inglaterra.  La producción literaria de este siglo carece, pues, de interés.  La literatura de esta centuria es mediocre, predominando la erudición y la crítica sobre la poesía.  A ésta le falta inspiración y verdadero lirismo.  En cuanto al lenguaje, se introducen en él infinidad de galicismos, tanto de vocablos como de sintaxis, y el castellano, que había llegado en las obras de la Edad de oro a su máxima belleza y esplendor, degenera y pierde, en manos de los autores de ésta época, su precisión y varonil energía.  Los prosistas más importantes de este siglo son el padre Jerónimo Feijoó, Melchor de Jovellanos, Ignacio de Luzán.  Los poetas, Meléndez Valdés, José Quintana y Nicasio Álvarez Cienfuegos.  En el teatro Ramón de la Cruz y, propiamente hay un solo autor, una sola obra lograda de acuerdo a las normas francesas en todo el teatro español: este autor y esta obra son Moratín y “El sí de las niñas”, Leandro Fernández de Moratín nació en Madrid, el 10 de Marzo de 1760 y murió en París el 21 de Julio de 1828.  

“El sí de las niñas”, es la obra maestra de Moratín; escueta, exacta, con pocos personajes y ceñida estrechamente a las reglas venidas de Francia:  la acción des una sola y muy simple; el tiempo  representado es de apenas 11 horas; y la acción sucede en un sólo ambiente, la sala de una posada en Alcalá  de Henares.  El argumento de esta comedia en prosa, en tres actos y escrita hacia 1805 es sencillo.  Una joven, doña Francisca, educada en un convento de monjas de Guadalajara, se enamora de un gallardo oficial de dragones llamado Carlos; su madre doña Irene, sin saber nada de estos amoríos, la saca del convento para casarla con don Diego, acomodado y respetable anciano, al cual nunca había visto la niña, pero cuyo yugo acepta por respeto a su madre.  La acción empieza cuando están todos juntos en una posada de Alcalá de Henares, haciendo un alto para partir al día siguiente hacia Madrid; don diego cuenta a su criado, Simón, sus deseo de casarse con la joven Francisca y, que si bien no le interesa que la gente murmure en cuanto a la diferencia de edades se refiere (él tiene 59 años y ella 16), prefiere mantener el Himeneo en secreto hasta que éste se haya consumado.  Llegan a la posada doña Irene, Francisca y la criada Rita.  Doña Irene se deshace en halagos hacia el anciano quien no puede ocultar su complacencia.  No tardan en llegar a la posada, el joven Carlos, con su criado Calamocha.  Francisca había escrito una carta al joven amante, poniéndole el tanto de lo sucedido, y este, presuroso, partió de Zaragoza para impedir la boda.  Mientras tanto don diego confiesa a Francisca delante de su madre que él no quiere ninguna boda con violencia, y que si su corazón le dice que no debe casarse, no debe hacerlo por más que su madre la presione. Rita prepara una cita y los dos amantes logran verse.  Carlos manifiesta a Francisca que en Madrid tiene un tío con gran fortuna; que para él es como un padre, y que gustosamente los ayudará; el mencionado tío resulta ser, ni más ni menos, que el propio don Diego.  Sobrino y tío se encuentran en otra escena, en la misma posada donde se halla Francisca.  Don Diego se enoja por el hecho que don Carlos haya abandonado su guarnición.  Ambos esconden el motivo por el cual están allí; don Diego porque no quiere que nadie sepa lo de su boda, y Carlos por ocultar su deserción, motivada por ir detrás de su amada francisca.  Es así como queda aún oculto el desenlace.  Don Carlos parte a solicitud de su tío y al enterarse Francisca, e ignorando lo acontecido, cree que Carlos es un canalla que sólo buscaba burlarse de ella.  Carlos vuelve de noche y logra entrevistarse con Francisca; la reunión es tan efímera que Carlos da una carta a la muchacha donde le explica los motivos de su partida.  Don Diego y Simón se hallan cercad e la escena y si bien no logran identificar al misterioso personaje, se apoderan de la carta que la muchacha, en su nerviosismo, dejó caer.  Enterado de todo, don Diego ordena a Simón que vaya a buscar a su sobrino y lo traiga ante él.  Antes de que llegue Carlos, don Diego habla con Francisca e insiste en que si su corazón suspira por otro hombre no debe ocultarlo.  Después se hablar con su sobrino, don Diego pone en conocimiento de doña Irene la situación en que se hallan los hechos y doña Irene estalla en ira, y quiere castigar a su hija que ha acudido presurosa al escuchar los gritos de su madre.  En ese instante aparece Carlos y coge de un brazo a doña Francisca y, poniéndola delante de ella, amenaza con arremeter a quien se atreva a tocarla u ofenderla.  Don Diego interviene y calma los ánimos, logrando con su sacrifico la comprensión de la dolida Irene.  Le hace ver el hecho de que ella y las tías de Francisca fundaban castillos en el aire y le llenaban la cabeza de ilusiones que en ese momento, han desaparecido como un sueño.  Le aduce que todo el problema suscitado, estriba del abuso de autoridad, de la aprensión que la juventud padece.  Doña Irene conmovida, abraza a Carlos y a su hija, culminando así la obra en un clima de alegría.



POESÍA DE GÓNGORA


La obra poética de don Luis de Góngora y Argote, una de las figuras más egregias y controvertidas de la Edad de Oro de la literatura española, ha sido durante muchos siglos, y aún en la actualidad, pozo de riquezas y de dolores de cabeza para críticos de la talla de un Valbuena Pratt o un Menéndez y Pelayo.  Nació, Góngora, en Córdova, al igual que Marco Lucano y Juan de Mena, el año 1561.  El panorama de la vida literaria en la época de Góngora, se presenta como uno de los más brillantes, en razón de los singulares ingenios que la poblaron.  En el drama, Lope de Vega, en la prosa, Cervantes; Quevedo en la sátira y, en el campo de la poesía, es Góngora quien cierra esta pléyade literaria “Angélica y Medoro”, uno de los más bellos y famosos romances de Luis de Góngora y Argote, fue escrito en 1602 según la fecha del mejor manuscrito.  La acción, en 136 versos octosílabos, es muy simple; encuentro de Angélica, reina de Catay, con Medoro, herido de muerte, el enamoramiento de ambos, y su felicidad una vez curado,  Medoro.  Este argumento deriva del “Orlando furioso” –de Ludovico Ariosto-, estrofa 16 – 37 del canto XIX.  Dámaso Alonso lo ha estudiado primorosamente con la intención de demostrar cómo en un romance de 1602, que siempre los críticos habían elogiado por su “naturalidad”, abundan sobremanera los artificios más complicados.  Halla por ejemplo, numerosas contraposiciones, (“Las venas con poca sangre, / los ojos con mucha noche”);  paralelismos, (“El lunado arco suspende y el corvo alfanje depone”); alusiones y perífrasis (“Aquella / vida y muerte de los hombres” para designar a Angélica); metáforas curiosas y originales (“ya es herido el pedernal, / ya despide al primer golpe / centellas de agua”), cultísimos sintácticos (“plumas les baten veloces”), y conceptos, ingeniosidades y chises (“Una mala vivo con dos almas – Medoro- / y una ciega  (de amor) con dos soles (por ojos)”).  A pesar de todo, y aún quizá por esta misma artificiosidad, el romance es muy bellos.  Magistralmente Góngora describe a Angélica: “Desnuda el pecho anda ella, / vuela el cabello sin orden; / si le abrochases con claveles, / con jazmines se le coge”.  Y todo está al servicio de esa pasión: “Cuavas do el silencio apenas / deja que las sombras moren / profanan con sus abrazos / a pesar de sus honores”.  Aunque deriva del “Orlando furioso” Góngora ha embellecido con extraordinaria sensualidad y delicadeza este romance.  También su vocabulario es original, o lleno de extravagancias para su época y lleno de neologismos, los más atrevidos.  Ásperamente censurados por sus contemporáneos, que no reconocían en ellos el genio innovador del cordobés.  Baste decir que una palabra tan común  como “joven” fue por él usada  por vez primera en la primera, “Soledad”, en el célebre verso:  “desnudo el joven / cuando el vestido océano ha bebido”, que él tomo de Virgilio, la castellanizó y la ofreció como sinónimo al castellano de “mancebo” que también aparece en la “soledad” primera “Vulgo lascivo erraba / al voto del mancebo, / el yugo de ambos sexos sacudido / al tiempo que de flores impedido / el que ya serenaba / la región de su frente rayo nuevo / purpúrea terneruela, conducida / de su madre no menos enramada, / entre alboques se ofrece, acompañada de juventud florida”.  Tales cosas parecieron extravagancias a sus contemporáneos que pronto se alzaron contra él, y antes que ningún otro, Quevedo y Lope de Vega, Góngora fue maestro indiscutible de la metáfora, como cuando dice que la llama que “es mariposa en cenizas desatada”; de las aves, “Esquilas dulces de sonora pluma” o bien “cítaras de plumas”; o explica la primavera que iba, ”Calzada de abriles y vestida de Mayos”.  Mucho es o que se ha escrito acerca de las dos “maneras” o etapas de Góngora.  Del Góngora fácil, tradicional, de la primera época, (romances, letrillas, sonetos, etc.) y del Góngora culterano y oscuro de la segunda, (el Polifemo, Las soledades, etc.).  Ya no se admite la separación que los antiguos críticos establecían entre uno y otro Góngora.  Primero, porque muchas de las composiciones de uno y oro estilo son contemporáneas, segundo, porque ambos coexistieron íntimamente, como se comprueba con varios romances y sonetos de la primera época, en los que es fácil hallar ya elementos culteranos y, tercero, porque después de escribir el “Polifemo” y “Las soledades”, Góngora volvió a escribir poesías sencillas, de corte tradicional, aunque embellecidas también por atisbos castellanos, de aquí surgieron las dos nominaciones famosas de “Ángel de la luz” y “Ángel de las tinieblas”.  Apreciemos su famosa letrilla / “Ande yo caliente”, que comienza con dos versos que le dan nombre, precedidos por seis estrofas de siete versos cada una, donde los siete primeros son octosílabos y el último heptasílabo; la rima es consonante, donde rima” el primero, el cuarto y el quinto; el segundo con el tercero, y el sexto con el sétimo… “Ande yo caliente / y ríase la gente / traten otros del gobierno / del mundo y sus monarquías / mientras gobiernan mis días /  mantequillas y pan tierno / y las mañanas de invierno / naranjada y aguardiente / y ríase la gente”.  Una de las obras más conocidas de Góngora es su romance “Hermana marica”, en que el  vate Cordobés muestra alegría, ingenuidad y gracia.  Aquí nos muestra sucesos gratos de su infancia ya lejana: “La hermana Marica”, con su corpiño y su saya nueva, jugando a las muñecas con las dos hermanas, Juana y Magdalena, o bailando al son de las “Castañetas”, si mamá lo quiere, él, con su camisa nueva y su “sayo de palmilla”, feliz de no tener que ir “mañana a la escuela”.  El romance está compuesto por varios hexasílabos que rima asonantemente en los versos pares (e  - a)… “Hermana Marica mañana que es fiesta / no irás tú a la amiga / ni yo iré a la escuela. / Pondraste el corpiño y / la saya buena, cabezón labrado / toca y albanega  / y a mí me pondrán / mi camisa nueva, / sayo de palmilla, / media de estameña, / y si hace bueno trairé la montera / que me dio la Pascua / mi señora abuela, / y el estadal rojo / con lo que le cuelga, / que trajo el vecino / cuando fue a la feria”.  El barroquismo, que ha llegado a su sinónimo de extravagancia y de mal gusto, fue un movimiento artístico que abarcó todos los géneros y que se extendió por muchos países de Europa durante más de un siglo.  Se caracteriza por lo complicado, lo extravagante, lo sobrecargado; por el exceso de adornos inútiles, por la amplificación y la artificiosidad.  En España hubo una literatura barroca: El Culteranismo y el Conceptismo.  En otras literaturas europeas surgieron escuelas poéticas semejantes y coetáneas al culteranismo.  

Estas fueron:  en Italia, el “Marinismo”, fuente de todos los demás y cuya denominación deriva del nombre de su jefe, el poeta italiano Giovanni Batista Marino (1569 – 1625), autor del “Adonis” (1623),  extenso poema donde concreta su credo estético; en Inglaterra, el “eufuismo”, voz derivada de la novela “Euphues” de John Lilly (1553 – 1606), y en Francia, el “Preciosismo”, manera afectada de hablar que distinguía a las “preciosas” del Hotel de Rambouillet, célebre salón literario del siglo XVII, que presidía Mne. De Rambouillet.  Los grandes representantes del preciosismo fueron, Vicente Voiture (1598 1648) y Gérard Saint-Amand (1593 – 1660).  Entre las características y elementos principales del culteranismo, tenemos el uso de voces no castizas tomadas particularmente del latín, del griego, del italiano y que fueron castellanizadas; uso exagerado de neologismos tales como adolescente, argento, arpía, caliginoso, candor, canoro, cerúleo, ebúrneo, émulo, fulgor, joven, librar, palestra, pira, venusto, etc.,  Abuso excesivo de figuras literarias como metáforas, perífrasis, hipérboles, metonimias y sinécdoques.

Alarde de erudición clásica, sobre todo en materia e historia, mitología y geografía.  la poesía de Góngora está cuajada de un léxico colorista; esto es, color y luz, son notas que expresan su léxico; rojo, púrpura, rubíes, grana, carmesí, lanco, Líleos, espuma, nieve, cisnes; oro: dorado, rubio, miel, Azul: zafiro, cerúleo.  Dentro de sus sonetos (poema de cuatro estrofas, donde las dos primeras son cuartetos y las dos últimas son tercetos, si los versos son de arte mayor; y si son de arte menor se llama sonetillo.  Si se agregan versos al soneto, al agregado se le denomina estrambote) ocupa un lugar muy especial el titulado, “Mientras por competir con tu cabello.”: … “Mientras por competir con tu cabello / oro bruñido, el sol relumbra en vano, / mientras con menosprecio en medio el llano / mira tu blanca frente el lilio bello / mientras a cada labio, por cogello / siguen más ojos que al clavel temprano / y mientras triunfa con desdén lozano / del luciente cristal tu gentil cuello”.  Góngora, luego de enfermar gravemente, y sufriendo una amnesia total, murió en Córdoba en 1627, donde fue enterrado en la capilla de San Bartolomé.  Se conserva un célebre retrato del peta hecho por el pintor español Diego de Silva conocido universalmente como Velásquez.



POESÍA DE MACHADO


La obra poética de Machado comprende libros de gran trascendencia en la literatura española como su primer libro titulado, “Soledades”, (1903) y “Campos de Castilla”: Machado nació en el palacio de las ´Dueñas de Sevilla, el 26 de Julio de 1875.  Este palacio estaba subdividido y alquilado a familias de clase media y Machado lo recuerda en su poema “El limonero lánguido suspende”… “El limonero lánguido suspende / Una pálida rama polvorienta / sobre el encanto de la fuente limpia, / y allá en el fondo sueñan / los frutos de oro…”.  Así mismo en “Retrato””;… “Mi infancia son recuerdos de un pato de Sevilla, / y un huerto claro donde madura el limonero, / mi juventud, veinte años en tierra de Castilla; / mi historia, algunos casos que recordar no quiero”.  Joven todavía, ganó una vacante para una cátedra de francés en la ciudad de Soria, donde se casa con una adolescente de 16 años Leonor Izquierdo Cuevas.  Radicó posteriormente con su esposa en París, donde acude a estudiar filosofía gracias a una  beca, tiene que regresar al poco tiempo, pues Leonor sufre una hemotisis (Hemorragia de la mucosa, caracterizada por la expectoración de sangre).  Ante esta situación en que Leonor no mejora, surgen las imprecaciones poéticas de Machado en sus versos: Mi corazón espero / también, hacia la luz y hacia la vida, / otro milagro de la primavera”.  La recuperación de su mujer se frustra.  Leonor muere el 1 de Agosto de 1912, y el corazón del poeta se desgarra a través de su verso.  “Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería”.  En su poemario “Campos de Castilla”, publicado en 1912, revela Machado su desprecio por el señorito andaluz, tipo al que  retrata sarcásticamente en su poesía “Llantos de las virtudes y coplas por la muerte de don Guido”: … “Al fin, una pulmonía / mató a don Guido, y están / las campanas todo el día / doblando por él: ¡din – dan!  Murió don Guido, un señor / de mozo muy jaranero, / muy galán y algo torero; / de viejo gran rezador. / Dicen que tuvo un serrallo / este Señor de Sevilla / que era diestro / en manejar el caballo, y un maestro / en refrescar manzanilla”. En su libro, “Campos de Castilla”, encontramos uno de los poemas más famosos y conocidos de Machado: “Proverbios y cantares”. … “Caminantes son tus huellas / el camino y nada más; / caminante, no hay camino, / se hace camino al andar. / Al andar se hace camino, / y al volver la vista atrás / se ve la senda que  nunca / se ha de volver a pisar. / Caminante, no hay camino / sino estelas en el mar”.  La muerte del gran bardo nicaragüense Rubén Darío, inspiró a Machado la bella poesía “A la muerte de Rubén Darío”: … “Si era toda en tu verso la armonía del mundo, / ¿Dónde fuiste, Darío, la armonía a buscar? / Jardinero de hesperia, mi señor de los mares, / corazón asombrado de la música astral, / ¿Te ha llevado Dionysos de su mano al infierno / y con las nuevas rosas triunfantes volverás?”.  Fue un gran amigo de Rubén Darío, a quien conoció en Guatemala.  Poco después del comienzo de la guerra civil española de 1936, muchos intelectuales fueron trasladados a Valencia, lejos del frene de guerra, y con ellos Machado, su madre, hermanos y sobrinos.  En Valencia siguió colaborando en periódicos y revistas y en 1937, apareció su último libro, titulado, “Poesías de la guerra”.  Al ceder el frene republicano, la familia fue trasladada a Barcelona y de allí, junto a millares de exiliados y formando grupo con otros intelectuales como Tomás Novano y Corpus Barga, emprendió el éxodo a Francia, el 22 de enero de 1939, en compañía de su madre, en un barco de pescadores.  Ahí llegó a una aldea del sur de Francia, llamada Collioure, donde murió a los pocos días, el 22 de febrero de 1939.  El 25, murió su madre, Ana Ruiz. Otros libros de Machado son “Nuevas canciones” (1924), “Desdichas de la fortuna”, “Juan de Mañara”, “Las Adelfas”, y “Lola se va a los puertos”, éstas últimas, obras de teatro, compuestas en colaboración con su hermano Manuel.  Guiomar fue el grande y secreto amor de Machado.  La mujer que logró calmar las heridas que dejara su primera esposa, Leonor Izquierdo.  “La mosca”, es una composición que refleja el sentir humorístico de que disfrutaba el gran vate sevillano: … “Moscas de todas las horas / de infancia y adolescencia / de mi juventud dorada, / de esta segunda inocencia, / que da en no creer nada, / de siempre… Moscas vulgares, / que de puro familiares / no tendréis digno cantor: / yo sé que os habéis posado / sobre el juguete encantado, / sobre el librote cerrado, / sobre la carta de amor, / sobre los párpados yertos / de los muertos”.



EL BURLADOR DE SEVILLA


Esta comedia, cuya primera edición data de 1630, es considerada la obra maestra de Tirso de Molina, célebre seudónimo de fray Gabriel Téllez.  Nacido en Madrid, probablemente en 1571, Tirso de Molina es junto a Juan Ruíz de Alarcón lo más grande que produjo el teatro “lopesco”, esto es, el teatro influido por Lope; confesado discípulo del “Fénix de los ingenios”, es el que sigue a éste en fecundidad y el que más se acerca a él, en lo más espontáneo de su producción y en la gracia popular de su teatro.  En el apogeo de su labor teatral, se le acusó por sus escritos, y debió desterrarse por algún tiempo, abandonando su labor litería durante más de diez años.  En 1645, fue nombrado superior del Convento de Soria, donde murió en 1648, a la edad de setentaisiete años; trece después de la desaparición de Lope de Vega.  Don Juan tenorio, hijo de noble familia sevillana, burla a la duquesa Isabela, en cuya habitación había penetrado fingiéndose el duque Octavio, su prometido.  El amor entre Isabela y Don Juan se había llevado en la oscuridad, de ahí la sorpresa de Isabela al encender la luz, y darse cuenta que había estado en el lecho con otro hombre y no con su amado Octavio.  A los gritos de Isabela acude el rey de Nápoles, quien con una vela en un candelabro, interroga a los actores de aquella secreta cita.  El rey encarga a don Pedro Tenorio, tío de don Juan, que investigue la situación y que encarcele a los culpables de tan indecoroso hecho.  Don Pedro descubre que es su sobrino el causante del hecho; se lamenta y ordena a éste que huya por el balcón y vaya a Milán o Sicilia.  Don Pedro Tenorio hace creer al rey, que el hombre que estaba con Isabela, era el duque Octavio, a quien ha herido, pero que así agonizante, logró huir.  El rey increpa a Isabela el haber profanado su palacio, y la manda encerrar en una torre hasta que sea atrapado el duque Octavio y cumpla con casarse con ella.  

Mientras tanto, Octavio es despertado por su criado, Ripio, quien le pregunta si ama a Isabela; este le dice que sí.  Llega don Pedro tenorio  y le informa a Octavio, que el rey ha ordenado su detención; le cuenta lo sucedido, así como el hecho, de que Isabela ha informado que es Octavio quien profanó su lecho bajo promesa de matrimonio.  Octavio se siente traicionado y herido en su orgullo.  Don Pedro Tenorio acepta la proposición de Octavio de partir a España porque así su sobrino se habrás salvado de tan engorrosa situación.  Después de haber huido de Nápoles, don Juan naufraga cerca a las playas de Tarragona.  Una pescadora del lugar, llamada Tisbea, lo divisa y pide ayuda a Tirseo, Anfriso y Alfredo; pero ya don Juan es sacado de las aguas de Catalinón, uno de sus lacayos que navega con él.  Tisbea se enamora de don Juan quien no tuvo problemas para seducirla con engaños y prometiéndole matrimonio.  Luego de consumar su conquista, huye.  Mientras tanto en Sevilla, don Diego Tenorio, padre de don Juan, informa al rey don Alonso, que ha recibido una carta de su hermano, Pedro Tenorio en la cual le informa de la aventura de don Juan con la duquesa Isabela.  El rey Alonso promete solucionar dicho enredo, casando al rapaz don Juan con Isabela, y así, dar sosiego al duque Octavio.  El rey Alonso ordena que don Juan sea desterrado9 de Sevilla con rumbo a Lebrija.  Un criado informa a ambos que ha llegado el duque Octavio.  El rey deduce que debe haber venido tras don Juan a lavar la ofensa cometida.  Don Diego suplica al rey Alonso que interceda para evitar una desgracia.  El rey accede y habla con Octavio, indicándole que le gustaría que se case con la hija del Comendador de Calatrava, don Gonzalo de Ulloa; éste acepta, y se hospeda en su palacio.  Octavio cuenta a su criado, ripio, lo sucedido, días más tarde se encuentran con Octavio y don Juan sin que nada suceda entre ellos.  En un encuentro entre don Juan y el marqués de la Mota, el primero interroga al marqués sobre varias mujeres que ambos conocen.  El marqués le confiesa que está enamorado de doña Ana de Ulloa.  En una calle, tras una reja, una mujer entrega a don Juan una carta que está dirigida al marqués de la Mota.  Don Juan no resiste la curiosidad de saber quién es la mujer y lee la carta, enterándose que es doña Ana de Ulloa la remitente y, que ha sido desposada contra su voluntad con el duque Octavio.  En la misiva se entera además, que la Ulloa, cita al marqués de la Mota a una sesión de amor.  La hora de la cita en que ella dejará la puerta de su habitación abierta, está indicada para las once de la noche.  Don Diego informa a su hijo, don Juan, que el rey ha dispuesto sea desterrado de Sevilla, este acepta sin reparos.  Don Juan suplanta al marqués de la Mota y cuando doña Ana se da cuenta que ha sido embaucada en la oscuridad, grita tan fuertemente que su padre, don Gonzalo, acude preocupado. Pelea con don Juan, quien lo mata con su espada.  Don Juan había informado al marqués de la carta, pero había cambiado la hora de la cita, diciendo las doce en vez de las once.  De ahí que cuando aparece el marqués a las doce, es apresado como el asesino del Comendador don Gonzalo de Ulloa.  En su huída, don Juan, llega al pueblo de Dos Hermanas, donde están por casarse Batricio y Aminta, dos labradores del lugar.  Aquí don Juan aleja al novio con engaños y seduce a la novia, deslumbrándola con sus riquezas y la promesa de matrimonio.  Después de dejar burlada a la infeliz campesina regresa a Sevilla.  Isabela llega con su criado, Fabio a Tarragona donde se entera que Aminta ha sido otra de las víctimas de don Juan.  La lleva con ella a Sevilla para que pida justicia al rey sea castigado el truhán de don Juan.  Cierto día encuentra don Juan en una iglesia, la sepultura del Comendador don Gonzalo, y sobre ella, una estatua que le han erigido por orden del rey para que honre su memoria.  La encarnece y la invita a cenar.  La estatua acude a la cita y corresponde a la invitación de don Juan, invitándolo a cenar en su sepultura; el conquistador y embustero de mujeres acepta cortésmente.  En la inusitada cena que será la última de don Juan en su agitada vida, don Gonzalo toma la mano de don Juan, y éste siente que le penetra un fuego abrasador que le recorre todo el cuerpo.  Don Gonzalo pronuncia estos versos: “… Este es poco, / para el fuego que buscaste.  Las maravillas de Dios son, don Juan, investigables, / y así quiere que tus culpas / a manos de un muerto pagues.  / Y si pagas de esta suerte, / esta es justicia de Dios: / quien tal hace que tal pague”.  Don Juan grita, pide confesión, pero ésta no llega y muere como un réprobo.  Catalinón lleva la noticia al palacio del rey, donde se encuentran reunidas con este, las deshonradas por el recién fallecido: Isabela, Aminta y Tisbea.  El duque Octavio se casa con Isabela; el marqués de la Mota con su prima doña Ana; y Batricio con Tisbea.  Esta es la comedia más famosa de Tirso, cuya grandeza no sólo estriba en los rasgos sicológicos del protagonista, principal gustador de hermosuras más que un derribador de honras, sino de los otros personajes:  la cautela diplomática de don Pedro Tenorio; la melancólica pasividad del duque Octavio; la sensual y acariciante feminidad de Tisbea, que a su vez desemboca en varonil entereza de voluntad en el momento del desengaño, la calculada coquetería de Aminta y, la grave dignidad del padre del libertino:  don Diego Tenorio.



LA VIDA DEL BUSCÓN DON PABLOS


En 1625, apareció en Zaragoza por vez primera la “Historia de la vida del Buscón, llamado don Pablos, ejemplo de vagabundos y espejo de tacaños”, título que debido a la popularidad el libro, el pueblo redujo el título a “Historia y vida del gran tacaño”.  Esta obra es la más representativa del máximo exponente de la escuela Conceptista, don Francisco Gómez de Quevedo y Villegas, nacido en Madrid, el 26 de setiembre de 1580.  Publicada después de “Guzmán de Alfarache”, de Mateo Alemán y del “marcos de Obregón”, de Vicente Espinel, la obra tiene una influencia preponderante en el “Lazarillo de Tormes”.  Obras de Quevedo como “Los sueños”, “El caballero de la tenaza”, “El siglo del cuerno”.  “De los remedios de cualquier fortuna”, “Vida de Marco Bruto” y otras, no alcanzaron la gloria imperecedora del “Buscón”.  La obra se sitúa en la tradición de la novela picaresca española, y tiene de esta la característica forma biográfica.  En ella se alteran cuadros que llegan a ser a veces de un realismo repugnante, y otras, de despreocupada hilaridad.  Por sus veintitrés capítulos pululan toda una galería de tipos humanos que van de los truhanesco a lo hidalgo; muchos de ellos arrancados por toda seguridad de ese Madrid donde llevó una vida desordenada, que alternaba entre la etiqueta de la corte, y el trato frecuente con truhanes, estudiantes, venteros y caminantes de toda laya.  El “Buscón” o “pícaro” que refiere su historia es Pablo de Segovia, quien empieza hablando de sus padres: un barbero ladrón y una bruja alcahueta que no están de acuerdo sobre el oficio que ha de seguir el hijo,  pues el primero quisiera encaminarlo hacia la profesión liberal de ladrón y la segunda quisiera que siguiese las huellas maternas.  Pero Pablo aspira a una vida mejor y es enviado a la escuela, donde pronto conoce la maldad de los compañeros que le persiguen con abiertas alusiones a los méritos de sus padres.  Sin embargo, empieza su ascensión haciéndose amigo de Don Diego, hijo del caballero Alonso Coronel de Zúñiga.  Durante una cabalgata carnavalesca, el caballo de Pablo coge un repollo del puesto de una verdulera y se lo come en el acto.  Surge una pelea, los estudiantes son objeto de una rociada de hortalizas y Pablo, que sale  melancólico y apestoso de la batalla, se libra de las iras de los suyos por la muerte del caballo (cuyo grotesco retrato es una de las páginas más célebres de Quevedo) … “Llegó el día y salí en un caballo hético y rústico, el cual más de manco que de bien criado iba haciendo reverencias.  Las eran de mona, muy sin cola; el pescuezo, de camello y más largo, tuerto de un ojo y ciego del otro; en cuanto a edad, no le faltaba para cerrar sino los ojos, al fin, él más parecía caballete de tejado, pues, a tener una guadaña, pareciera la muerte de los rocines.  

Un auténtico esperpento”.  Junto a don Diego, en cuya casa se había refugiado, es enviado al colegio para que sea criado, según la costumbre de la época.  El dómine Cabra, que aborrece el pecado de la gula e incluye en el mandamiento “no matarás”, perdices, capones y demás animales, mata de hambre a sus colegiales que salen de la escuela más muertos que vivos y, después de una larga convalecencia, son enviados a la Universidad de Alcalá.  En el camino pagan el primer tributo a la astucia de los “pícaros” que en la venta de Viveros, aprovechándose de su inexperiencia, se hacen pagar la cena dejándolos en ayunas y burlados.  Pero la peor parte le toca a Pablo que, en Alcalá, sufre las terribles burlas con que los estudiantes acogen a los recién llegados.  Las crueles experiencias inclinan el ánimo de Pablo al mal, y “bellaco con los bellacos”, se convierte muy pronto en maestro de las bromas estudiantiles:  se une con el ama de la posada en perjuicio del huésped y roba también a ella, haciéndose entregar, como destinados a la Inquisición, los pollos a los que la mujer llama “pio, pío”, con el nombre del Papa; se distingue en juegos de manos y hazañas de toda clase, llegando incluso a robar armas pertenecientes a los corchetes y alguaciles.  Un tío suyo, que eje4rce el honrado oficio de verdugo, le escribe desde Segovia informándole que ha tenido el dolor de ahorcar a su padre, y que su madre se encuentra en las cárceles de la Inquisición de Toledo.  También don Diego ha recibido una carta en la que su padre le ordena que vuelva a Segovia sin llevarse a Pablo.  Ambos se separan y Pablo vuelve a Segovia para recoger la herencia paterna.  Durante el camino tiene los más extraños encuentros:  cae primero sobre un “arbitrista”, es decir, uno de aquellos juristas de encrucijada que proponían proyectos generalmente extravagantes para resolver los negocios públicos, que piensa –entre otras cosas – solucionar la guerra de Flandes secando con esponjas el mar que impedía la toma de Ostende.  Después de dejar al “arbitrista, acompaña a un espadachín que, con el libro en la mano, pretende colocar golpes infalibles con ayuda de la geometría, pero es puesto en fuga por un ignorante mulato, encuentra luego a un poeta clérigo que ha escrito un poema de cincuenta octavas para cada una de las once mil vírgenes y una comedia cuyos personajes son los animales del Arca de Noé; topa con un soldado matasiete que exhibe sus sabañones como herida recibidas en combate y con un pío ermitaño que no tolera escuchar blasfemias y, por pura humildad consciente olvidar la tonsura por las cartas, pero tiene tal habilidad que los despoja a todos de sus pertenencias.  Llegado a Segovia, Pablos ve los despojos de su padre que “esperaba comparecer abundantemente dividido en cuartos, en Josafat”.  El final vergonzoso de  sus padres y el oficio infame del tío le impulsan a cortar las amarras con su familia y, cobrada la herencia, consistente en trescientos escudos, se va a Madrid.  Su compañero de viaje es Toribio, un Hidalgo” tan pobre como orgulloso que esconde su desnudez bajo la capa.  Don Toribio le enseña el modo de vivir a expensas del prójimo y, llegados a Madrid, le introduce en una cofradía de pícaros que viven de robos y timos.  Tampoco allí necesita Pablo muchas lecciones y pronto se pone en acción.  La primera víctima es un condiscípulo de Alcalá, el licenciado Flechilla, a quien convence le invite a comer, prometiéndole los favores de una mujer.  Al salir de casa de Flechilla, topa con dos mujeres, de las que “piden prestado sobre su cara”  las engaña haciéndose pasar por un rico caballero.  Pero la vieja Lambrusca, que asiste a la cofradía vendiendo los objetos robados y procurando a los asociados cuellos y baberos a falta de camisas, es detenida y, obligada por las circunstancias, denuncia al grupo.  Pablo, que acaba en la cárcel con los demás pícaros, experimenta la vida de la cárcel y sus amarguras.  Con lo que queda de su herencia corrompe a sus guardianes y se libra de los rigores de la celda; se hace amigo del carcelero, se finge pariente de su mujer que está acusada de ser judía, y al fin, después de comprar aún al escribano, es puesto en libertad sin la acostumbrada publicación de la culpa.  Al salir de la cárcel va a vivir en una casa donde hay una joven casadera y contando infinidad de vedes los pocos escudos que le quedan, le hace creer que es un gran señor.  Pero una noche, mientras se dispone a llegar hasta ella, cae del tejado; le detienen por ladrón y le apalean.  Libertado gracias a la ayuda de un portugués y un catalán, rivales suyos, deja la casa sin pagar las deudas y hace que le detengan unos falsos agentes de la Inquisición, entregándose luego a una vida de galanteos, con los medios que le proporciona su habilidad de tahúr.  Cuando está a punto de contraer matrimonio con una rica dama, bajo el hombre falso de Felipe Tristán, se encuentra con su antiguo patrón, Don  Diego Coronel, quien le reconoce;  y una noche, con un subterfugio, le hace apalear.  Una vez sanado se encuentra sin dinero porque mientras estuvo enfermo, le robaron sus cómplices.  Recobra entonces los ropajes de pícaro y, pidiendo limosna, se dirige a Toledo.  Allí, repuesto otra vez, topa con una compañía de cómicos y, presa de los hermosos ojos de una farandulera, se hace actor y luego autor de comedias.  Disuelta la compañía se pone a cotejar monjas y luego se dirige a Sevilla, donde se vale de su habilidad de Tahúr.  Un antiguo condiscípulo de Alcalá, llamado Matorral, le introduce en los ambientes de la mala vida sevillana; en un encuentro de los corchetes, los truhanes limpian “dos cuerpos de dos esbirros de sus almas malditas” y se refugian en una iglesia.  La última transformación de Pablo es la de rufián y, es entonces, cuando decide trasladarse a América con su taifa “a ver si mundano y tierra mejoraría su suerte”.  Las páginas del “Buscón” no son una pintura real, son más bien una realidad deformada con visión esperpéntica.  Quevedo fue un incisivo crítico literario; “Aguja de navegar cultos” y “La culta Latiniparla”, avalan aún más su obra.  Viejo, achacoso y empobrecido física y moralmente a consecuencia de los padecimientos sufridos en la cárcel, Quevedo murió en Villanueva de los Infantes (Valladolid) el 8 de  Setiembre de 1645, a los 65 años.



PERIBAÑEZ Y EL COMENDADOR DE OCAÑA


Esta obra de Lope de Vega fue editada por primera vez en 1614, dentro de la cuarta parte de Comedias de Lope.  La obra se inicia con la boda de Casilda y el labrador Peribañez.  Después de la bendición del cura, los contrayentes se enfrascan en un diálogo amoroso donde ambos se halagan mutuamente y manifiestan lo afortunados que son.  Seguidamente, se escucha el canto de bodas, donde desposados e invitados danzan alegremente.  Como colofón de la fiesta, Bartolo, otro labrador amigo de Peribañez, trae tres novillos para que sean corridos.  Peribañez desiste en su intento de enfrentar a uno de los animales a solicitud de Casilda, quien considera inoportuno que un recién casado arriesgue su vida así.  El Comendador de Ocaña (los comendadores eran los representantes típicos de la anarquía reinante durante el siglo XV en España, personaje muy utilizado por los dramaturgos de la época) se enfrenta al novillo y es herido gravemente.  Marín y Luján, dos lacayos, se encargan de colocar al Comendador en una silla, y junto a Peribañez, van a buscar al cura, pues ya dan por hecho la muerte del ilustre invitado.  El Comendador, llamado Fadrique, recobra el conocimiento y, al ver a Casilda, queda prendado de la belleza de ésta.  La entrada de Peribañez interrumpe el diálogo entre su esposa y don Fabrique, luego cuando llegan Marín y Luján, los Lacayos de don Fadrique se retiran, dejando solos a Casilda y Peribáñez quienes, en un ingenioso diálogo, ponen al corriente al lector de los deberes de los esposos.  Asesorado por Marín, Fadrique decide enviar a Peribáñez dos mulas de regalo por la atención recibida en la casa de éste, pero en el fondo, su intención es ganarse la confianza del labrador para acercarse a Casilda.  Pero será el mismo Peribáñez quien facilite las cosas al malévolo Comendador.  Casilda pide a Peribáñez que la lleve a Toledo para asistir a la fiesta de Agosto, y para esto el enamorado acude a casa de Fadrique a solicitarle  algunos adornos para ataviar el carro donde llevaría a su esposa.  El Comendador se deshace en atenciones hacia el inocente labrador, quien recibe no sólo lo solicitado, sino las mulas y algunos regalos para Casilda.  Peribáñez llega a Toledo con su mujer y dos primas de ésta, Constanza e Inés.  Ahí pueden apreciar al rey, quien con una gran comitiva ha asistido a la fiesta donde se le rinden los honores correspondientes.  Disimuladamente llegan también a la ciudad, Fadrique y Luján, quienes contratan a un pintor, para que desde una distancia pertinente, elabore un bosquejo de Casilda para un retrato posterior.  

De regreso a Ocaña, Peribáñez se dirige a una cofradía donde Blas, Gil, Antón y Benítez, labradores del lugar, discuten sobre quién podría ser el oficial de la cofradía para que se encargue de la distribución de gastos y de todo lo referido a organización.  Al final, Peribáñez es elegido y deberá partir a Toledo llevan do la imagen de San Roque, patrono de muchos pueblos de España, para su refaccionado, Leonardo, criado de don Fadrique, aprovechando la ausencia de  Peribáñez, enamora a Inés en un baile, logrando así estrechar las distancias que separan al Comendador de Casilda.  Luján, otro  criado del Comendador, finge ser segador y se instala como tal en el portal de Peribáñez con el pretexto de pasar allí la noche, de ahí espiará a Casilda, y de ahí también abrirá la puerta cuando los otros segadores duerman para que el comendador pueda abordar a la mujer de Peribáñez cuando éste parta a Toledo.  Reunidos en el portal después de una dura jornada, Llorente, Mendo, Bartolo, Chaparro, Felipe y el impostor  Luján, comienzan a cantar como cerrando el día.  Cuando ya todos duermen, Lujan abre la puerta al Comendador, quien en términos encendidos declara su pasión a Casilda; ésta se niega rotundamente a sus deseos.  Ante los llamados de Casilda, los segadores acuden en su ayuda, pero el Comendador y sus secuaces han logrado huir, Peribáñez, mientras tanto, se llega en Toledo a casa de un pintor que es casualmente el mismo a quien don  Fadrique ha encargado el cuadro de Casilda.  Ve el retrato de su esposa y, presa de los celos, se dirige velozmente a Ocaña.  Peribáñez sospechaba también de su mujer, pero cuando el pintor le dijo que la mujer ignoraba que la habían retratado, un hálito de esperanza penetró en el herido corazón del labrador.  El Comendador declara a Leonardo que el rey le ha enviado una carta solicitándole gente de Ocaña, y que él aprovechará esta oportunidad para deshacerse de Peribáñez, enviándolo como cabeza y capitán de una compañía de cien labradores. Peribáñez llega a Ocaña y oye a los segadores una copla en la que exaltan la belleza y fidelidad de Casilda, y reprochan al comendador su atrevimiento: … “La mujer de Peribáñez / hermosa esa maravilla; l/ el comendador de Ocaña / de amores la requería.  /  La mujer es virtuosa / cuanto hermosa y cuanto linda / mientras Pedro está en Toledo / desde suerte respondía: / Más quiero yo a Peribáñez, / con su capa la pardilla,  que no a voz, comendador, / con la vuesa guarnecida”.  El honrado labrador se avergüenza por haber dudado de su mujer.  Mientras tanto, Inés cuenta a Casilda que Leonardo quiere casarse con ella y le reprocha el hecho de que trate al comendador con desdén, estando su amado unido a éste.  La conversación entre las primas se ve interrumpida por la llegada de Peribáñez quien se abraza fuertemente con su mujer, como queriendo calmar en algo su conciencia por haber dudado de ella.  La sombra de Fadrique no tarda en aparecer nuevamente en el hogar del labrador; ahora es Luján quien lleva a Peribáñez la noticia de que el comendador desea verlo urgentemente.  Enterado de su partida, Peribáñez encomienda su hogar y su mujer al comendador, a quien las palabras del labrador dejan un sabor a cierta sospecha por parte de éste con respecto a su mujer.  Peribáñez parte a Toledo al mando de una compañía de cien hombres no sin antes despedirse a su esposa y llevarse un listón negro, obsequio suyo.  

Leonardo se avecina a casa de Peribáñez y manifiesta  a Inés que el comendador está como loco por ver a Casilda, Inés le dice que acuda de noche que ella le facilitaría la entrada.  La sombra de los celos se cierne sobre Peribáñez, y junto co0n Luján se introduce en casa de éste con la anuencia de Inés.  Trepando por las tapias de la huerta de Antón.  Peribáñez logra llegar a la sala de su casa.  Cuando siente voces cerca, se esconde tras un saco de harina para no ser visto.  Aparece Casilda, quien seguida de su prima Inés, le recrimina a ésta el haber estado hablando con un hombre; Inés se niega pero en ese momento aparece el comendador quien amenaza a Casilda, que de no someterse a sus requerimientos, correrá la voz que la encontró en brazos de Luján, con lo cual el aprieto sería mayor.  Inés y Luján se retiran pensando que dejándolos solos quizás lleguen a un entendimiento.  Sale Peribáñez de su refugio lleno de ira y desenvainando su espada acomete contra el infame hiriéndolo gravemente.  Llega Leonardo y al encontrar a su amo agónico, quiere vengarse, más Fadrique se lo impide diciéndole que Peribáñez actuó con justicia, pues, fue él quien trató de deshonrar a Casilda.  Luján a Inés, por cuya ayuda el comendador ha logrado entrar, perecen también a manos de Peribáñez.  Luego éste huye con su mujer a Toledo.  Enterado el Rey don Enrique III de Castilla de la muerte del comendador de Ocaña, ofrece mil escudos de recompensa a quien capture o de muerte a los fugitivos.  Peribáñez se presenta con Casilda ante el rey y cuenta todo lo acontecido.  “Enrique el justiciero”, haciendo honor a su apelativo, comprende lo expuesto por Peribáñez y lo nombra capitán.



TRAIDOR INCONFESO Y MARTIR


Drama histórico en tres actos y en verso del poeta y dramaturgo español José Zorrilla y Moral, nacido en Valladolid el 21 de febrero de 1817.  Muerto José de Espronceda lo sucedió Zorrilla en el primer puesto de los poetas románticos españoles.  Durante su larga vida conoció la gloria y la pobreza.  Dejó numerosos discípulos e imitadores, tanto en España como en América.  Dentro del romanticismo ocupa un lugar preponderante después de Espronceda y de Bécquer, pero su gloria se ha eclipsado ya.  Desde 1850 vivió en Francia, donde conoció la miseria y la bohemia, y donde trabó amistad con Alfred de Musset, Dumas, Gautier y otros escritores de gran nombradía.  Esta obra fue estrenada en el Teatro de la Cruz el 3 de Marzo de 1849.   Sus antecedentes los hallamos en “El pastelero de Madrigal”, de Jerónimo de Cuéllar.  Constituyó la obra preferida de su autor, y de ella dijo que por los dos primeros actos “tengo a que mi nombre figure entre los de los dramáticos del siglo”.  La acción de los primeros dos actos transcurre en una posada de Valladolid, y el tercero en la cárcel de Medina del Campo, en 1594.  El argumento se basa en el enigma de la personalidad de Gabriel Espinoza, que dice ser pastelero de Madrigal, y del cual se sospecha pueda ser el rey don Sebastián de Portugal, o bien un impostor, por lo cual es perseguido por la justicia.  Gabriel se hospeda en la posada de Burgos, acompañado de Aurora, su hija.  César, capitán del Tercio de Flandes, declara a Aurora su casto amor, ella lo rechaza como galán pero le ofrece su amistad: ..Don César: Porque es mi pasión / más que amor, veneración. / Idolatría quizá. / Es un amor que no tiene / en su vil naturaleza / un átomo de impureza: / amor que del cielo viene. / Es un innato cario / tan casto como profundo, / tan puro como el armiño, / tan inmenso como el mundo. /Si otro bien, ni otro dueño / ni más afán, ni más guía / en la tierra, noche y día / con él vivo, con él sueño. /  Un amor sublime, santo. / Mas tan tirano, tan fiero, / que sus fuerzas considero /  / a mis solas con espanto: porque no hay ley, no hay deber / que pueda mi corazón / al poder de mi pasión con ventajas oponer. /  si la que amo me dijera:  “Sé traidor, véndete esclavo”, mi fe llevando hasta el cabo  me infamara y me vendiera”.  César muy celoso de Gabriel, a quien no cree padre de Aurora, habla con él descubriéndole que ha estado siguiéndoles desde Madrigal, por orden de Felipe II.  Gabriel reacciona fríamente, confundiendo al capitán acerca de su personalidad y posibles actividades políticas.  Interrumpe la conversación el alcalde Rodrigo de Santillana, padre del capitán.  Entonces Gabriel entrega su espada a César, dándose por detenido, y justificando la presencia de este e la habitación.  

En el segundo acto, Gabriel revela que no es el padre de Aurora, al ser interrogado por el alcalde, y cuenta que cuando navegó de corsario, de un barco argelino rescató a su supuesta hija, la cual está bajo la protección del senado de la República de Venecia.  Así mismo explica cómo, más tarde, arrepentido de sus pecados, pidió la absolución al Papa y éste le impuso en penitencia la renuncia absoluta de su personalidad.  César, encargado por su padre de escoltar a los presos hasta Medina del Campo, decide dejarles escapar,  aunque pierda por ello la vida.  Pero Gabriel no consciente, salvando así nuevamente el honor del enamorado capitán.  En Medina, Rodrigo, en funciones de juez, condena a Gabriel y a Aurora a la última pena.  Felipe II firma la sentencia de aquél, pero absuelve a la joven, y ordena que sea conducida a Venecia por César.   Gabriel antes de morir cuenta al juez, en presencia del capitán y de Aurora, la historia de un hombre que en Portugal, fue obligado a casarse con la mujer que había violado.  Rodrigo se reconoce en dicho hombre; Gabriel es el enmascarado, que le obligó a casarse; y la mujer violada era la madre de aurora.  Gabriel es llevado a la horca tras rechazar al confesor, y en el momento de morir se descubre que es el rey don Sebastián.  La obra termina abandonando Aurora a su recobrado padre, que cae abatido por el dolor.  Sólo y sin fortuna Zorrilla muere el 23 de enero de 1893.




LITERATURA UNIVERSAL



LAS AVES


Esta comedia, la más extensa del teatro aristofánico, se representó el año 415 antes de Jesucristo, décimo octavo de la Guerra del Peloponeso, habiendo obtenido el premio segundo: “Los bebedores”, de Amipsias, consiguieron el primero; y el tercero fue otorgado al “Monotropos” (el Moroso) de Frínico.  En esta comedia Aristófanes ataca sucesivamente la pedantería de los sabios y filósofos, la ignorancia y avidez de los sacerdotes y adivinos; las pretensiones de los poetas; la venalidad de los magistrados; las infamias de los delatores y las charlatanerías de toda especie.   La obra nos presenta a dos ciudadanos atenienses, Evélpides y Pistetero, quienes hartos de desórdenes, de pleitos, cávalas e intrigas, huyen de Atenas y se encaminan al país de las aves en busca de la morada de terco la Abubilla, quien fue transformado en ave.  Cada uno lleva en la mano un ave, las cuales les han sido vendidas por Filócrates y, según este, éstas los llevarán hasta donde ´Tereo.  Evélpides lleva un grajo; Pistetero una corneja.  Ambos emprenden este viaje para buscar un país libre de pleitos, donde pasa tranquilamente la vida; por eso se dirigen donde Tereo la Abubilla, para preguntarle si en las Comarcas que han recorrido volando, ha visto alguna ciudad como la que ellos desean.  Tereo fue rey de Tracia antes de ser transformado en Abubilla, por eso es que hay muchas aves que como esclavos están a su servicio.  Cuando encuentran a la Abubilla, esta los interroga; sin perder tiempo, Evélpides le responde, que así como él cuando fue hombre, tenía deudas, y no gustaba de pagarlas, así mismo ellos se hallan en la misma situación.  Le suplican que les indique alguna pacífica ciudad donde poder vivir blanda y sosegadamente, como él, que se acuesta sobre mullidos cojines.  La Abubilla les propone la costa del Mar rojo, Lepreo u Opuncio, pero una a una van siendo desechadas por los forasteros.  Es entonces que Pistetero le propone a la Abubilla la construcción de una ciudad en los aires y que así podrían gobernar sobre los hombres; esta idea entusiasma al ex monarca, le dice además que podrá cobrar tributo a los hombres cuando estos hagan sacrificios a los dioses, ya que si estos no quisieran pagar, ellos estarían en condiciones de impedir que el humo de las víctimas atraviese la ciudad de ellos, que estaría ubicada entre el cielo y la tierra. 

Aceptada por la Abubilla la construcción de una ciudad en los aires, convoca a una asamblea de todas las aves que, acudiendo en gran número, se preparan en un primer momento a embestir y despedazar a los temerarios mortales que han osado penetrar en sus dominios; calmados por al Abubilla, transformase pronto su furia en indescriptible entusiasmo, cuando Pistetero desenvuelve su plan para devolver a los volátiles el cetro del mundo, que antes les había pertenecido.  Los dos atenienses son naturalizados inmediatamente y convertidos en pájaros.  La nueva ciudad llamada Nefelecocigia (que significa ciudad de las nubes y los cucos), es construida en un abrir y cerrar de ojos, y dos embajadores son enviados al cielo y la tierra a informar sobre la creación de la nueva ciudad y las condiciones de los que la gobiernan.  Apenas se empieza a ofrecer el sacrificio de consagración, acuden a Nefelecocigia toda clase de gente: un pobre poeta que versifica hermosos ditirambos y partenias (llamábanse así a los versos cantados por coros de doncellas) en honor de la nueva ciudad para conseguir un manto y una túnica; Pistetero se los da con tal de que se vaya; un adivino cargado de oráculos se presenta solicitando ciertas dádivas, pero es echado malamente pro Pistetero; luego aparece el geómetra Metón que pretende medir las llanuras aéreas, y dividirlas en calles pero Pistetero lo echa a golpes.  La misma suerte corren un inspector y un vendedor de decretos en castigo por su impertinencia.  Iris, mensajera de los dioses, es hecha prisionera  al intentar atravesar los aires; sometida a un apremiante interrogatorio, se ve obligada a manifestar que su padre Júpiter le ha encargado ordenar a los hombres, que ofrezcan víctimas a los dioses del Olimpo; que inmolen bueyes y ovejas, y llenen las calles con el humo de los sacrificios.  Iris tiene que retirarse mal parada, oyendo de boca de Pistetero, que no hay más dioses que las aves, y que el paso a través de la nueva ciudad queda prohibido hasta nueva orden a las divinidades olímpicas.  Presentase después el heraldo de Pistetero a la tierra, anunciando que los hombres han decretado una corona de oro al fundador de Nefelecocigia, y que las aves se han puesto de moda, y hacen tal furor en Atenas, que pronto se verá llegar una multitud ornitomaníaca pidiendo alas y plumajes.  La manía por las aves es tan grande, que muchos lleven nombre de volátiles: Un tabernero cojo, lleva el nombre de perdiz; Menipo, el de golondrina; Opuncio (contemporáneo de Aristófanes), el de cuervo tuerto; Filocles el de alondra; Teógenes (ciudadano ateniense que junto con Esquilo se jactaba de tener riquezas, siendo paupérrimos), el de ganso-zorro; Licurgo el de ibis; Querefón el de murciélago; Siracosio el de urraca, y Midias se hace llamar codorniz.  No tarda, efectivamente, en presentarse un joven con intentos parricidas, que recibe entre equívocos y chistes, consejos prudentísimos y, a cual siguen Cinesias, poeta ditirámbico, ganoso de atrapar entre las nubes las sublimes variedades de sus versos, y un sicofanta o delator, que, así como el poeta, lleva con una paliza su justo merecido.  Prometeo, que llega después de un momento, revela a Pistetero el hambre canina que aflige a los dioses; ya que desde que se ha fundado Nefelecocigia ningún mortal ofrece ya sacrificios a los dioses y que no sube hasta ellos el humo de las víctimas.  Le asegura además que pronto bajará hasta él una embajada de Júpiter; pero que él no debe pactar mientras Júpiter no restituya el cetro a las aves y no le dé por esposa a una hermosa doncella llamada Soberanía.  Pisteteros cree en todo lo que Prometeo le dice ya que éste siempre ha querido a los hombres (Prometeo regaló el fuego a los hombres, incurriendo por esto en el enojo de Júpiter).  Prometeo se retira con todo tipo de precauciones para no ser visto por Júpiter.  Una embajada, compuesta por Neptuno, Hércules y un Tribalo (dios bárbaro), presenta por fin sus proposiciones a la gente alada y, vencidas las dificultades, se estipula  la paz y el paso libre por Nefelecocigia, con la condición de que Júpiter entregue su cetro a las aves, y a Pistetero, la mano de Soberanía.  La comedia concluye, como en “La Paz”, con un jubiloso canto de Himeneo.



EUGENIA GRANDET


Novela de Honore de Balzac, publicada a fines de 1833, y que forma parte de su inagotable y vasta obra, comparable por su magnitud con los legados literarios de Lope de Vega, Pérez Galdós y el Colombiano José María Vargas Vila.  Para muchos, “Eugenia Grandet” constituye la obra maestra de Balzac, quien nació el 16 de Mayo de 1799, en Tours. Hombre apasionado, encontró en Laure de Berny, dama 22 años mayor que él, una madre, un amiga, una amante, hasta la muerte de ésta en 1836.  En veinte años compuso, retocó sin cesar y publicó aproximadamente, 85novelas de extensión diversa.  Esta portentosa producción literaria, que parece superior a las fuerzas de un solo hombre, no le impidió una vida mundana muy activa; largos viajes, aventuras amorosas, intentos fracasados de carácter político y extravagantes operaciones financieras.  La obra se ambienta en la ciudad de Saumer, en la Turena, donde el terrible Mr. Grandet, ex tonelero, ha alcanzado, con una serie de felices especulaciones, la riqueza, lo cual aumenta día a día con heroica y atroz avaricia.  El lector es transportado sin más, al seno de su familia, entre la fiel criada Nanette, su débil mujer, y su joven hija, Eugenia, un ser de luminosa belleza, de ánimo noble y delicado, en torno a quien se trama las ambiciones de dos grandes familias burguesas de la ciudad: los Cruchot y los Des Grassins, que esperan y luchan para unirse en matrimonio con la riquísima heredera.  La misma noche del cumpleaños de Eugenia, con ocasión de una pequeña fiesta en casa de los Grandet, llega inesperadamente Charles ´Grandet, un joven parisiense, educado en el lujo y en el ocio, hijo de un hermano del viejo Grandet, quien debido a una quiebra de cuatro millones, se ha volado la tapa de los sesos.  El viejo avaro, se entera de la muerte de su hermano por una carta, que este le envía en la que le ruega que se ocupe de la liquidación de sus bienes y que procure al hijo medios para ir a probar fortuna a la India.  En los pocos días que el joven, turbado por la desgracia, pasa en la casa Grandet, nace e Eugenia una profunda pasión por su primo; un verdadero amor, al que Carlos, impresionado, demuestra corresponder.  Después de un tiempo, el joven se marcha, no sin juramentos de eterna fidelidad.  Esta primera parte es la mejor; los personajes adquieren incomparable relieve, los hechos se enlazan y desarrollan clásicamente en obra de pocos días y el amor de Eugenia es captado con una delicadeza que quizá nunca más alcanzó Balzac.  El resto es sólo la conclusión; la historia de la vida de Eugenia, completamente condicionada por aquel episodio decisivo, a la que se contrapone el clásico retrato del viejo avaro, el personaje del padre que va adquiriendo paulatinamente una grandeza terrible.  

Al enterarse que su hija ha entregado al primo un pequeño tesoro que él le había regalado, el viejo la condena literalmente a la prisión, en su dormitorio, h sólo se reconcilia con ella cuando se entera que su mujer está ya próxima a la muerte, impulsado entonces por la compasión y por la voz del interés, teniendo que Eugenia reivindique la parte que le corresponde del patrimonio.  Carlos, entre tanto, no da noticias, pero Eugenia permanece inmutalemente fiel a su sueño.  El viejo Grandet, ya octogenario, hace pasar progresivamente a manos de su hija su inmensa fortuna y muere (episodio célebre, verdadero fragmento de antología con la última tremenda frase del viejo al confiar tanto oro a su hija: “Me darás cuenta de todo ello más allá”).  El primo vuelve finalmente, después de una dura vida de aventurero, ahora, casi tan rico como tu tío; ya no piensa en la señorita provinciana cuyo inmenso patrimonio ignora, y se deja inducir a un mediocre y mundano matrimonio de interés.  Eugenia que sigue amándole paga las deudas del padre de Carlos, que él no quiere ya reconocer, luego acepta casarse con uno de sus viejos pretendientes de Saumur, con la condición de que se tratará de un “matrimonio blanco”, sin vida marital.  Viuda a los treinta seis años, acaba su vida en la soledad, empleando en beneficencia cuanto puede de sus tesoros.  Balzac murió el domingo 18 de agosto de 1850.  Sus funerales se efectuaro9n el día 21 en  Saint Philippedu –Roule.  Al entierro asistió el ministro del Interior, Baroche, quien hizo un comentario trivial y de pura rutina: “Era un hombre notable”.  En el cementerio de Pére Lachaise, donde descansan los restos  de Oscar Wilde, Víctor Hugo pronunció un gran discurso; retórico, emocionado.  “Todos sus libros no forman más que un solo libro, un libro vivo, luminoso, profundo, en el que vemos ir y venir, andar u moverse con un no sé qué de turbador y de terrible mezclado con lo real, toda nuestra civilización contemporánea, un libro prodigioso que el poeta tituló comedia y que hubiera podido titular historia”.  El gran éxito que obtuvo desde su aparición, “Eugenia Grandet”, exasperaba a su autor, quien decía que eran sus enemigos los que elogiaban exageradamente esta obrita, con el fin de distraer la atención de los lectores de sus novelas más ambiciosas y logradas.  Entre sus obras cabe destacar:  “Papá Goriot” (1830), “Ilusiones perdidas” (1837), “Esplendores y miserias de las cortesanas” “Los parientes pobres”, “Un asunto tenebroso”” (1841), “La piel de zapa” (1831), “Los chuanes” (1829), “Annete o el criminal” (1824), “El hijo maldito” (1831), “Los proscritos” (1831), “El ilustre Gaudissart” (1833), “El coronel Chabert” (1832), “Cuentos filosóficos” (1831), “El médico de aldea” (1833), “La búsqueda del absoluto” (1834), “Jesucristo en Flandes” (1831), “La mujer abandonada” (1832), “Grandeza y decadencia de César Birotteau”, “La prima Bette”, “El primo Pons” y una interminable lista de obras de monumental calidad.



EL SEÑOR PUNTILA Y SU CRIADO MATTI


Esta obra del dramaturgo alemán Eugene Berthold Brecht, nacido en Ausburgo, el 10  de Febrero de 1898, fue escrita en Finlandia, en 1940, sobre la base de algunos relatos finlandeses y de un esbozo dramático de Hella Wudijoki, cuyo estreno se realizó en Zúrich, en 1948.  Podemos distinguir en la evolución artística de Brecht tres períodos claramente diferenciados.  Primero, los diez años tormentosos y prolíficos de su producción juvenil, que se sitúan aproximadamente entre 1918 y 1928; segundo, la fase de las llamadas obras de tesis o didáctica, desde “El vuelo de Lindbergh” (1929), hasta “Los fusiles de la madre Carrar” (1937); tercero, el período de plenitud y madurez, de 1938 hasta su regreso del exilio de América en 1948.  La tercera, es la fase de sus cinco mayores obras dramáticas:  “Madre coraje y sus hijos”, “Galileo Galilei”, “El alma buena de Sechúan”, “El señor Puntila y su criado Matti”, y “El círculo de tiza caucasiano”.  En esta obra, como en muchas otras, Brecht desdeña volver a la clásica distribución en actos y, en lugar de ello, erige en regla un desarrollo uniforme de la acción en forma de capítulos; un todo, rico en figuras y en matices, se va desenvolviendo en doce etapas, y cada etapa y sub etapa es “una pequeña pieza dentro de la pieza”, una situación cerrada en sí misma, una anécdota dramática independiente.  El propietario Puntila, bebedor y mujeriego y, en suma, amante de todos los placeres, no es el mismo en su estado de sobriedad que cuando está borracho.  

Cuando lleva unas copas encima es, sino una buena persona, por lo menos, “un buen tipo”: abierto, confiado, fraternal con todos, desbordante de jovialidad y predispuesto a los aumentos de salarios.  Pero cuando le acomete su otro estado, el de sobriedad, desaparece como por arte de magia toda su humanidad y su “vivir y dejar vivir”, y se van al diablo principios como, el de que “no existen abismos entre los hombres”.  Es entonces cuando comienza a recriminar a sus sirvientes tratándolos de holgazanes, principalmente a su chofer, Matti, a quien, cuando está ebrio, llega inclusive a prometerle la mano de su hija, Eva.  Seria superfluo preguntar cuál es el verdadero Puntila: el chiflado que se hace atrás en todo lo que prometió cuando estaba borracho o el dionisíaco genial de primeras horas de la madrugada que irrumpe en el vestíbulo de su propia casa con su “Studebaker” y todavía ofrece otra botella a sus amigos.  En un prólogo que recita una leñadora, el autor nos dice que si bien nuestra época es triste, uno no debe privarse de reír, y que por eso con una comedia que muestra a un ser llamado propietario, los va divertir.  La obra se inicia en una salida en el Hotel Central de Tavasto, donde Johannes Puntila, hacendado finlandés, no demasiado rico, que posee sólo 90 vacas y unos bosques cuya extensión se desconoce, bebe desde hace dos días con su amigo el Juez Fredrik.  El juez, quien se halla completamente borracho, se tambalea en su silla mientras es recriminado por Puntila por no tener la capacidad de seguir bebiendo.  A los pocos instantes aparece el chofer de Puntila, Matti Altonen, quien le recriminan que lleva dos días esperando en el coche y que no va a tolerar más abusos de esa índole.  Puntila se muestra amigable, y después de tratarlo con lenidad, parten en el auto con rumbo a la hacienda de Kurgela, propiedad de Puntila. En el vestíbulo de la casa, Eva, la hija del ebrio hacendado, muestra a su prometido, el diplomático Eino Silakka, su disgusto por la desaparición de su padre.  Cuando ve aparecer el auto, Eino se retira alegando cansancio.  Se abre el portón de entrada con estrépito y Puntilla arremete con su “Studebaker”, hasta el vestíbulo. 

En el asiento trasero vienen el juez y Matti, quien entre las rodillas trae una valija llena de botellas con licor.  Ante la negativa de Eva de que siga tomando, Puntila aborda el auto y parte raudamente a conseguir alcohol para seguir bebiendo.  En una aldea cercana, Puntila, arremete contra un poste telegráfico a quien luego insulta por interponerse en su camino.  Después de conseguir donde el veterinario una receta para comprar aguardiente, se dirige a la farmacia a adquirir el ansiado líquido.  Aquí se compromete con Manda, la empleada de la farmacia, a quien le coloca una argolla de cortina en el dedo y la invita para el domingo a su hacienda, para la gran fiesta de compromiso.  Luego se compromete con una ordeñadora llamada Lisa; con Sandra la telefonista, y por último con Emma, una contrabandista del lugar.  Días antes del día indicado para la fiesta, Puntila y Matti acuden a la feria de criados en la plaza de la aldea de Lammi, donde el voluminoso hacendado piensa contratar “brazos fuertes” para los trabajos rudos de su hacienda.  De regreso a la hacienda, Puntila toma un baño y poco a poco va recobrando la sobriedad.  Despide a los hombres que había contratado en la feria, y acusa a Matti de haberle robado su billetera olvidando que tiene por costumbre dar la billetera, al primero que esté cerca a él, cuando está borracho, para que cancele sus tragos.  Puntila, para dotar a Eva, duda entre casarse con la señora Klinckmann, una rica viuda, o vender uno de sus bosques; al fin y al cabo, tiene prometida la mano de su hija al agregado de embajada Eino Silakka.  En una conversación con Matti, Eva le da a entender que no está de acuerdo con ser la esposa de Eino, por considerarlo un ser estúpido y aburrido, pero que no desea ser ella quien rompa con el compromiso.  Recordando que en una borrachera, Puntila le dijo que Eva debería elegirlo a él como marido, Matti propone a la hija de Puntila un plan para provocar los celos de Eino y logar así que éste rompa con el compromiso.  Ambos se meten juntos en el baño9 y comienzan a hablar en voz alta y a reírse escandalosamente.   Cuando notan la presencia de Eino y Puntila, Eva sale del baño con la blusa entreabierta y con el cabello desordenado; Matti sale riendo detrás de ella.  Puntila se encoleriza e insulta a Matti llamándole bribón, mientras que Eino lejos de molestarse ante aquella escena, trata de calmar a Puntila y, cogiéndolo de un brazo, se lo lleva a jugar billar.  Ante  la cara de desilusión de Eva, Matti sólo atina a decirle: “Sus deudas son más grandes de lo que pensábamos”.  Quedaba en evidencia que el interés de Eino por Eva no eran sentimentales, sino económicos.  Un día después, Eva le dice a Matti que ha tomado la decisión de no casarse con el diplomático porque no lo quiere, y que desea casarse con él.  Matti se niega, alegando que a la larga ella no olvidaría que se había casado con el chofer de s padre y que terminaría tratándolo como a un sirviente más.  Disgustada  con él, Eva se marcha llamándolo egoísta.  El domingo, completamente sobrio, Puntilla discute con su hija a quien amenaza no darle ni un penique sino se casa con Eino Silakka.  Le encara el hecho de haberle dado una buena educción en Bruselas y de conseguirle un pretendiente que le permita entrar en la mejor sociedad, y que ella tira todo por la borda colgándose del cuello de un chofer.  Matti, que se halla en el patio, escucha los gritos de su patrón.  En ese instante aparecen las cuatro prometidas de Puntila: Lisa, Manda, Sandra y Emma Takinainen.  Todas piden ver a su prometido.  Puntila aparece por un balcón de la casa e interroga a Matti para que le diga quienes son esas mujeres; Matti, con sorna, le dice que son miembros de la liga de novias del señor Puntila.  El malhumorado hacendado amenaza con llamar a la policía sino se marchan al instante.  Las cuatro mujeres, amargadas y desilusionadas, se reirán lamentándose de los hombres, que cuando están bebidos, prometen el oro y el moro, pero que apenas se les disipa la crápula, se olvidan de sus  promesas de amor.  Por la tarde, en el comedor de la casa de Puntila, este se halla en un rincón bebiendo en silencio.  Cerca a él, el pastor del pueblo, su esposa Ana, el abogado Pekka y el juez Fredrik, intercambian opiniones sobre el pueblo, a quienes consideran como gente inculta, falta de fe, ambiciosos y egoístas.  Ya con el licor subido a la cabeza, puntilla solicita en voz alta al juez Fredrik su opinión sobre Eino.   Al ver que Puntila está buscando camorra a Eino, Pekka, trata de llevarse al diplomático de ahí; pero la torpeza de este, quien no se da por aludido ante las indirectas de Puntila,  lo hace negarse a los requerimientos del abogado.  Puntila, ya pasado de copas, no puede tolerar la indiferencia de Eino a quien le grita: “¡Fuera de mi casa mierda!”.  Cuando el joven diplomático se retira indignado, Puntila lo corretea gritándole improperios a voz en cuello.  Regresa Puntila acompañado de Matti, a quien presenta como a un excelente chofer y amigo; lo presenta a sí mismo como el futuro marido de su hija.  Anuncia también que el ministro, amigo y jefe de Eino, partió rápidamente en su carro con cara de indignación, pero que él logró darle alcance para gritarle que también era una mierda.  Matti pide a su amo hablar a solas en la cocina peor este se niega y pide juntar todas las mesas del comedor para festejar el compromiso.  Matti sabe que al otro día por la mañana, cuando el señor Puntila vuelva en sí, será nuevamente un hombre razonable, y que habrá olvidado todo.  Matti le dice a Puntila que no podrá llevar a Eva a casa de su madre porque ella carece de sentido práctico y que no es la mujer para un chofer.  Matti somete a Eva a un examen, en el cual plantea situaciones prácticas que cualquier mujer del pueblo podría afrontar, pero Eva, por más empeño que pone, no puede solucionarlas.  Al otro día Puntila, con la cabeza envuelta en una toalla, revisa cuentas en su biblioteca.  Fina, la criada, le avisa que el juez Fredrik y el abogado Pekka desean verlo.  Después de dudar, por fin acepta verlos.  Ambos le recriminan el hecho de tener trabajando para él a Surkkala, un comunista que tiene gran influencia en la comunidad.  Puntila sabe que lo ha contratado bajo los efectos del alcohol, pero también culpa del hecho a Matti. Puntila no ignora que si tiene a su servicio a Surkkala, la gente dejará de comprarle la leche, y eso significaría su ruina.  Ambos se retiran después que Puntila promete que no volverá a beber, que despedirá a Surkkala, y que investigará los antecedentes de Matti, a quien considera un sujeto peligroso. El hacendado llama a su criada Laina, y le  pide que traiga todas las botellas de licor que haya en la casa pues piensa destruirlas; le pide también que llame a Matti con quien quiere ajustar cuentas.  Cuando el chofer  aparece Puntila lo llama vendido, traídos y sarnoso.  Matti como conoce las reacciones de su amo cuando está sobrio; lo escucha impasible.  

Puntila, alterado le echa en cara que por su culpa, tendrá que pagarle tres meses de indemnización al “bolchevique” de Surkkala, ya que lo único que haría a su servicio sería soliviantar a su gente.  Cuando Laina regresa con las botellas, Puntila comienza nuevamente a insultar a Matti.  En un momento de descuido e inconscientemente, Puntila comienza a beber de las botellas que iba a destruir.  Cuando Matti trata de recordarle que está infringiendo su promesa, Puntila se justifica diciendo que sólo desea probar unas gotas para ver si el vendedor que se las vendió no lo estafó.  A los pocos minutos, después de aumentarle el sueldo a Matti, Puntila se encuentra nuevamente ebrio, volviéndose otra vez un tipo generoso.  Puntila le pide a Matti que le construya ahí mismo, en su biblioteca un monte para divisar desde la cumbre los campos, las praderas y los bosques.  Matti destroza a puntapiés un costoso reloj de pie y un armario macizo y, con sus restos y algunas sillas, construye, furioso, una montaña sobre una gran mesa de billar.  Puntila, a pesar de la borrachera, logra escalar el montículo de madera y se sienta en una silla.  Ahí arriba,  aún bebiendo, comienza a perorar sobre los lagos de Finlandia hasta el amanecer. A  primeras horas de la mañana Matti sale de la casa con una maleta seguido por Laina, quien lleva en las manos un paquete con provisiones.  Laina le pide que espere a que Puntila se levante para que le extienda un certificado: … “No me arriesgo a ese despertar.  Ayer se emborrachó de tal manera que me prometió la mitad de sus bosques, y ante testigos.  Si hoy lo recuerda llama a la policía… ¡Para qué me serviría un certificado en el cual anotará que soy un rojo o bien que soy.



EL EXTRANJERO


A pocos años de distancia, Jean Paul Sartre y Albert Camus, los dos pensadores que, en la inmediata postguerra, iban a encarnar el existencialismo, publican primero una novela y luego un ensayo filosófico, en los que concentran lo esencial de sus respectivas filosofías.  Sartre, publica “La nausea” (novela 1938); “El ser y la nada” (ensayo 1943); Camus, escribe “El extranjero” (novela 1942); y  “El mito de Sísifo” (ensayo 1942).  En ambos casos, la novela plantea unos problemas que el ensayo trata de resolver.  Por haber ofendido a los dioses, Sísifo había sido condenado a empujar una pesada piedra hasta la cumbre de una montaña; una vez arriba, la piedra volvía a bajar y Sísifo debía volver a empujarla hasta el fin de los tiempos.  El viejo mito simboliza, pues, el trabajo absurdo  y, más aún, la monotonía de los días que el hombre debe asumir hasta que la muerte lo remedie.  Por ello, el ensayo de Camus empieza proclamando que el único problema filosófico serie es el del suicidio, entendido como el único acto que el hombre puede realizar para cambiar el curso de su existencia.  “El extranjero” fue publicado pocos meses antes de que lo fuera “El mito de Sísifo”, y constituye la ilustración de la filosofía del absurdo. La vida de Meursault, el protagonista de “El extranjero” se nos presenta como mediocre y tediosa, ni la muerte de su madre, ni el amor de su amante María, ni sus amistades son capaces de romper el cerco de la monotonía cotidiana.  La frase, “me da igual”, que se repite constantemente, ilustra la idea de que la conciencia de Meursault, no es más que una concatenación de gestos elementales desprovistos de sentido; parece que en la vida el protagonista no hay amor ni ilusión por nadie ni nada.  Camina sin meta, a ciegas, en un universo opaco que aboca a la pasividad.  Camus sigue en “El extranjero”, las huellas de Franz Kafka en “El proceso” y de Marcel Aymé en “La cabeza de los demás; enfrenta los principios con la realidad, el fariseo con el publicano, el hombre alienado y- y seguro de sí mismo – con el hombre al desnudo con toda su miseria.  

Así Meursault, recorre las tres etapas que estructuran el “Mito de Sísifo”: es presa de la rutina cotidiana, luego conquista su libertad rechazando el principio de autoridad de los dioses tutelares y, frene a la  muerte, elige no el suicidio sino la rebelión; su ´`única recompensa consiste en poder disfrutar el presente.  aunque sea una paradoja, Camus concluye; hay que imaginar a Sísifo feliz; y a Meursault, mientras sube al cadalso.  Un día el oficinista Meursault recibió un telegrama del asilo de ancianos de Marengo, a ochenta kilómetros de Argel, en el que se leía: … “Falleció su madre.  Entierro, mañana, Sentidas condolencias”.  De inmediato pidió a su patrón dos días de licencia para asistir a las exequias.  Después de pedir prestado a su amigo Manuel una corbata negra y un brazal, tomó el autobús de las dos y partió hacia Marengo.  Hace tres años que había tenido que internar a su madre en ese asilo, pues, lo que ganaba no era suficiente para subvenir a sus necesidades.  Ella necesitaba una enfermera y eso escapaba a sus posibilidades.  El director del asilo lo llevó a una sala muy clara, con techo de vidrio.  En el centro de la sala dos caballetes sostenían un féretro cerrado con la tapa.  El portero, un anciano de sesentaicuatro años se ofreció a destapar el féretro, pero Meursault se negó.  Toda la noche estuvo en un estado de arrobamiento, sacado de su silencio de vez en cuando por los diez ancianos amigos de su madre en el asilo, que junto a él y al portero, velaban el cadáver de la occisa.  Muy temprano, el director del asilo, una enfermera, un anciano de apellido Pérez amigo de la madre de Meursault – y cuatro hombres de la funeraria, dieron sepultura a la anciana.  De inmediato Meursault tomó el autobús de regreso a Argel.  Después de dormir doce horas, Meursault se levantó y se fue a la playa, donde se encontró con María Cardona, antigua dactilógrafa de su oficina a la que había deseado en otro tiempo.  Nadaron un buen rato, y al caer la tarde fueron al cine.  Se despidieron y quedaron en verse después de una semana.  El lunes fue catastrófico para Meursault, quien tuvo que despachar todo el trabajo acumulado.  Al  regresar a su departamento con su vecino,  Raimundo Sintés, hombre que tenía fama de mantenido por las mujeres, aunque Raimundo dice que es “guardalmacén”, este lo invita a su departamento a comer morcilla y a beber vino.  Mientras comían, Raimundo le conto a Meursault que había peleado con el hermano de su amante, a quien según él, la mantenía.  Le dijo que la amante lo engañaba y que por eso la había dejado, no sin antes darle una paliza.  Cuando oscurecía, Meursault se despidió de Raimundo y se fue a su departamento a dormir.  El sábado llegó María a su departamento donde comieron lo que él había cocinado.  

Al poco rato escucharon una discusión acalorada entre un hombre y una mujer, era Raimundo quien golpeaba a su amante, la que gritaba escandalosamente.  Al poco rato llegó el plomero, inquilino del segundo piso, con un agente quien de malas maneras dijo a Raimundo que lo9 citarían en la comisaría.  Al otro día Raimundo invitó a Meursault y a María a pasar el domingo en una cabañuela cerca de Argel; le contó que había sido seguido durante todo el día por un grupo de árabes, entre los cuales, se encontraba el hermano de su antigua amante.  La vida de Meursault transcurría dentro de su monotonía diaria: comer, fumar, observar a la gente que transitaba por la calle, dormir, ir  a la oficina, hacer el amor con María, nada fuera de lo rutinario.  Ningún proyecto ni planes para el futuro, llegando inclusive a rechazar una oferta, por parte de su jefe, de trasladarse a París, donde este pensaba abrir una nueva oficina.  María llegó muy temprano el día domingo al departamento de Meursault para ir a la playa con Raimundo.  Cuando salieron del edificio, Raimundo hizo notar la presencia de los árabes, entre los que se encontraba el hermano de su antigua amante.  Tomaron el autobús y llegaron a la playa donde Raimundo presentó a la joven pareja a su amigo Masson, que era un hombre grande, de cintura y espaldas macizas, quien tenía una mujercita regordeta y graciosa, con acento parisiense.  Vivían en una pequeña cabañuela de madera en el extremo de la playa.  Se bañaron y, después de comer, los tres hombres se fueron a caminar por la playa.  Ahí se toparon con los árabes y en un forcejeo, uno de ellos extrajo un cuchillo e hirió a Raimundo.  Los árabes huyeron y Raimundo fue atendido en la cabaña Meursault estaba con la cabeza resonante a causa del sol, y regresó otra vez a la playa.  En el bolsillo tenía un revolver que Raimundo le había dado por protección.  Sin saber cuánto había andado por la ardiente arena, se encontró frente a frente con uno de los árabes que extrajo del albornoz, un gran cuchillo.  La luz se inyectó en el acero y era como una larga hoja centelleante que cegó los ojos de Meursault.  En el mismo instante el sudor amontonado que tenía en las cejas corrió de golpe sobre sus párpados y los recubrió con un velo tibio y espeso.  Tenía los ojos ciegos detrás de esa cortina de lágrimas y de sol.  Entonces todo vaciló.  Le parecía que el cielo se abría en toda su extensión par dejar que lloviera fuego.  Todo su ser se distendió y crispó la mano sobre el revólver y disparó cinco tiros sobre el árabe.  De ahí para adelante la vida de Meursault fue envuelta por un torbellino Kafkiano:  interrogatorios incesantes por parte de su abogado quien ve en sus gestos los de un autómata, los de un hombre desposeído, al parecer de sentimientos; trasladados de oficina en oficina; declaraciones reiterativas, etc.  Un sinfín de hechos inútiles que no hacían más que justificar el estipendio de jueces, abogados, secretarias y escribientes.  Meursault se defiende mal.  Su historia parece no interesarle, como si se tratara de un desconocido.  Nada le concierne en este mundo, es un extranjero, un ausente.  Por tercera vez rehúsa recibir al capellán, pues sabe que no tiene nada que decirle y además no tiene ganas de hablar.  El sabe que la vida no vale la pena ser vivida, pues es igual morir a los treinta años que a los sesenta, era siempre él quien moriría ahora o después.  Sin que él lo pudiera evitar, el capellán de la prisión se introdujo en su celda, pero no logró que Meursault se arrepintiera de nada.  Cuando el capellán se retiró, Meursault se  arrojo sobre el camastro y reflexionó sobre el hecho de que para que todo estuviera consumado, para que se sintiera menos solo, no le quedaba más que esperar el día de su ejecución, donde ojalá hubiera muchos espectadores que lo recibieran con gritos de odio.  El impacto de “El extranjero”, en un público que había vivido en carne propia la violencia y el abandono de la guerra se explica precisamente por su condición especular: cada cual vio en el sino de Meursault una parcela de su propia experiencia cuando la bota nazi se enseñoreaba por las tierras de Francia y, sobre todo, por las calles y monumentos de París, orgullo y talón de Aquiles de los franceses.  Pero no sólo conmovió dentro de su país.  El ánimo de un mundo había sido pisoteado y con él se solidarizó la humanidad entera.  La teoría del absurdo, que en el fondo no es una teoría sino una de las líneas centrales de la condición humana, volvía al primer plano de la sensibilidad y dejaba testimonio de su horror a través de una pequeña obra maestra que le valió a Camus el reconocimiento universal cuando le fue otorgado en 1957, el Premio Nobel de  Literatura y, el homenaje de todos los seres decididos a apostar por la dignidad.



PROMETEO ENCADENADO


Tragedia de Esquilo sobre el personaje mitológico Prometeo, hijo de Jápeto y de Clímene según Hesiodo, o de Jápeto y Temis según afirma Esquilo en su “Prometeo encadenado”.  La tragedia data del año 467 antes de Cristo, donde Prometeo, de acuerdo con Zeus, crea al hombre formándolo de arcilla.  Zeus quiere que la raza humana permanezca esclava, carente de todo poder y de toda inventiva; pero Prometeo, desobedeciendo al Dios, da a los hombres el fuego, germen de toda civilización el cual roba del carro del sol.  Cuando el rey de los dioses le envía a Pandora, la primera mujer de cuerpo perfecto y portadora de una caja en la que se encierran todos los males y los vicios con los cuales se logrará debilitar a los hombres.  Prometeo desconfía de ella, pero su hermano, Epimeteo, abre la caja fatal.  Para triunfar sobre Prometeo, Zeus debe recurrir a la violencia y encadenarle a una roca del Cáucaso, donde un buitre le devorará eternamente las entrañas.   Zeus le teme porque sabe que sólo él podrá explicarle el sentido de un vaticinio de las Parcas, según el cual, Zeus está amenazado de perder el poder a manos de un hijo que habrá de nacerle.  En  vano el rey de los dioses intenta por mil modos lograr que Prometeo le descifre el enigma, hasta que finalmente, vencido por su constancia, tiene que permitir que Hércules le de la libertad.  En este hecho mitológico, cimentó Esquilo su monumental obra, “Prometeo encadenado”.  Al igual que “La orestiada”, esta tragedia conformaba una trilogía junto a “Prometo liberado” y “Prometeo conductor del fuego”, dentro de las cuales había de realizarse la fuerte concepción esquiliana de la tragedia, con la reconciliación de Zeus  y Prometeo.  Esquilo, hijo de Euforión, nació en Eleusis (525 a. C.) y murió en Gela (Sicilia) el año 456 a. C.   Sobre su muerte se ha tejido una famosa leyenda según la cual debido a su calvicie, su cabeza fue confundida con una roca por un águila, quien desde gran altura, arrojó una tortuga con la finalidad de romper la caparazón.  Cierta o no cierta la leyenda, lo real es que Esquilo junto a Sófocles y Eurípides, conforma la gran triada de la tragedia ática.  Los personajes de la obra son todos divinidades: Cratos, Bias (personaje mudo), Hefestos, Prometeo, Coro de las Hijas de Océano, la hija de Inaco y Hermes.  La escena ocurre en una región desierta de la Escitia, sobre un peñasco montañoso no lejos del mar.  Prometeo, culpable de haber arrebatado el fuego de los dioses y haber enseñado su uso a los mortales, es llevado por Cratos y Bias, dos satélites a las órdenes directas de Hefestos, y por lo tanto de Zeus, al citado risco, donde lo encadenan.  Durante el encadenamiento Prometeo no profiere palabra alguna.  Cuando aquellos tres han partido, viene la grandiosa y famosa monodia de Prometeo: …” ¡Oh Divino éter, y alígeras auras, y fuentes de los ríos, perpetua risa de las marinas ondas; y tierra madre común, y tú, ojo del sol omnividente, yo os invoco! Vedme cual padezco, dios como soy, por obra de dioses.  Contemplad cargado de qué oprobios lucharé por espacio de años infinitos.  ¡Tal infame cadena tuvo para mí el nuevo rey de los felices! ¡Ay, que lamento el mal presente y también el futuro!”.  Oyen las oceánidas el lamento desde el mar, y acuden.  Estamos en los primerísimos tiempos del reinado de Zeus, poco después  que éste, ayudado por el propio Prometeo, derribó del reino a Cronos y a sus aliados los titanes.  Prometeo narra sus culpa a las Oceánidas y sobre todo cómo dio a los hombres el beneficio del fuego.  

Se presenta en escena Océano: … “Ya las palabras son obras, la tierra se agita, y el eco del trueno ruge en sus ondas entrañas, y las inflamadas vueltas del rayo fulguran en el aire y el polvo se levanta en revuelto torbellino, y los ímpetus todos de los vientos se desatan, y en encontrados soplos se chocan con porfiada pelea, , y el mar y el aire se encuentran y confunden.  Contra mí a no dudar, y de parte de Zeus, viene esta furia poniendo espanto. “¡Oh éter, que haces girar la luz común para todos, viéndome estáis cuan sin justicia padezco!”.  Viene para aconsejar a Prometeo que renuncie a su arrogancia, que muestre sumisión y juicio y a prometerle ayuda.  Prometeo responde con ironía, rechaza a Océano y sus consejos.  Sigue narrando a las Oceánidas con que beneficios más alivió, y con qué otras enseñanzas instruyó a la infeliz estirpe de los mortales: … “Pero tú, Prometeo, ¿Por qué no te cuidas de ti mismo?  Día vendrá en que también Zeus tendrá que ceder al destino.  Aquí Prometeo oscuramente alude a un secreto suyo que será el arma para su liberación.  En este momento entra en escena, corriendo y agitándose desmesuradamente, una muchacha que lleva dos cuernecitos en la frente.   Es lo, la lejana abuela de Heracles, la liberadora.  Va corriendo por la tierra seguida y picada por un tábano, que tal es la venganza de los celos de Hera contra ella y contra Zeus.  Llega por casualidad ente el encadenado.  No sabe quién es; después se queda asombrada al oír de boca de él, el nombre de ella, lo cuenta al coro sus tristes aventuras; Prometeo predice a lo que le queda por padecer todavía.  Pero también le predice el fin del reinado de Zeus, si él, Prometeo, no es antes liberado, pues, tal es el secreto que a éste reveló un día Temis –Gea, su madre. “… - ¿Y quién te liberará a ti? Pregunta Io.- Un nacido de tu décimo tercera generación (en efecto, Heracles desciende de lo después de doce generaciones).  Así se descorre un poco el velo, y el drama se dirige a su fin, y prepara el drama siguiente: Zeus envía a Hermes donde Prometeo, porque quiere saber qué secreto es el que tan orgullosamente dice conocer.  Prometeo se niega la decírselo, y entonces un enorme hundimiento de la tierra y del cielo le arrolla; la peña en que Prometeo está encadenado se resquebraja; él se precipita en el vacío  y, desaparece.  Reaparecerá en el Cáucaso, en la tragedia sucesiva, y entonces revelará su secreto, y Heracles le soltará las cadenas.  Esquilo está enmarcado dentro del clasicismo, escuela literaria comprendida entre los siglos XV a.C. y V d.C.  Esta tuvo cuatro periodos¨ período Jónico-Dórico, desde los orígenes griegos en el siglo XV a. C. hasta fines del siglo VI a.C., Período Ático, desde el siglo V a.C., hasta el siglo IV a. C., Período Alejandrino que comprende los siglos III a. C. hasta el siglo  a.C., caracterizado por el predominio de Alejandría, la ciudad de Egipto fundada por Alejandro Magno, para facilitar, como puerto, las relaciones entre oriente y occidente y el Período Romántico, desde el siglo I a. C. hasta el siglo V d.C., período que se denomina así, aunque a primera vista parezca raro, porque durante él, es Roma la que domina el mundo entero y Grecia es vencida por ella, por más que la vencedora se haya asimilado el espíritu de la vencida.  A mediados del siglo V a.C., fue Atenas la primera ciudad de Grecia, no sólo por su importancia política y sus riquezas, sino por la magnificencia de sus edificios, la instrucción de sus habitantes y el esplendor de las letras y las artes.  Este período de florecimiento ha sido llamado el “Siglo de Pericles”, por el nombre del gran ciudadano que por espacio de 25 años, dirigió los negocios públicos, y a cuya iniciativa se debió la restauración de los monumentos destruidos por los persas, en este centro de cultura es que llegan a su mayor esplendor la tragedia y la comedia áticas.  Esquilo, que fue combatiente en Maratón donde perdió a su hermano, Cinegiro, participó también en las batallas de Salamina y Platea.  Fijó el vestuario, introdujo el segundo actor, alternó los diálogos con las partes líricas, consiguiendo así un nuevo desarrollo teatral.  Escribió también “Las suplicantes” y “los siete contra Tebas”.



MEDEA


A los perfiles grandiosos de la imagen de Esquilo y la belleza de Sófocles, se une la hermana figura de Eurípides, autor de “Medea” para formar la inmortal trilogía que lleva al cenit la tragedia ática.   Eurípides nació en la isla de Salamina el mismo día en que los persas fueron derrotados por los griegos en la batalla de Salamina en el año 480 a. C.; sus últimos años transcurrieron en Magnesia y Macedonia donde murió en el año 406 a. C.  Hijo de Clito, una vendedora de legumbres y de Mnesarco un tendero, Eurípides escribió tragedias de gran valía como “Alceste” y “Hecuba”.  Muchas de sus obras sirvieron a Racine, Goethe y Séneca para componer sus dramas.  Discípulo de Anaxágoras y condiscípulo de Sócrates, Eurípides no halló la felicidad en el arte ni en el amor.  Casado dos veces, repudió a su primera esposa, y de la segunda se dice que fue el tormento de su vida; puede buscarse ahí la causa del misoginismo que se le censuraba.  Para comprender el contenido de Medea conviene ilustrarnos enm la vida de los dos personajes principales de esta tragedia, que fue representada en 431 a. C. es decir, Jasón y Medea.  El primero es hijo de Esón y Almacinada, reyes de Yolcos, en Tesalia.  Esón fue destronado por Pelías, su hermano de madre.  El oráculo predijo que un hijo de Esón arrojaría al usurpador y es por eso que Pelías en su ansia de poder insaciable, resuelve eliminar el objeto de su único temor: Jasón.  Desde que Jasón nació, su padre hizo creer a Pelías que el niño estaba gravemente enfermo y que no podría sobrevivir.  

Poco después publicó su muerte e hizo sus funerales mientras su madre le transportaba al monte Pelión, donde fue educado en todas las ciencias por el centauro Quirón, el mismo que educó a Aquiles.  Pelías ya había dado muerte a Promaco, hermano de Jasón.  El centauro le enseñó sobre todo, medicina, lo que hizo que el joven príncipe se llamara Jasón 8 de una palabra griega que significa curar) en lugar de Palamedes, como al nacer.  A los veinte años Jasón parte hacia Yolcos, y tras hacerse reconocer como hijo de Esón, pide osadamente a su tío Pelías la corona usurpada.  La petición de Jasón es hecha delante de los súbditos de Pelías quienes simpatizan con Jasón.  Pelías propone entonces una expedición gloriosa a Jasón, pero llena de peligros: La conquista del Vellocino de oro (borrego con lana de oro que nadó de Europa a Asia llevando a Frixo sobre su lomo; Frixo iba a reconquistar su trono en la Cólquida, pero fue asesinado por Eetes, quien después de cometido el crimen, mató al borrego cuya piel colgó sobre un roble).  Su expedición es anunciada en toda Grecia y lo mejor de los héroes y príncipes acuden a Yolcos para tomar parte en ella; entre los cuales Jasón eligió los siguientes: Hércules, Euridamente, Euritión, Falero, Fano, Filoctetes, Fliante, Eufemo, Eumedonte, Euríalo, Autólico, Canto, Clitio, Corono, Actor, Areo, Ascalafo, Dascilo, Asclepio, Atalanta, Augías, Deileonte, Euríbates, Estalafio, Jasón, Acasto, Eurito, Mensio, Admeto, Etálides, Anfiarao, Sefeo, Anfión, Tifis, Anseo hijo de Neptuno, Anseo hijo de Licurgo,  Argos, Cástor, Polus, Asterión, Asterío, Augeo, Calais, Ceteo, Ceneo, Clio, Ifito, Deucalión, Equión, Ergino, Enfeo, Glauco, Idas, Linseo, Idmón, Yolao, Ificio, Laertes, Lince, Meleagro, Tideo, Mopso, Butes, Nauplio, Néstor, Periclimenos, Peleo, Filamón, Teseo, Piritoo, Orfeo, Flogio, Foco, Hilas, Hipalsimo, Ifis, Lacoonte, Leito, Laodoco, Oileo, Palemonio, Peante, Peneleo, Polideuces, Polifemo, Príaso, Talao, Talamón, Yalmeno y Zetes.   El hábil arte3sano Argos de Tespis construyó el mayor navío que jamás había surcado los sinuosos mares griegos.  El navío se llamó entonces “Argos”, y sus tripulantes argonautas.  Después de un largo viaje los argonautas llegaron a Cólquida.  Tuvieron que cruzar el Bósforo, en cuyo extremo había dos rocas llamadas las Simplegades, que eran muy peligrosas de atravesar ya que continuamente chocaban entre sí.  

Jasón en el proyecto conoce a Medea, quien lo ayudará en la difícil empresa.  Medea es una hechicera que le da un ungüento contra el fuego para que se lo coloque en todo el cuerpo, y así, sea capaz de enyugar a los toros con patas de bronce y que respiraban fuego, que necesita para arar el campo que Eetes le había solicitado arar a cambio del Vellocino de Oro.  Eetes no cumplió su palabra, y antes esta situación, Medea durmió al dragón que custodiaba el Vellocino, y huyen con él, llevándose consigo además, a su hermano Apsirto.  Perseguido por las huestes de Eetes, Medea da muerte a su hermano y lo despedaza para luego arrojar sus restos al mar para  retrasar a sus perseguidores; Apsirto muere sin llegar a comprender lo que sucede.  El pronto ensangrentado detiene a los perseguidores, que reconociendo al hijo de Eetes, recogen sus restos y le dan sepultura.  Al regresar a Yolcos, Pelías se niega a entregar el trono usurpado.  Ante este imprevisto, Medea finge ser una sacerdotisa de Artemis y consigue que Hipótoe, Pelopia y Pisídice, hijas de Pelías (Alcestis no quiso participar, tras una demostración hecha por ella misma con un cordero viejo que se torna joven, descuarticen y hiervan a su padre en un caldero, esperando rejuvenecerlo.  El experimento fracasa y muere Pelías.  Acasto, hijo de Pelías, destierra a Medea y a Jasón.  Asentados en Corinto viven felizmente, llegando a tener dos hijos, Feres y Meremero.  Pero aparece en escena Creusa, hija de Creonte, rey de Corinto.  Jasón lejos de corresponder a los sacrificios de su mujer cuando lo ayudó a capturar el Vellocino de Oro, va cediendo al amor que le inspira Creusa y también por motivos de conveniencia personal, logra que Creonte dé su asentimiento para celebrar sus segundas nupcias.  Creonte conociendo el carácter vindicativo y vehemente de Medea, ya famosa por su crueldad y sus mágicas artes, decreta su destierro inmediato al igual que el de sus dos hijos.  Medea logra convencer a Jasón para que interceda ante su futuro suegro para que sus hijos sean exonerados de tan dura pena; le dice que ella ya está resignada a su suerte, y que en unos días partirá al destierro.  Creonte consiente en aplazar su destierro.  Medea aprovechó esta tregua aparente y fingiendo aún más su resignación ante los hechos, regala una diadema de oro y un riquísimo peplo a Creusa.  Ambos dones estaban envueltos en eficacísimo veneno, que matan a Creusa y a su padre cuando va a socorrerla.  Los  encargados de llevar el nefando presente fueron los hijos de Jasón.  No contenta con esto, degüella a sus hijos, pues, bien sabe que ellos son lo que más ama Jasón en su vida.  Antes de huir, Medea logra hablar con Jasón y le increpa que él es el único culpable de todas  las desgracias que le aquejan, tanto a él como a ella.  Finalmente Medea huye a Atenas en un carro tirado por caballos alados, que le había regalado su abuelo el Sol.  En Atenas se desposa con el rey Egeo, de quien tiene un hijo de nombre Medo, pero también se ve obligada a abandonar esta ciudad por haber maquinado la muerte de Teseo.  De Atenas vuelve, acompañada por su hijo Medo, a la Cólquida, donde con ayuda de sus hechizos, consigue reponer en el trono a su padre, después de haber dado muerte al usurpador Perses, la leyenda, finalmente nos presenta a Medea en los Campos Elíseos en compañía de Aquiles, a quien había tomado por esposo.  Por otro lado, Jasón, abandonado de los dioses por no haber respetado el juramento de fidelidad hecho a Medea, encontró la muerte al derrumbarse parte del maderamen de la nave “Argos”, junto al cual dormía.  Los violentos sentimientos del odio y la venganza alcanzan en esta obra una dimensión trágica insuperable.  Si las tragedias de Esquilo y Sófocles enfrentan siempre a los dioses con los hombres en un contrate dramático, las de Eurípides sólo se ocupan de problemas humanos.  Consideraba a los dioses como poderes ciegos y destructores y, a veces, ficciones engañosas.”  Yo he pintado a los hombres – decía Sófocles – como deberían ser, Eurípides como son”.  Eurípides fue satirizado con acritud por Aristófanes en “Las ranas”. Otras tragedias de él son “Las suplicantes”, “Ion”, “Belerofonte” y “Las Heraclidas”.



WERTHER


He recogido con afán todo lo que he podido encontrar referente a la historia del desdichado Werther, y aquí os lo ofrezco, seguro de que me lo agradeceréis”; con estas palabras a manera de prólogo, da inicio Wolfgang Goethe a este libro epistolar que fue escrito en cuatro semanas, sin borrar ni esbozo alguno, en un estado de inconsciencia y sonambulismo.  Nacido en Francfort del Meno, el 28 de Agosto de 1749, Goethe fue desde su juventud un apasionado por el estudio de la literatura y, hasta el día de su muerte, acaecida en Weimar el 22 de Marzo de 1831, Goethe siguió trabajando incansablemente produciendo obras que se han inmortalizado con el correr de los años como es el caso de “Fausto”, “Egmont”, “Hermann y Dorotea” y el célebre “Wilhelm Meister”.  El libro, titulado “Las cuitas del joven Werther”, se inicia en el mes de mayo, en toda la plenitud primaveral; la primera carta de Wether envía a su amigo Guillermo está fechada el 4 de Mayo de 1771, y así en otras que se irán sucediendo, nos vamos enterando de todo lo que acontece al joven héroe, porque Werther es un héroe del sentimiento.  Todo comienza al llegar Werther a un pueblo con ánimos de corregirse, abandonado su propensión a la amargura, volcándose en el goce del presente. Parece haber logrado su propósito en contacto con la naturaleza, relacionado con la gente simple del lugar, en una aldea tranquila, entregado a la lectura de Homero.  Desde allí escribe a su amigo Guillermo: … “Si me preguntas cómo es la gente de este país, te diré: “Como la de todas partes”.  La raza humana es harto uniforme.  

La inmensa mayoría emplea casi todo su tiempo en trabajar para vivir y la poca libertad que les queda les asusta tanto, que hacen cuanto pueden por perderla”.  Y en otra carta, fechada cinco días después manifiesta: … “Todos los maestros y doctores convienen en que los niños no saben por qué quieren lo que quieren; pero, por más que para mí sea una verdad inconclusa, nadie consiente en creer que los hombres, como los niños, caminan a tientas sobre la tierra, ignorando de dónde vienen y adónde van, y no actúan en pos de verdaderos fines, y, como los niños, se dejan gobernar con juguetes, confites y azotes…l”.  La salud espiritual de Werther mejora paulatinamente, y en esta dicha que su corazón siente, se la transmite en una carta a su amigo Guillermo: … “Reina en mi espíritu una alegría admirable, muy parecida a las dulces alboradas de primavera, de que gozo aquí con delicia.  Estoy solo, y me felicito de vivir en esta comarca, la más a propósito para almas como la mía; soy tan dichoso, mi querido amigo, estoy tan sumergido en el sentimiento de una existencia tranquila, que no me ocupo de mi arte.  Ahora no sabría dibujar, ni siquiera una línea con el lápiz…”.  Cuando creía por fin haber alcanzado una estabilidad desconocida para su carácter desapaciblemente apasionado, sufre un brusco acontecimiento que transformará su vida fatídicamente.  La gente joven había dispuesto un baile en el campo, al que Werther asistiría.  Tomó por pareja a una señorita bella y de buen genio, pero de trato indiferente.  Al recogerla para ir a la fiesta, ésta, que se hallaba en compañía de su tía, le pidió a Werther que recogieran en el camino a una amiga.  Esta se llamaba Carlota, quien impresionó desde un primer momento al joven Werther, quien desde ese primer día se enamora perdidamente de la muchacha.  Carlota estaba comprometida con Alberto, joven educado e inteligente que en ese entonces se hallaba en Suiza.  A pesar de saber que la muchacha se halla comprometida, Werther no puede frenar sus sentimientos.  Su apasionamiento por Carlota es tal que cuando no puede visitarla, envía a su criado, con el sólo objeto que el de tener cerca a alguien que la haya visto.  Werther traba amistad con Alberto, y este le permite seguir visitando a Carlota, con lo que naturalmente las cosas empeoran.  

Como solución a su tormento, Werther decide alejarse y acepta un cargo d ediplo9mático.  El joven enamorado escribe a carlota relatándole sus sufrimientos en un medio desagradable; el embajador con quien trabaja Werther le resulta completamente insoportable, llegando su tirria por este a tal extremo que renuncia a su cargo.  Alberto y Carlota se casan.  Incapaz de controlar sus sentimientos y a pesar de sí mismo, regresa al pueblo para instalarse cerca a su amada.  La relación revive haciéndose más intensa y peligrosa, hasta que por fin, después de besar a Carlota en un arranque de pasión, al que ella no ha sido indiferente, se acentúa en él un sentimiento de culpa y un desequilibrio interior.  La resolución de abandonar este mundo había ido robusteciéndose y afirmándose en el ánimo de Werther.  Desde su vuelta al lado de Carlota, había considerado la muerte como el término de sus males y como un recurso extremo del que siempre podía disponer.  Las palabras de carlota van minando poco a poco la serenidad de Werther: … ”¿No comprendéis que corréis voluntariamente a vuestra ruina? ¿Por qué he de ser yo, precisamente yo… que pertenezco a otro hombre? … ¡Ah! Temo que la imposibilidad de obtener mi amor es lo que exalta vuestra pasión…l”.  Alberto enterado de la pasión que se ha despertado en Werther por su mujer, no puede ocultar su fastidio, tratándolo la mayoría de las veces fríamente.  Lo inevitable se va acercando.  Werther tiene una última entrevista con Carlota, aprovechando la ausencia de Alberto.  Esta o rechaza con lágrimas en los ojos.  Poco después Werther envía a su criado a casa de Carlota con una nota dirigida a su marido en la cual le pedía que le prestara su s pistolas para un viaje que tenía que hacer.  El criado recibió las armas de manos de Carlota y se la entregó a Werther, quien más tarde escribiría su última carta: …”  ¡Oh, Carlota! ¿Qué hay en el mundo que no traiga a mi memoria tu recuerdo? … Tu retrato querido, te lo doy suplicándote que lo conserves.  He impreso en él mil millones de besos… Prohíbo que me registren los bolsillos.  Llevo en uno aquel lazo de cinta color rosa que tenías en el pecho el primer día que te vi, rodeada de tus niños…”.  Un vecino vio el fogonazo y oyó la detonación; pero, como todo permaneció tranquilo, no se cuidó de averiguar lo ocurrido.  A las seis de la mañana del día siguiente entró el criado en la alcoba y vio a su amo tendido en el suelo, bañado en sangre y con una pistola al lado.  Corrió a avisar el al médico y a Alberto.  Cuando Carlota escuchó9 la noticia trágica sufrió un desvanecimiento.  Cuando el médico llegó al lado del infeliz Werther, le halló todavía en el suelo y sin salvación posible.  El pulso latía aún, pero todos sus miembros estaban paralizados.  La bala había entrado por encima del ojo derecho, haciendo saltar los sesos.  Llegó Alberto  vio a Werther en su lecho, con la cabeza vendada.  Su rostro, tenía ya el sello de la muerte.  No había bebido más que un vaso de vino de la botella que tenía sobre la mesa.  El libro de “Emilia Galotti” de Lessing, estaba abierto sobre el pupitre.  La consternación de Alberto y la desesperación de Carlota eran indescriptibles.  A las doce del día falleció. Werther.  Durante algún tiempo se temió por la vida de Carlota.  Werther fue conducido por jornaleros al lugar de su sepultura; no le acompañó ningún sacerdote. 



BARRABAS


Todo el mundo sabe que fue crucificado al mismo tiempo que otros dos, se sabe quiénes eran las personas que se agrupan alrededor de él: María, su madre, y María Magdalena, Verónica y Simón el Cirineo, que había llevado la cruz, y José de Arimatea, que debía sepultarlo.  Pero un poco más abajo, en el declive del monte y apartado de los demás, un hombre observó fijamente aquel que se hallaba clavado en la cruz y siguió la agonía del principio al fin.  Se llamaba Barrabás.  De él se trata este libro”.  Así comienza “Barrabás”, la novela que inclinó definitivamente a favor de su autor el otorgamiento del Premio Nobel de Literatura 1951.  Par Lagerkvist, nació en Växjö (Suecia meridional), el 23 de Mayo de 1891.  Según el discurso de la Academia Sueca., se le otorgó el Nobel por “la fuerza artística y profunda independencia con que busca una solución en sus escritos a los problemas eternos de la humanidad”.  El protagonista de esta obra es el personaje evangélico Barrabás. Ya en el primer párrafo de la novela, el autor desplaza la atención de lo que está ocurriendo en la cima del Gólgota y la fija en el hombre que, un poco apartado de la multitud, desde la pendiente de la montaña, estaba contemplando el drama de la crucifixión.  Barrabás, librado hacia poco de la muerte por un raro azar que no comprendía,  estaba contemplando a Jesús que moría en su lugar.  Lo había visto marchar con su cruz mientras el pueblo lo escupía y humillaba, él lo había seguido hasta el Gólgota, donde lo habían crucificado entre dos ladrones: Dimas y Gestas.  Entre aquellas mujeres que se hallaban cerca a la cruz veía a una mujer:  “Esa mujer debía ser su madre, aunque en nada se le parecía.  Pero ¿Quién hubiera podido asemejársele?  Tenía el aspecto de una campesina ruda y tosa.  De vez en cuando se pasaba el dorso de la mano sobre la boca y la nariz, que le goteaba porque estaba a punto de llorar.  Sin embargo, no lloraba.  Su pesar era diferente por la forma en que lo miraba.  Sí, era su madre.  Experimentaba, sin duda, una compasión más profunda que la de cualquier otro;  pero parecía reprocharle haberse prestado para hacerse crucificar.  Lo había querido, sin duda.  El, tan puro e inocente, y no podía aprobar su conducta.  Siendo  su madre, estaba segura de que era inocente.  

Nunca lo hubiera considerado culpable.  Sea cual fuere lo  que hubiese hecho, lo habría considerado siempre inocente”.  El problema de la fe se agrava en un hombre por el que otro, que dicen ser hijo de Dios, ha muerto por él; pero no en el sentido de extensión que para todos tiene la muerte de Cristo, sino que ha muerto materialmente en su lugar.  Este es el drama del alma de Barrabás y el problema esencial de la novela.  Muy pronto su alegría de ser libertado es ensombrecida por la conciencia de que ha matado a un inocente.  La figura de Cristo obsesiona desde un principio a Barrabás, quien le oye pronunciar sus últimas palabras y ve cómo a su muerte la tierra se estremece, luego de que la colina quedaba en sombras en pleno día.  Bajó con los demás, haia Jerusalén.  Junto a a sus compañeros, ladrones y prostitutas, Barrabás observa una actitud triste y apesadumbrada que extraña a todos.  Sólo habla y pregunta acerca del que fuera crucificado en su lugar.  Interroga sobre qué era el predicador, qué profetizaba, qué milagros hacía.  Las mujeres contestárenle que curaba a los enfermos y ahuyentaba a los demonios.  Se susurraba también que resucitaba a los muertos, pero que nadie lo había comprobado y era seguramente una mentira.  Inquiere también sobre su vida y su doctrina.  Merodeando entre los que fueron sus discípulos se entera de la anunciada resurrección; está durante toda la noche al acecho, pero no consigue ver nada.  La lucha interior está ya planteada desde un principio en el alma de Barrabás; la lucha tremenda entre la incredulidad y el deseo de fe.  Esta lucha es lo que le ha llevado a inquirir sobre la vida de aquel hombre, a esperar durante horas la anunciada resurrección, a preguntar a Lázaro e interrogarle sobre su experiencia.  Barrabás estaba confundido debido a que no había visto resucitar a aquel hombre barbado, ni lo que Lázaro le había mencionado lo sacaba de aquella tiniebla en que se hallaba imbuido.  Barrabás salió de Jerusalén y fue esclavo de los romanos.  Siempre obsesionado y a la búsqueda de una luz, cuenta a otro esclavo compañero suyo, Sahak, el relato de la pasión; el corazón de este se inflama de fe y de amor hacia Cristo.  Iniciadas las persecuciones contra los cristianos.  Barrabás afirma no ser cristiano, lo cual lo salva de la muerte, más no así a Sahak, quien con voz firme responde que no pertenece a César sino a Jesucristo.  Escondido a cierta distancia, detrás de unos matorrales Barrabás vio morir, crucificado por su creencia, a su compañero esclavo.  

Nada sobrenatural sucedió esta vez.  Barrabás lo miró morir largo tiempo.  Ya en Roma, es apresado y encarcelado junto con los cristianos.  Pero estos le acusan no sólo de que Cristo  murió en su lugar sino que renegó del cristianismo para librarse de la muerte.  Barrabás siente en su conciencia el peso de una culpa gravísima que jamás cometió.  Siente  la soledad, el desprecio, el tormento del pecado y un afán de tener fe y creer en aquel hombre que murió en su lugar. Libre ya, deambula por doquier, sin rumbo, y entonces intenta mezclarse con los cristianos que se reunían en subterráneos, pero no los encuentra.  Al dar vuelta por una esquina, un acre olor a humo le llamó la atención.  Provenía de los sótanos de una casa vecina; bocanadas de humos e escapaban del subsuelo, y de algunas lumbreras salían hasta llamas.  Corrió hacia allá y, mientras corría, oyó a otros que gritaban: “Incendio, incendio”.  Luego repercutió el miso grito: “¡son los cristianos!” y en todos lados se repitió el mismo grito Barrabás pensó inmediatamente que el salvador había bajado a la tierra, que volvía del Gólgota a purificar con las llamas este mundo y ahora él no le traicionaría.  Comenzó a propagar el fuego con los ojos encendidos, hasta convertir todo en un océano de fuego.  Los cristianos fueron atrapados y encarcelados, y con ellos Barrabás, quien habías sido sorprendido infraganti.  Los cristianos no habían causado aquella locura piromaniaca, sino habían sido víctimas del odio del pueblo.  Igual fueron condenados a morir crucificados.  Los llevaron para crucificarlos encadenados de a dos; pero como no había número par, Barrabás, que caminaba a la cola del cortejo, fue encadenado solo.  El azar lo quiso así, y se encontró solo al final de la fila de cruces, como si el inexorable hado trágico lo persiguiera hasta el final.  Barrabás no comprendió cuando en la cárcel, los cristianos le dijeron que cómo había podido pensar que Dios, que era todo amor, iba a provocar aquel infierno.  Había mucha gente y mucho tiempo pasó antes que todo hubiese concluido.  Pero los crucificados no cesaban de dirigirse palabras de consuelo y esperanza.  A Barrabás nadie le hablaba.  A la hora del crepúsculo los espectadores se habían marchado, fatigados de estar ahí, de pie.  Por otra parte, todos los condenados habían muerto.  Sólo Barrabás seguía colgado aún con vida: ... “Cuando sintió llegar la muerte, a la que siempre había temido tanto, dijo en la tinieblas, como si a ellas hablase: … “A ti encomiendo mi espíritu.  Y entregó su alma”.  Al decir del Premio Nobel de Literatura 1947, André Gide, la última frase del libro permanece ambigua, sin duda voluntariamente.  Este “como si … permite dudar si no es más bien a Cristo a quien se dirige y sin comprenderlo excesivamente, y si el galileo, finalmente “no llegó a poseerlo”.  Es innegable que Barrabás acepta su muerte como única solución a su lucha, como única posibilidad de desentrañar la terrible duda y el misterio que le ha atormentado desde el día en que fue puesto en libertad.  Hubo otras obras que dieron a conocer a Lagerkvist fuera de su patria tales como “El verdugo”, “Angustia” y “Caos”.  Lagerkvist murió  en 1974



EL TARTUFO


Comedia de Moliere que reitera la calidad del escritor francés, que ya había logrado su primer éxito con su comedia “Las preciosas ridículas”, en 1659.  Nacido en París, el 15 de enero de 1622, Moliere descubrió pronto su vocación apasionada por el teatro, al que se dedicó exclusivamente no sólo como autor, sino también como empresario, director y actor.  La escena transcurre en París, en casa de Orgón, padre de Damis y Mariana, y casado en segundas nupcias con Elmira.  La obra se inicia través de una larga y tensa discusión provocada por la señora Pernelle, madre de Orgón, por un lado; y Elmira, Mariana, Damis, Cleanteo (cuñado de Orgón) y Dorina (doncella de Mariana) por el otro.  La discusión gira en torno a Tartufo, falso devoto, a quien Orgón ha traído a vivir a su casa, y a quien considera un varón piadoso y ejemplar; su madre, la señora Pernelle, comparte con él ésta obsesionada admiración por Tartufo.  Para Damis, Tartufo es un “beato criticón”; para Dorina un “hipócrita”; para Celante un “charlatán”, y para la señora Pernelle, “un hombre de bien a quien hay que escuchar por que intenta conducirlos a todos por el camino del cielo”.  Ante la animadversión que estos sienten por Tartufo, la señora Pernelle les saca en cara sus defectos.  Dorina informa a Cleante sobre las relaciones entre Orgón y Tartufo; aquél está completamente dominado por este, que, sin pertenecer a la familia, se instaló en la casa e intenta ordenar la vida de la misma y de sus habitantes según unas pautas morales muy rígidas.  Dorina aporta más datos significativos y burlescos para caracterizar a Tartufo.  Damis manifiesta a Cleanteo y a Dorina sus sospechas de que Tartufo se opondrá a la boda entre Mariana y Valerio; en ese instante llega Orgón.  El diálogo entre Orgón y Dorina es de una comicidad delirante; mientras la criada informa acerca de una enfermedad de su mujer durante la ausencia de él, este aparece obsesionado en preguntarle: ¿Y Tartufo?  A su vez, Dorina sigue caracterizando a Tartufo como alguien que come, bebe y duerme magníficamente.  Dorina exasperada por la actitud de Orgón se retira.  Cleante desarrolla un largo discurso ante Orgón sobre la falsa devoción y la actitud del que practica un verdadero sentimiento religioso con la intención de hacer ver a Orgón que tartufo es un hipócrita.  Cleante no logra los propósitos que pretende.  

Luego le habla de la boda de Mariana y Valerio; Orgón ha cambiado de planes para su hija por lo cual la conversación le resulta indiferente.  Esto  sugiere a Cleante la necesidad de advertir a Valerio de la situación:  Orgón comunica a su hija mariana su decisión de casarla con tartufo.  La muchacha sorprendida, se siente incapaz de rebelarse contra la voluntad de su padre. Dorina, la criada, interviene para disuadir a Orgón de su decisión, pero tanto sus argumentos razonables y astutos como su ironía insultante sólo consiguen desatar la cólera de Orgón.  Hay que hacer notar la ridícula importancia del autoritario señor frente a las impertinencias de la criada y el efecto cómico logrado de esta manera. Dorina riñe a Mariana por la pasividad de esta frente a la decisión del padre.  Luego la criada, realista y pragmática, utiliza una táctica astuta para provocar la reacción de Mariana.  Primero finge creer que Mariana, en el fondo, quiere casarse con Tartufo; luego cuando Mariana ya reacciona y, desesperada le pide ayuda, Dorina se hace de rogar poniendo como pretexto su condición de sirvienta. Finalmente la criada promete ayudar a Mariana para salir de la situación en que ahora se encuentra.  Valerio, el novio de Mariana, se entera de la decisión de Orgón de casar a su hija con Tartufo, aún cuando ya se la había prometido a él anteriormente.  Se produce una riña entre Valerio y Mariana a causa de Tartufo.  Ambos motivados por el despecho, empiezan a agredirse mutuamente, pero la oportuna intervención de Dorina logra la reconciliación.  Dorina aconseja a Mariana que finja aceptar por esposo a Tartufo, para así tener más probabilidad de retrasar el enlace alegando una enfermedad o algún otro pretexto.  Damis, el hijo de Orgón, se rebela contra el dominio de Tartufo sobre su padre y amenaza decirle de una vez por todas sus verdades, pero Dorina recomienda nuevamente prudencia y astucia como medio para lograr lo que desea.  Dorina da a entender que Tartufo está algo enamorado de Elmira, la mujer de Orgón, y que hay que sacar provecho de esa situación para desenmascarar al farsante.  Aparece en escena Tartufo quien es el personaje central de la obra.  Este afirma ostensivamente su piedad, y sacando un pañuelo de su bolsillo, se lo da a Dorina y le pide que se cubra el escote de su vestido, pues, este es, según su opinión, algo impúdico.  La criada nota su afectaciò9n y fanfarronería; le habla de Elmira para poder avanzar en sus sospechas sobre los sentimientos de Tartufo hacia la mujer de Orgón.  Tartufo se encuentra con Elmira; este le declara su enamoramiento que empieza con hábiles mentiras.  Elmira rechaza a Tartufo  e intenta chantajearlo diciéndole que no le dirá nada a su marido de dicho atrevimiento, si es que él renuncia a interferir en la boda de su hija y Valerio.  Damis, que había escuchado oculto todo lo anterior, irrumpe violentamente en escena dispuesto a contárselo a su padre.  Damis revela a su padre contra la voluntad de Elmira lo que ha escuchado.  Orgón comienza a dudar de Tartufo ante lo escuchado; pero Tartufo, a través de un discurso astuto y de una falsa modestia, finge aceptar aquello de lo que le acusan y convence a Orgón de su inocencia.  Este justifica la acusaciò9n como algo, tramado por los integrantes de la casa para alejar a Tartufo, al que todos detestan.  Al final, insulta a su hijo Damis y lo hecha de su casa.  Mientras tanto, Tartufo sigue con su táctica de falsa humildad con lo cual logra que Orgón llegue hasta el extremo ridículo de exclamar en forma extravagante “¡Prefiero morir, a que vos me dejéis!”.  Orgón corre con Tartufo a redactar la escritura por la cual convierte a este último en su único heredero.  Cleante presiona sobre Tartufo para que este reconcilie a Orgón con su hijo Damis pero Tartufo se niega recurriendo a argumentos de carácter moral.  Dorina pide a Cleante que interceda ante Orgón para deshacer el proyecto de boda de Mariana con Tartufo.  Orgón llega con el contrato de casamiento.  Mariana, secundada por Cleante, Dorina y Elmira, suplica a su padre que no la case con Tartufo, pero aquel no parece dispuesto a ceder.  Finalmente Elmira propone un ardid para desenmascarar a Tartufo ante Orgón.  

Orgón a petición de Elmira, se prepara para escuchar oculto la entrevista entre Tartufo y su mujer.  Tartufo cae en el ardid preparado por Elmira, ya que no sólo le reitera su pasión, sino que insiste en obtener una prueba material de los sentimientos amorosos con que Elmira confiesa corresponderle.  En una referencia a Orgón, Tartufo reconoce que es un débil y que lo ha reducido a su voluntad.  En un momento en que Tartufo sale a mirar, para poner en práctica sus deseos, si hay alguien en la casa, Orgón aprovecha el momento y abandona su escondite de debajo de la mesa donde se había puesto para escuchar las infamias de Tartufo.  La decepción de Orgón ante la caída de su ídolo es muy grande.  Vuelve  Tartufo y no advierte la presencia de Orgón que está oculto tras su mujer, cuando tartufo se dispone a actuar, Orgón lo interrumpe y luego de recriminarle su mal proceder, lo expulsa de su casa.  Tartufo, violento e implacable, prepara un chantaje a Orgón.  Ante la sorpresa de todos, Orgón confiesa que ha depositado todos sus bienes, incluida la casa, a nombre de Tartufo.  Llega la señora Pernelle, que se ha enterado de lo ocurrido, y mientras su hijo le explica la vileza de Tartufo, aquella tiene un comportamiento similar al que Orgón tuvo anteriormente frente a la acusación de Dorina, Elmira y Damis contra Tartufo: reiterar la inocencia de un pobre hombre, víctima del odio y la envidia de unos cuantos.  Por eso, comenta la criada: … “Justa compensación, señor, de las cosas del mundo: no queríais creer y hora no os creen”  Aparecen el señor Leal, con la notificación de la orden de embargo de todos los bienes de Orgón, incluida la casa y todo lo que él había donado a Tartufo.  La señora Pernelle se convence al fin de la villanía e hipocresía de Tartufo. Llega Valerio quien, gracias a un amigo que trabaja en cuestiones de estado, se ha enterado que hay orden de prisión contra Orgón por parte de Tartufo.  Le ofrece dinero y su ayuda para que pueda huir.  Aparece Tartufo acompañado del oficial encargado de prender a Orgón, sin que este haya tenido tiempo de ponerse a salvo.  Tartufo declara cínicamente haber acusado a Orgón de traición  el motivo de esta traición se desconoce al final,) y él, por la devoción que tiene al rey, se ha visto en la obligación de denunciarlo.  Cuando Tartufo solicita al oficial, que por favor cumpla con la detención de Orgón, este contesta: … “Sí es ya harto demorar, sin duda, su cumplimiento; vuestra boca me invita oportunamente a ello, y para realizarlo, seguidme ahora mismo a la prisión que van a daros por morada…”  Todos quedan sorprendidos ante esta inesperada respuesta.  El príncipe (en realidad es el rey Luis XIV), enterado de que Tartufo es un farsante, decide hacer justicia mandando prender a este y no a Orgón.  Así toda la familia se libera definitivamente del impostor y Mariana ya se puede casar con Valerio.  La obra termina con una invocación de Cleante al cuñado burlado, en la cual le pide que abandone a Tartufo a su suerte para que no aumente el remordimiento que le abruma, y que más bien, dese que el corazón de Tartufo vuelva por el camino de la virtud, y que aborrezca el vicio.  Es con “El Tartufo”, que Moliere revela en toda su magnitud el genio que  había venido construyéndose en él; sin prisa ni pausa, con una paciente adquisición de la maestría que puede ir apreciándose de una a otra de sus obras; es con esta obra que  llega por fin a la plenitud de sus facultades y accede a una modalidad teatral –la comedia de costumbres- a la que confiere una profundidad y una eficacia singular.  Hasta “El Tartufo”, las obras de moliere explotaba la necedad, esa cantera de lo cómico, común a todas las épocas.  ”El Tartufo” representa un gran salto. El que lleva de las intrascendentes burlas de la estupidez a los reveladores retratos del vicio; el de la hipocresía, que se hace en esta obra, resultó tan mordaz y certero que el autor recibió ataques por ello y la pieza misma estuvo impedida de ponerse en público hasta 1669, año en que el rey levantó la prohibición.



SEIS PERSONAJES EN BUSCA DE AUTOR


Obra no sólo del mayor dramaturgo de la literatura contemporánea, sino también, uno de los más grandes innovadores de la literatura del siglo XX, Luigi Pirandello, nacido en la ciudad Siciliana de Agrigento, el 28 de junio de 1867.  Pirandello es el primer autor plenamente universal de la literatura italiana contemporánea.  Premio Nobel en 1934, está justamente valorado como uno de los creadores más originales del siglo XX, y su teatro, mundialmente representado, ha influido en figuras como Jean Paul Sartre, Jean Anouilh, Eugeno Ionesco, Samuel Beckett y Thomas Stearns Eliot.  La obra se inicia de una forma nada peculiar.  En el escenario de un teatro, un tramoyista está clavando un decorado.  A los martillazos, acude el traspunte, que sale de un camerino y le llama la atención ya que es la hora del ensayo del segundo acto de la obra “Cada cual a su juego”.  El tramoyista recoge sus herramientas malhumorado y se retira.  Cuando los actores están ensayando, por el pasillo de butacas, aparecen seis personajes que se van acercando al escenario.  El padre, que tiene unos cincuenta años, viste chaqueta negra y pantalones claros; la madre, aterrada y que viste de negro con un espeso velo que le cubre la cara y que mira siempre al suelo; la hijastra de dieciocho años, descocada, casi impúdica, el hijo, de veintidós años, es alto y deja ver su contenido de desprecio hacia el padre así como una negligente indiferencia hacia la madre; un muchacho de catorce años, también de luto y, una niña de cuatro años, vestida de blanco, con una cinta negra al talle.  Ellos, según expone el padre al director, están buscando autor, y a que son los protagonistas de un drama de la vida real, y no de esos fantasiosos que se ponen en escena en los teatros.  Así, entre diálogos, nos vamos enterando de la esencia del drama que los tortura.  El padre tuvo un hijo con su esposa, pero sabiendo que su mujer estaba débil, se lo dio a criar a una campesina para que creciera sano y robusto.  

Esto motivó que la madre se entendiera con el secretario de su esposo, y, enterado este de aquellos amoríos. La echó de casa.   El secretario tuvo entonces con ella a la hijastra (del padre), al muchacho y a la niña.  Cuando el hijo regresó del campo a vivir con su padre, este se dio cuenta que no existía la menor relación efectiva ni espiritual entre ellos.  Fue entonces, por curiosidad al principio, que el padre rondó el nuevo hogar.  Iba a la puerta del colegio para ver a la hijastra a la salida.  Esta le cuenta a su madre la presencia de aquel hombre desconocido; la madre, presintiendo saber quién es, decide huir de ciudad en ciudad.  Al morirse el secretario, la familia quedó en la miseria, y entonces la madre decide regresar a la ciudad.  La madre para mantener a su familia cose ropa para Madame Paz, una modista de alta costura que tras su negocio esconde un prostíbulo  Cuando la hijastra, que tiene dieciocho años, lleva la ropa que cose su madre a la tienda de la proxeneta, esta ve en la muchacha “Buen material” para su negocio, y llevada por la necesidad esta termina prostituyéndose.  Uno de los clientes de madame Paz, resulta ser el padre, quien encerrado con la hijastra a quien no reconoce, está a punto de tener relaciones con ella; la aparición fortuita de la madre impide el trágico hecho, descubriendo además la personalidad de ambos.  Enterado el padre de la miseria en que viven los acoge a todos en su casa.  Ahí se van forjando los más inicuos rencores y desprecios.  La madre, tras la escena en la trastienda de Madame Paz, queda destrozada.  La hijastra, enterada de la auténtica historia del matrimonio de su madre, siente repugnancia por el Padre y odio al hijo de este.  El hijo rechaza a todos y desconoce a todos aquellos que han irrumpido en su casa como pariente.  La madre, queriendo vaciar su corazón de tanta angustia, entra al cuarto del hijo para explicarle todo; pero este huye y al atravesar el jardín ve a la niña ahogada en el estanque.  Acude con la intención de salvarla pero se detiene de pronto porque detrás de los árboles ve algo que le hiela la sangre, el niño estaba ahí, quieto, mirando con ojos de loco a su hermanita ahogada.  Cuando fue a acercarse escuchó una detonación y el niño cayó a sus pies.  Se produce en el escenario una confusión general, entre gritos sollozos y correrías.  Los seis personajes desaparecen de la escena.  El director aturdido por los sucesos, comienza a gritar: “¡Ficción!, nada más que pura ¡ficción!”.  El director despide a todos los actores y ordena al electricista que apague todo.  

De repente, como si el electricista se hubiera equivocado de llave, se enciende un foco detrás del telón blanco del fondo, en el que se proyecta las sombras alargadas de los personajes, excepto las del muchacho y la de la niña.  El director, al verlas, huye del escenario asustado.  Al mismo tiempo se apaga la luz del foco y la escena queda de nuevo iluminada con el claro de luna, como estaba antes.  Lentamente, por la derecha del telón blanco del fondo, se adelanta el hijo, seguido de la Madre con los brazos extendidos hacia él.  Luego por la izquierda el Padre.  Se detienen en medio del escenario y permanecen ahí, como adormecidos.  Por último la hijastra, que corre hacia una de las escalerillas, se detiene en el primer escalón, se vuelve un momento a mirar a los tres, y comienza a reír ridículamente; culmina así la obra.  El 10 de diciembre de 1936, Pirandello murió en Roma, de un ataque cardíaco, dejando incompleta su obra “Los gigantes de la montaña”, con dos actos terminados y el tercero bosquejado.  A pesar de ello la obra fue estrenada en Florencia en 1938.  “Seis personajes en busca de autor”, fue representada así mismo en Londres, Estados Unidos, Irlanda, Argentina, Portugal, España, Holanda, Rusia, Polonia, Francia, Noruega, Checoslovaquia y Hungría.



LAS MANOS SUCIAS


El autor de esta obra teatral, el escritor, filósofo y dramaturgo francés, Jean Paul Sartre, es sin lugar a dudas una de las figuras más relevantes del siglo XX.  Criticado acerbamente por unos, y alabado hasta el delirio por otros, Sartre nos ha dejado una vasta producción entre las que destacan “El ser y la nada”, “El diablo y Dios”, “Los caminos de la libertad” y “Las moscas”, basada esta última en “La orestiada” de Esquilo.  En 1964 cuando la Fundación Nobel le otorgó el preciado galardón, Sartre siguió los pasos del peta ruso Boris Pasternak al declinar a dicho galardón.  La mayoría de los diarios le atribuyeron razones personales, siendo la más saltante el hecho de que su más distinguido discípulo Albert Camus (Premio Nobel 1957) lo haya recibido ante4s que él.  El mismo Sartre, en una entrevista publicada en “Le Neuvel Observateur”, el 19 de noviembre de 1964, manifiesta: … “Estimo que desde hace cierto tiempo, el premio tiene un color político”.   De hecho que aceptarlo, hubiera significado para él un compromiso.  En un diálogo con Georges Semprun en octubre de 1965, Sartre dice: … “¿Por qué no se me dio ese premio durante la guerra con Argelia?  Ya tenía bastante edad para recibirlo, mientras luchaba junto a mis compañeros intelectuales, por la independencia de Argelia, contra el colonialismo.  Pienso que, a pesar de mis principios, si se me hubiera dado en aquel momento, lo habría aceptado.  Si se hubiera dado a alguno de los intelectuales que luchábamos por la independencia de Argelia, habría considerado oportuno aceptarlo, porque ello hubiera manifestado el apoyo de la opinión pública a la lucha por la independencia argelina”.  El Premio Nobel de Literatura se otorga a un escritor en mérito a toda su obra, y no como erróneamente cree mucha gente que se da como premio a una determinada novela, ensayo o poemario, como es el caso de los Premios Pulitzer en Estados Unidos.  Hugo Barine, miembro del Partido Comunista, aparece sorpresivamente en casa de Olga Lorame, una camarada, creando en ella un desconcierto.  Hugo había sido condenado a cinco años de prisión por haber dado muerte a un dirigente, pero lo dejan libre por buena conducta. Olga o interroga muy preocupada sobre el hecho de que si antes de acudir a donde ella, fue a visitar a alguien.  Ante la negativa de este, la muchacha se tranquiliza.  Cuando charles y Frantz, camaradas de Olga, tocan a la puerta esta esconde a Hugo en su habitación.  Charles interroga a Olga sobre dónde ha escondido a Hugo, pues, están enterados de que está ahí.  

Olga no tiene más remedio que decir la verdad; pero cuando Charles ordena a Frantz que mate a Hugo, Olga se interpone y pide hablar con el jefe de ambos, Louis, quien espera afuera, en el auto.  Louis le dice a Olga que Hugo conoce muchas cosas del Partido y que los puede traicionar, poniendo así en peligro la seguridad de la Organización.  La muchacha manifiesta su disconformidad alegando que ya han perdido mucha gente por culpa de los alemanes y que no puede permitirse el lujo de liquidar al muchacho, sin averiguar siquiera si es recuperable.  Louis reacciona sumamente enfadado dejando notar su discrepancia; para él; Barine es simplemente un pobre anarquista indisciplinado, un intelectual que sólo pensaba en adoptar actitudes, un burgués que trabaja cuando le venía en ganas y que largaba el trabajo por cualquier cosa.  Cuando Olga le dice que no debe olvidar el hecho de que Hugo dio muerte a Hoederer (un traidor que ponía en peligro al Partido) en medio de sus guardaespaldas, Louis le dice que él duda que haya sido un crimen político y que más pareció un crimen pasional, y a que Hugo sorprendió a Jessica, su mujer, en brazos de Hoederer.  Cuando dan las nueve Olga suplica a Louis que regrese a medianoche que a esa hora sabrá definitivamente por qué Hugo disparó contra Hoederer, y en qué está convertido ahora.  Louis acepta y se va.  Hugo sale de la habitación la muchacha lo interroga acerca de lo que sucedió con Hoederer hace dos años.  Los acontecimientos retroceden ahora dos años atrás, donde en casa de Olga, están ella, Hugo e Iván.  En una habitación continua están sesionando Hoederer y Louis.  A las pocas horas aparece este de mal humor, pues, ha descubierto que Hoederer lo está traicionando.  Hugo se ofrece par ajusticiar al traidor, para esto se instalará con Jessica, su mujer, en casa del traidor, como secretario personal.  Ya instalados en casa de Hoederer, Jessica no cree que la permanencia de ella y su marido en esa casa extraña tenga por finalidad la muerte del dueño de casa;  pero no tarda en convencerse.  Ocurre un altercado cuando Slick y Georges, guardaespaldas de Hoederer, se presentan en la habitación de Hugo para realizar un registro.  Quieren saber si Hugo porta armas.  Hugo se niega al registro y amenaza con marcharse si lo hacen.  Interviene Hoederer y calma la tensa situación.  Hugo se integra a sus labores de secretario de Hoederer y al llegar  a la habitación de este la encuentra austera pero confortable: Un escritorio y una mesa donde Hoederer acostumbra diariamente prepararse la comida por temor a ser envenenado.  Hoederer es un animal encadenado al temor mórbido de ser asesinado en cualquier momento.  A pesar de ser un hombre sumamente desconfiado comienza a ceder confianza a Hugo y su mujer.  Cierta mañana, Hugo se hallaba inspeccionando la habitación de su jefe en ausencia de este, cuando de improviso apareció la figura de Jessica, llevando consigo el arma que servirá para el alevoso crimen.  Hugo le recrimina su actitud y le ordena que se vaya.  En esos momentos aparece Hoederer quien no logra ver al arma, y le pide a Jessica que no vuelva a poner los pies en su oficina.  Después que Jessica se va Hoederer confiesa a Hugo que hay mucha gente que día y noche, anda pensando la forma de “despacharlo” y que algún día lo lograrán.  Karsky y el Príncipe Paul, líderes de dos organizaciones clandestinas de la resistencia en lucha contra los alemanes, asisten a una reunión con Hoederer y le proponen que el Partido Proletario, el cual él lidera, se una a ellos: pero las condiciones en que se lo propone provoca la ira de Hoederer quien a la vez plantea las suyas.  Hugo, que está presente en la reunión, se levanta de improviso y manifiesta su disconformidad con la actitud de Hoederer a quien le increpa que el Partido no lo apoyará en esa coalición, que a su manera de ver, es una traición al Partido.   En ese instante un atentado interrumpe la reunión.  Una bomba es lanzada contra la oficina de Hoederer pero sin mayores consecuencias.  Georges y Slick realizan las investigaciones del caso y determinan que el artefacto fue lanzado desde el jardín.  Después del atentado, Hugo bebe tanto que habla indiscretamente delante de Georges y Slick; tan sólo, la oportuna presencia de Jessica, salva la difícil situación de su marido.  Olga, logrando eludir la vigilancia que existe en la residencia de Hoederer, logra llegar hasta la habitación de Hugo a quien encuentra con una resaca tremenda.  Olga es quien lazó la bomba.  Recrimina a Hugo el no haber dado muerte a Hoederer como se había estipulado y de haber dejado pasar ocho días para un asunto que necesitaba un día tan sólo.  Olga le dice además que los compañeros piensan que él es un traidor y que han decidido reemplazarlo.  

Hugo amenaza con abandonar el Partido bolchevique debe unirse a sus antiguos adversarios para hacer la revolución; par Hugo Barine, el Partido no debe entrar en ninguna alianza para mantener su seno inmaculado y, menos aún, con aquellos que en tiempos pasados asesinaron a muchos compañeros.  Hoederer se mantiene en su posición con bastante firmeza…” ¡Cómo te importa tu pureza Hugo! ¡qué miedo tienes de ensuciarte las manos! ¡Bueno, sigue siendo puro! ¿A quién le servirá y para qué vienes con nosotros?  La pureza es una idea de faquir y de monje.  A vosotros los intelectuales, los anarquistas burgueses, os sirven de pretexto para no hacer nada. No hacer nada, permanecer inmóviles, apretar los codos contra el cuerpo, usar guantes.  Yo tengo las manos sucias.  Hasta los codos.  Las he metido en excremento y sangre.  ¿Y qué?  ¿te imaginas que se puede gobernar inocentemente? …”  Después de esta discusión, Hugo comunica a Jessica su firme decisión de asesinar a Hoederer.  Esta va a ver a Hoederer quien al principio se muestra reacio a recibirla, pero a tanta  insistencia, este la recibe.  La mujer le dice que Hugo quiere asesinarlo; pero el líder del Partido le manifiesta que ya lo sabe: Jessica le confiesa que si ha delatado a su marido es por temor a que le suceda algo y, que además, él no tiene la convicción de asesinarlo ya que lo quiere demasiado, pero que ha recibido órdenes que deberá cumplir.  Hugo aparece portando un revólver que esconde en el bolsillo de sus pantalones.  Jessica se ha escondido para no ser vista.  Hoederer convence a Hugo de que no cometa un crimen y lo manda a que descanse .  Jessica sale de su escondite y se insinúa a Hoederer quien la abraza y besa ardientemente.  Hugo, que regresaba en ese momento, encuentra besándose y dispara tres tiros contra Hoederer.  Slick y Georges acuden al escuchar las detonaciones y tratan de lanzarse contra Hugo, pero Hoederer, aún agonizante, los detiene diciéndoles que no le hagan nada porque no ha disparado por convicción sino por celos.  La escena vuelve en este punto nuevamente a casa de Olga, dos años después del crimen.  Son las doce menos veinte, y ya no tardará en aparecer Louis.  Olga pregunta a Hugo si mató Hoederer por el hecho de haberlo encontrado en brazos de su mujer.  Hugo permanece en silencio, en el fondo sabe que no lo ha hecho por celos.  Estos han sido, sencillamente, la ocasión  incitadora, la sacudida que puso en marcha de forma fortuita un complicado mecanismo que ni él mismo acierta a entender: los sentimientos contradictorios de su afecto por Hoederer y su rencor al percibir oscuramente que lo han convencido, aún a su pesar, los argumentos de su je4fe, a despecho de sus rígidas normas morales, su afán de ligarse con un crimen par sentirse de verdad unido al Partido de cuyos miembros se siente rechazado.  Su ansia de ser uno más, de obedecer y de cumplir la disciplina que este impone.  Quiere persuadirse a sí mismo de que lo mató por pasión política, porque su muerte era imprescindible para la causa.  Posteriormente, restablecidas las comunicaciones con Rusia, se entera que la línea del Partido es ahora la misma política de colaboración con los ugalistas y los liberales; comprende que su crimen ha sido inútil.  Si la memoria de Hoederer ha de ser rehabilitada, si su muerte va a ser considerada como un mero azar, como un lance imprevisible en la lucha cotidiana, entonces es cuando se desvalorizará su auténtica talla humana.  Un hombre como Hoederer muere por sus ideas y no por casualidad; mucho menos por una cuestión de celos.  Él lo mató porque lo quería y admiraba y, para que su muerte recobre su sentido, debe ir acompañada por la suya propia.  Cuando los hombres de Louis llaman a la puerta, Hugo arremete contra ellos cayendo a tiros.  Sartre había nacido el 21 de junio de 1909, en París.  Su vida estuvo ligada íntimamente a la escritora Simone de Beauvoir.  Murió en 1980.



ROMEO Y JULIETA


Tragedia de William Shakespeare elaborada a la vista de versiones parafraseadas de Mateo Bandello, escritor italiano (1480 – 1561), quien fue el primer autor que cantó los amores de romeo y Julieta.  Sus cinco actos en verso y prosa, constituyen una magistral pintura de dos corazones italianos ardorosos, para los que no existe obstáculo alguno.  Poesía vibrante en la que palpita y bulle sucesivamente el tierno deliquio, la premura, la ansiedad, la angustia, el arrebato.  La obra fue escrita en 1595 aproximadamente, y publicada seis años después.  Toda  la tragedia acontece en Verona y Mantua, y comienza con una gran discusión entre Sansón y Gregorio (criados de Capuleto) y Abraham y Baltazar (criados de Montesco).  La aparición del príncipe de Verona y de Teobaldo, sobrino de Capuleto, evitan que la sangre llegue al río y logran calmar los ánimos.  La señora de Montesco refiere a su sobrino Benvolio, su preocupación por Romeo, a quien ve inquieto.  Montesco, solicita a Benvolio que averigüe el secreto que afecta a su hijo, pero todo resulta vano.  Por otro lado, París solicita a Capuleto la autorización para contraer nupcias con su hija Julieta.  Este manifiesta su disconformidad alegando que Julieta no tiene más que catorce años “y que así como los árboles demasiados tempranos no prosperan, un enlace prematuro no prosperará; pero que en todo caso si su hija acepta, él no se opondrá a su voluntad, siempre y cuando elija a un hombre como él, que es de su clase”.  Capuleto entrega a uno de sus criados una lista con los nombres de los invitados a una fiesta, que realizará en su casa.  Romeo, por casualidad, se entera de que Rosalía, sobrina de Capuleto, asistirá también y, como esta lo trae loco de amor, decide asistir.  La madre de Julieta induce a esta a aceptar a Paris; Julieta le contesta que lo pensará.  Romeo, enmascarado, se presenta en la fiesta en compañía de su amigo Mercutio y de su primo Benvolio.  

Ahí conoce a Julieta y queda impresionado por su belleza.  Con frases galantes logra conquistarla.  Su presencia en la fiesta es descubierta por Teobaldo quien quiere batirse con Romeo; la oportuna intervención de Capuleto impide el duelo y, Teobaldo, que toma el atrevimiento de Romeo como una afrenta al linaje de los Capuleto, se retira indignado.  En Julieta y romeo surge un idílico romance y ambos desean contraer matrimonio.  El joven Montesco solicita a su confesor Fray Lorenzo que bendiga la unión.  Este le responde: … “¡Por la vida de San Francisco! ¡Que pronto olvidaste a Rosalía, en quien cifrabas antes tu cariño!.  El amor de los jóvenes nace de los ojos y no del corazón.  ¡Cuánto lloraste por Rosalía!  Y ahora tanto amor y tanto enojo se ha disipado como el eco.  Aún se ven en tu rostro las huellas de antiguas lágrimas.  ¿No decías que era más bella y gentil que ninguna?  Y ahora te has mudado.  ¡Y luego acusáis de inconstantes a las mujeres!  ¿Cómo buscáis firmeza en ellas, si vosotros les dais el ejemplo de olvidar?

Al final Fray Lorenzo accede aduciendo que lo ayudará a calmar su deseo, ya que esa boda podrá ser el alzo de amistad que extinga el rencor que  hay entre Capuletos y Montescos.  Romeo, tal como acordó con Julieta, envía con la criada de ésta un mensaje en el que le dice que con algún pretexto vaya al convento de Fray Lorenzo porque él los confesará y casará.  Julieta, enterada, acude al convento el día acordado y el sacerdote los casa.  Mientras tanto, en una plaza de Verona, Benvolio y Mercutio se encuentran con Teobaldo y otros Capuletos.  Cuando Romeo aparece ambos grupos están discutiendo; el joven Montesco no hace caso a los insultos que le profiere Teobaldo, porque sabe que es primo de su amada Julieta.  Teobaldo se bate con Mercutio a quien hiere; los esfuerzos de Romeo por separarlos sólo logran empeorar las cosas ya que su cuerpo escudó sin quererlo el cuerpo de Teobaldo, quien aprovechó para dar una estocada a Mercutio.  Teobaldo y los suyos se retiran.  Benvolio se lleva a Mercutio  para que lo curen.  Al poco rato regresa Benvolio e informa a Romeo que Mercutio ha muerto, lo cual entristece al joven Montesco.  Teobaldo regresa a la escena sin saber de la muerte de Mercutio; Romeo se bate con él y le da muerte.  Julieta es informada por su criada de la tragedia acontecida y de que Romeo ha sido desterrado por la muerte de  Teobaldo, lo cual provoca una honda pena en la joven muchacha.  Fray Lorenzo informa a Romeo que el príncipe (máxima autoridad de Verona) ha ordenado su destierro.  Romeo se lamenta, pues, sabe que eso significa separarse de su esposa con quien aún no ha compartido el lecho nupcial.  El sacerdote le aconseja que vaya a buscar a Julieta y que disfrazados huyan a Mantua, hasta que se calme el temporal.  La criada de Julieta es informada de esto y corre presurosa a contárselo a Julieta.  Por otro lado, sumido en su pena, Capuleto dice a París que su hija se casará con él de todas maneras pero que no habrá fiesta por el duelo que a su familia ha traído la muerte de Teobaldo.  Romeo con una escala de cuerda llega hasta la ventana del cuarto de su amada.  Los amantes dan rienda suelta a sus amores a través de frases llenas de amor y amargura.  “Romeo se despide de su amada no sin antes prometerle que le hará llegar noticias suyas.  El padre de Julieta manifiesta a su hija que tendrá que casarse con París; ante la negativa de la muchacha, estalla en ira e impone su autoridad amenazándola.  La muchacha desesperada acude a buscar consuelo en su fiel ama.  Esta le aconseja que sería mejor para todos que se casara con Paris.  Julieta indignada y desesperada por la situación va en busca de Fray Lorenzo para que la ayude.  Este  le da una ampolleta conteniendo un licor que la hará dormir durante cuarenta idos horas, y así todos creerán que está muerta.  Luego él y Romeo irán al mausoleo de los Capuleto donde llevarán sus restos y esperarán que despierte; luego los amantes huirán a Mantua.  Julieta regresa a su casa y finge haber reflexionado sobre su boda con Paris.  Todos al verla tan jovial caen en la trampa.  Un día antes de la boda con París, Julieta bebe la pócima que le dio el sacerdote.  Muy temprano la criada descubre a la infeliz muchacha tendida en su lecho cubierta de una palidez térrea.  Capuleto, su esposa, Paris y la criada lloran la desgracia.  Llega Fray Lorenzo y dispone como es costumbre que el cadáver sea llevado a la iglesia para ser velado.  

Mientras que en una calle de Mantua, Baltazar, el criado de Romeo, informa a éste la noticia de la muerte de su amada.  El joven Montesco, con el corazón desgarrado por la cruenta noticia ordena a Baltasar que consiga caballos porque partirán inmediatamente a Verona.  Romeo convence a un boticario para que le venda un veneno que él beberá junto al cadáver de su amada.  Este al comienzo se niega puesto que la venta de tales pócimas letales estaba terminantemente prohibida, pero como era muy pobre acepta.  Fray Lorenzo había enviado una carta a Romeo indicándole todo el plan; pero Fray Juan, a quien había comisionado para hacer entrega de la misiva a Romeo no lo había hecho.  Fray Juan buscó a otro fraile para que lo acompañara a Mantua a cumplir con el encargo.  Al fin lo encontró curando enfermos.  Los encargados de cuidar que los apestados por las plagas no salieran por la ciudad propagando la peste, creyendo que ellos la tenían, no los dejaron salir, y por ello no pudieron viajar a Mantua a entregar la carta.   Fray Lorenzo desesperado ante tal situación corre al cementerio porque sólo faltan tres horas para que Julieta despierte de su sueño.  Mientras tanto, en el panteón de los Capuleto, Paris está colocando flores sobre el ataúd de su amada.  Cuando siente que alguien viene se esconde, es Romeo con Baltazar.  Creyendo Paris que Romeo ha venido a profanar la tumba de  Julieta, lo incita a un duelo que por más que Romeo trata de evitar, termina con la muerte de París.  Luego Romeo bebe el veneno y besando los labios de Julieta cae muerto.  Cuando llega Fray Lorenzo se encuentra con Baltazar quien le informa que romeo se encuentra en el mausoleo de los Capuleto.  El sacerdote corre hacia él presagiando una tragedia; llega cuando Julieta está despertando.  Ambos ven los cadáveres de Romeo y París.  Fray Lorenzo al escuchar que alguien se acerca le pide a Julieta huir del lugar.  Esta, ve alejarse al sacerdote, pero ella se queda.   Cogiendo el puñal de Romeo se mata, cayendo sobre el cuerpo de su amado Romeo.  Llegan alguaciles quienes capturan en los alrededores a Baltazar y a Fray Lorenzo.  Aparece el Príncipe, Capuleto y su mujer, y también Montesco; su mujer había muerto un día después del destierro de su hijo.  El sacerdote y el criado de romeo aclaran lo acontecido.  El Príncipe recrimina a Capuleto y a Montesco  diciéndoles que lo sucedido es la maldición divina que cae sobre sus rencores.  Al final las dos familias se reconcilian, pero dicha reconciliación costó la vida de los desgraciados amantes.



FILOCTETES


Tragedia de Sófocles en la que se halla manifiesta la influencia divina y religiosa en las determinaciones de la voluntad humana.  Debido a que las tragedias griegas, en su gran mayoría, requieren del conocimiento mitológico de algunos de los personajes que en ellas se encuentran, pasaré a ilustrar lo que aconteció a Filoctetes hasta antes que Ulises llegara a buscarlo a la isla de Lemnos.  Filoctetes fue uno de los pretendientes de Helena y, por tanto, marchó en la expedición contra Troya (Cf.  Resúmenes de obras famosas, “La Ilíada” en Miscelánea Literaria” del mismo autor).  Natural de Magnesia, en Tesalia, acaudilló siete naves.  Este héroe, compañero en otro tiempo de Hércules, y poseedora la sazón de invencible arco y flechas de éste, se dirigía a Troya con los demás griegos, cuando en la Isla de Crisa, donde se detuvo la expedición para celebrar un sacrificio, fue mordido en un pie, en castigo por haberse acercado a la víbora que, oculta, custodiaba el descubierto recinto sagrado de la ninfa tutelar de la isla.  La expedición llegó después a Troya; a Filoctetes le empeoró la herida y, en vista de los terribles gritos que profería por causa de ésta y por el hecho de que el ritual prohibía que las personas que tuvieran ciertas lesiones presenciaran los sacrificios y libaciones a los dioses, por consejo de Ulises lo sacaron del campamento y lo dejaron abandonado en la isla de Lemnos donde pasaría casi diez años, mientras que se luchaba en torno a Troya.  Capturado Heleno, el adivino troyano, éste reveló que la ciudad no sería tomada más que con el arco de Hércules, que ya una vez la había conquistado cuando era rey Laomedonte.  Como Filoctetes era poseedor de dicho arco, Ulises viose en la necesidad, acompañado de Neoptólemo, de ir a buscarlo a la isla para llevarlo a Troya.  Aquí se inicia la tragedia de Sófocles, que fuera representada en el año 409 antes de Jesucristo. Ulises llega a Lemnos en compañía de Neoptólemo, hijo de Aquiles Y Deidamia, quien fuera educado en la corte de licomedes, su abuelo materno, rey de Sciros, hasta la muerte de su padre.  Ulises alecciona al muchacho para que con engaños, arrebate el arco de Hércules que obra en poder de Filoctetes.  El muchacho, formado en un hogar donde siempre ha imperado la verdad, se resiste a hacer uso de las malas artes, pero en cambio se ofrece a llevar a Filoctetes por la fuerza si éste se resiste.  Ulises sabe que Filoctetes aun estando herido será muy difícil de vencer, pues, posee el arco de Hércules que lanza flechas certeras que ante sí llevan la muerte, por lo cual insiste en que Neoptólemo debe hacer uso de la astucia antes que la fuerza para no arriesgar el éxito de la misión.  Ulises se retira para no ser visto mientras el hijo de Aquiles va en busca del desvalido.  Si Filoctetes no cae en la trampa, Ulises enviará un espía disfrazado de marinero par que avale las mentiras con que se embaucará al amigo de Hércules.  Neoptólemo se entera por Filoctetes que este pasa la vida en la isla solo y apartado de todo el mundo, entre abigarradas e hirsutas fieras, atormentado a la vez por los dolores y el hambre, y lleno de irremediables inquietudes, sólo el indiscreto eco de la montaña que repercute a lo lejos, contesta a sus amargos lamentos: 

…”¡Oh, qué desgraciado soy! ¡Oh, cuánto me odian los dioses, cuando la noticia de mi desgracia no ha llegado ni a mi patria ni a ninguna parte de Grecia!  Pero lo que impíamente me arrojaron aquí ríen en silencio, mientras mi dole3ncia va tomando fuerzas y aumenta de día en día.  ¡Oh niño! ¡Oh hijo de Aquiles!  Aquí me tienes.  Yo soy aquél, que tal vez no habrías oído que es dueño de las armas de Hércules, el hijo de Peante, Filoctetes, a quien los dos generales y el rey de los cefalonios echaron ignominiosamente, así, como ves, sólo, consumido por fiera dolencia y llagado con la cruel herida de la ponzoñosa víbora.  De este modo, hijo, me dejaron aquéllos aquí, abandonado, cuando desde la isla de Crisa abordaron en ésta con su flota.  Entonces, cuando vieron que yo, después de gran marejada, me dormí profundamente al abrigo de una roca de la orilla, me abandonaron y se marcharon, dejándome, como si fuera un mendigo, unos pocos andrajos y algo también de comida, poca cosa, lo que ¡ojalá lleguen ellos a tener! (…)  Ahora, ¡Ho hijo!, vas a enterarte de las condiciones de esta isla: en ella no aborda voluntariamente ningún navegante, porque ni ha puerto, ni lugar en que se pueda hacer ganancia con el comercio, ni donde uno pueda hospedarse.  No navegan, pus, hacia ella los expertos navegantes.  Suelen abordar algunos contra su voluntad, cosa que es natural que suceda bastantes veces en mucho tiempo; éstos, cuando llegan, ¡h hijo!, se compadecen de mí en sus conversaciones, y condolidos de mi suerte me dejan algo de comer, o algún vestido; pero nadie, cuando de ello les hago mención, quiere conducirme a mi patria; así que perezco en mi infortunio, siendo éste ya el décimo año que con hambre y miseria estoy alimentando esta voraz enfermedad.  Esto es lo que los atridas y lises, ¡oh hijo!, han hecho de mí, cosa que ojalá LOS olímpicos dioses les hagan sufrir a ellos en venganza de mis males”. (Sófocles, “Tragedias” – Biblioteca Edaf, 1981 págs. 415 – 416.  Ara ganarse la confianza de Filoctetes, Neoptólemo comienza a injuriar el nombre de Ulises a quien acusa de haberse posesionado de las armas de su padre, Aquiles, cuando éste murió a causa del flechazo que Paris le lanzó: Neoptólemo simula despedirse diciéndole a Filoctetes que se dirige a su patria, Sciros, para guardarse de todo contacto con los infames atridas, Filoctetes le ruega entonces que lo lleve con él: … “Pues por tu padre y por tu madre, ¡oh hijo!, y también por lo que en tu casa te sea más querido, te suplico y te ruego que no me dejes en esta situación, solo y desamparado en medio de los males en que me ves, y que sabes que padezco; ´`échame en tu nave como si fuera un fardo, bien sé que esta carga te ha de ocasionar mucha molestia, pero sopórtala”.  (Edic. Cit, Ibidem; pág 522).  Neoptólemo acepta y, cuando están por salir de la cueva en que vive Filoctetes, aparece un Mercader, que no es otro que el espía enviado por Ulises.  Este informa al hijo de Aquiles estar enterado de una comitiva que integran Fénix el viejo, los hijos de Teseo y Ulises, ha salido en busca de un tal Filoctetes, a quien han jurado persuadir con razones, para que regrese a Troya.  Informa además que aquellos están dispuesto a llevarlo a la fuerza si éste se niega Neoptólemo, que ya reconoció la verdadera identidad del Mercader, finge sorprenderse ante aquella noticia.  Interrogado por el hijo de Aquiles del porqué de aquella obstinada búsqueda, el Mercader solicita discreción a ambos por lo que va a decir: … “Yo te diré todo esto, ya que parece que no lo sabes.  Había un adivino de noble origen, pues era hijo de Príamo y tenía por nombre Heleno, que habiendo salido una noche solo, fue cogido por ése que está acostumbrado a oír todo dicterio denigrativo e insultante, o sea, el doloso Ulises; y llevándolo atado, lo presentó en medio de los aqueos como excelente presa.  Ese les hizo toda suerte de predicciones, y les dijo que nunca destruirían la ciudadela de Troya si no sacaban a éste (Filoctetes), persuadiéndole con razones, desde esta isla en que habita ahora.  Y apenas oyó el hijo de Laertes decir esto al adivino, prometió a los aqueos que les pondría delante a este hombre (Filoctetes), que llevaría él.  Creía apoderarse de éste (Filoctetes) de buen grado, y si no cediera, a la fuerza; y ha puesto su cabeza a disposición del que se la quiera cortar, sino lo logra.  Ya lo sabes todo, hijo; y te aconsejo que te vayas pronto, llevándote a todo aquél por  quien tengas interés.  (Edic. cit. Ibidem; pág 427).  

Después de escuchar al Mercader, Filoctetes pide a Neoptólemo que apresure la partida; pero como el dolor del pie herido se le agudiza, se dispone a dormir un momento, pues, es la única forma en que el dolor se le calmará.  Antes de dormirse hace entrega de su arco al muchacho luego de arrancarle la promesa de que lo proteja aun con su vida.  Cuando despierta, Filoctetes nota algo extraño a Neoptólemo; Éste se halla arrepentido de haber engañado a aquel pobre hombre que ya parece un cadáver.  El muchacho confiesa la verdad de su misión, lo cual enardece al desvalido Filoctetes: … “¡Ah tú, que eres fuego devorador, todo horror y artificio odiosísimo de pérfida astucia, cómo te has burlado de mí!  ¡Cómo me has engañado! ¿No te avergüenzas de mirar al que se ha echado a tus pies, al suplicante, ¡oh miserable!?  Me quitaste la vida al coger el arco.  Devuélvemelo, te lo suplico; devuélvemelo, te lo ruego, hijo.  ¡Por los dioses de tu familia, no me quites la vida! ¡Ah, pobre de mí!  Pero ni me contesta ya; sino que como quien nunca lo ha de soltar, así me mira. ¡Oh puertos, oh promontorios, oh amigables bestias montaraces, oh rocas escarpadas!, ante  vosotros, pues no veo otro a quien pueda hablar, a vosotros que sois mis habituales compañeros, os manifiesto llorando la perfidia con que de mí ha abusado el hijo, de Aquiles.  Después de haber jurado llevarme a casa, intenta conducirme a Troya; y cuando después de darme su diestra mano en señal de fidelidad, recibió de mí las flechas sagradas de Hércules, el hijo de Júpiter, las retiene y quiere presentarlas a los argivos.  Como si hubiera apresado a un hombre robusto, me lleva a la fuerza; y no advierte que mata a un muerto a la sombra del humo, que no es más que vana apariencia…” (Edic. cit; Ibidem; págs.. 440 – 441).  Neoptólemo no puede evitar sentirse triste ante aquellas desgarradoras palabras, y, cuando parece que va a desistir en su propósito, aparece Ulises para evitar que le sean devueltas las armas a Filoctetes.  Este indignado y furioso ante la figura del hombre que ha sido su perdición, lo llena de insultos llamándolo asqueroso y embustero.  Ulises se defiende alegando que siempre ha sido un hombre justo y piadoso: …”… Si se ofrece un concurso de hombres justos y honrados, no encontrarás a otro más piadoso que yo. Soy de índole tal, que necesito triunfar en todas partes, excepto en lo que a ti se refiere; y ahora de buen grado cedo ante ti.  Dejadle, pues; no lo toquéis más; dejad que se quede; no necesitamos de él, teniendo las armas estas; porque está entre nosotros Teucro, que sabe manejarlas y también yo, que pienso que no te soy inferior en nada de esto ni en apuntar con la mano.  ¡Qué necesidad hay, pues, de ti?  Sé feliz paseándote por Lemnos.  Nosotros vayámonos, y posible es que pronto se me conceda el honor que debías tú alcanzar”.  (Edic. Cit, Ibidem; pág. 447).  Ambos argivos parten dejando a Filoctetes a su suerte; Neoptólemo no pierde las esperanzas de que mientras los marineros preparan la nave para partir, Filoctetes cambie de opinión.  Pero el que cambia de opinión en Neoptólemo, quien apresuradamente regresa a la cueva para devolverle sus armas al héroe caído en desgracia.  Canos son los esfuerzos de Ulises por detenerlo.  Filoctetes duda de la veracidad del hijo de Aquiles, pero se convence cuando aquél le devuelve su arco y sus flechas.  Es entonces que Ulises trata de llevarse a Filoctetes por la fuerza, pero éste lo amenaza con el arco; la oportuna intervención de Neoptólemo evita la muerte de Ulises, pues, el hijo de  Aquiles le sujeta la mano impidiéndole disparar.  Neoptólemo reprocha a Filoctetes su terquedad y lo culpa de estar en esa situación: …”… los hombres a quienes os dioses envían desgracias, no tienen más remedio que soportarlas; pero aquellos que voluntariamente se encuentran en la miseria, como tú, a ´`esos ni es justo tenerles indulgencia ni compadecerlos; tú te enfureces, y no sólo no admites consultor, sino que si alguien te aconseja hablándote con benevolencia, le oídas creyéndole enemigo y malintencionado.  No obstante, te diré, y pongo por testigo a Júpiter, vengador de los perjuros, y esto entiéndelo bien y grábalo en tu corazón que tú sufres esa dolencia por castigo divino, porque en el templo de Apolo, en Crisa, te aproximaste al custodio, que era la cuidadosa serpiente que, encubierta, guardaba el descubierto recinto sagrado.  Y curación de esa grave dolencia sabes que no la alcanzarás, mientras el sol se levante por este lado y se ponga por el otro, hasta que tú mismo vengas espontáneamente a los campos de Troya, y presentándote a los hijos de Esculapio, que entre nosotros están, te alivien de esa dolencia, y con este arco y con mi ayuda seas el destructor de la ciudadela de Troya…”. (Edic. cit. Ibidem; pág 457).  Filoctetes insiste en no ir a Troya y ruega a Neoptólemo que cumpla su promesa de llevarlo a su casa, en la meseta del Eta, donde lo debe estar esperando su padre, Peante, Neoptólemo, que es un hombre de honor, le dice que cumplirá su promesa y se dispone a llevarlo, a pesar de saber que los argivos tomaran represalias contra su vida.  Filoctetes comprende entonces toda la grandeza que posee aquel valeroso joven en su corazón, y, dando un vuelco inesperado se decide a partir a Troya.  En ese instante aparece Hércules quien lo detiene¨ “Todavía no, hasta que escuches mis palabras, hijo de Peante, y piensa que la voz de Hércules es la que en tus oídos suena, y su cara la que ves.  

Por tu causa vengo desde mi celestial asiento, que he dejado para anunciarte los designios de Júpiter y detenerte en el camino que acabas de emprender. (…)  también para ti, entiéndelo bien, estaba decretado que pasaras estas penas, y que después de ellas tuvieras una gloriosa vida.  Yéndote, pues, con este joven hacia la ciudad de Troya, primeramente te curarás de esa dolencia horrible, y te distinguirás por tu valor como el primero del ejército; a Paris, que de todas estas calamidades es culpable, privarás de la vida con mis flecha, y destruirás a Troya; los despojos que como premio al valor obtendrás del ejército, os enviarás a tu casa, a tu padre Peante, a la meseta del Eta, tu patria; pero el botín que escojas de ese ejército, en recuerdo de mi arco llévalo sobre mi pira.  Y a ti, hijo de Aquiles, mira lo que te aconsejo: Porque como ni tú sin éste puedes conquistar el campo troyano, ni éste sin ti, así, como dos leones consortes, defendeos: éste a ti y tú a éste”.   (Edic. cit. Ibidem; págs.. 461 – 462).  Prometiéndole a Hércules obedecer su mandato, ambos héroes parten rumbo a Troya.  Aquí culmina la tragedia; pero el lector se queda sin saber que sucedió después, de ahí la importancia de recurrir a la mitología para indagar cuál fue el destino de los personajes aquí mencionados.  En cuanto a Filoctetes, éste intervino decisivamente, matando a París quien lo desafió.  Fue uno de los héroes que se introdujo en el famoso caballo de madera construido por Epeo.  Como aún no estaba curado de su úlcera no osó volver a su patria después de la guerra de Troya; fue a Calabria donde levantó la ciudad de Petilia siendo curado por Macaón, hijo de Esculapio y hermano de Poladiro.  Se cuenta entre los famosos argonautas que acompañaron a Jasón a capturar el ¨Vellocino de Oro.  Neoptólemo, caída Troya, invadió el palacio de Príamo; mató a vista de éste, a su hijo Polites; luego al miso Príamo; precipitó desde lo alto de las murallas al pequeño Astianacte, hijo de Héctor y Andrómaca.  También es él quien se encarga de dar muerte a Polixena a quien degolla sobre la tumba de su padre en un acto de inmolación.  A la hora del reparto del botín, se le concede como premio a la viuda de Héctor, Andrómaca, de quien tuvo tres hijos:  Moloso, Pérgamo y Píelo.  Murió en Delfos de una puñalada que le asestó Maquero.  Probablemente sea “Filoctetes” la pieza más patética de Sófocles.  La lucha interior de Filoctetes entre el deseo de  abandonar su espantosa soledad, recobrar la salud y colaborar eficazmente en una gloriosa empresa, y el odio que ha jurado a quienes le abandonaron es de un patetismo y una fuerza dramática impresionante.  El cuadro de los sufrimientos físicos del héroe y el de sus tormentos morales, aún más agudos cuando cree que Neoptólemo lo ha engañado, hacen de “Filoctetes” el drama del dolor por antonomasia.



ROJO Y NEGRO


La mayor distracción de las mujeres de provincias, en Francia, consiste en leer novelas.  Las costumbres son muy puras, en Francia, en las pequeñas ciudades, cada una de las mujeres vigila a su vecina y Dios sabe que nunca hubo policía más perfecta.  Un hombre no puede visitar seis veces seguidas una casa donde haya una mujer algo pasable sin que toda la vecindad dé  pruebas de emoción. (…) El carácter francés puede soportarlo todo salvo el desprecio expresado en público y todos los años puede verse como alguna de esas desgraciadas mujeres de provincias a quienes el amor ha comprometido un poco a los ojos de sus vecinas, pone fin con el suicidio a una existencia en lo sucesivo insoportable” (“Carta de Stendhal al conde Salvagnoli, fechada 18 de octubre – 3 de noviembre de 1832”).  Estas costumbres francesas mencionadas por Stendhal en la epístola al conde Salvagnoli, son algunas de las que él ha descrito con magistralidad a través de las páginas de “Rojo y Negro” (1830).  Stendhal, cuyo verdadero nombre era Henri Beyle, nació en Grenoble el 23 de enero de 1783, y murió de apoplejía el 22 de mayo de 1843.  Stendhal es todo lo contrario de un gran inventor de asuntos novelescos; no le preocupaba que sus novelas fueran piezas originales.  Tal como en Shakespeare  que tomó sus argumentos de crónicas medievales y novelas italianas – muchos de sus argumentos provienen de manuscritos antiguos o de hechos de la vida real.  Stendhal prescindía de inventar, concentrándose sobre todo en revestir los temas que tomaba en préstamo con la sustancia de su experiencia y con los datos de la realidad.  El origen de “Rojo y negro” es la crónica judicial, las reseñas de un proceso que se publicaron en “La gaceta de los Tribunales”.  Se trataba de un crimen cometido en el Delfinado natal de Henri Beyle, en el pueblo de Brangues, el 22 de Julio de 1827.  Resumamos el hecho: Antoine Berthed, hijo de un pobre artesano del pueblo, había sido educado por el cura del lugar, a quien llamó la atención su despierta inteligencia, después de una estancia en el seminario, que tuvo que abandonar por motivos de salud, Berthed fue preceptor de los hijos de un notable local, el señor Michoud de La tour, y tal vez amante de la señora Michoud, dama que contaba treintaiséis años y que hasta entonces había tenido una reputación intachable.  

Más tarde el joven volvió al seminario, del que salió nuevamente para ser preceptor en casa del señor Cordon, a cuya hija sedujo.  Finalmente fue despedido, y creyendo culpable de todo lo que ocurría a la señora Michoud, volvió a Branques y la mató en la iglesia del pueblo de un tiro de pistola.  En el mes de diciembre el asesino fue juzgado y condenado a muerte, y murió guillotinado el 23 de febrero de 1828, a los veinticinco años de edad.  Como veremos más adelante Stendhal casi no modifico ningún pormenor de este suceso, y cambiando los nombres propios se tiene la perfecta equivalencia de lo que se nos narra en “Rojo y negro”.  Brangues se convierte en Verriéres, que se sitúa en el Franco – Condado en el Delfinado; Antoine Berthed es Julián Sorel, la señora Michoud es la señora de Rénal; la señorita de Cordon es Matilde de la Mole y así sucesivamente.  Inclusive la época es la misma ya que la acción de la novela se inicia en 1826.  Veamos a continuación el desarrollo de la obra.  Los hechos acontecen en Verrières, pequeña ciudad francesa, donde si bien abundan las serrerías, la prosperidad se debe a la fábrica de telas estampadas que, desde la caída de Napoleón, ha permitido reconstruir las fachadas de un gran número de casas.  El alcalde de la ciudad es un hombre mezquino y ambicioso llamado Rénal, quien posee una fábrica de clavos y, además, es uno de los principales administradores de los fondos destinados al hospital, al hospicio y a la prisión de la ciudad.  Sobre la probidad del anejo de esos fondos, hay quienes tienen sus dudas, pero es el octogenario cura Chélan uno de los pocos que no teme enfrentarse a los hombres corruptos de la ciudad.  Hombre dado a guardar las apariencias, Rénal contrata a Julián Sorel para preceptor de sus tres hijos.  Aquella súbita decisión deja a la señora Rénal muy preocupada, pues, teme que el muchacho, que aún no ha cumplido los diecinueve años, sea severo con sus hijos.  El padre de Julián se encargó de obtener las mejores condiciones económicas para el muchacho, a quien castiga continuamente y cuya manía por la lectura, censuraba acerbamente llamándolo perro “lecturero”.  

Julián era un fervoroso admirador de Napoleón, cuyas campañas y glorias, las había aprendido de un médico cirujano bonapartista, muerto algunos años atrás; Este hombre le había dejado un buen lote de libros, los cuales Julián había devorado día a día evadiendo la custodia de su padre.  Conocía el latín a la perfección, gracias a las lecciones de teología que el cura Chélan le daba todos los días como preparándolo  para su ingreso al seminario.  El futuro sacerdote odiaba a su padre y a sus hermanos, por eso, cuando la señora Rénal lo trató con afecto, Julián dejó aflorar su sensibilidad que poco a poco fue dejando de lado su notoria hostilidad u retraimiento.  La señora Rénal, mujer alta y bien formada, no tardó en mostrarse inquieta ante la presencia del joven preceptor y, más aún, cuando se enteró que Elisa, su doncella estaba locamente enamorada de Julián.  Ella sentía que el preceptor de sus hijos era diferente a todos los hombres, que como su marido, vivían en la grosería y la más brutal falta de sensibilidad hacia todo lo que no fueran intereses y honores.  Ya estaba cansada de escuchar constantemente a su marido quien se quejaba de que dos o tres industriales de Verriéres se estaban haciendo más ricos que  él.  Cada día a la señora Rénal le resulta más difícil ocultar sus sentimientos hacia Julián, pero cuando Elisa le confiesa que Julián la rechaza, un exceso de felicidad la hace ser más cauta: ya no hay otra mujer que se interponga entre ella y el hombre que ama.  Atento a copiar las costumbres de la gente noble, el señor de Rénal se instala con su familia en el pueblo de Vergy, lugar muy frecuentado en primavera.  Ausente durante gran parte del tiempo en Vergy por razones de trabajo, el señor de Rénal, sin proponérselo, facilita el acercamiento de su esposa y Julián, quienes, acompañados de una prima de la señora Rénal, disfrutan la belleza que la vida de campo les ofrece.  Julián alimenta en la señora Rénal las perspectivas de una futura relación amorosa; pero astutamente se niega a entregarse a los brazos de ella, creando en la esposa del alcalde un clima de incertidumbre y desasosiego.  Algunas actitudes de Julián provocan la ira del mezquino alcalde, pero temeroso de que el muchacho abandone su puesto y se vaya a trabajar para Valenod, director del asilo, opta por hacerse el desentendido y más aún, aumenta los honorarios del muchacho.  Pretextando que debe ir donde el cura Chelán a confesarse, Julián abandona la estancia y va a visitar a su amigo Fouqué, un próspero comerciante quien le ofrece un trabajo que le reportará seis veces o que le paga Rénal.  Julián se niega arguyendo que su vocación por el santo ministerio no le permitirá aceptar.  A su regreso, la señora Rénal se muestra evasiva con él, pues, está convencida que Julián ama a otra mujer.  Un retrato de Napoleón que Julián guardaba en su habitación, y que la esposa del alcalde cree que es de su amada, es la causa de la frialdad con que la celosa mujer comienza a tratarlo.  “Será tan sólo un amigo”, se dice a sí misma la señora Rénal.  Julián no se da por vencido, y aprovechando que todos duermen en la casa, se introduce en el dormitorio de la señora Rénal y la hace su amante.  A partir de esa noche las citas entre los apasionados amantes se hacen más frecuentes, lo cual hace que la señora Derville, prima de la mujer del alcalde, abandone Vergy.  La señora Rénal vertió algunas lágrimas pero pronto sintió como si su felicidad aumentase.  Después de haberse machado su compañera, se encontraba todo el día a solas con su amante.  En sus frecuentes meditaciones en aquella tranquila estancia, el alma inquieta de Julián deploraba la crisis de infelicidad que pone término a  la infancia y estropea los primeros años de juventud de los no favorecidos por la fortuna.  “-¿Ah! ¡Napoleón sí que era el hombre enviado por Dios para los jóvenes franceses! ¿Quién podrá sustituirlo? ¿Qué harán sin él todos aquellos desgraciados que, incluso más ricos que yo, tienen tan sólo unos cuantos escudos para procurarse una buena educación, pero no los suficientes para comprar a un hombre y emprender una carrera a los veinte años?  Por mucho que hagamos ese recuerdo fatal nos impedirá ser felices, se repetirá incesantemente”, (“Rojo y Negro” Editorial La Oveja Negra Ltda. 1983; pág. 103). Con motivo de una visita del rey, la señora Rénal, con una habilidad verdaderamente admirable, obtuvo, primero del señor Moirod, futuro teniente alcalde  de Verriéres y luego del sub-prefecto de Maugiron, el nombramiento de Julián como guardia de honor, anteponiéndolo a cinco o seis jóvenes, hijos de fabricantes adinerados.  Valenod, quien desde mucho tiempo atrás andaba tras las faldas de la señora Rénal, aborrecía a Julián en quien veía un rival de cuidado.  Por eso sentía gran satisfacción entre los comentarios que había provocado el nombramiento de Julián:  “¡Cómo podía ser posible que aquel obrerillo disfrazado de dura, sólo por ser  preceptor de sus chiquillos, fuese nombrado guardia de honor, en detrimento de las señoras tales y cuales, ricos fabricantes”.  ..”¡Estos señores que están aquí deberían hacer algún ultraje a ese joven insolente, nacido en el barro!”, eran algunos de los comentarios que se escuchaban entre los asistentes a la ceremonia que presidía el rey. (Edic. cit, Ibidem; pág. 112).  A pesar de todo, la dicha de Julián no se sintió tocada y con gran orgullo y majestuosidad, desfiló al lado del viejo monarca y de su confesor, el cura Chélan.  Poco después que los Rénal regresaron de Paris, adonde habían asistido para ver al rey Estanislao Javier, el menor de sus hijos enfermó de gravedad.  Al momento la señora Rénal fue presa de horribles remordimientos, pues, atribuía la enfermedad de su hijo a un castigo que Dios le enviaba por haber cometido adulterio.  Pidió a Julián que se marchara: “su presencia aquí es la que está matando a mi hijo”, le dijo un día.  Después de varios días, el cielo tuvo piedad de aquel niño quien poco a poco recuperó su salud.  A partir de entonces, la felicidad de los amantes fue muy superior.  “La llama que los devoraba era cada vez más intensa, sus efusiones estaban llenas de locuras”.  Pero aquella tranquilidad no duró mucho, pues, Elisa, que odiaba a Julián por el desplante que le había hecho al no querer casarse con ella, le confesó al señor Valenod los amores prohibidos de su ama con  el preceptor.  El director del asilo no pudo ocultar su rencor al ver que la mujer más distinguida del país a quien durante seis años había él rodeado de tantos cuidados y, por desgracia, ella lo había desdeñado, tomaba ahora por amante a un obrerillo cualquiera disfrazado de preceptor.  Aquella misma noche, el señor de Rénal recibió, junto con el periódico, una carta anónima muy larga explicándole, con todo detalle, lo que ocurría en su casa.  La señora Rénal, con gran astucia, supo llevar las riendas de tan complicado asunto, convenciendo incluso a su marido que todo aquello no era más que una sucia venganza del señor Valenod que tenía envidia de la posición social que  él había logrado.  “Estoy acostumbrado a Luisa.  

Ella conoce todos mis asuntos.  Si estuviera libre para casarme mañana mismo, la verdad es que no encontraría quién pudiera reemplazarla (…)  ¿Cuántas mujeres hay que se han visto calumniadas?”, se decía el señor Rénal, pensando que un escándalo, pondría en peligro los beneficios de la herencia que su esposa recibiría de una tía.  Por otro lado, el orgulloso alcalde no quería por ningún motivo perder al preceptor de sus hijos, y más aún, si éste se iba a trabaja para Valenod.  Un criado de este último entrega a Julián una invitación para una comida en casa del director del asilo.  En la reunión, Julián departe con un gran número de funcionarios, cuyas esposas quedan encantadas al oírle recitar de memoria páginas enteras del Nuevo Testamento, en latín.  Todos los asistentes, con sus alardes de riquezas, le resultaron de lo mas despreciables.  Sólo Gros, un geómetra, atrae su simpatía.  La relación amorosa de Luis Rénal y Julián toma un cariz gravitante, pues, los rumores y nuevas cartas anónimas han creando una incipiente tempestad que es necesario evitar.  Profundamente afectado, el joven preceptor de Verriéres parte rumbo al seminario de Besancon, donde es recibido por el director del seminario, el padre Pirad.  Este le hace saber que ha sido recomendado por el padre Chélan y que por ello recibirá una beca integral.  Julián comienza a sentirse hostil entre aquellos trescientos veintiún seminaristas que se sentían dichosos de estar en aquel sitio donde pueden comer bien y tener un traje que les caliente en invierno.  Pasaron los meses y Julián obtenía siempre las más altas calificaciones, de las cuales el padre Pirard sentíase muy orgulloso.  Pero cuando llegaron los exámenes, el señor cura de Frilair, enconado enemigo del cura Pirard, porque éste había apoyado una causa a favor del señor de La Mole en  contra de él, se las ingenió para desaprobar a Julián, colocándolo en el puesto 198.  Desde hacía diez años, la mayor preocupación de Frilair consistía en quitarle al padre Pirard la dirección del seminario.  Para mala suerte de Julián, a oídos de Frilair había llegado el rumor de que aquel destacado hijo de un serrador, era el protegido de su principal enemigo.  Pirard descubre encantado que no hay en Julián ni cólera, ni descorazonamiento, ni ningún proyecto.  El padre Pirard decide presentar su renuncia como director del seminario e inmediatamente su amigo el marqués de La Mole, le ofrece un puesto con ocho mil francos de sueldo.  El padre rechaza la oferta, pero propone a Julián como su reemplazante.  Julián acepta de inmediato; mas antes de ir a París a ejercer su nuevo puesto, decide visitar a su antigua amante, Luisa Rénal, quien en un principio se muestra arisca y desconfiada, pero que poco a poco va cediendo a los requerimientos amorosos del joven seminarista.  Semidesnudo, Julián debe huir de Verriéres cuando el señor Rénal descubre que en su casa hay un intruso.  Julián llega a París jurándose no abandonar nunca a los hijos de la señora Rénal, y dispuesto a dejarlo todo, si las impertinencias de los curas traían de nuevo la República y las persecuciones contra los nobles.  Antes de presentarlo al marqués de La Mole, el cura Pirard recuerda a Julián que la única forma para que un hombre que usa hábitos haga fortuna es a través de aquellos grandes señores que conocerá en París.  En una reunión dada por el marqués, Julián conoce a sus hijos:  el conde Norberto que le pareció encantador, y Matilde, una bella joven de diecinueve años que leía a escondidas las obras de Voltaire.  Para Julián, asistir noche tras noche a las reuniones dadas por el marqués en su casa, le resulta la parte más penosa de cumplir en su nuevo empleo, pues, escuchar la conversación habitual llena de chismes, infidencias e intrigas, le parece de lo más bajo y anodino.  Matilde comienza a sentir interés por Julián, pero pronto consigue dominar el orgullo que, desde que tenía uso de razón, había sido el único rey de su corazón.  Asimismo Julián no puede frenar la pasión que en su interior, comienza a gestarse hacia aquella muchacha que por momentos le parece inalcanzable.  Por razones de trabajo, Julián debe trasladarse a Estrasburgo donde trata de distraer sus pensamientos.  “Pensar en algo que no tuviera relación con la señorita de La Mole le parecía algo fuera de su alcance.  En otros tiempos, lograba distraerse de los sentimientos que la señora Rénal le inspiraba gracias a su ambición, a los éxitos sencillos de su vanidad, Matilde, en cambio, lo había absorbido todo.  Miraba hacia el porvenir y la encontraba por todas partes” (Edic. cit, Ibidem; pág. 422).  Desesperado, Julián cuenta al príncipe Korasoff, un antiguo amigo, sus padecimientos amorosos.  Este le aconseja provocar los celos de la desdeñosa Matilde, y le entrega cincuentaitrés cartas de amor para que se las envíe diariamente a la señora Mariscala de Fervaques, bella extranjera que frecuentaba el palacio del marqués de La Mole.  De regreso al palacio, Julián comienza a enamorar a la señora Mariscala, provocando la reacción inmediata de Matilde, quien no pudiendo resistir más la situación, confiesa su amor a Julián.  La muchacha no tarda en salir embarazada y, a pesar de la oposición de su amado, confiesa a su padre en una carta lo acontecido.  El marqués de La Mole manda llamar a Julián a quien suelta todo tipo de injurias llamándolo “el más despreciable de los hombres”.  El carácter firme de Matilde le permite salir triunfante ante su padre, quien accede a dar a los amantes una inscripción de  diez mil libras de renta para que afronten los problemas económicos que se les avecina.  Preso de una loca pasión por ver a su hija luciendo un hermoso título de nobleza, el marqués de La Mole consigue para Julián un  nombramiento como teniente de húsares.  El joven Julián Sorel parte hacia Estraburgo ebrio de ambición con el título de Caballero de La Vernaye.  Queda así enrolado en un ejército que le había “dado el grado de teniente sin haber sido nunca alférez, aunque constaba su nombre en los controles de un regimiento del que nunca había oído hablar.  Su aspecto impasible, sus ojos severos, casi crueles, su palidez y su inalterable sangre fría labraron su reputación desde el primer día.  Poco después, su perfecta y mesurada cortesía, su habilidad con las armas, que dio a conocer sin demasiada afectación, alejaron cualquier ocurrencia de bromear a cuenta suya en voz alta.  Después de cinco o seis días de titubeos, la opinión pública del regimiento terminó por declararse a su favor” (Edic. cit, Ibidem; págs. 483 – 484).   Fue durante aquellos arrebatos de la más desenfrenada ambición, en que le llegó una carta de Matilde donde le suplicaba que regresara inmediatamente a París.  Ya en París, Sorel se entera que el marqués de La Mole había recibido  una carta de la señora Rénal en la que desprestigiaba a Julián e indicándole entre otras cosas que uno de los medios que el joven Sorel “Suele emplear para triunfar en cuanto entra en una casa es el de tratar de seducir a la mujer que más importancia ostente dentro de la misma.  Cubierto con una apariencia de desinterés y empleando unas frases dignas de novela, su gran y único objetivo consiste en llegar a disponer del dueño de la casa y de su fortuna.  Siempre deja tras de sí grandes desgracias y eterno remordimientos” (Edic. cit, Ibidem; págs. 485  - 486).  Julián, en rápido trayecto, llega a Verriéres, donde dispara contra la señora Rénal en la iglesia del pueblo, y a quien sólo logra herir en el hombro.  Julián es encarcelado, pero no se arrepiente de lo sucedido: “¿Y por qué voy a sentir remordimientos? He sido ofendido de una manera atroz; he matado y merezco por ello la muerte, pero nada más”  (Edic. cit, Ibidem, págs. 491 – 492).  Cuando el carcelero, el señor Noiroud, le informa que la señora Rénal no ha muerto, Julián llora desconsoladamente.  Por la noche, acompañado de unos gendarmes, Julián fue conducido en un coche a Besancon, donde fue alojado en un torreón gótico.  Diariamente el reo es sometido a severos interrogatorios, los cuales no echan luz al asunto debido a las vagas declaraciones del detenido quien por este hecho se libra de sea encerrado en un horroroso calabozo gracias a la intervención de su amigo Fouqué.  Matilde llega a Besancon de incógnita y comienza a hacer todas las gestiones a su alcance para librar a su marido de su inevitable destino:  la guillotina.  La señora Rénal, quien se había visto obligada por su confesor a enviar la carta al marqués de La Mole, envía ahora, por su propia voluntad, cartas a cada uno de los jurados del caos de Julián, en las que manifiesta su deseo de que se inculpe a éste por sufrir de extravío mental.  Por fin llega el día que tanto temían la señora Rénal y Matilde.  Toda la provincia había acudido a Besancon para presenciar aquel juicio.

Entre el jurado se hallaba Valenod, director del asilo de Verriéres, que odiaba a Julián, pus, años atrás cuando pretendía a la señora Rénal, él se había cruzado en su camino.  De allí que cuando después de varias horas se llegó al veredicto final, el impúdico y grosero Valenod dijo con voz grave y teatral que “en su alma y conciencia, el veredicto unánime del jurado era que Julián Sorel debía ser declarado culpable de asesinato, y asesinato con premeditación”.  (Edic. cit, Ibidem; pág. 523).   Valenod lograba así vengarse de la antigua rivalidad que había engendrado el amor de la señora Rénal.  Al volver a la prisión metieron a Julián en un cuarto destinado a los condenados a muerte.  Recordaba que la víspera de su muerte, Danton decía con su gruesa voz;  “Es extraño, el verbo guillotinar no puede conjugarse en todos los tiempos.  Puede decirse: seré guillotinado, serás guillotinado pero no se dice: “He sido guillotinado”.  Julián se negó a la petición de Matilde y del señor Félix Vaneau, su abogado, de apelar a la sentencia.  Sus pensamientos en aquellas tortuosas horas se hallaban invadidos por una sola figura: la señora Rénal.  Por eso cuando ésta se apersonó a su celda.  Julián se lanzó a sus pies sollozando como un niño suplicándole su perdón y confesándole el amor que aún sentía por ella: “Tienes que saber que siempre te he querido, que no he querido a nadie más que a ti”, le dijo.  Ella le confesó que la carta escrita al señor de La Mole había sido redactada por el joven sacerdote que dirigía su conciencia, y que ella la había copiado después con su letra.  La señora Rénal logró que Julián apelara a la sentencia, prometiéndole que lo visitaría todos los días; a los tres días el señor de Rénal, enterado de las clandestinas visitas que su mujer hacía a su antiguo amante, envió su coche con la orden expresa de que regresara sin falta a Verriéres.  Este hecho irritó a Julián quien ya no podía tolerar la presencia de Matilde, que estaba ya muy celosa de las visitas de la señora Rénal.  La presencia de su padre, quien aun en aquello momentos tan cruciales no ocultaba su ambición por el dinero que Julián dejaría al morir, asquearon al joven clérigo.  Todos coincidían que lo que había inclinado la balanza en contra de Julián era el hecho de haber atacado la mezquina vanidad de toda esa aristocracia burguesa: …”… He merecido, pues, la muerte, señores jurados; pero aunque fuese menos culpable, veo que algunos hombres que, sin detenerse en la piedad que pueda inspirar mi juventud, querrán castigar en mí y escarmentar para siempre a todos aquellos jóvenes que, nacidos de una clase inferior y oprimidos en cierto modo pro la pobreza, tienen la suerte de procurarse una buena educación y la audacia de introducirse en lo que, con orgullo, llama la gente rica “La sociedad”.  Este es mi crimen, señores, y será castigado con tanta más severidad cuanto que, de hecho, no soy juzgado por mis iguales.  En esos bancos del jurado no veo a ningún campesino enriquecido, sino únicamente a un montón de burgueses indignados” (Edic cit, Ibidem; pág. 523).   Así pasaron cinco largos días.  Julián era amable y dulce con Matilde, a la que veía desesperada por uno agudos celos.  Una noche, Julián pensó seriamente en suicidarse.  Estaba nervioso, por el profundo dolor en que lo había sumergido la marcha de la señora Rénal.  Pero ésta, escapando de Verriéres y a la vigilancia de su esposo, vuelve a ver a Julián en la celda.  A pesar de sus celos, Matilde no hacía más que quererlo cada vez más.  Julián quería ser honrado con aquella pobre muchacha a la que había comprometido de una forma tan extraña pero, a cada instante, el amor desenfrenado que sentía por la señora Rénal vencía todas sus buenas resoluciones.  Matilde comprendió entonces que su marido prefería a otra mujer; a una mujer que era el origen de todas sus desgracias.  La vergüenza y el sufrimiento de amar más que nunca al marido infiel, la postraron en un silencio tétrico, del que sólo la sacó la cabeza guillotinada de su amado, a la cual no cesaba de besar en la frente.  Fouqué logró adquirir el cadáver de su amigo y, acompañado de Matilde y un gran número de curiosos, le dieron sepultura en una pequeña gruta desde la cual se dominaba Verriéres.  Tres días después de la muerte de Julián, la señora Rénal murió abrazando a sus hijos.  Así culmina esta novela, quizá la más bella de todas  las creaciones stendhalianas, y una de las más grandes de la literatura de todos los tiempos.  En la ciudad de Civitavecchia, en la biblioteca de Señor Clodoveo Bucci, existía un ejemplar del “Rojo y negro”  en el cual había varias correcciones cuya clave nos da el mismo Stendhal: “Añadir algunas palabras.  El estilo será menos abrupto y más fácil de comprender.  La imaginación deberá guiarse por dichas palabras que hay que añadir”; dicho ejemplar está cribado de anotaciones escritas por mano de Stendhal.  Veamos algunas de estas correcciones:  “Era precisamente como más le gustaba recordarlo a la señora Rénal: como a un joven obrero, ruborizado hasta la punta de los dedos, parado en la puerta de su casa y sin atreverse a llamar”; Ejemplar Bucci: … “Aquella mujer, a quien los burgueses de la comarca tachaban de altiva, pensaba pocas veces en su rango y la menor certidumbre bastaba para triunfar en su espíritu sobre la promesa de carácter que ofrecía la aristocracia de un hombre.  Un  carretero que hubiera demostrado su bravura hubiera sido más valiente para ella que un terrible capitán de húsares con su bigote y su pipa.  Pensaba que Julián tenía el alma más noble de todos sus primos, todos ellos gentilhombres de raza, aun habiendo varios que poseían un título”.  Veamos otro ejemplo:  “Senado una tarde, al ponerse el sol, en el fondo del huerto”;  Ejemplar Bucci: .. “Bajo un cenador de jazmines donde los últimos rayos del sol roídos por las nubes… iban a buscarlo, soñaba profundamente…”  Veamos un último ejemplo: “Dio algunos pasos hacia la ventana y ya empezaba a abrirla cuando la señora de Rénal se precipitó en sus brazos”; Ejemplar Bucci: … “La señora de Rénal se precipitó hacia él.  Él sintió su cabeza en su hombro y cómo ella lo estrechaba entre sus brazos pegando su mejilla a la suya”.  Este proyecto de corrección –pues la edición corregida nunca se llevó a cabo – es muy característico en Stendhal, en su deseo de hacer perder a su estilo la sequedad.



LA MUERTE DE IVAN ILICH


El tema de la muerte surge en León Tolstoi (1828 – 1910) con alucinante frecuencia.  Era en realidad su preocupación fundamental.  En sus grandes creaciones novelescas o en los relatos cortos parece y reaparece con presencia de obsesión.  Hay sin embargo, una obra en la que se expresa esa preocupación con la más poderosa y convincente desnudez y que es como la  destilación suprema del sentimiento de Tolstoi ante la muerte.  Es, precisamente, “La muerte de Iván Ilich”.  En ella ha reducido la tragedia a sus más directos y escuetos términos y la ha despojado de todo recargo de decoración.  Ha centrado todo el misterio doloroso del acabamiento de la vida en un hombre común en quien lo único grandioso va a ser realmente el enfrentamiento con la muerte.  Tolstoi había visto morir hermanos, amigos, seres oscuros y grandes personajes.  Había visto morir, arrasado en lágrimas, a un hijo suyo pequeño, pero es en la agonía larga de Iván Ilich, juez de provincia, que va a centrar todo el poder dramático del encuentro de todo hombre con la muerte.  El célebre autor de “La guerra y la paz” y “Anna Karenina” fue ante todo y sobre todo un ser necesitado de amar y ser amado.  De amar y ser amado por todos os seres humanos.  A los ochenta años había escrito en su “Diario”: “Todo el día he sentido una impresión estúpida y triste.  Hacia la noche este estado de ánimo se ha transformado en un deseo de caricias, de ternura.  Hubiera deseado, como en mi infancia, apretarme contra un ser amante y compasivo, llorar con dulzura y ser consolado… Volver a ser pequeño y acercarme a mi madre; tal como la imagino.  Sí, sí, a mi madre, a la que nunca pude dar ese nombre, porque yo no sabía hablar todavía cuando ella murió…  Ella es mi más alta representación del puro amor, no del frío amor divino, sino del cálido amor terrestre, maternal… Tú, mamá, tómame, mímame…  Todo esto es locura, pero todo esto es verdad”.  La obra se inicia en el despacho de Iván Egórovich Shébek, en el amplio edificio de la Audiencia, donde los miembros del tribunal y el fiscal se reúnen para discutir un caso.  

Piotr Ivánovich, uno de los miembros del tribunal interrumpe la discusión para informar que Iván Ilich, miembro de la Cámara Judicial, había muerto.  Todos los allí reunidos le profesaban sincero cariñó, pero en el fondo de sus conciencias, no pudieron evitar que aflorara el egoísmo.  Lo primero que todos pensaron, para sí mismo, era qué repercusión podía tener esa muerte en el traslado o ascenso de ellos mismos o de sus conocidos.  Para Fiódor Vasílievich aquello representaba un ascenso de ochocientos rublos de aumento; para Piort Ivánovich, la posibilidad de que su cuñado sea trasladado a una oficina más cercana a  sus familiares.  En cuanto a los que se llamaban amigos del difunto, pensaban también en que ahora tendrían que cumplir con un deber muy desagradable, impuesto por las reglas de urbanidad:  deberían asistir al entierro  y hacer a la viuda una visita de pésame.  Piort Ivánovich, quien había sido condiscípulo de Iván Ilich en la Escuela de Jurisprudencia, fue uno de los primeros en asistir a  las exequias.  Se quedó largo rato mirando al muerto: … “Este yacía como todos los muertos.  

Producía una particular sensación de pesadez, con los miembros petrificados y hundidos en la caja, con la cabeza reposando para siempre en el cojín y sacando, como siempre hacen los muertos, su frente amarilla de cera, con los escasos cabellos pegados en las hundidas sienes y la nariz saliente, que parecía inclinada sobre el labio superior.  Había cambiado mucho, estaba  aún más delgado desde que Piort Ivánovich lo viera la última vez, pero, como les ocurre a todos los muertos, su cara era más hermosa y, sobre todo, con más expresión que cuando estaba vivo.  Esta cara parecía decir que todo cuanto era necesario hacer había sido hecho; y había sido bien hecho.  Además, en esa expresión había un reproche y una advertencia a los vivos.  Esta advertencia le pareció a Piort Ivánovich  fuera de lugar, al menos en lo que a él se refería.  Sintió algo desagradable, y por eso, santiguándose una vez más con prisa, con más prisa de lo que, según se imaginó, debía hacerlo para guardar las  conveniencias, dio la vuelta y se dirigió a la salida” (“La muerte de Iván Ilich”, Biblioteca Universal Salvat; 1969, págs. 20 – 21).  Allí encontró a un compañero, Schwarz, cuyo simple aspecto le decía que el incidente del funeral de Iván Ilich no podía ser en modo alguno motivo como para considerar alterado el orden de la reunión de cartas a la que estaban acostumbrados.  Praskovia Fiodorovna, la esposa del difunto, no oculta a Piort Ivánovich  su preocupación por la situación económica en que quedaría ahora que su marido había muerto.  Después de un rato, Piort Ivánovich se retiró rumbo a casa de Fiódor Vasilievich a jugar cartas.  Iván Ilich, muerto a los cuarentaicinco años, había sido hijo de un funcionario, de ésos que no pueden ser despedidos y que ocupan cargos imaginarios y ficticios, por lo que gozan de unos sueldos no ficticios entre los seis mil y los ocho mil rublos, con los que viven hasta la vejez más avanzada.  Había tenido tres hijos varones, de los cuales Iván Ilich era el segundo.  Había estudiado, con el hermano menor, en la Escuela de Jurisprudencia, demostrando ser una persona capaz, alegre, bondadosa y comunicativa, pero que cumplía rígidamente lo que consideraba su deber.  No fue adulador, ero desde sus años mozos se sintió atraído por las personas más encumbradas en la sociedad.  No le costó trabajo acostumbrarse a hacer cosas desagradables que las personas más encumbradas  hacían como la cosa más natural.  Al acabar sus estudios marchó a una provincia en calidad de agregado al gobernador de la misma.  Cumplía con exactitud e incorruptible honradez cuanto se le confiaba, que de ordinario eran problemas relacionados con los disidentes religiosos.  Así transcurrieron cinco años, hasta que apareció la hora del cambio.  Surgieron nuevas instituciones, para las que se quería hombres nuevos.  Es así como se convirtió en Juez de Instrucción, cargo que desempeñó con mucha displicencia y que le valió la estima general.  Adquirió nuevos amigos y nuevas relaciones, procurando mantenerse un tanto alejado de las autoridades de la provincia y eligiendo sus amistades entre los nobles acaudalados de la judicatura que residían en la ciudad.  A los dos años de residencia en la nueva ciudad, Iván Ilich se encontró con la que habría de ser su esposa, Praskovia Fiadorovna, la muchacha más atractiva e inteligente del círculo en que él se movía.  Al poco tiempo se casaron y todo marchó bien, hasta que Praskovia, ya en los primeros meses de embarazo, empezó a turbar la agradable y decorosa vida que llevaban.  Sin razón alguna, se mostraba celosa, exigía de él constantes atenciones, protestaba por todo y le hacía escenas desagradables y groseras.  Fue entonces cuando Iván Ilich, escudándose en los deberes propios de su cargo, empezó a luchar con su mujer y a defender su independencia.  A pesar del nacimiento de Lisa, su hija, a Iván Ilich se le hizo más imperiosa todavía la necesidad de conservar un mundo al margen de la familia.  A medida que aumentaba la irritación y las exigencias de su esposa.  Iván trasladaba más su existencia a sus asuntos laborales, exigiendo de la vida familiar únicamente las comodidades relacionadas con la comida, la dueña de la casa y la cama.  A los tres años Iván Ilich ascendió a fiscal adjunto, circunstancia que lo incorporó más íntimamente a su cargo.  Vinieron más hijos y su esposa se volvió más gruñona, pero él, con la actitud que había adoptado hacia la vida doméstica, se había hecho casi impermeable a estos contratiempos.  Después de siete años de servicio y tras la muerte de dos hijos, Iván fue trasladado a otra provincia donde el dinero escaseaba.  Praskovia echaba la culpa a su marido de todos los reveses que encontraron en su nueva residencia, lo cual incitó al marido a pasar menor tiempo con la familia.  Cuando Iván se veía obligado a estar en casa, procuraba asegurar su situación con la presencia de extraños.  Así vivió siete años más.  La hija mayor, Lisa, tenía ya dieciséis, había muerto otro hijo y quedaba un varón, que constituía la manzana de la discordia, pues, el padre había querido verlo en la Escuela de jurisprudencia, pero la madre, por llevarle la contraria a Iván, hizo que ingresara en el gimnasio.  Después de diecisiete años de matrimonio, Iván Ilich era ya un viejo fiscal que había renunciado a varios traslados, a la espera de un trabajo mejor.  Cuando Iván esperaba el cargo de presidente en  una ciudad universitaria, Goppe, un colega suyo, se le adelantó, provocando la irritación de Iván.  Esto provocó que con ocasión del nombramiento siguiente, también fuera preterido.  Aburrido de todo, decide hacer un viaje a Petersburgo, trayecto en el cual encontró a un viejo amigo que le informó que se iba a producir una revolución en la cual él tendría un papel importante y por ende, le daría a él un cargo importante en el propio Ministerio de Justicia.  La revolución se produjo e Iván asumió un puesto que lo colocaba dos categorías por encima de sus enemigos.  Era tanta su felicidad que sus viejos rencores contra sus opositores fue olvidado; también Praskovi se alegró mucho y entre ellos se arregló un armisticio.  Su nuevo sueldo le permitió alquilar una nueva casa, la cual él mismo se encargó de preparar para que su familia llevara una grata sorpresa cuando la vieran lista para habitar.  “En una ocasión se subió a una escalera para hacer ver al empapelador, que no acababa de comprenderle, cómo quería que quedase una habitación, y se cayó, pero como era un hombre fuerte y ágil, tuvo tiempo para agarrarse, sin otras consecuencias que un golpe en el costado contra la falleba de la ventana.  El dolor producido pasó pronto.  Iván Ilich se sentía todo este tiempo muy alegre y en perfecto estado de salud”.  (Edic. cit, Ibidem; pág. 39).  “Por algo soy un gimnasta.  Otro se habría roto un hueso, pero yo apenas me di un ligero golpe aquí.  Cuando me toco me hace daño, pero ya se me está pasando; un simple cardenal”, manifestaba Iván Ilich cada vez que sentía algún dolor en la parte golpeada.  La paz junto a su mujer fue sólo pasajera, pues, las peleas se fueron agudizando a medida que las molestias que Iván sentía en la parte del vientre se hacía más frecuentes.  Praskovia decía, y ahora con razón que su marido tenía muy mal carácter.  Ciertamente ahora era Iván el que daba pie a las disputas.  La iniciaba a la hora de comer; ya observaba que un plato había sufrido un pequeño golpe, ya le parecía que la comida no estaba buena, ya el hijo había puesto los dos codos sobre la mesa, ya era el peinado de la hija.  Praskovia Fliodorovna “llegó a la conclusión de que su marido tenía un carácter horrible y que la había hecho desgraciada, lo que le produjo un sentimiento de conmiseración hacia sí misma.  Y conforme la conmiseración iba en aumento, más aborrecía al marido.  Llegó a desear su muerte pero esto era cosa que no podía desearse siquiera, porque entonces se habría quedado sin el sueldo.  Y eso aumentaba más todavía su irritación contra él.  Se consideraba desgraciadísima precisamente por la circunstancia de que ni siquiera la muerte podría salvarla, y se irritaba pero trataba de disimularlo, y esta irritación latente aumentaba su irritación (Edic. cit, Ibidem; pág. 44).  Ante la insistencia de>Praskovia, Iván acude donde un especialista quien se limita a decirle que se trataba de  “un conflicto entre el riñón flotante y el intestino ciego”.  Después de ver al médico, quien le recomendó hacerse unos análisis, Iván Ilich quedó muy consternado.  En las calles todo le pareció triste.   El dolor que lo quejaba, después de las confusas palabras del doctor, parecía adquirir un sentido distinto, más serio.  Su ocupación principal, desde la visita al doctor, la ocupación principal de Iván Ilich pasó a ser el cumplimiento exacto de sus prescripciones en lo relativo a las medidas higiénicas y a la toma de medicinas.  El dolor se hacía cada día menor insoportable pero él hacía esfuerzos para obligarse  a pensar que se sentía mejor.  En vísperas de año Nuevo llegó su cuñado, quien no pudo ocultar su asombro, al ver a Iván tan desmejorado: “¿Qué exagero?  Tú no lo ves, pero es un muerto; mírale los ojos: no tiene brillo.  ¿Pero qué  es lo que tiene? (Sic), le había dicho Nikoláiev a su hermana Praskovia.  

Desesperado por su situación Iván Ilich decide visitar a otro médico, quien le dictaminó algo similar a lo del médico anterior.  Ya el asunto de su salud se le aparecía en un plano totalmente distinto: … “El asunto no reside en el intestino ciego ni en el riñón, sino en la vida y … la muerte.  Sí, estaba la vida y se va, se va y no puede retenerla.  Sí ¿Para qué engañarme?  ¿Acaso no resulta evidente para todos, menos para mí, que me estoy muriendo y que de lo único que se trata es del número de semanas, de días; que me puedo morir ahora mismo?”  (Edic. cit,; pág. 53).  Al tercer mes de enfermedad, se produjo lo que la esposa, la hija, el hijo, la servidumbre, los amigos, los médicos, y lo que era más importante, él mismo sabía: que todo el interés de los demás hacia él se reducía al problema de cuándo dejaría su sitio libre, cuándo libraría a los vivos de las molestias que su presencia causaba y se libraría el mismo de sus sufrimientos.  Cada vez dormía menos, le daban opio y empezaron a inyectarle morfina.  También le construyeron un dispositivo especial para hacer sus necesidades y cada vez eso representaba para él un suplicio.  El suplicio de la suciedad, la inconveniencia y el mal olor, de la conciencia de que otra persona debía hallarse presente y ayudarle.  En  este asunto, el más desagradable de todos, siempre acudía a ayudarle el criado Guerásin.  Poco a poco le fue atormentando el hecho de que todos los que lo rodeaban no quisieran reconocer lo que todos sabían y sabía él mismo, sino que quisieron mentirle acerca de su espantosa situación, obligándole a tomar él mismo parte en la mentira.  “Mañana o tarde, viernes o domingo, era igual, todo era lo mismo: el dolor sordo, que no cesaba de atormentarle ni un solo instante: la conciencia de que la vida se va inexorablemente  de que no acaba de irse, siempre esta horrible y odiosa muerte que se acercaba, la única realidad, y siempre la misma mentira.  ¿Qué importancia podrían tener los días, las semanas y las horas del día?”   (Edic. cit, Ibidem; pág. 63).  El doctor lo visita frecuentemente para auscultarlo, pero él sabe de manera firme y segura que todo no es  más que un absurdo y un simple engaño.  Cierto día Iván Ilich se puso a sollozar como un niño.  Lloraba pensando en su impotencia, en su horrible soledad, en la crueldad de los hombres, en la crueldad de Dios, en la ausencia de dios. “¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué me has conducido hasta aquí? ¿Por qué, por qué me atormentas tan espantosamente?”, se pregunta incesantemente Iván Ilich ante la proximidad de la muerte.  Las reflexiones sobre su vida pasada ocupan sus últimos momentos.  En este tiempo se produjo el acontecimiento que tanto habían deseado Iván Ilich y su esposa: Petrísshev pidió formalmente la mano de su hija.  La salud de Iván empeoró y es en ese momento en que empezó aquel grito que duró tres días consecutivos, un grito espantoso.  Cuando deliraba, sintió que alguien besaba su mano.  Abrió los ojos y vio que era su hijo.  Sintió lástima de él.  Hizo una inspiración, se detuvo a la mitad, se estiró y quedó muerto.



LA VUELTA AL MUNDO EN OCHENTA DÍAS


Julio Verne siguió con pasión los cambios radicales y absolutos que el mundo de su tiempo estaba sufriendo: la técnica y los inventos estaban revolucionando la vida del hombre en nuestro planea.  Vapores, trenes, globos aerostáticos, la electricidad…  Cada día surgían nuevas relaciones de un mundo fantástico, pero real, que prometía milagros.  Muchos de estos hechos se reflejan en las novelas de este francés nacido el 9 de febrero de 1828 y fallecido el 24 de marzo de 1905 en la ciudad de Amiens, donde la historia de los descubrimientos científicos se ha encargado de revalidar constantemente los méritos de Julio Verne, que poseía sin duda la fantasía del inventor de genio y cuyas elucubraciones fueron en muchos casos el acicate que llevó a los hombres de ciencia a dirigir sus investigaciones sobre determinados puntos, de cuyo hecho se poseen pruebas documentales.  La novela nos presenta a Phileas Fogg, un excéntrico adinerado miembro del “Reform –Club” londinense, nadie sabe como ha hecho su fortuna, pero lo cierto es que aún cuando no prodigaba mucho, tampoco era avaro porque en cualquier lugar donde faltase auxilio para una empresa noble, útil o generosa, solía prestarlo con sigilo y aun con el velo del anónimo.  Hombre parco en el hablar, Fogg conocía el mapamundi mejor que nadie, dejando ver que era un hombre que debía de haber viajado por todas partes, a lo menos de memoria.  Hombre adusto en cuanto a sus costumbres, Phileas Fogg almorzaba y comía en el club a horas cronométricamente fijadas, en el mismo comedor, en la misma mesa, sin tratarse nunca con sus colegas, sin convidar jamás a ningún extraño.  Juan Picaporte era su nuevo criado, puses, al anterior lo había despedido “Por el enorme delito de llevarle el agua para afeitarse a 84 grados Fahrenheit en vez de 86”.  Cierta noche, estando en el club, Fogg comenta con otros miembros sobre el famoso robo de una banca inglesa; de este comentario se produjo una discusión que concluyó en una apuesta: Phileas Fogg daría la vuelta al mundo en ochenta días, en oposición a lo  que sostenían cinco viejos socios del club, para quienes aquella pretensión no pasaba de ser un absurdo.  Stuart, Fallentin, Sullivan, Flanagan y Falph, apostaron veinte mil libras contra Fogg, las cuales quedaron incluidas en un acta.  Picaporte, quien creía que Phileas Fogg sería el amo ideal porque entre otras cosas nunca viajaba, quedóse sorprendido cuando su amo le hizo saber que darían la vuelta al mundo.  Al dejar Londres.  Fogg no sospechaba la conmoción que habría de provocar su partida.  Esta cuestión de la vuelta al mundo se comentó, se discutió y se examinó con gran ardor dividiendo a la opinión pública en quienes estaban con  Fogg, y en quienes creían que no era más que un demente.  Estos últimos sostenían que “el viajero lo tenía todo en su contra: obstáculos humanos, obstáculos naturales.  

Para que el disparatado proyecto pudiese alcanzar éxito era necesario admitir una concordancia maravillosa en las horas de llegada y de salida, concordancia que no existía ni existiría jamás.  En Europa donde las distancias son cortas relativamente, se puede en rigor contar con que los trenes llegarían a hora fija: pero cuando tardan tres días en atravesar la India y siete en cruzar los Estados Unidos, ¿podían fundarse sobre su exactitud los elementos de semejante problema? ¿Y las averías en la locomotoras, los descarrilamientos, los choques, los temporales, y la acumulación de nieve?”  Estas eran algunas de las objeciones que sostenían en un extenso artículo el”Boletín de la Real Sociedad de Geografía” (“Obras completas” de Julio Verne, Plaza Janes; 1963 – Tomo II, págs. 1438 – 14399.  Siete días después de la partida el nombre de Phileas Fogg fue vinculado al robo del banco inglés; el honorable caballero desapareció para  dejar sitio al ladrón de billetes de banco.  Fix, hombrecillo enteco, de aspecto inteligente, nervioso, y que contraía los músculos de sus párpados con notable persistencia, fue el detective encargado de seguir los pasos de Phileas Fogg, quien llevaba a través de su periplo, un libro con todos los pormenores de su aventura.  En Suez, Fix logra ver a Fogg, pero no se siente seguro de si es el hombre que busca, por lo que no se atreve a interpelarlo.  En una conversación con el indiscreto Picaporte, ¨Fix se entera que amo y criado han salido precipitadamente de Londres, poco después del robo, portando una fuerte suma de dinero y con la finalidad de dar la vuelta al mundo. Convencido que aquél es su hombre, Fix cablegrafía a Londres solicitando una orden de captura mientras se embarca hacia la India tras su presa.   Perseguido y perseguidor viajan cientos de millas a bordo del “Mogolia”, un barco de vapor que va haciendo escala en varios puertos.  Fogg va visando su pasaporte en todos los lugares donde hace escala para una vez, concluido su viaje, mostrar ´`este como prueba contundente de su triunfo.   El “Mogolia” llegó a Bombay con dos días de anticipación, lo cual significaba para Fogg un gran aliciente en su objetivo.  Mientras Fogg hacía sellar su pasaporte y Picaporte deambulaba  por los mercados comprando lo que su amo le había encargado, Fix se entrevistaba con el director de la Policía de Bombay quien le dijo que no había llegado ninguna orden de captura contra Fogg.  

El obstinado policía comprendió que debía resignarse a esperar la orden y se resolvió a no perder de vista a su impenetrable bribón durante todo el tiempo que tardara la orden de captura.  Picaporte ingresa a la pagoda de Malabar – Hill, ignorante de dos cosas: que la entrada a ciertas pagodas indias está prohibida formalmente a los cristianos, y segundo, que aun los mismos creyentes no pueden entrar sin dejar antes el calzado en la puerta.  “Picaporte entró dentro sin pensar en lo que hacía, como un simple viajero, y admiraba ese deslumbrador oropel de la ornamentación brahmánica, cuando inesperadamente fue derribado sobre las sagradas losas del templo.  Tres sacerdotes, con mirada furiosa, se arrojaron sobre él, arrancaron sus zapatos y calcetines y comenzaron a fundirlo a golpes, prorrumpiendo en salvaje griterío.  El francés, vigoroso y ágil, se levantó con viveza.  De un puñetazo y de un puntapié derribó a dos adversarios muy entorpecidos con su traje talar, y lanzándose fuera de la pagoda con tanta velocidad como sus piernas lo permitieron dejó muy pronto atrás al tercer indio, que había salido en su seguimiento amotinando a la multitud”, (Obra cit, Ibidem; págs. 1462 -1463). Pocos minutos después de este hecho, amo y criado toman el tren rumbo a Calcuta. En el tren se encuentran con Sir Francis Cromarty, brigadier general, uno de los compañeros de juego de Mr. Fogg durante la travesía de Suez a Bombay, que iba a reunirse con sus tropas acantonadas cerca de Benares.  Antes de llegar a la estación de Rothal, el tren tiene que detenerse, pues, la línea férrea no ha sido completada aún, pese a que los diarios habían promocionado rimbombantemente la apertura completa de la línea férrea.  Obligado a continuar su viaje, Fogg compra un elefante al fabuloso precio de dos mil libras.  Sobre el pesado animal viajan Fogg, Cromarty, Picaporte y un joven indio que les sirve de guía.  En el camino topan con una procesión de brahmanes que llevan a sacrificar a una india de célebre belleza llamada Auda.  Huérfana, la muchacha fue casada, a pesar suyo, con un viejo rajah de Bundelkund.  Tres meses después enviudó y, como era costumbre, debía ser quemada viva con el marido muerto. Ingeniándoselas, Picaporte logra salvar a la muchacha y así los cuatro viajeros desaparecen por la selva  a lomos del elefante.  Llegados a Allahabad, la joven fue depositada en un cuarto de la estación.  Se encargó a picaporte que fuese a comprar para ella algunos objetos de tocador y de vestir.  Allahabad es la ciudad de Dios, una de las más venerables de la India en razón de estar construidas en la confluencia de los dos ríos sagrados: el Ganges y el Junna, cuyas aguas atraen a los peregrinos de toda la península indostánica.  Sabido es, por otra parte, que según la leyenda del “Ramayana”, el Ganges nace en el cielo, donde, gracias a Brahma, baja hasta la tierra.  Después de reglar el elefante al guía indio, Fogg parte en ferrocarril rumbo Benares, donde Cromarty se despide de él, deseándole todo el éxito posible.  Fogg y Picaporte, acompañados de Auda, a quien Fogg había prometido llevar hasta Hong – Kong donde viviría hasta que aquel asunto se olvidase, prosiguieron su camino rumbo a Calcuta donde deberían tomar el vapor que salía para  Hong  Kong.  Aquí son detenidos y acusados por tres sacerdotes indios de haber profanado un lugar sagrado por la religión brahmánica.  Fogg pensó en un primer instante que se trataba del asunto referente a Auda, pero después se dio cuenta que era por lo acontecido a Picaporte en la pagoda de Malabar – Hill, en Bombay.  Detrás de todo este asunto estaba la mano del detective Fix, quien quería ganar tiempo retrasando a Fogg mientras llegaba la orden de detención de Londres.  Ambos fueron condenados a pasar algunos días en prisión, pero Fogg prefirió sacrificar dos mil libras de fianzas con tal de no ir a la cárcel y poder continuar su viaje. Embarcados en un vapor de hierro de nombre “Rangoon”, los viajeros continuaron viaje rumbo a Hong – Kong. Subrepticiamente, Fix se había embarcado tras ellos ya que sabía que la última oportunidad de atrapar a Fogg sería en Hong – Kong, pues, más allá, China, Japón y América ofrecían un refugio casi seguro para su presa Fix.  Sabedor de la indiscreción de picaporte, entable conversación con éste y logra enterarse así de todo lo que ha acontecido a los viajeros hasta ese entonces.  Picaporte, aunque algo cándido, comenzó a pensar formalmente sobre la extraña casualidad que traía otra vez a Fix al mismo camino que a su amo.  Aun cuando Picaporte hubiera estado discurriendo durante un siglo, nunca hubiera acertado con la misión de que estaba encargado el agente de policía.  Jamás se hubiera imaginado que Phileas Fogg fuera seguido como un ladrón vulgar, alrededor del globo terrestre.  Picaporte pensó que Fix no era ni podía ser más que un agente enviado en seguimiento de su amo por sus compañeros del “Reform – Club”, con objeto de comprobar si el viaje alrededor del mundo se hacía como se había convenido, de ahí que decidiera burlarse de Fix, mediante palabras embozadas y sin comprometerse.  El vapor hizo escala en Singapur y luego siguió su itinerario hacia Hong – Kong, donde Fogg pensaba tomar el vapor para Yokohama no de los principales puertos del Japón.  Una tempestad retrasa el normal derrotero del vapor pero aun así, Fogg no experimentaba ni impaciencia ni aburrimiento.  En cambio Picaporte, como si las veinte mil libras de la apuesta debieran salir de su bolsillo, estaba desesperado.    Por fin la tempestad se apaciguó; habían pasado treintaitrés días desde que salió de Londres y aquel vapor había retrasado el itinerario de Phileas Fogg en veinticuatro horas, lo cual significaba que perdería el barco hacia Yokohama.  Para fortuna de Fogg el “Carnatic”, el barco que los llevaría al puerto japonés, había retrasado su partida por reparaciones, así que no tendrían ningún problema en abordarlo.   Vanamente Fogg buscó a los parientes de Auda, quienes según informaciones que recogió, habían emigrado a Holanda, así que no le quedó más remedio que continuar su viaje con la muchacha. Fix decide contar toda la verdad a Picaporte, para lo cual le ofrece convidarle una taza de té.  Buscando un lugar apropiado, entraron sin proponérselo “en un fumadero frecuentado por esos miserables alelados, enflaquecidos, idiotas a quienes la mercantil Inglaterra vende anualmente doscientos sesenta millones de pesetas de esa funesta droga llamad opio ¡Tristes millones cobrados sobre uno de los vicios más funestos para la salud de los hombres! Bien ha procurado el Gobierno chino remediar este abuso por medio de las les severas, pero en vano.  De la clase rica, a la cual estaba, al principio formalmente reservado el uso del opio, descendió el vicio hasta las clases inferiores, y ya no fue posible contener sus estragos, se fuma el opio en todas partes, entregándose a esta deplorable pasión hombres y mujeres, que después de acostumbrarse a esta inhalación no pueden pasar sin ella, porque experimentan horribles contracciones en el estómago.  Un buen fumador  puede aspirar ocho pipas al día, pero se muere en cinco años”.  (Obra cit. Ibidem; págs.. 1517 – 1518), Picaporte se niega a creer que su amo sea un ladrón y aún más se resiste a  colaborar con  Fix en sus pretensiones de capturar a Fogg.  Fix, desesperado, lo embriaga y lo hace fumar opio para así retrasar a su presunto ladrón y poder capturarlo.  Mientras esto acontecía, Mr. Fogg se paseaba con  Auda por las calles de la ciudad, en espera de la salida del “Carnatic”.  Fogg pierde el vapor, lo cual significaba que debería permanecer ocho días en Hong – Kong  a la espera de otro barco que lo llevará a su destino.  Este hecho, así como la desaparición de su criado, no perturbaron el ánimo del flemático inglés.  La alegría de Fix duró muy poco, pues, Fogg arrienda el “Tankadera” cuyo capitán, John Bunsby, ofrece llevarlo hasta Shanghái, puerto donde hará escala el barco que partirá de Yokohama con rumbo a San Francisco a través del Pacífico.  Fix, desconcertado, no tiene más remedio que embarcarse en el “Tankadera” aceptando la invitación de Phileas Fogg, quien ignora que el obstinado agente le está siguiendo los pasos.  Fogg nunca imaginó que el “Carnatic”, salido de Hong – Kong el 7 de noviembre, llevaba a bordo a Picaporte, quien drogado y ebrio como estaba, había logrado tomar el barco con rumbo a Yokohama.  

Al llegar a esta ciudad, Picaporte se pone a trabajar en el establecimiento del honorable Batulcar, director de una compañía de Saltimbanquis, juglares, clowns, acróbatas, equilibristas y gimnastas que, según el cartel de promoción, daban sus últimas representaciones en el Imperio del Sol Naciente para dirigirse a los Estados Unidos.  En una de estas actuaciones, a donde Fogg había asistido tuvo lugar el encuentro entre amo y criado.  Solucionado todo aquel impase, Fogg, Auda y Picaporte parten a los Estados Unidos; la joven india se sentía cada vez más inclinada hacia él por una atracción diferente de la del reconocimiento.  Nueve días después de haber salido de Yokohama, Phileas Fogg había recorrido exactamente la mitad del globo terrestre y había empleado cincuentaidos días de los ochenta que disponía para cumplir su cometido.  Fix también se había embarcado en el “General Grant” rumbo a San Francisco; en Yokohama había recibió la tan esperada orden de extradición.  Intuyendo que Fogg regresaría a Inglaterra, se embarcó tras él para no perderlo de vista.  Cuando Picaporte se encontró con él en cubierta, se dio la satisfacción de darle una tunda.  Después de este hecho y a ruego de Fix, Picaporte no dijo nada a su amo a la espera de regresar a Inglaterra para que se aclararan las cosas.  Llegados a San Francisco, los viajeros se ven inmiscuidos en un mitin político en el cual Fix, por defender a Mr. Fogg de un ataque, recibe una golpiza.  En esta ciudad toman el ferrocarril que los llevaría a Nueva York atravesando innumerables ciudades como Iowa, Kansas, Colorado, Oregón, Laramie y Sacramento:  “Más allá de Sacramento, el tren, después de pasar las estaciones de Junction, Roclin, Auburn y Colfax, penetró en el macizo de Sierra Nevada.  Eran las siete de la mañana cuando pasó por la estación de Cisco.  Una hora después, el dormitorio era de nuevo vagón ordinario, y los viajeros podían ver por los cristales los pintorescos paisajes de aquel montañoso país.  El trazado del ferrocarril obedecía los caprichos de la Sierra, yendo unas veces adherido a las faldas de la montaña, otras suspendido sobre los precipicios, evitando los ángulos bruscos por medio de curvas atrevidas, penetrando en gargantas estrechas que parecían sin salida.  La locomotora, brillante como unas andas, con su gran chimenea que despedí fulgores rojizos y su plateada campana, mezclaba sus silbidos y bramidos con los de los torrentes y cascadas, retorciendo su humo por las ennegrecidas ramas de los pinos”.  (Edic. cit. Ibidem; págs.. 1565 – 1566).  Al llegar a Medicine – Bow, el ferrocarril debe pasar un puente ruinoso a gran velocidad, pues, de haberlo hecho lentamente, hubieran caído al abismo con él, tal como ocurrió después que el ferrocarril hubo pasado.  El ferrocarril siguió su curso pasando por el paso de Cheyenne, Denver City y Nebraska.  Fogg, Fix y Auda pasaban el tiempo jugando naipes; fue en una de esas sesiones que apareció el coronel Proctor, el americano fanfarrón que agredió a Fix en San Francisco y que por casualidad se había embarcado en el ferrocarril.  Fogg acepta el reto que le propone Proctor y pide a Fix que sea su testigo.  El duelo, que debía llevarse a cabo en Plum – Creek, la estación más próxima, no puede realizarse, pues, el conductor del ferrocarril se opone a detenerse por manifestar que el tren se halla retrasado.  Nada logra detener a los enardecidos contrincantes quienes hacen desocupar un vagón para cumplir su cometido.  Cuando todo parece indicar que la sangre correrá inevitablemente, el tren es atacado por una banda de indios sioux.  Se entabla así una balacera y una lucha cuerpo a cuerpo entre los sioux y los viajeros quienes de defienden con gran valor.  Más de veinte minutos duró la balacera, pues, llegados a la estación de Kearney, los viajeros fueron auxiliados por los soldados del fuerte de aquel lugar que, atraídos por los disparos, acudieron apresuradamente.  Los sobrevivientes al ataque indio no tardaron en percatarse que tres viajeros, incluyendo a Picaporte, habían desaparecido.  En vista del importante papel que el joven francés había jugado en la batalla, Fogg, acompañado de treinta soldados, parte en su búsqueda.  Recuperados del susto, los viajeros deciden continuar la marcha llevando consigo a los heridos, entre ellos el coronel Proctor, cuyo estado era grave, pues, había recibido un balazo en la ingle.  Fix, después de meditarlo mucho, decide quedarse a esperar a aquel inglés refinado al que había seguido alrededor del mundo.  Cuando ya todos parecían haber perdido las esperanzas de que Fogg y los soldados regresaran con vida, éste apareció a la vanguardia del contingente de soldados en compañía de Picaporte y los otros dos viajeros librados de las manos de los sioux.  Cuando Fix le manifestó que el tren ya se había ido, Fogg se mostró impasible como siempre.  Phileas Fogg llevaba veinticuatro horas de retraso, y Picaporte, causa involuntaria de esta tardanza, estaba desesperado.  Había arruinado, indudablemente y sin remedio a su amo.  Pero Fix le propuso una solución: Un americano llamado Mudge tenía un trineo de vela con el cual podían trasladarse a través de la nieve hasta Omaha.  Llegados a esta ciudad, tomaron el tren rumbo a Chicago que estaba a novecientas millas de Nueva York, donde tomarían el barco que los llevaría a Liverpool, Inglaterra.  El tren atravesó como un relámpago los Estados Unidos, Ohio, Pennsylvania y Nueva Jersey.  Por fin el 11 de diciembre, a las once y cuarto de la noche, llegaron a su destino pero lamentablemente el “China”, con destino a Liverpool, había zarpado cuarentaicinco minutos antes.  Pareciera que con el “China” se hubiera ido la última esperanza de Phileas Fogg, pero para un caballero tan obstinado como él no existía ningún obstáculo y así quedó demostrado cuando fletó un barco para Burdeos por ocho mil dólares.  Picaporte, Auda y sobretodo Fix, no podían creerlo cuando Fogg les informó que debían de embarcarse de inmediato.  Cuando el “Enriqueta” zarpaba de Nueva York el 12 de diciembre, faltaban hasta el 21, nueve días para que se cumpliera el plazo del que Fogg disponía para ganar la apuesta a sus colegas del “Reform Club”.  Speedy, el capitán del “Enriqueta”, se había negado a llevar a Fogg hasta Liverpool, pues, su ruta era hasta Burdeos.  Fogg aceptó de  buena gana que lo llevaran sólo hasta Burdeos, pero ya en el barco, sobornó a la descontenta tripulación  quien encerró a su capitán en un camarote, para obedecer a aquel inglés tan dadivoso con el dinero y enrumbar la nave hasta Inglaterra. Durante los primeros días la navegación se hizo en excelentes condiciones.  Picaporte hacia muchos obsequios  a los marineros y los asombraba  con sus juegos gimnásticos, mientras el capitán Speedy seguía bramando en su camarote.  La audacia de Fogg superó largamente al huracán que pareció destruir al “Enriqueta” en Terranova.  El 6 de diciembre no había todavía retraso de cuidado, porque era el día septuagésimo quinto desde la salida de Londres; pero fue entonces cuando pareció que la catástrofe era inevitable iba a faltar carbón. Phileas Fogg llamó a Picaporte y le dio orden de ir en busca del capitán Speedy.  Era esto como mandarle soltar a un tigre.  Andrés Speedy apareció lanzando injurias sobre Fogg a quien llamó pirata.  Sesenta mil dólares frente al rostro del eufórico capitán le hicieron olvidar su cólera, su encierro y todas las quejas contra aquel inglés que parecía tener todas las soluciones bajo la manga.  Comprado el barco, Fogg ordenó que se arrancaran todos los aprestos interiores par que se fueran echando a la hornilla:  Aquel día, la toldilla, la carroza, los camarotes, el entre puente y todo lo que pudiera servir como leña, fue a parar a la hornilla.  Todo este esfuerzo sólo le valió a Fogg para llegar al puerto irlandés de Queestown, donde se despidió de de  Speedy dejándole el casco raso de lo que fue su buque.  Seguido de sus tres acompañantes, Fogg llegó a Dublín y se embarcó en uno de esos vapores fusiformes de acero llegando a las doce menos veinte del 21 de diciembre al muelle de Liverpool.  Ya no estaba más que a seis horas de Londres; pero en aquel momento Fix se acercó a Fogg, y poniéndole una mano sobre el hombro le dijo:  “¡En nombre de la reina, le arresto!”.  Phileas Fogg fue encerrado en “Custom  House”, aduana de Liverpool, donde debía pasar la noche aguardando su traslado a Londres.  Picaporte se sentía culpable de aquella desgracia por haber ocultado a su amo la verdadera identidad de Fix.  Fogg permaneció inmóvil y sentado en un banco de madera hasta que Fix, acompañado de Auda y Picaporte, le informó que el ladrón del Banco londinense había sido atrapado hacía tres días y que todo había sido un deplorable error.  Toda la pasividad de Fogg quedó de lado cuando propinó dos fieros puñetazos al desgraciado inspector quien quedó derribado en el suelo sin pronunciar ni una sola palabra.  Por más que Fogg  contrató un tres especial con destino a Londres, llegó a esta ciudad a las nueve menos diez.  Phileas Fogg, después de haber dado la vuelta al mundo, perdía la apuesta por un retraso de cinco minutos.  Poco después de haber salido de la estación Phileas Fogg dio a Picaporte la orden de comprar algunas provisiones y se enceró en su casa.  Estaba económicamente arruinado y esto se lo hizo saber a Auda.  La bella muchacha, llorando, confesó a Fogg que lo amaba y que quería ser su esposa.  El impasible perdedor ordenó a su criado que fuera donde el reverendo Samuel Wilson de la parroquia de Marylebanc para que lleve a cabo la boda.  La boda se llevaría a cabo el día siguiente, es decir el día lunes.  A las ocho y treintaiocho apareció Picaporte sin sombrero, el pelo desordenado y corriendo como un loco gritando “¿Imposible? (…) ¡Porque mañana…, es domingo!”.  Fogg, sin tener tiempo de reflexionar, salió de su casa y se dirigió al “Reform –Club”, llegando a este cuando el reloj marcaba las ocho y cuarentaicinco minutos.  Phileas Fogg había dado la vuelta al mundo en ochenta días y había ganado la apuesta.  “Phileas Fogg, sin sospecharlo, había ganado la apuesta.  “Phileas Fogg, sin sospecharlo, había ganado un día en su itinerario porque había dado la vuelta al mundo yendo hacia oriente, lo hubiera perdido yendo en sentido inverso, es decir, hacia Occidente.  En efecto, marchando hacia Oriente, Phileas Fogg iba al encuentro del sol, y por lo tanto, los días disminuían para él tantas veces cuatro minutos como grados recorría.  Hay 360 grados en la circunferencia, los cuales multiplicados por cuatro minutos, dan precisamente veinticuatro horas, es decir, el día inconscientemente ganado. En otros términos: mientras Phileas Fogg, marchando hacia Oriente, vio el so pasar ochenta veces por el meridiano, sus  colegas de Londres no lo habían visto más que setentainueve.  Por eso aquel mismo día, que era sábado y no domingo, como lo creía Mr. Fogg, le esperaban los de la apuesta en el salón del “Reform – Club”.  Phileas Fogg había ganado, pues, las veinte mil libras; pero como había gastado en el camino diecinueve mil libras el resultado pecuniario era de importancia.  Fogg había buscado en aquella apuesta la lucha más que la fortuna.
  

CÁNDIDO


Cuando Francois – Marie Arouet, más conocido con el seudónimo de Voltaire, comienza a escribir “Cándido”, en el invierno de 1758, tenía ya setentaicuatro años y se encontraba en Lausana.  Era ya un personaje famoso por sus obras, por su prestigio intelectual y famoso por las peripecias de su vida azarosa.  La primera impresión que produce la lectura del libro es de agilidad y espontaneidad.  Pero esto no significa que se trata de algo escrito de un modo improvisado, sobre la marcha, a vuelapluma.  Se conserva el manuscrito anterior al texto impreso, que demuestra que el relato fue revisado y corregido meticulosamente y que esa agilidad y espontaneidad del texto son trabajo y arte. Si bien “Cándido” es un relato de “aprendizaje” que se aparta de los esquemas de la novela picaresca en muchos puntos, por su continuidad nos hace recordar al “Lazarillo de Tornes”; por la variedad de sus historias, al “Decamerón” y a “Las mil y una noches”.  Hay en la obra un marcado sentido de dirección, haciendo que el relato se encamine hacia un fin previsto al que todo se condiciona y dirige.  Nunca se tiene la impresión de que el hilo narrativo se desvíe de su cauce marcado.  La verosimilitud de los hechos no importa, pues, Voltaire resucita a un personaje (Verbigracia:  Pangloss y Cunegunda) cuando le parece oportuno, sin que le importe gran cosa la credibilidad del hecho dentro del esquema realista.  Veamos a continuación el desarrollo de la obra.  Esta se inicia en Westfalia, en el castillo del barón de Thunder – ten – tronck, donde habita Cándido, joven dotado de las  más encañadoras cualidades.  El muchacho recibía enseñanzas de Pangloss, preceptor del castillo, quien lo inicia en el estudio de la metafísica.  La hermana del barón tenía una hija, Cunegunda, moza de diecisiete años, gruesa, frescachona, coloradota y muy apetecible, de cuyos encantos Cándido no pudo liberarse.  Cierto día el barón los sorprende en arrumacos amorosos, lo cual provoca su ira, y por ende, Cándido se ve arrojado de lo que para él significaba el paraíso terrenal.  Errante y sin rumbo, el frágil muchacho se topa con dos búlgaros que lo invitan a comer y le ofrecen la gloria eterna.  Por un mal entendido, se ve enrolado en un regimiento de soldados donde sufre una serie de torturas que hacen peligrar su vida.  Sólo el rey de los búlgaros logra liberarlo de aquel tormento, pero al poco tiempo se ve inmiscuido en una guerra que sostienen los búlgaros con el rey de los avaros.  Temblando, se escondió Cándido lo mejor que pudo durante la encarnizada matanza que se suscitó entre aquellos aguerridos combatientes.  Aprovechando un descuido de su oportuno salvador, Cándido huye hasta llegar a Holanda donde un anabaptista llamado Santiago, lo acoge en su casa y lo  alimenta.  Allí, en unos paseos, el muchacho encuentra  a un hombre cubierto de pústulas, nariz roída, boca torcida dientes renegridos, hablar gangoso, que cada vez que tosía con violencia escupía un diente debido al esfuerzo.  Grande fue la sorpresa de Cándido al descubrir que aquel monstruo, no era otro que su querido Pangloss, quien le hace saber que Cunegunda ha muerto: … “Fue despanzurrada por los sables búlgaros después de haber sido violada como solamente puede serlo una mujer.  El señor barón intentó defenderla, y los soldados búlgaros le rompieron la cabeza.  Mi pobre pupilo (el hijo  del barón) corrió idéntica suerte que su hermana.  Y del castillo no ha quedado piedra sobre piedra, ni graneros, ni patos, ni carneros, y ni siquiera los árboles quedaron en pie.  Pero fuimos vengados por los ávaros, que hicieron otro tanto en una baronía próxima perteneciente a un noble búlgaro” (“Novelas inmortales” – Editorial Sarpe 1984; pág. 34).  Al ser requerido por su discípulo sobre la causa que lo ha conducido a aquel estado lamentable en que se encuentra, Pangloss confiesa que fue Paquita, una guapa criada del castillo con la que ha tenido relaciones, quien le pasó aquella enfermedad contagiosa que lo aqueja.   Con la ayuda de  Santiago , Pangloss logra curarse, pero aun así, pierde un ojo y una oreja.  El anabaptista lo nombra su tenedor de libros, pues, el filósofo sabía escribir y era un gran matemático.  Dos meses después, debiendo Santiago ir a Lisboa para asuntos comerciales, se lleva consigo a los dos filósofos.  El barco en que viajan es azotado por una fuerte tormenta que produce horribles angustias entre los pasajes.  La nave naufraga y todos perecen ahogados a excepción de Pangloss y Cándido que logran llegar a la orilla asidos a una tabla.  Una vez recuperados, marcharon presurosos hacia Lisboa.  Apenas llegaron a ´`esta, y después de llorar la muerte del anabaptista Santiago, sintieron temblar la tierra bajo sus pies¨ un terremoto sacudió la ciudad causando graves daños.  “Desde luego este terremoto no es ninguna novedad.  Idénticas sacudidas sufrió la ciudad de Lima el año pasado:  las mismas causas y los mismos efectos. Seguramente hay bajo tierra un reguero de azufre que ha llegado desde Lima hasta Lisboa” (Edic. cit, Ibidem; págs. 38 -39), sentenció Pangloss, cuya cultura filosófica le hacía encontrar justificación a todos los aconteceres.  Reunido con varios comensales, sobrevivientes de la tragedia Pangloss los consuela diciéndoles que no hay mundo más perfecto que  aquél en que habitan, y que las cosas suceden porque tienen que suceder, y p9or lo tanto todo es perfecto.  Un sacerdote ahí presente, miembro de la Inquisición, discute con el filósofo a quien acusa de estar negando que aquel sismo es producto de la mano de Dios, en castigo por el pecado original.   En un acto de fe que se ofrece al pueblo para evitar la ruina total de la ciudad, Pangloss es ahorcado, mientras su discípulo, impunemente, es azotado.  Una vieja iconomaníaca, libera al muchacho y se lo lleva a su casa.  Con sorpresa Cándido se encuentra allí con Cunegunda.  Esta le relata que después de haber sido violada por un gigante búlgaro de seis pies de altura, fue socorrida por un Capitán que la tomó como prisionera de guerra.  Tres meses después, habiendo perdido todo su dinero y cansado de ella, éste la vendió a un judío llamado Isaac, banquero de la corte y muy rico.  Cierto día un Inquisidor quedó prendado de la belleza de Cunegunda, por lo cual solicitó a Isaac que se la cediera.  Este se negó, pero al verse amenazado con un auto de fe, accedió a una curiosa proposición:  los lunes, miércoles y sábado, el judío sería el amo, y el Inquisidor los demás días de la semana.  Después de contar su historia, la vieja dióles de comer, pues, se hallaban muy hambrientos.  Allí los encontró Isaac quien comenzó a insultar a Cunegunda:…” ¡Cómo! ¡Perra de Galilea! ¿No  te basta el señor Inquisidor? ¿He de compartirte también con ese miserable? (Edic. cit, Ibidem; págs. 51), dijo el judío señalando a Cándido.  Se produce una gresca entre ambos hombres muriendo el judío.  Antes de que pudieran huir rumbo a Cádiz, aparece el Inquisidor, quien también sucumbe a manos de Cándido.  Mientras ellos se alejaban, la Santa Hermandad llegó a la casa abandonada, enteró al Inquisidor en una iglesia y arrojó al judío a un muladar.  Camino a Cádiz, un fraile franciscano roba a Cunegunda su dinero y unos diamantes que tenía.  En Cádiz, después de muchas penurias, se embarcan rumbo al Paraguay, país en el que los jesuitas se habían sublevado contra los reyes de España y Portugal.  En plena travesía, la vieja cuenta los avatares sufridos desde su adolescencia, penurias muy parecidas a las que viene sufriendo la pobre Cunegunda.  Haciendo escala en Buenos Aires, donde el gobernador de dicha ciudad se enamora de Cunegunda, Cándido se ve precisado a huir, pues, corrió la voz de que iba a desembarcar un alcaide que los venía persiguiendo.  Cunegunda y la vieja quedanse en la ciudad mientras Cándido y Cacambo, su ayuda de cámara que había traído de Cádiz, parten rumbo al Paraguay.  Aquí Candido se encuentra con una jesuita, que resulta ser el hijo de barón de Thunder – ten – trock quien tiene el cargo de comandante de la provincia.  Ambos se abrazan y comienzan a derramar torrentes de lágrimas, a medida que aflora el recuerdo de los momentos vividos junto al maestro Pangloss en el castillo de Westfalia.  Todo va bien hasta que Cándido le refiere que su prima hermana, Cunegunda, se encuentra en Buenos Aires, y que es su deseo rescatarla para casarse con ella.  El jesuita, al oír lo que considera una gran insolencia, propina a su ex condiscípulo un terrible golpe en la cara con su espada, la reacciò9n de Cándido no se deja esperar y, hundiendo su espada en el vientre del barón jesuita, le da muerte.   Cacambo, que estaba de centinela, considera que el hecho es grave y que es mejor huir cuanto antes.  Vestido con el hábito del jesuita muerto, amo y criado logran cruzar la frontera.  En la selva se libran de ser asados por una tribu de indígenas que aborrecían a los jesuitas.  Durante   un mes se alimentaron de fruta silvestres, y al fin alcanzaron las orillas de un río de escaso caudal y a cuya ribera crecían abundantes cocoteros, que sirvieron para mantener sus existencias y sus esperanzas.  Llevados por el destino llegan a un país donde abunda el oro, la plata, los rubíes, las esmeraldas, los diamantes y otras riquezas que para los habitantes del lugar, no representaban gran cosa.  Un anciano muy sabio de ciento setentaidós años les informa que por su difunto padre, escudero del rey, supo de las revoluciones prodigiosas del Perú, que él había presenciado.  El reino en que ahora estáis es la antigua nación de los Incas, que imprudentemente abandonaron para conquistar nuevas tierras, y con posterioridad fueron destruidas por los españoles.  Los príncipes de la familia que no abandonaron su país natal fueron más prudentes.  Ordenaron con general beneplácito que jamás saliera de este territorio ninguno de sus habitantes.  Esta sabia medida no ha deparado nuestra inocencia y felicidad.  Los españoles conocieron muy someramente este fabuloso país, al que denominaron El dorado” (Edic. cit, Ibidem; págs. 86).  Acostumbrados a los maltratos y a salir huyendo como liebres de los lugares que encuentran a su paso, en El dorado sucedió todo lo contrario.  Fueron atendidos con suma gentileza y cuando continuaron su marcha, llevaron consigo innumerables carneros cargados de víveres y joyas, pero sobre todo, el conocer este lugar, hizo renacer en Cándido su optimismo, aquel sistema filosófico que su maestro Pangloss había compartido con él durante tantos años.  Creo  que el único lugar donde todo es perfecto es “El Dorado, y ningún otro del resto del mundo·, dice Cándido.  Hubieron de pasar varios días para que llegaran a Surinam, colonia holandesa donde lo primero que hicieron fue preguntar si había algún navío que pudiera fletarse para Buenos Aires.  Allí Cacambo parte en busca de Cunegunda, mientras Cándido contrata los servicios de un mercader para que lo lleve a Venecia, ciudad en la que espera reunirse con su amada.  Pero qué lejos estaba el alma pura de aquel muchacho de suponer que la perfidia de los hombres se le presentaría en toda su asquerosidad, cuando el mercader, aprovechando un descuido de él, levó anclas y desapareció con los carneros y joyas que le quedaban.  Con el poco dinero que tenía en el bolsillo, alquila un camarote en un barco francés que parte para Burdeos, para él y Martín, un sabio anciano que contrata para que lo acompañe.  Cuando después de un largo navegar aparecen las costas de Francia, Cándido no se hace muchas ilusiones al oír la opinión que sobre dicho país tiene Martín: … conozco y recorrido la mayoría de sus provincias.  En algunas, la mitad de sus habitantes están locos; en otras se engaña a todo el mundo; en algunas son de carácter tranquilo, y en otras, unos bestias; unas tienen forma de espíritus, pero en todas el amor es la principal ocupación; murmurar, la segunda, y decir tonterías, la tercera” y sobre París agrega que “Allí” se encuentra y se reúne todo lo peor.  Es un verdadero caos, una enorme confusión, y todo el mundo no busca más que el placer, aunque casi nadie lo encuentra” (Edic. cit, Ibidem; págs. 101).  En Burdeos Cándido, conoce a una cortesana a quien obsequia dos enormes diamantes como para retribuirle las caricias recibidas.  Aún nos e ha disipado el remordimiento que invade su alma por haber sido infiel a Cunegunda, cuando recibe una carta de ésta que lo deja pasmado.  En ella le indica que se halla en Burdeos, enferma desde hace ocho días y, que Cacambo y la vieja han quedado en Buenos Aires. Poco le dura la sorpresa,  pues, no tardó en descubrir que todo era una farsa preparada por un cura y un policía para robarle las pocas joyas que aún conservaba.  Desilusionados, ambos viajeros, parten en una nave que los llevará a Inglaterra.  Llegan al puerto de Portsmouth en el preciso instante que un almirante es baleado por cuatro soldados por el “delito” de no haber vencido en una batalla a los franceses.  Este hecho dejó a Cándido tan perplejo que no se atrevió a pisar tierra, siguiendo viaje a Venecia donde desembarca diciendo las palabras que su  que su maestro Pangloss solía repetir frecuentemente:”… todo está bien, todo va bien, todo es perfecto en el mejor de los mundos positivos”.  En cuanto llegó a Venecia buscó a Cacambo por todas las posadas, café y prostíbulos, mas no logró encontrarle.  Descorazonado, Cándido quedó sumido en la más negra melancolía, la cual era acrecentada por Martín, quien no cesaba de decirle que la virtud no existía, ni la felicidad  de decirle que la virtud no existía, ni la felicidad tampoco.  En Venecia encuentra Cándido a Paquita, quien se gana la vida como cortesana.  Cuenta que después de ser seducida po9r un franciscano, el barón de Thunder-ten-tronck la obligó a abandonar el castillo, y que desde ese día, su vida convirtióse en un martirio.  Cándido obsequia a la muchacha algo de dinero y se dirige al palacio del senador Pococorriente, de quien dicen que es un hombre feliz.  Para sorpresa de Cándido y beneplácito del viejo Martín, quien no creía en la dicha de Pococorriente, el noble senador se pasó la jornada criticando a sus mujeres, a las pinturas de Rafael, a la música clásica y a poetas como Homero, Virgilio y Milton. “¡Qué gran genio este señor Pococorriente! Nada le satisface”, repetía Cándido a Martín mientras abandonaban el palacio.  Cierta noche, en que Cándido y Martín se disponían a cenar con unos extranjeros que paraban en la misma posada, se le acercó al joven filósofo un individuo con la cara tiznada de hollín que discretamente le dijo que se preparara para partir.  Cándido descubrió al instante que era Cacambo, quien ya había dispuesto todo para partir a Constantinopla, donde la pobre Cunegunda se hallaba fregando platos en la casa de un antiguo soberano llamado Ragotski.  “Lo peor de todo es que ha perdido su hermosura y se ha vuelto horriblemente fea”, le dijo su ayuda de cámara.  “Pero soy un hombre honrado y la querré siempre, sea guapa o fea”, contestó Cándido con resignación.  A los pocos días llegaron al canal del Mar Negro.  Embarcados en una galera se dirigieron a las riberas del Propontino en busca de la fea  Cunegunda.  Entre los esclavos que remaban muy mal y a quienes el patrón les azotaba de vez en cuando con una vara las espaldas desnudas, Cándido descubre al hijo del barón de Thunder-ten-tronck y a su maestro Pangloss.  Después de ser liberados ambos cuentos como es que estaban vivos cuando deberían estar muertos.  El primero no había muerto como consecuencia de la herida que Cándido le infligiera con la espada y así, agónico, fue curado por un farmacéutico para después, por azares del destino, ir a parar a las galeras.  En cuanto a Pangloss, la cuerda con que fue ejecutado estaba mojada y corría mal el nudo.  El médico que pidió su cuerpo para disecarlo se llevó un gran susto al notar que el “cadáver” que había adquirido aún respiraba.  Pangloss aprovechó la incertidumbre que se apoderó del matasanos para huir despavorido y al igual que el hijo del varón, después de muchos avatares, fue a parar a las galeras.  Con cierto sarcasmo, Cándido interroga a su “resucitado” maestro si aún sigue pensando que todo está muy bien en el mundo. “-Siempre sostengo mis opiniones como filósofo que soy.  No es lógico que me desdiga, ya que Leibniz no pudo engañarse, y además la armonía preexistente sigue siendo la cosa más hermosa del mundo, como lo pleno y la materia sutil” (Edic. cit, Ibidem; págs. 137).  Después de muchos días de navegación Cándido y sus acompañantes, alcanzaron las orillas del Propontino y llegaron a la casa del soberano donde se hallaban cautivas Cunegunda y la vieja.  Cándido, a pesar de ser un tierno amante, al ver a su bella Cunegunda, renegrida, con ojos legañosos, el cuello lleno de pellejos, arrugadas las mejillas, secos y escamosos los brazos, retrocedió horrorizado.  Después, para cubrir las apariencias, se acercó a ella, y ambos se abrazaron.  Rescatadas las dos mujeres todos se abrazaron sin descanso.  Cunegunda, que ignoraba su fealdad porque nadie se lo había dicho, recordó a Cándido su promesa de matrimonio.  El barón, con la misma firmeza de la primera vez, se negó a permitir dicho matrimonio.  Cándido le encara que gracias a él se halla en libertad: … “Os saqué de galeras, pagué vuestro rescate y el de vue3stra prima hermana.  Ella fregaba platos en este lugar, es fea, pero yo tengo la delicadeza de convertirla en mi esposa, ¡Y vos pretendéis oponeros!  Si me dejara llevar de la cólera, volvería a mataros”.  Pero el barón, quien deseaba a Cunegunda un marido noble, mantiene su tenaz decisión.  Cándido no tenía el menor deseo de casarse con Cunegunda, pero la insolente impertinencia del barón le obligaba a concluir el matrimonio.  Por otra parte, Cunegunda no cesaba de instarle tanto que no podía volverse atrás.  Por fin, por consejo de Cacambo, Cándido devolvió al barón a las galeras, y pudo así casarse con Cunegunda, quien con el tiempo se puso más fea y gruñona.  Así fueron transcurriendo los días entre reflexiones filosóficas que  concluían, como  aquella de Martin que decía que el hombre había nacido para vivir entre la inquietud y el aburrimiento del fastidio.  La pequeña colonia optó el loable designio, y cada cual se dedicó con ahínco al trabajo para sacar el máximo rendimiento de aquel trozo de tierra.  Cunegunda era horripilante pero con el tiempo llegó a ser una excelente pastelera; Paquita bordaba sin descanso, y la vieja cuidó la ropa blanca.  De vez en cuando, Pangloss comentaba con Cándido: … “Todos los sucesos están encadenados en el mejor de los mundos posibles, pues si vos no hubieseis sido arrojado del hermoso castillo a puntapiés por querer a la señorita Cunegunda; si no  hubieseis topado con la inquisición; si no hubieseis atravesado de parte a parte al barón; si no hubieses perdido los carneros de El Dorado, no comerías ahora dulces de cidra ni alfóncigos.  –Todo eso está muy bien – repuso Cándido -; pero vale más que cultivemos nuestro jardín.  (Edic. Cit, Ibidem; págs. 144 -145).