PRESENTACIÓN

ADIOSES, AUSENCIAS Y RETORNOS


Dinos en pocas palabras y sin dejar el

sendero, lo más que decir se pueda, denso, denso.

MIGUEL DE UNAMUNO.



Todo libro como todo hombre encierra en sí mismo una historia; así, los Resúmenes de obras famosas tienen la suya. Una historia propia que se remonta veinte años atrás y en la cual mi vida se halla inmersa, una historia a la que estoy sujeto por un cordón umbilical del cual no he podido desligarme. Estos resúmenes son fruto de mi pasión por la literatura, una pasión más fuerte y más intensa que cualquiera que haya sentido alguna vez. En el verano de 1982 fui contratado por un prestigioso colegio que buscaba mejorar su servicio académico. Como profesor principal del curso de literatura me encontré con un alumnado que tenía un común denominador: las ansias de aprender y conocer con el menor esfuerzo.

Con el entusiasmo y la impetuosidad propios de la juventud, elabore un programa de lo más variado donde los alumnos pudieran tener acceso a autores peruanos, españoles, latinoamericanos y europeos. Como sucede siempre, y ahora con mayor intensidad, encontré alumnos reacios a la lectura de obras voluminosas de difícil entendimiento, que exigían del lector un esfuerzo inusual, ¿Qué hacer? ¿Cómo prescindir de los hexámetros homéricos, de los tercetos de Dante, de la magia maquiavélica de un Yago o de una lady Macbeth, de los intrincados monólogos interiores de un Faulkner o un Joyce? ¿Y qué de los cuantiosos cursos que nuestros alumnos llevan en la secundaria con sus tediosas, torturantes y estériles tareas? Pero también existía una verdad que aunque dolorosa para mí, era muy cierta: “No solo de literatura vive el hombre común”. Había entonces que encontrar una solución al problema. Un toque divino me trajo la feliz ocurrencia de contar en horas de clase las obras que a mis alumnos no podían leer. El aula se convirtió entonces en una suerte de oyentes ansiosos por escuchar las locuras de José Arcadio Buendía, los sueños mesiánicos de Antonio Conselheiro, la transformación de Gregorio Samsa en insecto, los trasnochados remordimientos de madame Bovary o la afilada prosa de Manual González Prada, convertido yo, apasionado y eufórico narrador, en el mango del estilete. Y qué decir de la emoción y satisfacción que producían los versos de Neruda, Vallejo, Chocano, Buesa, Bécquer, Baudelaire o Espronceda cuando salían de mis labios en mis intentos declamatorios; esa avidez de mis alumnos fue satisfecha con creces. Sin saber cómo ni en qué momento, fui elaborando argumento de las obras narradas que, con el tiempo, fueron convirtiéndose en contenidos más amplios y consistentes hasta llegar a los resúmenes tal como se les conoce hoy. Estos resúmenes, ya agrupados en libros, me enseñaron a vivir la literatura con una entrega total, a la manera flaubertiana: con la literatura todo, sin la literatura nada. Esta experiencia fue para mí contundente y definitiva para aferrarme a mi propia obsesión, la de regir mi vida a través de la literatura. La de vivir literariamente, una vida como la de aquellos escritores que han llenado mis desvelos y vigilias con sus obras, en suma, decidirme definitivamente a ser como ellos.

Mis amigos desde niño, fueron los libros; el amor de mi vida han sido y seguirán siendo ellos. Nada ni nadie (sólo Dios en mis desvaríos) pueden reemplazarlos. Los amores humanos son fugaces cometas que atraviesan el cielo; la literatura, como yo la vivo y entiendo, es eterna, ella me ha permitido entender y amar a tantos hombres de letras; algunos ya no están, pero no han dejado de estar: Luis Alberto Sánchez, Augusto Tamayo Vargas, Julio Ramón Ribeyro, Guillermo Ugarte Chamorro, César Calvo, Mario Florián, Moreno Jimeno o Gustavo Valcárcel ; otros permanecen todavía iluminando el parnaso cultural de nuestra patria con su voz y presencia infinita: Washington Delgado, Jorge Bacacorzo, Leopoldo Chiappo, Leopoldo Chariarse, Arturo Corcuera, Estuardo Núñez, Vicente Azar, Jorge Puccinelli, Paco Bendezú, Alejandro Romualdo, Alfredo Bryce, Cronwell Jara, Marcos Yauri Montero, Ricardo González Vigil, César Ángeles Caballero, Winston Orrillo, Jesús Cabel O Alberto Valcárcel. Tantos quedan sin nombrar, pero su voz de aliento y estimulo permanecen en mi corazón para que siga adelante en esta difícil y agotadora labor de hacer llegar la obras de tantos hombres inmortales a través de estos resúmenes hechos con tanta dedicación y amor. Las voces de intelectuales extranjeros, conocedores de este trabajo, se sumaron también con su apoyo incondicional: Eliécer Cárdenas y Carlos Calderón Chico, desde Ecuador; Gladys Rossel desde Costa Rica; Manuel Ruano desde Argentina o José Manuel Solá desde Puerto Rico, que con sus opiniones, juicios y críticas han enriquecido estos resúmenes de obras famosas. En el camino de elaboración de los catorce volúmenes que constituyen esta colección me he topado con muchas dificultades; entre ellas, el tener que leer diferentes traducciones de una sola obra para poder trabajar la síntesis con la mayor exactitud posible.

La juventud con que comencé a elaborar estos resúmenes ha quedado atrás, sepultada con sus alegrías efímeras y sus profundas desilusiones (funesta edad de amargas decepciones), pero la emoción y el espíritu juvenil de esos años me han enriquecido con la edad. Los consejos de Sánchez, Tamayo, Florián, Washington Delgado y Reynaldo Naranjo no fueron vanos; ellos me inculcaron la tenacidad para perseverar en la literatura, a pesar del desaliento que nos invade día a día en un mundo de atroz ignorancia, más inhumano, agitado y frívolo como el que nos toca vivir.

Incluyo en esta edición los numerosos juicios que los Resúmenes de obras famosas han merecido durante estos veinte años. Si bien la amistad puede teñir las opiniones favorablemente, lo cual resulta comprensible, debo confesar que todos ellos fueron emitidos antes que surgiera la amistad con los autores de estos comentarios. Hago esta salvedad porque a veces las maledicencias disfrazadas de negro azogue o vulgo bilis se truecan en otras pasiones aún más bajas y urticantes; aguijón y cilicio guiados por la envidia que busca herir injusta y gratuitamente.

No puedo concluir este prólogo sin contar lo anecdótico. Tres anécdotas siempre tengo presentes; la primera es que siendo profesor de una academia preuniversitaria en Chosica, tuve entre mis alumnos al hijo del poeta Víctor Mazzi, buena razón para que cada fin de semana recalara en la casa del poeta para enfrascarnos en amenas charlas literarias, sobre todo de poesía; cómo se le encendían los ojos cuando le citaba lis versos de “Canto Coral” de Romualdo. Todavía guardo la antología de poesía revolucionaria que me obsequio con una sobria dedicatoria. Prometió hacerme un comentario a los Resúmenes de Obras Famosas, lo cual cumplió después de muchísimos años. La segunda está relacionada con Luis Alberto Sánchez, quien me indicó que no valía la pena incluir a Narciso Aréstegui en estas antologías; cuando le manifesté que haciendo un balance sobre el juicio que él me había hecho sobre el escritor cusqueño en su literatura peruana, Aréstegui salía ganando con creces, me contesto muy serio y cambiando de tema: “Así…pues, entonces inclúyalo”; también Luis Alberto tuvo un gesto conmigo que me gratifico muchísimo. Dedico su espacio diario de Radioprogramas del Perú para hablar elogiosamente de los resúmenes de obras famosas.” He llegado a más de un millón de personas”, me dijo. El tercero de ellos y quizá el más curioso tuvo como protagonista a Julio Ramón Ribeyro, quien, a manera de ameno reproche, me dijo que por qué había incluido “La botella de chicha” si era un cuento malísimo. Le di a entender que a mí me gustaba y que consideraba que aquella era una buena razón para figurar en la selección que había hecho, pero que estaba dispuesto a eliminarlo si él hacía lo mismo desterrándolo para siempre de su obra. Ribeyro quedo desconcertado. Una risotada de César Calvo alivio en algo la tensión. Ya a solas con César, le dije que después de lo sucedido no creía que Julio Ramón emitiera juicio alguno sobre los Resúmenes de obras famosas. Calvo, con el rostro serio y el ceño fruncido, me miró fijamente y me lanzo una de sus típicas ocurrencias: “No te preocupes, flaco, si Ribeyro firma hasta lo que escribe”. A los pocos días me llamo el hermano de Julio Ramón diciéndome que éste quería verme. Ya en su departamento barranquino, mirando las tranquilas aguas del Pacifico, me leyó esas pocas líneas imborrables para mí que en este libro he transcrito fielmente. Lo que más me emocionó es que me llamara poeta. ¡Qué laudable generosidad! El lama había descendido desde su Himalaya.

Guillermo Delgado.
Mayo 13 de 2003.

sábado, 2 de febrero de 2013

VOLUMEN I

1era Edición
2da Edición



3ra Edición




LITERATURA PERUANA
Alegría, Ciro: El mundo es ancho y ajeno
Arguedas, José maría: Yawar fiesta
Chocano, José Santos: Alma América
Eguren, José María: Simbólicas
Mariátegui, José Carlos: Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana
Palma, Ricardo: Tradiciones peruanas
Segura, Manuel Ascencio: Las tres viudas
Valdelomar, Abraham: El caballero Carmelo
Vallejo, César: Los heraldos negros
Vargas llosa, Mario: Los cachorros


LITERATURA LATINOAMERICANA
García Márquez, Gabriel: Cien años de soledad
Icaza, Jorge: Huasipungo
Isaacs, Jorge: María
Neruda, Pablo: Veinte poemas de amor y una canción desesperada
Rodo, José Enrique: Ariel



LITERATURA ESPAÑOLA
Anónimo: El Lazarillo de Tormes
Calderón de la barca, Pedro: La vida es sueño
Cervantes, miguel de: El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha
García Lorca, Federico: Bodas de sangre
Vega, Lope de: Fuente ovejuna


LITERATURA UNIVERSAL
Dostoievski, Fedor: Crimen y Castigo
Flaubert, Gustavo: Madam Bovary
Hemingway, Ernest: El viejo y el mar
Homero: La Iliada
Shakespeare, William: Otelo





LITERATURA PERUANA

EL MUNDO ES ANCHO Y AJENO

Gracias a la subvención mensual que recibió de unos amigos para que pudiera mantenerse y dedicarse exclusivamente a la creación literaria, Ciro Alegría, pudo en cuatro meses, escribir la voluminosa novela “El mundo es ancho y ajeno”, y presentarla al Concurso Latinoamericano de Nueva York, que tenía entre los integrantes del jurado, al célebre escritor Jhon Dos Passos.  Un cable, meses más tarde, le anunciaría que había obtenido el primero premio.  La idea de dar vida a este libro surge por el año 1938, cuando residiendo en Chile, Alegría escribía su novela “Los perros hambrientos” y, estando por titular uno de los capítulos “El Mundo es Ancho y Ajeno”, se le ocurrió que había una nueva novela allí.  En ese momento lo azotó una intensa ráfaga de ideas y recuerdos que se apresuró a llevar al papel.  La obra se inicia cuando Rosendo Maqui, volvía de las alturas, donde había ido con el objeto de buscar algunas hierbas que la curandera Nasha Suro, había recetado a su anciana mujer, Pascuala, que se había puesto muy enferma en los últimos tiempos.  Habían tenido siete hijos; Abraham el mayor, era un diestro jinete; Pancho, amansaba toros con mano firme; Nicasio, labraba bateas y cucharas de aliso con gran maestría; Evaristo, algo entendía de acerar barreras y rejas de arado.  Sus hijas, Teresa, Otilia y Juanacha, ya estaban casada, y sabían, como conviene a la mujer, hilar, tejer y cocinar.  Crió también, Maqui, a Benito Castro, quien se había marchado hacía muchos años.  Él y Pascuala lo habían criado como un hijo más.  Desde hacía muchos años los comuneros de Rumi lo mantenían en el cargo de alcalde de aquella bella ciudad, dueña de muchas tierras y ganados.  Rosendo Maqui no lograba entender claramente la ley.  Se le antojaba una maniobra oscura y culpable.  Él tenía un abultado legajo de papeles en los que constaba la existencia legal de la comunidad.  Don Álvaro Amenábar y Roldán, propietario de Umay, una de las haciendas más grande de esos lares, buscaba afanosamente apropiarse de las tierras de Rumi.  Un hombrecillo rechoncho y de nariz colorada llamado Bismarck Ruiz, estaba a cargo de defender los derechos de los comuneros de Rumi.  Oscurecía lentamente cuando Maqui llegó hasta la puerta de su casa.  Un abigarrado grupo de indios había ante ella.  Maqui se abrió paso, sintiendo que algo extraño le oprimía el pecho. El viejo miró y quedose mudo e inmóvil.  Pascuala, su mujer había muerto.  En medio de un corredor de la casa, el cadáver de Pascuala fue velado.  Junto a la cabecera estaban las ofrendas, es  decir, las viandas que más gustaban a la difunta: mazamorra de harina, choclos y cancha.  Al velorio y al entierro de la mujer de Maqui, asistieron varios comuneros de Muncha, encabezados por el propio gobernador, don Zenobio García.  Trajeron al sepelio, dos asnos, que cargaban dos cántaros de cañazo cada uno.  Y así fue velada y enterrada, con dignidad y solemnidad, la comunera Pascuala, mujer del alcalde Rosendo Maqui.  Después de la muerte de Pascuala, Rosendo Maqui dedicó más tiempo al progreso de la comunidad.  Una mañana que Maqui caminaba por la calle, se encontró con Álvaro Amenábar, que le recalcó que los terrenos donde estaba Rumi eran suyos, y que ya había presentado una demanda al respecto.  “Tiene tanto y todavía desea más”, pensó el alcalde.  En compañía del regidor Goyo Auca, Maqui fue a buscar a Bismarck Ruiz, a quien encontró en casa de su amante, Melba Cortez, a quien apodaban la Costeña.  El tinterillo estaba de jarana y en estado de ebriedad.  Les dijo que todo el asunto marchaba bien, y que no debían preocuparse, pues, él pondría en su lugar a Álvaro Amenábar y a su abogado, otro tinterillo a quien apodaban el Araña, porque todo lo enredaba a su conveniencia.  Después de entregarle cincuenta soles, Rosendo Maqui se alejó dejando al tinterillo sumido en su crápula.  Por esos días hizo su periódica aparición en el caserío, don Contreras, mercachifle cincuentón, alto y huesudo, a quien todos en Rumi conocían con el mote de el Mágico, porque cuando vaciaba su alforja, aparecían como por arte de magia percales floreados, tocuyos, sombreros de paja espejuelos, sortijas, aretes, y toda una serie de baratijas que él  se encargaba de vender a los comuneros con gran maestría.  “El mercachifle era un cincuentón alto y huesudo, de carga larga y amarilla como una lonja de sebo, levemente sombreada por un bigotillo oscuro y unos pelos lustrosos y ralos que se erizaban por las quijadas con ánimos de patillas.  Sus labios descoloridos sonreían a menudo con una mecánica sonrisa profesional, y sus manos escuálidas y nudosas manipulaban los billetes, soles y pesetas demostrando una soltura que hacía pensar que ellas mismas, por su lado, hacían las cuentas mientras él hablaba con los clientes o ponderaba las mercancías.  Su sombrero de falda naturalmente levantada cubría una cabeza pequeña, y el poncho habano flotaba sobre el cuerpo enteco como sobre una armazón de espantapájaros”.  (“El mundo es ancho y ajeno”, Ediciones Varona; Primera edición: julio de 1971 – pág. 75).  Cierta tarde, por todo el caserío, se esparció la noticia de que el fiero Vásquez había llegado.  Era un bandido cuyo apodo no le venía de su fiereza en la pelea, mucha por lo demás, sino por tener el rostro picado por la viruela.  El fiero Vásquez llegó a casa de su amigo Doroteo Quispe rezaba mientras era asaltado, temiendo ser asesinado por el bandido, conmovió al Fiero, quien sólo le sustrajo veinte de los cien soles que Doroteo llevaba encima.  A partir de ese día el Fiero Vásquez se presentaba en Rumi esporádicamente para visitar al religioso comunero.  La primera vez, los comuneros quedaron absortos de la extraña amistad que parecía existir entre Doroteo Quispe, el buen hombre familiar, cotidiano en su actitud de rezo y siembra, y el bandolero siniestro, de azarosa existencia y de leyenda tan negra como su estampa, Rosendo Maqui se presentó en casa de Doroteo y, con mucha cautela, trató de convencer al Fiero Vásquez de que abandonara su nefasta vida.  El Fiero contó durante más de dos horas, cómo se había iniciado en la mala vida.  Dijo que cuando era joven, un hombre abusivo llamado Malaquías había golpeado a su madre.  El, enterado de lo sucedido, había hundido un cuchillo en el pecho del desgraciado.  Cuando terminó de contar la serie de aventuras que había vivido, se dio cuenta que estaba rodeado de varios indios que habían sido atraídos por sus historias, entre ellos el regidor Toribio Medrano, la mujer de Doroteo, Paula, y Casiana, una india de unos treinta años, cuñada de Doroteo, quien había compartido muchas noches el lecho del Fiero.  Cambiando de tema, el Fiero informó a Rosendo Maqui que estaba enterado del pleito con Amenábar, y que debían tener mucho cuidado porque Zenobio García y el Mágico andaban en cuchicheos con aquel sinvergüenza que quería apoderarse de las tierras de Rumi.  Aquella noche Casiana vio al Fiero diluirse entre las sombras sobre su caballo.  Esa misma noche Rosendo Maqui llamó a consejo de regidores.  Reunido en su casa con Porfirio Medrano, Goyo Auca, Clemente Yacu y Artidoro Oteíza, Maqui planteó, después de contar lo dicho por el Fiero, cuál sería el destino de la comunidad.  Después de varias horas de sesión, acordaron que Goyo Auca fuera al día siguiente donde Bismarck Ruiz para pedirle informes amplios.  Sospechaban de la honestidad del tinterillo, pero no tenían otro defensor legal a la mano.  “Los demandantes están tan confundidos que no saben qué hacer.  Prueba de ello es que no contestan todavía.  Nada tienen que ver Zenobio García y menos el Mágico.  En  todo caso yo los anularé sacando a relucir viejas cuentas que ambos tienen con la justicia”, se limitó a decir el tinterillo.  Ignorante de todo lo que sucedía en Rumi, Benito Castro recorrió los andes del departamento de La Libertad sobre Lucero, su bello caballo blanco.  En su largo derrotero fue testigo del abuso que cometían los caporales en contra de los indios.  Más de una vez se vio envuelto en problemas por sacar la cara por esa raza tan inicuamente explotada.  Así, durante mucho tiempo, habría de convivir entre ellos, pensando dulcemente en regresar a Rumi.  Álvaro Amenábar bufó cuando leyó la noticia del alegato de Bismarck Ruiz y los altivos términos en que estaba concebido.  Montado en Montonero, su caballo, y en compañía de Braulio y Tomás, su guardaespaldas, se dirigió a toda prisa a casa del tinterillo Iñiguez; apodado el Araña, quien era su defensor.  Durante un buen rato, Amenábar escuchó atento las artimañas que el rábula había tramado para ganar el caso.  Se le daría al asunto en cuestión un aspecto de reivindicación de derechos y no de despojo.  El juicio siguió su curso, pero la balanza comenzó a inclinarse en favor del malvado Amenábar, quien apoyado en su fortuna, fue sobornando a todos aquellos que podían poner en peligro sus ambiciones.  Bismarck Ruiz, a pesar de la inquina que sentía contra el rico hacendado, no tardó en caer en sus redes; su querida Costeña era muy exigente en sus caprichos y había que complacerla.  El alcalde llamó a los regidores a consejo y les informó que la sentencia había favorecido al temible Amenábar y que se había fijado ya la fecha de entrega y toma de posesión.  ¿Qué iría ser de la comunidad? ¿Qué iría a ser de ellos mismos? ¿Dónde criarían el ganado? ¿Dónde sembrarían? ¿Tendrían que doblegarse y trabajar como peones?  Cada uno decía su parecer o se lo iba formando lentamente.  Rosendo Maqui envió a su nieto Augusto a espiar en la hacienda de Amenábar, para ver si lograba enterarse de cómo pensaba despojarlos de sus tierras.  Después de correr grave peligro, el muchacho contó que el usurpador había contratado caporales de todas las reparticiones para arrasar la comunidad de Rumi.  A mediodía llegaron al caserío diez caporales a caballo lanzando gritos y disparos:  “Viva Amenábar”.  Querían saber quién había estado espiando la noche anterior.  Ante el silencio de los comuneros los bandidos, en estado de ebriedad, huyeron lanzando amenazas y disparos a diestra y siniestra.  Rosendo Maqui tuvo que convocar a una reunión, donde asistirían todos los miembros de la comunidad. “Rosendo tenía la cara contraída en un gesto severo y triste y empuñaba con la diestra su báculo de lloque.  Parecía muy viejo.  Tanto como un tronco batido por vendavales tenaces.  El mismo se sentía cansado.  Los últimos tiempos lo habían azotado implacablemente, diezmando su cuerpo y estrujando su corazón.  Los comuneros escrutaban la faz rugosa y encrespada sintiendo, unos, que había hecho todo lo posible y, otros, que sería difícil encontrar las palabras necesarias contra ese hombre”.  (Edic. Cit, Ibidem, pág. 194).  Allí les dijo cuál era la situación que se vivía.  Algunos mostraron su disconformidad con la gestión desempañada por la directiva encabezada por Maqui; otros, sin embargo, le reiteraron su apoyo.  La directiva fue reelegida nuevamente, a excepción de Porfirio Medrano, quien fue reemplazado por un joven gañan llamado Antonio Huilca.  En vano trataron de defender a Medrano los jóvenes encabezados por Augusto Maqui y Demetrio Sumallcta.  Casiana, la cuñada de Doroteo Quispe, había abandonado la asamblea con destino a la meseta de Yanañahui, donde pensaba encontrar a su hermano Valencio, que al igual que el Fiero Vásquez, también vivía al margen de la ley.  La asamblea por fin decidió abandonar las tierras de Rumi, para evitar así un enfrentamiento con Amenábar y la gendarmería, la cual también estaba a su servicio.  Durante dos días seguidos, hombres, mujeres y niños transportaron sus cosas del caserío a la meseta de Yanañahui, sobre los propios hombros y ayudados por los caballos, los asnos, y hasta por los bueyes y vacas, que llevaban atados sujetos a las cornamentas.  En el amanecer del día indicado para el despojo los últimos comuneros se perdieron entre las peñas del cerro Rumi y no pasó mucho rato sin que aparecieran por la cuesta del camino al pueblo, el gamonal Amenábar y su cohorte.  El juez Zenobio García leyó una larga y farragosa acta. Bismarck Ruiz se encargó de firmar por los comuneros de Rumi la aceptación del despojo.  Así quedó echada la suerte de Maqui y su pueblo.  El Fiero Vásquez, Valencio y muchos bandoleros, llegaron hasta la larga columna de comuneros en éxodo y se ofrecieron a combatir a Amenábar, pero Rosendo Maqui se lo impidió.  Discutieron largo rato, pero Maqui no quería dar su brazo a torcer.  Una noticia provocó un silencio mortal entre los comuneros: Mardoqueo, un comunero de Rumi, había caído víctima de las balas asesinas de la gente de Amenábar, al intentar dar muerte a éste lanzándole una enorme roca desde una peña. No mató al villano, pero se llevó con él al maquiavélico Iñiguez.  Instalados en aquella nueva tierra rocosa, los comuneros tuvieron que resistir la furia de la naturaleza, que en esos lugares, era terrible.  Un  joven abogado miembro de la asociación Pro – Indígena, presentó una apelación a la Corte Superior para que reconsiderara el dictamen.  La esperanza de recuperar sus tierras se desvaneció a los pocos días, cuando los comuneros fueron informados por un emisario de Correa Zavala, que así se llamaba el joven abogado, que el correo que llevaba el expediente del juicio había sido asaltado.  En ese mismo instante Amenábar, quemaba en su casa el grueso legajo, poniendo fin a toda reconsideración.  Doroteo Quispe, Jerónimo Cahua y Eloy Condorumi desaparecieron de la noche a la mañana.  Ellos habían resuelto hacer algo por su lado.  Todos pensaban que habían ido a buscar al Fiero Vásquez, para unírsele.  Las cosas empeoraban en la comunidad.  El ganado seguía perdiéndose a causa de los truenos que los espantaban y las siembras, en tierras combatidas por las heladas, no aseguraban una buena recolección.  Rosendo Maqui sufría viendo la disgregación de la comunidad que por tantos años venía dirigiendo.  Se fueron de Yanañahui Calixto Paucar, Amadeo Illas y su mujer Demetrio Sumallcta; Juan Medrano y Simona, a quienes sus padres recomendaron mucho que se casaran en la primera oportunidad; Pedro Mayta y su familia: Rómulo Quinto y su mujer; uno de los primeros en irse fue Augusto Maqui, el nieto de Rosendo. Amenábar se había apoderado de un toro de los comuneros, y Rosendo Maqui con educación, pero también con firmeza, fue a reclamarlo.  Lo único que consiguió fue una paliza y que lo metieran en la cárcel.  Allí encontró al herrero de la comunidad, Jacinto Prieto, quien desde tiempo atrás se hallaba entre rejas por culpa de Amenábar.  Hasta la cárcel llegó la noticia de que el Fiero Vásquez estaba en abierta lucha contra el abusivo hacendado.  Correa Zavala seguía en su indesmayable labor de sacar a Maqui de la cárcel, pero la corrupción de los jueces por parte de Amenábar era escandalosa.  Valencio Llegó a Yanañahui y se estableció allí, por orden de. Fiero Vásquez.  Por él, los comuneros se enteraron de que Doroteo, Eloy Condorumi, y Jerónimo Cahua se hallaban aún con vida, aunque este último había sido herido en una pierna y posiblemente quedaría cojo.  Después de un tiempo, Casiana dio a luz un hijo producto de sus amores con el Fiero.  Valencio prendió una fogata para que el Fiero Vásquez, tal como éste le había indicado, se enterara del nacimiento de su primogénito.  El Fiero nunca pudo verla, pues, estaba preso.  Doroteo Quispe se hallaba días de días andando y pasando penurias, lo seguían Eloy Condorumi, uno apodado el Zarco y Emilio Laguna.  El Mágico tuvo la mala suerte de hallárselo en su camino.  Terminó sus días en un pantano, pagando así su traición hacia los comuneros de Rumi.  Habían transcurrido varios meses desde que Rosendo Maqui fuera encarcelado.  Un día metieron al Fiero Vásquez en la misma celda que Rosendo Maqui.  Las autoridades los consideraban compañeros de proceso y, sobre todo, reuniendo al comunero con el bandolero, querían envolver a Rosendo y a toda la comunidad en la misma atmósfera delictuosa y culpable.  No tardó en escaparse el Fiero de aquella cárcel.  No sabía Rosendo Maqui, que la negarse a huir con el bandolero, estaba firmando su sentencia de muerte.  Los gendarmes lo ultimaron a culatazos “La furia de los gendarmes encontró un cauce y cuatro culatas inmisericordes cayeron, vez tras vez, sobre el cuerpo del anciano.  De las cuadras gritaban: “¡Abuso!, ‘cobardes!”.  Los gendarmes seguían galopeando, Rosendo quejóse ajustando las quijadas, en tanto que sobre todo su cuerpo, que dio en tierra, caían los golpes secos y pesados.  Duro era el suelo bajo su pecho, más duros los golpes en sus espaldas.  Un intenso dolor que cruzó como un hierro frío desde la cabeza hasta los pies, le hizo dar un largo alarido.  Creyó que moría.  Era que rodaba al abismo silencioso del desvanecimiento”.  (Edic. Cit, Ibidem; pág. 372).  Ajeno a la muerte de su padre, Benito Castro vivía en Lima, en casa de su amigo, Lorenzo Medina, quien le enseñaba a leer.  Allí se enteró de la forma fraudulenta como Oscar Amenábar, el hijo del cruel hacendado había ganado una diputación.  Cuando el hijo de Casiana cumplió tres años, hasta oídos de la pobre india llegó la noticia de que entre unos matorrales se había encontrado la cabeza del padre de su hijo.  Ella no quiso ni pudo hacer ninguna conjetura.  Quería al hombre y no a la leyenda.  Años después volvía por fin a su adorada comunidad Benito Castro.  Grande fue su sorpresa al ver que Rumi era ahora sólo desolación y silencio.  Informado vagamente de que Amenábar había despojado de sus tierras a los hombres de Rosendo Maqui, Benito se dirigió velozmente a Yanañahui.  Allí por labios del ya anciano alcalde, Clemente Yacu, se enteró de todo lo sucedido.  Esa noche durmió en casa de Juanacha, su hermana, recordando la imagen del único padre que había tenido en su vida:  Rosendo Maqui.  Al día siguiente, mientras desayunaba, Benito pudo conversar con viejos conocidos como Porfirio Medrano y Doroteo Quispe, y conocer a otros nuevos que se habían incorporado a la comunidad durante su ausencia como en el caso de Valencio.  A solicitud de Porfirio Medrano, Benito fue elegido regidor en reemplazo del difunto Goyo Auca.  En pocos años, a pesar de la oposición de algunos comuneros, que guiados por la superstición no querían ninguna innovación, Benito Castro trajo prosperidad a su comunidad:  la pampa se llenó de hermosas siembras y también se edificaron nuevas viviendas cuya construcción estuvo a cargo del alarife Pedro Mayta.  Cuando Clemente Yacu desistió, a causa de su reuma, al cargo de alcalde, Benito Castro fue elegido en el acto.  La sombra de Álvaro Amenábar parecía que nunca dejaría en paz a los comuneros de Rumi.  Ahora un nuevo juicio volvía a favorecerlo, convirtiéndolo en propietario de Yanañahui.  Amenábar no quería la tierra sino esclavos que trabajaran para él.  Prueba de ello, es que ahí estaban las antiguas tierras de las que fueron despojados injustamente, baldías, llenas de yuyos y arbustos, sin saber lo que era la mano cariñosa del sembrador.  Pero ahora los comuneros de Rumi no cederían a los caprichos del viejo enemigo.  Encabezados por Benito Castro, defenderían lo que era suyo.  “La ley nos ha sido contraria y con un fallo se nos quiere aventar a la  esclavitud, a la misma muerte…  Cuando la ley da tierras, se olvida de lo que va a ser la suerte de los hombres que están en esas tierras.  La ley no los protege como hombres.  Los que mandan se justificarán diciendo:  “Váyanse a otra parte, el mundo es ancho”.  Cierto, es ancho.  Pero yo, comuneros, conozco el mundo ancho donde nosotros los pobres, solemos vivir.  Y yo les digo con toda verdá que pa nosotros los pobres, el mundo es ancho pero ajeno… “(Sic); dijo Benito arengando a su pueblo.  El teniente Cepeda comunicó  a Carpio, jefe de los caporales, que a más tardar, a las seis de la mañana, Yanañahui debía ser arrasada, tal como don Álvaro lo quería.  La lucha entre ambos bandos es dura.  Porfirio Medrano y Fidel Vásquez, el hijo del Fiero y Casiana, son los primeros en sucumbir.  La represión es implacable, la metralla barre los roquedales, los máuseres aguzan su silbo después de un seco estampido y toda la puna parece temblar con un gran estremecimiento.  Benito Castro morirá con la cara, las ropas, y las manos ensangrentadas, condenando a la comunidad con su ausencia, a la diáspora o a la esclavitud.  En esta novela, publicada en mayo de 1941, Alegría postula que una comunidad indígena – en “El mundo es ancho y ajeno”, Rumi – es el único lugar en el mundo andino donde el campesino puede vivir feliz; el único en este vasto universo novelado donde el hombre puede realizarse con dignidad y alegría: el resto del mundo “es ancho y ajeno”. Para demostrar su tesis Alegría recurre a técnicas muy similares a las de “Losa perros hambrientos”:  la antítesis y el retardamiento del desarrollo de la acción.  Para demostrar la diferencia que existe entre el ´`ámbito, espiritual y material, de la comunidad con otros lugares – asientos mineros, la ciudad de Lima, haciendas – Alegría inventa capítulos en donde los comuneros más jóvenes, luego del primer despojo de las tierras de la comunidad, buscan nuevos horizontes, atraídos por diversos el dorados o simplemente empujados por la desesperación.  El objetivo es mostrar el contraste, que en algunos casos deviene en antítesis, en la vida de la comunidad y la vida en otros lugares.  Esa voluntad de contraste y antítesis se cumple mediante dos términos de comparación geográficamente colindantes en la comunidad:  la vida mezquina en el vecino pueblo de Muncha (donde impera el individualismo egoísta y la ociosidad, en contraste con la hermosa solidaridad colectiva y la laboriosidad de los comuneros de Rumi), y la existencia que sobrellevan los  pobres indios siervos de la hacienda de Umay, que limita con las tierras de la comunidad.  El contraste se complementa, finalmente, con la documentación de la vida, en diversas y múltiples regiones, de Benito Castro y el Fiero Vásquez.  Aquella parte de sus historias, interpoladas en la novela, que muestran cómo vivían una existencia incompleta, árida y llena de frustraciones, que demuestra, mediante el contraste, la superioridad de la vida en el seno de la comunidad.  Por último, al igual que en “Los perros hambrientos”, el retardamiento del desarrollo de la acción, sigue siendo recurso predominante.  La acción fundamental de la novela son los dos despojos de la tierra que sufre la comunidad; pero la narración de estos dos despojos es interrumpida constantemente mediante las “historias interpoladas” que ocasionan “el retardamiento del desarrollo de la acción”.  Ejemplo de esto lo encontramos en la primera parte (caps. I – VIII) donde se interpolan la “historia del Fiero” (cap. IV), que el bandolero cuenta directamente a Rosendo Maqui en una visita que hace a la comunidad, y la “historia de Benito Castro” que relata sus peripecias desde que abandona, desterrado, muy a pesar suyo, la comunidad (Capo. VII)



YAWAR FIESTA

Novela del escritor peruano José María Arguedas, publicada en 1941 y que desde su esquema de evolución narrativa significa la conquista de un universo más amplio que el universo local de sus primeras obras.  Con “Yawar Fiesta” empieza una dimensión nacional, al desarrollar las múltiples y complejas relaciones entre lo andino y lo no andino.  Con frecuencia se ha dicho que la constante dicotomía expuesta en sus obras, tiene que ver con su propia personalidad, con su “ser un hombre escindido” en dos mundos. Al revisar sus datos biográficos encontramos fundamentos que validan tal aseveración, pero al introducirnos en su narrativa hallaremos, que si bien es un hombre en dualidad, ésta es dialéctica, se va intensificando en profundidad y superficie.  Es una escisión dramática, lacerante, que es vivida sinceramente por Arguedas desde un compromiso con uno de los elementos de esta dualidad:  las clases postergadas en la sociedad peruana (empezando por lo netamente andino).  En esta novela, Arguedas aborda artísticamente el proceso de transculturación hispano – indígena, así como los fenómenos sociales que de ella se han derivado y que forman parte de nuestro ser nacional: el sincretismo, la aculturación y la resistencia cultural.  En esta narración la fiesta es el espacio de autonomía donde el hombre andino expresa y afirma creadoramente su esencia cultural, su rebelión e incluso su superioridad, la fiesta los hermana y les devuelve su identidad a partir de la cual pueden sostener el proceso de la resistencia cultural mencionadas líneas antes.  La intención primordial de Arguedas es mostrar la personalidad de la comunidad indígena, la nobleza de su ser colectivo.  Teatro de la acción narrativa es Puquio, pueblo originariamente indígena que evolucionó después, por el advenimiento compulsivo de los “mistis”, en pueblo de indios, mestizos y blancos, esto es, en una comunidad mixta.  Una comunidad indígena al decir de Arguedas, en sus análisis sobre las comunidades indígenas, es aquel pueblo donde conviven indios y señores, teniendo éstas, autoridades paralelas.  Así, por ejemplo, el varayoq es el alcalde de indios y, el alcalde distrital lo es de los señores.  En estos tipos de comunidad la tensión es muy fuerte entre las dos castas, los vecinos tienen incesantemente a despojar de sus tierras a los indios, y éstos, a su vez se mantienen firmes en la defensa de sus parcelas.  Precisamente el engranaje narrativo de “Yawar Fiesta” está montado básicamente en este ámbito, “Yawar Fiesta” significa “fiesta sangrienta” o “Fiesta de la sangre”, nombre con el que los indios designan al fiesta de los toros, que de procedencia española, al llegar a los andes se hizo más telúrica y cruenta.  Antes de pasar a lo que va a ser el núcleo de la novela, Arguedas hace una descripción de Puquio, ciudad de la sierra donde se sitúa la historia, desde el punto de vista geográfico y humano, ofreciendo una serie de datos claves para conocer los factores sociológicos más importantes de modo que el lector se introduzca en un conocimiento integral del pueblo…  “El pueblo se ve grande, sobre el cerro, siguiendo la lomada, los techos de tejas suben desde la orilla de un riachuelo, donde crecen algunos eucaliptos, hasta la cumbre, en la cumbre se acaban, porque en el filo de la lomada está el Jirón Bolívar, donde viven los vecinos principales, y allí los techos son blancos de calamina.  En las faldas del cerro, casi sin calles, entre chacras de cebada con grandes corrales y patios donde se levantan yaretas y molles frondosos, las casas de los comuneros, los ayllus de Puquio se ven como pueblo indio” (“Yawar fiesta”, Editorial Losada, 1974, pág. 7).  En la puna y en los cerros que rodean al pueblo, tocaban los “wakawakras” (trompetas que se tocan durante las celebraciones).  Cuando se oía el Turupukllay (música especial que tocan los indios en el wakawakra con ocasión de las corridas) en los caminos que van a los distritos y en las chacras de trigo, indios y vecinos hablaban con gran expectativa sobre la corrida de ese año.  Desde Junio tocaban Turupukllay en toda la puna y en los cerros que rodean al pueblo.  Cantaban wakawakras anunciando en todos los cerros el “Yawar fiesta”.  Entraban en competencia los corneteros de los cuatro ayllus (comunidades indígenas); los de Pichik – auchuri, K’ayau, Chaupi y Kollana; pero don Maywua, de Chaupi, era el mejor cornetero.  El toro de ese año era un animal legendario, al que los indios llamaban “Misitu”, y que había pertenecido a don Julián Arangüena, quien lo había dejado en los K’eñwales y no le había pegado un tiro, porque toda la gente de la puna y de los otros pueblos hablaban de la bravura de su toro.  “… El Misitu vivía en los K’eñwales de las alturas, en las grandes punas de K’oñani.  Los K’oñanes decían que había salido de Tork’kocha, que no tenía padre ni madre.  Que una noche, cuando todos los ancianos de la puna eran aún huahuas, había, había caído tormenta sobre la laguna, que todos los rayos habían golpeado el agua, que desde lejos todavía corrían, alumbrando el aire, y se elevaban sobre las islas de Tork’kocha; que el agua de la laguna había hervido alto, hasta desaparecer las islas chicas; y que el sonido de la lluvia había llegado a todas las estancia sed K’oñani.  Y que al amanecer, con la luz de la aurora, cuando estaba calmando la tormenta, cuando las nubes se estaban yendo al cielo de Tork’kocha e iban poniéndose blancas con la luz del amanecer, ese rato, dicen, se hizo remolino en el centro del lago junto a la isla grande, y que en medio del remolino apareció el Misitu, bramando y sacudiendo su cabeza.  Que todos los patos de las islas volaron en tropa, haciendo bulla con sus alas, y se fueron lejos, tras de los cerros nevados.  Moviendo toda el agua nadó el Misitu hasta la orilla.  Y cuando estaba apareciendo el sol, dicen, corría en la puna buscando los K’eñwales de Negromayo, donde hizo su querencia” (Edic. Cit, Ibídem; pág. 85).  Todos los punarunas contaban esta historia, desde Puquio hasta Lrkay, desde Larkay, hasta Querotobamba, en toda la provincia de los lucanas.  Y hasta Pampacangallo, a Coracora, a Andahuaylas, hasta Chalhuanca llegó la fama del Misitu.  Los encargados de traer al toro del monte fueron los indios del ayllu llamado K’ayau, a quienes don Julián Arangüena se los había regalado para que el Misitu se banquetee con ellos.  Este dudaba que los indios pudieran traer al bravío animal, por eso no desechó la apuesta que le hiciera don Pancho Jiménez: diez docenas de cerveza.  El ambiente festivo va aumentando y los ´ánimos se exaltan gradualmente a medida que se acerca el 28 de Julio día fijado para el “yawar fiesta”.  Un miércoles por la mañana, a mediados de julio, el subprefecto hizo llamar al alcalde y a los vecinos notables del pueblo.  El subprefecto recibió a los vecinos en su despacho y les informó que había recibido una circular de la ´Dirección de Gobierno, en la que se prohibía las corridas sin di3estros, porque consideraban que el “yawar fiesta” era un salvajismo, debido a que el enfrentamiento entre el indio y el toro ocasionaba muchos muertos y heridos.  Unos vecinos como Demetrio Cáceres, el alcalde Antenor, don Jesús Gutiérrez, don Gregorio Palomino y don Jorge de la Torre apoyaron al subprefecto como una forma de ganarse la simpatía de éste; pero otros como don Julián Arangüena y Pancho Jiménez se opusieron y antes del 28 de Julio fueron encarcelados.  La opinión de que tal medida era necesaria para civilizar al pueblo fue compartida por el “Centro Unión Lucanas”, conformado por los habitantes de puquio emigrados a Lima, los cuales se encargaron de contratar al torero español Ibarito II, quien por 500 soles, pasajes de ida y vuelta y estadía pagada, torearía seis toros, en la tarde del 28.  Los lucaínos que han regresado a la comunidad son estudiantes imbuidos de las teorías marxistas y que a pesar de ansiar luchar por su pueblo nativo, entran en conflicto con las creencia sy tradiciones del pueblo que pretenden redimir.  Entretanto, la población india ignora la decisión de las autoridades y los notables, quienes la han ocultado por temor a una sublevación al ver que se reprime una de sus más antiguas tradiciones. Por fin los indios logran traer al legendario Misitu de las agrandes punas de K’oñani.  Cuando finalmente llega la fecha señalada para el acontecimiento taurino, el clímax argumental se alcanza el crearse un enfrenamiento entre lo que esperan los indios y lo que verdad se les va a ofreces.  Comienza la corrida e Ibarito II al sentir el paso de Misitu rozándole el pecho echa a corres.  Hasta ese instan te los indios habían estado deslumbrados por el traje de luces que  lucía bario II, que sin duda le recordaba la vistosa indumentaria de los danzantes de tijera.  Al llegar a ese momento, en que la cobardía del torero se pone de manifiesto, el desborde de la tradición indígena es inminente.  Incluso los notables que habían aceptado la orden gubernativa, llaman a sus capeadores para que se reanude la corrida al modo tradicional, abandonándose el estilo español y con esto, se rompen todas las tensiones que se habían creado desde la llegada de la circular.  Los nombres del Kencho, el Tobías, el “Honrao”, el Wallpa, eran vitoreados por los capeadores.  El Wallpa saltó al ruedo; corrió como loco, derecho contra el Misitu.  Los guardias se acomodaron para ver, quitándose sitio entre ellos.  El sub-prefecto había enmudecido, temblando, con los ojos duros, miraba el ruedo.  El Misitu cargó obre el Wallpa, quien quitó oportuna y hábilmente el cuerpo. En otra embestida el toro le encontró la ingle, clavándole el asta izquierda.  El “Honrao” saltó al ruedo para ayudar al Wallpa, que ya arrojaba un chorro de sangre.  El varayok de K’ayau alcanzó un cartucho de dinamita al “Honrao”.  “Un dinamitazo estalló en ese instante, cerca del toro.  El polvo que salió en remolino desde el ruedo oscureció la plaza.  Los wak’rapukus tocaron una tonada de ataque y las mujeres cantaron de pie, adivinando el suelo de la plaza.  Como disipado por el canto se aclaró el polvo.  El Wallpa seguía, parado aún, agarrándose de los palos.  El Misitu caminaba a pasos con el pecho destrozado, parecía ciego.  El “Honrao” Rojas corrió hacia el mítico animal gritándole “¡Muere, pues, muérete salk’a!”  (Edic. cit., Ibidem., pág. 164).  Una vez presentado el panorama general de la obra, es posible exponer algunos de los fenómenos que señalamos como efectos de la transculturación.  El sincretismo aludido estaría presente en el mismo “yawar fiesta”; la lidia del toro, fiesta eminentemente hispánica se funde con una suerte de rito colectivo, produciéndose así el “yawar fiesta” que mantiene elementos españoles aclimatados a la personalidad de la comunidad indígena.  Resulta interesante relatar que cuando Arguedas muestra este fenómeno, muestra también el predominio del elemento indígena después de la fusión.  Hablamos también de la aculturación, que en “Yawar fiesta”, se manifiesta en uno de los tópicos más delicados y discutidos¨ la aculturación ideológica.  Un grupo de lucaínos han emigrado a Lima y en ella, entran en contacto con el pensamiento occidental y sus ideologías; muchos de ellos abrazan el marxismo y, al retornar a su suelo natal, se hallan extranjero a la forma de sentir, creer y pensar de sus hermanos de raza.  Ante esto, tratan de imponer un modelo teórico a una realidad que termina por desbordarlo.  La comunicación entre ellos y la comunidad se ha roto, y sólo retornará en la medida que ellos recuperen la identidad perdida.  Esto nos obliga a formularnos algunas preguntas: ¿el proceso de liberación indígena ha de hacerse prescindiendo de ideologías?; ¿En estos pueblos las ideologías son reemplazadas por el mito?;  ¿No es el mito en sí una ideología autóctona y cifrada?  Al hablar de la resistencia cultural, fenómeno sociológico, intrínseco a las culturas dominadas, debemos aclarar que en Arguedas ésta es un primer peldaño en el proceso de redención de la raza, en la resistencia cultural está el atesoramiento de la identidad, la fidelidad a la tradición como nos muestra el épico final  de “Yawar fiesta”. Al terminar de leer esta novela, nos quedamos con un nuevo perfil del indígena; nos muestra el contraste entre el indio convertido en siervo en los latifundios y el indio comunero.  El primero, sometido a servidumbre, es perezoso, pasivo, sin creatividad para el trabajo; en tanto que el segundo, sintiéndose libre al amparo de su comunidad, es capaz de maravillar a todos por la dimensión de su empeño en el trabajo.  Esto se prueba en la construcción de una carretera:…  “Los vecinos nunca se habían atrevido a pensar en la carretera de Nazca, a pesar de que ellos aprovecharían más el camino.  ¡Era imposible!   Trescientos kilómetros, con la cordillera de la costa que se levantaba como una barrera entre Nazca y Puquio.  ¡Ni para soñarlo!”.  Sin embargo los ayllus se organizaron y emprendieron la titánica tarea, con orgullo, con denuedo, con todo el potencial y nobleza de una raza que tiene mucho que aportar en la construcción de una nación que apenas empieza.



ALMA AMÉRICA

“Usted es ambicioso y la ambición es amino de gloria”; con estas palabras don Miguel de Unamuno finalizaba el prólogo de “Alma América” (19069; no se equivocaba el gran escritor español, “Ala América” es una de las obras más ambiciosas de la literatura peruana, y por lo años de su publicación llegó a ser una de las más difundidas en habla hispana.  Su autor, José Santos Chocano Gastañodi, había nacido en Lima el 14 de Mayo de 1875, reflejando ya, desde su niñez, cierto aire de altanería que iría consolidando su extremada egolatría que lo llevaría a auto determinarse en su poema “Blasón” como “El cantor de América”.  Años después en el poema “El dorado” (1908), lanza su famosa y controvertida frase.  “Walt Whitman tiene el Norte; pero yo tengo el Sur”, y todos contentos. El éxito rotundo e inmediato se explica en parte por su novedosa temática (descripciones geográficas, exaltaciones históricas, alusiones míticas); por la vigorosidad de su tono, así como también por sus inusuales comparaciones:… “El río es como un ímpetu salvaje; / el lago es como un fondo de tristeza, / el pantano, cubierto de maleza, / es como un vicio entre el pudor de un traje” (“Los pantanos”)… “Las olas ladran… ladran… en los abruptos flancos, / y y envueltas en espumas, parecen perros blancos / contra los lobos negros en las riveras solas…”  (“El Estrecho de Magallanes”).  La intención que mueve al poeta es gigantesca, así se lo hace saber a don Miguel de Unamuno, poco antes de ser publicada la obra: “Conoce usted bastante mi propósito: hacer un libro representativo de todo el continente.  Usted verá si lo he conseguido”.  (Carta de Chocano a Unamuno, 8 de abril, 1906, Archivo Unamuno, Salamanca)  Tal es la pretensión de Chocano y toca al lector contemporáneo decidir si realmente lo consiguió.  “Alma América” es la obra más representativa de Chocano, contiene lo más genuino de su estilo y pensamiento; pretende ser una innovación de estilo en las letras latinoamericanas y también la inauguración del nuevo credo continental… “Soy el cantor de América autóctona y salvaje: / mi lira tiene un alma, mi canto un ideal: / Mie verso no se mece colgado de un ramaje / con un vaivén pausado de hamaca tropical /… Cuando me siento Inca, le rindo vasallaje / al sol, que me da el cetro de su poder real:  / cuando me siento hispano y evoco el coloniaje, / parecen mis estrofas trompetas de cristal /… Mi fantasía viene de un abolengo moro: / los andes son de plata, pero el león de oro; / y las dos castas fundo con épico fragor. /… La sangre es española e incaico es el latido; / ¡Y de no ser poeta, quizás yo hubiera sido / un blanco Aventurero o un indio Emperador!”.  (“Blasón”) Chocano se autodefine intérprete de América, se siente depositario del alma del continente y desde esta convicción formula una teoría y una propuesta al destino latinoamericano, tiene que ver con ella la misma estructuración de la obra: poemas de asunto netamente indígena, poemas sobre la conquista sobre la colonia, sobre España y poemas indo-españoles.  La definición de América surge así de la peculiar visión que Chocano tiene de su proceso histórico; en su pensamiento, América es una armoniosa mixtura entre lo indígena y lo hispano; en lo occidental reconoce la elegancia, el impulso creativo, la antesala del progreso, que unido a la sobriedad y fortaleza indígena, deberá hallar su consistencia y realización.  El motor de la historia americana debe ser el trabajo, en él, quizá con excesivo optimismo, ve Chocano la clave de todas las realizaciones históricas:…. “Desconfiemos del hombre de los ojos azules, / cuando quiera robarnos el calor del hogar / y con pieles de búfalos un tapiz nos regale / y lo clave con discos de sonoro metal, / que el trabajo no es culpa de un Edén ya perdido, / sino el único medio de llegarlo a gozar”.  (“La epopeya del Pacífico”).  Uno de los protagonismos en “Alma América” está reservado a su naturaleza (a las punas, los ríos, los volcanes, cataratas, lagos y pantanos, se unen las figuras del cóndor, el caimán, los cocuyos y el maíz).  De un exotismo premeditadamente tropical, la naturaleza americana es transfigurada en la pluma grandilocuente de Chocano, dimensionada a lo exótico:…”Silencio y soledad… Nada se mueve… / Apenas, a lo lejos, en hilera, / las vicuñas con rápida carrera / pasan, a modo de una sombra leve. … Quién a medir esa extensión se atreve / sólo la desplegada cordillera / que se encorva después, a la manera / de un colosal paréntesis de nieve. /… Vano será que busque la mirada / … sin mariposas, pájaros, ni flores, / es una inmensidad deshabitada, / como si fuese un alma sin amores…” (“Las punas”).  Confundida con lo mítico:…  “Una vez bajó el cóndor de su altura / a pugnar con el boa, que, hecho un lazo, / dormía astutamente en el regazo / compasivo de trágica espesura. /… El cóndor picoteó la escama dura, / y la sierpe al sentir el picotazo, / fingió en el césped el nervioso trazo / con que la tempestad firma en la anchura. /… El cóndor cogió al boa; y en un vuelo / sacudiólo con ímpetu bravío, / y lo dejó caer desde su cielo. … Inclinó la mirada al bosque umbrío; y pudo ver que, en el lejano suelo, / en vez de boa, serpenteaba un río…”  (“La visión del cóndor”).  El otro protagonismo corresponde a la historia americana; todas las etapas se suceden en una fabulación procesal, en la que el auténtico contenido histórico, es a menudo sacrificado a la motivación formal, llegando incluso a convertirse en mero pretexto literario; Chocano con frecuencia abandona la búsqueda de la esencia histórica de cada etapa por interesarse más en la ornamentación, en la anécdota, en el rasgo particular… “Tejiendo anécdotas, en el rasgo particular… Tejiendo muelles danzas las indias van delante; / detrás, van los soldados de aspecto fulgurante; el inca, envuelto en oro simula una visión. /… y sobre aquel camino, que el sol aviva en llamas, / como lo hiciese un boa de fúlgidas escamas, / se va desenroscando la lenta procesión… (“La tierra del sol” – Imperio)… Los hombres de piel blanca, que a un épico sonoro / aguardan todavía para llenar su rol, / después que en dos le parten su Medialuna al moro, / consiguen con su espada cortar en cruz el sol. /… sorprenden en las huacas el clásico tesoro; / coronan la alta nieve ceñidos de arrebol; / y lavan las arenas de ese raudal de oro / que ilustra los dominios del César español” (“La tierra del sol” – Conquista)… “¡Vale un Perú! – y el oro corrió como una onda… / ¡Vale un Perú! – y las naves lleváronse el metal… / ¡Pero quedó esa frase magnifica y redonda, / como una resonante medalla colonial! /… Dijérase que el arca de un creso desfonda… / ¡oh edad de los virreyes, que nunca tuvo igual¡ / Se abren los ojos claros de la virreina blonda / y hace brillar sus piedras la mitra episcopal”. (“La tierra del sol” – Coloniaje)… “por el canal un día, cual desbandada tropa, / a las incaicas tierras vendrá la inmigración; / y el árbol de sus razas trasplantará la Europa / al bosque en que sus flecos sacude el Marañón. /… La sed de las grandezas se saciará en la copa / de esa  que fue El Dorado – fantástica región, / si el tren llega a la margen del río que galopa, / como un titán que empuña la cola de un dragón…” (“La tierra del sol” – República).  En los versos de “El cantor de América” nos encontramos con una América fabulada por su extraordinaria verbosidad y probada virtud imaginativa; no es poco el mérito de Chocano, en tan inusual empresa, por ello no causa asombro el que terminara convenciendo a toda una generación de ser el auténtico portavoz del espíritu latinoamericano. En “Alma América” encontramos la presencia reconciliada de dos razas, de dos culturas; en sus páginas hallamos frecuentemente símbolos de ambas, como muestra tangible de lo americano. Así por ejemplo, junto a la épica figura del caballo se eleva el majestuoso vuelo del cóndor igual que los tristes sonidos de la guerra se confunden con la alegre y risueña pandereta.  El mismo se asume como la conjunción de lo indígena y lo hispano:… ”La sangre es española e incaico es el latido; / ¡y de no ser poeta, quizás yo hubiese sido / un blanco Aventurero o un indio Emperador!” (“Blasón”).  La conjunción como en otros versos similares no es una síntesis integral;”  Chocano rescata lo que a su juicio es lo más preciado de ambos mundos; el orgullo de la nobleza inca y el espíritu aventurero del español, por eso estamos convencidos que Chocano está lejos de ser la expresión mestiza de América, lejos también de enfrentarnos a la realidad (con logros y miserias) de ambas, Chocano se pierde en su propia leyenda, en hacer que `´esta corresponda a la semblanza que presenta del continente”.  (“Aladino o vida y obra de José Santos Chocano”; Luis Alberto Sánchez).  Chocano es sin duda uno de los momentos más notables de la poesía peruana, y, representa además el tipo de intelectual de principios de siglo: individualista, voluntarioso, visionario, ungido para estar por encima de las necesidades de su tiempo y de su historia… “Fui el virrey, poeta luego.  Mi palabra tuvo flores: / dicté rimas, hice glosas y compuse un madrigal.  / Los jardines del Palacio celebraban tus amores / y hasta el río te brindaba con su copa de cristal. /… ya no soy aquel gran inca, ni aquel épico soldado, / ni el Virrey de aquel Alcázar con que sueles soñar tú… / Pero, ahora, soy poeta: soy divino, soy sagrado; / ¡Y más vale ser tu dueño que ser dueño del Perú!” (“Avatar”). En  el libro se desenroscan alrededor de seis mil versos que constituyen 115 composiciones, donde hay al menos 60 de éstas, en su mayoría sonetos, consagrados a “Los volcanes”, “Los lagos”, “La magnolia”, “La caoba”, “La orquídea”, “Los andes”, “El Cóndor”, “El sinsonte”, etc.  Los poemas de asunto típicamente indígena no alcanzan sino a una docena, sobre la conquista hay diez, acerca de España, otros diez, y de tema mixto, indo – español, casi todo “Evangeleida”.  Por otro lado, por lo menos cuatro de las composiciones de Chocano más celebradas entonces pertenecientes al ciclo de “Alma América”, están elaboradas sobre el patrón del “Nocturno” de Silva, que, a su vez, es eco formal de la fábula “La Mona” de Iriarte. Veamos algunos versos como forma de ilustrar lo sostenido:… “Suena el órgano / suena el ´`órgano en la iglesia solitaria / suena el órgano en el fondo de la noche / y hay un chorro de sonidos melodiosos en sus flautas que comienzan blandamente… blandamente / como pasos en alfombras, como dedos que acarician, como sedas que se arrastran”.  “·Elegía del órgano”)… “Los caballos eran fuertes. / Los caballos eran ágiles! / Sus pescuezos eran finos y sus ancas / relucientes y sus cascos musicales… / ‘Los caballos eran fuertes! Los caballos eran ágiles!”.  (“Los caballos de los conquistadores”)… “Epopeya de la muerte. / Cementerio de las armas. / Hoy las huecas armaduras, en que un día / los heroicos corazones palpitaban, / son apenas un tumulto de recuerdos / que se yerguen silenciosos a manera de fantasma. / Epopeya de la muerte. / Cementerio de las armas”. (“En la armería real” (… “Soy el alma primitiva, / soy el alma primitiva de los Andes y las Selvas / soy el ruido de las hojas en la noche, /que parece que en mis versos ensayara una orquesta”.  (“El alma primitiva”).  Ahora veamos un fragmento del famoso “Nocturno” de José Asunción Silva:… “y tu sombra / fina y lánguida / y mi sombra, / por los rayos de la luz proyectadas, / sobre las arenas tristes / de la senda se juntaba, / y eran una / y eran una / y eran una sola sombra larga / y6 eran una sola sombra larga… “Otro aspecto externo de la otra es la pertinacia de guarismos, que, en Chocano, asumen calidad poética, pese a su origen crematístico.  No olvidemos que el poeta fue profesor de álgebra en su juventud, y le quedó el sabor de los números, tan pitagórica como mercurialmente.  He aquí unos cuantos ejemplos extraídos de “Alma América”:…  “Las armas de DOS mundos y UN gajo de laurel” (“El amor de los andes”)… “  CUARENTA MIL esclavos abrieron el camino / del Cuzco a Cajamarca, por donde el inca va”.  (“La tierra del sol”)… “CUARENTA MIL aztecas con épico ruido” (“El chontal rendido”)… “DIEZ casacas lucían todas llenas de cruces” (“El palacio de los virreyes”)… “Estrepitosas grúas; naves de CIEN banderas, / mástiles de CIEN lonas, humos de CIEN hornazas”… (“Ciudad moderna”)… “en la primavera de CIEN mil destellos” (“Añoranzas”)… “tal es, como, a veces, DIEZ cabalgaduras” (“Pandereta”).  Si se agregara una estadística de los metales y piedras preciosas usadas por Chocano como punto de sus comparaciones, tendríamos una excelente nomenclatura de oro, plata, rubíes, topacios, diamantes, zafiros, berilos, sedas, brocados, rasos, etc., lo cual es, sin duda, muy “Modernista”.  El éxito de “Alma América” dependió en gran parte de la novedad de sus temas y de las insólitas comparaciones con las que su autor sacude en cada página al aturdido lector.  Tan seguro se halla él de su plenitud que, abominando su pena de su pasado literario, estampa en la introducciò9n del volumen la restallante frase: “Ténganse por no escritos cuántos libros de poesías aparecieron antes con mi nombre”.  En “Alma América” abundan la figuras literarias, principalmente las perífrasis, hipérboles, antítesis, paráfrasis, paradojas y otras más, que fueron los resortes literarios del romanticismo.  Vemos algunos ejemplos: ANAFORA:…”Cuando corten el nudo que Natura ha formado, / cuando entreabran las frases del sediento canal, / cuando al golpe de vara de un Moisés en las rocas…”… “Ese Pizarro, el de la frente erguida. / Ese Cortés: el del cabello undoso. / Pasa Alvarado en su corcel nervioso; / Valdivia lleva el suyo de la brida”… “y bajó con fácil trote, / los peldaños de los Andes, / cual por unas milenarias escaleras que crujían bajo el golpe de los cascos musicales… / ¡Los caballos eran fuertes! / Los caballos eran ágiles!”… “Me parece ver al rostro galopando por delante, / me parece oír tu nombre resonando en el cañón.  METAFORA:… “Quedó la cruz como argentado broche, / que en la punta de un velo resplandece, / dejando ver radiantes simbolismos, / … y hoy, sobre el terciopelo de la noche, / en la profunda oscuridad, parece / la condecoración de los abismos...” (Las cataratas del Niágara) son “la flotante melena enmarañada / de un león enjaulado en el abismo”…  (Las punas) son “sin mariposas, pájaros, ni flores, / es una inmensidad deshabitada, / como si fuese un alma sin amores”… “porque así son en la montaña andina, / el río una serpiente que camina / y el lago una serpiente que se enrosca”… (El  río)  “Cual tropel de ovejas / que va dejando en las filudas rocas / enredado el vellón de sus espumas…”  “la selva tropical que por frondosa / finge la cabellera de una hermosa, / de día, entre penumbras se recara, / y, de noche, sujeta su peinado / con un fulgor de luna, atravesado, / como si fuera un alfiler de plata”… “el pantano, cubierto de maleza / es como un vicio entre el pudor de un traje”… (Las orquídeas) son “caprichos de cristal, airosas galas / de enigmáticas formas sorprendentes / enterrados de punta en los abismos”.  “con pie de acero y corazón de brasa / irá el tren por lejanos horizontes, / que superpuestos túneles traspasa / como una aguja que cosiera montes”… “cada volcán levanta su figura, / cual si de pronto, ante la faz del cielo, l/ suspendiesen el ángulo de un velo / dos dedos invisibles de la altura”… “Lloran las cumbres lágrimas de hielo, / que corren por las trágicas pendientes / y van formando en su camino fuentes / enamoradas del azul del cielo”. SÍMIL:… “y que giren las rimas como ruedas veloces; / y que caigan los versos como varas de riel”..., “sobre el fango se tiende la verdura / como sobre un dolor una esperanza”… “y sobre el horno aquél contrasta el hielo, / cual sobre luna pasión un alma dura”… “fue acercándose ella cual la Amada al Esposo, / con un modo tan suave, con un paso tan lento, cual si fuese un perfume que flotase en el viento” POLISINDETÓN: … “porque el misma y la fiebre y el reptil y el pantano / le hundirán  en la tierra, bajo el fuego del sol”… “sus pescuezos eran finos y sus ancas / relucientes y sus cascos musicales…”…”-¡No! No han sido los guerreros solamente, / de corazas y penachos y tizonas y estandartes, / los que hicieron la conquista / de las selvas y los Andes”… “porque es pura y es blanca y es graciosa y es lee, / como un rayo de luna que se cuaja en la nieve / o como una paloma que se queda dormida…” POLIPOTE:… “No podrá ser la raza de los blondos cabellos / lo que al fin rompa el Istmo… Lo tendrán que romper / veinte mil antillanos de cabezas oscuras, / que hervirán en las brechas cual sombrío tropel”… “Déjame ‘oh cóndor! En mi selva umbría; / que a la par que tu vuelo se retuerza, / retorcerá mi canto su armonía”… “te detienes un punto, y, al fin, caes sin vida: / caes como cayese la esperanza perdida”… “ y yo no sufro por mí: yo sufro / por lo que sufre la consternada Naturaleza”… “Río con tus risas, peno con tus penas”.  EPÍTETO: … “Estamparon sus gloriosas herraduras en los ecos pedregales, /… “Desconfiemos del hombre de los ojos azules, / cuando quiera robrarnos en los húmedos pantanos”… “vano será que busque la mirada / alegría de vívidos colores, / en la tristeza de la puna helada” … “y enronquecidos lobos desde luna y otra orilla, ll/ hacen sonar sus gritos sobre la noche oscura” ELIPSIS:… “todos tienen menos alma, / menos fuerza, menos sangre, / que los épicos caballos andaluces”… “Fue Yupanqui. Nuestros Andes me brindaron con su nieve, / los cóndores con sus plumas, las alpacas con su pie”… “y, entre tanto clamor de madriguera, / croar de rana y ulular la fiera, / mi flauta es un dulcísimo consuelo”.  SINECDOQUE:…  “Desconfiemos del hombre de los ojos azules, / cuando quiera robarnos al calor del hogar”… “Tal como es a veces diez cabalgaduras / trotan por tus tierras y por tus llanuras, / bajo el peso a plomo de aplastante sol”. REDUPLICACIÓN:… “Como un supremo arranque de heroísmo, / brinca el tropel de espuma alborotada, / de peñón en peñón, de grada en grada, y revienta en perpetuo cataclismo:… “Las olas ladran… ladran… en los abruptos flancos, / y envueltas en espumas, parecen perros blancos / contra los lobos negros en las riberas solas /… y el barco sigue… sigue…; y, al proseguir de frente, / como iban separándose ante Moisés las olas, / se van también abriendo la tierras lentamente”… “Bajo sus pies, tres días hizo crujir el sendero; / y estuvo andando… andando… y andando se durmió…” “y en el silencio con que la tarde / en el profundo valle bosteza, / una campana, con lento doble, con lento doble, / como el chasquido de dos cristales límpida suena”.  RETRUECANO:… “y entonces finge, en la nocturna calma, 7 soplo del alma convertido en viento, / soplo del viento convertido en alma…”  ASINDETÓN:… “en las pampas, en las sierras, en los bosques y en los valles”.  ADJUNCIÓN:… “Soy el cantor de América autóctona y salvaje. / mi lira tiene un alma, mi canto un  ideal”.  HIPERBATÓN:… “Por el Canal un día, cual desandada tropa, / a las incaicas tierras vendrá la imaginación; / y el árbol de las razas trasplantará la Europa / al bosque en que sus flores sacude al Marañón”… “porque la raza al borde del Marañón nacida / penetrará cien años en la futura vida, / ¡como penetra el río cien leguas en el mar!”… “El capitán osado navega en la insegura / noche del mar.  Su barco, de crujidora quilla, / que ve, de pronto, abierta la trágica cuchilla / de un monte en dos partidos, por ellas se aventura”… “En el bosque, de aromas y de músicas lleno, / la magnolia florece delicada y ligera, / cual vellón que en las zarzas enredado estuviera / o cual copo de espuma sobre lago sereno”…”Pláceme a un tiempo mismo los frutos y las flores: / el concentrado jugo, la perfumada esencia; / y en mi canción por eso, de múltiple cadencia, / están todas las gracias y todos los vigores”.  HIPERBOLE:… “Ni un ave / vi pasar por encima de silencio tan grave, /¡oh, qué paz! Ni una hoja se movió en la arboleda. /… Un caballo corriendo y una gran polvareda… “CONCATENACIÓN:… “ya todos los caciquees probaron el madero. /-¿Quién falta?- y la respuesta fue un arrogante: ¡yo! / - ¡yo!- dijo, y, en la forma de una visión de Homero, / de fondo de los bosques Caupolicán surgió” PROSOPOPEYA:… (El río Magdalena)” y los párpados cierras blandamente, / mientras que tus palmeras te abanican / y tus olas te mecen como hamacas…”  ANTÍTESIS:…”Amo la elegancia de tus bandoleros, / una mitad zafios y otra caballeros”.  PARADOJA:… “-¿En dónde está el tesoro?- clamó la vocería; / y respondió un silencio más grande que el tropel…” ENUMERACIÓN:… “espeso carrizal, flores de encaje, / viento que arrulla, abismo que bosteza, / el pantano es un sueño de pereza / que duerme el fango en medio del boscaje…” …“Año tus balcones llenos de macetas / y las coplas tristes con que tus poetas / pulsan la guitarra y hacen el amor: / la sospecha muda, la venganza mora, / el galán furtivo, la mujer traidora / y el puñal desnudo de su matador”...  “vetustas casas; rechinantes puertas; / colgaduras de musgo en los tejados; / escombros contra escombros recostados; / y, dormidas al sol, plazas desiertas”.  Como hemos podido observar en los cuantiosos ejemplos dados, Chocano, a pesar de su frecuente repentismo en la elaboración de poemas, posee un don imaginativo insólito, que le permite crear versos imperecederos. Su vida aventurera tuvo un sino trágico.  Todo parece empezar con el litigio que sostuvo con el joven poeta Edwin Elmore Letts, quien golpeó al poeta, el cual en rápida reacción descerrajó un tiro sobre su atacante causándole la muerte tres días después; el desenlace fatal ocurrió en el diario “El Comercio”, el 31 de Octubre de 1925. Chocano escribiría posteriormente “… entiéndase que ni mi lamentación tiene por qué hacerse arrepentimiento, ni de ser agredido humillantemente otra vez dejaría yo de defenderme con mis puños, con mi bastón,. Con mi revólver, con cuantos medios y elementos encontrara a mi alcance…” (“El libro de mi proceso”; Obras completas, pág1095. Editorial Aguilar).  Después de dos años de prisión, vendría su viaje a Chile, donde se enredaría en la búsqueda de un tesoro con varios inversionistas, entre ellos, Martin Bruce Badilla, un perturbado mental, quien lo asesinaría el jueves 13 de Diciembre de 1934.  Sus restos alojados en el mausoleo de la familia Barzzelatto, de Chile, fueron repatriados el 14 de Mayo de 1965.  Con honores de ministro, el día 15, en que habría cumplido noventa años, el poeta fue trasladado al cementerio “Presbítero Matías Maestro”.  El sarcófago fue depositado en una tumba especialmente preparada para que pudiera descansar, como lo dijera en su poema “Vida náufraga”, publicado el 8 de Junio de 1913; “en un metro cuadrado” y “de pie”:… “Busco obstinadamente sólo un metro cuadrado / de tierra, en que los hombres me dejen levantar / una torre muy alta, como nadie ha soñado… / y cuando al fin lo encuentro, la vida me echa al mar /…Este metro cuadrado, que en la tierra he buscado, / vendrá tarde a ser mío, muerto, al fin lo tendré, / yo no espero ya ahora más que un metro cuadrado / donde tengan, un día que enterrarme de pie”.



SIMBÓLICAS


Recuerdo los juguetes de mi niñez. Componía con ellos cortes egipcias y rimaba versos acompasados a mis faraones de colores, me alucinaba lo lejano y era mi anhelo poetizar, en algún arte, la añoranza de la primera música y del primer paisaje que me tocaron con su sueño y su alegría.  Recuerdo mis paseos con Chocano por la ciudad ruinosa, las vírgenes del malecón y de las rocas nos atraían en un ideal; él les decía versos festivos en esas tardes rosáceas.  Una noche le leí una balada y Chocano me mostró la poética estrella. Siempre me acompañó la animación familiar, o amistosa (…L) animado por estos amigos grandes y por el maestro González Parada edité “Simbólicas”…”  (“José María Eguren, Obras completas: Reportajes, recuerdos y conversaciones”; Ricardo Silva – Santisteban).  Así ha narrado José María Eguren rodríguez, en una hermosa página, cómo fue su iniciación poética.  Nacido en Lima el / de Julio de 1874, Eguren publica en 1911, su primer libro, “Simbólicas”, dedicado a la memoria de su hermano Jorge Luis Eguren.  El descubrir y crear universos es una de las facultades que desde siempre se le ha reconocido a la poesía y al arte en general.  En el Perú, Eguren representa la conjunción de ambas facultades, es descubierto y demiurgo.  Crea un universo misterioso y mágico, hasta entonces desconocido en nuestras letras, a partir de elementos que va descubriendo en un proceso de descotidianización, de sacralización de términos, que en apariencia, no tenían natural dimensión poética (por ejemplo: los nombres de los metales, como el cadmio, el acero etc.)  La actitud del demiurgo bíblico también está presente en Eguren, tiene la imagen pre conceptual del mundo por crear y crea a su vez los colorees, los sonidos, los personajes que han de poblar ese mundo… “La dama i, Vagarosa / en la niebla del lago, / canta las finas trovas U/… va en su góndola encantada / de papel, a la misa / verde de la mañana” (“La dama i”)… “suena trompa del infante con aguda melodía… / La farándula ha llegado de la reina Fantasía; y en las luces otoñales se levanta plañidera / la carroza delantera”.  (“Marcha fúnebre de una Marionette”)… “gongolloroso y extraña barcarola, / del rosado país ensueño letal, / la obscuridad nos dicen de la amapola / que se inclina y cierra en el carmín cristal”.  (“¡Sayonara!”)… “Del bosque las auras venían acedas, / llegaron las luces de ensueño opalinas, / a Eroe yacente, nos dicen los Eddas, miraban llorosas las nobles encinas”) (“Eroe”).  “Brunas lejanías… / batallan las torres / presentando / siluetas enormes. / … Áureas lejanías… / las torres monarcas / se confunden / en sus iras llamas”.  (“Las torres”)… “con dulces begonias / danzaban las mimas, con las ceremonias / de las pantomimas / … Azul, amarillo / el rostro pintado; / y al talle el cintillo / celeste dorado” (“Lis”)  Con frecuencia se ha hablado del exotismo presente en la poesía de Eguren.  Este exotismo no tiene la gratuidad de la pura exigencia formal, sino que corresponde a una búsqueda por alcanzar la transcotidianidad, por trascender los límites de la racionalidad o de la subjetividad sentimental.  Este exotismo apertura el lenguaje hasta constantes metafísicas presentes en el hombre (el problema de la libertad, la muerte, el miedo al no ser, el ser con los otros, etc.)  El universo construido por Eguren a través de este original lenguaje, es nebuloso, misterioso, amable y terrífico, en ocasiones extraño para una naturaleza fría, racional y lógica.  La contemplación de esta creación necesita de un espectador especial, no puede ser el simple lector habituado a versos explicativos, es necesario un espectador, un oyente, un actor dispuesto a completar con una nota, una pincelada o un arrebato del alma, el universo sugerido por Eguren.  Nuestro poeta hierofante nada nos explica de su obra, si aceptamos con los griegos- que las verdades nos sólo se demuestran sino se muestran, estaríamos ante verdades mostradas, y más que mostradas, sugeridas.  Heredero de la tradición baudelariana y simbolista, une a ella la originalidad del paisaje nativo, la riqueza de la mitología nórdica, la magia de los términos inventados adoptado o recobrados para la poesía:… “Yo soy la walkyria, que en tiempos guerreros, / cantaba la muerte de los caballeros. /… Mis voces obscuras, mi suerte lontana, / mis sueños recorren la arena germana”.  (“La Walkyria”)… “Del parterre en la roja banca / brilló con las dos señas, / que la tumba asiria, blanca; son vesperales dueñas”.  “”Las señas”)… “Las de cobalto figulinas galantes /  loca rondinela fingen sin cesar” / y de Watteau las pinturas elegantes / y camafeos semejan bostezar”.  (“¡Sayonara!”)… “la música rompe de canes y leones / y bajo chinesca pantalla amarilla / se tuercen guineos con sus acordeones”.  (“Las bodas vienesas”)… “y a los pórticos y a los espacios / mira la novia con ardor:… / son sus ojos dos topacios / de brillor”. (“El Duque”)  El metalenguaje cincelado por Eguren enfatiza novedosas correspondencias simbólicas enfatizando este interés en la simbología cromática  y de personajes, creando incluso una correspondencia entre ellos, así por ejemplo, generalmente el rojo, amarillo o morado son usados para delinear seres fantásticos; el azul o verde, para abstraer lo material, para idealizar los objetos:… “Desde la aurora / combaten dos reyes rojos, / con lanza de oro, /… Por verde bosque / y en los purpurinos cerros / vibra su ceño”. (“Los reyes rojos”)... “Soy flor venenosa de pétalo, / brotada en la orilla del negro Danubio” (“La Walkyria”)…”un beso a la blonda / - la de ojos morados- / y siga la ronda / de tiempos pasados” (“Lis”)…  “hoy el sol tamizan los glasés azules / del delicioso camarín de Mignon, / sobre campánulas, pintorescos gules / y muñecas de comprimido cartón” (“Sayonara!”)  Se ha llamado a Eguren un poeta hermético, pero a mi juicio es más bien un poeta hermético, pero a mi juicio es más bien un poeta  hermenéutico; No es un universo cerrado e intransitable el que sugiere esta atmósfera nebulosa,  musical e infantil; pienso que es una pista para hallar ese mundo de ensueño con serias pesadillas metafísicas.  La atmósfera nos sugiere un acercamiento de puntillas sobre nosotros mismos a fin de llegar a esa región subjetiva desde donde el mundo externo es visto a partir de la profundidad subjetiva del propio huyo, desde donde la naturaleza es vista como un inmenso bosque que de símbolos en correspondencia con nuestra subjetividad.  Los personajes que habitan este nebuloso universo, en ocasiones trascienden al símbolo único para adquirir tonalidades de polivalencia semiótica, con ese enriquecimiento crece la autonomía del personaje que en el transcurrir de un poema desenvuelve parte de su personalidad.  A continuación comentaré algunos de los poemas de “Simbólicas”, eligiendo aquellos donde se evidencia una de las preocupaciones fundamentales en la poética de Eguren: la muerte.  La muerte que aparece como final, y en ocasiones como tránsito, inspira miedo, otras veces resignación, e inclusive remordimientos.  La actitud de Eguren frente a ella no es la misma en todos los versos, sin embargo, con frecuencia hace referencia a una muerte biológica, elevada luego a una dimensión metafísica,; un buen ejemplo es el poema “El Duque”, donde el protagonista tiene un proyecto por cumplir: se casará con la hija del Clavo de Olor: …. “Hoy se casa el Duque Nuez; / a la una, a las dos, a las diez; / que se casa en Duque Primor / con la hija de Clavo de Olor”.  Ambos personajes estarían simbolizando la fantasía, la ilusión, la esencialidad humana de elaborar proyectos.  Tras describir el cortejo que acompaña a la novia y comparte con ella su ansiedad, Eguren nos sorprende con estos versos:… “¿Quién al gran Duque entretiene? / ¡Ya el gran cortejo se irrita! / Pero el Duque no viene; / se lo ha comido Paquita”.  Paquita es un personaje intertextual (aparece en otros poemas) que estaría simbolizando la realidad, una realidad adversas a los sueños, a las ilusiones, a los proyectos humanos.  Al leer este poema quedamos con el sabor de pensar la vida como un constante preparativo de algo que nunca alcanzamos, algo que sería desbordado por la realidad, algo que nos hará sentir la vida como una constante frustración.  La misma sensación nos invade al leer el poema titulado “El Dominio”.  La soledad del protagonista ha sido acompañada por presencias ausentes; el proyecto de cena se sabe imposible al acto, desde el comienzo, sin embargo, la tenacidad del protagonista pugna por librarse del no ser, de la muerte… “Alumbraron en la mesa los candiles, / moviéronse solos los aguamaniles, / y un dominó vacío, pero animado, / mientras ríe por la calle la verbena, / se sienta, iluminado, / y principia la cena”.  El no – ser ( que es una forma de ser de la muerte) consigue imponerse, dejando frustrado el proyecto de cena del dominó, quien al ceder a la muerte se presenta como deudor, como vida que al extinguirse asume y declara su culpa en una oración, culpable pero conciliatoria:…” y luego en horror que nacarado flota / por la alta noche de voluntad ignota, / en la luz olvida manjares dorados, / ronronea una oración culpable, llena, / de acentos desolaos / y abandona la cena”.  La muerte a veces es temida y otras es esperada por nuestro grácil poeta nefelibata.  Así por ejemplo, en “La tarda”, la muerte está representada por una mujer de extraña belleza, indolente, carente de mirada para ver al poeta que la nombra y, más que nombrarla, la invoca en un momento en el que se muere de tristeza:… “y con sus epitalamios rojos, / con sus vacíos ojos, / y su extraña belleza / pasa sin ver, por la senda bravía, / sin ver que hoy me muero de tristeza / y de monotonía”… “va a la ciudad que duerme parda, / por la muerta avenida, / y sin ver el dolor distraída / la tarda”.  Ya el título del poema sugiere la intención del poeta. “La Tarda” es la muerte, la esperada, la consoladora.  En esta imagen no podemos olvidar la “Leyenda de las tres madres” (Mater Lachrymarum. Mater Suspiriorum y Mater Tenebrarum), cuya referencia la hallamos en Baudelaire.  La representación de la muerte en Eguren no siempre va acompañada de un entorno doloroso sino que el marcado en el cual ella aparece, puede ser también la risa o los juegos.  En “El Pelele”, la muerte va invadiendo con forma concéntrica  la figura del muñeco; este agoniza entre las irresponsables y  pueriles risas de graciosas niñas y, es precisamente de estas manifestaciones festivales que le llega la muerte: ….  “Las princesas rubias pasaron el día / cantando placeres con la tristesías / en la róndamela de la juventud; / y en el gorigori llevando sin duelo, / el pobre pelele caído en el suelo / el triste ataúd”.  Otro de los rasgos sugestivos de la concepción de la muerte en Eguren consiste en caracterizarla como un especial forma de vida, melancólica y celeste, serena y armoniosa, tal como se aprecia en “Marcha Noble”:… y las rubias vírgenes muertas, / del castillo ducal no lejos / y de las brumas en el fondo; / vestían sus celestes lágrimas”.  Eguren inauguró en la literatura peruana una nueva concepción de la palabra poética, seleccionando cuidadosamente su vocabulario y excluye las voces de elocución desagradable o de significación prosaica como es el caso de “Nez” por “Nariz”.  Además acopió voces desconocidas y nuevas con las que enriqueció su lenguaje poético y con las cuales intenta superar cierta insuficiencia lexicológica del castellano.  Haciendo una clasificación de esos aportes tenemos: a) usa y remoza vocablos desusados o arcaísmos, flabel, prísago, precito, alcor, leda, pontino, felice, ténebre, fusca, etc.  B)  incorpora regionalismos peruanos o americanos: colca, pancal, garúa, boje, huaca, etc.  C) usa y crea neologismos: retamal, zacuaral, (que son colectivos), ciertas sustantivaciones como nados, nébulos o algunas adjetivaciones como coloreal, dúlcida, pupilona, etc.) elabora otros derivados: tristesía, tritura, tristor de (triste), celestía, celestial (de celeste), creando así nombres nuevos.  D)  adapta y adopta extranjerismos; nez, sonela, Sayonara, estanza, coboldos, etc.  E)  usa sin castellanizar, palabras extranjeras, Marionette, reverie, parterre, fanciulla, etc.  F)  crea nombres de invención absoluta:  Danira, vida vana, mandón mandín, pero-bobo, polinaca, etc.  El efecto poético de la yuxtaposición sustantival, que equivale a una figura literaria que entraña efectos metafóricos, adquiere carácter muy peculiar en el léxico egureniano.  Alma tristeza (en el poema del mismo nombre), niña flor (“Antigua”), nube harmonía (“Las niñas de luz”), mariposas fotos (“Canción cubista”), hetaíras flores (“Nubes de antaño”), iras llamas (“Las torres”)  En cuanto a la versificación Eguren utiliza versos de toda medida desde 2 a 18 sílabos; metros binarios, ternarios y cuaternarios, y la insistencia en estrofas de 2, 3, 4 y 5 versos.  Veamos algunos ejemplos de “Simbólicas”: combinaciones heterogéneas de 12 y 7 sílabas con rima consonantes”…  “Su claro antifaz de un amarillo frío da los espantos den derredor sombrío / esta noche de insondables maravillas, / y tiene vagas, lucífugas señales / a los vasos, las sillas / de ausentes comensales”.  (“El Dominó”); de 12 a 6 sílabas con rima consonante. …  “Las princesas rubias al triste pelele, / festivas marcan en cada ronda; / y loco se duele, / veloz acompasa la giba redonda / y los cascabeles, la turbia mirada / la nez purpurada”.  (“El Pelele”), de 6, 10, 12 sílabas con rima consonante alternada: …”En la casa de las bagatelas,, / vi un mágico verde de rostro cenceño, / y las cicindelas / vistosas le cubren la barba de sueño” “Las bodas vienesas; de 5 y 7 sílabas con rima consonante y asonante: … Así le canta a Nora / su triste abuela; /En tu juego no sigas / por dehesa; / que en su beleño / soñarás con el hombre / de torvo sueño” (“Nora”).  En cuanto a la estrosificación, tenemos: Dísticos o consonantes en versos dodecasílabos:… “Lanza el oboe vespertina queja; / y vagamente la virtud se aleja” (“Ananke”); serventesios dodecasílabos:…  “Del bosque las auras venían acedas, / llegaron las luces de ensueño opalinas. / a Eroe yacente, nos dicen los Eddas, / miraban llorosas las nobles encinas”.  (“Eroe”), cuartetas hexasílabas:… “Con dulces begonias / danzaban las mimas, / con las ceremonias / de la pantomimas… azul, amarillo / el rostro pintado; / y al talle el cintillo celeste dorado”.  (Liz”).  En “Simbólicas”, como en buena parte de la poesía de Eguren, transcurren sus bellas imágenes:… “Y al compás de los címbalos suaves”; “El toque principia de las tarantelas / las danzas caídas y las paralelas”; “y hablaban las bellas melodiosas / pero no se oían sus palabras. / Así, su memoria me atraía / las bebidas de Mendelssohn claras”;  “El motete callado / anuncia en el crucero noche yerta”;  “Pasas, luego, alas sordina, / peregrinos lacayos”;  “y en la racha que sube a los techos / se pierden, al punto, las muchas señales”: “El silencio cunde / las elfas vagan”; “La amarilla corneja llora en la nieve / y en un sueño fenece su grito alado; / hoy seguir la comparsa nadie se atreve / porque aquella alegría no ha regresado”.  En cuanto al uso de figuras literarias, las más usuales en Eguren son las siguientes   : PROSOPOPEYA:… “En la sima / de la obscura guerra, / del mundo ciego”… “Las lámparas me miran otra vez; en el templo hay una fosa… “La bella cantaba, / y el florete durmióse en la armería / sangrando la piedad de la inocencia”… “Y de Watteau las pinturas elegantes / y camafeos semejan bostezar”… “De fronda triste me han llamado, / ¡dulce horror!  Las dos señas; / y hay un peligro desolado / en las flores risueñas”… “Gime el bosque, / y en la bruma hay rostros desconocidos / que contemplan el árbol morir”.  REDUPLICACIÓN: …. “y el rey adorado de barba de acero, / su padre la llama con queja amorosa, / y un llanto de fiera, un llanto sincero / se pierde en la duna de Islandia brumosa”… “No valen, no valen las duras corazas / y los guanteletes, las picas, las mazas”… “los corvados, los bisiestos / clan sus gestos, sus gestos; / y la turba melenuda / es… “¡Pobre, pobre Marionnette que la van a sepultar!”… “¡No hagáis ruido!; / se diría, se diría / que la pobre se ha dormido”… “y rígidas, fuertes las tías Amelias, / y luego cojeando, cojeando la novia; / la luz de Varsovia”.  ANIMISMO:…”Allí, van sobre el hielo las figurantas / sepultando en la bruma su paramuere, / y el automóvil rueda con finas llantas / y los ojos se exponen al viento aleve”… “Ella, del esqueleto madre, / el puente baja, inescuchada / y antes que el rondín ladre / a la alborada, / lanza ronca carcajada”… “y con tamiz celeste / y al luminar de hielo, / pasan tristemente / los bajeles muertos”… “y en su ruta va cogiendo / las dormidas umbelas / y los papiros muertos”… “y tus ojos / el fantasma de la noche olvidaron, / abierto a la joven canción”.  ONOMATOPEYA:… “Pica, pica / la metálica peña / Pedro de Acero”… “En la trocha aúlla el lobo / cuando gime el melodioso parobobo”… “Suena trompa del infante con aguda melodía”.  PARADOJA:… “La noche pasada, / y al terror de las nébulas, sus ojos / inefables reían la tristeza”. HIPÉRBATON:… “Las ancianas cigüeñas / que en ella paran, / de los muertos señores / a veces hablan”… “La muda palabra / en la mansión culpable se veía, / como del Dios antiguo la sentencia”.  SINESTESIA:.. “Su claro antifaz de un amarillo frìo9 / da los espantos en derredor sombrío”… ¡Háblame Hesperia! / oigo tu aliento frío”… “Los sueños rubios de aroma / despierta blandamente”.  EPÍTETO:… “Por verde bosque / y en los purpurinos cerros / vibra su ceño”… “La funesta falta / descubrieron los canes, olfateando / en el viento la sombra de la muerte”.  EPANADIPLOSIS:”Blondo el día / y el compás de la guzla lejos, muy lejos”.  METÁFORA:… “En la costa brava / suena la campana, y se vuelven las naves, al panteón de los mares”.  ALITERACIÓN:… “Reír te miro, con tu sonrisa clara, / entre exóticos juguetes de cartón”.  ANÁFORA:… “y margraves de vieja Germania / y el rútilo extraño de blonda melena, / y llega con flores azules de insania / la bárbara y dulce princesa de Viena”.  OBSTENTACIÓN;… “cierra tus ojos niña:… ¡entonces muere! / Yo no debo morir.  Dios no me quiere!”.  Eguren murió el 19 de Abril de 1942, sumido en la miseria que siempre lo había perseguido.



SIETE ENSAYOS DE INTERPRETACIÓN
DE LA REALIDAD PERUANA


Obra del insigne ensayista peruano José Carlos Mariátegui La Chira, “El Amauta”, nacido en Moquegua el 14 de junio de 1894.  Este es el libro cenital del genio de Mariátegui, y que constituye una obra fundamental en el conocimiento cabal del Perú.  Desde su aparición hasta nuestros días, es el más leído de cuántos libros peruanos se conocen, Mariátegui aplica en su interpretación, la tesis marxista, lo cual advierte el autor sinceramente.  Con la misma hidalguía declara que su aprendizaje lo hizo en Europa; agregando. “Y creo que no hay salvación para Indo-América sin la ciencia y el pensamiento europeos u occidentales” (“7 ensayos de Interpretación de la realidad peruana”; pág. 12).  En este libro Mariátegui manifiesta su anhelo de contribuir a la creación del socialismo peruano. Cual sugiere su título, son siete ensayos enjundiosos acerca de los problemas nacionales que reclamaban –aún reclaman- perentoria solución. Como puede observarse, resulta de primerísima prioridad lo concerniente al problema económico, cuya evolución analiza desde el imperio incaico hasta la República.  La obras está dividida en los siguientes capítulos:

I.        ESQUEMA DE LA EVOLUCIÓN ECONÓMICA: En este primer ensayo Mariátegui analiza el proceso socio-económico peruano partiendo de la economía colonial a la que percibe como una compulsiva escisión histórica que tuerce antinaturalmente la espontánea y fecunda economía incaica.  El incario había desarrollado una economía socialista, el trabajo colectivo tenía un carácter decididamente agrario, con fines sociales en su realización, sobre esta base, al economía feudal implantada por los conquistadores resulta ajena al devenir histórico de estos pueblos, iniciándose así una dualidad entre lo oficial impuesto y lo natural indígena negado.  La colonia utilizó el trabajo colectivo indígena como trabajo forzado en las minas, descuidando la agricultura y las obras de carácter público. “Los conquistadores no se ocuparon casi sino de distribuirse y disputarse el pingüe botín de guerra.  Despojaron los templos y los palacios de los tesoros que guardaban; se repartieron las tierras y los hombres, sin preguntarse siquiera por su porvenir como fuerzas y medios de producción. (…)  Los españoles empezaron a cultivar el suelo y a explotar las minas de oro y plata. Sobre las ruinas y los residuos de una economía socialista, echaron las bases en una economía feudal” (Edic. Cit, Ibídem; pág. 14).  Llega el momento en que el esquema virreinal sofrena las inquietudes comerciales de las colonias (o mejor de la clase dirigente, de los criollos); la independencia surge así como una respuesta a las necesidades del desarrollo capitalista de la civilización occidental.  La República por ello no logra articular la escisión producida por la conquista, pues, no obedece a los intereses de las mayorías nacionales.   El carácter del Perú como exportador de materias primas y consumidor de lo manufacturado habíase iniciado en la colonia y se va acentuando cada vez más en la república; la dependencia con el capital extranjero no cede ni siquiera ante la aparición  de nuevos rubros de riquezas naturales (tales como el guano y el salitre); por el contrario, con ello se ahonda el carácter centralista, costeño y dependiente de la economía peruana. “Apuntaré una constatación final: la de que en el Perú actual coexisten elementos de tres economías diferentes.  Bajo el régimen de economía feudal nacido de la conquista subsisten en la sierra algunos residuos vivos todavía de la economía comunista indígena. En la costa, sobre un suelo feudal, crece una economía burguesa que, por lo menos en un desarrollo mental, da la impresión de una economía retardada”. (Edic. Cit, Ibídem; pág. 28). 

II.        EL PROBLEMA DEL INDIO: “Todas las tesis sobre el problema indígena, que ignoran o eluden a éste como problema económico – social, son otros tantos estériles ejercicios teóricos, -y a veces sólo verbales-, condenados a un absoluto descrédito.  No las salva a algunas su buena fe.  Prácticamente, todas no han servido sino para ocultar o desfigurar la realidad del problema” (Edic.  Cit, Ibídem; pág. 35).  Mariátegui concibe el problema del indio no como un asunto racial, administrativo, jurídico, educativo o eclesiástico, sino como un problema sustancialmente económico cuyo origen está en el injusto régimen de propiedad de la tierra, en el gamonalismo; mientras subsista esta forma de propiedad todo intento por solucionar el problema del indio quedará disuelto en la estéril denuncia lírica o en la prédica oportunista e inconsecuente.  Terminar con el gamonalismo, con la feudalidad, significa devolver más que tierras; significará para la raza desposeída su redención histórica, la recuperación de su esencialidad moral y su auténtica integración a la vida nacional. “La solución del problema del indio tiene que ser una solución social.  Sus realizadores deben ser una solución social.  Sus realizadores deben ser los propios indios.  Este concepto conduce a ver en la reunión de los congresos indígenas un hecho histórico.  Los congresos indígenas, desvirtuados en los últimos años por el burocratismo, no representaban todavía un programa; pero sus primeras reuniones señalaron una ruta comunicando a los indios de diversas regiones.  A los indios les falta vinculación nacional.  Sus protestas han sido siempre regionales.  Esto ha contribuido, en gran parte, a su abatimiento.  Un pueblo de cuatro millones de hombres, consciente de su número, no desespera nunca de su porvenir.  Los mismos cuatro millones de hombres, mientras no son sino una masa inorgánica, una muchedumbre dispersa, son incapaces de decidir un rumbo histórico” (Edic.  Cit, Ibídem; pág. 49). 

III.        EL PROBLEMA DE LA TIERRA: El siglo XVIII europeo se caracterizó por el fortalecimiento y ascensión al poder de la clase que desplazó y liquido el feudalismo: la burguesía; la revolución francesa fue incontrastablemente una revolución burguesa.  La revolución de la Independencia “encontró al Perú retrasado en la formación de su burguesía (…) el caudillaje militar era el producto natural de un período revolucionario que no había podido crear una clase dirigente”; con el militarismo se robusteció la aristocracia latifundista retardando el surgimiento de una vigorosa burguesía urbana.  El latifundio de la costa difiere del latifundio serrano, el costeño ha evolucionado hacia modos y técnicas capitalistas, en tanto que el de la sierra ha conservado íntegramente su carácter feudal resistiendo a la transformación industrial y capitalista; aún así no ha logrado destruir la comunidad indígena ni conformar una clase dirigente.  El latifundio costeño cada vez más ligado al capital extranjero ha preferido desplazar los tradicionales cultivos alimenticios por el cultivo de algodón de exportación, ello es una de las causas del encarecimiento de las subsistencias en las poblaciones costeñas, iniciándose así un círculo vicioso de importación de alimentos y exportación de materias primas.  “La economía del Perú, es una economía colonial (…) nuestros latifundistas, nuestros terratenientes, cualesquiera que sean las ilusiones que se hagan de su independencia, no actúan en realidad sino como intermediarios o agentes del capitalismo extranjero”. 

IV.        EL PROCESO DE LA INSTRUCCIÓN PÚBLICA: “Tres influencias se suceden en el proceso de la instrucción en la república: la influencia o, mejor la herencia española, la influencia francesa y la influencia norteamericana.  Pero sólo la española logra en su tiempo un dominio completo.  Las otras dos se insertan mediocremente en el cuadro español, sin alterar demasiado sus líneas fundamentales”. (Edic.  Cit, Ibídem; pág. 105).  De lo anterior, Mariátegui infiere que la educación nacional carece de un espíritu auténticamente nacional y que en verdad la alienta un espíritu colonial y colonizador.  En los primeros momentos de la conquista, los españoles que llegaron a estas tierras fueron aventureros con espíritu medieval, afianzada en colonias, España” empezó a mandarnos únicamente virreyes, clérigos y doctores”.  La educación en la colonia tuvo un carácter elitista (mantuvo a la mayor parte de la población al margen de los servicios educativos) y escolástica (educación y proceso productivo permanecieron en un reprobable asilamiento).   El desprecio por el trabajo, por las actividades productivas fue alentado por los claustros universitarios incluso luego de producida la independencia; trabajo y servidumbre fueron términos asociados en la república; así, llegamos al siglo XX sin que el sistema educativo peruano aporte –en conocimientos y profesionales- lo necesario para una real transformación industrial y capitalista.  La Reforma de 1920 (reforma Villarán) significò9 el triunfo e inicio de la influencia norteamericana, con ella llega el sentido práctico, productivo que requería la incipiente transformación capitalista; pero la democratización de la enseñanza no se llegó a producir, no se produciría sin democratizar antes la economía nacional.  Mención aparte merece el desarrollo de la Reforma Universitaria en el Perú, liderada por el entonces dirigente sanmarquino Víctor Raúl Haya de la Torre y cuyos logros fundamentales fueron:  Renovación de los métodos pedagógicos, intervenciò0n de los estudiantes en el gobierno de la Universidad; reforma del sistema docente (concurso de cátedra, cátedra paralela y derecho a tacha); vinculación de la Universidad con los problemas nacionales y la fundación de las universidades populares Manuel González  Prada.

V.        EL FACTOR RELIGOSO: La religión incaica fue un código moral antes que un conjunto de abstracciones metafísicas.  Su iglesia fue una institución social y política, cuyo culto estaba subordinado a los intereses sociales y políticos del imperio; la iglesia era el estado mismo.  Producida la conquista, se impuso el culto católico más que la prédica del evangelio, de modo que el culto pagano de la religión incaica subsistió bajo el culto católico.  Para Mariátegui la Conquista fue la última cruzada.  “su carácter de cruzada define a la conquista como empresa esencialmente militar y religiosa.  La realizaron en comandita soldados y misioneros.  El triunvirato de la conquista del Perú habría estado incompleto sin Hernando de Luque.  Tocaba a un clérigo el papel de letrado y mentor de la compañía.  Luque representaba la Iglesia y el Evangelio.  Su presencia resguardaba los fueros del dogma y daba una doctrina a la aventura.  En Cajamarca, el verbo de la conquista fue el padre Valverde.  La ejecución de Atahualpa, aunque obedeciese sólo al rudimentario maquiavelismo político de Pizarro, se revistió de razones religiosas.  Virtualmente aparece como la primera condena de la Inquisición en el Perú. Después de la tragedia de Cajamarca, el misionero continuó dictando celosamente su ley a la conquista” (Edic.  Cit, Ibídem; pág. 170).    El rol de la iglesia católica durante el virreinato y la república fue el de aval del estado feudal y semifeudal instituido.  La experiencia europea enseña que los países protestantes están menos ligados a la tierra, que en ellos fructifican más pronto los cambios industriales; no sucede así con el catolicismo español anclado en el Medioevo feuda, el cual al trasplantarse compulsivamente a las colonias dificulta la evolución industrial y capitalista.  La heterodoxia marxista de Mariátegui le permite afirmar que “el concepto de religión ha crecido en extensión y profundidad.  No reduce hay la religión a una iglesia y un rito”.  En tal sentido un mito puede ocupar el lugar de la religión; “los mitos revolucionarios o sociales pueden ocupar la conciencia profunda a los hombres con la misma plenitud que los antiguos mitos religiosos”; el mito presta impulso vigoroso a un proceso revolucionario.

VI.        REGIONALISMO Y CENTRALISMO: El centralismo se apoya en el gamonalismo regional quien es su aliado y agente en las regiones y provincias.  Una auténtica descentralización no podría darse sin eliminar antes el gamonalismo pues, de no ser así, servirá “para colocar directamente, bajo el dominio de los gamonales, la administración regional el régimen  local”  Si bien es cierto que geográfica y sociológicamente la sierra y la costa son dos regiones, no pueden serlo política y administrativamente por ausencia de comunicación trasandina; la intención de regionalismo es unir no separar y, toda propuesta regionalista, tendrá que apuntar a la formación de una atentica nacionalidad sin regiones que opriman a las otras, acabando con los vicios presente y futuros de un país centralista.  “El Perú tiene que optar por el gamonal o por el indio.  Este es su dilema. No existe un tercer camino.  Planteado este dilema, todas las cuestiones de arquitectura del régimen pasan a segundo término.  Lo que les importa primordialmente a los hombres nuevos es que el Perú se pronuncie contra el gamonal, por el indio” (Edic.  Cit, Ibídem; pág. 215). 

VII.        EL PROCESO DE LA LITERATURA: “Declaro, sin escrúpulo, que traigo a la exégesis literaria todas mis pasiones e ideas políticas”; así, pues, el testimonio literario de Mariátegui es un testimonio de parte.  La literatura colonial no es peruana; es española por haber sido concebida en espíritu y sentimientos españoles y este colonialismo mental supervive al virreinato, dando como resultado una literatura mediocre por falta de raíces propias.  “El arte atiene necesidad de alimentarse de la savia de una tradición, de una historia, de un pueblo.  Y en el Perú la literatura no ha brotado de la tradición, de la historia del pueblo indígena.  Nació de una importación de literatura española; se nutrió luego de la imitación de la misma literatura.  Un enfermo cordón umbilical la ha mantenido unida a la metrópoli.  Por eso no hemos tenido casi sino barroquismo y culteranismo de clérigos y oidores, durante el coloniaje, romanticismo y trovadorismo mal trasegados de los biznietos de los mismos oidores y clérigos, durante la República”. (Edic. Cit, Ibídem; pág. 241).  Hay que esperar hasta la llegada de González Prada para ver anunciada la posibilidad de una auténtica literatura peruana; González Prada significa la ruptura con el virreinato; uno de los últimos reductos del colonialismo intelectual es la universidad, de allí emerge la “generación futurista” (Riva Agüero, Javier Prado, Francisco García Calderón y José Gálvez) universitaria, académica, retórica y elitista.  En tales circunstancias el movimiento Colónida surge como una insurrección como una actitud antiacadémica reclamando sinceridad y naturalismo, esa sinceridad que no se encuentra en los versos de Chocano por su excesiva egolatría y desmesura pero que si aparece en los ensoñados versos de Eguren. Entre los centenaristas analizados por Mariátegui destacan: César Vallejo, Magda Portal (a quien llamó la primera poetisa del Perú).  Alberto Guillén y Alberto Hidalgo, de quien dice que llevó la megalomanía, la egolatría, la beligerancia del gesto “Colónida” a sus más extremas consecuencias.  De Vallejo nos dice Mariátegui que “es el poeta de una estirpe, de una raza (…) el sentimiento indígena tiene en sus versos una modulación propia (…) se presenta, en su arte, como un precursor del nuevo espíritu de la nueva conciencia”.  Para Mariátegui uno de los rasgos más netos y claros del indigenismo de Vallejo es su frecuente actitud de nostalgia.  Mariátegui se apoya en Valcárcel, a quien según él, debemos la más cabal interpretación del alma autóctona cuando dice que la tristeza del indio no es sino nostalgia.  De esta interpretación concluye Mariátegui que Vallejo es acendradamente nostálgico.  “Tiene la ternura de la evocación. Pero la evocación en Vallejo es siempre subjetiva.  No se debe confundir su nostalgia literaria de los pasadistas.  Vallejo es nostalgioso, pero no, meramente retrospectivo.  No añora el Imperio como el pasadismo perricholesco añora el virreinato.   Su nostalgia es una protesta sentimental o una protesta metafísica.  Nostalgia de exilio; nostalgia de ausencia”. (Edic. Cit, Ibídem; pág. 311).  Mariátegui cuando aún era un infante y asistía a una escuelita en Huacho, sufrió una caída golpeándose la rodilla.  Este incidente lo llevará camino a un sino cruel.  En 1924, Mariátegui enferma gravemente y tuvieron que amputarle la pierna izquierda; sobreponiéndose al dolor y la desgracia, funda y dirige “AMAUTA”.  El polifacético escritor, el pequeño gran Amauta, murió el 16 de Abril de 1930.



TRADICIONES PERUANAS

Debido a la amplitud de las “Tradiciones Peruanas”, del ilustre tradicionista, político, historiador, lingüista, periodista, crítico literario y poeta don Ricardo Palma, resulta difícil presenta el argumento de todas ellas, por lo cual prima en la selección el modesto criterio del autor de este libro.  Ricardo Palma vio la luz el 7 de Febrero de 1833 en Lima, h hasta su muerte, acaecida en Miraflores el 6 de Octubre de 1919, elaboró una de las producciones más vasas en el campo de la literatura peruana.  La primera serie de las tradiciones aparecen en Lima, en el año de 1872.  La primera nota esencial de las tradiciones de Palma (y de su temperamento) es lo de su pasatismo, es decir su amor al pasado, a la historia.  Palma idealiza y fantasea, como los románticos, con el pasado, pero poniendo en la base de su evocación una sensibilidad y un conocimiento útil de nuestra historia.  La segunda nota fundamental es el tono irónico y risueño que tiene su visión del pasado peruano.  Palma somete la tradición a una norma más equilibrada: el tono es generalmente e burlón h desenfadado, pero el humor disimula a veces una intención crítica de las costumbres tradicionales del país (desde la vida pública hasta la vida privada) y una gran habilidad para captar, con brevedad, cuadros reveladores de toda una época, una situación, una personalidad.  La ironía de Palma garantiza levedad y amenidad a la tradición, le da un acento propio e inconfundible.  Palma quiso darle una forma sencilla y graciosa a la historia, y para ello incorporó a la tradición, con mesura y gusto, el espíritu pintoresco de lo popular y lo criollo: en sus tradiciones se deslizan refranes, charadas, proverbios, sentencias, ingeniosidades, juegos verbales, historietas y astucias de sabor local, es decir la lengua viva del pueblo y todo su contexto cultural y social:  “ A la ballena todo le cabe y nada le llena”; “En la calavera de una pulga es ahora un cristiano”; “Eran lobos de una camada, no hay miedo que se muerdan”, “Creo con la fe del carbonero”; “Casa en la que vivas, viña de la que bebas, y tierras cuantas veas y puedas”, “Más corre ventura que caballo mi mula”; “Cada cual arrima la brasa a su sardina”; “Quedándose con los crespos hechos  y sin bailar”; “A luengas distancias, luengas mentiras”; “Gato maullador nunca buen cazador”; “El barbero manduca de la barba que retruca”; “En arca del avariento, el diablo está de asiento”; “El huevo, mientras más cocido, más duro”; “Quien riñe con el rabadán riñe con su can”; “Piensa mal y acertarás”; “Tinoco, mucha fachada y poso seso”, “Lo que no ha costado, bien ha llegado”; “Sabía dónde le ajustaba el zapato”, “más arrugas y dobleces que abanico de coqueta”, “Rebuzno de asno sin pelo no llega al cielo”, “Más vale maña que fuerza”, “Haz bien sin mirar a quien”.  Abundan en las tradiciones los peruanismos y americanismos, los giros y modismos del español que se hablan den el Perú: descubrió que tras esas voces había una resonancia espiritual, una vía de identidad entre sus personajes y los lectores (bachiche, cachano, anticuchos, choncholíes, chusco, chalaco, pachamanca, guarapo, yapa, zaine, sancochado, carapulcra, zamacueca, taita, poncho, quena, rabudo, quina, macuito).  La estructura típica de una tradición  de Palma se compone de tres partes:  la primera presenta la historia que va a narrar o pinta el ambiente en sus rasgos generales, agregando algún detalle que cautive el interés del lector.  La segunda es el “consabido parrafillo histórico” como lo llamaba Palm, donde se brindan los datos ciertos que dan verosimilitud al relato 8el tono se hace más objetivo y distante); y la tercera es la que redondea la anécdota, introduciendo abundantes diálogos, peripecias sabrosas y la infaltable moraleja del asunto.  Las tradiciones de Palma abarcan casi todo el pasado histórico peruano (y eventualmente, americano):  El Perú prehispánico, la Conquista, la Colonia y los primeros años de la República.  Las más abundantes y des tacadas son las de la Colonia, y más precisamente las que se ambientan en el Siglo VIII, el momento más cortesano, frívolo y vistoso de nuestro coloniaje y del que Palma aprovecha con mayor deleite.

AL PIE DE LA LETRA
El capitán Paiva era un indio cuzqueño de casi gigantesca estatura que se distinguía por su fuerza, por su bravura en el campo de batalla, por su disciplina en el cuartel y sobre todo, por su pobreza cultural.   Para él el lenguaje metafórico estuvo siempre demás, y todo lo entendía al pie de la letra.  Varios de sus compañeros de armas referían que el capitán Paiva, lanza en ristre, era un verdadero centauro. En Junín ascendió a capitán; pero por más que concurrió a muchas batallas, el ascenso no llegaba. Cadetes de su regimiento llegaron a coroneles, mientras que Paiva se convirtió en el eterno capitán.  No ascendía por bruto y por esto se había conquistado una reputación piramidal. En 1835, el general Salaverry jefe supremo de la nación peruana era un gran admirador de la bizarría de Paiva.  Cuando Salaverry ascendió a teniente, Paiva ya era capitán, de ahí que llevado aquél al mando de la República no consintió que el lancero le diese ceremonioso tratamiento.  Era su hombre de confianza.  Una tarde llamó Salaverry a Paiva y le encargo que encontrara a don Fulano y lo trajera preso, pero que si por casualidad no lo encontraba en su casa, que allanara ésta.  Tres horas después regresó el capitán diciéndole que la orden había sido cumplida.  Que no habiendo encontrado al sujeto0, había procedido a dejar tan llana su casa con la mismísima palma de su mano.  No había dejado pared en pie.  Al capitán se le había ordenado “Allanar la casa”, y como él no entendía el lenguaje figurativo ni floreos lingüísticos, cumplió al pie de la letra:  Salaverry no pudo ocultar una sonrisa, mientras se decía para sí mismo:  -¡Pedazo de bruto”-“. Don Felipe Santiago tenía por asistente un soldado conocido por el apodo de Cuculí.  Era un mozo limeño, nacido en el mismo barrio  y en el  mismo año que el general, así que demás está decir que habían mataperreado juntos.  Abusando del afecto de Salaverry cometería barrabasada y media.  Fueron tantas las quejas que le llegaron al presidente que muchas veces tuvo que castigarlo.  Cuando el comportamiento de su coterráneo colmó su paciencia, Salaverry decidió atemorizar a su asistente, para ver si así cambiaba su conducta. Llamó a Paiva y le dijo que se llevara al bribonzuelo al cuartel de granaderos y que lo fusilara entre dos luces.  Media hora después regresó el eficiente capitán diciendo muy orgulloso que la orden estaba cumplida: “-¡Pobre muchacho! Lo fusilé entre dos faroles”.  Para Salaverry, como para todo el mundo, “entre dos luces” significaba al rayar el alba.  Metáfora usual y común.  Pero… Venirle con metaforitas a Paiva?  Salaverry había pensado enviar la orden del indulto una hora antes de que rayase la autora.  Volviendo la espalda para disimular una lágrima, se volvió a decir para sí mismo: “-¡Pedazo de bruto!-“.  Las dos “hazañas¨” de Paiva, sirvieron de escarmiento al general, que desde ese dìa se propuso no dar encargo ni comisión alguna al capitán.  El hombre no entendía de acepción figurada y había que ponerle los puntos sobre las íes. Días antes de la batalla de Socabaya, se hallaba el ejército del general Salaverry acantonado en Chacllapampa.  Una compañía boliviana provocó a los salaverrinos.  Cuando Salaverry se percató de que la escuadra enemiga se encontraba fuera del alcance, dio la orden de no hacer disparo alguno, y que en el caso de que el enemigo acortara distancia se podría recién formalizar el combate.  Pero Paiva insistía que con uno cuantos lanceros podía hacer papilla a los bolivianos.  Y sobre este tema siguió el contumaz capitán majadereando, que, fastidiado Salaverry, le dijo:  “-Déjame en paz.  Haz lo que quieras.  Anda y hazte matar-“.  Paiva escogió diez lanceros y arremetió contra el enemigo.  Luego de varios minutos regresó el capitán gritando ¡Viva el Perú!  Tres lanceros habían muerto y varios de los restantes volvían heridos.  En la grupa del caballo de Paiva había un boliviano muerto.  El capitán cayó del caballo para no levantarse jamás.  Salaverry le había dicho: “Anda, hazte matar”. Y esta orden, a quien todo lo entendía al pie de la letra, era una condena de muerte:

¡AL RINCÓN! ¡QUITA CALZÓN!
Si alguien hizo mucho  por la bella ciudad de Arequipa, ése fue el liberal obispo de dicha ciudad, ¨Chávez de la Ros. Tomó el obispo gran empeño en el progreso del seminario, dándole un excelente plan de estudios que el rey no titubeó en aprobar, prohibiéndole sólo que se enseñasen Derecho natural y de gentes.  Por los años de 1796 su ilustrísima señoría acostumbraba visitar con mucha frecuencia las instalaciones del seminario, cuidando que los catedráticos cumpliesen con su deber, de la moralidad de los escolares y de los arreglos económicos.  Cierta mañana se dio con la sorpresa que el maestro de latín no se había presentado en su aula por lo cual los muchachos estaban haciendo de las suyas.   El señor obispo se propuso reemplazar al titular, y comenzó evaluando a los muchachos uno a uno.  Era la época en que regía sagradamente la doctrina de que “la letra con sangre entra”, y por tal razón todos los colegios tenían un bedel, cuya tarea se reducía a acotar los traseros del estudiante condenado a la temible frase: “¡Al rincón” ¡Quita Calzón!”.  Ya había más de una docena arrinconados, cuando le llegó su turno al más chiquitín y travieso de la clase, uno de esos tipos llamados revejidos porque representan por el tamaño menos edad de la que realmente tiene.  “-Quid est oratio?” le interrogo el obispo.  El niño alzó los ojos al techo, como si las vigas del techo fueran un tónico para la memoria.  Pasado cinco segundos y viendo que el niño no respondía, el obispo pronunció el inapelable fallo. “-¡Al rincón! ¡Quita calzó!.  El muchachito obedeció, pero rezongando entre dientes algo que incomodó al ilustre obispo.  El niño se negó a confesar sus murmuraciones, pero ante la insistencia del obispo, dijo que a él también le gustaría hacer una pregunta al ilustrísimo.  Picóle la curiosidad al buen obispo y sonriendo dio su anuencia.  El bribonzuelo le preguntó cuántos Dominus Vobiscum tenía la misa.  No tardó el señor Chávez de la Rosa en dirigir inconscientemente, los ojos hacia el techo, provocando que el niño murmurara para sí mismo.  “También él mira el techo”.  A su señoría ilustrísima no se le había ocurrido hasta ese instante averiguar cuántos Dominus Vobiscum tenía la misa.  Encantado de la agudeza del arrapiezo, el obispo amnistió a todos los arrinconados y se constituyó en padre y protector del niño, quien pertenecía a una familia muy pobre.  No sólo le confirió una de las becas del seminario, sino que cuando renunció en 1804 y hubo de dirigirse a España, llevó al cleriguillo del Dominus Vobiscum, como cariñosamente llamaba a su protegido.  Aquel niño habría de convertirse con los años en uno de los prohombres de la Independencia, uno de los más prestigiosos oradores en nuestras asambleas, escritor galano y robusto, habilísimo político y orgullo del clero peruano.  ¿Su nombre?, Francisco Javier Luna Pizarro, vigésimo arzobispo de Lima, nacido en Arequipa en Diciembre de 1780 y muerto el 9 de Febrero de 1855.  Sus restos se hallan en la bóveda de la catedral.

LOS INCAS AJEDRECISTAS
Fueron los moros, quienes dominaron España durante siete siglos, los que introdujeron la afición por el ajedrez en este país.  Era de presumirse que terminada la expulsión de los invasores por la reina Isabel la Católica desaparecerían también sus hábitos y distracciones; pero lejos de eso, la afición por el juego de las sesentaicuatro casillas había echado hondas raíces entre los capitanes que en Granada aniquilaron el último bastión del islamismo.  De pasatiempo favorito de los hombres de guerra, el ajedrez cundió también entre las gentes de iglesia: abades, canónigos, obispos y frailes de campanillas.  Con el descubrimiento y la conquista de América llegó a ser pasaporte de cultura social para todo el que venía al Nuevo Mundo.  El primero libro que se imprimió en España fue impreso en Alcalá de Henares en 1561 y pertenecía al clérigo Ruy López.  El librito abundó en Lima hasta 1845.  Se   sabe que los capitanes Hernández de Soto, Juan de Rada, Blasco de Atienza, Francisco de Chávez y el tesorero Riquelme se congregaban en Cajamarca, e en el departamento que sirvió de prisión al Inca Atahualpa desde el 15 de Noviembre de 1532 en que se efectuó la captura, hasta la antevíspera de su injustificable sacrificio, realizado el 29 de Agosto de 1533.  Allí funcionaban dos tableros, toscamente pintados, sobre la respectiva mesita de madera.  Las piezas eran hechas del mismo barro que empelaban los indígenas para la fabricación de objetos de alfarería.  El Inca Atahualpa todas las tardes tomaba asiento junto a Hernández de Soto, su amigo y amparador, sin dar señales de haberse dado cuenta de la manera como actuaban las piezas ni de los lances y accidentes del juego.  Pero una tarde, en las jugadas finales de una partida que disputaban Riquelme y Soto, hizo ademán éste último de movilizar el caballo, y Atahualpa, tocándole ligeramente en el brazo, el dijo en voz baja. “-No, capitán, no… “El castillo!”  Después de breves segundos de meditación, Soto ponía en juego la ficha aconsejada por el Inca, y pocas jugadas después sufría Riquelme inevitable mate.  Después de aquella tarde Soto y el Inca jugaban una partida diaria, y al cabo de dos meses el discípulo era ya un buen contrincante.  Cuenta la tradición que muchos ajedrecistas españoles invitaron también al Inca; pero éste, por medio del intérprete Felipillo, se excusaba de jugar diciéndoles: “-Yo juego muy poquito y vuestra merced juega mucho-“.  La tradición popular asegura que el Inca no habría sido condenado a muerte si no hubiera intervenido en la partida que sostuvieron Hernández y Riquelme.  En el famoso consejo de veinticuatro jueces, consejo convocado por don Francisco Pizarro, se impuso al Inca la pena de muerte por trece votos contra once.  Riquelme fue uno de los trece que suscribió la sentencia.  Después del injustificado sacrificio de Atahualpa encaminó don Francisco Pizarro9 al Cusco, en 1534, para hacerle ver a los caciques que no tenía intención de quitarles sus propiedades y prueba de ello, es que había ajusticiado en Cajamarca al asesino del Inca Huáscar.  En el Cusco entregó el conquistador la insignia imperial al Inca mancebo de dieciocho años, legítimo heredero de su hermano Huáscar.  Después de la solemne coronación, Pizarro se trasladó al valle de Jauja, de donde seguiría al del Rímac para hacer la fundación de la capital del futuro virreinato.  De todos es sabido los sucesos y causas que motivaron la ruptura de relaciones entre el Inca y los españoles acaudillados por Juan Pizarro, y, a la muerte de éste, por su hermano Hernando.  Manco Inca huyó del Cusco y estableció su gobierno en los andes.  Manco Inca prestó algunos servicios a los almagristas en su lucha con los pizarristas, y consumada la ruina y victimación de Almagro el Mozo, más de una docena de los vencidos, entre los que se contaban los capitanes Diego Méndez y Gómez, hallaron refugio al lado del Inca, que había fijado su corte en Vilcapampa.  Los españoles refugiados se entretenían en el juego de bolos (bochas) y en el ajedrez.  El Inca cobró gran afición y aún destreza en ambos juegos, sobresaliendo como ajedrecista.  Una tarde se hallaban enfrascados en una partida el Inca Manco y Gómez Pérez, teniendo por mirones a Diego Méndez y tres caciques.  El Inca hizo una jugada de enroque no permitida por las reglas de juego, que Gómez Pérez le dijo a Diego Méndez: “-¡Mire!, capitán, con la que me sale este indio puerco-¡”.  El Inca alzó la mano y dio un bofetón al atrevido.  Este cogió su daga y apuñaló al osado monarca por dos veces consecutivas provocándole la muerte.  Los indios ajusticiaron al criminal y a cuanto español había en la provincia de Vilcapampa.  Estaba escrito que, como el Inca Atahualpa, la afición al ajedrez había de serle fatal al Inca Manco.

La tarea más querida y entrañable del tradicionista ´concordante con su destino de escritor- fue la de su entrega total y sin reservas a la obra de reconstrucción de la Biblioteca Nacional, saqueada por la soldadesca chilena de ocupación durante la desventurada Guerra del Pacífico.  En una carta al insigne polígrafo don Marcelino Menéndez y Pelayo el día 20 de Noviembre de 1833, Palma escribe:… “un bibliotecario mendigo se dirige, pues, al ilustre literato para pedirle la limosna de sus obras, y que avance su caridad hasta solicitar de sus esclarecidos compañeros en las Academias de la Historia y de la Lengua, contribuyan a la civilizadora fundación encomendada, más que a mis modestas aptitudes, a mi entusiasmo y a mi perseverancia…”.  Palma es un escritor excepcional en su tiempo porque tiene una profunda conciencia de su oficio: trabaja intensamente, corrige, pule, se autocritica.  Eso le permitió crear una obra literaria considerable y convertirse en un clásico de las letras americanas.  Refinó la tradición como una joya y le imprimió el sello de su talento para siempre.



LAS TRES VIUDAS

El domingo 21 de setiembre de 1862, en el Teatro Principal se estrenaba “Las tres viudas”, comedia en tres actos y en verso de Manuel Asencio Segura.  En la Lima de 11860, toda la preocupación familiar rondaba el tema del matrimonio y de la política.  Para tres mujeres, cuyos respectivos maridos han muerto, la vida resulta siempre un problema, máxime en la Lima de 1860.  La disyuntiva que ofrece una ciudad gazmoña es, viudez beatona con acompañamiento de chismes, o segundo marido con más chismes que beatería.  Martina se llama la primera viuda de la obra; la segunda es su hija Micaela; la tercera Clara, amiga de las anteriores.  Si bien la trama es sencilla, en cambio, el diálogo, los caracteres, los chistes merecen fervientes halagos. Ya en esta época una nube velada uno de los ojos del gran comediante, el asma que le torturaba el pecho, los contrastes domésticos, el tedio y la envidia, iban ensombreciendo poco a poco el ánimo, generalmente sereno del comediógrafo. Ya no podía escribir por su mano.  Tenía que dictarle a su hija.  Ni siquiera se preocupaba de corregir.  El domingo 17 de Setiembre de 1871. Segura se sintió muy débil, en la madrugada del lunes 18, un súbito golpe de sangre rompió la existencia de su cerebro.  Entró al sueño eterno sin una mueca.  La escena de la comedia acontece en Lima, en casa de doña Martina, quien recrimina a su hija Micaela estar en coqueteos con Pablo, joven sin oficio ni beneficio.  Ella pretende para su hija, quien enviudó hace un año, un marido con buena posición social y económica,, y el indicado es don Melitón, un hombre ya entrado en años quien está loco por la viudita.  Ante la negativa de Micaela de ser su esposa, don Melitón pide a Martina que sea su mujer.  Martina queda estupefacta ante la petición de don Melitón.  En ese momento llega Clara, joven viuda y bien dotada, quien flirtea con Melitón, lo cual provoca los celos de Martina.  Ante lo sucedido Martina piensa que ahora sí, su hija Micaela, puede casarse con quien le venga en gana.  Pero en la joven Clara, ve una rival a quien no se puede desestimar.  Mientras tanto, Clara informa a Micaela que el tal Pablo no se llama así, sino Pedro y que también es un hombre casado.  Micaela se resiste a creerlo; pero la firmeza de Clara no tarda en convencerla.  Micaela encara a Pablo lo que Clara le ha contado.  Este le aclara que se llama Pedro Pablo, y que hace ya un tiempo galanteó a una mujer, quien después por despecho propaló una serie de chismes, tales como que él era un pillo, un hombre casado y hasta que carga cuchillo.  Pablo le dice que la ama con frenesí, y que no lo anima otro afán que hacerla su esposa, en el momento si ella quiere.  Martin que había estado escuchando la conversación le manifiesta a su hija que cuenta con su consentimiento para casarse con Pablo.  A Micaela le extraña el cambio repentino de su madre.  Pablo no puede ocultar su felicidad ante la buena nueva.  Martina le hace saber también que pronto dejará la viudez, pues, va a casarse.  Es Melitón quien da la noticia del próximo himeneo.  Micaela y Pablo quedan asombrados.  En ese instante llega un criado portando una carta para don Melitón, quien la lee con mucha discreción.  Antes de partir, Martina le dice que quiere hablar con él en privado.  Pablo manifiesta a Micaela sus sospechas de que su madre y Melitón traman algo contra ellos, para evitar su enlace.  Muy ofuscado se retira indicándole a su futura consorte que agilizará los trámites para que antes de un mes, puedan contraer su unión.  Micaela duda en el fondo que don Melitón y su madre quieran hacerle daño, pero al fin la duda se apodera de ella.  Melitón se niega rotundamente, a pesar de la insistencia de doña Martina, a mostrarle la misiva recién recibida, y más aún, le manifiesta que ya no quiere casarse con ella.  Cuando don Melitón se retira, doña Martina manda llamar a Juana, la empleada, para que con el pretexto de solicitar una bandeja vaya a casa de Clara y averigüe si don Melitón ha ido allí.  Para su sorpresa, Clara llega en ese momento buscando a Micaela, Juana va a llamarla pero regresa a los pocos minutos anunciando que ésta está con jaqueca.  Martina interroga a Clara si conoce a don Melitón desde años atrás; pero ésta le dice que no lo había visto nunca.  Cuando Clara se retira, aparece Micaela y dice a su madre que lo de su jaqueca era un pretexto para no recibir a Clara, ya que ésta está empeñada en despotricar a Pablo, su prometido.  Pablo aparece e informa a madre e hija que ha visto a don Melitón ingresar a casa de Clara, y propone a ambas formar un triunvirato contra el complot que deben estar tramando los compinches.  Cuando Juana regresa y manifiesta que ha estado en casa de Clara y que no ha visto a don Melitón allí, provoca la incertidumbre entre los que conforman la alianza.  Pablo, escéptico ante lo que Juana manifiesta, parte dispuesto a esclarecer todo el embrollo.  Por otro lado, artina vuelve a enviar a Juana a casa de Clara para que averigüe lo que acontece, con el pretexto de devolverle la bandeja.  Horas más tarde regresa Juana e informa a madre e hija que no ha visto a Pablo ni a don Melitón en casa de Clara, lo cual aumenta la intriga e incertidumbre en las interesadas. Martina dispuesta a desentrañar el misterio sale con Juana a encargar a una amiga que averigüe lo que acontece.  Cuando Micaela queda sola en la casa, aparece sorpresivamente don Melitón y le dice que quiere hablar con ella.  Le muestra la carta que había recibido, y Micaela la lee.  En ella, una tal María Campana lo citaba en su domicilio porque tenía que informarle algo importante sobre Pablo.  Melitón le dice a Micaela que acudió a la cita y que María Campaña le informó que Pablo estaba comprometido en matrimonio con ella.  Melitón le pide que no se preocupe que él la ayudará a esclarecer su situación.  Emocionado le toma la mano y se la besa, en ese instante entra Pablo y arma una escena de celos y reta a don Melitón a un duelo.  En ese preciso instante llega Martina con Juana.  Pablo cuenta a su manera la escena que contempló y los insultos entre todos los que están reunidos van a diestra y siniestra.  Cuando las aguas se calman, Pablo grita enardecido que nunca ha sido casado y que no ha tenido compromiso alguno.  La aparición de Clara trae luz a tanto embrollo, al afirmar que Pablo haciéndose pasar por un tal Pedro Juanelo habíase casado con ella años atrás.  Clara narra los acontecimientos detalladamente:  cuando ella era joven gozaba de una pensión como viuda de un marido que falleció en Amazonas.  No obstante, volvió a casarse y lo hizo con el nombre de María Andica; el esposo fue nada menos que Pablo Post as, que se hizo pasar por Pedro Juanelo.  A los tres meses de celebrada la boda, con Pedro la abandonó, y se entregó libremente a una vida escandalosa, creyendo que ella jamás diría algo en su contra para no perder la pensión que hasta ese momento se le abona.  Aclara además, que tratando de evitar una desgracia, se decidiò9 a conjurar contra el facineroso de Pablo, y para lograr su objetivo conspiró con don Melitón y que se valió además de una vecina llamad María Campana para que le hable a solas al anciano Melitón; ésta le escribió la carta citándolo.  Micaela pide perdón a Clara por haber dudado de ella.  Don Melitón, que es un hombre adinerado, se compromete a abonar a Clara, el equivalente de su pensión, en el caso que por lo acontecido, se le quiten.  Melitón informa a Micaela que toda su fortuna la pone a su disposición para cuando él muera, ya que si no puede alcanzar su amor, por lo menos le permita quererla como a una hija.




EL CABALLERO CARMELO

Al primer año de gobierno, el presidente Billinghurst auspició la fundación de un diario de la tarde como propaganda a su política.  Una de las primeras iniciativas de “La Nación”, que así se llamaba el vespertino, fue convocar sendos concursos de literatura, historia y filosofía.  En el número de 3 de enero de 1914 de “La Nación”, se daba cuenta de los ganadores.  El premio de cuento había correspondido a “El Caballero Carmelo”, presentado al concurso con el seudónimo de “Paracas”, y que correspondía al señor Pedro Abraham Valdelomar Pinto, natural de Ica, y que había nacido en la ciudad de Pisco, el 27 de Abril de 1888.  Valdelomar obtuvo el galardón literario y cien soles de premio, pero lo más trascendental era que este cuento le abría las puertas de la fama.  La primera edición de “El Caballero Carmelo” salió de los Talleres de la Penitenciaría de Lima, en 1918, y estaba integrada por los cuentos “El vuelo de los cóndores”, “Hebaristo, el sauce que murió de amor”, “Los ojos de Judas”, “Yerba Santa”, “El Caballero Carmelo”, “Tres senas: dos ases”, “El beso de Evans”, “El círculo de la muerte”, “Las vísceras del superior”, “El hediondo pozo siniestro”, “El peligro sentimental”, “Los Chin-fu-ton”, “Whong-Fau-Sant”, “La tragedia en una redoma”, “Chaymanta Huaynuy” y “Finis desolatrix verital”.  Antes de entrar a describir el argumento de este cuento, uno de los más bellos y exquisitos que se han escrito en el Perú, quisiera resaltar dos cosas acerca de la primera edición del libro.  Primero, que el libro está dedicado a varios personajes políticos y literato s de la época, pero entre ellos figura: “A Abraham Valdelomar, amigo predilecto”, de Abraham Valdelomar, según es obvio; un gesto muy chocanesco por supuesto.  Segundo, el prólogo del libro estaba firmado por Alberto Ulloa Sotomayor, adversario de Valdelomar, en el campo de la política sanmarquina, y con quien había sostenido un duelo.  Ulloa manifiesta en el prólogo este hecho: “Valdelomar y yo tuvimos un duelo, vibraron una tarde las espadas, se ennegrecieron sobre la tierra unas gotas de sangre y bautizamos en esa forma esta sólida amistad intelectual que hoy nos une y estas líneas consagran” (“Valdelomar o la Belle Epoque”; Luis Alberto Sánchez, pág. 83).  Como puede apreciarse, ambos contendientes, como en “El Caballero Carmelo”, era de raza.  El cuento se inicia cuando una mañana, después del desayuno, Roberto, el hermano mayor, apareció por la casa después de varios años de ausencia.  La madre se regocijaba tocando y acariciando al hijo llegado, a quien encontraba viejo, triste y delgado. Roberto recorrió la casa de palmo a palmo,. Como buscando en los objetos algún recuerdo de años atrás. La pequeña higuerilla, aquel árbol cuya semilla él mismo sembró antes de partir y que ahora era un robusto espécimen, reflejaba el paso inexorable del tiempo.  Pasados los emotivos momentos que provocó el retorno del ausente, Roberto vació la alforja rebosante, de donde salieron uno a uno, los objetos que traía y que fue entregando a cada uno de los presentes: quesos frescos y blancos de la quebrada de Humay, chancacas, frijoles colados de Chincha Baja, bizcochuelos, santitos de “piedra de Huamanga”, cajas de manjar blanco y tejas rellenas; para su padre, Roberto había traído un bello gallo… “Así entró en nuestra casa este amigo íntimo de nuestra infancia ya pasada, a quien acaeciera historia digna de relato; cuya memoria perdura años en nuestro hogar como una sombre alada y trise:  El Caballero Carmelo” (Abraham Valdelomar, Obras: textos y dibujos”.  Prólogo de Luis Alberto Sánchez y reunidos por Willy Pinto Gamboa; pág. 328).  Así fueron pasando los días en la hermosa ciudad de Pisco, entre el ruido del mar y los cantos matutinos del Caballero Carmelo.  “Carmelo” fue colocado en el corral, donde volaban las palomas, picoteábanse las gallinas por el grano, y entre ellas, escabullíanse los conejos.  Cierto día, durante el almuerzo, el padre dispuso que el día Domingo “el Pelado”, un pollón sin plumas que por encaramarse en la mesa del comedor había roto varias piezas de la vajilla, fuera sacrificado.  Defendiòlo Anfiloquio, el segundo hermano del pequeño Abraham, su poseedor, suplicante y lloros.   Entre  las razones que adujo, manifestó que desde que había llegado el “Carmelo” todos miraban mal al “Pelado”.  Los ánimos se disiparon cuando todos los presentes diéronse cuenta que todo no era más que una broma del padre.  “l “Carmelo” poco a poco se fue convirtiendo en el engreído de la familia Valdelomar: “…Esbelto, magro, musculoso y austero, su afilada cabeza roja era la de un hidalgo altivo, caballeroso, justiciero y prudente.  Agallas bermejas, delgada cresta de encendido color, ojos vivos y redondos, mirada fiera y perdonadora, acerado pico agudo.  La cola hacía un arco de plumas tornasol, su cuerpo de color Carmelo avanzaba en el pecho ancho y duro.  Las piernas fuertes que estacas musulmanas y agudas defendían, cubiertas de escamas, parecían las de un armado caballero medioeval” Una tarde, llegó el padre a la casa, y después del almuerzo, dio una noticia que dejó estupefactos a todos.  Había aceptado una apuesta para la jugada de gallos de San Andrés, el 28 de Julio.  No había podido evitarlo.  Le habían dicho que el “Carmelo” no era un gallo de raza y, herido en su orgullo, había aceptado que el “Carmelo” se enfrentara con el “Ajiseco”.  Aquella vana discusión, que en esencia no era más que el orgullo herido de los antagonistas, iba a costar la vida de dos animales inocentes.  Así, hechas las apuestas, en un mes, medirían sus fuerzas el “Carmelo” y el “Ajiseco”.  Habían pasado tres años desde que el “Carmelo” fuera traído por Roberto, tiempo, durante el cual, había entrado en el corazón de la familia, principalmente en el de los niños, a quienes ahora embargaba un profundo dolor ante la nefasta noticia.  El querido “Carmelo” iría luchar a muerte con un gallo más fuerte y más joven.  “¿Por qué aquella crueldad de hacerlo pelear?”.  Un hombre ducho, durante seis días seguidos, se había encargado de preparar al “Carmelo”.  El día 28 de julio por la tarde, llegó el preparador y de una caja llena de algodones, sacó una media luna de acero con unas pequeñas correas: era la navaja, la espada del soldado.  A los pocos minutos, en silencio, el gallo partió hacia su sino fatal.  Los niños lloraban mientras la casa era invadida por una tristeza mortecina.  San Andrés, lugar indicado para la pelea, estaba de fiesta.  Banderas peruanas agitábanse sobre las casas por el día de la patria, que allí sabían celebrar con una gran jugada de gallos a la que solían ir todos los hacendados y ricos hombres del valle.  Ya en la cancha, una campanilla anunció el origen de la tragedia.  Dos hombres, llevando cada uno un gallo, salieron por lugares opuestos.  Lanzáronlos al ruedo con singular ademán, mientras entre los espectadores circulaban las apuestas.  E “Ajiseco” dio la primera embestida; entablóse la lucha.  A los pocos segundos, un hilo de sangre, corría por las piernas del “Carmelo” Cruzáronse nuevas apuestas a favor del “Ajiseco” y la gente felicitaba hay al poseedor del gallo.  En un nuevo encuentro, el “Carmelo” cometió con tal furia que desbarato a su adversario de un solo impulso.  Levantóse éste y la lucha fue cruel e indecisa.  Por fin, una herida grave hizo caer al “Carmelo”, jadeante.  Todos parecían dar por triunfador al “Ajiseco”, pero el juez fue tajante al manifestar.  “¡Todavía no ha enterrado el pico, señores!”  En medio del dolor de la caída, afloró en el “Carmelo”, todo el coraje de los gallos del “Caucato”.  Incorporado el gallo, como un soldado herido, acometió de frente y definitivo sobre su rival, con una estocada que lo dejó muerto en el sitio.  Después que el “Ajiseco” hubo enterrado el pico, el “Carmelo”, que se desangraba, se dejò0 caer.  El dueño del triunfador fue felicitado, mientras se escuchaba un grito entusiasta: -¡Viva el Carmelo!”-.  Los niños trasladaron a casa al gallardo y desfalleciente triunfador.  Dos días estuvo el gallo sometido a toda clase de cuidados.  El pobre gallo no podía comer ni incorporarse.  La tarde del segundo día, cuando los niños habían regresado del colegio el gallo se incorporó, y acercándose a la ventana del cuarto donde estaba, agitó débilmente las alas.  Retrocedió unos pasos y desplomóse, expirando apaciblemente.  La comida aquella noche, bajo la luz amarillenta del lamparín donde todos se miraban en silencio, fue sombría.  Al día siguiente, en el alba, en la agonía de las sombras nocturnas se oyó su canto alegre.  “así pasó por el mundo aquel héroe ignorado, aquel amigo tan querido de nuestra niñez:  El Caballero Carmelo, flor y nata de paladines, y último vástago de aquellos gallos de sangre y de raza, cuyo prestigio unánime fue el orgullo, por muchos años, de todo el verde y fecundo valle del Caucato” (Edic. Cit, Ibídem; pág. 334).  Este cuento, junto a “Hebaristo, el sauce que murió de amor”, y “Los ojos de Judas”, es uno de los más logrados, del “Conde de Lemos”.  La vida de Valdelomar, a pesar de su prematura muerte, está llena de una constelación anecdótica digna de resaltarse. Ególatra como Chocano, ningún escritor peruano recibió tantos elogios, tantas ofensas, tantas censuras, tantos comentarios a causa y raíz de su obra escrita, y de su conducta pública y privada.  A todo esto supo responder con su habitual insolencia, la cual se evidencia en un artículo fechado el 20 de Abril de 1918, y que lleva como título “Respuesta de El conde de Lemos a Máximo Fortis”:… “yo sé muy bien que hay cholos que no me quieren.  Tienen razón: yo no puedo tratar con tales cholos.  Mi arte es para los limpios de corazón; para los sanos de espíritu; para los ebrios de ilusión; para los sedientos de esperanza, para los saturados de fe; para los llenos de amor,; para los sencillos, para los puros, los comprensivos, los buenos; para los que tienen miel en el panal de corazón, perfume en la cuerda del espíritu, suaves colores en los pétalos del sentimiento, música alada en los vergeles de la conciencia.  Más hay cholos que tienen el corazón en forma de sapo, la lengua en forma de víbora, las manos alacranadas, el aliento cloacal y el alma a oscuras, entelada, maloliente y con sumideros.  ¡Ah, Dios Mío! Esos cholos con la prole del Cornudo y Rabudo de las pezuñas de cabra” El primero de noviembre de 1919, Valdelomar se encontraba en Ayacucho, en la ciudad de Huamanga, asistiendo a un Congreso Nacional como diputado regional por Ica.  Después del congreso hubo un banquete en el Hotel Bolognesi, donde el poeta estaba alojado.  Hallábanse los invitados tomando el aperitivo en el segundo piso del hotel, cuando a eso de las ocho de la noche, cuando Valdelomar, vestido de frac y visiblemente nervioso, pidió licencia para ir un momento a su habitación en la planta baja.  Pretextó una necesidad urgente.  Según testimonios recogidos, la verdad es que salió para aplicarse una inyección que, a pesar de los eufemismos con que se trató el caso, era sin duda de morfina.  El resto corresponde hay a la historia; con la premura de la marcha resbaló en la compacta escalera de piedra que unía ambos pisos cayendo pesadamente sobre un montón de piedra.  Quedó doblado sobre la piedra asesina, hecho un inmenso gemido.  El diagnóstico médico no dejaba lugar a esperanzas: fractura de la espina dorsal a la altura de las vértebras lumbares.  Murió evocando al amor de su vida, su madre, a las dos de la tarde del 3 de Noviembre de 1919.



LOS HERALDOS NEGROS


También es usted de los que vienen con la tonada de que aquí estimulamos a todos los que tocan de afición la gaita lírica, o sea a los jóvenes a quienes les da el naipe por escribir tonterías poéticas más o menos desafinadas o cursis.  Y la tal tonada le da margen para no poner en duda que hemos de publicar su adefesio.  Nos remite usted un soneto titulado “El poeta a su amada”, que en verdad lo acredita a usted para el acordeón o la ocarina más que para la poesía:…  “Amada: en esta noche tú te has crucificado / sobre los dos maderos curvados de mis besos. / Amada: y tú me has dicho que Jesús ha llorado / y que hay un Viernes Santo más dulce que mis besos”. ¿Qué diablos llama usted los maderos curvados de sus besos? / ¿Cómo hay que entender eso de la crucifixión? ¿Qué tiene que hacer Jesús con esas burradas más o menos infectas?...  Hasta el momento de largar el canasto su mamarracho, no tenemos de usted otra idea sino la de la deshonra de la colectividad trujillana, y de que si se descubriera su nombre el vecindario le echaría lazo y lo amarraría en calidad de durmiente en línea del ferrocarril a Malabrigo” (“Mi encuentro con César Vallejo”; Antenor Orrego; págs. 56 – 57). Qué lejos estaba Clemente Palma, el director de la revista “Variedades” de Lima, de imaginar que estaba opinan do, aunque sin saberlo, del más grande poeta que ha dado el Perú en toda su historia.  El hombre que fungía de “Pontífice Infalible” en los menesteres de la crítica literaria, que hacía y deshacía reputaciones, como se dice, de un plumazo, había recibido el poema de Vallejo por correo.  Sus enemigos de Trujillo, no contentos con la injuria personal y el insulto con saña encarnizada, enviaron aquel poema escondidos en el anonimato de las siglas C.A.V. que mala jugada le aguardaba el destino al hijo de don Ricardo Palma.  Sus únicas palabras que iban a pasar a la posteridad, venciendo su anónimo y natural destino, casi con el rango de inmortales, eran precisamente éstas, bajo la égida del poeta, con las que lo había descalificado y ultrajado.  ¡Ironías inesperadas y afiladas de sarcasmo que improvisa, a veces, el hado arbitrario y travieso de la vida!.  Así, fue la crítica con  César Vallejo: cruel y estúpida.  Jamás pensó, ciertamente, España, que un hombre sudamericano, criatura amasada en el trágico choque de dos orbes antagónicos, hombre – síntesis de dos progenies discordantes y distintas, fuera el cantor más poderoso y original de su épica y mortal angustia con un lenguaje que rebasaba su gramática oficial prendiéndose con garfios palpitantes en el hala ingenua y simple del pueblo español, y, también, con una insigne maestría técnica de versificación dentro de la ceñida, tradicional y clásica forma del verso castellano.  Pero también cabe como contraparte, traer a la memoria el nombre del filósofo trujillano Antenor Orrego, quien no sólo tuvo la retina visionaria para augurar en Vallejo a un poeta excepcional, sino que le brindó su aliento y su mano fraterna en los momentos angustiosos de sus primeros años.  “Los Heraldos Negros” se publicó en Lima a mediados de 1919, pese a lo estampado en la tapa que marca el año 1918.  La postergación de la salida se debió a circunstancias probablemente de índole económica.  Era en cierto modo una selección que el propio autor había hecho de la segunda etapa de su producción.  “Yo digo para mí: por fin escapo al ruido; / nadie me ve que voy a la nave sagrada. / Altas sombras sacuden, / y Darío que pasa con su lira enlutada” (“Retablo”).  De “Los heraldos negros”, se ha dicho que aún conserva elementos modernistas e incluso simbolistas, que sus versos pueden ser rastreados hasta llegar a Darío, Herrera y Reissig, Lugones, Chocano, Eguren, etc.  Efectivamente, en una lectura detenida de la obra hallamos versos que nos traen el aroma de Darío o de Chocano:… “Ya no llores verano! En aquel surco / muere una rosa que renace mucho” (“Verano”);… “La niebla hila una venda al cerro lila / que en sueños milenarios se enmuralla, / como un hueco gigante que vigila” (“Terceto autóctono”);… “Yo soy la gracia incaica que se roe, / en áureos coricanchas bautizados / de fosfatos de error y de cicuta. / A veces en mis piedras se encabritan / los nervios rotos de un extinto puma”.  (“Huaco”); sin embargo, al considerar la obra como unidad de forma y contenido la apreciaremos como una pieza de innovadora originalidad creativa; y es que definitivamente, es demasiado espontánea y natural para ajustarse a lo exótico de la tradición modernista.  Sus audacias gramaticales, como colocar un adverbio al lado de un sustantivo (tan ala, tan salida, tan amor); los neologismos como Espergesia y Enereida; la ruptura del discurso lógico ()”hasta cuando estaremos esperando lo que no se nos debe”); los términos del nativismo provinciano (coraquenque, caja de tayanga, llama, huaco, etc.), y el constante coloquialismo, nos hablan más de inminente ruptura que de filiación al modernismo. Formalmente la obra se estructura en seis partes.  “Plafones ágiles”, “Buzos”, “De la tierra”, “Nostalgias Imperiales”, “Trueno” y “Canciones de hogar”.  Esta estructuración es más formal que temática; en las seis partes que conforman “Los heraldos negros”, palpita a diferente intensidad y tono el mismo dilema metafísico, la misma hondura existencial: la reflexión vivencial y trascendental del dolor humano.  En las páginas de este libro se despliegan “llorando versos” estaciones de un alma esencialmente triste, prematuramente despojada de las estaciones cálidas (la estación del hogar paterno en Santiago de Chuco, los días de la efímera parvedad):… “Verano, ya me voy.  Y me dan pena / las manitas sumisas de tus tardes / Llegas devotamente; llegas viejo / y ya no encontrarás en mi alma a nadie”. (“Verano”).  Todos los núcleos temáticos de este poemario llegan, parten o se unen en el dolor.  El amor en su realización humana ya es dolor, el descubrimiento de la alteridad humana es asombro y solidaridad dolorosa, el recuerdo de la niñez es dolor refrescado en la melancolía de la ternura pasada; no hay refugio para este dolor que está en el acto, en el presagio, atravesando la totalidad del ser… sólo el no ser está libre del sufrimiento; pero el hombre “irrenunciablemente ES”… “Es la fe, la fragua donde yo quemé / el terroso hierro de tanta mujer; / y en un yunque impío te quise pulir.  / Quédate en la eterna nebulosa, ahí, / en la multicencia de un dulce no ser” (“Para el alma imposible de mi amad”).  Al acento desgarradamente personal se une un acto impersonal, a la auscultación del drama individual se une la asunción y responsabilidad del drama colectivo.  La poesía peruana, acostumbrada al reiterado y elocuente “yo” del modernismo, al tímido balbuceo impersonal del simbolismo, parecióle extraño el planteamiento de un inédito tono lírico sostenido en “NOSOTROS”, impulsado por una apertura del sentimiento personal hacia lo medular del sentimiento humanidad.  El poema “El pan nuestro”, alterna magistralmente el timbre impersonal y personal antes aludido: … “Se debe el desayuno… Húmeda tierra / de cementerio huele a sangre amada. / Ciudad de invierno… La mordaz cruzada U/ de una carreta que arrastrar parece / una emoción de ayuno encadenada! … Se quisiera tocar todas las puertas, / y preguntar por no sé quién; y luego / ver a los pobres, y, llorando quedos, / dar pedacitos de pan fresco a todos. / Y saquear a los ricos sus viñedos/ con las dos manos santas / que a un golpe de luz / volaron desclavadas de la cruz!...Pestaña matinal, no os levantéis! / ¡El pan nuestro de cada día dánoslo, / Señor…¨! Todos mis huesos son ajenos, / yo tal vez los robé! / Yo vine a darme lo que acaso estuvo / asignado para otro; / y pienso que, si no hubiera nacido, / otro pobre tomara este café! / Yo soy un mal ladrón… A dónde iré!... Y en esta hora fría, en que la tierra / trasciende a polvo humano y es tan triste, / quisiera yo tocar todas las puertas, / y suplicar a no sé quién, perdón, / y hacerle pedacitos de pan fresco / aquí, en el horno de mi corazón…” “Los Heraldos Negros” contienen embrionariamente las posibilidades formales y temáticas de la obra poética posterior; seguidamente presentaré algunos contrastaciones formales y temáticas que permitirán apreciar la intersexualidad de los iterados temas vallejianos.  En lo formal tenemos una gama de imágenes, términos y recursos poéticos similares: Comparemos estos dos fragmentos…”No habrá remedio para este hospital de nervios, / para el gran campamento irritado de este atardecer (“En las tiendas griegas” de “Los heraldos negros”)… “Criadero de nervios, mala brecha, / por sus cuatros costados como arranca / las diarias aherrojadas extremidades” (“XVIII” de  Trilce”); ahora para transparentar la idea comparemos estos otros… “Mi padre apenas, / en la mañana pajarina, pone / sus setentiocho años, sus setentiocho / ramos de invierno a solear “ (“Enereida” de “Los heraldos negros”)… “Oh mis buenos amigos, cruel falacia, / parcial, penetrativa en nuestro trunco, / volátil, jugarino desconsuelo” (“¡Oh Botella sin vino! ¡Oh vino!...” de “Poema humanos”)  Podrían enumerarse otros elementos que van formando el inconfundible universo poético de Vallejo: la lluvia, las aves, las piedras, los colores, el coloquialismo,. La cotidianidad, etc.).
En lo temático los principales motivos desarrollados serán:

1.   La omnipresencia del dolor: “ni sé para quién  es esta amargura! / oh, sol, llévala tú que estás muriendo. / Y cuelga, como un Cristo ensangrentado, / mi bohemio dolor sobre su pecho” (“Oración del camino” de “Los heraldos negros”)… “Crece la desdicha, hermanos hombres, / más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece / con la res de Rousseau, con nuestras barbas, / crece el mal por razones que ignoramos / y es un inundación con  propios líquidos, / con propio barro y con propia nube sólida” (“Los nueve monstruos” de “Poemas humanos”).  Esta ubicuidad del dolor exige real aceptación por parte de la voluntad humana.  El hombre, en Vallejo, está solo ante el dolor, está delineado en pregunta, con una respuesta incierta traducida en un “Yo no sé” que impregna toda la obra, apurando el descubrimiento del dolor metafísico, dolor que se convierte en una segunda piel, que encadena al hombre a tentar su propia respuesta, asumirse irreductiblemente deudor, justificando su dolor en función a una culpa pre-existencial… “hasta cuando este valle de lágrimas, a donde yo nunca dije que me trajeran” (“La cena miserable”)… “Yo vine a darme lo que acaso estuvo / asignado para otro; / y pienso que, / si no hubiera nacido, / otro pobre tomara este café!” (“El pan nuestro”)… “Yo no debo estar tan bien; / avanza, avanza el pie” (“El palco estrecho”).  Esta soledad frente al dolor, paradójicamente lo aleja y lo acerca a Dios. Así, en “Los dados eternos”, el reproche alcanza el tono de blasfemia:… “Dios mío, estoy llorando el ser que vivo; / me pesa haber tomándote tu pan; / pero este pobre barro pensativo / no es costra fermentada en tu costado: / Tú no tienes Marías que se van!... Dios mío si tú hubieras sido hombre, / hoy supieras ser Dios; / pero tú, que estuviste siempre bien, / no sientes nada de tu creación. / Y el hombre si te sufre: el Dios es él!... Hoy que en mis ojos brujos hay candelas, / como en un condenado, / Dios mío, prenderás todas tus velas, / y jugaremos con el viejo dado… / Tal vez ¡Oh jugador! Al dar la suerte / del universo todo, / surgirán las ojeras de la Muerte, / como dos ases fúnebre de lodo… Dios mío, y esta noche sorda, oscura, / ya no podrás jugar, porque la tierra / es un dado roído y ya redondo / a fuerza de rodar a la aventura, / que no puede parar sino en un huevo, / en el hueco de inmensa sepultura”. El verso “Tú no tienes Marías que se van”, es un reproche, lo más terrible de la experiencia dolorosa es tener que vivirla en soledad, sin el consuelo de la fidelidad, sin la cercanía de alguien que comparta sentidamente nuestro dolor.  El poeta no puede amar a un Dios que no sufre, a un Dios ajeno a lo que define al hombre. El dolor.  Esta lejanía metafísica, este desamor que supone en la divinidad lo hace sufrir más allá de lo físico y emocional.  En otro momento termina con esta lejanía, acercando a Dios a través del dolor. Dios se acerca al hombre l, se hace su auténtico semejante porque ama y sufre como él; es un compañero consagrado, bueno y triste, imposible a la sonrisa… “siento a Dios que camina U/ tan en mí con la tarde y con el mar, / con él nos vamos juntos.  Anochece. / Con él anochecemos. Orfandad. / Pero yo siento a Dios. Y hasta parece / que él me dicta no sé qué buen color. / Como un hospitalario, es bueno y triste, / mustia un dulce desdén de enamorado: / debe dolerle mucho el corazón. / Oh, Dios mío, recién a ti me llego, / hoy que amo tanto en esta tarde, hoy / que en la falsa balanza de unos senos. / mido y lloro una frágil Creación / y tu, cuál llorarás… tú, enamorado / de tanto enorme seno girador… / Yo te consagro Dios, porque amas tanto, / porque jamás sonríes, porque siempre / debe dolerte mucho el corazón”. (“Dios”)  El Dios de Vallejo no tiene las consabidas características del ser supremo en la tradición judeo-cristiana; sobre él y escapando a su sabiduría ya su poder, está el destino.  No está en su poder otorgar felicidad o desdicha al hombre; el dolor entonces, no se explica como castigo divino y cuando en el poema inaugural del libro nos habla de “golpes como del odio de Dios”, debemos entender la frase más como una hipérbole metafísica, como una pauta de la imaginación… “El suertero que grita “La de la mil” / contiene no sé qué fondo de Dios. / Pasan todos los labios. El hastío / despunta en una arruga su yanó. / Pasa el suertero que atesora, acaso / nominal, como Dios, / entre panes tantálicos, humana / impotencia de amor. / Yo le miro al andrajo. Y él pudiera / darnos el corazón, / pero la suerte aquella que en sus manos / aporta, pregonando en alta voz, / como un pájaro cruel, irá a parar /adonde no lo sabe ni lo quiere / este bohemio dios. / y digo en este viernes tibio que anda / a cuesta bajo el sol: / ¡por qué se habrá vestido de suertero / la voluntad de Dios!”. (“La de mil”)

2.  Relación con el hogar paterno: Otro de los motivos que aparecen en “Los heraldos negros” y que es desarrollado en obras posteriores, es la relación del poeta con el hogar paterno; con la madre, el padre, los hermanos.  Líneas atrás había expresado que la única forma de atenuar el dolor era compartirlo, (amando o siendo amado) sólo la vivió a plenitud en su infancia.  A  continuación veremos dos fragmentos que nos muestran a este amor filial convertido en nostalgia, Vallejo recuerda, y al hacerlo regresa el hogar perdido, esa pequeña dosis de amor y paz que le dio el destino como para mitigar todos los grises de sus futuros días, a este recuerdo regresa el poeta con la actitud devocional de un peregrino que se dirige al irrecuperable, templo de amor:… “Mi padre duerme.  Su semblante augusto / figura un apacible corazón; / está ahora tan dulce...  / si hay algo en él de amargo, seré yo. / Hay soledad en el hogar; se reza, / y no hay noticias de los hijos hoy / Mi padre se despierta ausculta / la huida a Egipto, el restante adiós. / Está ahora tan cerca, / si hay algo en él de lejos, seré yo. / Y mi madre pasea allá en los huertos, / saboreando un sabor ya sin sabor. / Está ahora tan suave, U tan ala, tan salida, tan amor. / Hay soledad en el hogar sin bulla, / sin noticias, sin verde, sin niñez. / Y si hay algo quebrado en esta tarde, / y que baja y que cruje, / son dos viejos caminos blancos, curvos. / Por ellos va mi corazón a pie” (“Los pasos lejanos”) de “Los heraldo negros”… “Tahona estuosa de aquellos mis biscochos / pura yema infantil innumerable, madre, / Oh tus cuatro gorgas, asombrosamente / mil plañidas, madre. Tus mendigos. / Las dos hermanas últimas, Miguel que ha muerto / y yo arrastrando todavía / una trenza por cada letra del abecedario… / En la sala de arriba nos repartías / de mañana, de tarde, de dual estiba, / aquellas ricas hostias de tiempo, para / que ahora nos sobrasen /cáscaras de relojes en flexión de las 24 / en punto parados.” (“XXIII” DE “Trilce”).

3.  Referencias al amor erótico

Por otro lado, las mayores referencias al amor erótico se hallan en “Los heraldos negros”, en su poética posterior va sublimando el marcado sensualismo de los versos de su primera obra.  Lo sensual –en este momento- es catarsis vivencial, pero no la auténtica comunión de dos seres marcados por el dolor; esta correspondencia plena, sólo ocurre en el amor ideal; la imposibilidad de conjurar el amor sensual con el amor ideal lo vuelve a arrojar a su soledad y antes que elegir (aún no lo hace en esta obra), asume esta tensión existencial…. “Ah mujer, por ti existo / la carne hecha de instinto. Ah mujer! /  Por eso  ¡oh, negro cáliz! Aun cuando ya te fuiste, / me ahogo en el polvo, / y piafan en mis carnes más ganas  de beber!” “La copa negra”)… “Amada moriremos los dos juntos, muy juntos; / se irá secando a pausas nuestra excelsa amargura; /y habrán tocado a sombra nuestros labios difuntos. / Y ya no habrán reproches en tus ojos benditos; / ni volveré a ofenderte.  Y en una sepultura / los dos nos dormiremos como dos hermanitos (“El poeta a su amada”)… “Amada: no has querido plasmarte jamás / como lo ha pensado mi divino amor. / Quédate en la hostia, / ciega e impalpable, / como existe Dios… Si he cantado mucho, he llorado más / por ti ¡Oh mi parábola excelsa de amor! / Quédate en el seso, / y en el mito inmenso / de mi corazón!” (“Para el alma imposible de mi amada”)

4.  La solidaridad con el sufrimiento ajeno:  La soledad también se resuelve saliendo de uno mismo para entrar en comunión con el dolor de los demás; Vallejo asume esta posibilidad como vivida responsabilidad existencial, como un reencuentro con la esencia del hombre; la solidaridad con el sufrimiento ajeno… “Y cuándo nos veremos con los demás, al borde / de una mañana eterna, desayunados todos”.  (“La cena miserable”).  La emoción social se sacraliza, al punto de expresarse oracionalmente, en la más pura justificación trascendental y humana… “¡El pan nuestro”)… “Obrero, salvador, redentor nuestro, / perdónanos, hermano, nuestras deudas!”. (“Himno a los voluntarios de la República” de “España, aparta de mí este cáliz”).  “los heraldos negros”, es un libro más de interrogantes que dé respuestas; más de presentimiento e incertidumbre, como el poema que apertura el libro…. “Hay golpes en la vida tan fuertes… Yo no sé! / Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, / la resaca de todo lo sufrido / se empozara en el alma… Yo no sé!. / Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras / en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. / Serán tal vez los potros de bárbaros atilas; / o los heraldos negros que nos manda la Muerte… / Son las caídas hondas de los Cristos del alma, / de alguna fe adorable que el destino blasfema. / Esos golpes sangrientos son las crepitaciones / de algún pan que en la puerta del horno se nos quema… / Y el hombre… Pobre… pobre!  Vuelve los ojos, como / cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; / vuelve los ojos locos, y todo lo vivido / se empoza, como charco de culpa, en la mirada. / Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!” (“Los heraldos negros”).  Diremos también, que en esa obra se descubren las posibilidades gnoseológicas del corazón, del sentimiento doloroso para llegar a los más insondables abismos del hombre, el corazón es un búho; por vidente y por sabio, porque sólo él puede ver a través de la noche del alma humana:… “por eso esta tarde, como nunca, voy / con este búho, con este corazón” (“Heces”).  Por otro lado, dentro de los rasgos estilísticos de la poética vallejiana, destaca en este libro, como en sus otros tres libros de poesía, la construcción paralelística de tipo anafórico.  Veamos de qué manera emplea Vallejo la construcción de este tipo en el poema “La cena miserable”… “Hasta cuándo (AI) estaremos esperando, lo que / no se nos debe (BI)… Y en qué recodo estiraremos / nuestra pobre rodilla par siempre!  Hasta cuándo (A2) la cruz que nos alienta no detendrá sus remos (B2). / Hasta cuándo (A3) la Duda nos brindará blasones U/ por haber padecido. (B3)… Hasta cuándo (A4) este valle de lágrimas, a donde / yo nunca dije que me trajeran (B4)… Hasta cuándo (A5) la cena durará (b).  resulta sencillo percibir la reiteración de la anáfora “Hasta cuándo”, a través de los veintiún versos que conforman el poema.  La encontramos más o menos regularmente en los versos primeros, tercero, quinto, duodécimo, décimo sexto y vigésimo primero.  Unas veces inicia el verso; otras está en la mitad del sintagma; y algunas veces –caso del tercer verso- se encabalga.  La semejanza sintáctica del primer grupo es evidente y no requiere explicación.  El  segundo grupo sintagma reiterado incluye el sujeto y el predicado verbal de la oración. Estaremos esperando lo que nos e nos debe, la cruz que nos alienta no detendrá sus remos; la Duda nos brindará blasones; este valle de lágrimas a donde yo nunca dije que me trajeran.  De esto resulta que el esquema paralelístico de “·La cena miserable” sería el siguiente. 

A1 B1
A2 B2
A3 B3
A4 B4
A5 B5
A6 B6

Otro hermoso ejemplo comprobatorio de la teoría de los conjuntos semejantes lo proporciona el poema “Espergesia”, que repite cinco veces la anáfora: “Yo nací un día que Dios estuvo enfermo”, y otra semianáfora: “Todos saben que vivo… Todos saben que vivo… todos saben y no saben”; esta repetición se produce en forma notoria a pesar de la extensión del poema (treintaisiete versos en total)… “Yo nací un día / que Dios estuvo enfermo. (A1)… todos saben que yo vivo, (B1) / que soy malo; y no saben del diciembre de ese enero. / Pues yo nací un día / que Dios estuvo enfermo. (A2)… Hay un vacio / en mi aire metafísico / que nadie ha de palpar: / el claustro de un silencio /( que habló a flor de fuego. Yo nací un día que Dios estuvo enfermo. (A·)… hermano, escucha, escucha… / Bueno.  Y que no me vaya / sin llevar diciembre, / sin dejar eneros. Pues yo nací un día que Dios estuvo enfermo. (A4)… Todos saben que vivo, (B2) / que mastico… Y no saben (B3) por qué en mi verso chirrian, / oscuro sin sabor de féretro, / lullidos vientos / desenroscados de la Esfinge / preguntona del Desierto… todos saben… Y no saben (B4) / que la luz es tísica, / y la sombra engorda…” el esquema en consecuencia sería el que sigue.

A1 B1
A2 B2
A3 B3
A4 B4
A5 B5

Veamos este otro poema donde el estilo paralelístico anafórico, es por demás evidente:… “Hay ganas (A1) de volver de amar, de no ausentarse, (B1) / y hay ganas (A2) de morir, combatido por dos aguas encontradas que jamás han de istmarse (B2)… Hay ganas (A3) de un gran beso que amortaje a la Vida, U/ que acaba en el –áfrica de una agonía ardiente / suicida (B3)… Hay ganas de (A4) no tener ganas, Señor; a ti yo te señalo con el dedo deicida: (B4) / hay ganas (A5) de no haber tenido corazón. (B5)… La primavera vuelve, vuelve y se irá. Y Dios, /curvado en tiempo, se repite, y pasa, pasa U/ a cuestas con la espina dorsal del Universo… Cuando las sienes tocan su lúgubre tambor, / cuando me duele el sueño grabado en un puñal, / ¡hay ganas (A6) de quedarse plantado en este verso! (B6) (“Los anillos fatigados”).  El esquema correspondiente es éste:

A1 B1
A2 B2
A3 B3
A4 B4
A5 B5
A6 B6

Otro aspecto que sobresale en el estilo vallejiano es el empleo de la catacresis, es decir el ayuntamiento de adjetivos y sustantivos que externamente no se corresponden y que, a veces, resueltamente se rechazan.  Veamos los siguientes ejemplos para el mejor entendimiento:… “látigo beatífico”… “Caminos redentores”… (“Comunión”).. “pálidos celajes”… “místicos bronces”… (“Nochebuena”)… “fruta melodiosa”… “sol funeral”… “Lúgubres vinos”… (“Ascuas”)… “excelsa amargura”… “labios difuntos”… “ojos benditos”… (“El poeta a su amada”)… “pureza absurda”… “falda neutra”… (Deshora”)… “férreas cegueras”… (“Nervazón de angustia”)… “tarde heroica”… (“Romería”)… “óleos quemantes”… (“Heces”)… “amarga luz”… (“Impía”).  El destacado crítico literario, Ricardo González Vigil, ha realizado un estudio acucioso sobre este primer poemario de César Vallejo.  En él no sólo realiza un análisis exhaustivo de los poemas que conforman el libro, sino que incluye además los poemas juveniles, piezas de “aprendizaje”, que Vallejo eliminó con buen criterio. (cf. “Leamos juntos a Vallejo – Tomo I; “Los heraldos negros y otros poemas juveniles”, Banco Central de Reserva del Perú – Fondo Editorial – Lima 1988.



LOS CACHORROS


“Los cachorros” , publicada originalmente en 1967 con el título de “Pichula Cuellar”, es un relato que tiene que ver con la línea temática inaugurada en “Los jefes” y profundizada en “La ciudad y los perros”.  El fracaso y la frustración son exaltados como esencialmente conformadores de las condiciones en la que se desenvuelve la sociedad peruana.  Este relato pertenece a la pluma de Mario Vargas Llosa, novelista, nacido en Arequipa en 1936.  El tema de “Los Cachorro” se centra en el colegio Champagnat de Miraflores.  El hermano Leoncio comunicó a los alumnos del tercero “A”, que un nuevo alumno formaría parte del salón.  Su apellido era Cuellar y llegó una mañana a la hora de la formación.  El hermano Lucio lo puso a la cabeza de la fila porque era más pequeño que el alumno rojas, que antes de la llegada de Cuellar, encabezaba la fila.  Choto, Mañuco, Chingolo y Lalo, congeniaron rápidamente con él.  Cuellar había vivido en San Antonio, pero ahora vivía en mariscal Castilla, cerca del cine Colina.  Cuellar rápidamente dio muestras de ser un alumno muy estudioso, recibiendo por ello las felicitaciones de los hermanos del colegio.  Las clases de la primaria finalizaban a las cuatro, y a las cuatro y diez, el Hermano Lucio ordenaba romper filas y a las cuatro y cuarto ellos estaban  en la cancha de fútbol.  Cera a la cancha se oían los ladridos de un gran perro danés llamado “Judas”.  Choto decía que Cuellar por “chancar” mucho, descuidaba el deporte.  Pero Cuellar que era terco y se moría por jugar en el equipo se entrenò tanto en el verano que al año siguiente se ganó el puesto de interior izquierdo en la selección de clase. Se había pasado los tres meses de vacaciones sin ir a las matinés ni a las playas, sólo viendo y jugando fútbol mañana y tarde.  En Julio para el campeonato interaños, el hermano Agustín autorizó al equipo de Cuarto “A”, a entrenarse dos veces por semana, los lunes y los viernes, a lahora de dibujo y música.  Cuellar se metìa a la ducha después de los entrenamientos.  Cierto día en que Lalo y Cuellar se estaban duchando, aparecion “Judas”.  Choto, Chingolo y Mañuco, saltaron por las ventanas.  Lalo logró cerrar las puertas de la ducha en el preciso instante en que “Judas” metía el hocico.  Después de un instante se oyó los ladridos de “Judas” y los llantos de Cuellar; luego el vozarrón del hermano Lucio y las lisuras del hermano Leoncio.  Cuellar, que había sido atacado por el perro, era llevado en la camioneta de la Dirección por los hermanos Agustín y Leoncio.  Los muchachos fueron a visitarlo a la “Clínica Americana”, y vieron que no tenía nada en la cara ni en las manos.  El malvado de “Judas” lo había mordido en la “pichulita”.  Cuellar volvió al colegio después de Fiestas Patrias; más deportista que nunca, Por el contrario su rendimiento bajó considerablemente.  Los hermanos lo mimaban al igual que sus padres.  Le ponían buenas calificaciones, aun cuando, la mayoría de las veces, no sabía nada.  No mucho después del accidente comenzaron a decirle “pichulita”; el apodo se lo puso un alumno de apellido Gumucio y se esparció como reguero de pólvora por todo el colegio.  El apodo se le pegó como una estampilla; salió también a las calles y poquito a poco fue corriendo por los barrios de Miraflores y nunca más pudo sacárselo de encima.  Cuando llegó a la secundaria ya se había acostumbrado al apodo.  Cuando estaban en tercero de media los chicos habían desarrollado físicamente.  El primero en tener enamorada fue Lalo, quien se le declaró a Chabuca Molina y Mañuco a Pusy Lañas.  En quinto de media Chingolo le cayó a Bebe Romero y le dijo que no a Tula Ramírez y ésta también lo rechazó.  Tuvo suerte con la China Saldívar que sí lo aceptó.  El único que no tenía enamorada de todo el grupo era Cuellar.  Los chicos los animaban, pero Cuellar sólo se dedicaba a hacer locuras como beber en exceso, comer como un loco en su auto.  Cuando Chingolo y Mañuco estaban ya en Primero de Ingeniería, Lalo en Pre-Médicas y Choto comenzaba a trabajar en la “Casa Wiese” y Chabuca ya no era enamorada de Lalo sino de Chingolo, y la china Saldívar ya no de Chingolo sino de Lalo, llegó a Miraflores Teresita Arrarte.  Cuando Cuellar la vio cambió su comportamiento, dejó de hacer locuras.  Cuellar estaba enamoradísimo de Teresita Arrarte pero no se animaba a declarársele.  Dilato tanto la declaración de amor, que un día llegó a Miraflores un muchacho de San Isidro que estudiaba Arquitectura, tenía un Pontiac y era nadador: Cachito Arnillas, Cachito le cayó a Teresita después de un tiempo y ésta le dijo que sí.  Entonces Cuellar volvió a sus andadas.  Tomaba más que antes, en “El Chasqui”, entre timberos, dados, ceniceros repletos de puchos y botellas de cerveza helada, y remataba las noches viendo un show, en cabarets de mala muerte: en el “Nacional” el “Pingüino”, el “Olímpico”, y el “Turbillón”; o, si estaba sin plata en antros de lo peor, donde podía dejar en prenda su pluma Parker, su reloj Omega o su esclava de oro.  Cuando Lalo se casó con Chabuca, el mismo año que Mañuco y Chingolo se recibían de ingenieros, Cuéllar ya había tenido varios accidentes y su Volvo andaba siempre abollado, despintado, las lunas rajadas.  Su carro andaba siempre repleto de rocanroleros cuyas edades oscilaban entre trece y quince años y, los domingos se aparecía en el “Waykiki” corriendo tabla hawaiana.  Cierto día hizo una apuesta con Quique Ganoza, una carrera al amanecer, desde la plaza San Martín hasta el Parque Salazar, éste por la buena pista, Pichulita contra el tráfico.  Os patrulleros lo persiguieron desde Javier Prado, sólo lo alcanzaron den Dos de Mayo.  Estuvo un día en la comisaría.  Y lo que tenía que suceder, sucedió yendo al norte, en las traicioneras curvas de Pasamayo.  Y así terminó la vida de Pichulita Cuéllar, un final que él se lo buscó,.  Como hemos visto el asunto del relato es la emasculación de Cuéllar, que pierde el miembro viril en la ducha del gimnasio en el colegio al que asiste.  Es decir, el lento desarrollo de su vida a partir de la mutilación, los conflictos que acarrea una transformación inesperada e inevitable / La tensión del relato deriva del intento del muchacho – cómico, patético, ridículo- de seguir integrado en el mismo grupo de amigos y compañeros, pero con una capacidad vital distinta Y es su situación existencial crítica la que se novela; el castrado pierde su vigor físico primero, y el moral después, cuando advierte lentamente su cambio en otro, al asistir extrañamente al descubrimiento de su imposibilidad.  Dentro de la historia de Cuéllar y la de los “cachorros”, el drama del primero no despierta sino una compasión dudosa.  Los “cachorros” crecen al amparo del código habitual de las novelas de Vargas Llosa:  la hombría, como superficie alienante que consagra un modelo que no admite disensiones, es el rígido sostén de los diferentes grupos sociales, el aglutinante de los comportamientos, el catalizador que, asegura la reducción del sistema.  Por otra parte, es necesario indicar que la acción del pero no es la única causa del deterioro de Cuéllar:  “si bien es el autor material de la emasculación, el grupo impide su nueva instalación en el medio social, acorde con su transformación” (“Historia de la literatura latinoamericana”; No. 8).  Impulsándolo a salvar las apariencias, lo sume en un juego grotesco y aniquilador.   Cuéllar debe hacer como una práctica lo que le está vedado.  Debe comportarse de acuerdo con su antigua imagen de alumno estudioso y buen deportista, actuar en todo momento con la naturalidad de los no castrados frente al otro sexo.




LITERATURA LATINOAMERICANA


CIEN AÑOS DE SOLEDAD


Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.  Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos”.  Así se inicia “Cien años de soledad”, aquella genial novela del escritor colombiano Gabriel García Márquez, nació en Aracataca el 6 de Marzo de 1928, y que fuera laureado con el Premio Nobel de Literatura 1982, convirtiéndose así en el cuarto escritor latinoamericano ganador del Nobel y, el octavo de habla hispana (cabe anotar que en 1989, el premio correspondió al escritor español Camilo José Cela, así como el correspondiente a 1990 le fue otorgado al poeta mejicano Octavio Paz). Ya desde el primer capítulo se va perfilando Macondo.   Cómo es el pueblo, cómo son sus habitantes, qué es lo que hacen.  Macondo aparece a través de unos personajes concretos, los de la familia Buendía.  Las dos historias, la de Macondo y la de la familia Buendía, se van intercalando, mezclando.  Todos los años, por el mes de Marzo, una familia de gitanos llega a Macondo encabezados por un gitano corpulento llamado Melquíades.  Estos traían las innovaciones ya asimiladas y consideradas como algo común en el exterior, pero desconocidas por los habitantes de Macondo.  Entre ellas un imán gigantesco, que arrastrado de casa en casa por Melquíades, atraía los calderos, las pailas y todos los objetos metálicos de los alrededores.  Catalejos, lupas y toda una serie de objetos son adquiridos por José Arcadio Buendía, el fundador de Macondo, quien pasó largos meses de lluvia encerrado en un cuartito sumergido en sus experimentos.  Cierto día comunicó a su mujer.  Úrsula Iguarán, y a sus tres hijos, su gran descubrimiento. “La tierra es redonda como una naranja”.  Su mujer perdió la paciencia y le dijo que si quería volverse loco, lo hiciera solo.  Úrsula atribuía las excentricidades de su marido a la influencia que los gitanos ejercían sobre él; pero por más que predisponía a la población en contra de ellos, la curiosidad podía más que el temor.  En los primeros tiempos José Arcadio Buendía era social, extrovertido y llevaba una vida práctica; sin embargo después de entrar en contacto con todas las aportaciones del gitano Melquíades se volvió introvertido y vivía encerrado, entregado a su fantasía.  En pocos años, Macondo fue una aldea más ordenada y laboriosa que cualquiera de las conocidas hasta entonces por sus 300 habitantes, donde nadie era mayor de treinta años y donde nadie había muerto.  Una tarde de marzo llegaron los gitanos y José Arcadio se apresuró a darles el encuentro.  La noticia de que Melquiades había muerto lo afligió tremendamente.  Esta vez los gitanos trajeron en un baúl un inmenso hielo; José Arcadio Buendía lo denominó “El gran invento de nuestro tiempo”.  José Arcadio y Úrsula Iguarán eran primos entre sí, por lo cual, ella, influenciada por su madre, no quiso tener relaciones sexuales con su marido por temor a que sus hijos nacieran con cola de cerdo.  Un gallero llamado Prudencio Aguilar, furioso porque José Arcadio lo venció en una apuesta, le dijo: “A ver si por fin ese gallo le hace el favor a tu mujer”.  José Arcadio le atravesó la garganta con la lanza de su abuelo, esa noche pudo poseer a su mujer después de un año de casados.  Las reiteradas apariciones del muerto determinaron que José Arcadio, acompañado de varios amigos, abandonara Riohacha en busca de nuevas tierras.  Después de casi dos años de travesía llegaron junto a un río donde acamparon.  Esa noche, José Arcadio soñó que en aquel lugar se levantaba una ciudad con casas de paredes de espejo.  Preguntó cómo se llamaba la ciudad y le dijeron: Macondo.  Al día siguiente, él y sus amigos fundaron en aquel lugar la aldea.  El primer ser humano que nació en macondo fue Aureliano; su hermano José Arcadio había nacido en el trayecto que hicieron desde Ríohacha.  José Arcadio, el primer hijo de los Buendía, se enreda con Pilar Ternera, una deslenguada mujer que adivinaba el provenir a través de las cartas, a la cual embarazó.  Un jueves de enero nació Amarante, quien permanecería soltera a lo largo de su vida, estando a punto en más de una ocasión de tener relaciones sexuales con su sobrino Aureliano José.  El último hijo de José Arcadio y Úrsula para satisfacción de ellos nació sin cola de cerdo. Otro año cuando llegaron los gitanos, José Arcadio hijo, se amarró un trapo rojo en la cabeza y se fue con los gitanos.  Úrsula ante la indiferencia de su marido por la noticia, partió en busca de su hijo. Volvió después de cinco meses acompañada de hombres y mujeres como ellos, que venían del otro lado de la ciénaga, donde había pueblos que recibían el corre3o todos los meses y conocían las máquinas de bienestar.  Úrsula no había alcanzado a los gitanos, pero encontró la ruta que su marido no pudo descubrir en su frustrada búsqueda de los grandes inventos.  El hijo de Pilar Ternera fue llevado a casa de sus abuelos a las dos semanas de nacido.  Aunque recibió el nombre de José Arcadio, terminaron por llamarlo simplemente Arcadio para evitar confusiones.  Las gentes que llegaron con Úrsula convirtieron Macondo en un pueblo activo, con una ruta de comercio permanente por donde llegaron los árabes, como don Jacob, que puso un hotel.  Un domingo, una niña llamada Rebeca, quien portaba un talego de lona que hacía un permanente ruido de cloc, cloc, cloc, donde llevaba los huesos de sus padres, Nicanor Ulloa y Rebeca Montiel, se presentó encasa de los Buendía.  La niña según decía la carta que portaba, era huérfana y prima de Úrsula en segundo grado.  La niña se quedó, y, como en aquel tiempo no había cementerio en Macondo, pues, hasta entonces no había muerto nadie, conservaron el talego con los huesos en espera de que hubiera un lugar digno para sepultarlos.  Rebeca, que sólo gustaba comer la tierra húmeda del patio y las tortas de cal que arrancaba de las paredes con  las uña, trajo consigo la peste del insomnio.  Visitación, una india guajira que llegó a Macondo huyendo de esa peste, fue quien reconoció los síntomas de tan extraña enfermedad.  Cature, hermano de Visitación, que ayudaba a su hermana en los oficios domésticos en la casa de los Buendía, se marchó de Macondo por temor a contraer la peste y no volvería hasta el día en que murió José Arcadio Buendía.  Al principio nadie se alarmó.  Al contrario, se alegraron de no dormir, porque entonces había tanto que hacer en Macondo que el tiempo apenas alcanzaba.  Trabajaron tanto, que pronto no tuvieron anda más que hacer.  Fue al poco tiempo que se manifestó la característica más crítica de la enfermedad:  el olvido.  José Arcadio Buendía, con un hisopo entintado, marcó cada cosa con su nombre para poder reconocerla; poco después hubo que colocar inclusive la utilidad de cada cosa: Un día apareció Melquíades, que había regresado de la muerte porque no pudo soportar la soledad, y había decidido refugiarse en aquel rincón del mundo todavía no descubierto por la muerte.  El gitano dio a beber a José Arcadio una sustancia extraña y la luz se hizo en su memoria.  Gracias a Francisco el Hombre, anciano trotamundos de casi doscientos años, que pasaba con frecuencia por Macono, divulgando las canciones compuestas por él mismo, en las que revelaba noticias ocurridas en los pueblos de su itinerario.  Úrsula pudo enterarse de la muerte de su madre, pero no tuvo noticas de José Arcadio, el que se fue con los gitanos.  Francisco el Hombre desapareció de Macondo durante la peste del insomnio y una noche reapareció sin ningún anuncio en la tienda de Catarino, un afeminado con cuyo negocio se reunían las prostitutas.  Como la familia Buendía, fue creciendo, Úrsula sacó el dinero acumulado en su negocio de caramelos y pan, y lo invirtió en hacer más espaciosa la casa.  Ellos querían pintar la casa de lanco, pero les llegó una notificación de Apolinar Moscote, el corregidor que el gobierno había mandado a Macondo, en la que se obligaba a todos los habitantes de la aldea pintar la fachada de azul.  Al final se impuso la palabra de José Arcadio Buendía.  La casa nueva fue estrenada con un baile.  El principal motivo de la ampliación fue el deseo de Úrsula de procurar a las ya adolescentes Rebeca y Amaranta, un lugar digno donde recibir las visitas.  Encargó una pianola, lo cual asombró a los habitantes de Macondo, y el encargado de armarla y afinarla fue Pietro Crespi, un joven rubio que fue enviado por la casa exportadora.  Enseñó a Rebeca y Amaranta a bailar, bajo la escrutadora mirada de Úrsula: “no tienes por qué preocuparte tanto”, “este hombre es marica”, le decía José Arcadio a su mujer.  Se quedó a vivir en Macondo donde instaló un almacén de instrumentos musicales y juguetes de cuerda, que era atendido por Bruno, su hermano menor.  Pronto Amaranta y Rebeca se enamoraron del italiano, quien corresponde a la segunda, provocando la rabia de Amaranta.  El recuerdo de la pequeña Remedios, hija de Apolinar Moscote, despierta una loca pasión en Aureliano, quien en compañía de sus amigos, Magnífico Bisbal y Gerineldo Márquez, la buscaba con mirada ansiosa pero sólo veía a las hermanas mayores.  Una noche como para apaciguar en algo el hervor de su sangre, Aureliano visita a Pilar Ternera; al año nacería el fruto de aquella fugaz noche.  Fue llevado a casa de los Buendía y bautizado en ceremonia íntima con el nombre de Aureliano José.  Cuando José Arcadio Buendía fue a pedir la mano de Remedios, quien aún tenía nueve años, don Apolinar Moscote dijo consternado.  “Tenemos seis hijas más, todas solteras y en edad de merecer, que estarían encantadas de ser esposas dignísimas de caballeros serios y trabajadores como su hijo, y Aurelito pone sus ojos precisamente en la única que todavía se orina en la cama” (“Cien años de soledad”, Gabriel García Márquez.  Editorial La Oveja Negra, 1967; pág. 73).  Aureliano estaba dispuesto a esperar que la niña cumpliese once años y pudiera concebir.  La armonía de Macondo sólo fue interrumpida por la definitiva muerte de Melquiades.  Fue el primer entierro y el más concurrido que se vio en el pueblo.  Lo sepultaron en el centro del terreno que destinaron para el cementerio, con una lápida donde quedó escrito lo único que se supo de él MELQUIADES.  Cuando se acordó que Rebeca se casaría con Pietro Crespi, Amaranta le susurró al oído: “No te hagas ilusiones, aunque me lleven al fin del mundo encontraré la manera de impedir que te cases, así tenga que matarte” (Edic. cit; Ibídem, pág. 77).  Cierto día José Arcadio Buendía, el patriarca, comenzó a destrozar todos los muebles que tenía ante sus ojos.  Había enloquecido.  Se necesitaron diez hombres para tumbarlo, catorce para amarrarlo, veinte para arrastrarlo hasta el castaño del patio donde lo dejaron atado, halando una en gua extraña.  Aureliano Buendía y Remedios Moscote se casaron un domingo de marzo.  Por acuerdo de Úrsula, el matrimonio de Rebeca y Pietro Crespi debía celebrarse  en la misma fecha, ero Pietro recibió una carta con el anuncio de la muerte inminente de su madre.  La noticia era falsa, nunca se averiguó quién escribió la carta.  La boda de Aureliano y Remedios fue realizada por Nicanor Reyna, el primer cura de Macondo, que vanamente trató de cristianizar a circuncisos y gentiles, legalizar concubinarios y sacramentar moribundos, en aquel pueblo que prosperaba en el escándalo, sin bautizar a los hijos ni santificar las fiestas.  Una semana antes de la nueva fecha fijada para la boda de Rebeca, la pequeña Remedios despertó a medianoche empapada en un caldo caliente que explotó en sus entrañas, y murió tres días después envenenada por su propia sangre con un par de gemelos atravesados en el vientre.  Amaranta se hizo cargo de Aureliano José.  Lo adoptó como un hijo que había de compartir su soledad, y aliviarla del láudano involuntario que echaron sus súplicas desatinadas en el café de Remedios Moscote.  Rebeca, completamente desmoralizada por el nuevo aplazamiento de su boda, volvió a comer tierra.  Al poco tiempo de la muerte de Remedios, regresó a Macondo José Arcadio.  Úrsula no podía concebir que el muchacho que se llevaron los gitanos fuera el mismo que se comía medio lechón en el almuerzo y cuyas ventosidades marchitaban las flores. Cuando José Arcadio conoció a Rebeca la despojó de su virginidad.  Tres días después se casaron bajo la bendición del padre Nicanor, quien reveló a los presentes que José Arcadio y Rebeca no eran hermanos.  Úrsula no perdono nunca lo que consideró una falta de respeto y los botó de su casa.  Pietro Crespi, desconsolado, comenzó a frecuentar a Amaranta.  Mucho tiempo después el italiano le pidió que se casara con él.  Pietro jamás imaginó que ella le diría: “No sea ingenuo, Crespi, ni muerta me casaré contigo”.  El dos de noviembre, día de todos los muertos, Bruno Crespi encontró a su hermano en el escritorio de la trastienda con las muñecas cortadas a navaja.  Úrsula lo veló en su casa y lo enterró junto a la tumba de Melquíades.  De las largas charlas que sostenía con sus suegros, Aureliano Buendía se enteró que la situación política del país se hallaba convulsionada.  Apolinar Moscote era conservador y por lo tanto era enemigo acérrimo de los liberales. Aureliano no entendía nada de política, pero cuando llegaron las elecciones y vio cómo su suegro hacía trampa en la contabilidad de los votos, favoreciendo a su partido, Aureliano comentó con sus amigos: “Si hay que ser algo, sería liberal, porque los conservadores son unos tramposos”.  Cuando estalló la guerra, un pelotón del ejército ocupó Macondo por sorpresa, y estableció el cuartel en la escuela que dirigía Arcadio, el hijo de Pilar Ternera y José Arcadio Buendía.  Ante la forma enérgica con que el ejército sometió a los pobladores de Macondo, el padre Nicanor trató de impresionar a las autoridades militares con el milagro de la levitación, y un soldado, lejos de impresionarse, lo descalabró de un culatazo.  Dos semanas después de la ocupación, Aureliano Buendía fue a casa de Gerineldo Márquez para decirle que se irían a la guerra.  Una noche, veintiún hombres menores de treinta años al mando de Aureliano, tomaron por sorpresa la guarnición, se apoderaron de las armas y fusilaron a todos los soldados que encontraron.   Antes de partir, para unirse a las fuerzas del general revolucionario Victorio Medina, Aureliano fue a despedirse de su suegro y a decirle que el nuevo gobierno liberal garantizaba, bajo palabra de honor, su seguridad personal y la de su familia.  “Esto es un disparate Aurelito”, exclamó don Apolinar Moscote.  “Ningún disparate.  Es la guerra.  Y no me vuelva a decir Aurelito que ya soy el coronel Aureliano Buendía”, le respondió el rebelde, y se marchó.  El coronel Aureliano Buendía promovió treinta y dos levantamientos armados y los perdió todos.  Tuvo diecisiete hijos varones de diecisiete mujeres distintas, que fueron eliminados uno tras otro en una sola noche antes de que el mayor cumpliera treintaicinco años.  Escapó a catorce atentados, a setenta y dos emboscadas y a un pelotón de fusilamientos.  Antes de irse había dejado al mando de Macondo a su sobrino Arcadio quien con el tiempo se convertiría en el más cruel de los gobernadores que hubo nunca en aquel lugar.  Entre sus excesos, está aquèl, en que al frene de una patrulla asaltó la casa de don Apolinar Moscote a quien se llevó a rastras para fusilarlo.  La oportuna intervención de Úrsula evitó el fusilamiento.  Arcadio fue un niño solitario.  Melquíades fue el único que en realidad se ocupó de él: nadie se imaginaba cuánto lloró su muerte en secreto, y col qué desesperación trato de revivirlo en el estudio inútil de sus papeles. Pilar ternera, su madre, fue para él una obsesiona tan irresistible como lo fue primero para José Arcadio y luego par Aureliano.  Sin saber que era su madre trató de forzarla sexualmente: “No te hagas la santa, al fin, todo el mundo sabe que eres una puta”.  Lo engaño diciéndole que en la noche iría a su cuarto.   En su lugar se presentó Santa Sofía de la Piedad, hija de un tendero, a quien Pilar ternera pagó cincuenta pesos para que la suplantara.  Muchos años después frente al pelotón de fusilamiento Arcadio había de recordar a aquella muchacha con la que tuvo tres hijos.  Remedios, la mayor, y dos gemelos a quienes se les puso José Arcadio Segundo y Aureliano Segundo.  Arcadio moriría sin conocer a sus hijos varones.  Cuando terminó la guerra, el coronel Aureliano Buendía cayó prisionero cuando trataba de huir disfrazado de hechicero indígena.  Condenado a muerte manifestó que su última voluntad era morir en Macondo: Allá fue trasladado por sus captores quienes después se arrepintieron de haberlo llevado, pues, los pobladores de la aldea los amenazaron de muerte si el coronel Buendía era fusilado.  Cuando parecía que la suerte del condenado estaba echada, y el capitán Roque Carnicero, encargado de la ejecución estaba por cumplirla, apareció José Arcadio con una escopeta lista para disparar, salvándolo así de la muerte.  Los hombres que iban a fusilar al coronel Buendía, incluyendo a Roque Carnicero, se pasaron al bando liberal y se fueron a liberar al general revolucionario Victorio medina, condenado a muerte en Riohacha.  Una tarde, ante la amenaza de una tormenta, José Arcadio regresó a su casa más temprano que de costumbre y mientras se cambiaba de ropa en su habitación, un disparo acabó con su vida.  Ese crimen fu tal vez el único misterio que nunca se esclareció en Macondo.  Tan pronto como sacaron el cadáver, Rebeca cerró las puertas de su casa y se enterró en vida.  Aureliano Buendía regresa al poco tiempo a Macondo.  Durante su estancia el pide a Pilar Ternera que le lea las cartas: “Cuídate la boca”, fue todo lo que le dijo: Dos días después trataron de envenenarlo con una carga de nuez vómica en el café; sólo los cuidados de Úrsula lo pusieron fuera de peligro a los cuatro días.  Ya restablecido, al cabo de algunos días, marcha de nuevo a establecer contacto con los grupos rebeldes del interior.  Deja en Macondo al coronel Gerineldo Márquez, nombrándolo jefe civil y militar.  Este logra imponer en la aldea el ambiente de paz con que soñaba el coronel Aureliano Buendía.  Sus relaciones amicales con Amaranta lo alientan a proponerle matrimonio, pero Amaranta lo rechazó como hizo con Pietro Crespi.  Era un hombre paciente: “Volveré a insistir”, dijo.  Aureliano Buendía escribe a Úrsula diciéndole: “Cuiden mucho a papá porque se va a morir.  La esposa del patriarca con ayuda de siete hombres llevó a José Arcadio a su dormitorio.  Úrsula lo atendía y le daba de comer, pero en realidad, con el único que él tenía contacto desde mucho tiempo atrás, era con Prudencio Aguilar.  Cataure, el hermano de Visitación, que había abandonado la casa huyendo de la peste del insomnio, volvió a Macondo.  Cuando Úrsula le preguntó por qué había vuelto, él le contestó en su lengua: “-He venido al sepelio del rey-“. Esa mañana murió José Arcadio Buendía, el hombre que fundó Macondo.  Amaranta y Aureliano José, es decir tía y sobrino, inician  unas relaciones incestuosas que no llegan a concretarse sexualmente “Es casi como si fuera tu madre”, le decía Amaranta.  La pasión del muchacho se fue extinguiendo sin dejar cicatrices.  Al contrario de Arcadio, que nunca conoció su verdadero origen, él se enteró que era hijo de Pilar Ternera, quien le había colgado una hamaca para que hiciera la siesta en su casa.  La guerra que había comenzado de nuevo, parece llegar a su fin.  Se instala en Macondo, una vez terminada la guerra, un alcalde, el primero hasta entonces: el general conservador José Raquel Moncada, admirador del coronel Aureliano Buendía, quien se lamentaba que no fuera conservador.  Habían llegado a hacerse grandes amigos, y aun en los períodos más encarnizados de la guerra, los dos guerreros concertaron treguas para intercambiar prisioneros.  Moncada consiguió que Macondo afuera erigido en municipio y creó un ambiente de confianza que hizo pensar en la guerra.  El padre Nicanor, consumido por las fiebres hepáticas, fue reemplazado por el padre Coronel, a quien llamaban El Cachorro.  Bruno Crespi, quien se había casado con Amparo Moscote, construye un teatro.  Fue también en esa época que se restauró el edificio de la escuela, haciéndose cargo de ella don Melchor Escalona, un maestro viejo mandado de la ciénaga.  Los diecisiete hijos del coronel Aureliano Buendía, llegan a casa de los Buendía donde son bautizados con el nombre de Aureliano y el apellido de la madre.  A pesar que su madre le pide que no salga, Aureliano José se va al teatro donde es asesinado por el capitán Aquiles Ricardo, al negarse a que lo registraran: “Todavía no ha nacido el hombre que me ponga las manos encima”, había dicho.  El capitán Aquiles Ricardo, era por aquel entonces comandante de la guarnición, asumiendo en la práctica el poder municipal.  Era odiado por la población de Macondo.  Apenas disparó contra Aureliano José fue derribado por dos balazos simultáneos cuyo origen no se estableció nunca.  El primero de octubre el coronel Aureliano Buendía, que continuaba luchando contra el gobierno, ataca Macondo con diez mil hombres, y luego de su victoria, fusila a todos los oficiales del ejército que habían sido tomados prisioneros.  El último fusilamiento fue el de José Raquel Moncada.  El coronel Gerineldo Márquez, cansado de la guerra, se refugia en la compañía de  de Amaranta, quien es inflexible a sus requerimientos amorosos.  Después de otro largo período de lucha, llega el armisticio.  El coronel Aureliano Buendía firma la rendición, ante el desacuerdo de sus hombres, los cuales lo tildan de traidor.  Gerineldo Márquez fue detenido y condenado a muerte.  Úrsula visitó a su hijo y le dijo:  “Sé que fusilarás a Gerineldo, y no puedo hacer nada por impedirlo.   Pero una cosa te advierto.  Tan pronto como vea el cadáver, te lo juro por los huesos de mi padre y mi madre, por la memoria de José Arcadio Buendía, te lo juro ante Dios, que te he de sacar de donde te metas y te mataré con mis propias manos” (Edic. Cit; Ibídem. Pág. 167).  La sentencia nunca se llegó a cumplir.  El coronel Buendía intenta suicidarse, pero la bala le entra por el pecho y le sale por la espalda, sin lesionar ningún órgano vital.  Los que lo tachaban de traidor lo consideran ahora un héroe.  Su estadía en Macondo, pasará a ser ya definitiva.  Aureliano Segundo y Remedios la bella, los tres hijos de Arcadio y de Santa Sofía de la Piedad, conforman la tercera generación de los Buendía.  Aureliano Segundo se pasaba horas en el cuartito donde José Arcadio Buendía y Melquíades realizaban sus experimentos. Vanos fueron sus intentos por descifrar los manuscritos de Melquíades quien se le aparecía siempre y le decía:  “Nadie debe conocer su sentido mientras no hayan cumplido cien años”.  Su hermano José Arcadio Segundo, asistió a un fusilamiento en compañía del coronel Gerineldo Márquez.  Se impresionó tanto que desde entonces detestó las prácticas militares y la guerra. Fue ese hecho lo que lo llevó a cuidar gallos de pelea y a ayudar más al padre Antonio Isabel, el nuevo sacerdote de Macondo.  La más contenta con este cambio en el bisnieto fue Úrsula: “Mejor, ojalá se meta de cura, para que Dios entre por fin a esta casa”.  

Ambos hermanos frecuentan a Petra Cotes, una mulata que había llegado a Macondo en plena guerra, con un marido ocasional que vivía de las rifas, y cuando el hombre murió, ella continuó con el negocio.  La muchacha se entendía con ambos, creyendo que eran la misma persona, debido al gran parecido de ambos ya que eran gemelos.  Finalmente se conformó con ser la amante de Aureliano Segundo, pues, éste se casaría con Fernanda del Carpio, una muchacha que procedía de una ciudad lúgubre y triste, llena de campanarios, con quien tendría tres hijos: José Arcadio, Meme y Amaranta Úrsula.  La fortuna que Aureliano José fue amasando con los años se debía a Petra Cotes, ya que ésta tenía la facultad de que los animales proliferaran rápidamente cuando ella se encontraba cerca de ellos, por eso cuando se casó con Fernanda del  Carpio y tuvo hijos siguió viviendo con ella con el consentimiento de Fernanda.  Aureliano Segundo se convierte pronto en uno de los hombres más ricos de Macondo, y cuanto más rico se hace, más despilfarrador se vuelve.  Organiza un carnaval donde su hermana Remedios la bella, es elegida reina.  Mientras tanto el coronel Aureliano Buendía envejecía en su negocio de pescaditos de oro. Cuando un grupo de veteranos de ambos partidos solicitan su apoyo para la aprobación de las pensiones vitalicias, les dijo:  “Olvídense de eso.  Ya ven que yo rechacé mi pensión para quitarme la tortura de estarla esperando hasta la muerte” (Edic. Cit. Ibídem. Pág. 197).  Ante los gritos, en pleno carnaval, de “Viva el partido liberal”, “Viva el coronel Aureliano Buendía”, falsos beduinos que no eran más que soldados, dispararon contra la multitud produciéndose una masacre que el gobierno nunca aclaró.  No tardó Aureliano Segundo en darse cuenta que su matrimonio con Fernanda había sido un error.  La severidad de carácter de Fernanda le impide adaptarse a las costumbres que tiene la familia Buendía.  Su enemistad con Amaranta y la rivalidad surgida con Úrsula hacen que las relaciones de su marido con Petra Cotes sean más consistentes cada día.  La única promesa que le impuso Fernanda fue que no se dejara sorprender por la muerte en la cama de su concubina.  Así continuaron viviendo los tres sin estorbarse.  Poco después que nació Meme el gobierno ordenó un homenaje al coronel Aureliano Buendía para celebrar un nuevo aniversario del Tratado de Neerlandia, con el cual quedó sellada la paz entre conservadores y liberales.  El coronel Buendía lo toma como una burla y cuando se entera que el propio presidente de la república pensaba asistir a los actos de Macondo, el coronel le mandó decir que esperaba con verdadera ansiedad aquella tardía pero merecida ocasión de pegarle un tiro.  De modo que el homenaje se llevó a cabo sin la asistencia del presidente y ninguno de la familia Buendía.  El día del homenaje llegan a Macondo los diecisiete hijos del coronel Buendía. Todos llevaban con orgullo el nombre de Aureliano, hy el apellido de su madre.  Durante los tres días que permanecieron en la casa, Aureliano Segundo no desperdició la oportunidad de festejar a los primos quienes hicieron añicos media vajilla, mataron las gallinas d tiros y otros desarreglos más.  El único que se quedó en Macondo fue Aureliano Triste, un mulato inmenso con los ímpetus y el espíritu explorador del abuelo, quien instala una fábrica de hielo.  Meses después volvieron los hijos del coronel Buendía Macondo, y otro de ellos, Aureliano Centeno, se quedó trabajando con Aureliano Triste, y sería posteriormente él, quien al agregarle colorante y azúcar al hielo inventaría los helados.  El negocio prosperó tanto que Aureliano Triste concibió la idea de traer el ferrocarril a Macondo para vincular la población con el resto del mundo. El proyecto, financiado por Aureliano Segundo, no tardó en realizarse, y así apareció un tren que tantos cambios iban a llevar a Macondo.  Con el arribo del tren llegan a Macondo infinidad de invenciones como el cine, el gramófono, el teléfono, que dejan perplejos a los macondinos.  El ferrocarril empezó a llegar con regularidad los miércoles a las once, y con él llegó un gringo con pantalones de montar llamado Mr. Herbert.  Almorzó en la casa de los Buendía donde se comió un racimo de bananos, cuya calidad puso en alerta al gringo, quien sería una de las piezas fundamentales en la instalación de la compañía bananera en macondo, que dejaría de ser para siempre la acogedora aldea que fundara José Arcadio Buendía.  La cantidad de forasteros que llegaban en el tren cambió tanto el ritmo de vida, que ocho meses después de la llegad de Mr. Herbert los antiguos habitantes de Macondo se levantaban temprano a conocer su propio pueblo.  Aureliano Segundo, en cambio no cabía de contento, pues, la casa de los Buendía, por voluntad de él, se convierte en una especie de casa de huéspedes donde a todos los forasteros se les da comida y también camas.  La que más sufre con este hecho es Fernanda quien tiene que atender como reyes a invitados que embarran con sus botes el comedor y se orinan en el jardín.    El reemplazo de los funcionarios locales por forasteros autoritarios hace que el coronel Aureliano Buendía se arrepienta de no haber llevado la guerra hasta sus últimas consecuencias.  Ante la brutalidad que impone la policía, el coronel Buendía insulta públicamente al gobierno y a los gringos: “Un día de éstos voy a armar a mis muchachos para que acaben con estos gringos de mierda”, gritó.  En el curso de esa semana, por distintos lugares del litoral, sus diecisiete hijos fueron cazados como conejos por criminales invisibles. Sólo logró salvarse uno, el mayor, llamado Aureliano Amador.  Desesperado ante los abusos cometidos por las autoridades, el coronel Aureliano Buendía logra reunir gran cantidad de dinero, y una vez reunido éste, visita al enfermo coronel Gerineldo Márquez para que lo ayude a promover la guerra total.  Lo encontró hundió en la derrota miserable de la vejez, pensando en Amaranta y pudriéndose de viejo en la exquisita mierda de la gloria:  “Ay, Aureliano, yo sabía que estabas viejo, pero ahora me doy cuenta que estás mucho más viejo de lo que pareces”, le dijo.  En el aturdimiento de los últimos años, Úrsula se resistía a envejecer. Aun cuando ya estaba ciega y centenaria, atendía las faenas de la casa llegando a conocer con tanta seguridad el lugar en que se encontraba cada cosa, que ella misma se olvidaba a veces de que estaba ciego.  José Arcadio, el hijo de Aureliano Segundo, marcha al seminario, aun cuando Úrsula no había podido consolidar mucho su vocación: El único que se negó a participar en la despedida fue el coronel Aureliano Buendía quien refunfuñó: “Esta era la última vaina que nos faltaba: ¡Un Papa!”.  José Arcadio Segundo remató sus gallos de pelea y se empleó de capataz en la compañía bananera, provocando la cólera de Fernanda que pensaba que la gente de bien era la que no tenía nada que ver con la sarna de los forasteros.  Fernanda cansada de las relaciones de su marido con Petra Cotes le mandó a casa de la concubina sus dos baúles de ropa, a pleno sol y con instrucciones de llevarlos por la mitad de la calle, para que todo el mundo los viera.  Aureliano Segundo se va definitivamente a vivir a la casa de su amante celebrando la libertad regalada con una parranda de tres días.  Aureliano segundo se volvió gordo a consecuencia de un apatito voraz que le dio tanta fama, que una hembra llamada Camila Sagastume, conocida como La Elefanta, compitió con él. Después de ingerir cada un cincuenta naranjas, treinta huevos crudos, dos cerdos y otros alimentos más. Aureliano cayó de bruces sobre su plato perdiendo el conocimiento, perdiendo su título de tragaldabas.  Mientras tanto Macondo había quedado económicamente colonizado por una potencia extranjera.  Meme, la hermana de José Arcadio, estudia en un colegio de monjas, lejos de Macondo.  Durante las vacaciones ella volvía a Macondo; sus padres se habían puesto de acuerdo para vivir juntos, y evitar que Meme descubriera la realidad familiar.  El coronel Aureliano se endureció cada vez más desde que el coronel Gerineldo Márquez se negó a secundarlo en su guerra senil.  Sólo José Arcadio Segundo se encerraba en el taller a conversar con él.  Dejó de vender pescaditos de oro cuando se enteró que la gente no los compraba como joyas sino como reliquias históricas.  Un día fue a orinar debajo del castaño donde el espectro de su padre, el cual él nunca había visto, dormitaba tranquilamente.  Metió la cabeza entre los hombros y se quedó inmóvil con la frente apoyada en el tronco del castaño.  La familia no se enteró hasta el día siguiente, cuando Santa Sofía de la Piedad fue a tirar la basura en el traspatio y le llamó la atención que estuvieran bajando los gallinazos.  Las últimas vacaciones de Meme coincidieron con el luto por la muerte del coronel Aureliano Buendía. La muchacha se encontró con una hermanita recién nacida, a quien bautizaron contra la voluntad de Fernanda con el nombre de Amaranta Úrsula.  Meme regresó con un diploma que la acreditaba como concertista de clavicordio y con la valentía como para decirle a su madre que bien podía ponerse una lavativa de clavicordio, porque ella ya estaba harta de ese instrumento que hasta las monjas consideraban como un fósil.  Entre ella y su padre se establece una relación de amistad tan férrea que Fernanda tuvo que arrancarle a Aureliano Segundo la promesa de que nunca llevaría a Meme a casa de Petra Cotes.  La muchacha entabla amistad con Patricia Brown, la hija de Mr. Brown, quien la lleva a fiestas, le enseña a jugar tenis e incluso a hablar inglés.  

Es en esos días que la muerte, representada por una mujer, visita a Amaranta y le anuncia que morirá apenas termine la mortaja que ella misma se está tejiendo.  Amaranta previno a todos los habitantes de Macondo que moriría y que estaba dispuesta a llevarle cartas a los muertos.  A la muerte de Amaranta, Santa Sofía de la Piedad se hizo cargo de Úrsula, quien quedó relegada en la cama.  Meme se enamora de un mecánico de la compañía bananera llamado Mauricio Babilonia.  Era joven, cetrino y había nacido en Macondo. Cada vez que él aparecía una nubecilla de mariposas amarillas invadía el ambiente.  Meme guarda en secreto las relaciones amorosas que sostiene con Mauricio debido a la baja condición social de él y conocedora de los aires de grandeza de su madre. Pero Fernanda no tarda en enterarse y la encierra en la casa.  Sin embargo las relaciones entre ambos continúan, ya que el mecánico, consigue entrar cada noche en el baño, donde Meme lo espera loca de ansiedad.  Cuando Fernanda se da cuenta de ello, solicita al nuevo alcalde que establezca una guardia nocturna en el traspatio, porque tenía la impresión de que se estaban robando las gallinas.  Es así como un proyectil incrusta do en la columna vertebral lo redujo a la cama por el resto de su vida.  Después de haber logrado su objetivo.  Fernanda lleva a su hija a un convento de monjas que se encontraba en su ciudad natal.  Pero muy lejos estaba Fernanda de imaginar que tiempo después aparecería una monja en la puerta de la casa de los Buendía llevándole un niño, fruto de los amores de Meme y Mauricio Babilonia.  Como Meme no había abierto los labios para nada después de lo sucedido, las monjas se habían permitido bautizarlo con el nombre de Aureliano.  La monja almorzó en casa, mientras pasaba el tren de regreso, y de acuerdo con la discreción que le había exigido la abuela no volvió a mencionar al niño, pero Fernanda la señaló como un testigo indeseable de su vergüenza, y lamentó que se hubiera desechado la costumbre medieval de ahorcar al mensajero de malas noticias.  La llegada del hijo de Meme Buendía coincidió con los acontecimientos que habían de darle el golpe mortal a Macondo.  Se da en la ciudad la primera huelga, encabezada por José Arcadio Segundo, quien sale del anonimato y de quien se decía que sólo había servido para llenar el pueblo de putas francesas. Los obreros aspiraban a que no se les obligara a cortar y embarcar banano los domingos.  La petición es atendida pero al tensión entre los obreros y la patronal continúa agravándose cada día más ya que los primeros se quejan de la insalubridad de las viviendas, el engaño de los servicios médicos y la iniquidad de las condiciones de trabajo.  Los leguleyos de la compañía bananera se encargan de demostrar que todas las reclamaciones carecen de validez.   Ante el estallido de otra huelga, el gobierno envía al ejército a establecer el orden público.  Los dirigentes como José Arcadio Segundo, y Lorenzo Gavilán, un coronel de la revolución mejicana, exiliado en Macondo, son perseguidos como conejos.  La situación se tornó tan crítica que amenazaba evolucionar hacia un aguerra civil, es entonces cuando las autoridades hicieron un llamado a los trabajadores para que se concentraran en Macondo:  Reunidos en la estación se les lee un comunicado donde se declara a los huelguistas cuadrilla de malhechores y se anuncia que el ejército tiene la facultad de matarlos a balazos.  Leído el comunicado la multitud presente protesta airadamente.  Se les comunica que tienen cinco minutos para retirarse, y, ante la negativa de la indignada multitud, el ejército dispara contra hombres, mujeres y niños, cuyos cadáveres quedan regados por doquier.  Uno de los pocos sobrevivientes de la matanza fue José Arcadio Segundo quien se esconde en el cuarto de Melquíades donde es alimentado por Santa Sofía de la Piedad.  Allí se dedicó a repasar muchas veces los pergaminos de Melquíades intentando comprende el significado de aquellos papeles ininteligibles.  Un aguacero torrencial se precipitó sobre Macondo, de lo cual aprovechó la compañía bananera para suspender todo tipo de actividades.  “En Macondo no ha pasado nada, ni está pasando ni pasará nunca.  Este es un pueblo feliz”.  Así consumaron el exterminio de los jefes sindicales los hombres del gobierno.  José Arcadio Segundo no volvería a salir de aquella habitación repitiéndose en esa actitud el destino irreparable del bisabuelo.  Llovió cuatro años, once meses y dos días.  Durante aquel diluvio interminable Aureliano Segundo se queda a vivir junto a Fernanda, dedicándose, para matar la ociosidad, al arreglo de la casa.  Fue por esos días en que Aureliano Segundo descubrió la existencia de su nieto Aureliano, quien por un descuido de Fernanda, salió de la habitación donde ésta lo tenía encerrado.  Úrsula, viviendo la decrepitud de sus últimos días, fue la primera en asomarse cuando avisaron que estaba pasando el entierro del coronel Gerineldo Márquez: “Adiós, Gerineldo, hijo mío.  Salúdame a mi gente y dile que nos vemos cuando escampe”, grito.  Tardíamente preocupado por la suerte de sus animales, Aureliano Segundo fue a casa de Petra Cotes donde se entera que todos han muerto.  Petra Cotes estaba envejecida con los ojos tristes de tanto mirar la lluvia.  Aureliano Segundo regresó a su casa donde Fernanda, desesperada ante la falta de comida y la pasividad , se paseaba por toda la casa doliéndose de que la hubieran educado como una reina para terminar de sirvienta de una casa de locos, con un marido holgazán, idólatra, libertino y mantenido y soportando los insultos de José Arcadio Segundo quien había dicho “Que la perdición de la familia habías sido abrirle las puertas a una cachaca”, o aquel comentario del coronel Aureliano Buendía, que al enterarse que Fernanda hacía sus necesidades en bacinillas de oro, tuvo el atrevimiento de preguntar “De dónde había merecido ese privilegio, si era que ella no cagaba mierda, sino astromelias”.  Aureliano Segundo perdió el dominio de sí mismo y destrozó la cristalería de Bohemia y todos los atavíos de lujo de Fernanda.  Luego, ante la cara estupefacta de su mujer, se lavó las manos y se marchó para volver antes de la medianoche cargado de alimentos.  Para Amaranta Úrsula y el pequeño Aureliano el diluvio les significó una época feliz ya que se pasaban el día jugando en los pantanos del patio o cogiendo lagartos para descuartizarlos.  A la centenaria Úrsula la tuvieron por una gran muñeca decrépita a la que estuvieron a punto de destriparle los ojos como les hacían a los sapos con las tijeras de podar.  Aureliano Segundo se acuerda que dentro de una estatua de San José se halla escondida una gran fortuna, de la cual sólo Úrsula sabe su paradero.  Desesperadamente excavó por la casa y sus alrededores, pero todo resulta inútil, por lo cual abandona la búsqueda convencida de que Úrsula se llevaría el secreto a la tumba.  Por fin un viernes a las dos de la tarde salió el sol y con ello cesa de llover.  Macondo estaba en ruinas, y había perdido sus encantos de otro tiempo, y con el se habían ido las hordas de advenedizos que habían llegado con la compañía bananera, que también había desmantelado sus instalaciones dejando sólo una atmósfera de impenetrable soledad.  Sólo quedaron en el pueblo los mismos habitantes que habitaban Macondo antes de la construcción de la compañía bananera.  Terminado el diluvio Úrsula abandona la cama sin auxilio de nadie para incorporarse a la vida familiar.  Desde entonces luchó con las últimas fuerzas que le quedaban con el propósito de que la casa tuviera el mismo aspecto limpio y acogedor que tenía antes del diluvio.  Su ímpetu de restauración la llevó al cuarto de Melquiades para ver en qué estado se encontraba y grande fu su sorpresa al encontrar dentro a José Arcadio Segundo, el cual desde la masacre contra los obreros, no había salido de allí alimentándose de la comida que le llevaba su madre.  Santa Sofía de la Piedad.  José Arcadio Segundo seguía releyendo los pergaminos.  Sólo entonces comprendió Úrsula que él estaba en un mundo de tinieblas más impenetrable que el suyo, tan infranqueable y solitario como el del bisabuelo.  Aureliano Segundo emprendió de nuevo el negocio de las rifas, pues, después de la lluvia había quedado en la ruina.  Había vuelto a vivir de nuevo con Petra Cotes, a quien sólo le quedaba una mula escuálida que rifar.  Fernanda puso a Amaranta Úrsula en una escuelita privada, pero se negó a que su nieto Aureliano asistiera a la escuela pública donde sólo admitían a hijos legítimos de matrimonios católicos.  De modo que Aureliano se quedó encerrado en casa cazando lombrices y torturando insectos en el jardín.  Poco a poco Úrsula se fue momificando en vida, dando consejos prácticos para la conservación de la casa y cuidando de que ningún Buendía fuera a casarse con alguien de su misma sangre, porque nacían los hijos con cola de puerco.  Amaneció muerta un Jueves Santo oscilando entre los ciento quince y los ciento veintidós años.  Sus exequias se llevaron a cabo con mucha discreción.  A fines de ese mismo año murió Rebeca quien se había encerrado desde la muerte de su marido, José Arcadio Buendía.  La encontraron en su cama, enroscada como un camarón, con la cabeza pelada por la tiña y el pulgar metido en la boca.  Aureliano Segundo se hizo cargo del entierro.  El padre Antonio Isabel es llevado a un asilo porque se dijo que sufría de alucinación senil.  Fue reemplazado por el padre Augusto Ángel, hombre intransigente y temerario que tocaba personalmente las campanas varias veces al día para que no se aletargaran los espíritus.  Aureliano se convierte en un adolescente cada vez más solitario que frecuenta asiduamente a José Arcadio Segundo, quien aparte de enseñarle a leer y a escribir, lo inicia en el estudio de los pergaminos.  Aureliano Segundo, aquejado de un insoportable dolor en la garganta, intuye su próxima muerte, por lo que trabaja como nunca lo había hecho para poder mandar a Bruselas a Amaranta Úrsula a estudiar,, sólo dos meses después, Aureliano Segundo logró su cometido. Antes de que se recibiera la primera carta de Amaranta Úrsula, José Arcadio Segundo muere en el cuarto de Melquíades, mientras conversaba con Aureliano. En ese mismo instante, en la cama de Fernanda, su hermano gemelo llegó al final del prolongado martirio que significaba para él, el dolor de garganta.  Cumplió su promesa de morir junto a su esposa, quien no permitió que Petra Cotes asistiera a los funerales.  En cumplimiento de su promesa Santa Sofía de la Piedad degolló con un cuchillo de cocina el cadáver de José Arcadio Segundo para asegurarse de que no lo enterraran vivo.  A cualquier hora que Santa Sofía de la Piedad entraba en el cuarto de Melquiades, encontraba a Aureliano absorto en los pergaminos, los cuales según había determinado éste estaban escritos en sánscrito.  Melquíades se le aparecía constantemente y charlaba con él.  Santa Sofía de la Piedad, aquella mujer que consagró toda una vida a la crianza de unos niños que apenas si recordaba que eran sus hijos y sus nietos, se ocupó de Aureliano como si hubiera salido de sus entrañas, sin saber ella misma que era su bisabuela.  Después de la muerte de su amante, Petra Cotes envió un canasto con alimentos a casa de los Buendía.  Nadie supo jamás que aquellas vituallas que se recibieron hasta el día en que murió Fernanda las mandaba Petra Cotes.  La muerte de Úrsula cogió a Santa Sofía de la Piedad, vieja y agotada.  Luchó contra los lagartos, las hormigas y la vegetación que se iba apoderando de la casa y, cuando ya no pudo más, se marchó de Macondo y jamás se volvió a saber de ella.  Cuando se enteró de la fuga, Fernando despotricó un día entero, pues, siempre la había visto como una sirvienta y no tuvo ningún reparo en revisar toda la casa para ver si su suegra no se había robado algo.  Tras la marcha de la abnegada mujer sólo queda ya en la casa Aureliano y Fernanda.  Esta sigue actuando con sus modales de reina a pesar del total deterioro y abandono que reina a su alrededor.  Un día Aureliano encontró a Fernanda muerta en la cama, más bella que nunca.  Cuatro meses después, cuando llegó José Arcadio, encontró a su madre intacta.  Aureliano había vaporizado mercurio durante cuatro meses para conservar el cuerpo según la fórmula de Melquíades.  José Arcadio entierra a su madre y decide quedarse a vivir en Macondo, pasando a ocupar el dormitorio de meme.  Vanidoso y arrogante no entable relación alguna con el hijo bastardo de su hermana.  Este no le dio importancia, pues, se hallaba inmerso en los pergaminos. Por primera vez en toda su vida, Aureliano había salido de casa después de la muerte de Fernanda con la finalidad de ir a la librería de un sabio catalán a comprar unos libros, que según Melquíades, le harían falta para llegar al fondo de los pergaminos.  Fernanda le había dejado a su hijo una voluminosa carta donde le confesaba las incontables verdades que le había ocultado.  José Arcadio o se sintió mal porque él también le había ocultado  muchas, entre ellas, el hecho de que abandonó el seminario tan pronto como llegó a Roma para compartir una miserable y sórdida buhardilla con dos amigos.  La afición erótica de José Arcadio por los niños lo lleva a recoger niños del pueblo para que jueguen en su casa. Cuatro de ellos se ocupan de su apariencia personal.  Una noche vieron un resplandor amarillo que salía del rincón donde siempre estuvo la cama de Úrsula, y hallaron bajo el suelo una cripta donde encontraron la fortuna tan anhelada por Aureliano Segundo.  A partir de ese día José Arcadio se entregó al mismo despilfarro que años antes se había entregado su hermano.  José Arcadio violó la promesa que había hecho a su madre, y dejó en libertad a Aureliano para que saliese cuando quisiera.  Aquel acercamiento entre dos solitarios de la misma sangre llegó a su fin cuando cuatro niños ahogaron en la alberca a José Arcadio, como venganza por los latigazos que éste les había dado un día, en que estaba enfurecido y asqueado de sí mismo. Después se llevaron el oro que sólo ellos y su víctima sabía dónde estaba escondido.  Días antes, Aureliano Amador, había caído abatido por las balas de dos policías que tío habían seguido hasta la casa de los Buendía, donde Aureliano y José Arcadio, creyéndolo un vagabundo, lo habían arrojado a empellones.  Poco tiempo después llega a Macondo Amaranta Úrsula en compañía de su marido, un flamenco muy rico llamado Gastón.  Lo primero que hizo la muchacha fue ponerse al frente de una cuadrilla de carpinteros, cerrajeros y albañiles para salvar la casa del estado caótico en que se encontraba.  Un año después de su retorno Amaranta Ursula seguía creyendo que era posible rescatar aquella comunidad elegida por el infortunio.  Su deseo de quedarse en Macondo, la lleva a estar siempre activa.  Lo único  que le faltaba para ser completamente feliz era el nacimiento de los hijos pero respetaba el deseo de su marido de no tenerlos antes de cumplir cinco años de casados.  Gastón por su parte para no aburrirse, se dedica a cazar y disecar insectos y a hacer los crucigramas de las revistas que recibía.

No sabiendo ya que hacer, decide por fin establecer un servicio de correo aéreo.  Aunque ella no lo había notado, el regreso de Amaranta Úrsula determino un cambio radical en la vida de Aureliano, quien por las mañanas se dedicaba a descifrar los pergaminos y por las tardes, para apaciguar la pasión que le despertaba Amaranta Úrsula, se acostaba con Nigromanta, una negra que se dedicaba a la prostitución desde la muerte de su abuelo.  En la tienda del sabio catalán Aureliano se hace amigo de cuatro jóvenes eruditos con los cuales frecuenta un burdel donde unas muchachitas se acostaban con los clientes previo pago de un peso con cincuenta centavos.  Aureliano llegó a familiarizarse a tanto con aquel ambiente que una noche recorrió la casa de cita desnudo y llevando en equilibrio una botella de cerveza sobre su masculinidad inconcebible.  Un día, movido por un deseo incontrolable, Aureliano despojó de su vestimenta a Amaranta Úrsula y la hizo suya.   Amaranta Úrsula se defendió pero sus agresiones terminaron convirtiéndose en caricias.  El incesto, tan temido y evitado por las generaciones anteriores ante el pánico de que naciera un hijo con cola de cerdo, se lleva a cabo.  Ni Aureliano ni Amaranta Úrsula, tienen conocimiento del vínculo sanguíneo que los une.  Pilar Ternera murió sentada en su mecedor vigilante la entrada de su burdel zoológico y de acuerdo con su última voluntad, la enterraron sin ataúd, sentada en su mecedor, en un hueco en enorme excavado en el centro de la pista de baile.  En la tumba de la ya centenaria Pilar Ternera, entre salmos y abalorios de putas, se pudrían los escombros del pasado, los pocos que quedaban después de que el sabio catalán remató la librería y regresó a Barcelona, su ciudad natal.  Una vez fuera, escribe a Aureliano y a sus cuatro amigos aconsejándoles que se vayan de Macondo. Álvaro fue el primero que atendió el consejo y compró un pasaje eterno en un tren que nunca acaba de viajar.  Luego se fueron Alfonso y Germán, un sábado, con la idea de regresar el lunes, y nunca se volvió a saber de ellos.  Un año después Gabriel marcha a París gracias a haber obtenido el primer premio en un concurso.  Cansado de esperar un aeroplano que debía llegarle, Gastón vuelve a Bruselas.  Desde la tarde del primer amor, Aureliano y Amaranta Úrsula seguían amándose con una pasión insensata que hacía temblar de pavor en su tumba a los huesos de Fernanda, y los mantenía en un estado de exaltación perpetua.  Cuando murió Pilar Ternera ya estaban esperando un hijo.  En el sopor del embarazo de Amaranta Úrsula, a Aureliano le invadió la certidumbre de que era hermano de su mujer pero después de algunas averiguaciones ambos amantes aceptaron la versión de la canastilla que Fernanda le hacía contado a su hija, no porque la creyeran, sino porque los ponía a salvo de sus terrores.  Mientras tanto las hormigas coloradas fueron invadiendo toda la casa.  Atendida por una comadrona, Amaranta Úrsula dio a luz un niño que nación con cola de cerdo.  Después  de nacer el niño, la madre murió desangrada.  El niño permaneció en una canastilla que su madre había preparado para cuando naciera, mientras Aureliano busca consuelo en una cantina.  Nigromanta lo rescató de un charco de vómito y de lágrimas.  Cuando regresó a su casa no encontró al niño dónde lo había dejado.  Lo busco desesperadamente hasta que lo encontró arrastrado por las hormigas que trabajosamente lo llevaban hacia sus madrigueras.  En aquel instante se le revelaron las claves definitivas de Melquíades, y vio el epígrafe de los pergaminos perfectamente ordenados en el tiempo y en el espacio de los hombres: “El primero de la estirpe está amarrado en un árbol y al último se lo están comiendo las hormigas”. En ese momento llegó a la conclusión que en los pergaminos de Melquiades estaba escrito su destino.  Logró descifrarlos con gran facilidad y sólo entonces descubrió que Amaranta Úrsula no era su hermana, sino su tía.  Macondo era ya un pavoroso remolino de polvo cuando antes de llegar el verso final, comprendió que no saldría jamás de ese cuarto, pues, Macondo sería “desterrada de la memoria de los hombres en el instante que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra” (Edic. Cit; Ibídem, pág. 403).  Es así como en un ambiente de caos y destrucción llega al final la historia de la familia Buendía.  En cuanto al estilo literario vemos algunas cualidades que son muy frecuentes en toda la obra.  Una de ellas es la exageración hiperbólica.

Veamos a continuación algunos ejemplos: “Catarino, que no creía en artificios de fuerza, apostó doce pesos a que no movía el mostrador.   José Arcadio lo arrancó de su sitio.  Lo levantó en vilo y lo puso en la calle.  Se necesitaron once hombre para meterlo.” (pág. 93)… “Amaranta entró en la cocina y puso las manos en las brasas del fogón, hasta que le dolió tanto que no sintió el dolor, sino la pestilencia de su propia carne chamuscada” (Págs. 111 – 112).  Otro ejemplo es aquel en que José Arcadio Segundo ve un tren “Con casi doscientos vagones de carga”  La exageración hiperbólica en “Cien años de soledad” puede producir hasta efectos cómicos… Aureliano “recorrió la casa llevando en equilibrio una botella de cerveza sobre su masculinidad inconcebible”… “La atmósfera era tan húmeda que los peces hubieran podido entrar por las puertas y salir por las ventanas navegando en el aire de los aposentos”.  Otra constante en la obra es la fantasía para describir algunos hechos.  Citaremos algunos ejemplos:… “Cuando matan a José Arcadio, el hijo del patriarca, un hilo de sangre parte de su oreja, recorre parte del pueblo hasta llegar a Úrsula y luego vuelve a hacer todo el recorrido a la inversa, hasta llegar de nuevo al muerto” (pág. 132)… “Remedios la Bella desaparece por los aires”;… “Las mariposas amarillas que rodean siempre a Mauricio Babilonia”:… “Niños que nacen con cola de cerdo, como es el caso del hijo nacido entre Amaranta Úrsula y su sobrino Aureliano Babilonia”.  Otra constante en toda la novela es la visión rápida que nos da el narrador de lo que ocurrirá en el futuro.  Veamos los siguientes ejemplos:… “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, del coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde…”;…”Años después, en su lecho de agonía, Aureliano Segundo…”;  …”Muchos años más tarde, un segundo antes de que el oficial de los ejércitos regulares diera la orden de fuego, el coronel Aureliano Buendía volvió a vivir…”  Por último observamos que en toda la obra están presentes las relaciones incestuosas, realizadas mentalmente en algunas ocasiones, en otras casi tiene lugar en el plano de la realidad.  Veamos estos ejemplos: “Cuando José Arcadio se acuesta con Pilar Ternera no recuerda la cara de ésta sino la de su madre Úrsula”… “Las relaciones entre Amaranta y su sobrino Aureliano José que no sólo durmieron juntos, desnudos, intercambiando caricias agotadoras, sino que se perseguían por los rincones de la casa”… “Arcadio desconoce totalmente que Pilar Ternera sea su madre, y la busca con verdadera obsesión, intentando tener relaciones sexuales con ella aunque sin conseguirlo”.  En cuanto a en qué estructura se encarna esta ficción, partiremos del siguientes hecho:  Hay cuatro grandes principios estratégicos de organización de la materia narrativa que abrazan la infinita variedad de técnicas y procedimientos novelísticos:   los vasos comunicantes, la caja china, la muda o salto cualitativo y el dato escondido.  Ninguna novela utiliza estos sistemas con carácter excluyente, siempre son complementarios, aunque uno domine sobre los otros como método de revelación de los datos de ficción.  El método que más ha utilizado García Márquez en “Cien años de soledad” es el del dato escondido.  Este método consiste en narrar por omisión o mediante omisiones significativas, en silenciar temporal o definitivamente ciertos datos de la historia para dar más relieve o fuerza narrativa a esos mismos datos que han sido momentánea o totalmente suprimidos.  Hay dos grandes formas de utilización del método; el dato escondido en hipérbaton y el dato escondido elíptico.  En el primer caso, el dato provisionalmente suprimido, está sólo descolocado, ha sido arrancado del lugar que le correspondía, pero luego es revelado, a fin de que la revelación modifique retrospectivamente la historia.  Veamos algunos ejemplos:… “Al iniciar la historia el coronel Aureliano Buendía se encuentra frente a un pelotón de fusilamiento, posteriormente nos enteramos que son los conservadores quienes lo envían al patíbulo, pero que su hermano José Arcadio lo salva de morir”;  “El dinero que Úrsula esconde con la esperanza de que el dueño de éste regrese a recogerlo, aparece casi al final de la novela. Encontrado por José Arcadio”.  En el segundo caso el dato es totalmente omitido de la historia.  Veamos los siguientes ejemplos:… “¿Quién mató a José Arcadio Buendía en su casa?”, ¿Dónde estuvo José Arcadio Buendía durante los años de su ausencia?”  “¿Quién envió la carta a Pietro Crespi engañándolo con el hecho de que su madre se estaba muriendo?” ; “¿Quién disparó contra el capitán Aquiles Ricardo?”; ”¿Por qué cada vez que aparece Mauricio Babilonia parecen mariposa amarillas?”; “¿A quién pertenecía la estatua de San José llena de dinero que Úrsula guardó?”.  Sería insensato hacer un análisis profundo de una obra tan compleja como “Cien años de soledad” en tan poco espacio, pero creo que en algo se ha podido resaltar algunas características que han hecho de esta obra, una de las más grandes creaciones literarias del género humano.  Para terminar quisiera indicar que en 1969 un periodista venezolano denunció en un artículo que “Cien años de soledad” era un plagio de “A la búsqueda de lo absoluto” de Balzac: Baltazhar sería José Arcadio Buendía; Úrsula sería la esposa de Baltazhar, y Melquíades sería Lemurquinier.  El asunto provocó una divertida polémica.  Dos años después, Miguel Ángel Asturias resucito esta peregrina teoría y acusó nuevamente a García Márquez de haber plagiado a Balzac.  Mario Vargas Llosa ha publicado en 1971 un voluminoso ensayo sobre el escritor colombiano: “García Márquez:  Historia de un deicidio”, donde menciona algo interesante sobre este asunto:…  “He releído “A la búsqueda de lo absoluto” y no salgo de mi asombro.  El único fundamento para la acusación es que en ambas novelas hay, en efecto, un alquimista.  Con esta implacable noción de la “originalidad” la literatura quedará muy maltratada.  Qué calificativo merecería a Asturias un Shakespeare, por ejemplo, que tantas veces prefirió, en vez de inventar temas y personajes, tomarlos literalmente de la historia y la  literatura de su amigo” “Edic. Cit; pág. 200).



HUASIPUNGO


Jorge Icaza representa en la corriente indigenista ecuatoriana lo que Alcides Arguedas es para Bolivia o lo que significa para el Perú el nombre de José María Arguedas.  Nacido en Quito en 1906, Icaza surge con luz propia en la literatura americana y mundial con la publicación en1934 de su novela “Huasipungo”, tremendo alegato a favor del sobreviviente indígena, abyecto y degenerado, convertido en muchas partes en un ser inferíos, que vegeta con vida puramente ideal en las breñas andinas, un documento social, pavoroso y macabro, concebido y escrito con una objetividad desoladora.  Es una novela multitudinaria, la epopeya del hombre masa, la lucha de una clase social simbolizada en el personaje de Andrés Chiliquinga, que apenas sobresale del conjunto de indígenas macilentos y explotados.  El autor de “Huasipungo” pertenece al llamado “Grupo de Guayaquil” junto a José de la Cuadra (1903 – 1941), Demetrio Aguilera Malta (1909), Enrique Gil Gilbert (1912 – 1973), Joaquín Gallegos Lara (1911 – 1947) y Alfredo Pareja Diez Canseco (1908), Todos ellos caracterizados por su inquietud social.  Cuando la obra se inicia, don Alfonso Pereira, dueño de la hacienda Cuchitambo, salió colérico una mañana de su casa dando un portazo y mascullando una veintena de maldiciones.  Su hija, una niña inocente de diecisiete años, había sido deshonrada por un cholo de apellido Cumba: “Tonta. Mi deber de padre.  Jamás consentiría que se case con un cholo.  Cholo por los cuatro costados del alma y del cuerpo.  Además… El desgraciado ha desaparecido.  Carajo…”, terminó diciendo Alfonso Pereira mientras coadyuvaba su mal humor los recuerdos de sus deudas, sobre todo los diez mil sucres que le debía a su tío Julio Pereira.  No tardó éste en avecinarse al sobrino para hacer efectivo su cobro.  Sabiendo que el sobrino no tenía el dinero adeudado, don Julio Pereira se apresuró a proponerle un “negocio”.  Le dijo que Mr. Chapy, el gerente de la explotación de la maderera en el Ecuador, ofrecía traer maquinarias para explotar las excelentes madreras habidas en sus propiedades, lo cual exigiría limpiar de huasipungos (huasi: casa; pungo: puerta; parcela de tierra que otorga el dueño de la hacienda a la familia india por parte de su trabajo diario) las orillas del río.  Fueron muchas las objeciones que Alfonso Pereira puso a las proposiciones del tío, pero aun sabiendo que se metía en la boca del lobo, cedía al fin, ante el recuerdo de su honor manchado.  “El tío Julio tiene razón, mucha razón, debo meterme en la gran empresa de… Los gringos.  Buena gente. ¡Oh! Siempre nos salvan los mimos.  Me darán dinero.   El dinero es lo principal.  Y… Claro… Cómo no vi antes?  Soy un pendejo.  Sepultaré en la hacienda la vergüenza de la pobre muchacha.  Donde le agarre al indio bandido…  

Mi mujer todavía puede… Puede hacer creer… ¿Por qué no? Y Santa Ana? Y las familias que conocemos?”,  se dijo mientras apuraba el paso.  En pocas semanas don Alfonso Pereira arregló cuentas y firmó papeles con el tío y Mr.  Chapy. Y una mañana salió de Quito con su familia llegando a los pocos días al pueblo de Tomachi.  La mitad del camino fueron cuatro indios quienes tuvieron que llevar sobre sus espaldas a don Alfonso, a su mujer doña Blanca Chaique de Pereira, madre de la distinguida familia, un jamón que pesaba lo menos ciento setenta libras. Todo el camino el pensamiento de Lolita se centró en el recuerdo del indio al que ella se había entregado por amor, y que hasta ese momento no se explicaba por qué la había abandonado a su suerte.  Rápidamente Alfonso Pereira visitó a muchos conocidos que el servirían para llevar a cabo su proyecto comprar, a base de engaños las tierras de los indios.  Para esto contaba con el párroco del pueblo in gran aliado, hombre ambicioso que protegido por su sotana, era capaz de las más bajas acciones a cambio de una comisión.  Al poco tiempo, nació el hijo de Lolita, y como a la madre se le secó la leche, los esbirros al servicio de don Alfonso, se encargaron de buscar entre las indias la más apropiada para que diera de lactar al recién nacido.  El cholo Policarpio, para congraciarse con su patrón, recurría a las acciones más inicuas.  Con tal de satisfacer a su amo, Policarpio desechaba en el acto a todas aquellas indias que tenían hijos desnutridos, que eran la mayoría como consecuencia de los constantes cólicos y diarreas que les provocaba la mazamorra guardada, las papas y ollucos descompuestos que tenían que ingerir sumidos en una miseria execrable.  En pocos meses Alfonso Pereira terminó con el dinero que su tío le había dado; al saber que la leña y el carbón de madera tenían gran demanda ordenó iniciar la explotación en los bosques de la montaña.  El cholo Gabriel Rodríguez, conocido como el Tuerto Rodríguez fue encargado de dirigir los trabajos así como de mantener la disciplina de los indios, que en su mayoría fueron arrancados de sus hogares para cumplir con tan inhumano trabajo.  Toda la peonada caía producto de la modorra del cansancio, sobre ponchos donde los piojos, las pulgas y hasta las garrapatas lograban hartarse de sangre.  Cada cierto tiempo una treintena de indios eran arreados como bestias a limpiar la quebrada grande donde el agua se atoraba en los terrenos altos y había que limpiar el cauce del río.  De lo contrario, los fuertes desagües de los deshielos y de las tempestades de las cumbres romperían el dique se formaba constantemente con el lodo, precipitando hacia el valle una creciente turbia capaz de desbaratar el sistema de riego de la hacienda y arrancar con los huasipungos a las orillas del río.  Los indios cuando sufrían algún accidente eran tratados con desgano y negligencia, uno de ellos, Andrés Chilinquinga, se hirió en el pie con el hacha cuando cortaba leña.  Fue tratado por un curandero quien tomó el pie hinchado del enfermo y en  la llaga purulenta repleta de gusanillos y de pus verdosa estampó un beso absorbente, voraz, de ventosa.  Las quejas y espasmos del enfermo desembocaron pronto en un grito ensordecedor que le dejó inmóvil precipitándolo en el desmayo.  El curandero estaba seguro que al extraer esa masa viscosa de fetidez nauseabunda, había alejado del enfermo los demonios que estrangulaban la conciencia de la víctima.  Andrés quedó cojo y fue destinado a labor de espantapájaros.  Las indias no estaban exentas de los vejámenes de don Alfonso, quien algunas veces, en combinación con el cura, abusaban  de éstas.  Dentro del compromiso que don Alfonso Pereira tenía con su tío y con Mr. Chapy, estaba el de construir un camino por el cual se transportaría las cosechas a la capital.  Para ello contaba con la ayuda incondicional de los hermanos Rusta, de Jacinto Quintana y otros cholos influentes entre la indiada que estaban dispuestos a secundar cualquier bajeza del patrón, con tal de obtener alguna ganancia.  Centenares de indios fueron sometidos con engaños a cumplir aquella ardua empresa que arrastraría a muchos de ellos a la tumba.  Al comienzo accedieron de buena gana a tan difícil tarea, ; pero el mal trato, la mala alimentación y el castigo físico, creó un rápido descontento  Jugo de caña fermentado en galpones con orines, carne podrida y zapatos viejos, fue repartido por orden de don Alfonso entre la indiada pro provocar  el embrutecimiento alcohólico necesario para el máximo rendimiento.  A los pocos que se resistían a las inhumanas condiciones de trabajo, el Tuerto Rodríguez se encargaba de flagelarlos a punta de látigo, para luego obligarlos a beber aguardiente mezclado con zumo de hiera  mora, orín a de mujer preñada, gotas de limón  y excremento molido de cuy.  Era un brebaje preparado por e l mismo Tuerto y que él llamaba “medicina”.  Los cholos tenían algunas preferencias, en cambio los indios debían soportar los peores trabajos, como aquél, en que perdieron la vida muchos al intentar drenar un pantano por donde debía pasar el camino. El cura cumplía su trabajo a la perfección prometiendo grandes cuentos en las penas del purgatorio y del infierno para que indios y cholos no desistieran en el trabajo.  Irónicamente a lo que acontecía en Tomachi, los medios publicitarios cubrieron la heroica hazaña del terrateniente y sus secuaces, llamándolos hombres emprendedores e inmaculados.  Don Alfonso devoró una y otra vez los artículos que su tío Julio le enviaba constantemente.  Un lecho trágico vino a enlutar aún más a los indios de Tomachi, cuando un aluvión se precipitó arrasando todo lo que encontró a su paso.  Para el único que esto no significó una sorpresa fue para don Alfonso, pues, cuando el cholo Po9licarpio y veinte indios más quisieron ir a limpiar el cauce del río para evitar el atoro del agua, don Alfonso se negó diciéndoles que todavía no era necesario.  En el fondo el ambicioso terrateniente sabía que la única forma de hacer desaparecer los huasipungos eran arrasándolos con un aluvión; ningún patrón había podido sacarlos, pues, los indos se había revelado siempre, pero ahora, era terrible masa fangosa llevaba consigo puertas de potreros, animales, arboles arrancado de raíces y cadáveres de niños que no habían podido escapar a tiempo de las fauces hambrientas del aluvión.  Los indios culparon de la tragedia a Tancredo Gualacota, quien se había atrevido a pedirle al cura que hiciera una rebaja en el monto que tenía que donar a la iglesia para la Virgen de la Cuchara.  La furia y la desesperación  llevaron a los indios a dar muerte al huasipnguero, el cura aprovechó este hecho para manifestar que la desgracia era “Castigo de Dios”.  Cholos e indios acoquinados por aquel temor se arrodillaban a los pies del fraile, soltaban la plata y le besaban humildemente las manos o la sotana.  Obtuvo el cura utilidades suficientes para comprarse un camión de transporte de carga y en autobús de pasajeros, dejando el buen número de arrieros que había a lo largo y a lo ancho de toda la comarca sin trabajo.  El aluvión dejó como saldo una hambruna infernal entre la indiada: vanos fueron los requerimientos que se hicieran a don Alfonso, quien se negó rotundamente a darles alimento.   Cuando Policarpio, que hacía de intermediario entre el patrón y los siervos se apersonó donde don Alfonso a manifestarle que uno de sus bueyes levaba muerto varios días y que los indios solicitaban les regalara la carne podrida; éste se negó, alegando que los indios no deberían probar una miga de carne, pues “Son como las fieras, se acostumbran”.  

Ordenó que la sepultasen en el acto.  Policarpio hubo de azotar a los indios e indias encargados de sepultar al maloliente animal ya que estaban disputándose la carne con los gallinazos.  “Indios ladrones”, los llamó.  Pero el hambre pudo más que el temor a las órdenes del patrón y, protegidos por la oscuridad de la noche, varios indios, entre ellos Andrés Chiliquinga, se deslizaron con  sigilo de alimaña nocturna hasta la fosa donde yacía sepultado el animal, y luego de desenterrarlo, se disputaron el “preciado festín”.  A los pocos días la Cunschi, la mujer de Andrés, moría como consecuencia de ingerir la carne putrefacta.  Como era de esperar, don Alfonso se negó a soltar dinero para sepultar a la infeliz ´cuyo cuerpo, ya en estado descomposición, era velado en su choza por el desconsolado marido y algunos amigos-.  El cura ofreció al pobre Andrés darle sepultura a la Cunschi, pero tendría que pagar treintaicinco sucres.  El indio, desesperado, solicitó un crédito; pero el ambicioso fraile le dijo que “En el otro mundo todo al contado”. Andrés deambuló por los senderos que trepan los cerros pensando qué hacer para conseguir el dinero para sepultar a su mujer.  En una vaca extraviada por esos lares creyó encontrar la solución a su problema.  La vendió por cien sucres en un pueblo cercano donde no lo conocían, pero su hurto fue descubierto por los adulones de don Alfonso, quienes por orden de éste, lo flagelaron públicamente para que todos vieran el castigo que se infringía a los ladrones que faltaran el respeto al amo.  De boca en boca corrió por el pueblo la noticia de la llegada de los señores gringos.  Todas las banderas del pueblo adornaron las puertas y las ventanas para el gran recibimiento, pues, los indios estaban convencidos que aquellos señores saciarían su hambre; ni siquiera se detuvieron ante los indios, y en tres automóviles de lujo, fueron directamente a la casa de Alfonso Pereira.  Los gringos exigieron a don Alfonso que desalojara a los indios de la loma del cerro, donde ya habían sido enviados después de ser desalojados por el aluvión, de las orillas del río.  “a cordillera oriental de estos andes está llena de petróleo”, dijeron los gringos.  De acuerdo por lo ordenado por los señores gringos, don Alfonso contrató unos cuantos forajidos para desalojar a los indios de los huasipungos de la loma.  Grupo que capitaneado por el temible Tuerto Rodríguez y por los policías de Jacinto Quintana, la “Autoridad” de Tomachi, cumplió las ordenes con severidad, pero Andrés Chilinquinga, impulsado por su desesperación, se armó de coraje e incitó a todos los indios a defender con la vida su huasipungo.  La multitud campesina, cada vez más nutrida y violenta con indios que llegaban de toda la comarca gritaban “Ñucanchic huasipungo” (nuestro huasipungo), mientras blandían amenazadoramente picas, hachas, machetes y palos, armas con que habían de defender hasta la muerte lo que les pertenecía.  El primer encuentro duró hasta la noche; el Tuerto Rodríguez y Jacinto Quintana, sucumbieron ante la indiada enfurecida, que ni siquiera las balas, pudieron detener.  A la mañana siguiente fue atacado el caserío de la hacienda.  Desde la capital, con la presteza con que las autoridades del gobierno atienden estos casos, fueron enviados doscientos hombres de infantería a sofocar la rebelión.  En los círculos sociales y gubernamentales la noticia circuló entre alardes de comentarios de indignación y órdenes heroicas: “Que se les mate sin piedad a semejantes bandidos”.  “Que se acabe con ellos como hicieron otros pueblos más civilizados”.  “Hay que defender a las desinteresadas y civilizadoras empresas extranjeras”, fueron algunas de las consignas que alentaron al comandante que dirigió la masacre de Tomachi.  Las balas de los fusiles y las de las ametralladoras silenciaron en parte los gritos de la indiada rebelde.  El último en sucumbir con su hijo en brazos fue Andrés Chiquilinga, quien pagaba con su vida, el haberse atrevido a rebelarse a sus patrones.




MARÍA


Tenía treinta años, Jorge Isaacs, cuando publicó su famosa novela “María”, la cual contada en primera persona pro Efraín, dio a su autor una celeridad pocas veces vista en los ámbitos literarios latinoamericanos.  Nacido en Cali, Cauca (Colombia), el 10 de Abril de 1837, Isaacs, fue periodista, congresista, explorador, político y novelista.  Los desengaños lo hicieron retirarse de la vida política, exclamando: “Como nuestro gran Bolívar, puedo decir que he arado en el mar” Hijo de un judío inglés, procedente de Jamaica, y de una bella colombiana, pasó su infancia y su juventud en su tierra natal, el poético Valle del Cauca, que luego evocaría en la página de su “María”.  Esta novela le da dentro de la novelística romántica latinoamericana, una importancia sólo comparable a la de José Mármol en la novela social con su “Amalia”.  Al iniciar la novela nos encontramos con que Efraín era un niño todavía cuando fue enviado por su padre a estudiar a Bogotá.  Seis años tuvieron que pasar para que sus ojos vieran nuevamente su nativo valle.  Quedóse mudo ante tanta belleza.  El cielo, los horizontes, las pampas y las cumbres del Cauca lo hacían enmudecer.  La imagen de sus hermanas, hechas ya unas mujeres, le confirmaron el paso del tiempo.  Aquella noche, la primera desde su llegada, sus hermanas se empeñaron en hacerlo probar sus colaciones y cremas y se sonrojaba aquella a quien Efraín dirigía alguna palabra lisonjera o una mirada examinadora.  En la casa vivía también, como parte de la familia, una bella muchacha de cabellera castaña y mejillas color rosa llamad María.  Era hija de Salomón, primo del padre de Efraín, quien había enviudado cuando la pequeña María tenía tres años.  Siendo la niña un impedimento para que Salomón viajara a la India para mejorar su espíritu y su situación económica, encargó a la pequeña María al cuidado del padre de Efraín  para que éste la educara hasta su regreso.  Le pidió también que bautizara a la niña y que le cambiara el nombre de Ester, que así se llamaba, por el de María.   Es así como la pequeña huérfana fue criada en un hogar donde nunca le faltó el amor paternal.  No pasó mucho tiempo para que el corazón de Efraín ya hecho un joven de veinte años, latiera con mayor intensidad ante la presencia de María.  Enma, una de las hermanas de Efraín, fue la primera en notar la turbación del hermano.  “Enma había sorprendido el secreto y se complacía en nuestra inocente felicidad.  ¿Cómo ocultarle yo en aquellas frecuentes conferencias lo que en mi corazón pasaba?  Ella debió observar mi mirada inmóvil sobre el rostro hechicero de su compañera, mientras daba ésta una explicación pedida.  Había visto ella temblarle la mano a María si la mía la colocaba en algún punto buscado inútilmente en el mapa.  Y cuantas veces, sentado cerca de la mesa, ellas en pie a uno y otro lado de mi asiento, se inclinaba María para ver mejor algo que estaba en mi libro o en las cartas, y su aliento, rozando mis cabellos, o sus trenzas al rodar de sus hombros, turbaron mis explicaciones, Emma pudo verla enderezarse pudorosa”.  (“María, Editorial Aguilar; Secta edición – 1964; pág. 60).  El joven enamorado dedicose a visitar las haciendas del padre y pudo constatar como las propiedades de éste habían mejorado notablemente; una costosa y bella fábrica de azúcar, muchas fanegadas de caña para abastecerla, extensas dehesas con ganado vacuno y caballar y otras pertenecías más que lo convertían en uno de los hombre más prósperos del lugar. 

Cuando Efraín mostró a su padre deseo por participar en las labores del campo, éste le manifestó que quería, como le había prometido tiempo atrás, enviarlo a Europa a concluir sus estudios de medicina, y que debía emprender él viaja a más tardar en cuatro meses.  Desde aquel día la noticia de ese viaje se interpuso entre las esperanza s de Efraín y María.  Una tarde cuando el joven enamorado regresaba de la montaña donde había estado cazando, le pareció notar alguna alarma en los semblantes de los criados con quienes tropezó en los corredores interiores de la casa.  Su hermana le refirió que María había sufrido con ataque nerviosos y que aún estaba sin sentido.  Como la muchacha no mejoraba, Efraín tuvo que ir a buscar al doctor Mayn, la lluvia torrencial, que hacía peligroso el camino, el muchacho cumplió a cabalidad lo encomendado por su padre.  Después que el médico auscultó a la enferma y se hubo ido, el padre de Efraín le comunico la fatídica noticia: María sufría de epilepsia, la misma enfermedad que llevó a Sara, su madre, a la tumba.  Cuando Efraín confiesa a su padre que ama a María, éste le hace prometer que esperará cinco años antes de casarse con la muchacha, siempre y cuando María presente síntomas de mejoría.  Le hace saber también que Carlos, un amigo de la familia, pretende la mano de la bella muchacha.  Pasa el tiempo y Efraín no puede ocultar su pena por la enfermedad de su amada así como su malestar por la pretensión de Carlos al amor de María.  Efraín declara su amor a María quien conmovida le muestra su complacencia.  Varios días después don Jerónimo y su hijo Carlos llegan a casa de los padres de Efraín, a pedir la mano de María.  Esta, muy cautelosamente, se niega aduciendo que aún es muy joven para comprometerse.  Efraín tiene una reunión con Carlos donde le confiesa el amor que él le profesa a María y del terrible mal que aqueja  a la muchacha.  El hijo de de don Jerónimo comprende a su amigo, y lo abraza, demostrándole así que la amistad que los une desde hace muchos años es más férrea que una rivalidad sentimental.  Los días transcurrieron y Efraín ayudaba a su padre no sólo en los trabajos de la hacienda sino también redactándole y leyéndole la correspondencia diaria.  Una noche llegó Camilo, uno de los criados de la hacienda, llevando la correspondencia.  En una de las cartas que Efraín leyó a su padre, se le comunicaba a éste que un negocio, con cuyo éxito necesitaba contar, había fracasado tremendamente.  La noticia alteró al anciano de tal manera que al cabo de pocos días enfermó.  Días tuvieron que pasar para que la alegría volviera a la casa.  Ante este imprevisto, Efraín manifestó a su padre que se veía obligado a quedarse a su lado para ayudarle en sus negocios, pues, consideraba que el gasto que acarrearía su educación en Europa era inoportuna ante la desgracia económica que se había presentado.  El anciano agradeció a su hijo sus nobles sentimientos, pero le indicó que los gastos que ocasionaría su educación en nada empeoraría la situación económica en que se encontraban.  Así transcurrieron los meses, hasta que llegó el día en que Efraín tuvo que partir a Londres, donde seguiría sus estudios de medicina.  Se despidió de sus padres y hermanos y, cuando le tocó despedirse de María, ésta no pudo contener las lágrimas por la partida de Efraín.  Durante el primer año de ausencia, maría escribía frecuentemente a su amado manifestándole que no veía las horas en que regresara para que pudieran casarse.  En los últimos días de junio del segundo año, Efraín recibió la visita de un amigo de la familia.  Esta visita, inesperada e insólita, alarmó al muchacho, quien al enterarse que María se encontraba muy enferma y que por esa razón su padre le solicitaba que regresara en el acto. Estalló en sollozos.  Cuando el amigo de la familia le entregó una carta de María, Efraín se turbó mucha más porque en ésta, la muchacha le confesaba que hacía más de un año que la epilepsia la estaba matando, y que su deseo era verlo antes de morir.  Todo resultó vano, pues, cuando el joven enamorado llegó a Cali, ciudad a donde la familia se había trasladado buscando a los mejores especialistas para que traten a la enferma, encontróse con la trágica noticia que su amada María había muerto.  María agonizó cuatro horas, sin sufrimiento, y quedose como dormida, pero sumergida en un sueño eterno.  Efraín tuvo que esperar a recuperarse de la fuerte impresión que le causó la nefasta noticia, para poder visitar la tumba de María donde como último adiós, colocó una corona de rosas  y azucenas, flores preferidas por la desgraciada muchacha.  “María” fue escrita en plena selva tropical, mientras Isaacs trabajaba como inspector de caminos en unas obras públicas, en Buenaventura, en donde, según cuenta el mismo auto r, vivía como un salvaje a mercede de las lluvias y de todos los reptiles imaginables.  Isaacs murió en Ibaqué, a los cincuentaiocho años.  El presidente Miguel Antonio Caro, enemigo político del autor, prohibió los homenajes en su honor.



VEINTE POEMAS DE AMOR Y UNA CANCIÓN DESESPERADA


Cuando en 1924 aparece este poemario, Neruda tenía veinte años y ya había publicado “Crepúsculario” (1923; éste había sido un libro de exuberancia lírica, producto de una desbocada inspiración cuya originalidad aún era balbuceante; descubrirlo, produjo una honda reflexión autocrítica en el poeta:  “Estaba equivocado.  Debìa desconfiar de la inspiración.   La razón debía guiarme paso a paso por los pequeños senderos” (“Confieso que he vivido”, Pablo Neruda; Editorial La Oveja Negra, 1982. Pág. 60).  Así, “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” definen su oficio en el cual la inspiración siempre estará acompañada por un esfuerzo racional y exigente.  De su obra nos dice el autor: “Los Veinte poemas de amor y una canción desesperada” son un libro doloroso y pastoril que contienen mis más atormentadoras pasiones adolescentes, mezcladas con la naturaleza arrolladora del sur de mi patria.  Es un libro que amo porque a pesar de su aguda melancolía está presente en él el goce de la existencia” (Obra Cit; pág. 60).  El poeta que se anunciaba en “Crepúsculario” nace definitivamente en este libro; Amor y Naturaleza son sus temas fundamentales, y entre ellos discurre la ardiente poesía de Neruda.  En la naturaleza halla rasgos de la amada, y en la amada, caracteres de la naturaleza; su amor alcanza el erotismo trajinando lo telúrico; la naturaleza en Neruda no es espacio muerto, ella es un corazón palpitante que siente lo que siente el poeta:… “Innumerable corazón del viento / latiendo sobre nuestro silencio enamorado /… zumbando entre los árboles, orquestal y divino / como una lengua llena de guerras y de cantos /… Viendo que lleva en rápido robo la hojarasca / y desvía las flechas latientes de los pájaros” (Poema 4).  La revelación de su yo lírico es simultáneo a la conquista poética del espacio geográfico, no más espacios inventados, ahora se trata de espacios rescatados por la memoria recobrados para la poesía; “pero el panorama son siempre las aguas y los árboles del sur.  Los muelles del Carahue, y de Bajo Imperial”.  Esta conquista ya no será abandonada por el poeta en su obra posterior.  Chile y Latinoamericanos siempre estarán presentes en su obra.  En este escenario nativo se inserta el apasionado corazón del vate; allí, amor y entorno, se corresponden en armoniosa reciprocidad.  Acerca de la musa que inspiró los ardientes versos de este poemario.  Neruda nos dice: “Siempre me han preguntado cuál es la mujer de “Los veinte poemas”, pregunta difícil de contestar. Las dos o tres que se entrelazan en esta melancólica y ardiente poesía corresponden, digamos, a Marisol y a Marisombra.  Marisol es el idilio de la provincia encantada, con inmensas estrellas nocturnas y ojos oscuros como el cielo mojado de Temuco (…) Marisombra es la estudiante de la capital. Boina gris, ojos suavísimos, el constante olor a madreselva del errante amor estudiantil…”  Buscando en la obra, se encuentran poemas claramente dedicados a Marisol, la alegría y juventud provinciana y Marisombra, el amor de la ciudad.  A Marisol:… “Niña morena y ágil, nada hacia ti me acerca todo de ti me aleja, como del mediodía.  / Eres la delirante juventud de la abeja / la embriaguez de la ola / la fuerza de la espiga. /… Mi corazón sombrío te busca, sin embargo, / y amo tu cuerpo alegre, tu voz suelta y delgada.  / Mariposa morena dulce y definitiva / como el trigal y el sol, la amapola y el agua”.  (Poema 19).  a Marisombra … “Te recuerdo como eras en el último otoño /  eras la boina gris y el corazò9na en calma.  / En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo, / y las hojas caían en el agua de tu alma.  / … Apegada a mis brazos como una enredadera, / las hojas recogían tu voz lenta y en calma.  / Hoguera de estupor en que mi sed ardía.  / Dulce Jacinto azul torcido sobre mi alma”. (Poema 6)  El poeta, la amada y la poesía adquieren ribetes pluridimensionales.  Así emerge la figura de la amada – guía: …”En ti los ríos cantan y mi alma en ellos huye como tú lo desees y hacia donde tú quieras, / márcame mi camino en tu arco de esperanza / y soltaré en delirio mi bandada de flechas”.  (Poema 3); la amada – compañera, omnímoda ocupante del mundo:… “Ámame compañera.  No me abandones. 

Sígueme, compañera, en esa ola de angustia/ … Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras. / Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas”.   (Poema 5); la amada – tierra, generosa y dispuesta a ser fecundada:… “Cuerpo de mujer, blancas colinas muslos blancos / te pareces al mundo en tu actitud de entrega.  / Mi cuerpo de labriego salvaje te socava / y hace saltar el hijo de la tierra”.  (Poema 1); la mujer – creadora:… “oh grandiosa y fecunda y magnética esclava / del círculo que en negro y dorado sucede: / erguida, trata y logra una creación tan viva / que sucumben sus flores, y llena es de tristeza”.  (Poema 2).  Sin embargo esta amada creadora es a su vez creada por el amor del poeta, su singularidad es obra del amor:… “para sobrevivirme te forjé como un arma / como una flecha en  mi arco, como una piedra en mi honda”. (Poema!)… “a nadie te pareces desde que yo te amo (…) /…quiero hacer contigo / lo que la primavera hace con los cerezos”. (Poema 14).  La exaltación amorosa del poeta es tal que hace de la amada salvación y naufragio; plasmando así quizá la única dualidad posible en la eterna e incierta dialéctica del amor:… “Ultima amarra, cruje en ti mi ansiedad última. / En mi tierra desierta eres la última rosa”.  (Poema 8)… “Todo te lo tragaste, como la lejanía. / Como el mar, como el tiempo.  Todo en ti fue naufragio” (La canción desesperada).  Y en un monólogo interior, la amada es palabra y recuerdo:… “ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.  / Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. /…  Porque en noches como ésta la tuve entre mi brazos. / Mi alma no se contenta con haberla perdido. / … Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, y éstos sean los últimos versos que yo le escribo” (Poema 20).  En “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” hay un reiterado intento del poema por describirse así mismo, buceando en las profundidades de su ser `´intimo. Empieza describiéndose como un ser en soledad y sombras:… “Fui solo como un túnel. De mi huían los pájaros / y en mi la noche entraba su invasión poderosa”. (Poema 1); como un ser en angustia irreductible:… “soy el desesperado, la palabra sin ecos / el que lo perdió todo, y el que todo lo tuvo”. (Poema 8).  La soledad del poeta tiene que ver con la naturaleza áspera y salvaje de su alma:… “Cuánto te habrá dolido acostúmbrate a mí, / a mi alma sola y salvaje, / a mi nombre que todos ahuyentan”.  (Poema 14)… “Tu presencia es ajena, extraña a mí como una cosa. / Pienso, camino largamente, mi vida antes de ti. / Mi vida antes de nadie, mi áspera vida. / El grito frente al mar, entre las piedras, / corriendo libre, loco, en el vaho del mar. / Desbocado, violento, estirado hacia el cielo”. (Poema 17).  Y este ser angustiado, áspero y solo, risueño a ratos, descubre su exteriorización plena en el amor y la palabra.  La palabra hecha poesía, que pre – existió al amor:… “Y las miro lejanas mis palabras. / Más que mías son tuyas. / Van trepando en mi viejo dolor cojo las yedras. /… Ellas trepan así por las paredes húmedas. / Eres tú la culpable de este juego sangriento. /… Ellas están huyendo de mi guarida oscura. / Todo lo llenas tú, todo lo llenas. /… Antes que tú poblaron la soledad que ocupas / y están acostumbradas más que tú a mi tristeza¨”.  (Poema 5); acompaña al amor:… “ahora quiero que digan lo que quiero decirte y para que tú las oigas como quiero que me oigas”. (Poema 5); y sobrevive al amor:… “Puedo escribir dos versos más tristes esta noche. /… Escribir por ejemplo: “La noche está estrellada, / y tiritan, azules, los astros, a lo lejos”. /… el viento de la noche gira en el cielo y canta. / .. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. / Yo la quise, y a veces ella también me quiso. / … en las noches como ésta la tuve entre mis brazos. /… La besé tantas veces bajo el cielo infinito. /…ella me quiso, a veces yo también la quería. / Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos. /… Puedo escribir los versos más tristes esta noche. / Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido. /… Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella. / Y el verso cae al alma como el pasto el rocía. /… Qué importa que mi amor no pudiera guardarla. / La noche está estrellada y ella no está conmigo. /.. Eso es todo.  Al o lejos alguien canta.  A lo lejos. / Mi alma no se contenta con haberla perdido”.  (Poema no se contenta con haberla perdido” (Poema 20).  Por otro lado, veamos algunas figuras literarias que dan belleza al poemario: METAFORA; “Mi cuerpo de labriego salvaje te socava / y hace saltar el hijo del fondo de la tierra”… “He ido marcando con cruces de fuego / al atlas blanco de tu cuerpo”… “cuando he llegado al vértice más atrevido y frío / mi corazón se cierra como una flor nocturna”… “Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas, / aún los racimos arden picoteados de pájaros”.  ELIPSIS; “Para sobrevivirme te forjé como un arma, / como una flecha en mi arco / como una piedra en mi honda”… “Cielo desde un navío.  Campo desde los cerros. / Tu recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma!”… “¡Ah! Seguir el camino que se aleja de toda, / donde no esté atajando la angustia, la muerte, el invierno, / con sus ojos abiertos entre el rocía” ANAFORA:…”ah los vasos del pecho! ¿Ah los ojos de ausencia! / Ah las rosas del pubis! Ah tu voz lenta y triste!” …”Para mi corazón basta tu pecho / para tu libertad bastan mis alas”… “Tú estás aquí.  Ah tú no huyes. / Tú me responderás hasta el último grito”… “Me gustas cuando callas y estás como distante. / Y estás como quejándote, mariposa en arrullo. / Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza: / déjame que me calle con el silencio tuyo”… “Y la ternura, leve como el agua y la harina. / Y la palabra apenas comenzada en los labios”.  HIPERBATON: “Del sol cae un racimo en tu vestido oscuro. / De la noche las grandes raíces / crecen de súbito desde tu alma., / y a lo exterior regresan las cosas en ti ocultas, … “ … “Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy.  / El río anuda al mar su lamento obstinado” polisíndeton: “Oh grandiosa y fecunda y magnética esclava / del círculo que en negro y dorado sucede: / erguida, trata y logra una creación tan viva / que sucumben sus flores, y llena es de tristeza”.  ENUMERACIÓN: “Ah vastedad de pinos, rumor de olas quebrándose, / lento juego de luces campana solitaria, / crepúsculo cayendo en tus ojos, muñeca, / caracola terrestre, en ti la tierra canta! / Cruza encima de mi corazón, sin detenerte”… “Ansiedad de piloto, furia de brazo ciego, / turbia embriaguez de amor, todo en ti fue naufragio”.  SIMIL: “Como pañuelos blancos de adiós viajan las nubes, / el viento las sacude con sus viajeras manos”… “Hago rojas señales sobre tus aojos ausentes / que olean como el mar a la orilla de un faro”… “Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella. / Y el verso cae al alma como el pasto el rocío”… “Para que tú me oigas / mis palabras / se adelgazan a veces / como las huellas de las gaviotas en las playas”.  REDUPLICACION: “Ellas están huyendo de mi guarida oscura. / Todo lo llenas tú, todo lo llenas”… “Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras. / Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas”… “Siempre, siempre te alejas en las tardes / hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas”… “Pasan huyendo los pájaros.  / El viento.  El viento” … “Ahora, ahora también, pequeña, me traes madreselvas, / y tienes hasta los senos perfumados”… “Una palabra entonces, una sonrisa bastan. / Y estoy alegre, alegre de que no será cierto”… “Eres mía, eres mía, mujer de labios dulces, / y viven en tu vida mis infinitos sueños”… “Arde, arde, llamea, chispea en árboles de luz.  / Se derrumba, crepita.  Incendio.  Incendio”… “y mi alma baila herida de virutas de fuego.  / Quién llama? Qué silencio poblado de ecos? / Hora de la nostalgia, hora de la alegría, hora de la soledad, / hora mía entre todas!”… “Se desciñe la niebla en danzantes figuras.  / Una gaviota de plata se descuelga del ocaso.  / A veces una vela.  Altas, altas estrellas”. POLIPOTE: “Ahora quiero que digan lo que quiero decirte / para que tú las oigas como quiero que me oigas”… “Puedo escribir los versos más tristes esta noche. / Yo la quise, y a veces ella también me quiso”.  CONCATENACIÓN: Escuchas otras voces en mi voz dolorida. / Llanto de viejas bocas. / Ámame, compañera.  No me abandones.  Sígueme, / Sígueme, compañera, en esa ola de angustia”… “Mi alma nace a la orilla de tus ojos de luto. / en tus ojos de luto comienza el país del sueño” IMPOSIBLE.  “Los pájaros nocturnos picotean las primeras estrellas / que centellean como mi alma cuando te amo”.  IMAGEN: “Galopa la noche en su yegua sombría / desparramando espigas azules sobre el campo”… “Aquí te amo. / En los oscuros pinos se desenreda el viento. /… Mi hastío forcejea con los lentos crepúsculos. / Pero la noche llega y comienza a cantarme.  / La luna hace girara su rodaja de sueño”.  ANTÍTESIS:  ”Soy el desesperado, la palabra sin  ecos, / el que lo perdió todo, y el que todo lo tuvo””.  EPANADIPLOSIS: “última amarra, cruje en ti mi ansiedad última. / En mi tierra desierta eras la última rosa”.  PROSOPOPEYA: “el agua anda descalza por las calles mojadas. / De aquel árbol se quejan, como enfermos, las hojas”.  SINESTESIA:  “Pálido y amarrado a mi agua devorante / cruzo en el agrio olor del clima descubierto / aún vestido de gris y sonidos amargos, / y una cimera triste de abandonada espuma”. ASINDETÓN.  “Voy, duro de pasiones, montado en mi ola única, / lunar, solar, ardiente y frío, repentino, dormido en la garganta de las afortunadas / islas blancas y dulces como caderas frescas”… “Cantar, arder, huir, como un  campanario en las manos de un loco”… “Sacudida de todas las raíces, / asalto de todas las olas! / Rodaba, alegre, triste interminable, mi alma”.  HIPÉRBOLE: “Ansiedad que partiste mi pecho a cuchillazos, / es hora de seguir otro camino, donde ella no sonría”.  SIMILICADENCIA: “Pensando, enredando sombras en la profunda soledad. / Tú también estás lejos, ah más lejos que nadie. / Pensando, soltando pájaros, desvanecido imágenes, / enterrando lámparas”… “Pensando, enterrando lámparas en la profunda soledad. / Quién eres tú, quién eres?”.  CONVERSIÓN: “El grito frente al mar, entre las piedras, / corriendo libre, loco, en el vaho del mar”.  PARONOMASIA: “A veces amanezco, y hasta mi alma está húmeda. /Suena, resuena el amor lejano. / Este es un puerto. / Aquí te amo”. PARADOJA: “Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. / Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido”. En cuanto a la versificación, hay una predominancia en el uso del cuarteto (Poemas 1, 2, 3, 6, 9, 12, 13, 14, 15, 16 y 19) y del dístico con verso libre, salvo algunas esporádicas rimas asonantes (Poemas 4, 5, 7, 8, 10, 20 y “La canción desesperada”).  Predomina así mismo la métrica irregular como si el autor hubiera estado más atento a su inspiración que a la rigidez.



ARIEL


La filosofía positivista del siglo XIX llega a Latinoamérica a través de pensadores franceses influenciados por esta escuela filosófica, me refiero a Renán y Taine.  Lo espiritual en ellos se halla en la razón; la razón se encarna en un ideal que es lo único que realmente configuran al hombre superior.  Pocas obras en América han causado el impacto y trascendencia de “Ariel”, convirtiendo a su autor en el guía espiritual de la generación que inaugura el siglo:  La generación Novecentista.  José Enrique Rodó había nacido en Montevideo el 15 de julio de 1870 rodeado de mimos y holgura económica; su afición a las letras se muestra precozmente, llevándolo a publicar en una revista infantil, “Los primeros albores”, cuando apenas alcanzaba los once años.  El ensayo latinoamericano no tenía precedentes, podemos afirmar que habían surgido ensayistas chilenos, argentinos, etc.; pero no ensayistas latinoamericanos –quizá Sarmiento estuvo más cerca de serlo-... Rodó es el auténtico forjador del ensayo latinoamericano, en este género encontró la posibilidad de reunir reflexión y belleza, meditación y modernismo.  Los míticos personajes de “La Tempestad” (Shakespeare) son admirablemente recreados en la pluma de rodó, quien los convierte en personajes y posibilidades del destino latinoamericano.  El hombre superior que se anuncia en Ariel” necesitaba de un profeta tal como la juventud latinoamericana necesitaba de un maestro, éste es Próspero, el “Maestro profeta”, el venerable anciano, que tras haber entregado lo mejor de sus eros pedagógico a un grupo de jóvenes, resume las enseñanzas impartidas en su última lección, que es precisamente al cuerpo de la obra.  “Aquella tarde, el viejo y venerado maestro, a quien solían llamar Próspero, por alusión al sabio mago de “La Tempestad” shakesperiana, se despedía de sus jóvenes discípulos, pasado un año de tareas, congregándolos una vez más a su alrededor.  Ya habían llegado ellos a la amplia sala de estudios, en la que un gusto delicado y severo esmerábase por todas partes en honrar la noble presencia de los libros, fieles compañeros de Próspero. Dominaba en la sala –como numen en un ambiente sereno-  un bronce primoroso,   que figuraba el ARIEL de “La Tempestad”.  Junto a este bronce se sentaba habitualmente el maestro, y por ello le llamaban con el nombre del mago a quien sirve y favorece en el drama el fantástico personaje que había interpretado el escultor.  Quizá en su enseñanza y su carácter había, para el hombre, una razón y un sentido más profundos” (“Ariel”, José Enrique Rodó; Editorial La Oveja Negra – 1986, pág. 7). Ariel y Calibán son personajes – símbolos, son las dos posibilidades que se ofrecen al devenir latinoamericano.  “Ariel, genio del aire, representa, en el simbolismo de la obra de Shakespeare, la parte alada y noble del espíritu.  Ariel es el imperio de la razón y el sentimiento sobre los bajos estímulos de la irracionalidad; es el entusiasmo generoso, el móvil alto y desinteresado en la acción, la espiritualidad de la cultura, la vivacidad y la gracia de la inteligencia; el término ideal a que asciende la selección humana, rectificando al hombre superior los tenaces vestigios de Calibán símbolo de sensualidad y de torpeza, con el cincel perseverante de la vida”.  (obra cit, pág. 7).  La juventud es luz, amor, energía; es el espacio donde se producen las renovaciones espirituales de los pueblos; es en ella donde se refugia la esperanza, cuando el exterior es sólo de indecisión, estupor y desaliento.  “América necesitad e su juventud” dice Rodó y hacia ella dirige lo más hondo de su verbo idealista.  El influjo de la cultura norteamericana ya se había dejado sentir en Latinoamérica, ya nuestras universidades iniciaban o estaban por iniciar la formación de profesionales que por ahondar en su especialización empezaban a descuidar su formación humanística integral.  “Pero por encima de los afectos que hayan de vincularos individualmente a distintas aplicaciones y distintos modos de la vida, debe velar, en lo íntimo de vuestra alma la conciencia de la unidad fundamental de nuestra naturaleza, que exige que cada individuo humano sea, ante todo y sobre todo otra cosa, un ejemplar no mutilado de la humanidad, en el que ninguna noble facultad del espíritu quede obliterada y ningún alto interés de todos pierda su virtud comunicativa”, (obra Cit, pág. 19)  Estas mutilaciones espirituales a las que alude Rodó privan al alma de “Vida interior”, imposibilitan al hombre de estremecerse frente a la belleza natural o artística; y es la belleza un camino paralelo y cercano a la senda del bien, prepara al hombre y a las culturas para aceptar los dictados de la virtud.  El hombre que así lo comprende, ha elevado a la más lata cumbre su razón, es el hombre superior… un aristócrata del espíritu.  “A la concepción de la vida racional que se funda en el libre y armonioso desenvolvimiento de nuestra naturaleza, e incluye, por lo tanto, entre sus fines esenciales, el que satisface con la contemplación sentida de lo hermoso, se opone –como norma de la conducta humana- la concepción UTILITARIA, por lo cual nuestra actividad, toda entera, se orienta en relación con la inmediata finalidad del interés”.  (obra cit, pág. 38)  La concepción de la vida racional es el ideal encarnado en Ariel, aún es posible para Latinoamérica que no ha ingresado del todo a la concepción utilitarista, al llamado “americanismo” …Sin embargo, Rodó, piensa que el bienestar material logrado por el utilitarismo americano puede servir al ideal, pues, el ideal necesita instalar su reino en una sociedad que haya conquistado su bienestar material, fijémonos por ejemplo en la Atenas de Pericles, donde las notas más altas de la belleza se dieron cita en la tragedia, la escultura y pintura.  El bienestar material es un medio, jamás un fin en sí mismo.  Toda sociedad alberga hombres superiores, pero la superioridad de éstos está en su superioridad espiritual y moral, nunca en el poder económico, político, social o racial a ciegas.  Esta aristocracia del espíritu tiene la elevada misión e llevar a su pueblo a la civilización, a lo más decantado de la civilización.  “La multitud, la masa anónima, no es nada por sí misma.  La multitud será un instrumento de barbarie o de civilización según arezca o no del coeficiente de una alta dirección moral”.  En Latinoamérica está por nacer –dice Rodó- tal aristocracia intelectual, serán los herederos de “Ariel” quienes lúcidamente acepten que la auténtica igualdad de los hombres está en su capacidad de ser perfectibles, en la capacidad de potenciar las nobles aptitudes, que traen al nacer pero que al mismo tiempo, de facto, sólo unos cuantos han logrado perfeccionar colocándose en un… nivel superior no para subyugar sino para servir de modelo, para guiar a los demás hombres en su ascenso espiritual.  La democracia entonces sólo es posible, si se admite esta desigualdad de facto, así se hablará” … de una democracia dirigida por la nación y el sentimiento de las verdades superioridades humanas; de una democracia en la cual la supremacía de la inteligencia y la virtud –únicos límites para la equivalencia meritoria de los hombres –reciba su autoridad y s prestigio de la libertad, y descienda sobre las multitudes en la efusión bienhechora del amor”.  (Obra cit, pág. 53)  Alertada de los peligros del canibalismo, utilitarismo norteamericano, y, esclarecido su horizonte, la juventud latinoamericana tiene una ardua tarea por cumplir, ha de sumergirse en ella aun sabiendo que sus logros quizá no alcancen a su generación, porque las grandes transformaciones espirituales es labor abnegada de varias generaciones con un propósito y un destino común.  Tras la sentida exposición de su última lección de amor que les brindara Próspero, los jóvenes discípulos se retiraron con el espíritu recogido y melancólico; era ya de noche, y tras un prolongado silencio, el más joven del grupo dijo:  “Mientras la muchedumbre pasa, hoy observo que, aunque ella no mira el cielo, el cielo la mira.  Sobre su masa indiferente y oscura, como tierra de surco, algo desciende de lo alto.  La vibración de las estrellas se parece al movimiento de unas mareas de sembrador”.  (obra cit, pág. 89); era sin duda el primer huésped del reino de Ariel … era Ariel, hecho carne.  La formación autodidacta no le impidió a Rodó abordar con eficacia y objetividad sus preocupaciones culturales y filosóficas más recurrentes y prueba de ello son sus ensayos, entre los que destacan:  “El que vendrá” (1897), “Ariel” (1900), “Liberalismo y jacobinismo” (1906), “Motivos de Proteo” (1909), “El mirador de Prospero”” (1913), “El camino de Paros” (1918), “Hombres de América” (1920), “Nuevos motivos de Proteo” (1932).  Para Henríquez Ureña, que desde muy joven dedicó una particular atención a la obra del ensayista uruguayo, el método de Rodó “se funda en el análisis, principalmente psicológico, auxiliado por una erudición extensa y ordenada, una brillante imaginación y una exquisita sensibilidad estética” (“La obra de Rodó”, Pedro Henríquez Ureña).




LITERATURA ESPAÑOLA


EL LAZARILLO DE TORMES


Tres ediciones de “La vida del Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades” se hallan fechadas en 1554, y los lugares de impresión son Burgos, Alcalá de Henares y Amberes.  Son varios los personajes a quienes se ha designado como supuestos autores, entre ellos Diego Hurtado de Mendoza, fray Juan de Ortega, el dramaturgo Sebastián de Horosco, el humanista Juan de Valdés y, aunque con menos fijeza, a Cristóbal de Villalón.  Como consecuencia de las grandes guerras europeas y de la emigración a América de soldados y colonos, se desatienden las faenas del campo y, como consecuencia de las épocas bélicas inquietas, hay una tendencia al parasitismo y la holgazanería, de lo que es un buen ejemplo, con su melancólica inacción, el tipo de escudero en “El Lazarillo de Tormes”.  El pícaro viene a brotar de estos ambientes propicios, como flor parásita, entre los muchos pecados que ordinariamente suelen nacer de la ociosidad.  Tal como se halla la picaresca en  “El  Lazarillo de Tormes”, pertenece, pues, a la literatura realista caracterizada por el personaje central, un anti-héroe por diversos elementos: uno, anarquizante, de desprecio hacia las leyes, contrario a la sociedad y sus formulismos; otro, en la técnica de mozo de muchos amos, que ofrece a través de su historia una galería de tipos de clases diversas que tienen que vivir aguzando su ingenio, luchan do con las dificultades que le presenta la fortuna, resuelve humorísticamente su conflicto con la moral y la sociedad.  El estilo del lazarillo, popular, se amolda al personaje, que en primera persona cuenta sus andanzas, forma que seguirán las siguientes novelas.  En “El Lazarillo de Tormes”, y en general en todo el género de la “novela picaresca”, el factor social, tiene un papel importante.  Lázaro entra en la vida con bondad y sencillez; es un tipo lleno de humanidad que se lleva nuestra simpatía.  La perfidia, el engaño, la mísera avaricia, la crueldad brutal, según los diversos medios en que se halla, crean un ambiente propicio a desarrollar su ingenio hacia la astucia, el enredo, el hurto un tanto inocente.  Ya esta obra, en 1559, se hallaba en el “Índex” del inquisidor Valdés, quien permitió más adelante la publicación del texto expurgado.  Veamos a continuación el argumento de la novela.

TRATADO PRIMERO: Lázaro, protagonista y narrador en primera persona, empieza a contar una serie de hechos que han configurado su vida.  Primeramente nos enteramos que es hijo de Tomé González y de Antonia Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca, que su nacimiento fue dentro del río Tormes, por lo cual tomó el sobrenombre; que su familia era de escasos recursos económicos y que su padre, antes de morir, había sufrido prisión por robo.  No pasó mucho tiempo para que la madre de Lázaro se amancebara con un negro, con quien tuvo un “negrito” que cuando veía a su padre, se espantaba, y abrazándose a Lázaro, lloraba y gritaba, “cuco”… “mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determinó arrimarse a los buenos por ser uno de ellos, y vínose a vivir a la ciudad y alquiló una casilla, y se metió a guisar de comer a ciertos estudiantes, y lavaba la ropa aciertos mocos de caballos del Comendador de la Magdalena, de manera que fu frecuentando las caballerizas.  Ella y un hombre moreno, de aquellos que las bestias curaban, vinieron en conocimiento.  Este algunas veces se venía a nuestra casa y se iba a la mañana.  Otras veces, de día llegaba a la puerta en achaque de comprar huevos y entrabase en casa.  Yo, al principio de su entrada, pesábame con él habíale miedo, viendo el color y mal gesto que tenía; mas, de que vi que con su venida mejoraba el comer, fuile queriendo bien, porque siempre traía pan, pedazos de carne y en el invierno leños. (…) mi madre vino a darme un negrito muy bonito (…) como el niño veía a mi madre y a mí blancos y a él no, (…) decía: -¡Madre, coco! (…) dixe entre mí: ¡Cuántos deben haber en el mundo que huyen de otros, porque no se ven a sí mismos!” (“El Lazarillo de Tormes”, Editorial Santiago; págs. 12, 13 y 14).  Un día llegó un ciego que manifestó a doña Antonia que Lázaro tenia cualidades para servirle de guía. Como ésta tenía dificultades para la manutención del muchacho, su madre lo encomienda en manos del ciego y lo despide diciéndole: “…Hijo, ya sé que no te veré más.  Procura ser bueno y dios te guíe.  Criado te he y con buen amo te he puesto: “Válete de ti”.  El invidente tenía infinidad de formas de obtener dinero.  Decía saber oraciones para aquellas mujeres que no parían, para las que estaban de parto, para aquellas cuyos maridos no las querían, etc.  De éstas obtenía grandes provechos y ganaba más en un mes que cien ciegos en un año; pero el ciego era avariento y mezquino y Lázaro pasaba hambre al lado de él.  Cansado de las mofas y abusos que el ciego hacía en él, Lázaro decidió abandonarlo, no sin antes vengarse del invidente.  Le hizo dar un cabezazo contra un pilar de roca maciza, que el pobre ciego quedó tirado por mucho rato, aprovechando que el malherido era atendido por mucha gente, Lázaro huyó con destino a Torrijos.

TRATADO SEGUNDO:  En un lugar que llamaban Maqueda, topó Lázaro con un clérigo quien, cuando fue a pedirle limosna, le preguntó si sabía ayudar en la misa, a lo que el muchacho respondió que sí.  El clérigo resultó más avaro y roñoso que el ciego, al punto, que devoraba ante la mirada hambrienta del muchacho un trozo de carnero y a él sólo le daba los huesos.  Al cabo de tres semanas enflaqueció tanto que no podía tenerse en pie.  El clérigo guardaba en un arca mendrugos de pan y otros alimentos, que Lázaro veía con mucho deseo y hambre.  Buscó entonces el rapazuelo un calderero (de esos que hacen llaves) y, haciéndose creer que había perdido la llave del cofre y que su amo lo azotaría, logró que el calderero probara todas las llaves que tenía en un llavero, en la cerradura del arca.  Logró abrirla para regocijo de Lázaro, quien le manifestó que no tenía con qué pagarle; el hombre se engulló el mejor bodigo de pan que había, y así la deuda quedó saldada. Sospechando el clérigo que día a día desaparecían los panes, Lázaro tuvo que recurrir a otro embuste; como el arca era vieja y tenía pequeños agujeros, fu desmigajando el pan y así se lo comía día a día; el clérigo culpó a los ratones.  Lázaro cuando dormía, escondía la llave del arca en su boca; por uno de los agujeros de la llave salía cierta noche el aire espirado por Lázaro.  El clérigo creyendo que era una serpiente, dio tal garrotazo sobre el lugar de donde provenía el silbido, que el pobre Lázaro casi pierde la cabeza.  Al poco tiempo, el clérigo tomó de la mano a Lázaro, y, dejándolo en la calle, le dijo:  “Lázaro, de hoy más eres tuyo y no mía.  Busca amo y vete con Dios, que hoy no quiero en mi compañía tan diligente servidor.  No es psi8ble sino que hayas sido mozo de ciego” (Edic. Cit; Ibídem, pág. 61).  Y santiguándose de él como si estuviera endemoniado, cerró la puerta de su casa.

TRATADO TERCERO: Después de haber sido puesto en la calle por el clérigo, Lázaro, flaco y hambriento, va a dar otra vez a Toledo.  Allí vive de limosnas durante algún tiempo hasta que, forzado por la gente a buscarse un amo y después de mucho buscar, se topó con un escudero que iba por la calle con razonable vestido y bien peinado, el cual le cogió como servidor.  Sin embargo, cuando Lázaro piensa que finalmente ha encontrado el amo que “había menester”, se da cuenta que aquél vive miserablemente, sin nada de comer y tan sólo con una pobre y “negra cama” donde dormir.  Lázaro quedase pensando en todos aquellos infelices que andan por las calles vestidos más o menos con el único traje que tienen y con el estómago vacío, y la gente alrededor de ellos ignorantes de todo.. “” ¿Quién encontrara aquel mi señor que no piense, según el contento de sí lleva, haber anoche bien cenado y dormido en buena cama, y, aunque ágora es de mañana. No le cuenten por bien almorzado?  ¡Grandes secretos son, señor, los que vos hacéis y las gentes ignoran!  ¿a quién no engañará aquella buena disposición y razonable capa y sayo? ¿Y quién pensará que aquel gentil hombre se pasó ayer todo el día con aquel mendrugo de pan que su criado Lázaro truxo un día y noche en el arca de su seno, do no se le podía pegar mucha limpieza; y hoy, lavándose las manos y cara, a la falta de paño de manos, se hacía servir de la halda del sayo?  Nadie por cierto lo sospechara.  ¡Oh señor, y cuántos de aquéstos debéis vos tener por el mundo derramados, que padecen, por la negra que llaman honra, lo que por vos no sufrirían!” (Edic. Cit, Ibídem; pág. 75).  Rabiando de hambre y dando vuelta a su “ruin fortuna”, Lázaro se ve forzado a pedir limosna, medio a través del cual busca alimento no sólo para sí mismo sino también para su amo.  El pequeño se da cuenta de que éste forma parte de ese grupo de hidalgos arruinados que, aunque muertos de hambre, sin embargo, llenos de presunción, la padecen “por la negra que llaman honra”. Pero una vez más, Lázaro se encuentra sin amo cuando el escudero huye al verse perseguido por no pagar el alquiler de su casa.

TRATADO CUARTO: Después Lázaro se asentó con un fraile de La Merced.  A este nuevo amo no hace más que caracterizarlo como hombre que prefiere la vida mundana a la del convento.  Lázaro no cuenta ninguna historia que le haya ocurrido con el fraile, sino que informa al destinatario de su carta (al lector en general) que solamente salió de su compañía “por otras cositas que no digo”

TRATADO QUINTO: El quinto amo de Lázaro fue un buldero (antiguamente persona comisionada para distribuir las bulas de la Santa Cruzada y recaudar el producto de la limosna que daban los fieles), todo un rufián y desvergonzado al decir de Lázaro.  El buldero se las arreglaban con mañosos artificios para lograr que la gente comprara las bulas.  El buldero en combinación con otro rufián, simula un litigio, donde éste último lo injuria llamándolo mentirosos y estafador.  El buldero, invocando a Dios, pues, se hallaba dentro de la iglesia, pone a éste como testigo de su honradez: … “-Señor Dios, a quien ninguna cosa es escondida, ante lodos manifiestas, y a quien nada es imposible: tú sabes la verdad y cuán injustamente yo soy afrentado. (…)  Señor, no lo disimules; más luego muestra aquí milagro, y sea de esta manera: que, si es verdad lo que aquél dice y que yo traigo maldad y falsedad, este púlpito se hunda conmigo (…) y, si es verdad lo que yo digo y aquél, persuadido del demonio, por quitar y privar a los que están presentes de tan gran bien, dice maldad, también sea castigado y de todos conocida su malicia” (Edic. Cit, Ibídem; pág. 106).  Terminado su discurso el compinche cayó estrepitosamente al suelo ante el asombro de todos los presentes.  La noticia de este hecho se divulgó por todas las comarcas, el buldero y su secuaz no tuvieron que hacer mucho esfuerzo para embaucar a todos los feligreses que encontraban en su camino.  Engañaba así, el buldero, magistralmente a los curas y clérigos donde iba a predicar.  Aunque el buldero le cayó en gracia, Lázaro sólo permaneció con éste cerca de cuatro meses, en los cuales pasó grandes fatigas, pero comía bien, a costa de los clérigos engañados por su amo.

TRATADO SEXTO: Luego Lázaro tuvo como amo a un maestro de pintar panderos, a quien le molía los colores.  De éste sólo sabemos que con él, sufrió mil males.  Luego, siendo ya un mozuelo, tuvo como amo a un capellán, quien le puso un asno y cuatro cántaros, con los cuales Lázaro comenzó a echar agua por la ciudad.  Cada día daba a su amo treinta maravedíes, y el obtenía treinta para sí, a la semana, ahorró durante cuatro año y pudo vestir honradamente, llegando incluso a comprarse una espada.  Cuando se vio hecho un hombre de bien, dejó al capellán que tomase su asno y le dijo que ya no quería seguir más en el oficio.

TRATADO SÉTIMO: Después de abandonar al capellán, Lázaro va a trabajar con un alguacil, con el cual vivió muy poco, por parecerle un oficio muy peligroso.  Cuenta que una noche los corrieron a él y al alguacil con piedras y palos; a él no pudieron cogerlo, pero a su amo sí.  De allí para adelante la vida de Lázaro cambiaría totalmente, poniendo fin a todas sus penurias y fatiga al alcanzar un oficio real, en este caso de pregonero, el mismo que aún conserva en el momento que hace su relato.  Por otro lado, a instancias del Arcipreste de San Salvador, su señor, viendo que Lázaro le pregonaba sus vinos con mucho éxito, procuró casarlo con una criada suya.  Lázaro aceptó de buena manera y termina diciendo:  “Pues en este tiempo estaba mi prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna; de lo que de aquí adelante me sucediere avisará a vuestra mercede”.  (Edic. Cit; Ibídem, pág. 127).  Tratando de conceptuar lo que es el “realismo”, podemos decir que es la manera de tratar los asuntos en que se describe la realidad sin atenuación o idealización.  En el mismo sentido, el término “real” se opone a “imaginario” o “fantástico”. Si comparamos “El Lazarillo de Tormes” con la narrativa de su tiempo” los “Libros de caballería” y la “Novela Pastoril” veremos que en éstos imperaba por un lado lo fantástico, maravilloso e inverosímil de la acción y, por otro lado, la idealización de personajes y de ambientes, así como su atemporalidad.  Frente a estas obras. “El Lazarillo de Tormes” presenta a un personaje cuyas acciones jamás se asemejan a gestas heroicas o bien están motivadas por nobles sentimientos (patrióticos, amorosos y religiosos) y que además sólo persiguen un fin muy poco idealista: matar el hambre.  Además, las aventuras de Lázaro no suceden en lugares idílicos ni fantásticos, sino en lugares bien concretos y conocidos (Salamanca y Toledo) y en tiempos y ambientes sociales y económicos bien determinados, y el mundo en que se mueve es un mundo de mezquindad, hipocresía o simplemente miserable.  Finalmente, frente a una narrativa –como la caballeresca y pastoril- que presentaba al personaje con una sicología estática e inmutable a través de los tiempos, el “Lazarillo de Tormes” presenta la evolución psicológica de su personaje a medida que el tiempo avanza y tiene que ir enfrentándose a nuevas situaciones. Podríamos agregar que la novela picaresca se caracterizó por ser netamente española, de fuerte y vigoroso realismo.  Son un documento vivo desde la España de los siglos XVI y XVII; festivas y satíricas a la vez, son en apariencia autobiográfica y escrita casi todas en primera persona; carecen en realidad de argumento y no aparece en ellas el amor.  Entre las novelas picarescas más importantes tenemos “Rinconete y Cortadillo”, de Cervantes; “El gran tacaño o vida del buscón”, de Quevedo: “La Dorotea”, de Lope de Vega; “la pícara Justina”, de Francisco López de Ubeda; “El diablo cojuelo”, de Luis Vélez de Guevara; “Vida del escudero marcos de Obregón”, de Vicente Espinel; “Guzmán de Alfarache” de Mateo Alemán y “Estebanillo González”, de autor anónimo.  Entre las fuentes probables o antecedentes de la novela picaresca suelen citarse:  en las letras latinas, el “Satiricón”, de Petronio (Siglo I) y “El asno de oro”, de Apuleyo (Siglo II), y en las letras castellanas, el “libro de buen amor”, del Arcipreste de Hita, el “Corbacho”, del Arcipreste de Talavera; y la “Celestina”



LA VIDA ES SUEÑO


Esta comedia, obra maestra del teatro calderoniano, fue compuesta aproximadamente en 1635, cuando el autor frisaba ya los treintaicinco años.  La obra se inicia cuando Rosaura, una mujer disfrazada de varón, ha entrado en Polonia en compañía de su criado Clarín.  La mujer se lamenta de haber sido derribada por el caballo que la conducía así como de su mala suerte.  Mientras descienden de una montaña, atisban entre las peñas una extraña torre que tiene puerta abierta. Después de oír un ruido de cadenas, escuchan las lamentaciones de un hombre, que no es otro que Segismundo, quien dirige sus lamentos al cielo, preguntando la razón de su estado y comparándose desfavorablemente con las aves, los peces y el arroyo que gozan de mayor libertad que él:… “¡Ah, mísero de mí! ¡Ay infeliz! / Apurar, cielos, pretendo, / ya que me tratáis así / qué delito cometí / contra vosotros naciendo; / aunque si nací, ya entiendo / qué delito he cometido: / bastante causa ha tenido / vuestra justicia y rigor, / pues el delito mayor / del hombre es haber nacido” (“La vida es sueño”, Pedro Calderón de la Barca; Salvat Editores S.A. y Alianza Editorial. Pág. 20, vv. 107 – 117).  Al percatarse que ha sido escuchado se enfurece y sujeta a Rosaura con intenciones de darle muerte.  La presencia de la mujer disfrazada, que él cree varón, lo perturba y sosiega y, por último, le conforta.  Rosaura le confiesa que se siente consolada al saber que existe otro ser más desdichado que ella, Segismundo deja atrás la crueldad, y siente admiración por aquel extraño personaje que ha venido a perturbar su soledad.  En el preciso instante que Rosaura le va a manifestar su verdadera identidad, las voces de Clotaldo, después de ordenar a seis hombres que le cubran el rostro para no ser reconocidos, ordena desarmarse a los intrusos. Segismundo amenaza con poner fin a su vida antes que consentir que Clotaldo les haga daño.  Segismundo es vuelto a encerrar en la prisión, mientras que Rosaura entrega la espada a su captor diciéndole que con ella viene a Polonia a vengarse de una afrenta.  Clotaldo reconoce en ella, la espada que entregó a la bella Violante, para que la poseyera el hijo de ambos.  Es así como Clotaldo, sin imagínaselo, tiene ante sí a su hijo varón (No se olvide que Rosaura está disfrazada de varón).  Clotaldo se ve en un dilema: la obediencia al rey de Polonia, quien ha ordenado la muerte de quienes descubran la prisión y existencia de Segismundo, y su amor de padre, junto a la obligación que tiene de ayudar a recobrar el honor de su hijo.  Adopta la resolución de presentarse al rey y manifestarle el caso, y que sea él quien decida:… “Mi hijo es, mi sangre tiene / pues tiene valor tan grande; / y así, entre una y otra duda / el medio más importante / es irme al rey / y decirle / que es mi hijo / y que le mate. / Quizá la misma piedad / de mi honor podrá obligarle; / y si le merezco vivo, / yo le ayudaré a vengarse de su agravio; mas si el rey, / en sus rigores constante, / le da muerte, morirá / sin saber que soy su padre” (Edic. Cit; Ibídem, pág. 29; vv 471 - 484).  Por otro lado, en el salón del Palacio Real, Astolfo, duque de Moscovia, después de colmar de halagos a su prima Estrella, le manifiesta su intención de suceder en el trono a su tío Basilio.  Cuando murió Eustorgio III, rey de Polonia, dejó tres hijos: Basilio, Clorilene (madre de Estrella) y Recisunda (madre de Astolfo).  Basilio fue quien sucedió en el trono a Eustorgio, y ahora, al ver Astolfo que su tío Basilio ha enviudado sin dejar herederos, pretende conseguir el amor de su prima Estrella, para que al apoderarse del trono no haya desavenencias políticas.   Estrella al oír la proposición amorosa de Astolfo, reprocha a éste, que lleve pendiente del pecho el retrato de otra mujer.  El diálogo entre los primos se trunca por la entrada solemne del rey Basilio al que Astolfo y Estrella tributan al unísono elogios y afectuoso sometimiento.  En un largo discurso, que el rey dirige a sus sobrinos y a toda la corte, éste da cuenta de sus amplios conocimientos astrológicos y revela que con su esposa tuvo un hijo, cuyo nacimiento se vio rodeado de hechos extraños.   La madre presagió las malas que aquel hijo traería: entre ideas y delirios del sueño, vio que un monstruo en forma de hombre rompía sus entrañas.  Al nacer Segismundo sucedieron extraños acontecimientos: un eclipse de sol, los cielos se oscurecieron, temblaron los edificios, llovieron piedras y los ríos se tiñeron de sangre.  La madre murió en el parto, y Basilio en sus estudios astrológicos previó que su hijo sería el príncipe más cruel, el hombre más atrevido y el monarca más impío; y lo peor de todo, es que sometería a su propio padre.  Revela el rey que el niño no murió como se había publicado, sino que, fiado en tales indicios, lo encerró en una torre, ignorado de todos, salvo de Clotaldo, quien lo ha instruido en las ciencias y en la religión católica.  

Existen, pues, tres razones contrapuestas: librar a Polonia de la opresión de un rey tirano, concederá su hijo los derechos que le corresponden y la sospecha de haber dado demasiado crédito a los vaticinios. Ante las dudas, el rey toma la decisión de poner al día siguiente a Segismundo en su propio trono para que gobierne sin que él sepa que es su hijo.  Dependerá del comportamiento de Segismundo el que no continúe en su papel de príncipe o sea devuelto a la torre, reinando en su lugar sus sobrinos Astolfo y Estrella.  Astolfo y toda la corte aclaman al rey.  Llega Clotaldo e informa al rey que dos intrusos han entrado en la torre donde Segismundo se halla cautivo.  Basilio perdona a los presos puesto que y no hay que mantener la prohibición.  Clotaldo ve que ya no es necesario decir que uno de los detenidos es hijo suyo.  Rosaura agradece el perdón real y le reitera a Clotaldo su propósito de lavar su honor con la venganza.  Ante estas palabras, Clotaldo devuelve a Rosaura su espada.  Declara que su ofensor es Astolfo, duque de Moscovia, quien quiere casarse con Estrella dejándola a ella de lado.  Ante el asombro de Clotaldo, Rosaura le hace ver que no es varón, como hasta entonces la suponía su propio padre.  Clotaldo cuenta al rey cómo ha administrado a Segismundo la bebida adormecedora en el transcurso de una conversación sobre el águila y el poder.  Una vez narcotizado el príncipe, en un coche es trasladado hasta el mismo cuarto del rey, donde lo acuestan en la cama de éste.  Clotaldo, que no había estado presente cuando el rey explicó su decisión, solicita a éste que le comunique sus propósitos.  Repite Basilio abreviadamente su parlamento anterior, haciendo mención a la idea del mundo como sueño:…”… Y así he querido dejar U/abierta al daño esta puerta / del decir que fue soñado / cuando vio.  Con esto llegan / a examinarse dos cosas: / su condición, la primera; / pues el despierto procede / en cuanto imagina y piensa; / y el consuelo, / la segunda, / pues aunque ahora se vea / obedecido y después / a sus prisiones se vuelva, / podrá entender que soñó / y hará bien cuando lo entienda / porque en el mundo, Clotaldo / todos los que viven sueñan” (Edic. Cit; Ibídem, pág. 47, vv. 1169 - 1184).  Clotaldo no puede ocultar sus dudas sobre el éxito de la trama del rey.  Aparece Clarín y cuenta a Clotaldo que Rosaura, haciéndose pasar por su sobrina, se ha hecho dama de Estrella.  Debido a que está pasando muchas penurias, sobre todo hambre, Clarín insinúa a Clotaldo que él podría contar cuanto sucede al rey, a Astolfo y a Estrella, y que eso no sería conveniente para nadie.  ¨Clotaldo admite que su queja está fin fundada y lo admite a su servicio.  Despierta Segismundo, confuso y admirado de lo que le rodea.  Rechaza la posibilidad de que sean un sueño los servidores y el magnífico lecho y decide dejarse llevar por la corriente.  Clotaldo le explica la razonad e su encierro.  Segismundo se encoleriza y le acusa de traidor por haberle mantenido en prisión.  En un arrebato de ira se dispone a matarlo con sus propias manos, pero un criado se lo impide.  Clarín a pesar de la ira que domina al príncipe, acierta a caer en gracia.  Segismundo tiene una disputa con Astolfo, que se queja de que le ha acogido fríamente.  Estrella acude a dar la bienvenida al príncipe, quien queda admirado por su belleza.  Trata con atrevimiento a su prima y el mismo criado que antes habían estorbado la agresión a Clotaldo, se le interpone ahora.  Cansado de la insolencia del lacayo, Segismundo, colérico, lo arroja por un balcón al mar y amenaza a Astolfo, quien está por retirarse.  Acude Basilio y le reprocha el homicidio y expresa su temor a los brazos del hijo.  Este replica acusando al padre de haberle quitado su derecho a la corona.  Basilio le advierte que sea humilde y lénido porque quizá esté soñado.  Segismundo dialoga con Clarín y le manifiesta que lo que más le ha maravillado es la hermosura de la mujer, pues, ella es un breve cielo.  Es el momento en que aparece Rosaura, cuya belleza piensa Segismundo que ha visto ya en otra parte.  El príncipe galantea con Rosaura a quien compara favorablemente con Estrella.  Rosaura quiere retirarse pero Segismundo le niega su anuencia.  Mientras esto acontece, Clotaldo escucha tras unas cortinas.  Rosaura amenaza retirarse sin autorización provocando la ira del príncipe.  Clotaldo sale de su escondite para impedir una tragedia y Segismundo trata de atacarlo con su daga.  Astolfo aparece y ambos se baten con espadas.  La aparición del rey Basilio logra que cese la lucha.  El príncipe amenaza a su padre diciéndole que aún no ha vengado el modo injusto con que él lo ha criado y Basilio anuncia al final de la experiencia:…  “Pues antes que lo veas / volverás a dormir a donde creas / que cuanto te ha pasado / como fue bien del mundo, fue soñado”.  Estrella pide a Astolfo que le entregue el retrato de la otra dama (Estrella desconoce que es el retrato de Rosaura), que traía antes colgado del cuello.  Encarga a Astrea (nombre que ha adoptado Rosaura para ser su dama de honor), que aguarde la entrega del retrato pedido.  Llega Astolfo y encuentra inesperadamente a Rosaura, quien le dice que la ha confundido con otra persona.  Astolfo no se deja engañar, pero en un forcejeo, pierde el retrato.  Estrella los encuentra en plena disputa y Rosaura, para salir del paso, inventa la treta de que Astolfo le había cogido un retrato suyo y que no quería devolvérselo, pero que al fin logró arrebatárselo.  Rosaura se retira habiendo recuperado su retrato y diciéndole a Estrella que trate de recuperar el suyo.  Astolfo se ve así en un aprieto, pues, el único retrato que tenía era el de Rosaura y no encuentra forma de salir del lío.  Estrella lo acusa de ser un grosero y un villano.  La acción transcurre de nuevo en la torre, donde Segismundo, como al principio, se encuentra echado en el suelo con pieles y cadenas.  Clarín ha sido también encarcelado por Clotaldo porque sabe demasiados secretos.  El rey y Clotaldo presencian cómo Segismundo recobra el conocimiento.  Todavía en su delirio expresa el deseo de que muera Clotaldo y que su padre se humille ante él.  Segismundo despierta creyendo haber tenido un sueño.  Clotaldo lo engaña diciéndole que no ha hecho más que dormir desde su última conversación.  Cuenta el príncipe su “sueño” del palacio.  De ese sueño retiene como verdad el amor de una mujer… “De todos era señor, / y de todos me vengaba; / sólo a una mujer amaba… / que fue verdad, creo yo, en que todo se acabó, / y esto sólo no me acaba” (Edic. Cit; Ibídem, pág. 75-76, vv. 2322 - 2327).  Basilio, que ha presenciado la escena, se retira enternecido.  Segismundo reflexiona en soliloquio acerca de que el vivir es soñar y de que todos cumplen su papel en el mundo, soñando:…  “Es verdad, pues reprimamos / esta fiera condición, / esta furia, esta ambición, / por si alguna vez soñamos; y sí haremos, pues estamos / en mundo tan singular, / que el vivir sólo es soñar, / y la experiencia me enseña / que el hombre que vive, sueña / lo que es, hasta despertar. / Sueña el rey que es rey, y vive / con este engaño mandando, / disponiendo y gobernando; / y este aplauso que recibe / prestado, en el viento escribe; / y en cenizas le convierte / la muerte (¡desdicha fuerte!)/  Qué hay quien intente reinar, / viendo que ha de despertar / en el sueño de la muerte? / Sueña el que afana y pretende, / sueña el que agravia y ofende, / y en el mundo en conclusión, / todos sueñan lo que son, / aunque ninguno lo entiende. / Yo sueño que estoy aquí / destas prisiones cargado, / y soñé que en otro estado / más lisonjero me vi / ¿Qué es la vida? Un frenesí; / ¿Qué es la vida?, una ilusión, / una sombra, una ficción, / y el mayor bien es peque3ño; / que toda la vida es sueño, / y los sueños, sueños son” (Edic. Cit; Ibídem, pág. 76-77, vv. 2238 - 2377).  Los soldados se sublevan y van a libertar al príncipe Segismundo.  Los soldados liberan a Clarín confundiéndolo con Segismundo.  Desecho el equívoco, el príncipe rehúsa al principio las grandezas que se le ofrecen por suponer que son “sueños”; pero acepta luego encabezar la rebelión contra la tiranía.  Clotaldo se mantiene fiel al rey y Segismundo decide dejarlo ir para que se una al rey.  Segismundo con sus tropas se dirige contra Basilio, quien cree incontenible la sublevación popular y piensa que se ha destruido así mismo y a su patria, aunque aún le queda energía para decir:  “Dadme un caballo, porque yo en persona / vencer valiente un hijo ingrato quiero; / y en la defensa ya de mi corona, 7 lo que la ciencia erró, venza el acero” (Edic. Cit; Ibídem, pág. 86, vv. 2689 - 2692).  Astolfo ha sido nombrado heredero del trono, pero ya ha comprendido que todo poder es prestado.  Por otro lado, Rosaura insta a Clotaldo a que repare su honor dando muerte a Astolfo.  Este no acepta porque Astolfo lo libró de Segismundo en palacio cuando éste lo atacó.  Las razones de Rosaura no persuaden a Clotaldo, quien le aconseja vivir en un convento.  Rosaura está decidida a dar muerte al duque, y cuando se separa de Clotaldo, éste parece aceptar de forma ambigua la decisión de su hija.  Rosaura alcanza al ejército de Segismundo y le pide amparo.  Comenta las veces que se encontró con él y le cuenta la historia de las desdichas de su madre y de ella.  Ofrece a Segismundo la ayuda de su brazo, al mismo tiempo que le pide protección para reparar su honor.  

Ambos están unidos en una misma empresa.  Las largas reflexiones de Rosaura sacan a Segismundo definitivamente de dudas acerca de su experiencia en palacio.  Vence el príncipe la tentación de gozar de Rosaura y decide mirar por su honra.  Se entabla la batalla entre los ejércitos de Basilio y Segismundo.  Clarín, que se ha protegido convenientemente para ver el combate como si se tratase de un espectáculo, es alcanzado por una bala perdida.  Sus últimas palabras sirven para recapacitar al rey sobre el proceder erróneo que ha tenido con su hijo.  Los rebeldes, victoriosos, dan alcance a Basilio, que se arroja a los pies de Segismundo.  El príncipe dirige un discurso a toda la corte en el cual manifiesta que los designios de los cielos son inescrutables, el que se aprovecha de ellos creyéndolos interpretar, miente y engaña; manifiesta además que su padre hizo de él un bruto, una fiera humana:… “Y a quien mueve / las ondas de la borrasca, / y cuando fuera (escuchadme) / dormida fiera mi saña, / templada espada mi furia, / mi rigor quieta bonanza, / la fortuna no se vence / con injustica y venganza, / porque antes se incita más; / y así, quien vencer aguarda / a su fortuna, ha de ser / con cordura y con templanza” (Edic. Cit; Ibídem, pág. 106, vv. 3436 - 3447).  Pide el príncipe a su padre que se levante y le dé la mano, al tiempo que él se postra ante éste.  Todos aclaman al reconciliación de Basilio y Segismundo.  Este último pide a Astolfo que repare su deuda con Rosaura, cuando éste manifiesta que el único problema existente es el hecho que Rosaura no posee nobleza. Clotaldo declara que ella es  noble porque es hija suya.   Segismundo se casará con su prima Estrella y recompensará a Clotaldo por su lealtad al rey Basilio.  El soldado que le sacó de la cárcel, pide a Segismundo su recompensa; Segismundo le contesta muy sabiamente, provocando la admiración de todos: …”La torre, y porque no salgas / de ella nunca, hasta morir / has de estar allí con guardas, / que el traidor no es menester, / siendo la traición pasada…”  (Edic. Cit; Ibídem, pág. 108, vv. 3528 - 3532).  Segismundo reafirma que llegó a saber que toda dicha humana pasa como un sueño, y, rompiendo la ilusión de la historia fingida, como actor de la comedia, pide perdón por las faltas que hubiera cometido en la representación.  En cuanto a la obra en sí, diremos que los doce monólogos que se dan en la obra sirven para expresar los conflictos interiores que se dan en algunos personajes.  La intensidad dramática de estos soliloquios caracteriza el arte de Calderón, en general, y a “La vida es sueño”, en particular.  Dos de estos monólogos están puestos en boca de Rosaura, seis en la de Segismundo, correspondiendo a Clarín y a Clotaldo dos a cada uno.  Otro recurso que gustaba a Calderón y que lo vemos utilizado en “La vida es sueño”, es la suspensión y aplazamiento de una secuencia.  Un corte muy brusco en la obra, es aquel en que Rosaura va a revelar su identidad a Segismundo y las voces de Clotaldo la interrumpen.  Esto acontece en el primer acto, y Segismundo sólo se enterará del enigma hasta mediado el tercero.  Innegablemente que este tipo de suspensiones acrecientan el interés del espectador y aumenta mucho las posibilidades dramáticas.  En cuanto al tiempo, la obra está fuera de todo tiempo histórico, y en lo que se refiere al lugar la historia se sitúa en Polonia.  Astolfo es duque de Moscovia, región de Moscú, y de allí viene también Rosaura.  En cuanto a la versificación, Calderón utiliza predominantemente el verso octosílabo y la rima consonante.  La obra tiene 3550 versos.  Así mismo, los versos son muy ricos en figuras literarias.  Veamos: HIPERBATON:… “Llegó de su parto el día, / y los presagios cumplidos”… “Y no merece / mi humildad tan grande dicha / que esa turbación le cueste”.  ANÁFORA:… “la pasión de mis ojos / la suspensión a mis ojos, / la admiración al oído”… “Esto como rey os mando, / esto como padre os pido, / esto como sabio os ruego, / esto como anciano os digo”… “Con qué respeto te miro, / con qué afecto te venero, / con qué estimación te asisto”.  CONCATENACIÓN: …  “¡La Libertad y el Rey vivan! / Vivan muy enhorabuena; / que a mi nada me da pena U/ como en cuenta me reciban”.  ASINDETÓN:… “la de menos beldad habiendo sido / por más bella y hermosa, / sol, lucero, diamante, estrella y rosa”… “Más que ha de hacer un hombre / que de humano no tiene más que el nombre, / atrevido, inhumano, / cruel, soberbio, bárbaro y tirano, / nacido entre las fieras”… “Suelta, digo, / caduco, loco, bárbaro, enemigo, / o será de esta suerte / el darte ahora entre mis brazos muerte”.  ALEGORÍA:… “Por qué ha de estar / guardando en prisión tan grave / Clarín que secretos sabe, / donde no pueda sonar”.  EPÍTETO:… “que hoy he de dar la batalla, / antes que la oscura sombra / sepulte los rayos de oro”.  PARONOMASIA: … “Pues para todas las fiestas / despojado y despejado / se asoma a su desvergüenza”.  EPIFONEMA:… “tu favor reverencio; / respóndate retórico el silencio, / cuando tan torpe la razón se halla, / mejor habla, Señor, quien mejor calla”. HIPERBOLE:… “¿así se marcha acero tan brioso / en una sangre helada?  SINÉCDOQUE:… “Quita la osada mano del acero”.  SINESTESIA: …  “Harás que de cortés pase a grosero, / porque la resistencia / es veneno cruel de mi paciencia”… “¡Gracias a Dios que llegaron / ya mis desdichas crueles”.  METONIMIA:… “Acciones vanas / querer que tenga yo respeto a canas;” SILEPSIS:… “Vos alegáis que habéis sido / hija de hermana mayor; ¡” RETRUECANO:… “soy un hombre de las fieras, / y una fiera de los hombres”… “…ha de darme / ella el honor, que aunque yo / no sé qué secreto alcance, / se que alcanza algún secreto”.  PARADOJA:… “si sabes que tus desdichas; / Segismundo, son tan grandes, / que antes de nacer moriste”… “Siendo un esqueleto vivo, / siendo un animado muerto”… “¡Que un hombre con tanta hambre / viniese a morir viviendo!” REDUPLICACIÓN:…”Pues no ha de ser, no ha de ser / mírame otra vez sujeto / a mi fortuna”… “ya os conozco, ya os conozco, / y sé que es para lo mismo / con cualquiera que se duerma”… “¡Seguidle! / no quede en sus cumbres planta a / que no examine el cuidado, / tronco a tronco y rama a rama”.  IMPOSIBLE: … “llovieron piedras las nubes, / corrieron sangre los niños.  PELONASMO:… “Dadme un caballo, porque yo en persona / vencer valiente un hijo ingrato quiero,”… “yo ofendida, yo burlada, / quedé triste, quedé loca, / quedé muerta, quedé yo, / que es decir que quedó toda / la confusión del infierno / cifrada en mi Babilonia”.  SINONIMIA:… “¡Válgame el cielo, qué veo! / ¡Válgame el cielo, qué miro!2… “Sueña el pobre que padece / su miseria y su pobreza”. EPANADIPLOSIS:… “de una vez; pero hasta entonces / valedme, cielos, valedme”… “de tu sangre, que ya con triste modo / todo es desdichas y tragedias todo”… “¡Viva Segismundo, viva!”.  ANTÍTESIS:… “Pues en duda semejante / de vivir o de morir, / no sé cuáles son más grandes”… “escribe con líneas de oro / en caracteres distintos, / del cielo nuestros sucesos, / ya adversos o ya benignos”… “¡yo despertar de dormir / en lecho tan excelente”… “ y estos / unos suben, otros bajan, / unos se desmayan viendo / la sangre que llevan otros” … “Tan poco hay de unas a otras, que hay cuestión sobre saber / si lo que se ve y se goza / es mentira o es verdad!”.  METAFORA:… “En viéndola teñida / en esa infame sangre”… “¿Quién Astolfo, podrá parar prudente / la furia de un caballo desbocado?”.  INTERROGACIÓN: … “¿Yo, por dicha, solicito / dar muerte a mi padre? ¿No.  / Arrojé del balcón yo / al Icaro de poquito?” … ¿Soy por ventura? ¿Soy? / ¿El que preso y aherrojado / llego a verme en tal estado?”… “¿Mas que soy príncipe huero?”.  POLIPOTE:… “porque no sepas que sé que sabes flaquezas mías”… “y cuando te miro más, / aún más mirarte deseo”… “Dejarme quiero servir, / y venga lo que viniere”… “donde imposible parece / que halle razón que me alivie, / ni alivio que me consuele”… “yo he cobrado mi retrato, / venga ahora lo que viniere… “hoy a Polonia has venido / a perderme y a perderte”.  ELIPSIS:… “No en vano prevenía / a este reino infeliz su tiranía / escándalos tan fuertes / de delitos, traiciones, tiras, muertes”… “En èl previno rigores, / soberbias, desdichas, muertes, / y en todo digo verdad…”…” y el cielo un amago breve / la triste cabeza tengo / llena de mil chirimias, / de trompetas y embelecos, / de  procesiones, de cruces, / de disciplinantes… “Concluyendo, se puede afirmar que “La vida es sueño” trata los grandes temas del hombre:  la libertad, las pasiones, el destino, las relaciones paterno – filiales, la condición humana, etc.  Calderón murió el 23 de Mayo de 1681.  Pide en su testamento un entierro humilde y puntualiza:  “Llevándome descubierto por si mereciese satisfacer en parte las públicas vanidades de mi mal gastada vida con públicos desengaños de mi muerte”.  Sus restos fueron sepultados en la iglesia de Atocha y trasladados a principios de este siglo a la iglesia de Los Dolores, de donde se perdieron a raíz de un incendio en la guerra Civil Española de 1936.  Su verdadero nombre era Pedro Calderón de la Barca Henao de la Barrera Reaño, y había nacido el 17 de Enero de 1600.



EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA


Yo he encontrado en las novelas de Cervantes un verdadero tesoro, en ellas he hallado al mismo tiempo diversión y enseñanza. Como nos regocijamos al poder considerar excelente lo que ya es tenido como tal…, y cuánto se avanza en el camino al hallar la coincidencia de nuestras propias apreciaciones con las más autorizadas de otro tiempo” (Carta de Goethe a Schiller, en 1795).  Estas palabras de Johann Wolfgang Von Goethe donde se alude a la célebre obra de Miguel de Cervantes, son por demás concluyentes.  “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”, uno de los libros más editados y traducidos a infinidad de idiomas tiene la particularidad de haber superado en fama a su autor, el complutense Miguel de Cervantes Saavedra Cortinas, nació en 1547, probablemente el 29 de Setiembre y que muriera pobre y enfermo de hidropesía el 23 de Abril de 1616.  Cervantes encontró editor, para el “Quijote”, en Valladolid, adonde se había trasladado para informa sobre las incidencias surgidas siendo recaudador de la Armada Invencible.  Tenía entonces 58 años y hacía 20 años que había aparecido “La Galatea”, obra que tuvo poco éxito.  El privilegio para la publicación del “Quijote” está firmado el 26 de Setiembre de 1604.  La obra apareció en Enero de 1605, en Madrid, editada por Francisco de Robles, “Librero del Rey”.  El libro está dedicado a don Alfonso Diego López de Zúñiga Sotomayor, sétimo duque de Béjar.  El tipógrafo que la compuso se llamaba Juan de la Cuesta.  Esta primera parte del “Quijote” consta de cincuentaidós capítulos, y en ella se narran las dos salidas del héroe y las aventuras en que intervino.  La segunda parte apareció en 1615 y consta de sesentaicuatro capítulos y en ella se narra la tercera y última salida del héroe y las aventuras que tuvo.  La obra se inicia en un lugar de la Mancha donde vivía un hidalgo que frisaba los cincuenta años de edad.  De complexión recia, seco de carnes, gran madrugador y amigo de la caza, vivía don Alfonso Quijano, que así se llamaba el hidalgo, en compañía de un ama y una sobrina.  Leía tantos libros de caballería que un día decidió hacerse caballero andante e irse por el mundo deshaciendo todo género de agravios.  Bautizó a su caballo con el n hombre de “Rocinante” que era, según él, mejor que el “Bucéfalo” de Alejandro o el “Babieca” del Cid.  Ocho días demoró en conseguir un nombre más apropiado para él.   Acordándose que el valeroso Amadís no se conformó con su nombre a secas, sino que el añadió el nombre de su reino y patria para hacerla famosa, y se llamó Amadís de Gaula, así quiso hacer con la suya y se puso Don Quijote de la Mancha.  Lo único que le faltaba era una dama de quien enamorarse, porque caballero andante sin amores es como árbol sin hojas.  Se acordó entonces de una labradora de quien él estuvo enamorado, pero que ella jamás lo supo, llamada Aldonza Lorenzo, a quien él llamaría en adelante Dulcinea del Toboso, porque era natural de aquel lugar.  Sin avisar a nadie, y armado de todas sus armas, don Quijote se echó a andar sobre su Rocinante llegando a los campos de Montiel. 

Allí divisó una venta (que a él le parecía castillo) donde solicitó al ventero, hombre gordo y socarrón, que le otorgara el don de armarlo caballero pues, de lo contrario como hombre común no podría cumplir con sus objetivos.  Viendo el ventero que su huésped, quien ya había golpeado con su lanza a dos arrieros del lugar, le estaba ocasionando problemas y que por otro lado le fallaba el juicio, se apresuró a concederle la petición:… “Estando en esto, llegó acaso a la venta un castrador de puercos, y así como llegó, sonó su silbato de cañas cuatro o cinco veces, con lo cual acabó de confirmar don Quijote que estaba en algún famoso castillo, y que le servían con música, y que el abadejo eran truchas, el pan candeal y las rameras damas, y el ventero castellano del castillo, y con esto daba por bien empleada su determinación y salida.  Más lo que más le fatigaba era el no verse armado caballero, por parecerle que no se podría poner legítimamente en aventura alguna sin recibir la orden de caballería” (“Obras completas de Miguel de Cervantes “.  Editorial Juventud – Barcelona; tomo I, pág. 445).  Fingiendo que musitaba algunas oraciones el ventero bendijo a don Quijote quien se hallaba de rodillas, así como también a sus armas.  Don Quijote se despidió de él con gran regocijo y agradecimiento.  El hidalgo caballero decide regresar a su aldea para proveerse de un escudero, pues, como ya era caballero, era menester conseguirse uno.  No había andado mucho cuando encontró a un labrador que azotaba a un muchacho llamado André.  El muchacho era el criado del labrador, y como casi todos los días le extraviaba una oveja del hato que cuidaba, lo estaba reprimiendo para que escarmentara.  Don Quijote le ordena que desate al muchacho lo que el labrador cumple temeroso.  Más cuando vio que aquel extraño se retiraba, el labrador volvió a amarrar y a azotar al muchacho hasta dejarlo casi muerto.  Topose luego don Quijote con seis mercaderes toledanos que iban a comprar seda a Murcia y creyendo ser cosa de aventura, los hizo detenerse para que confesaran que no había en el mundo doncella más hermosa que la incomparable Dulcinea del Toboso.  Ante la negativa de éstos que alegaban que no podían afirmar tal cosa sin haber visto antes a la dama, arremetió don Quijote contra ellos, pero con tal mala suerte que tropezó Rocinante cayendo su jinete estrepitosamente.  Uno de los criados de los mercaderes aprovechó la ocasión para darle de palos al magro caballero que quedò9 muy mal herido.  Allí lo dejaron los mercaderes, pero por suerte para don Quijote, pasó por allí uno de los vecinos que al reconocerlo se lo llevo de regreso a la aldea.  Don Quijote creyendo que quien lo socorría era el marqués de Mantúa se dejó llevar dócilmente.  Mientras don Quijote dormía.  Pedro Pérez, que así se llamaba el cura, pidió las llaves, a la sobrina, del aposento donde estaban los libros que había perturbado a su tío.  Con la ayuda del barbero, maese Nicolás, hizo un escrutinio de los libros existentes procediendo a quemar en el corral de la casa muchos de ellos:… “Pidió (el cura) las llaves, a la sobrina, del aposento donde estaban los libros autores del daño, y ella se las dio de muy buena gana.  Entraron dentro todos, y la ama con ellos, y hallaron más de cien cuerpos (volúmenes) de libros grandes muy bien encuadernados, y otros pequeños; y así como el ama los vio, volvióse a salir del aposento con gran priesa, y tornó luego con una escudilla de agua bendita y un hisopo, y dijo.  -Tome vuestra merced, señor licenciado; rocíe este aposento, no esté aquí algún encantador de los muchos que tiene n estos libros, y nos encanten, en pena de las que les queremos dar echándolos del mundo…  Causó risa al licenciado la simplicidad del alma, y mandó al barbero que le fuese dando de aquellos libros uno a uno, para ver de qué se trataban, pues, podía ser hallar algunos que no mereciesen castigo de fuego” (Edic. Cit; Ibídem, págs. 464 – 465).  Cuando don Quijote despertó y no encontró sus libros, atribuyó el suceso al sabio encantador Frestón, gran enemigo suyo.  Quince días permaneció don quijote en su casa, después de los cuales solicitó a un labrador vecino suyo, hombre de bien, pero de muy poca sal en la mollera para que lo acompañara en su segunda salida como su escudero.  El hombre se llamaba Sancho Panza, quien dejo mujer e hijos por ir a servir a aquel hombre que entre otras cosas le prometió la gobernación de una ínsula.  Partieron una noche sin que nadie los viese tomando don Quijote nuevamente el camino que iba por los campos de Montiel.  Iban departiendo tranquilamente cuando descubrieron más de treinta molinos de viento a quien el hidalgo caballero llamó “desaforados gigantes”.  Por más que Sancho quiso hacerle ver que no eran gigantes sino molinos, don Quijote arremetió lanza en ristre contra ellos.  Incrustóse la lanza en una de las aspas que al girar por causa del viento, se llevó tras de sí al caballo y al caballero, que fue rodando por el campo muy maltrecho.  Cuando Sancho le quiso reiterar que eran molinos y no gigantes, don Quijote lo hizo callar diciéndole que el sabio Frestón había convertido los gigantes en molinos para quitarle la gloria de la victoria…”  …que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza; cuanto más, que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los libraos ha vuelto estos gigantes en molino por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo, han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada” (Edic. Cit; Ibídem, págs.. 480 – 481) Sancho subido en su jumento llamado Rucio y don Quijote en Rocinante, siguieron el camino del puerto Lápice, en busca de nuevas aventuras.  Al llegar la noche don Quijote se la pasó en vela pensando en su señora Dulcinea, mientras Sancho que tenía el estómago lleno durmió de corrido.  Al otro día siguieron su camino y encontráronse con dos frailes de la Orden de San Benito.  Detrás de éstos venía un coche acompañado por cinco hombres a caballo.  Como en el coche había una especie de bulto negro, don Quijote concluyó que allí escondían esos hombres a alguna princesa y, creyendo que los frailes comandaban la comitiva y sin saber que tan sólo iban por el mismo camino, arremetió contra los religiosos lanza en ristre.  Uno de los religiosos fue a dar al piso mientras que el otro corrió más veloz que el viento.  Sancho se apresuró a despojar de sus hábitos al fraile caído; pero cuando lo hacía legaron los criados de los frailes que se habían retrasado y al interrogar a Sancho porqué desnudaba al fraile, éste les contestó que aquello le  tocaba como despojos de batalla ganada por su señor don quijote, pero como los mozos no entendían de batallas ni de nada, atacaron a Sancho y lo molieron a coces dejándolo tendido en el suelo sin aliento ni sentido.  Quien venía en el coche no era ninguna cautiva sino una señora vizcaína que iba a Sevilla, donde estaba su marido.  Un escudero vizcaíno que acompañaba a la mujer al ver que don Quijote no dejaba pasara el coche se enfrentó con él.  El vizcaíno llevó la peor parte y hubo de prometer que iría a Toboso a ponerse a disposición de Dulcinea.  Caballero y escudero prosiguieron su camino hasta que llegaron a las chozas de unos cabreros donde comieron con deleite, sobre todo Sancho que no estaba acostumbrado a abstinencias prolongadas.  Allí pasaron la noche conversando hasta que fueron interrumpidos por un mozo que refirió una triste y larga historia sobre un pastor estudiante llamado Crisóstomo, muerto de amores por la endiablada moza Marcela.  Siguiendo su camino buscando más aventuras llegaron escudero y caballero a un prado lleno de fresca hierba donde se dispusieron allí a pasar las horas de la siesta.  Allí cerca pacía una manada de yeguas galicianas de unos arrieros yangüenses.  Rocinante las olió y sin pedir permiso a su amo fue a refocilarse con ella; más las que tenían más ganas de pacer que de otra cosa lo recibieron a mordiscones.  Alarmados los arrieros acudieron al lugar y dieron con sus estacas tal golpiza que lo dejaron tirado en el suelo.  Don Quijote que también había acudido ante los relinchos de su bienquerido jaco vio como los yangüenses, que eran como veinte, atacaban al indefenso Rocinante.  Se produjo un terrible combate donde como era de esperar, caballero y escudero quedaron muy mal heridos.  Asustados del estado en que los habían dejado, los yangüenses tomaron sus yeguas y se fueron.  Sancho acomodó a don Quijote sobre su jumento, y puso de reata a Rocinante; luego se encaminó donde le pareció que podía estar el camino real.  Llegaron a una venta donde caballero y escudero fueron atendidos por el ventero.  Don Quijote estaba convencido de que aquel lugar era un castillo y no una venta.  Allí fue atendido y curado de sus golpes por una moza asturiana que era tuerta y se llamaba Maritornes.  Esta que era medio puta concertó una cita con Sancho, prometiéndole que lo visitaría por la noche.  Como la cama del escudero estaba junto a la de su señor, y éste aquella noche estaba imaginando que sería visitado en su lecho por una hermosa señora, no es de extrañar que cuando apareció la tuerta, cuyo olor hubiera hecho vomitar a un arriero, fue tomada en brazos por don Quijote, pero no para poseerla sino para decirle que por respeto a su amada Dulcinea no la tocaría.  Sancho, algo contrariado por los acontecimientos, se abalanzó contra su señor golpeándolo fuertemente.  Tal fue el escándalo que se armó que tuvo que acudir el ventero para poner orden.  Cuando al otro día se dispusieron a partir, el ventero pidió a don Quijote que le pagara los gastos de su estadía, pero como éste estaba convencido de que la venta no era tal sino un castillo se negó a hacerlo.  Salió don Quijote sin percatarse si Sancho lo seguía y éste quedó a merced del ventero y unos amigos de éste que allí estaban, quienes lo sacaron al corral, y allí, puesto el escudero en mitad de una manta, comenzaron a levantarlo en alto.  Acudiendo don Quijote a socorrer a su amigo encontró la venta cerrada por lo cual hubo de rodearla buscando un lugar por donde entrar.  Legado a las paredes del corral, que no eran muy altas, vio que su escudero bajaban y subían por el aire con tanta gracia que si no hubiera sido por la cólera que tenía se hubiera reído.  No pudiendo hacer nada don Quijote se limitó a insultarlos hasta que éstos ya cansado, pues, el gordo Sancho pesaba mucho, lo dejaron.  La compasiva Maritornes lo socorrió y pagó ella de su dinero lo que escudero y caballero debían.  Así partieron nuevamente Sancho y don Quijote a buscar nuevas aventuras.  Iban don Quijote y su escudero conversando amenamente cuando vieron que por el camino que iban venían hacia ellos una grande y espesa polvareda.  Don Quijote alertó a Sancho que se preparara para el combate, pues, aquello que veían eran dos grandes ejércitos que se disponían a luchar entre sí.  Don Quijote como en la primera salida, sigue desfigurando la realidad para acomodarla a sus fantasías caballerescas, pero ahora tiene a su lado a Sancho, que inútilmente intenta sacarlo de su erro… “y diciendo esto, puso las espuelas a Rocinante y, puesta la lanza en ristre, bajó de la costezuela como un rayo.  Dióle voces Sancho, diciéndole: -¡Vuélvanse vuestra merced, señor don Quijote, que voto a Dios que son carneros y ovejas las que va a embestir! ¡Vuélvanse, desdichado del padre que me engendró!  ¿Qué locura es ésta? Mire que no hay gigante ni caballero alguno, ni gatos, ni armas, ni escudos partidos ni enteros ni veros azules ni endiablados.  ¿Qué es lo que hace? ¡Pecador soy yo a Dios!” (Edic. cit; Ibidem, pág. 563).  Con desbordante inventiva don Quijote describe a los combatientes de uno y de otro bando, sus armas y sus escudos, en una brillantísima enumeración llena de nombres pintorescos.  

Así aparecen Laurcalco, Mococolembo, Brandabarbarán de Boliche, Timonel de Carcajona y Pierres Paín. Don Quijote, en presencia de los rebaños, decide favorecer a uno de los dos ejércitos, y a pesar de los ruegos y advertencias de Sancho, que intenta convencerle que se trata de ovejas y carneros, los acomete y, como era de esperar, es derribado por los pastores a pedradas.  Al llegar el desengaño y ver las cosas tal como son, atribuye la realidad al poder mágico de ciertos encantadores enemigos suyos, que le transforman lo ideal; y así don Quijote quedará convencido de que luchó contra un verdadero ejército, pero convencido también de que los encantadores, a fin de humillar su gloria, lo han transformado en un rebaño.  Los pastores, creyendo muerto a don quijote, cargaron las reses muertas, que pasaban de siete, y sin averiguar otra cosa, se marcharon.  Aquella misma noche cabalgando don Quijote y Sancho por un oscuro camino vieron llegar unos veinte encamisados que llevaban antorchas encendidas detrás de los cuales venía una litera cubierta de luto.  Don Quijote imaginó que la litera eran andas donde debía ir algún malherido cuya venganza sólo a él le estaba reservada y, enristrando su lanzón, arremetió contra uno de los enlutados, y malherido, dio con él en tierra, y con presteza, hizo huir a los demás.  El infeliz explicó que eran sacerdotes que acompañaban desde Baeza a un muerto que iban a enterrar en Segovia.  Aclarado el malentendido don Quijote dejo marchar al sacerdote diciéndole que pidiese perdón de su parte a sus amigos por el agravio.  Mientras aconteció el altercado, Sancho, que había estado desvalijando una acémila de los sacerdotes, tuvo ocasión de contemplar a don Quijote a la luz de la antorcha de uno de los descamisados, y pareciéndole que presentaba la más mala figura que jamás había visto, le dio el nombre de “El Caballero de la Triste Figura”, denominación que agradó a don Quijote y que decidió adoptar como apelativo, al estilo de los caballeros andantes que, por diversas razones, tomaban nombres semejantes.  Al día siguiente don Quijote y sancho topan con un barbero que, para resguardarse de la lluvia, se había puesto la bacía en la cabeza que por ser de metal brillante y estar muy limpia relumbraba extraordinariamente.  Don Quijote imaginó que se trataba de un caballero que llevaba un rico yelmo de oro, y creyó que éste era el famoso yelmo que, según los poemas caballerescos italianos, Reinaldo de Montalbán había ganado matando al rey moro Mambrino.  Poco trabajo le costó a don Quijote apoderarse de lo que él llamaba yelmo de Mambrino, pues, así que el barbero lo vio llegar lanza en ristre, se dejó caer del asno que montaba y huyo ligerísimo, dejando en el suelo la bacía.  Don Quijote se apoderó de ella, por creer que la había ganado en buena lid, y se la puso en la cabeza, lo que produjo la risa de Sancho, que bien veía que se trataba del tan vulgar y corriente adminículo de los barberos, y, por su cuenta, se apoderó de la albarda del asno del fugitivo.  Y convencido que poseía el auténtico yelmo de un célebre paladín, como premio concedido a su valentía, se puso en camino por donde la buena voluntad de Rocinante dispuso.  Habían departido largamente escudero y amo, cuando se toparon con una comitiva formada por doce hombres que venían a pie y encadenados.  Estaban custodiados por guardines que los conducían, como delincuentes que eran, a cumplir una condena remando en las galeras del Rey, Don Quijote los detiene y se informa detalladamente de sus fechorías, que con desparpajo y sorna le cuentan los propios maleantes, entre los que se destaca Ginés de Pasamonte, el más cargado de delitos y de cadenas.  Don Quijote interpretando elementalmente uno de los fines de la caballería medieval (dar libertad al forzado o esclavizado) aunque ello suponga el olvido de la justicia y de castigo de los malhechores, que constituían una de las misiones esenciales del caballero, pidió a los guardias que liberaran a los presos y, ante la negativa de éstos, arremete contra los vigilantes ayudado por los galeotes que habían roto las cadenas que los sujetaban.  Una vez liberados, “El Caballero de la Triste Figura” se empeñó en hacerlos ir hasta Toboso, a rendir pleitesía a Dulcinea. Viendo Pasamonte que tal empresa era muy riesgosa, pues, ponía en riesgo su libertad y la de los otros presos, apedrearon a su libertador y le robaron el gabán a Sancho.  Para evitar caer en manos de la Santa Hermandad que saldría en busca de los fugitivos galeotes, caballero y escudero se internaron en Sierra Morena que les brindaba buen refugio. Dormían señor y escudero cuando en la oscuridad de la noche apareció Ginés de Pasamonte que también había buscado refugio por esos lares.  Con mucho sigilo se alejó del lugar no sin antes llevarse el jumento de Sancho.  Al despertar éste, dióse con la triste sorpresa de haber perdido su rucio, y lloró tanto, que despertó a su señor quien para consolarlo le prometió en obsequio tres pollinos de los cinco que había dejado en su casa.  Entrados en lo más áspero de la sierra encuentran una maleta con papeles amorosos, poesías, ropas y dinero de un joven llamado Cardenio que, con la razón extraviada y en estado semisalvaje, vive en la Sierra.  Cardenio ha enloquecido porque su amada Luscinda lo ha dejado por don Fernando, al paso que éste ha dejado a su amada Dorotea.  Los antecedentes de esta historia amorosa serán explicados por Cardenio y por Dorotea, que también se encuentra en la Sierra, vestida de hombre, y su desenlace acaecerá  paralelamente a la acción principal del Quijote.  Los personajes de la historia de Cardenio, sobre todo Dorotea, intervienen activamente en la trama de las aventuras de don Quijote.  Don  Quijote decide suspender transitoriamente su vagabundeo en busca de aventura y permanece un tiempo solo en Sierra Morena entregado a la penitencia y al desatino, imitando las desaforadas locuras del bueno y valiente caballero Amadís de Gaula, cuando anduvo loco de amor por fragosas soledades, desdeñado por Uriana.  Decide don Quijote enviar a Sancho con una carta a Dulcinea del Toboso, y a fin de orientar al escudero, con un estudiado circunloquio le da a entender que la dama de sus pensamientos es hija de Lorenzo Corchuelo y Aldonza Nogales.  Sancho se queda estupefacto, pues, conoce perfectamente a Aldonza Lorenzo, moza muy vulgar, y jamás hubiera podido imaginar que se trataba de aquella Dulcinea del Toboso que tanto pondera su amo…” –Bien la conozco –dijo Sancho-, y se decir que tira tan bien una barra como el más forzudo zagal de todo el pueblo.  ¡Vive el Dador que la moza de chapa, hecha y derecha, y de pelo en pecho, y que puede sacar la barba del lodo a cualquier caballero andante o por andar, que la tuviere por señora! Oh hideputa, qué rejo tiene, y qué voz!  Sé decir que se puso un día encima del campanario de la aldea a llamar a uno zagales suyos que andan en un barbecho de su padre, y aunque estaban de allí más de media legua, así la oyeron como si estuvieran al pie de la torre… “(Edic. Cit; Ibídem, pág. 642).  La conversación que sobre este punto mantienen don Quijote y Sancho es de vital importancia, ya que aquél, con palabras razonables y totalmente cuerdas, le explica que del mismo modo que las Dianas, Galateas, Filis, Silvias, etc.; de los poetas y de las novelas pastoriles son la sublimación de damas de carne y hueco, así Aldonza Lorenzo ha sido sublimada e idealizada por su imaginación poética.  Esta es la única vez en toda la novela que don Quijote abre su secreto y que confiesa que la sin par Dulcinea es la moza labradora Aldonza Lorenzo.  Es un paréntesis de cordura, que nos revela hasta qué punto es literaria la locura de don Quijote, ya que confiesa que su Dulcinea es equivalente a las idealizaciones de los poetas.  En la carta don Quijote le reitera su amor así como el hecho de que será suyo hasta la muerte.  También escribió a su sobrina para que le entregase a Sancho tres de los cinco pollinos que dejo en casa. Con tales encargos, Sancho, montado en Rocinante, por haberlo despojado de su Rucio Ginés de Pasamonte, emprendió el viaje, luego de haber contemplado actos de verdadera locura que su señor cometió para que pudiera jurar ante Dulcinea que su enamorado había perdido el juicio por ella.  Sancho Panza, dejando a don Quijote en Sierra Morena, emprende el camino hacia el Toboso para entregar la carta a Dulcinea.  

Al llegar a la venta donde fue maneado, se encuentra con el cura y el barbero de su lugar, los cuales habían salido en busca de Don Quijote.  Al verse amenazado por éstos, Sancho les explica las aventuras de éste y como se da cuenta que ha olvidado la carta, se esfuerza en repetirla de memoria, lo que da lugar a constantes disparates.  El cura, el barbero y Sancho, se internan en Sierra Morena con la finalidad  de atraer a Don Quijote.  Encuentran a Cardenio (el enamorado de Luscinda) y a Dorotea, la inteligente muchacha que, burlada por don Fernando, se ha ocultado en las fragosidades de los montes.  Ambos explican muy prolijamente la historia de sus amores, y Dorotea se ofrece a desempeñar el papel de princesa menesterosa que pedirá ayuda a don Quijote a fin de sacarle de su penitencia y conducirlo a su aldea.  Dorotea, conocedora de los lances y del estilo de los libros de caballerías, y bajo el grotesco nombre de Princesa de Micomicona, se postra ante don Quijote y le suplica que empeñe su palabra en no entrometerse en aventura alguna hasta haber matado a un temible gigante que le había usurpado su reino.  Pusiéronse todos en camino,  al poco tiempo, vieron venir un gitano montado en un burro: Sancho reconoció en el acto a su jumento y a Ginés de Pasamente, y dio voces tales, que el malhechor desmontó y se alejó corriendo.  El escudero abrazó y besó a su rucio con tales muestras de emoción y alegría, que conmovió a sus compañeros de aventura.  Reunidos el cura, el barbero, Dorotea, Cardenio y Sancho en la venta donde trabajaba Maritornes y mientras don Quijote descansa, el primero lee a los circunstantes una novela que un viajero había dejado manuscrita en el mesón.  Los tres días de ayuno y penitencia habían dejado a don quijote tan débil que necesitaba reposo.  La novela se titulaba “Novela del curioso impertinente” y el contenido de la misma nada tiene que ver con la trama y la acción.  Las características de esta narración corresponden a las de algunas de las “Novelas ejemplares” de Cervantes.  La acción de la novela se sitúa en Florencia, a principios del siglo XVI, y su asunto procede de luna historia de amor que se relata en el canto XLIII de “Orlando Furioso” de Ludovico Ariosto.  La lectura de la novela es interrumpida, poco antes de finalizarse, por un gran alboroto que armó don Quijote quien, actuando como un sonámbulo, estaba destrozando con la espada unos grandes cueros de vino que había en la habitación donde dormía, convencido de que luchaba contra el gigante enemigo de la princesa Micomicona.  Todo el aposento estaba lleno de vino lo cual desesperó al ventero que arremetió a golpes contra don Quijote, quien salvó el pellejo gracias a la oportuna intervención de Cardenio y el cura.  Apaciguado el alboroto y acabada la lectura de la novela llegan a la venta don Fernando y Luscinda (él, el burlador de Dorotea, ella la amada de Cardenio) y el conflicto sentimental se arregla a gusto de todos; pero a pesar de ello Dorotea, Cardenio y Sancho en la venta donde trabajaba Maritornes y  mientas don quijote descansa, el primero lee a los circunstantes una novela que un viajero había dejado manuscrita en el mesón.  Los tres días de ayuno y penitencia habían dejado a don Quijote tan débil que necesitaba reposo.  La novela se titulaba “Novelas ejemplares” de Cervantes.  La acción de la novela se sitúa en Florencia, a principios del siglo XVI, y su asunto procede de una historia de amor que se relata en el canto XLIII de “Orlando Furioso” de Ludovico Ariosto.  La lectura de la novela es interrumpida, poco antes de finalizarse, por un gran alboroto que armó don Quijote quien, actuando como un sonámbulo, estaba destrozando con la espada unos grandes cueros de vino que había en la habitación donde dormía, convencido de que luchaba contra el gigante enemigo de la princesa Micomicona.  Todo el aposento estaba lleno de vino lo cual desesperó al ventero que arremetió a golpes contra don Quijote, quien salvó el pellejo gracias a la oportuna intervención de Cardenio y el cura.  Apaciguado el alboroto y acabada la lectura de la novela llegan a la venta don Fernando y Luscinda (él, el burlador de Dorotea, ella la amada de Cardenio) y el conflicto sentimental se arregla a gusto de todos>; pero a pesar de ello Dorotea se aviene a seguir representado el papel de princesa Micomicona hasta que don Quijote regrese a su aldea.  Al poco rato llegan a la venta un cautivo de Argel recién libertado, en compañía de una mujer, Zoraida.  El cautivo se llama Ruy Pérez de Viedma quien participó en la batalla de Lepanto y que estuvo cautivo en Argel.  Esa misma noche llega a la venta un magistrado que resulta ser el hermano del cautivo a quien no ve después de muchos años.  A la mañana siguiente llega a la venta el barbero a quien don Quijote había quitado la bacía  Sancho la albarda, el cual ante todos los presentes reclamó ambos objetos y trató de ladrones a caballero y escudero.  El cura, el barbero, Cardenio y don Fernando intervienen apoyando a don Quijote quien sostiene que aquello no es una bacía sino el yelmo de Mambrino.  El barbero robado queda estupefacto cuando ve que tanta gente honrada sostiene tal disparate. Luego se llega a la conclusión que la albarda del asno no es tal sino un rico jaez de caballo.  Sancho interviene y para no desmentir a su amo, dice que es un “baciyelmo”.  En plena discusión interviene un cuadrillero de la Santa Hermandad de algunos que habían llegado a la venta, y afirma que sólo un borracho puede afirmar que la albarda no es tal.  Don Quijote se enfrenta al cuadrillero y se arma un gran alboroto.  Cuando los ánimos logran calmarse, uno de los cuadrilleros se da cuenta que don Quijote es la persona contra la cual lleva orden de prisión por haber dado libertad a los galeotes.  Ello produce un nuevo alboroto, pero la cuestión queda resuelta gracias al cura, que convence a los cuadrilleros de que don Quijote está loco.  Por otra parte pagó al barbero ocho reales por la bacía y le hizo devolver la albarda.  La ficción de la princesa la Micomicona, a la que don Quijote ha prometido reconquistar el reino de la que ésta fue desposeída por el gigante Pandafinado de la Fosca Vista, no se podía prolongar porque Dorotea debía partir con don Fernando.  En vista de ello se resolvió contratar un carro de bueyes que pasaba por el lugar, en el cual se construyó una jaula de palos enrejados conde pudiese caber holgadamente don Quijote y en la cual sería trasladado a su tierra.  Entonces don Fernando y todos los allí presentes se cubrieron los rostros y disfrazáronse para que el hidalgo caballero crea que era gente diferente a la que había visto antes.  Llegados a donde él dormía le ataron pies y manos, de modo que cuando despertó, creyó que eran fantasmas.  Uno de los presentes, con voz temerosa, pronunció una profecía al estilo de las de Merlín asegurando a don Quijote que para acabar pronto la aventura que había comenzado le conveía estar preso de aquel modo; la misma voz resalta las cualidades del noble y obediente Sancho y le asegura, de parte de la sabia Mentironiana, que de todas maneras cobrará el salario que su amo le debe.

Don Quijote, creyéndose encantado, acepta resignadamente la nueva situación respondiendo a la voz profética con un grave y solemne parlamento.  Con don quijote enjaulado, Sancho montado en su asno y llevando a la rienda a Rocinante, y en compañía del cura, el barbero y los cuadrilleros, parten de la venta, después de haberse despedido de todos los que allí se habían hospedado.  Por el camino encontraron a un canónigo, con quien el cura departió sobre literatura y principalmente sobre libros de caballería, discusión en la que también intervino don Quijote defendiendo sus peculiares puntos de vista en una acertada mescolanza de buen criterio y desequilibrio mental. Encuentran luego al cabrero Eugenio, que cuenta sus amores con Leandra en un estilo artificioso y culto propio de la novela pastoril.  El Quijote ofrece sus oficios al cabrero, quién recién reparó en él y preguntó al barbero quien era ese hombre de extraña apariencia y que de seguro tenía vacíos los aposentos de la cabeza.  Esto enfadó a don Quijote que se trabó en una terrible lucha con Eugenio, quien al final llevó la peor parte.  Don Quijote a quien se le ha permitido salir de la jaula, sostiene una pendencia con unos disciplinantes, que es apaciguada por el cura; y otra vez en el carro de bueyes llega a su aldea.  Un muchacho acudió a casa de don Quijote a dar las nuevas a su ama y a  su sobrina; dijo que el hidalgo venía flaco y amarillo y tendido sobre un montón de heno en un carro de bueyes.  Ama y sobrina desnudaron a don Quijote y lo tendieron en su antiguo lecho.  El cura contó a su  sobrina todo lo acontecido y le encargó cuidase de que no se le escapase de nuevo.  La esposa de Sancho no pudo ocultar su pena al ver que su marido no había obtenido nada de provecho de su oficio de escudero.  Pasado un mes, don Quijote daba muestras de estar en su sano juicio, y al fin de asegurarse de ello, el cura y el barbero van a visitarle y conversan de lo más bien hasta que se toca el tema caballeresco, que hace disparatar al hidalgo quien así pone de manifiesto que aún no está curado.  Sancho cuenta a don Quijote que acaba de regresar al lugar el bachiller Sansón Carrasco, que viene de estudiar en Salamanca, y que le ha dicho que ha aparecido un libro titulado “El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha”, en el que, dice Sancho, lo mencionan a él, a la señora Dulcinea y a don Quijote.  Don Quijote decide salir por tercera vez de la aldea, acompañado de su escudero.  La salida tiene lugar de noche y sólo está enterado de ello la mujer de Sancho y el bachiller Sansón Carrasco, que los acompañó media legua.  Antes de reemprender sus aventuras quiere don Quijote solicitar licencia y bendición a Dulcinea, y para ello se encamina al Toboso. Sancho Panza, temeroso de que don Quijote descubre la mentira de su mensaje a Dulcinea que nunca llegó a dar, lo engaña nuevamente presentándole tres labradoras montadas en tres borricos, diciéndole que una de ellas es la sin par Dulcinea del Toboso acompañada de dos de sus doncellas. Don Quijote le manifiesta que sólo ve tres labradoras en tres borricos.  Las labradoras siguen su camino y, ante la porfía del escudero de que aquella mujer era la bella Dulcinea, don Quijote confiesa, desazonado, que no ha conseguido ver sino tres labradoras y que Dulcinea era fea y olía a ajos.  Este episodio marca un hito en la evolució9nd e la locura de don Quijote, pues, la situación es ahora contraria a la que hemos visto en su primera y segunda salida, donde don Quijote, ante la realidad vulgar y corriente, se imaginaba un mundo ideal y caballeresco. Sancho, que antes se afanaba en hacerle ver que no había tales gigantes y tales ejércitos, sino molinos de viento y rebaños, ahora lo trata de engañar con las tres aldeanas, pero él ahora no ve nada de eso.  Los papeles se han invertido.  Pero don Qui9jote sigue culpando a los encantadores, que según él, han transformado a su señora Dulcinea en una vulgar aldeana.  Insisto en el hecho entonces de que su locura ha evolucionado más no ha desaparecido.  Después de abandonar Toboso Don Quijote y Sancho topan con una compañía de cómicos que van de pueblo en pueblo, representando el auto sacramental de “Las cortes de la muerte”.  Don Quijote platica con ellos, pero Rocinante espantado casualmente por uno de los cómicos, echa a correr y derriba a su dueño. Sancho interviene oportunamente evitando un litigo entre su amo y los cómicos, pues, el primero había tomado lo de Rocinante como una provocación.  A la noche siguiente caballero y escudero encuentran en un despoblado un caballero andante  que está enamorado de una dama llamada Casildea de Vandalia.  El Caballero de los Espejos, que así se llama el insólito caballero, va acompañado de su escudero quien posee una desmesurada nariz.  Como era de esperar ambos caballeros  discuten sobre cuál de sus damas es la más bella.  Como no llegan a ningún acuerdo, se baten en duelo resultando vencedor don Quijote quien al quitar el yelmo a su rival descubre que el enigmático caballero no es otro que el bachiller Sansón Carrasco y que su escudero es Torné ´Cecial, compadre y vecino de Sancho.  ¿Qué había sucedido?  Sansón Carrasco, de acuerdo con el cura y el barbero, se había disfrazado con la intención de encontrar a don Quijote, obligarle a combatir, vencerle y exigirle que volviera a la aldea y no saliera de ella en dos años, tiempo que habían calculado sería el suficiente para que se curara.  Como el plan falló, don Quijote quedó convencido que los  caballeros andantes existían en realidad y que los encantadores nuevamente querían quitarle la gloria de su triunfo convirtiendo al Caballero de los Espejos en el bachiller y a su escudero entorné Cecial. .. “Todo es artificio y traza respondió don Quijote- de los malignos magos que me persiguen; los cuales, anteviniendo que yo había de quedar vencedor en la contienda, se previnieron de que el caballero vencido mostrase el rostro de mi amigo el bachiller, porque la amistad que le tengo se pusiese entre los filos de mi espada y el rigor de mi brazo, y templase la justa ira de mi corazón, y de esta manera quedase con vida el que con embelecos y falsías procuraba quitarme la mía. (…) ya sabes, ¡Oh Sancho! (…) cuán fácil sea a los encantadores mudar unos rostros en otros, haciendo de lo hermoso feo y de lo feo hermoso, pues, no ha dos días que viste por tus mismo ojos la hermosura y gallardía de la sin par Dulcinea en toda su entereza y natural conformidad, y yo la vi en la fealdad y bajeza de una zafia labradora, con cataratas en los ojos y con mal olor en la boca;  y más, que el perverso encantador que se atrevió a hacer una transformación tan mala no es mucho que haya hecho la de Sansón Carrasco y la de tu compadre, por quitarme la gloria del vencimiento de las manos.  Pero, con todo esto, me consuelo; porque, en fin, cualquiera figura que haya sido, he quedado vencedor de mi enemigo” (Edic. Cit; Ibídem, págs... 1039 – 1040) Dejando atrás a los impostores, caballero y escudero prosiguen su camino comentando en todo momento la transformación sufrida por el Caballero de los Espejos y su escudero.  En el camino son alcanzados por un hombre montado en una yegua, vestido con un gabán de paño verde, con quien deciden hacer la ruta y con quien departen reposadamente.  Se trata de don Diego de Miranda, hombre instruido a quien llaman el Caballero de Verde Gabán.  En el camino se encuentran con un hombre que conduce un carro donde lleva enjaulados dos bravos leones, que son llevados a la corte para ser ofrecidos al rey.  Don Quijote, recordando que caballeros como Palmerín de Oliva, Palmerín de Inglaterra, Primaleón, Policisne y Florambel de Licea habíanse batido con tales fieras, decide hacer lo mismo.  Para suerte del osado caballero, el león rehuyó la lucha.  Y con fundado motivo, en adelante, trocó su nombre por el de “El caballero de los leones”.  Este hecho lleno de admiración a don Diego de Miranda quien invitó a don Quijote  y a Sancho a su casa, en una aldea próxima, donde don Quijote platica con el hijo de Miranda sobre poesía.  Tras cuatro días de regalado ocio  se dirige por un prado vecino donde asisten a las bodas de Camacho.  Este, gracias a su fortuna, ha logrado la mano de Quiteria, de quien está enamorado Basilio.  El día de la boda se presenta Basilio y después de un apasionado discurso donde recuerda a Quiteria, sus promesas de amor, se clava una espada y queda bañado en sangre.  Como última voluntad, pide a Quiteria le dé la mano de esposa, y asegura que si no se hace así, no se confesará. El propio Camacho accede a la petición del moribundo.  Consumado el matrimonio, Basilio se levanta, ante la incertidumbre de todos.   El joven despreciado se había acomodado en el cuerpo un canuto lleno de sangre para simular su dolor.  La rápida intervención de don Quijote evita las represalias del burlado Camacho.  Don Quijote amenazó con matar a todo aquel que se atreviera a separar lo que Dios había juntado.  La contienda se pacificó, y Basilio, agradecido, acogió en su casa a don Quijote ya Sancho.  Acompañado de un hombre pintoresco al que llamaban Primo, don Quijote desea visitar la cueva de Montesinos, próxima a una de las lagunas de Ruidera, donde nace el Guadiano.  Primo es una especie de  don Quijote de la erudición, ya que este chiflado personaje está escribiendo unos libros en los que, entre otras cosas, piensa poner en claro “quién fue el primero en tener catarro en el mundo”.  Primo toma en serio todo lo que don Quijote dice y de su juicio no duda jamás.  Son tal para cual, y s e avienen perfectamente. Proveídos de casi sin brazas de soga, caballero y escudero llegan a la cueva de Montesinos. Guiados por Primo, donde el aventurero paladín se introduce en ella mediante la soga.  Media hora después Primo y Sancho tiraron de la cuerda y sacaron a don Quijote completamente dormido.  Cuando se despertó contó que se había encontrado en un maravilloso palacio en el que fue recibido por un caballero muerto en Roncesvalles, cuyo cuerpo estaba allí sobre un sepulcro de mármol.  Montesinos le contó a don Quijote que en la cueva se encontraban Belerma, la dama de Durandarte, la reina de Ginebra.  Lanzarote y otros más, todos ellos encantados por el mago Merlín y en espera de ser desencantados por don Quijote de la Mancha.  Así contó don Quijote prometiendo a Sancho que más adelante le contaría otras cosas de las que había visto.  De retorno de las lagunas de Ruidera, llegan a una venta.  Sancho no puede ocultar la satisfacción que le produce el hecho de que don Quijote juzga por verdadera la venta y no por castillo, como solía.  Al poco rato llega a la venta un tal Maese Pedro, quien es recibido con gran alegría por el ventero, ya que lleva un mono adivino y un teatrillo portátil de títeres.  El mono hace muchas gracias por lo que más llama la atención es que determina la identidad del Quijote y Sancho, así como responde preguntas a través de su amo.  Posteriormente se monta el teatrillo donde Maese Pedro, ayudado por un muchacho, ofrece la historia de Gaifero y Melisendra según los romances que circulaban sobre estos personajes del siglo carolingio.  Todo va bien, pero cuando la pareja de Gaifero y Melisendra huye de Sansueña perseguida por los moros, don Quijote desenvaina la espada y arremete a cuchilladas con los títeres, estropeando gran parte de ellos derribando todo el teatrillo.  Tranquilizado don quijote atribuye la culpa a los encantadores quienes le hicieron creer que las figurillas eran seres de verdad.  Don Quijote pide disculpas y paga los daños causados a don Maese Pedro, que no era otro que Ginés de Pasamonte el que robó el rucio a Sancho, lo que explica que reconociera la identidad de don Quijote y Sancho.  Temeroso de la justicia Ginés se había cubierto parte del rostro con un tafetán para no ser reconocido y con el mono adivino y el teatrillo iba ganándose el sustento.  Días después caballero y escudero llegaron al río Ebro., donde vieron un pequeño barco sin remos que estaba atado a la orilla de un tronco.  Viendo que no había nadie cerca, caballero y escudero, después de amarrar sus bestías a ujn árbol, se subieron al barco y siguieron el curso del río, dando rienda suelta don Quijote a su fantasía.  Cuando unos molineros, dueño de la barca, ven que el barco va derecho a estrellarse contra las ruedas de un molino, acuden presurosos, blancos de harina con varas apropiadas para detener la embarcación.  Don Quijote se sobresalta alv e aquellos hombres y los increpa como si fueran seres malvados que tienen a una persona cautiva y los insulta y amenaza con la espada… “-Canalla malvada y peor aconsejada, dejad en su libertad y libre albedrío a la persona que en esa vuestra fortaleza o prisión tenéis oprimida, alta o baja, de cualquiera suerte o calidad que sea; que yo soy don Quijote de la Mancha, llamado el Caballero de los leones por otro nombre, a quien está reservado por orden de los altos cielos el dar fin felice a esta aventura”  (Edic. cit; Ibidem, pág. 1150).  Los molineros consiguen detener el barco, no sin que caballero y escudero se zambulleran en el río.  Luego de salir del río ambos trashumantes siguen su camino hasta que son acogidos por unos duques que tienen su residencia en tierras aragonesas.  Los duques, que han leído la primera parte del “Quijote”, deciden aprovechar el paso de señor y criado para divertirse a costa de ellos.  El duque ordena a toda su servidumbre que siga el humor de don Quijote y que se comporten al estilo de las cortes de los libros de caballería.  Sólo dos personas del palacio se excluyen de la consigna dada por el duque:  un cura que no está de acuerdo con que se mofen así de don Quijote y su escudero, y una dama llamada doña Rodríguez, que en su integral estulticia, cree que don Quijote es realmente un caballero andante.  En una cacería que el duque organiza en honor de don Quijote, uno de los criados se disfraza de diablo y anuncia la llegada triunfal de Dulcinea del Toboso.  En efecto, por la noche se aparece un hombre disfrazado quien dice ser el mago Merlín, profetizando que Dulcinea está encantada en forma de rústica aldeana y que sólo recobrará su estado de gran dama cuando Sancho se haya dado tres mil trescientos azotes en las posaderas.  No olvidemos que todo esto no es más que una farsa del duque quien ha leído la primera parte del “Quijote”.  Merlín puntualiza que el desencanto sólo tendrá efecto si el escudero recibe los azotes por su propia voluntad y no por fuerza.  Así veremos hasta el fin de la novela a don   Quijote suplicando a su escudero para que se azote.  A esta farsa continúa otra y don Quijote y Sancho siguen, sin saberlo, haciendo el papel de bufones del malvado duque.  A la profecía de Merlín sigue la aventura de la condesa Trifaldi.  Esta condesa, que no es más que una criada del duque disfrazada, pide a don Quijote que vaya a la lejana isla de Candaya  desencantar a la infanta Antonomasia y a don Clavijo, convertidos por el gigante Malambruno, ella en una simia de bronce, y él en un cocodrilo. Sólo a don Quijote le está reservada la hazaña de hacerles recobrar su primitiva forma.  La farsa continua cuando se le indica a don Quijote y a Sancho que para ir a Candaya es preciso montar en un caballo de madera, llamado Clavileño, que lleva por los aires a las regiones más apartadas.  Cubiertos los ojos por un pañuelo, amo y criado inician su “mágico viaje”  ante la mofa del duque y sus criados.  El afán burlón del duque no tiene límites cuando realiza la farsa de dar a Sancho la gobernaduría de una ínsula.  Sancho, que no sabe que “ínsula” es una palabra ya entonces arcaica y que significa sencillamente “isla”, se convence fácilmente de que la aldea aragonesa tan tierra adentro, que se le otorga es la ínsula de “Barataria”.  

Don Quijote da a su criado unos sabios consejos para gobernar con cautela.  El duque ha ordenado a todos los habitantes de la aldea donde él tiene autoridad que acepten a Sancho Panza como gobernador.  Cuando Sancho llega es tratado con gran pompa y alegría, y todos se mofan de él, sin que el pobre Sancho se percate que no es más que un bufón de los habitantes de la “ínsula”.  Le abren el apetito presentándole deliciosos manjares que un médico, Pedro Recio de Agüero, le prohíbe ingerir por razones de salud.  Se  le comunica que enemigos de su gobierno han de asaltar la ínsula para matar al gobernador.  Se realiza una revolución ficticia en la que Sancho se convence de que él no sirve para gobernador Sancho coge entonces su rucio y regresa al palacio del duque en busca de don Quijote.  Este mientras tanto ha sido objeto de varias burlas.  Altisidora, una de las doncellas de la duquesa, ha fingido enamorarse de don Quijote, quien a pesar de todas insinuaciones se mantiene fiel a Dulcinea.  Cuando Sancho regresa, don Quijote y él reemprenden su viaje llegando a una venta donde escuchan a dos hombres comentando un libro titulado “La segunda parte de Don Quijote de la Mancha”.  Se trata del “Quijote” apócrifo, de Avellaneda, cuya falsedad indigna al hidalgo manchego que, a fin de poner de manifiesto que se trata de un libro falso, decide ira a Barcelona en vez de encaminarse a Zaragoza, como era su propósito, ya que en la segunda parte apócrifa el caballero toma parte en unas justas que se celebran en la capital aragonesa.  Camino a Barcelona topan con unos bandoleros que simpatizan con don Quijote, otorgándole Roque Guinart, que así se llamaba el jefe de los bandoleros, un salvoconducto para que sus cuadrillas no les entorpezcan el camino.  Llegados a Barcelona, el hidalgo manchego y su escudero se sumergen en la movida y multiforme vida de una gran ciudad.  Un caballero barcelonés, don Antonio Moreno, amigo de Roque Guinart, lo acoge con gran afecto.  En esa ciudad interviene don Quijote en una guerra verdadera entre españoles y turcos.  Ahora es una guerra real y don Quijote, tan valiente siempre, siente miedo.  Nadie le hace caso, porque como se trata de una aventura “de veras” las locuras de don Quijote no divierten.  El desencanto y la melancolía del Quijote no está en el contraste entre el idealismo del héroe y la prosaica y vulgar realidad.  Vemos con auténtica lástima que todo el ardor caballeresco de don Quijote se desmorona y se aniquila cuando el hidalgo manchego es situado frente a lo que exige valentía y heroísmo.  Y nos confirmamos de que su locura es puramente intelectual o libresca, y que el”Quijote”, no es una sátira del heroísmo ni de la caballería, sino de la literatura caballeresca.  Dos días después del combate naval llega a Barcelona un caballero en cuyo escudo está pintada una resplandeciente luna, el cual encuentra a don Quijote en la playa y lo reta a singular combate sino quiere confesar que su dama “Sea quien fuere”; es mucho más hermosa que Dulcinea del Toboso.  Allí en la playa, en presencia del Virrey de Cataluña, don Antonio Moreno y un grupo de curiosos, se lleva a cabo el combate donde don Quijote y Rocinante ruedan por la arena, y el caballero de la Blanca Luna pone la lanza sobre la visera del vencido y le anuncia que va a morir sino confiesa las condiciones del desafío.  Don Quijote, molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara dentro de una tumba, con voz debilitada y enferma dijo estas desgarradoras palabras…  “Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo, y yo, el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad.  Aprieta, caballero, la lanza y quítame la vida, pues me has quitado la honra”.  El caballero de la Blanca Luna replica que acepta el hecho de que Dulcinea sea la más bella, pero que exige que don Quijote se reitere a su aldea un año.  Luego revela el caballero de la Blanca Luna a don Antonio Moreno su identidad:  es el bachiller Sansón Carrasco, que deseoso de curar a don Quijote de su locura ha recurrido a esta estratagema.  Después de su derrota don Quijote pasó seis días postrado en la cama.  El regreso de don Quijote es triste:  don Quijote desarmado y sobre Rocinante, Sancho a pie y el rucio de éste cargado con las armas de manchego.  Durante el regreso los azotes que debe darse Sancho para desencantar a Dulcinea constituyen un motivo de discusión entre amo y criado, el cual recurre al embuste de azotar los árboles para que aquél crea que se está vapuleando.  Llegan por fin don Quijote y Sancho a su lugar, conde son recibidos con gran alegría por el cura, el barbero y el bachiller Sansón Carrasco, que, desde luego, don Quijote no llegó a identificar como el Caballero de la Blanca una, pues, ya cuidó bien de no descubrir el rostro.  Vanamente esperó don Quijote el desencantamiento de dulcinea.  Enfermo como estaba, tuvo fiebre durante seis días.  Un día despertó y dijo:…  “Yo tengo juicio ya, libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia, que sobre él me pusieron mi amarga y continúa leyenda de los detestables libros de las caballerías (…).  Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de Bueno.  Yo soy enemigo de Amadis de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje; ya me son odiosas todas las historias profanas de la andante caballería, ya conozco mi necedad, y el peligro en que me pusieron haberlas leído; ya por misericordia de Dios, escarmentado en cabeza propia, las abomino” (Edic. Cit; Ibídem, págs. 1459 - 1460).  Ante la sorpresa de todos don Quijote ha recuperado la razón.  Sabiendo que la muerte lo acecha, don Quijote se confiesa y en presencia de un escribano hace su testamento en el cual deja a su sobrina, Antonia Quijano, su hacienda.  Deja también algún dinero al ama y a Sancho.  Sancho llora desconsolado mientras Alonso Quijano, llamado el Bueno, agoniza en su lecho… “No se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie lo mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía.  Mire, no sea perezoso, sino levántese desa cama y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado; quizá no haya más que ver.  Si es que se muere de pesar de verse vencido, écheme a mí la culpa diciendo que por haber yo cinchado mal a Rocinante le derribaron; cuanto más que vuestra mercede habrá visto en sus libros de caballerías ser cosa ordinaria derribarse unos caballeros a otros, y el que es vencido hoy, ser vencedor mañana” (Edic. cit, Ibídem, pág. 1461).  Muere don Quijote y el cura pide al escribano diese testimonio de la muerte de tan ilustre como valeroso hombre.  El epitafio hecho por Sansón Carrasco encierra en su esencia la vida aventurera de este valeroso caballero de la Triste Figura:… “Yace aquí el hidalgo fuerte / que a tan extremo llegó / de valiente, que se advierte / que la muerte no triunfó / de su vida con su muerte / …  Tuvo a todo el mundo en poco, / fue el espantajo y el coco / del mundo en tal coyuntura, / que acreditó su ventura, / morir cuerdo y vivir loco”  Así se apagó la vida de aquel anciano que en cada aventura consagró los pocos años de vida que aún se le aferraban al alma.  Para unos fue un bufón, para otros, como Sancho, fue un hombre tenaz y consecuente en sus ideas, y para nosotros los lectores, un personaje novelesco que en cada página cobra un hálito de vida que lo hace cada vez más real hasta que llegamos a aceparlo como tal, con sus ilusiones y alegrías, con sus tristezas y sus amarguras para así, fieles a él llegar juntos hasta el derrotero final, a aquel camino oscuro e irreversible en el cual ya no podeos continuar con él y donde sólo nos queda el consuelo de postrarnos junto a Sancho y llorarlo eternamente al pie del lecho en que nos lo arrancó la muerte.  Un año antes de publicarse la segunda parte del “Quijote” escrita por Miguel de Cervantes apareció un libro con pie de imprenta de Felipe Roberto, de Tarragona 1614, con el siguiente título:  “Segundo tomo del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, que contiene su tercera salida y es la quinta parte de sus aventuras, compuesto por el licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la villa de Tordesillas”, Este libro es la continuación apócrifa de la primera parte del “Quijote” cervantino.  De ahí que Cervantes se apresurara a publicar la segunda parte en 1615.  La obra de Avellaneda está escrita con indudable gracia y encierra méritos no despreciables, pero comparada con la segunda parte de Cervantes, resulta inferior.  El hecho que un escritor continúe una obra empezada por otro no es un fenómeno raro en la literatura española, donde hallamos la “Diana” de Jorge de Montemayor continuada desacertadamente por Alonso Pérez y con gran acierto por Gil Polo en su “Diana enamorada”.  Por otro lado “La Celestina” es objeto de una segunda y tercera parte y “El Lazarillo de Tormes” de dos continuaciones, una anónima y otra de Juan de Luna.  En la literatura caballeresca el fenómeno era muy corriente, y el mismo Montalvo, con “Las sergas de Esplandián”, no hacía más que continuar el “Amadis de Gaula”, que él mismo había refundido.  No obstante, en el caso de Avellaneda la continuación encierra cierto fraude, ya que evidentemente el continuador se esconde bajo seudónimo (como hizo el valenciano Juan Martí cuando, con el seudónimo de Matero Luján de Sayavedra, publicó una segunda parte apócrifa del “Guzmán de Alfarache”) y hace preceder su obra de un prólogo lleno de insultos a Cervantes.  Otro aspecto importante es la serie de defectos que ofrece el”Quijote”, fruto muchos de ellos, de la precipitación y descuido con que parece estar redactado; pero este hecho se da también en otras obras geniales de la literatura universal.  Da la impresión de que Cervantes escribía sin releer su labor.  Así se explica el hecho de que los epígrafes de algunos capítulos corten frases que deberían estar juntas, y que quedan confusas gramaticalmente (dañan la ilación, por ejemplo, los epígrafes de los capítulos IV y VI de la primera parte, el LXXIII de la segunda), y que en el transcurso de la novela la mujer de Sancho reciba los nombres de Teresa Panza, Teresa Cascajo, Juana Gutiérrez, Mari Gutiérrez y Juana Pana.  El principal descuido de Cervantes es el relativo al robo del rucio de Sancho y su recuperación.  En la primera edición de la primera parte, no se menciona el robo, y Sancho unas veces aparece acompañado de su jumento y otras a pie lamentando su pérdida.  El hallazgo, que debe acaecer en el capítulo XXX, tampoco se menciona en la primera edición.  En la segunda edición, en cambio, se intercala el episodio del robo del rucio, efectuado por Ginés de Pasamonte, en un estilo inconfunodiblemente cervantino, pero en el capítulo XXIII, o que no es una solución satisfactoria porque poco después, con gran sorpresa del lector, Sancho aparece montado en su asno.  Ahora bien, lo realmente curioso es que en el capítulo de la segunda parte comentando el propio “Quijote”, o sea el primer tomo de la obra, dice el bachiller Sansón Carrasco” algunos han puesto falta y dolo en la memoria del autor, pues se le olvida de contar quien fue el ladrón que le hurtó el rucio a Sancho, que allí no se declara y sólo se infiere de lo escrito que se le hurtaron, y de allí a poco le vemos a caballo sobre el mesmo jumento, sin haber parecido”.  Téngase en cuenta que estas palabras se imprimieron en 1615, cuando ya hacía diez años que se publicaban ediciones de la primera parte del “Quijote”, con los episodios añadidos del robo y del hallazgo.  No interesa aquí el problema “crítico” o editorial de este aspecto, sino el hecho curioso de que un error del “Quijote” sea debatido en el “Quijote” mismo, hasta el punto que constituye una característica de la novela.  Lo9pe de Vega, quien no perdía una ocasión para zaherir a Cervantes, dice en boca de su personaje Inés, de la comedia “Amar sin saber a quién”:… “Don Quijote de la Mancha / (perdone Dios a Cervantes) / fue de los extravagantes / que la crónica ensancha”.  Y poco después el gracioso Limón pierde una mula, y comenta:… “Decidnos della, que hay hombre / que hasta de una mula parda / saber el suceso aguarda / la color, el talle y nombre / o si no, dirán que fue / olvido del escritor…”  La alusión al rucio de Sancho Panza no puede ser más evidente.  Por otro lado, hay en la trama del ”Quijote” un grueso error cronológico, ya que en el capítulo XXXVI de la segunda parte se inserta una carta de Sancho a su mujer que va fechada el 20 de Junio de 1614 ( sin duda el mismo día en que Cervantes la estaba escribiendo), siendo así que la acción de esta segunda parte se da como iniciada un mes después de acabada la de la primera, que se publica en 1605, tal como  se indica en el capítulo I de la segunda parte.  Todo lo antes mencionado no opaca en nada la grandeza de este monumento de la literatura, no sólo española, sino universal.  Dostoievski decía en su “Diario de un escritor”:  “Es un gran libro, del número de los eternos, de aquellos con que de tarde en tarde se ve gratificada la humanidad…  Ninguna ficción más fuerte y sublime que ésta.  Representa hasta ahora la suprema y más alta expresión del pensamiento humano, la más amarga ironía que puede formular el hombre, y si se acabase el mundo y alguien interrogase a los mortales sobre lo que habían sacado en limpio de su propia vida y la conclusión definitiva que habían deducido de ella, podrían los hombres mostrar el “Quijote” y decir: “Esta es mi conclusión respecto a la vida… ¿Podríais condenarme por ella?”



BODAS DE SANGRE


Obra dramática del poeta más difundido de la Generación l27, Federico García Lorca, nacido en Fuente Vaqueros el 5 de Junio de 1899.  La obra fue estrenada por Josefina Días de Artiga en 1933, y consta de tres actos y siete cuadros.  El título resume el modo trágico y violento en que concluye la boda de dos jóvenes novios, sin embargo, la palabra sangre asume en la obra otras connotaciones que otorgan a ese título implicancias secundarias (buena casta, pasión, venganza).  Es innegable que esta obra de teatro integra con otras dos una trilogía cuyo tema común es la problemática de la vida campesina de Andalucía:  “Bodas de sangre” es la tragedia nupcial, “Yerma”, es la de la casada estéril, y “La casa de Bernarda Alba”, la de la virginidad en las mujeres que ven poco a poco marchitar su juventud.  Los personajes de esta obra carecen de nombre, a excepción de Leonardo, como si sugiriesen una aventura eterna de la que sólo cambian los elementos accesorios.  Los personajes son los siguientes:  La Madre, mujer fuerte y honrada, decidida y dominante; el Novio, buen labrador, hombre confiado e ingenuo, la Novia, mujer que va a cumplir 22 años, es muy hermosa y trabajadora; el Padre de la Novia, hombre ambicioso; Leonardo, excelente jinete, joven impulsivo, obsesionado y fuerte; la Mujer de Leonardo, joven dócil; la Suegra de Leonardo, muejr escéptica e intrigante, y otros personajes secundarios.  En casa del Novio, este se prepara para partir a la vida y solicita a su madre le dé una navaja.  La Madre se niega, aduciendo que las navajas, las escopetas, las pistolas, los cuchillos y hasta las azadas más pequeñas son armas malditas. Le recrimina el que quiera portar una navaja, como  si no fuera suficiente el hecho, de que su padre y su hermano hayan sucumbido ante una de esas malignas armas.  El Novio trata de calmar a la Madre, pero esta insiste en que si viviera cien años no hablaría de otra cosa.  La Madre dice que le hubiera gustado que él hubiera nacido mujer, para que, en vez de ir al campo, se quedara con ella bordando cenefas y perritos de lana.  Al oír esto, el Novio se enternece y abraza a su madre.  La Madre se lamenta por qué se quedará sola, pues, el Novio, su hijo, se casará dentro de poco.  Tres años hace que el Novio tiene relaciones con la Novia, que en otro tiempo mantuvo relaciones con Leonardo, pero éste, rechazado por el padre de ésta, debido a la dudosa moralidad de su familia, terminó casándose con otra mujer, que era prima de la novia, con la cual tuvo un hijo.  El Novio pide a su madre par que el domingo entrante, lo acompañe a casa de la novia a pedir la mano.  El Novio parte por fin hacia el campo mientras la Madre, entre bendiciones, le augura muchos hijos.  Una vecina llega a la casa de la Madre, y conociendo ésta que la recién llegada es de ´”aquellas que todo lo saben y nada se les escapa”, la interroga sobre si conoce a la Novia de su hijo.  La vecina le dice que no hay quien la conozca a fondo, peor que está enterada que vive sola con su padre, que es buena y que está acostumbrada a la soledad.  

Agrega la indiscreta mujer que conoció a la madre de la Novia; que era mujer hermosa a quien le relucía la cara como un santo, pero que a ella no le gustó nunca, pues, no quería al marido.  La Madre se entera también por labios de la vecina, que la Novia, cuando tenía quince años, sostuvo un romance con Leonardo, el de los Félix.  Aquel apellido llena de amargura a la Madre, quien no puede olvidar la enemistad que sostuvieron años antes los Félix y su familia.  Su marido y su hijo mayor habían sucumbido bajo las navajas de de aquella familia.  Mientras tanto, en casa de Leonardo, su suegra mece a su hijo tratando de que el niño se duerma.  Su mujer, mientras tanto, cose medias y acompaña a su madre en los cánticos que ésta entona con voz melodiosa:… “Nana, niño, nana / del caballo grande / que no quiso el agua, / El agua era negra / dentro de las ramas.  / Cuando llega al puente / se detiene y canta. / ¿Quién dirá mi niño, / lo que tiene el agua, / con su larga cola / por su verde sala?”… “Duérmete, rosal, / que el caballo se pone a llorar.  / Las patas heridas, / las crines heladas / dentro de los ojos / un puñal de plata.  /  Bajaban al río. / ¡Ah, cómo bajaban! /  La sangre corría, / más fuerte que el agua” (Obras complementas de Federico García Lorca”; Editorial Losada, quinta edición, 1946.  Tomo I, Págs. 36 – 37).  La llegada de Leonardo interrumpe los cánticos andaluces.  El avezado jinete se lamenta porque lleva más de dos meses poniendo herraduras nuevas a su caballo y éste siempre las pierde.  Su mujer le dice que quizá sea porque cabalga demasiado, aprovechando el tema, la mujer manifiesta su extrañeza de que las vecinas comenten que lo  han visto en el límite de los llanos en el secano.  Leonardo niega rotundamente aquellos comentarios, pues, bien sabe que es en aquel lugar donde habita la Novia, con quien él tuvo un romance tiempo atrás, y cuyo recuerdo lo tortura día y noche.  La mujer cuenta a Leonardo que al día siguiente su prima será pedida, y que la boda se realizará al poco tiempo.  Leonardo simula indiferencia.  Una muchacha, vecina del lugar, llega y cuenta que el Novio y su madre han estado comprando muchos regalos para la Novia.  Leonardo no puede ocultar su enfado y la larga; su mujer y su suegra quedan pensativas ante su actitud.  Llegado el día de la petición, la Madre y el Novio llegan a casa de la Novia.  Han tenido que viajar cuatro horas entre los secanos (tierra seca que recibe agua sólo a través de las lluvias) sin ver ni una casa ni un árbol.  Una criada muy amable los recibe.  Ambos visten elegantemente.  La casa luce puertas redondas con cortinas de encaje y lazos rosa.  Por las paredes de material blanco y duro, abanicos redondos, jarros azules y pequeños.  El padre de la Novia, un anciano de cabello blanco, les da la bienvenida.  A través de su conversación el Padre deja entrever que es un hombre materialista, que todo lo define en función a riquezas.  Se acuerda la boda con la reafirmación de los novios, cuando el Novio y su madre se retiran, la Novia y la criada quedan solas.  Esta última le dice que son varias las veces que ha visto a Leonardo aparecer cerca a la casa.  La muchacha se resiste a creer, pero el ruido de un caballo que se acerca la logra convencer.  Llegado el día de la boda, la Novia se prepara con cierto desgano.  La criada la ayuda a arreglarse mientras trata de alentarla canturreándole canciones esponsalicias… “Despierte la novia / la mañana de la boda. / ¡Que los ríos del mundo lleven tu corona!” (Edic. cit; Ibídem, pág. 65)  Cuando nota que la Novia sonríe, la criada prosigue muy animada: … “Que despierte, / con el ramo verde / de laurel florido. / ¡Que despierte / por el tronco y la rama / de los laureles!” (Ibídem; Supra).  Leonardo llega improvisadamente y la criada lo interroga sobre el por qué no ha llegado en compañía de su mujer.  Leonardo se ha adelantado porque quiere ver a la Novia antes de que ésta se case.  Cuando la Novia sale a su encuentro, Leonardo le recrimina que por culpa de ella se casó con su prima.  Ambos, en el fondo, saben que se siguen amando, y que el matrimonio que se avecina aumentará la infelicidad que los oprime.  

Las palabras de Leonardo son de lo más evidentes:… “Dallar y quemarse es el castigo más grande que no s podemos echar encima, ¿De qué me sirvió a mí el orgullo y el no mirarte y el dejarte noches y noches?  ¡De nada!  Sirvió para echarme fuego encima!  Porque tú crees que el tiempo cura y que las paredes tapan, y no es verdad, no es verdad.  ¡Cuando las coas llegan a los centros, no hay quien las arranque!”  (Edic. Cit; Ibídem, pág. 70).  La criada pide a Leonardo que se vaya y deje en paz a la Novia.  Los convidados comienzan a llegar demostrando gran algarabía.  Se entonan cánticos matrimoniales por doquier, mientras la Novia vive un drama en su interior:… “Que despierte / con el largo pelo, / camisa de nieve, / botas de charol y plata / y jazmines en la frente”… “Despierte la novia / que los campos viene, / rondando la boda, / con bandejas de dalias / y panes de gloria”… “La novia, se ha puesto su blanca corona, / y el novio / se la prende con lazos de oro”…  “Un árbol quiero bordarle / lleno de cintas granates / y de cada cinta un amor / con vivas alrededor” (Edic. cit, Ibídem, pág. 72-73-74).  Parten todos con rumbo a la iglesia; la Novia lleva un traje negro, con cadenas y larga cola rodeada de gasas plisadas y encajes duros.  Leonardo quiere ir por su cuenta, en su caballo, pero su mujer no se lo permite, y hace que vaya con ella en el coche:… “No sé lo que pasa.  Pero pienso y no quiero pensar.  Una cosa sé.  Yo ya estoy despechada.  Pero tengo un hijo.  Y otro que viene.  Vamos andando:  El mismo sino tuvo mi madre.  Pero de aquí no me muevo” (Edic. cit, Ibídem, pág. 81) De regreso, los invitados comienzan nuevamente a cantar estrofas alusivas a las bodas y se inicia la fiesta.  La Novia no puede olvidar la recriminación de Leonardo le hiciera por el paso que iba a dar, así como el haberle recordado que la pasión que los uniera no había concluido aún a pesar de haberse él casado.  Por otro lado, surge en la Madre el recuerdo del marido y del otro hijo muerto violentamente a manos de los Félix, en un antagonismo familiar que perdura aún de generación en generación.  El Padre comenta con la Madre del Novio, el extraño comportamiento de Leonardo, de quien dice que sólo busca la desgracia.  La Madre replica:… “¿Qué sangre va a tener?  La de toda su familia.  Mana de su bisabuelo, que empezó matando, y sigue en toda la mala ralea, manejadores de cuchillos y gente de falsa sonrisa… Me duele hasta la punta de las venas.  En la frene de todos ellos o no veo más que la mano con que mataron a lo que era mío.  ¿Tú me ves a mí?  ¿No te parezco loca?.   Pues es loca de no haber gritado todo lo que mi pecho necesita.  Tengo en mi pecho un grito siempre puesto de pie a quien tengo que castigas y meter entre los mantos.  Pero se llevan a los muertos y hay que callar.  Luego la gente critica” (Edic. Cit; Ibídem, pág. 85).  La Novia se muestra esquiva ante los mimos de su marido, quien la deja, a solicitud de ésta, que se vaya a descansar a su habitación.  Todo parece desarrollarse normalmente hasta que la mujer de Leonardo anuncia con desesperación que la Novia y Leonardo han huído a caballo.  La Madre incita a su hijo que vaya detrás de los adúlteros.  La orden de la Madre no contempla ninguna forma de piedad; muerte para aquellos que profanan el matrimonio.  En un bosque, ya de noche, unos leñadores comentan los sucesos, mientras se oyen dos violines.  Aparece la Muerte que pide a la Luna ilumine los senderos para que el Novio encuentre a los amantes y la sangre corra; la Luna accede:… ”No quiero sombras.  Mis rayos / han de entrar en todas partes, / y haya en los troncos oscuros / un rumos de clarines, / para que esta noche tengan / mis mejillas dulces sangre, / y los juncos agrupados / en los anchos pies del aire” (Edic. cit; Ibídem, pág. 109)  El Novio no puede ocultar su indignación ante lo sucedido, y así lo manifiesta a uno de sus acompañantes:… “Estoy seguro de encontrármelos aquí.  ¿Ves este brazo?.  Pues no es mi brazo.  Es el brazo de mi hermano y el de mi padre y el de toda mi familia que está muerta.  Y tiene tanto poderío, que puede arrancar este árbol de raíz si quiere.  Y vamos pronto que siento los dientes de todos los míos clavados aquí de una manera que se me hace imposible respirar tranquilo” (Edic. Cit; Ibídem, pág. 112 - 113) La Novia y Leonardo perdidos en la oscuridad del bosque, no ocultan la pasión que los envuelve y están dispuestos a sucumbir por esta pasión desenfrenada.  El Novio los alcanza y, en un duelo con el raptor, le quita la vida a la vez que pierde la suya.  A partir de esa noche, la Madre sabe que podrá dormir sin que por primera vez la aterren la escopeta o el cuchillo.  Ahora serán otras madres quienes se asomen a las ventanas, azotadas por la lluvia, para ver el rostro de sus hijos.  Ella ya no, porque su último hijo ha muerto a manos de otro Félix.  La aparición de la Novia provoca la ira de la Madre quien la llama “víbora” y la golpea haciéndola caer.  Una vecina interviene y logra calmar los ánimos.  La Novia trata de alcanzar el perdón de la Madre por su actitud frene a su hijo, alegando que aún, a pesar de lo sucedido, sigue siendo pura y limpia: “me pueden enterrar sin que ningún hombre se haya mirado en la blancura de mis pechos”.  La Madre la rechaza acerbamente:… “¡Floja, delicada, mujer de mal dormir es quien tira corona de azahar para buscar un pedazo de cama calentado por otra mujer!”  Pero ¿qué importe a mí tu honradez? ¿Qué me importa tu muerte? ¿Qué me importa a mí nada de nada? Benditos sean los trigos, porque mis hijos están debajo de ello, bendita sea la lluvia, porque moja la cara de los muertos.  Bendito sea Dios, que nos tiende juntos para descansar” (Edic. cit; Ibídem, pág. 133).

Completamente sola la Madre llorará a sus muertos.  García Lorca utiliza reiteradamente en esta obra los metros cortos con predominio del tetrasílabo, el hexasílabo y el octosílabo.  La muerte, disfrazada de mendiga, tanto en sus monólogos como en sus diálogos con la Luna, se expresa por medio de endecasílabos:…  “Flores rotas los ojos, y sus dientes / dos puñados de nieve endurecida. / Los dos cayeron, y la novia vuelve / teñida en sangre falda y cabellera. / Cubiertos con dos mantas ellos vienen / sobre los hombros de los mozos altos.  / Así fue nada más.  Era lo justo.  / Sobre la flor de oro, sucia arena”.  En cuanto a la prosa, Lorca utiliza el habla corriente de los pueblos de Andalucía, pero sin recurrir a modismos extremadamente localistas que dificultan su comprensión.  En la parte lírica.  Lorca también utiliza un vocabulario sencillo, aunque combinándolo de tal forma que construye expresiones propias de un lenguaje simbólico metafórico.  Las metáforas surgen a cada paso entrelazándose en algunos casos para construir una estructura metafórica mayor.  En el siguiente ejemplo veamos el alcance poético que García Lorca confiere a la Luna, jugando con su color plateado:… “¡Dejadme entrar!  ¡Vengo helada! / Por paredes y cristales! / ¡Abrir tejados y pechos / donde pueda calentarme! / Tengo frío ¡Mis cenizas / de soñolientos metales, / buscan la cresta del fuego / por los montes y las calles.  / Pero me lleva la nieve / sobre su espalda de jaspe, / y me anega, dura y fría, / el agua de los estanques. /  Pues esta noche tendrán / mis mejillas roja sangre, / y los juncos agrupados / en los anchos pies del aire”.  En casa de su amigo, el poeta Luis rosales, Federico García Lorca fue detenido por los franquistas y enviado a la Colonia, construcción de tipo moderno que después fue convertida en prisión.  Al amanecer del 19 de Agosto de 1936, García Lorca en compañía de otros detenidos trepa el sendero polvoriento de una aldea miserable edificada sobre un declive de la sierra, cuyo nombre habrá de hacerme célebre, porque será allí, donde un puñado de fanáticos, darían muerte a uno de los más grandes poetas que ha dado España: el lugar, Viznar, el poeta, Federico García Lorca.   Allí quedarían sus restos, en la tumba anónima, confundidos en un osario donde los cadáveres de los miles de fusilados terminarían de pudrirse y hundirse bajo tierra para siempre.  Al leer los siguientes versos, no se necesita ser clarividente para darse cuenta que el poeta jamás imaginó su final tan ignominioso:…  “Cuando yo me muera / enterradme con mi guitarra / bajo la arena /… Cuando yo me muera / entre los naranjos / y la hierbabuena / … Cuando yo me muera /, enterradme si queréis / en una veleta / … ¡Cuando yo me muera! / ¡Ah!”.



FUENTE OVEJUNA


Comedia dramática del “Padre del teatro Español” Lope Félix de Vega Carpio, nacido en Madrid el 25 de Noviembre de 1562.  En este drama Lope de Vega trata, ya no la venganza individual de “El mejor alcalde el rey”, sino la colectiva.  En este drama, el protagonista es todo el pueblo de Fuente Ovejuna, con lo cual adquiere la obra una grandeza épica extraordinaria.  El comendador Fernán Gómez de Guzmán interroga a sus criados, Flores y Ortuño, sobre si su llegada a la villa es ya de conocimiento de don Rodrigo Téllez Girón, maestre de Calatrava.  Cuando le dicen que sí, les manifiesta que lo menos que puede esperar de él, es que lo trate cortésmente.  Cuando ambas autoridades se encuentran el comendador pide el maestre que tercie en la disputa sucesoria derivada de la muerte de Enrique VI, para lo cual le aconseja que junte a sus hombres y tome Ciudad Real.  El comendador le ofrece los pocos hombres con que cuenta y don Rodrigo accede.  En otra escena, Laurencia y Pascuala, dos mozas del pueblo comentan los desmanes y proclividad sexual del comendador que se ha establecido en Fuente Ovejuna.  Laurencia se queja que desde hacer un mes, Flores y Ortuño, alcahuetes de Fernán Gómez, la persiguen para que acceda a los requerimientos amorosos del libidinoso comendador.  Fernán Gómez entra triunfante, tras su victoria en ciudad Real, a su villa de Fuente Ovejuna.  Esteban y Alonso, alcaldes de la ciudad, presentan al victorioso gansos, capones y gallinas como claros homenajes de vasallo a señor.   El comendador se retira a descansar e intenta llevarse consigo a Pascuala y a Laurencia.  Las muchachas se resisten a Ortuño ya Flores, quienes por la fuerza las querían llevar y se marchan apresuradamente.  Por otro lado ante los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, se presentan dos regidores quejándose de los ataques sufridos por las huestes de Rodrigo Téllez Girón, quien ha recibido ayuda del comendador Fernán Gómez.  Este último tiene en los Reyes Católicos a uno de sus más encarnizados enemigos en lo político, Fernando envía a don Manrique a combatir a los sediciosos, quien presuroso parte con muchos hombres.  Cerca de un arroyo, Frondoso declara su amor a Laurencia y le pide que sea su esposa.  La aparición del comendador interrumpe la escena amorosa; Frondoso se esconde tras unas ramas y sólo sale cuando ve que el comendador trata de abusar de la indefensa muchacha.  Con ballesta amenaza a Fernán Gómez quien se ve obligado a desistir a sus inicuas intenciones.  El comendador indignado ante el atrevimiento de un vasallo promete vengarse de Frondoso:… “¡Peligro extraño y notorio / mas yo tomaré venganza / del agravio y del estorbo. / ¡Que no cerrará con él! /  ¡Vive el cielo, que me corro!” (Teatro de Lope de Vega”, Editorial Bruguera; 1983 – pág., 103, vv. 855 – 859).  La falta de escrúpulos de Fernán Gómez vuelve a quedar de manifestó cuando acude donde Esteban a quejarse por el hecho que su hija no atiende a sus requerimientos amorosos en contraste con la prontitud con que otras mujeres se rinden a sus deseos.  El alcalde de la villa le reprocha su proceder y se retira indignado.  Flores y Ortuño siguen facilitando a su señor los encuentros amorosos que éste desea tener con mujeres como Olalla e Inés, cuyos maridos se muestran recelosos a sus recados.  Llega Cimbranos, un soldado, e informa a Fernán Gómez que don Rodrigo Téllez está a punto de ser vencido en Ciudad Real por las huestes del rey Fernando. El comendador ordena a Ortuño que reúna a todos sus hombres, pues, partirán a brindar ayuda a Téllez Girón.  Cerca de ahí, Laurencia cuenta a Mengo y a Pascuala lo ocurrido entre el comendador y Frondoso, Mengo considera que Frondoso debe huir de Fuente Ovejuna, pues, Fernán Gómez ha jurado que lo colgará de un pie.  Jacinta irrumpe la escena pidiendo socorro, pues, es perseguida por Flores y Ortuño quienes quieren forzarla a acompañar a su señor a Ciudad Real.  Laurencia y Pascuala huyen ante el temor de ser llevadas también.  Mengo se enfrenta a los criados del comendador para evitar el atropello, pero no lo consigue.  

Aparece el comendador quien ordena a sus secuaces amarrar al labrador a un roble para ser azotado.  Como Jacinta se niega a los requerimientos del villano, éste la entrega a los soldados para que la disfruten.  Mientras tanto Laurencia y Frondoso se encuentra; éste pide a la muchacha que se case con él, a o que Laurencia accede de buena gana.  Frondoso habla con esteban, padre de la pretendida, y le pide a su hija en matrimonio.  El alcalde acepta y queda así acordada la boda.  Las huestes del rey Fernando logran vencer a las fuerzas enemigas, a quienes hacen huir despavoridos.  La boda de Frondoso y Laurencia es interrumpida por el comendador quien ha regresado a Fuente Ovejuna después de la derrota sufrida.  Frondoso es detenido y enviado a la cárcel por orden de Fernán Gómez.  Esteban saca cara por su yerno e increpa al comendador su actitud, pero éste lo apalea y ordena que diez soldados se lleven a su hija.  Mengo ni ninguno de los presentes se atreve a intervenir temiendo las represalias del villano Laurencia queda así a merced de Fernán Gómez quien, salvando el último obstáculo, abusa de la infeliz muchacha.  Esteban, Alonso, Barrildo, Mengo y otros más se reúnen para discutir qué medidas tomar contra los abusos del comendador.  Laurencia irrumpe en la reunión, y, es tal su estado, que muchos de los presentes dudan que se trate de la misma muchacha que ha sido raptada por Fernán Gómez.  Laurencia reprocha a los presentes, y en especial a su padre, la pasividad con que han actuado ante los excesos del comendador:… “Por qué dejas que me roben / tiranos sin que me vengues, / traidores sin que me cobres. / Aún no era yo de Frondoso, / para que digas que tome, / como marido, venganza; / que aquí por tu cuenta corre; / que en tanto que de las bodas / no haya llegado la noche, / del padre, y no del marido, / la obligación presupone; / que en tanto que no me entregan una joya, aunque la compren, / no ha de correr por mi cuenta / las guardas y los ladrones.  / Llévome de vuestros ojos / a su casa Fernán Gómez; / la oveja al lobo dejáis / como cobardes pastores. / ¿Qué dagas no vi en mi pecho, / que desatinos atroces, / qué palabras, qué amenazas,  y qué delitos atroces, / por rendir mi castidad / a sus apetitos torpes? / Mis cabellos, ¿No lo dicen? / ¿No se ven aquí los golpes, / de la sangre y las señales? / ¿Vosotros padres y deudos? / ¿Vosotros que no se os rompen, / las entrañas de dolor, / al verme en tantos dolores? / Ovejas sois, bien lo dice / de Fuente Ovejuna el nombre” (Edic. cit; Ibídem, págs. 137 – 138 vv. 1725 – 1759).  Las palabras de Laurencia terminan por encender la furia de los humillados habitantes de la villa, quienes armados de lanzones, ballestas y palos van en busca del tirano y sus seguidores.  Laurencia incita a Pascuala, Jacinta y otras mujeres a unirse a la turba enardecida que a los gritos de “¡Mueran tiranos traidores! / ¡Traidores tiranos mueran!”, llegan a la casa de Fernán Gómez.  La oportuna llegada de los rebeldes evita que Frondoso sea torturado.  Flores es el primero en percatarse de lo que acontece y pone sobre aviso a su señor que por más que trata de huir, muere bajo los golpes de los embravecidos habitantes de Fuente Ovejuna, Ortuño y otros adeptos a Fernán Gómez, sucumben a aquella masa cuya sed de venganza sólo es saciada cuando uno de los labradores muestra la cabeza del tirano sobre la punta de una lanza.  El único que logra escapar, aunque muy golpeado, es Flores, quien ocultándose en la oscuridad de la noche huye a comunicar al rey Fernando lo sucedido.  Don Manrique, servidor del Rey, comunica a este el triunfo conseguido sobre el Maestre de Calatrava.  En esos instantes aparece Flores e informa que don Fernán Gómez ha sido asesinado en su villa por los habitantes de Fuente Ovejuna.  La versión de Flores tergiversa la realidad de los hechos; indica en ella que los habitantes se han revelado contra el rey.  El rey cree en las mentiras del aleve vasallo y toma cartas en el asunto:… “Estar puedes confiado / que sin castigo no queden.  / El triste suceso ha sido / tal, que admirado me tiene, / y que vaya luego un juez, / que lo averigüe conviene, / y castigue a los culpados / para ejemplo de las gentes. / Vaya un capitán con él, / porque seguridad lleve; / que tan grande atrevimiento / castigo ejemplar requiere; / y curad a este soldado / de las heridas que tiene” (Edic. cit; Ibídem, pág. 147. vv 2014 – 2027).  Esteban previendo que3 es de esperar que el rey mande a averiguar a algunos emisarios sobre lo sucedido, aconseja a todos que cuando sean interrogados contesten.  “¿Quién mató al comendador? / Fuente Ovejuna lo hizo!.  “Para estar más preparados, Esteban propone ensayar, y es él quien hace el papel de indagador.  Quinientos hombres llegan a la villa en compañía de un juez, que vanamente tortura ancianos, hombres, mujeres y niños, pues, todos responden que Fuente Ovejuna fue quien mató al comendador.  Mientras tanto Rodrigo Téllez Girón se presenta donde el rey Fernando a suplicarle perdón por su actitud, pues, confiesa que fue engañado y  mal aconsejado por Fernán Gómez, que siempre que hayáis venido, / seréis muy bien recibido”.  Llega el juez que había ido a indagar lo sucedido en Fuente Ovejuna y comunica al rey que ha atormentado a trescientas personas con gran rigor, pero que no ha obtenido nada en claro:… “y pues tan mal se acomoda / el poderlo averiguar, / o los has de perdonar, / o matar la villa toda”.  Los alcaldes de Fuente Ovejuna y un gran número de sus habitantes se presentan ante el rey y exponen los hechos tal como sucedieron.  El rey, hombre justiciero, reconoce que la acción tomada contra el comendador es por demás justificada, pues, sus excesos merecían un fin así:… “Pues no puede averiguarse / el suceso por escrito, / aunque fue grave el delito, / por fuerza ha de perdonarse. /  Y la vida es bien se quede / en mí, pues de mí se vale, / hasta ver si acaso sale / comendador que la herede” (Edic. Cit; Ibídem, pág. 160. vv. 2440 – 2447).  La obra está basada en la “Chrónica de las tres Órdenes y Caballerías de Santiago, Calatrava y Alcántara: en la cual se  trata de su origen y suceso, y notables hechos en armas…”, compuesta por Francisco de Rades y Andrada (Toledo, 1572).  Un examen comparativo de la crónica y la versión dramática de Lope, nos pone inmediatamente de manifestó que el Fénix la siguió puntualmente, a pesar de que hoy aparece bastante claro el carácter legendario de muchos de sus puntos.  Esto último debido a que Rades deformó los hechos históricos y transformó la crónica en una apología de la orden.  En cuanto a la fecha de redacción no se conoce con exactitud la fecha en que Lope escribió la obra. “Fuente Ovejuna” está citada por el mismo Lope en la segunda edición de “El Peregrino en su patria”; debió escribirse por tanto, entre 1604 y 1618.  La primera edición apareció en la “Dozena parte de las comedias de Lope de Vega Carpio” (Madrid), 1919).  Muy aficionado a la jardinería, Lope de Vega sufre un enfriamiento al salir a regar sus plantas.  Murió el 27 de Agosto de 1635 en su modesta casa de la calle de Francos (hoy, Cervantes #15).  Por su genialidad, Lope de Vega fue llamado por sus contemporáneos “El Fénix de los ingenios” y por Miguel de Cervantes Saavedra, “Mounstruo de la naturaleza”.




LITERATURA UNIVERSAL


CRIMEN Y CASTIGO


En setiembre de 1865, encerrado en una habitación exigua y gris, cuando se veía privado de alimento y luz, cuando mendigaba, a derecha e izquierda, algún socorro para regresar a Rusia, cuando se hallaba en el último grado de la pobreza y de la soledad, fue allí donde Dostoievski preparó esta obra que lo ha convertido en uno de aquello escritores que, a pesar del tiempo transcurrido, aún se conservan frescos y florecientes en nuestra memoria.  “Quizá lo que escribo ahora sea superior a todo lo que he escrito hasta ahora”, escribe Dostoievski en su “Diario de un escritor”.  Fiodor Mijailovitch Dostoievski nació en Moscú el 30 de octubre de 1821.  Raskólnikov, el universal protagonista de “Crimen y Castigo”, fue creado por el escritor ruso en los tormentosos días inmediatos a su viudez, mientras apostaba a la ruleta en Wiesbaden, y sobrellevaba estoicamente su epilepsia crónica y la hemorroides, enfermedad prosaica esta última que lo llevaba a permanecer postrado muchas veces hasta por quince días.  La falta de dinero, y las sombras que en su mente se formaron, dieron vida a uno de los engendros mayores de la literatura, al imponente Rodion Romanovich Raskólnikov, el primer asesino de Dostoievski, quien golpea, mata y roba, a la vieja usurera, y, por un extraño concurso de circunstancias, ningún indicio exterior permite a los jueces sospechar de él.  Pero entonces empieza el verdadero drama del castigo interior.  La obra nos presenta a un joven que no se podía decir que fuese miedoso o tímido, sino todo lo contrario; pero, desde hacía cierto tiempo el joven se hallaba en un estado de excitación y angustia rayano en la hipocondría.  Es el estudiante Rodion Romanovich Raskólnikov. 

Apremiado por las penurias económicas Raskólnikov acostumbraba empeñar algunas pequeñas joyas a una vieja prestamista y usurera llamada Aliona Ivanovna.  Una mañana se dirigió Rodion al edificio donde vivía la vieja.  Esta le abrió la puerta con recelo.  Rodion le mostró un reloj de oro con cadena de acero.  La vieja le dio una miseria y le recordó que todo lo que había empeñado anteriormente estaba ya vencido.  Raskólnikov salió profundamente trastornado.  Su confusión no hacía más que aumentar.  Al bajar la escalera, se detuvo varias veces, como si de pronto algo le sorprendiera.  Por fin, ya en la calle, exclamó: “¡Dios mío, qué repugnante es todo esto!  ¿Es posible? ¿Es posible que yo…? ¡No! ¡Es estúpido, es absurdo! – Añadió con energía- Pero, ¿cómo se me ha podido ocurrir una idea tan horrible?  ¡De qué bajeza no es capaz mi corazón!  ¡Es vil, bajo, repugnante…! Y yo, desde hace un mes…”  (“Obras completas de Fedor Dostoievski”; Editorial Aguilar.  Madrid -1961, pág. 22. Tomo II) Colérico y angustiado Rodion se introdujo en una sucia taberna.  Aquí conoce a Marmeladov, un borrachín que le cuenta sus problemas; que vivía en un cuartucho – propiedad de Amalia Fiodorovna- con su mujer Katerina Ivanovna y los tres hijos de ésta de un matrimonio anterior, que tenía una hija llamada Sonia Semionovna, que había sido prostituida por una vecina llamada Daría Franzovna; y que era Sonia quien ayudaba a la manutención de los tres hijos de Katerina.  Luego de beber largo rato, Rodion acompañó a Marmeladov a su casa, pues, éste estaba muy borracho.  Ya en su casa, Marmeladov recibió una paliza de su mujer por haberse bebido todo el dinero:… “-‘ah – exclamó con asombro-, ya volviste! ¡Criminal!... ¡Monstruo!... ¿dónde están los dineros? ¿Qué es lo que traes en los bolsillos? ¡Enséñalo! ¡Y tu sueldo? ¡Qué has hecho del sueldo?  ¿Dónde están los cuartos? … ¡Habla!  Y se abalanzó a él para cachearlo.  Marmeladov, inmediatamente, con docilidad y humildad, alzó ambos brazos para facilitar el registro.  Dinero, no tenía ni una copeica. ¿Dónde están los cuartos? –Gritaba- (…) y de pronto hecha una furia, lo cogió por los cabellos y lo arrastró hacia adentro.  Marmeladov mismo facilitaba su esfuerzo, dejándose llevar mansamente de rodillas. –Pero ¡Si esto para mí, es un gusto!  ¡No me produce dolor, sino pla…cer, se…ñor… mío! Exclamaba, (Raskólnikov estaba presenciando la escena) en tanto lo arrastraba contra el piso” (Edic. cit; Ibidem, pág. 34. Tomo II).  Al día siguiente en su habitación, Rodion recibe una larga carta de su madre Pulkeria Rakolnikova, donde le informa que su hermana Dunia se casará con Piotr Petróvich Luzhin.  Rodion llora porque sabe que su hermana se está sacrificando por él, para que pueda estudiar en la universidad sin ningún problema.  La criada del edificio, Nastasia, le indica que la dueña lo denunciará a la policía, sino le paga el alquiler del cuarto.  Esto molesta mucho al muchacho.  Rodion deambula por la calle.  La carta de su madre lo había angustiado porque piensa que su hermana se va a sacrificar por él. Pero se jura a sí mismo que mientras él viva esa boda nunca se realizará.  Vuelve a ser asaltado por la idea de dar muerte a la vieja usurera Aliona Ivanovna, a quien considera un “piojo inútil y dañino” que subasta el hambre y el frío de los demás.  En la calle, Rodion se duerme y tiene un sueño espantoso.  Sueña que es un niño y que va por la calle con su padre y que se siente muy impresionado por asistir a la escena de un hombre que apalea a su caballo hasta matarlo.  Lo relaciona con el crimen que tiene proyectado.  Al pasar por el mercado Plaza del Heno percibió a una mujer de unos treintaicinco años: era Lizaveta Ivanovna, hermana de la vieja usurera a quien había visitado el día anterior para empeñar un reloj y realizar su “ensayo”.  En una conversación que sostiene Lizaveta con unos comerciantes., Rodion se entera de que la hermana de la vieja usurera saldrá para una reunión a las siete del día siguiente, lo cual implicaba que la vieja Aliona, estaría sola a esa hora.  Rodion pensó que nunca tendría una oportunidad como ésa.  Se decide finalmente a llevar a cabo su plan.  Rodion se acuerda de una conversación en un café en que dos jóvenes hablaban de la vieja y de su hermanastro y planteaban la hipótesis de matar a la vieja.  En su casa hace preparativos para llevar a cabo el crimen.  Una tablita pequeña envuelta en un papel blanco será la supuesta joya que le permitirá presentarse ante la vieja.  Con el pretexto de que le ha traído una pitillera de plata, logra introducirse en la habitación.  Cuando la vieja se acerca a una ventana para desatar el paquete que le entrega Rodion, éste saca el hacha que escondía debajo del abrigo y la dejó caer de lomo sobre la cabeza.  Aliona Ivanovna lanzó un grito y se desplomó; como vio que aún se movía, Rodion asestó varios golpes con toda su fuerza, todos con el lomo del hacha y en el cráneo.  A los pocos segundos, cuando ya sustraía los objetos que la vieja escondía en un armario, sintió pasos; cogió el hacha y en el centro de la habitación se encontró con Lizaveta.  Sin pensarlo dos veces se abalanzó contra Lizaveta quien se hallaba petrificada, y la golpeó directamente sobre el cráneo con el filo del hacha y hendió de una vez toda la parte anterior de la frente, casi hasta el occipucio:…  “El miedo se apode4aba de él cada vez más y más, sobre todo después del segundo asesinato, totalmente inesperado.  Quería huir de allí cuanto antes.  Y si en aquel momento hubiese estado en condiciones de ver y razonar con mayor lucidez; si hubiese podido comprender hasta qué punto era difícil su situación, cuánto había en ella de repelente y absurdo; si hubiera podido darse cuenta, al mismo tiempo, de cuántas eran las dificultades que aún debía superar y cuántas las atrocidades que quizá aún debería cometer para salir de allí y llegar a su casa, con toda probabilidad habría abandonado todo y sin dilación algunas se habría presentado a las autoridades, no por miedo siguiera  de sí mismo, sino movido sólo por el horror y la repugnancia de lo que  acababa de hacer” (Edic. Cit; Ibídem, págs.. 73 – 74. Tomo II).  Cuando trata de huir de la escena del crimen, Rodio n se quedó atónito y no creía lo que sus ojos veían: la puerta por la que él había entrado hace unos momentos estaba abierta de par en par.  Se apresuró a cerrarla.  A los pocos minutos unos visitantes llaman a la puerta y Rodion contiene la respiración y hasta el paso de la sangre por sus venas: los recién llegados llaman a Aliona Ivanovna; y al ver que ésta no responde buscan al portero para comunicarle sus sospechas de que en casa de la usurera ocurre algo anormal; lo cual aprovecha Raskolnikov para huir, y regresar a su cuartucho.  Aquí permaneció echado durante mucho tiempo:… “Sucedía que a veces se despabilaba un poco, y en tales momentos advertía que ya era de noche cerrada, no se le ocurría levantarse.  Hasta que, por útlimo, notó que que ya alboreaba el nuevo día.  Estaba acostado en el diván, boca arria, aún transido de su entumecimiento reciente.  Hasta él, recios, llegaron desde la calle unos tremendos y desolados alaridos, que por lo demás oía todas las noches al pie de su ventana, a las tres.   

También ahora lo despertaron. “¡ah! Ya están saliendo de las tabernas los borrachos –pensó-, ya son las tres –y de pronto dio un brinco, cual si alguien lo hubiese hecho saltar del diván… ¡Y entonces lo recordó todo!  ¡De pronto, en un momento, todo lo recordó!  En el primer instante pensó que se había vuelto loco” (Edic. cit; Ibídem, págs. 78 -79. Tomo II) Se ocupa febril y desordenadamente en destruir los vestigios.  Llaman a la puerta para avisarle de que lo citan en la oficina de policía.  Decide confesarlo todo; pero allí se entera que lo convocan para un asunto distinto: el pago de una letra por ciento quince rublos que adeuda a una señora llamad Zarnítsina, desde hace nueve meses… Sin embargo al oír hablar del crimen de manera casual, se desmaya y luego el miedo lo invade de pies a cabeza.  De vuelta a casa y temiendo un registro de la policía, decide esconder los objetos robados.  Los entierra en la calle, bajo una piedra en el patio de una casa.  A continuación va a visitar a su amigo Razúmijin.  De nuevo en casa, sueña que la policía viene a golpear a la dueña de la casa donde vive.  El miedo, como espada de hielo, le envolvió el alma; la torturaba, le agarrotaba el cuerpo.  Rodion cae enfermo y durante algunos días permanece en un estado febril, con desvarío y semiinconsciencia.  Lo atienden Nastasia y Razúmijin.  Por ellos se entera de que ha delirado.  Al encontrarse solo se pregunta: ¡Oh Señor! Dime sólo una cosa:  ¿lo saben todo o no lo saben aún?.   Viene a verle Zózimov el médico conocido de su amigo Razúmijin; hombre alto y gordo, quien le dijo que no era nada de cuidado.  Delante de Raskólnikov ambos se enzarzan en una conversación acerca de un sospechoso del asesinato de Aliona Ivanovna y reconstruyen la forma como suponen ellos fue el crimen.  A los pocos días aparece Piotr Petrovich Luzhin, el pretendiente de la hermana de Rodion a visitarle.  También él comenta el asesinato, lo cual pone de mal humor y nervioso a Rodio.  Al quedarse solo, Raskólnikov, que de súbito se había quedado completamente tranquilo, sale de casa.  Entra en un café y pide los periódicos de los últimos cinco días.  Continuando su deambular por la ciudad con la intención de suicidarse, se encuentra con una mujer que intenta también suicidarse.  Decide entonces ir a la oficina de policía y confesarlo todo, peor retrocede.  Finalmente, vuelve al lugar del crimen.  Un coche elegante atropella a Marmeladov, que muere en seguida.  Raskólnikov, se avergüenza de haber pensado en entregarse a la policía.  Al regresar de casa del muerto, Rodion se encuentra de sorpresa con la madre y la hermana, que lo esperan.  Raskólnikov se desmaya.  Discuten sobre la boda de la hermana con su pretendiente.  Raskólnikov está en contra.  Su amigo Razúmijin participa en la discusión.  Raskólnikov decide ir a ver al juez de instrucción que lleva la causa del asesinato, haciéndose acompañar por su amigo, que conoce al juez.  En la larga conversación desarrollada en la estancia del juez, destaca una discusión acerca del crimen en “abstracto” y se comenta un artículo de Rodion publicado algún tiempo antes, acerca del “criminal”.  El juez termina interrogando inesperadamente a Rodion sobre el asesinato de la vieja.  A los pocos días llega a la ciudad un visitante inesperado: Svidrigáilov, el antiguo patrón de la hermana de Rodion; el cual había intentado seducirla.  Dunia, la hermana de Rodion rompe su compromiso con su prometido: Piotr Petróvich.  Rodion se aleja de su madre y de su hermana y se las confía a su amigo Razúmijin.  Rodion va a ver a Sonia, la hija de Marmeladov a quien había conocido cuando llevó el cadáver de éste a su casa.  A pesar que se dedica a la prostitución Rodion considera que es una muchacha buena y piadosa.  Después de un diálogo desesperado y angustioso Rodion termina prometiéndole que al día siguiente le revelará quién mató a la vieja usurera y a su hermana, ésta última amiga de Sonia.  En una habitación contigua Svidrigáilov lo ha escuchado todo.  Raskólnikov es llamado nuevamente por el juez de instrucción.  Los interrogatorios del juez son punzantes y mordaces, y, cuando Raskólnikov prácticamente ha confesado, se produce una sorpresa: entra en el despacho un hombre llamado Nikolai, quien confiesa ser el asesino.  Para Rodion todo es ahora como un arma de dos filos y se avergüenza de su pusilanimidad.  Rodion va a la casa de la ciudad e Marmeladov, quien había organizado una comida para después de los funerales:… “Habría sido difícil determinar con precisión las causas que habían hecho surgir en la cabeza trastornada de Katerina Ivanovna la idea de aquella comida absurda. (…) Quizá la razón más poderosa se debiera al particular orgullo de los pobres, a consecuencia del cual, en determinadas ceremonias públicas, ineludibles en nuestro modo de vivir, muchos de ellos sacan fuerzas de flaqueza y gastan el último kopec ahorrado para no ser “menos que los otros” y para que esos otros no tengan motivos de criticarlos.  Es más que probable también que Katerina Ivanovna (…) deseara mostrar a aquellos insignificantes y ruines inquilinos que ella (…) de ningún modo se había preparado para fregar el suelo y lavar por la noche los trapos de sus hijos” (Edic. cit; Ibídem, pág. 279, Tomo II )  Raskólnikov va a ver a Sonia, la hija de Marmeladov,. Finalmente, le confiesa que él es el asesino de las dos mujeres.  También intenta explicar a la joven los móviles de su crimen. Le da una explicación de acuerdo con lo expuesto en su artículo anterior “lo único que yo quería era atreverme”, “sencillamente maté.  Maté por mí, por mí mismo”.  Sonia lo quiere y le aconseja confesarlo todo a la policía.  Rodion se entera por alusiones indirectas del propio Svidrigáilov que éste ha escuchado sus conversaciones con Sonia referentes al crimen.  Muere Katerina Ivanovna.  El juez de instrucción viene a visitar a Raskólnikov para decirle que sabe que él es el asesino.  El juez intenta mostrar a Rodion, las ventajas de ir, por voluntad propia, a confesar el crimen.  Temiendo que Svidrigáilov haga chantaje a su hermana aprovechando para ello el hecho de saber que él ha asesinado a Aliona Ivanovna, Rodion va a verlo; Svidrigáilov confirma a Rodion que efectivamente ha oído toda la confesión que hizo a Sonia.  Luego va a ver a la hermana de Rodion y se lo cuenta.  Le promete que si ella acepta sus requerimientos para ser su mujer, ayudará a Rodion, ya que él es una persona muy influyente.  Dunia se niega; pero al tratar de huir, se percata que Svidrigáilov ha cerrado la puerta con llave y se niega a dejarla salir.  Es entonces que Dunia saca un revólver y amenaza a Svidrigáilov.  En un forcejeo, se escapa un tiro que roza la frente del frenético hombre.  Cuando Svidrigáilov escucha de labios de Dunia que ella no lo quería, se dio cuenta que ya todo era inútil.  Da la llave a Dunia que huye desesperada.  Svidrigáilov recogió el revólver que Dunia había arrojado y que había ido a parar cerca de la puerta.  Era un pequeño revólver de bolsillo, de tres tiros, de construcción antigua.  Quedaban en él dos casquillos y un cartucho.  Aún se podía disparar una vez.  Svidrigáilov permaneció un momento pensativo, se puso el revólver en el bolsillo, tomó el sombrero y Salió.  Sividrigáilov se suicida sin haber denunciado a Rodion a la policía.  Rodion va a despedirse de su madre y de Sonia y a continuación se dirige a la policía, donde, finalmente, confiesa su crimen.  Año y medio después, encontrándose en la cárcel de Siberia, cuando aún faltan siete años para cumplir condena, el amor y la dedicación de Sonia ha redimido a Raskólnikov, que finalmente comienza a sentirse feliz.  La historia anterior termina con el comienzo de una nueva historia, la historia de su gradual resurrección, del paso lento de un mundo al otro, a una realidad nueva, hasta entonces desconocida por completo.  Raskólnikov, lo mismo que el personaje de la obra “Memorias del Subsuelo”, se ahoga entre las paredes de la moral oficial.  Se siente distinto de los demás, llamado para un destino especial y, hombre como él, tienen derecho a desconocer todas las reglas que aprisionan el rebaño anónimo que lo rodea.  Para él un crimen no tiene el valor de un crimen, y el castigo es solo una palabra sin sentido.   Se justifica como se justificó Napoleón ante sus propios ojos, si alguna vez sintió deseos de hacerlo.  “Un verdadero amo, a quien todo está permitido –piensa Raskólnikov-, cañonea Tolón, organiza una matanza en París, olvida a un ejército Egipto, gasta medio millón de hombres en la campaña de Rusia y sale de apuros en Vilna con un juego de palabras.  Y es a este hombre a quien, después de muerto, erigen estatuas.  Por lo tanto, todo está permitido”.  Raskólnikov es la estirpe de los humillados y ofendidos, de aquellos que viven en tugurios en la babilónica Petersburgo, que pasan hambre y frío, y sobre todo, soledad.  Raskólnikov coge el hacha y va a restablecer el orden de la naturaleza, aplastando al régimen social injusto en la persona de esa vieja usurera que tiene inmovilizado el dinero que él necesita para terminar sus estudios, ayudar a una madre y a una hermana pobres como él.  No mata a la vieja usurera simplemente por llevar a la práctica su teoría del superhombre y contrastar su temple extraordinario de hombre superior, sino también para asegurar la vejez de su madre y evitar a su hermana Dunia, bella y pobre, la contingencia casi obligada del deshonor o su venta disfrazada en la almohada de un matrimonio desigual.  Alguien tiene que sacrificarse para salvar a la familia y ése ha de ser él, el varón, el más fuerte.  Cómo se puede culpar a un hombre que mata a esa vieja avara que se obstina en vivir y guardar su dinero, ese parásito inmundo y voraz –ese piojo inútil y dañino- que vive de sorber la sangre de los pobres.  La vieja asume ara Raskólnikov la representación de un régimen social injusto, criminal, y carga con las culpas de todos los males que de él se derivan.  Ella es responsable de que Sonia, la ingenua y pura, se haya prostituido y de que Katerina Ivanovna se consuma en el fuego lento de su tuberculosis, y ella tendrá la culpa de que Dunia acaso venda también los linos de su pureza y su hermosura.  Todo un martirologio a cuenta de esa araña repulsiva e insaciable que arma su red encima de un cofre.  De allí que aplastar ese insecto no será un crimen sino un acto redentor.  Es entonces cuando el criminal se nos aparecerá como una víctima.  Terminaré recordando que Raskólnikov, el personaje imaginario, tuvo una réplica real, aunque atenuada, en un judío: Albert Kovner, de San Petersburgo, que estafó al banco en que servía para salvar de la miseria a la familia de su novia.  Kovner fue detenido en la frontera de Polonia, y desde la cárcel escribió al novelista exponiéndole su caso y recabando su justificación moral, a título de lector influido por su libro Dostoievski contestóle con una carta, finamente evasiva, pero llena de comprensivos alientos.  La muerte de Dostoievski, acaecida el 28 de enero de 1881, significó para el pueblo ruso un día de dolor inefable.  Una muchedumbre de cerca de 30,000 personas acompañó sus restos hasta el cementerio.  Son pocos los hombrees que, como Hermann Hesse, han sabido verter un juicio mesurado a la vez que espeluznante sobre la obra del genial escritor ruso:… “Debemos leer a Dostoievski cuando nos encontremos en un mal momento, cuando hayamos apurado hasta las heces nuestra capacidad de sufrimiento y sintamos que la vida es una herida infinita, abierta y abrasadora,  cuando respiremos el aire de la desesperación y hayamos muerto mil muertes de desesperanza.  Entonces, cuando solos y desamparados miremos la vida desde el dolor y ya no la comprendamos en toda su salvaje y hermosa crueldad, cuando ya no esperemos nada, entonces estaremos por fin preparados para oír la música de este poeta terrible y maravilloso” (“Escritos sobre Literatura”; pág. 148, Tomo II; Hermann Hesse.  Alianza Editorial – 1984).



MADAM BOVARI


Más de cuatro tardó Gustave Flaubert en escribir su controvertida novela “Madame Bovary”, desde diciembre de 1851 hasta abril de 1856 exactamente.  Finalmente la novela apareció en la “Revue de París”, por entregas, entre el primero de octubre y el 15 de diciembre de 1856.  La obra le costó al autor un proceso por inmoralidad, entre enero y febrero de 1857, en el que logró la absolución, ante el mismo tribunal que seis meses más tarde condenaría por el mismo motivo, a Charles Baudelaire, por “Las flores del mal”.  Algunos pasajes de “Madame Bovary” fueron juzgados como demasiado licenciosos y ciertas situaciones intolerables.  La controversia judicial incluyó la hipócrita requisitoria del abogado Pinard y la generosa defensa de Marie – Antoine Jules Senard, a quien Flaubert en prueba de agradecimiento, dedicó su obra: …  “Querido e ilustre amigo, permítame inscribir su nombre al comienzo de este libro y sobre esta dedicatoria, por ser a usted principalmente a quien se debe su publicación.  Gracias a su magnífica defensa, mi obra ha adquirido para mí un valor imprevisto.  Acepte, por tanto, el homenaje de mi gratitud, que no llegará jamás, por grande que sea, a la altura de su elocuencia y de su interés por mí” (Dedicatoria en “Madame Bovary”; París 12 de abril de 1857).  Flaubert nació en Ruan el 12 de Diciembre de 1821.  No va a mezclarse con el mundo ni a luchar con él o por él; se aparatará de todo –el amor, la política, las ambiciones de fama o de riqueza- para convertirse al ascetismo de la literatura.  Flaubert se refugia en el arte porque es la única actividad en la que cree poder encontrar un mínimo de autenticidad dentro de la falsedad en que se halla inmerso.  

Flaubert comienza a concebir la idea de que el escritor debe ante todo tener un estilo, ya que sólo así “es posible dotar a la idea de una fuerza personal”.  Y para elaborar este estilo, se implanta a sí mismo una severa disciplina: “Prefiero reventar como un perro a apresurar ni siquiera a un instante cualquiera de mis frases antes de considerarla madura”; y en 1866 escribe a su amiga, la escritora George Sand:  “Usted no sabe lo que es estar todo el día con la cabeza entre las manos para sacar una palabra del pobre cerebro”.  Además de recoger muchos datos de la experiencia del autor, figuras y lugares de su país normando, la novela arranca de un suceso real, el suicidio de Delphine Couturier Delamare, esposa de Eugene Delamare, médico rural de Normandía, que murió de pena después que su muejr lo engañara y lo arruinara.  Esta historia, en el fondo la misma que la de “Madame Bovary” no es la única fuente documental de la novela: otra fue el manuscrito de las “Memorias de Madame Ludovica”, que descubrió Gabrielle Leleu en la Biblioteca de Ruan en 1846.  Estas memorias son un relato de las aventuras de Louise Pradier, esposa del escritor J. Pradier, dictadas por ella misma.  La historia tiene un gran parecido, con la salvedad de la anécdota del suicidio de Emma Bovary.  La novela comienza con charles Bovary asistiendo a la escuela; chico de carácter modoso, que jugaba en las horas de recreo, trabajaba en las de estudiar, atendía en las de clase, dormía bien en las de dormir y comía bien en las de comer.  Tras  grandes esfuerzos sus padres lograron que estudiara medicina, y, una vez finalizada la carrera y haberle hecho médico de la ciudad de Tostes, su madre vio que era preciso buscarle una mujer.  Y la encontró.  Era la viuda de un ujier de Dieppe, que tenía cuarentaicinco años y mil doscientas libras de renta.  Así Charles se casó con Héloise Dubuc; que aunque era fea, no carecía de pretendientes para elegir.  A la muerte  de Héloise,  Charles comenzó a frecuentar la granja del señor Rouault, con el fin de ver a su hija Emma, a quien había visto en cierta ocasión, a raíz de una pierna fracturada de uno de los trabajadores de la granja.  Al poco tiempo Emma y Charles se casaron.  Emma había sido educada como una  señorita en un convento; rechaza la vida tal como es y la desea como la describen los poetas.  Se emborracha de palabras, cree en las pasiones eternas, se ve viviendo en castillos como en las novelas de Walter Scott.  Y esta necesidad de evasión, de exotismo, de humo, es el romanticismo del que Flaubert estaba hastiado.  A pesar de todo, Emma quiso proporcionarse un amor, en la medida de sus posibilidades, que estuviera de acuerdo con las teorías que ella consideraba como buenas, y a la luz de la luna, en el jardín, le recitaba a Charles todas las apasionadas rimas que conocía, cantándole también entre suspiros, melancólicas canciones.  Pero después de ello, Emma no percibía el menor cambio en el vivir cotidiano, ya que a Charles no parecían conmoverle en lo más mínimo aquellas exuberancias sentimentales de su mujer:… “Una vez que estas nuevas tentativas convencieron a Emma de su inutilidad para arrancar la menor chispa del corazón de su marido, e incapaz por otra parte de comprender lo que ella experimentaba, acabó por persuadirse de que la pasión de Charles no tenía nada de exorbitante.  Había metodizado éste de tal forma sus expansiones que la besaba siempre a las mismas horas, lo cual se había convertido en una costumbre más entre muchas otras, convirtiéndose en una especie de postre previsto para después de la monotonía de la comida” (“Madame Bovary”, Gustave Flaubert, Editorial Bruguera – Tercera Edición, 1975. pág. 73).  El enamorado marido y la sencillez de su vida deja insatisfecha a la mujer; ni siquiera el nacimiento de una niña llena el vacío.  La niña fue bautizada con el nombre de Berthe, por decisión de Emma.  Es en este momento de desdicha matrimonial para Emma en que aparece León Dupuis, pasante del notario Guillaumin.  León, de cabello rubio y muy apuesto, no tarda en despertar el interés de la bella esposa del médico.  Cuando León Dupuis pretende el amor de Emma, ésta, a pesar de que ya en sueños ha sentido los labios del pasante de notario, lo rechaza.  

Ella lo desea, pero algo en su interior le dice que no:  León parte a París, luego de ser despedido por su patrón Guillaumin y por el farmacéutico Homais, muy amigo de los Bovary.:… “¡Pero ahora, él, la única esperanza de felicidad, lo único bello de su vida, se había marchado!  ¿Cómo había dejado escapar aquella dicha?  ¿Por qué no la había retenido por cualquier medio, con ambas manos, o de rodillas, si hubiese sido preciso?  Se llegó a maldecir por no haber llegado a gozar del amor con León, sintió sed de sus labios y se dejó inundar por el deseo de correr en busca suya para arrojarse en sus brazos y decirle: “¡aquí me tienes, soy tuya y para siempre!”.  Sin embargo, las dificultades de tal decisión no se le ocultaban a Emma, pero sus deseos, que se acrecentaban con el pesar, se hacían más vivos también según pasaban los días.  El recuerdo de León fue el centro de su desdicha y chispeaba con más fuerza y vigor que la lumbre encendida, y después abandonada sobre la nieve por los viajeros de la estepas rusas, Emma se abalanzaba sobre aquel recuerdo ardiente, saltaba sobre él, y removía delicadamente aquel rescoldo que no ignoraba que acabaría por extinguirse”  (Edic. cit; Ibídem, pág. 174).  Con su partida la vida de Emma se cubrió de nostalgia.  Pero después de un tiempo aparece en escena un hombre muy refinado y elegante llamado Rodolphe Bulanger, que se siente cautivado por Emma, al igual que ésta por él.  El adulterio se produce; Emma ha dado el primer paso, el que arrastrará a Charles hasta la miseria económica y espiritual.  Rodolphe la conquista fácilmente, la inicia en el amor tan ansiado y le hace creer que se ha realizado su sueño:… “Para despedirse, necesitaban los dos amantes un cuarto de hora, por lo menos.  En aquellos momentos, Emma se deshacía en lágrimas, pues no hubiera querido nunca separarse de Rodolphe.  Había algo más fuerte que ella que la empujaba hacia él. (…)  Rodolphe le habló de lo imprudente que eran aquellas visitas, así como de lo comprometedoras que resultaban para ella.  Los temores de Rodolphe fueron invadiendo a Emma paulatinamente.  En  un principio la embriaguez amorosa no le dejaba pensar en nada.  Pero ahora que aquel amor le resultaba indispensable para su vida, temía perderlo o que lo contrariasen.  Al regresar de casa de Rodolphe, lanzaba inquietas miradas a su alrededor, espiaba todo o que surgía en el horizonte, así como cualquier ventana sobre la que pudiese haber alguien que la viera” (Edic. cit; Ibídem, págs. 222 – 223 ).  Llega el momento en que Emma ya no resiste más esa doble vida y es cuando se decide a abandonar a Charles.  Se lo hace saber a Rodolphe.  La pequeña Berthe también escapará con ellos.  Rodolphe prolonga muchas veces la partida, lo cual no hace más que aumentar la angustia de Emma.  Llegado el día, Rodolphe envía una carta a Emma donde le manifestaba que donde fueran, de seguro los seguirían, y sufrirían las preguntas más indiscretas, la calumnia, el desdén e incluso el desprecio.  En un cesto lleno de albaricoques, escondió la carta y se la envió con Girad, su criado.  Emma casi muere de dolor; luego se repone, e incluso pasa por una bree crisis de romanticismo.  Al poco tiempo vuelve a aparecer León Dupuis, ahora más atrevido, y aunque ella se resiste, no tarda en entregarse a él.  Para adornarse, rodearse de lujo y poder mantener esta relación, Emma se endeuda poco a poco.  Un comerciante usurero, Lheureux, después de haberla favorecido, quiere ser pagado.  Lheureux  decidió reunir todos los protestos y pedirle a su amigo Vincart que se prestara a hacer, como cosa suya, las diligencias necesarias para el embargo, porque a él no le interesa pasar por una fiera a los ojos de sus convecinos.  Todas las pertenencias de los Bovary son inventariadas para el embargo, sin que Charles se entere.  Inútilmente acude a León, quien ya no ve las horas de deshacerse de su candorosa amante.  Rodolphe también le da la espalda, cuando Emma acude a su primer amante.  Habla con Lheureux, pero éste le dice que nada se puede hacer si no tiene los ocho mil francos a los que asciende la deuda.  A solicitud de su criada Felicite –que sufría al ver a Emma tan angustiada por su situación- Emma fue a hablar con Monsieur Guillaumin.  Este que estaba al tanto de todo lo acontecido la escuchó atentamente.  Luego a manera de reproche, le increpó el no haberle confiado sus transacciones comerciales, mucho antes de la catástrofe en que se hallaba inmersa.  Luego le dijo a Emma tomándola por la cintura, que estaba loco por ella.  Emma indignada se marchó raudamente.  Con ayuda de Justín, criado del farmacéutico Homais, Emma logra introducirse en la farmacia de éste.  Coge un frasco con arsénico y ahí no más, ante la mirada atónita del criado, comienza a ingerirlo:… “Cuando Charles, anonado por la noticia del embargo, había regresado a casa, Emma acababa de salir.  Gritó, lloró y la llamó, pero Emma no volvía.  ¿Adónde habría podido dirigirse?  Félicite se dirigió en su busca a la botica, a casa del señor Tuvache, a la de Lheureux, mientras Bovary, en las treguas de su angustia, pensaba en su crédito aniquilado, en su fortuna perdida, en el precario provenir de Berthe.  ¿Cuál era la causa de todo aquello?  Lo ignoraba.  Esperó hasta las seis, y como no pudiera contenerse por más tiempo, ya que imaginaba que Emma hubiera podido irse a Rouen, salió a la carretera, andando como media legua, pero no se encontró con nadie. Todavía aguardó un tiempo más, tras lo cual regresó a casa.  Emma ya había vuelto” (Edic. cit; Ibídem, pág. 404).  Ya Charles está enterado del embargo; pero en su lecho agónico, Emma es perdonada por el herido Charles.  El amor de Charles hacia su mujer es incondicional, y ella logra entenderlo así.  Emma muere rodeada de su marido, el farmacéutico Homais, su criada Félicite, el cura Monsieur Bournisien y el famoso doctor Lariviére; éste último al e a Emma, dictaminó que ya no había nada que hacer.  Después de la muerte de Emma, Charles tuvo que afrontar con estoicismo las deudas dejas por su mujer. Monsieur Lheureux volvió a achuchar a su amigo Vincart, y Charles se empeñó en cantidades exorbitantes, porque en ningún caso hubiera sido capaz de acceder a vender el más insignificante de los objetos que habían sido de ella.  

A partir de entonces, todos empezaron a sacar tajada de la situación.  Mademoiselle Lempereur, aunque nunca le hubiera dado ni una sola clase de piano a Emma (por mucho que dijera lo contrario aquella factura que ella le enseño a Bovary) reclamó el pago de seis meses de lecciones.  Era un acuerdo que Emma había hecho con ella.  El prestamista de libros pasó la factura por tres meses de suscripción de las lecturas de Emma.  La nodriza Rolet exigió que se le pagara el franqueo de una veintena de cartas (producto de los amores de Emma), teniendo la delicadeza de responder ante los requerimientos del señor Bovary: “-No puedo decirle nada, se trataba de cosas suyas”.  Llegó el día en que Charles abrió el cajoncito secreto de un escritorio de palisandro donde Emma solía guardar sus cosas.  Las cartas de León y Rodolphe fueron devoradas por Charles quien estalló en llantos y gritos como un loco.  A los pocos meses murió Charles Bovary; con la cabeza apoyada contra el muro, los ojos cerrados, la boca abierta, y un mechón de pelo negro entre los dedos.  Era de Emma y en él se reflejaba el perdón de Charles a su mujer. Berthe fue a vivir con la madre de Charles.  Como el padre de Emma había quedado paralítico, Berthe fue a vivir con una tía.  Como ésta carecía de fortuna, Berthe termino trabajando en una fábrica de hiladuras.  Los últimos años de Gustave Flaubert son su historia, o mejor dicho, son la historia repetida de tantas otras veces; achaques de salud, problemas de dinero, lucha encarnizada con la pluma y el papel.  Después de haberse fracturado el peroné en París, en setiembre de 1879 volvió a Croisset, de donde ya no iba a salir vivo.  En 1880 estaba leyendo “Guerra y Paz” de Tolstoi, y en el mes de marzo reunía en su casa a varios de sus mejores discípulos; allí estaban Maupassant, Zola, Goncourt y Daudet, su descendencia.  El ocho de mayo moría de una hemorragia cerebral, dejando inconcluso “Bouvard y Pécuchet”.  Entre otros escritores modernos, no es casual que Jean Paul Sartre dedicara sus últimos años a escribir “El idiota de la familia”, un larguísimo y complejo estudio sobre Flaubert, con muchos de cuyos rasgos fundamentales se identificaba.  Vargas Llosa ha publicado un penetrante estudio de esta obra en “La orgía perpetua”, aunque hay que reconocer que las grandes citas o transcripciones en francés, dificultan o impiden que “La orgía perpetua” llegue a una gran masa de lectores.



EL VIEJO Y EL MAR

Lejos del genio desbocado de un Faulkner, de la densidad verbal del cantor de los estados del sur, Ernest Hemingway es el novelista de la escueta sencillez, de la violencia vital narrada sucintamente.  Nacido en Oak Park, un suburbio de Chicago, el 21 de Julio de 1898, Hemingway veía la vida como un constante antagonismo del hombre con los elementos y con el resto de los hombres, y las vicisitudes de esa lucha, con toda su salvaje belleza, forman el contenido de su obra.  La aparición de su obra maestra “Por quién doblan las campanas” (1940) convierte en un gran novelista al que ya era un magnífico narrador.  Y diez años más tarde, cuando ya la severa crítica norteamericana, ante la publicación de “Más allá del río y bajo los árboles”, había decretado la muerte literaria de su autor, Hemingway sorprende a todos con la publicación de su última obra “El viejo y el mar”, que le vale el “Premio Pulitzer” en 1953.  Un año después la academia sueca le otorgaba el codiciado Premio Noble, como para callar a todos aquellos que lo criticaron no sólo por su obra sino por la turbulenta vida que llevó.  Cuenta el mismo Hemingway que la idea de escribir esta breve novela, surgió de un paseo en bote que realizaba por los mares de Cuba, país al que estuvo vinculado muchos años por la amistad que lo unía con Fidel Castro.  Divisó cerca de la embarcación a un viejo que luchaba con un pez que había picado en su anzuelo, Hemingway se ofreció a ayudarlo pero el viejo rechazó la ayuda con maldiciones y todo.  Ese hecho quedó grabado en la memoria del escritor, que estaría lejos de pensar que aquel acontecimiento sería el tema de su última obra, la que demostraría al mundo que su genio iba más allá de la estrechez mental de sus críticos.  Veamos el contenido de la obra.  Habían transcurrido ochentaicuatro días y el viejo Santiago seguí sin coger un pez, y cuarenta días desde que Manolín, por orden de sus padres, no lo acompañaba cuando se hacía a la mar.  El muchacho se entristecía al ver regresar al viejo día a día con su bote vacío, y siempre lo ayudaba a cargar los rollos de sedal, el arpón y la vela arrollada al mástil.  

El viejo, flaco y desgarbado, había enseñado al muchacho a pescar y éste le tenía cariño.  Los pescadores que tenía éxito llegaban a la pescadería, conde esperaban a que el camión del hielo les llevara sus pescados al mercado.  Los que habían pescado tiburones los llevaban a la factoría de tiburones donde eran izados en aparejos de polea; les sacaban los hígados, les cortaban las aletas, los desollaban y cortaban su carne en trozos para salarla.  El viejo Santiago y el muchacho disfrutaban recordando las aventuras vividas en el mar, el béisbol era otro de los temas preferidos con que acompañaban el frugal alimento que buenamente les enviaba un cantinero llamado Martín:… “Le daré la ventrecha de un gran pescado”, solía decir el viejo.  El viejo se durmió aquella noche pensando que el ochetaicinco era su número de suerte.  “¿Qué pensaría el muchacho si me viera volver con un pez que pesara más de mil libras?, pensó.  A la mañana siguiente Manolín fue despertado por el viejo, mientras éste veía lentamente su café, el muchacho fue a traerle un poco de carnada.  Aún no aclaraba cuando el viejo, luego de despedirse de Manolín, abandonó el puerto.  Durante una semana había trabajado en las profundas hondadas sin pescar  nada; pero ahora trabajaría donde estaban las manchas de bonitos y albacaras.  Tenía una sola idea fija:  pescar el más grande pez espada que se haya visto.  Para ello utilizaría un cebo que llegaría a una profundidad de cuarenta brazas, el segundo a sesentaicinco y el tercero y el cuarto descendería a cien y cientoveinticinco brazas respectivamente.  A medida que las horas transcurrían, la idea de capturar a su presa lo obsesionaba más a cada momento.  A pesar de ser un anciano, su cuerpo conservaba unos músculos cuajados por las duras jornadas; los años en el mar lo hacían un hombre ducho en esos menesteres.  Recordaba con nostalgia los años en que había navegado en barcos tortugueros.  Sentía lástima de aquellos animales que después que habían sido muertos, su corazón seguía latiendo durante varias horas.  Su vista era buena a pesar de  de su edad, y de haber estado expuesta durante miles de horas al sol.  Él le atribuía ese milagro a la taza de aceite de hígado de tiburón que bebía diariamente.  Después de varias horas a la deriva logró pescar un bonito, el cual pensó utilizar como carnada para capturar su codici9ada presa.  Esto no fue necesario, pues, a los pocos minutos un gran pez espada había picado… “Cómetelo de modo que la punta del anzuelo penetre en tu corazón y te mate”, pensó.  El pez siguió avanzando y arrastrando con él, lentamente, al viejo y al bote.  En esos instantes deseaba vehementemente que Manolín estuviera allí, con él.  Durante toda la noche no pudo dormir, permanecía con el sedal alrededor de su espada, pues, no quería correr el riesgo de perder a su presa.  

Al amanecer el pez dio una súbita sacudida; el viejo fue a dar contra la proa y hubiera caído por la borda si no se hubiera aferrado y soltado un poco de sedal.  El viejo atribuyó el accidente a su negligencia pues, se había quedado observando a un pajarito que había posado en el bote.  “Prestaré más atención a mi trabajo”, pensó.  Se había cortado la mano con el sedal, y sabía que necesitaría de ambas para el gran encuentro que le esperaba.  Cogió el bonito que había pescado y comió parte de él; no tenía hambre pero sabía que era necesario fortalecerse, pues, el pez aguja le daría gran batalla, cuando saliera a la superficie y, para vencerlo, tendría que estar en forma.  “Miró por sobre el mar y ahora se dio cuenta de cuan solo se encontraba.  Pero veía los prismas en el agua profunda y oscura el sedal estirado delante y la extraña ondulación de la calma.  Las nubes se estaban acumulando ahora para la brisa y admiró adelante y vio una bandada de patos salvajes que se proyectaban contra el cielo sobre el agua, luego formaban un borrón y volvían a destacarse como un aguafuerte; y se dio cuenta de que nadie está jamás solo en el mar.  Recordó cómo algunos hombres temían hallarse fuera de la vista de tierra  en un botecito; y en los mares de súbito mal tiempo tenían razón.  Pero ahora era el tiempo de los ciclones, y cuando no hay ciclón en el tiempo de los ciclones es el mejor tiempo del año” (“Maestros de la literatura Universal”, Editorial La Oveja Negra, 1984; Tomo III – pág. 663).  Cuando el viejo vio que cobraba un lento sesgo ascendente de sedal comprendió que el pez estaba emergiendo.  Lo percibió en toda su extensión.  Su espada era tan larga como un palo de béisbol,. Yendo de mayor a menor como un estoque.  Después de mostrarse en toda su longitud volvió a entrar en el agua dulcemente, como un buzo, y el viejo vio la gran hoja de guadaña de su cola sumergiéndose y el sedal comenzó a correr velozmente.  El viejo se quedó anonado ante el pez más grande que había visto jamás en su vida, más grande cuantos conocía de oídas.  Era tanta la obsesión que lo embargaba por capturar aquel pez, que no siendo religioso, se prometió a sí mismo rezar diez padrenuestros y diez avemarías, e inclusive, hacer una peregrinación a la Virgen de Cobre.  Las horas interminables en la inmensidad del mar seguían transcurriendo, y los recuerdos del viejo Santiago se confundían con su soledad.  Recordaba que había pulseado con el regazo de Cienfuegos que era el hombre más fuerte de los muelles.  Había estado un día y una noche con sus codos sobre una raya de tiza en la mesa, los antebrazos verticales, y las manos agarradas hasta que había logrado vencerlo  De allí en adelante lo denominaron con el mote de “El campeón”; pero eso había quedado ya en el olvido.  Habían pasado dos días y medio desde que abandonó el puerto e igual tiempo que no había logrado dormir.  Luego de pescar un dorado y comer parte de él, el cansancio lo venció y se quedó dormido, no sin antes tomar las precauciones necesarias para no perder su presa.  Durante las pocas horas que durmió soñó cosas agradables; pero la tirantez del sedal que tenía amarrado a su espalda lo despertó bruscamente.  El pez aguja salió más de una docena de veces fuera del agua.  Aunque por la oscuridad reinante no podía verlo, lograba escuchar cuando emergía y se sumergía velozmente.  Cuando el sol salió por tercera vez desde que se había hecho a la mar, el pez comenzó a nadar en círculos, que se fueron haciendo más pequeños cada vez.  Santiago comprendió que el momento final se estaba acercando, y que cuando lo tuviera lo bastante cerca, habría llegado el momento de clavarle el arpón…. “No debo apuntar a la cabeza.  Tengo que metérselo en el corazón”, pensó.  Los segundos para el viejo, ya fatigado, eran una eternidad:…  “Me estás matando, pez.  Peor tienes derecho, hermano, jamás en mi vida he visto cosa más grande, ni más hermosa, ni más tranquila ni más noble que tú.  Vamos, ven a matarme.  No me importa quién mate a quién”.  Para Santiago el pez significaba todo o nada.  Cuando el pez se acercó lo suficiente, Santiago cogió todo su dolor y lo que quedaba de su fuerza y del orgullo que había perdido hacía mucho tiempo y lo enfrentó a la agonía del pez.  El viejo soltó el sedal, puso su pie sobre él y levantó el arpón tan alto como pudo y lo lanzó hacia abajo con toda su fuerza al costado del pez, justamente detrás de la gran aleta pectoral.  Cuando sintió que el hierro penetraba en el pez, se inclinó sobre él y lo forzó a penetrar más para luego echarle encima todo su peso.  El pez cobró vida con la muerte en la entraña, se levantó del agua, mostrando su gran longitud y anchura así como todo su poder y belleza.  Su agonía fue rápida y el viejo pudo verlo de espalda, con su plateado vientre hacia arriba.  Todo había terminado.  Preparó los lazos y la cuerda y lo amarró al costa del bote,; lo toco reiteradas veces, pues se sentía orgulloso de su triunfo.  Calculó que el pez pesaría mil quinientas libras, y eso significaría buenas ganancias, a treinta centavos la libra.  El viejo inicio su retorno triunfal; pero jamás imaginó que una hora después lo acometería el primer tiburón.  El tiburón no era un accidente.  Había surgido de la profundidad cuando la nube oscura de la sangre del pez aguja se había formado y dispersado en el mar a una milla de profundidad.  Era un tiburón Mako muy grande.  A veces perdía el rastro; pero lo capturaba de nuevo y se precipitaba rápida y fieramente en su persecución.  El tiburón embistió al pez espada justamente sobre la cola, en el preciso instante que el viejo lo arponeaba en la cabeza.  El tiburón murió y se hundió rápidamente, pero llevándose con él una cuarenta libras de pez aguja y también el arpón.  Durante dos horas navegó más ligero, como consecuencia del gran trozo de pez que había perdido.  Se dispuso a reposar para estar fuerte, cuando vio al primero de los dos tiburones.  Eran dos galanos que habían captado el rastro y estaban excitados.  En uno de sus remos el viejo Santiago había ligado su cuchillo, con el cual se preparó para el ataque.  El viejo no estaba dispuesto a perder su trofeo que tanto trabajo le había costado, pero la bravura de los galanos así como su voracidad pudieron más que el avezado pescador, que aunque logró liquidarlos, no pudo evitar que se llevaran consigo un cuarto de pez.  No quería mirar al pez mutilado, pero la ligereza con que el bote se desplazaba le indicaba que su presa había perdido la belleza de su anatomía.  El siguiente tiburón que apareció venia solo y era otro hocico de pala.  

Cuando atacó, el viejo le clavó el cuchillo del remo en el cerebro; pero el tiburón brincó hacia atrás y la hoja del cuchillo se rompió.  Antes de la puesta del sol, aparecieron dos galanos más.  El rastro de sangre que dejaba el mutilado pez era demasiado evidente como para no ser captado por los voraces escualos.  Sólo pudo magullarlos con el remo que le quedaba, y le dejaron sólo medio pez cuando desaparecieron.  El viejo se armó de coraje y se dispuso a luchar hasta la muerte; pero en el fondo sabía que todo sería inútil.  “¿Qué puede hacer un hombre contra ellos en la oscuridad y sin arma?”.  A medianoche los tiburones vinieron en manada arremetiendo con tal bravura que no dejaron ya nada más que comer: “-Cómanse eso, galanos y sueñen con que han matado a un hombre-.  Ahora sabía que estaba firmemente derrotado y sin remedio y volvió a popa y halló que el cabo roto de la caña encajaba bastante bien en la cabeza del timón para poder gobernar.  Se ajustó el saco a los hombros y puso el bote sobre su derrota.  Navegó ahora livianamente y no tenía pensamientos ni sentimientos de ninguna clase. Ahora estaba más allá de todo y gobernó el bote para llegar a puerto lo mejor y más inteligentemente posible.  De noche los tiburones atacan las carroñas como pudiera uno recoger migajas de una mesa.  El viejo no les hacía caso.  No hacía caso de nada, salvo del gobierno del bote.  Sólo notaba lo bien y ligeramente que navegaba el bote ahora que no llevaba un gran peso amarrado al costado” (Edic. cit; Ibídem, pág. 687).  Cuando llegó al puerto vio sólo la gran cola del pez levantada detrás de la popa del bote.  Vio la blanca línea desnuda del espinazo y la oscura masa de la cabeza con el saliente pico y toda la desnudez en los extremos.  Al día siguiente muchos pescadores estaban en torno al bote mirando los restos del gigantesco pez.  Manolín fue a la cabaña del viejo y lo consoló.  Le prometió que volverían a la mar junta.  El viejo se durmió y el muchacho se quedó contemplándolo largo rato.  En esta obra están encarados dos personajes que se respetan y se aman, no obstante los intereses opuestos de cada uno. El pez y el pescador.  En esta obra, como en la mayoría de las de Hemingway, la naturaleza en función de vida y sus derivaciones de bueno o malo, está siempre presente.  Es innegable que el “Premio Pulitzer” le fue acordado por el símbolo del relato.  Si cada hombre en la vida diaria, en la posición en que se encuentre en la situación en la que desarrolle sus actividades, tuviera el alma del viejo pescador, su fortaleza espiritual y su voluntad de vencer, el mundo sería distinto, los grupos y el hombre, tendrían un destino distinto.  El viejo, decidido a morir pero no a ser vencido, es un arquetipo para los jóvenes.  Su lucha solo, enfrenando las fuerzas naturales, su perseverancia conmovedora, su fortaleza a pesar de los daños y su triunfo final, constituye un himno al destino del hombre que parece en ciertos aspectos haber dado la espalda a la naturaleza.  Santiago, el viejo pescador, el que al luchar denodadamente contra el mar y los tiburones que intentan arrebatarle su presa, nos da la clave de la ética hemingwayana, en una sola frase.  “Un hombre puede ser destruido, pero nunca vencido”.  Hemingway olvidó la lección: el 2 de Julio de 1961, se suicidó disparándose con una escopeta de doble cañón en la cabeza.



LA ILIADA

Es un hecho indudable que a mediados del siglo X antes de Cristo existían en Grecia, se cantaban públicamente, y se oían con admiración dos grandes epopeyas: una sobre la guerra de Troya, con el título de “Ilíada”, y otra con el de “Odisea”, sobre la vuelta de Ulises a su patria, y que estas dos obras han sido atribuidas a un poeta llamado Homero, cuyo nombre verdadero sería Melisígenes.  Entre los griegos el nombre solía expresar alguna cualidad sobresaliente en la persona, de ahí que algunos críticos han descompuesto el nombre de Homero en la siguiente forma: O – me -erón (el que no ve; el ciego); esto aludiendo a su ceguera, de la que él hace referencia den la “Odisea”.  Lo que resulta obvio es que no lo fue de nacimiento, porque es físicamente imposible que, siéndolo, hubiese tenido ideas tan claras de los objetos visibles, y los hubiese pintado con tan vivos y verdaderos colores.  Se observa en Homero un hombre salió, fino y culto, un hombre tan versado en las cortes de los reyes y tan instruido en las historias y genealogías de las familias ilustres que resultaría absurdo sostener, como lo hacen algunos, que fue un mendigo que se ganaba la vida cantando coplas de ciego.  Pudo acaso quedar pobre en la vejez; pero es imposible que un pordiosero hubiese adquirido tanta ciencia, ni hecho los muchos largos y costosos viaje que indudablemente hizo.  Porque sin haberlos hecho es imposible también que hubiese hablado con tanta exactitud geográfica de las provincias y los pueblos de la Grecia continental, de las islas de Archipiélago, de los reinos del Asia Menor y hasta de la Tracia y el Egipto.  Desde el siglo V antes del nacimiento de Jesucristo hasta el V de la era cristiana encontramos citados sucesivamente por Herodoto, Tucídides, Jenofonte, Platón, Aristóteles, Demetrio, Falereo, Dionisio de Halicarrnaso, San Clemente Alejandrino, Luciano, Longino, Hermógenes, Ateneo, Estrabón, Pausanias, Dión Crisóstomo y otros escritores griegos innumerables pasajes de Homero, tales como ahora se hallan en los manuscritos que se guardan en las bibliotecas y por los cuales se han hecho las impresiones:  Veamos esta alusión a la obra Homérica… “Debiendo Porcia regresar desde allí a Roma, quería ejecutarlo sin noticia de Bruto, por la gran pena que le causaba; pero un cuadro le hizo traición y la descubrió a pesar de ser mujer de mucho espíritu, porque contenía un suceso griego que era la despedida de Héctor, llevándose consigo Andrómaca el hijo, y quedándose con los ojos fijos en aquél” (“Vidas Paralelas” –Dión y Bruto; Plutarco, Editorial Aguilar. Pág. 1044)  “La Ilíada”, cuyo tema central es la cólera de Aquiles y sus consecuencias funestas, ofrece un episodio que abarca los últimos 51 días del décimo año de la guerra de Troya (Griegos y troyanos hacia el siglo XIII o XII a.C.)  La obra cuenta con 15, 693 versos hexámetros divididos en 24 cantos.  Antes de entrar a describir el resumen de “La Iliada”, considero necesario hacer una sucinta historia mitológica sobre Helena, la mujer por la cual se desencadenó la cruenta lucha entre teucros y aqueos.  Helena era hija de Leda y Tindáreo, rey de Esparta; hermana por lo tanto de Clitemnestra y de los dioscuros (Cástor y Pólux, hijos de Zeus).  

Cuando Tindáreo decidió casar a Helena, acudieron príncipes de toda Grecia, entre ellos Menelao, Odiseo, Filoctetes, Ayax, Teucro, Patroclo, Menesteo e Idomeneo.  Ante esta afluencia de pretendientes, Tindáreo no supo qué hacer, temiendo que su decisión le acarreara peligrosas enemistades, entonces, a cambio de contar con su ayuda para conseguir a Penélope, Odiseo le dio un consejo que el rey se apresuró a aceptar:  la propia Helena elegiría a su marido, pero todos los pretendientes tendrían que hacer antes un juramento de mutua fidelidad sobre los restos de un caballo descuartizado, comprometiéndose a acudir en ayuda del triunfador si alguien raptaba a su esposa.  He aquí la razón por la cual los pretendientes no elegidos participaron en la guerra de Troya.  Helena se decidió por Menelao, que ocupó de este modo el trono de Esparta; de la unión de ambos nació una hija, Hermíone, y, según algunos mitógrafos también varios hijos: Etiolao, Monafio, Nicóstrato, Plístenes y Tronio.  A raíz del famoso juicio de Paris (cf. “Diccionario de la mitología clásica”; Alianza Editorial, págs.. 492 – 493 – 494), el príncipe troyano, ayudado por Afrodita, se dirigió a la corte de Menelao con el propósito de enamorar y raptar a Helena, que era considerada como la mujer más hermosa del mundo, las distintas versiones de este episodio difieren en lo que respecta al consentimiento de la raptada y a la forma en que tuvieron lugar los hechos;, pero el caos es que, cuando Menelao, ausente o no del país, quiso darse cuenta, las naves de París se habían alejado con su esposa y con la mayor parte de sus tesoros.  Paris llegó a Troya donde fue muy bien acogido, y Helena vivió a su lado como legítima esposa, de modo que cuando años después Troya cayó en manos de los sitiadores, Menelao pudo llevársela de nuevo a Esparta.  Esto es la leyenda que conoce Homero.

CANTO I:
Tras una invocación a la Musa, Homero se propone cantar la cólera de Aquiles (nombre que le dio su educador, el centauro Quirón, pues, antes era conocido por el de Ligirón).  Agamenón, el hijo de Atreo y Aérope, ha despojado a Aquiles de su esclava Briseida, a quien el hijo de Peleo llevó consigo después de saquear la ciudad de Limeso, y de haber dado muerte a su esposo, a su padre y a tres hermanos; Taltibio y Euríbates, heraldos de Agamenón, fueron los encargados de llevar a Briseida de la tienda de Aquiles a la de Agamenón.  Agamenón ha actuado así para resarcirse de haber tenido que devolver la libertad a Criseida, hija de Crises, sacerdote del dios Apolo en la ciudad de Crisa.  Aquiles quiere lavar la ofensa y para ello decide traspasar al ofensor con su espada, pero apaciguado por Atenea, decide vengar el ultraje absteniéndose de combatir a los troyanos:… “Pero yo te anuncio, / y con el juramento más solemne / voy a jurarlo.  Si: por este cetro / que jamás echará ni hoja ni ramas, / ni reverdecerá, desde que el tronco / abandonó una vez allá en el monte, / porque de la corteza y de las hojas / en derredor le despojó el acero, / y los príncipes ya de los aquivos / que justicia administran, y por Zeus / custodios son de las antiguas leyes, / en la mano se llevan, yo lo juro. / y terrible será mi juramento.  /   Llegará día en que los hijos todos / de los aqueos en dolientes voces.  /  Por Aquiles suspiren, sin que pueda / ya su espada salvarlos, aunque mucho / su triste suerte llores, cuando muertos / a manos de Héctor homicida caigan / uno en pos de otro.  Pesaroso entonces / tú de no haber honrado al más valiente / de los aquivos todos, en el pecho / el alma sentirás despedazase “.  (“La Ilíada”.  Editorial Sopena, segunda edición, Junio de 1944, pág. 22).  La diosa Tetis, que reina en la desembocadura de los ríos, intercede ante Zeus por su hijo, obteniendo de éste la promesa de favorecer a los combatientes troyanos hasta que la ofensa sea reparada.  Hera, indignada, recrimina a su esposo injuriosamente llegando a llamarlo doloso, por la preferencia que el padre de los inmortales muestra a Tetis, la de argentados pies.  Hefesto, el ilustre artífice, hace ver a sus padres lo funesto y peligroso que puede ser una disputa así por los mortales. Para consolar a su madre Hera, la de los níveos brazos, Hefesto sirve el dulce néctar en el celeste alcázar y en un festín prolongado apaciguan los dioses su enojo.  La celebración duró hasta la puesta del sol; mientras las musas cantaban Apolo tañía una hermosa cítara.

CANTO II      
Toda la noche pasóse Zeus meditando la forma de vengar a Aquiles.  Al fin creyó que lo mejor sería enviar un pernicioso suelo al atrida Agamenón para persuadirlo de sacar sus ejércitos del campamento y tomar Troya por asalto.  Agamenón informa a sus hombres que un sueño, mensajero de Zeus, se ha presentado ante él.  Deseando conocer la voluntad de sus huestes, propone levantar el sitio y volver a la patria, tanto tiempo abandonada.  Todos los oyentes manifiestan su entusiasmo ante la proposición del caudillo griego.  Cuando ya todo está provisto, la diosa Atenea, por indicaciones de Hera, desciende presurosa de las cumbres del Olimpo y persuade a Ulises diciéndole que cómo es posible que los griegos huyan de esa manera dejando como trofeo a Príamo y a los troyanos a la argiva Helena.  Tersites, cojo, jorobado, de pecho hundido y ralo de cabello, trata de amotinar a los griegos contra sus generales.  Ulises lo hace desistir de un bastonazo, reprendiéndolo con ásperos razones.  El más feo de cuantos griegos acudieron a la guerra de Troya, es herido en la espalda gibosa por el héroe Griego:… “Tersites, importuno vocinglero! / Por más que seas orador fecundo, / sella el labio, y no quieras con los reyes / tú solo contender, siendo de todos / cuantos mortales a Ilión vinimos / con los hijos de Atreo el más cobarde.  /  No vuelvas nunca a pronunciar osado / el nombre de los reyes, ni baldones U/ les digas, ni hables más de retirada; / pues aún no conocemos claramente / cómo las cosas dispondrán los hados, / ni si los fuertes hijos de Grecia / en triunfo volverán a sus hogares / o en vergonzosa fuga.  Si, maligno; / esta penosa incertidumbre es causa U/ de que al atrida Agamenón te atrevas, / siendo de todos adalid supremo, / a echar en cara que riqueza mucha / le han dado generosos los aquivos, / mientras que tú con injuriosas voces / en púbicas arenas le zahieres. /  Pero te anuncio, y lo verás cumplido, / que, si otra vez te encuentro como ahora / a tan loca osadía abandonado, / ni su cabeza más sobre los hombros / conserve Ulises, ni llamado sea / de Telémaco padre, si la fuerte / diestra no pongo en ti, y de los vestidos /  no te despojo todos y a las naves / no te obligo a volver trise llorando, / después de haberte en afrentosos golpes / ennegrecido el cuerpo…”  (Edic. Cit; Ibíd. Pág. 35).  Ayudado por Néstor, logra avivar el ánimo a los guerreros, a quienes con agudos gritos que hacían retumbar horriblemente las naves aplaudieron el discurso del divino hijo de Laertes y Anticlea.  Soldados y caudillos se apresan a la lucha; entre estos últimos destacan Penéleo, Ascálafo, Epístrofo, Idomeneo, Nireo y Anfímaco.  Homero nos da una larga enumeración de las naves, caudillos, soldados y corceles que participarán en la guerra.

CANTO III:
Puestos en orden de batalla con sus respectivos jefes, los troyanos avanzan chillando y gritando como aves.  París, al ver a Menelao, rehúye entablar combate con él, retrocediendo hasta donde se hallaban agrupados sus amigos.  Advirtiólo Héctor quien lo llama miserable, mujeriego y seductor.  Le increpa el hecho de que los griegos se rían de haberlo considerado un bravo campeón por su gallarda figura, cuando no hay en su pecho ni fuerza ni calor.  Es entonces cuando los teucros y aqueos acuerdan decidir la suerte de la guerra por un combate singular entre parís y Menelao, a quien el hermoso troyano privara de la hermosa Helena.  Príamo y los suyos interrogan a Helena, quien se halla en las murallas de la ciudad espectando la lucha, sobre el nombre de los caudillos griegos que cubren con sus huestes la llanura.  Menelao arremete contra París, cogiéndolo por el casco adornado con espesas crines de caballo, que retuerce.  Cuando París está por sucumbir, Afrodita, cubriéndolo con una nube, se lo arrebata a Menelao…. “Y arrojándose fiero al enemigo, / le asió el morrión, y hacia los suyos / volviendo el rostro, a las aquivas naves / le llevaba arrastrando, y la correa, / de pespuntes ornada, que el almete / por bajo de la barba sostenía, / de tal manera el delicado cuello / estrechaba de París que anhelante / respirar no podía.   Menelao / arrastrándole hubiera, y glorioso / triunfo alcanzara, si la tierna Afrodita, / tan pronto no lo viera, y del Olimpo / a la tierra bajando presurosa, / no le hubiese cortado la correa, / que de piel de novillo vigoroso / fuera labrada.  En la robusta mano / quedando, pues, el morrión vacío, / el héroe por encima su cabeza / en el aire agitándole, a la escuadra / le arrojó de los dánaos, y del suelo / le alzaron sus donceles.  El Atrida / segunda vez acometió furioso / a París, esperando con su lanza / matarle;  pero Afrodita, fácilmente, / tanto puede una diosa!, por los aires / le arrebató; y cercándole de mucha / oscura niebla, al tálamo oloroso / donde gratos aromas humeaban / le llevó…”  (Edic. Cit; Ibíd. Pág. 52).

CANTO IV:
Sentados en el áureo pavimento junto a Zeus, los dioses celebran consejo sobre la suerte de Troya, mientras Hera, la de ojos de novilla, los escancia en dulce néctar en copas de oro.  Mientras que Atenea y Hera sacan cara por Menelao, Afrodita hace los mismos por el hermoso París.  Ante la constante exigencia de su esposa, quien pretende la ruina de la soberbia Troya, Zeus, altamente indignado, decide no proteger a ninguno de los dos bandos y envía a Atenea para que los antagonistas ejércitos rompan el pacto y se renueve así la horrenda lucha.  Un troyano dispara una flecha que rasguña la piel de Menelao tiñéndole las piernas de sangre.  Agamenón toma de la mano a su hermano herido y le dice:… “-¡Caro a mi corazón!  Cuando convine / en que con los troyanos por los griegos / tú sólo peleases y el tratado / juré, tu muerte sin querer juraba; / pues la pública fe violando impíos, / te hirieron los troyanos.  Pero vana / la sangre no será de los corderos / ni las puras y santas libaciones, / ni la jura da fe, ni las promesas / en que debimos confiar.  Si ahora / el dueño del Olimpo su perjurio / no castiga severo, ya más tarde / en grave pena expiarán su crimen / con sus cabezas, y las de sus hijos / y sus esposas. Sí; lo sé, y el alma / y el corazón, lo anuncia: vendrá día / en que, asolada la soberbia Troya, / perezca su rey Príamo…”  (Edic. cit; Ibíd., pág. 58)  Agamenón, colérico ante la traición de los troyanos que sin aviso han roto el pacto, alienta a sus hombres a la lucha a los que veía remisos en marchar al combate, los increpaba con iracunda voz.  La lucha se hace general, horrible y estruendosa.  La muerte hace presa de teucros y troyanos.  Los troyanos pierden a Equepolo, Simoisio, Democonte y Piroó; los griegos a Elefonor, Leuco y Diores.

CANTO V:
Atenea infunde al caudillo Diomedes valor y audacia, logrando éste destacar entre las filas griegas.  La lucha se hace más cruenta; Agamenón clava una pica en la espalda del corpulento Odio, cayendo el guerrero Teucro estrepitosamente ; Menelao da muerte a Escamandrio y Meriones dejó sin vida a Fereclo, el hijo del artífice Harmónida, quien construyera las naves a Paris, las cuales fueron la causa primera de todas las desgracias para los teucros.  Héctor, ayudado por Ares, causa estragos en las filas enemigas.  Hera se queja ante Zeus por la actitud de Ares quien ha hecho perecer temeraria e injustamente a muchos varones aqueos.  Luego, acompañada de Atenea, la diosa de ojos de lechuza, desciende a Troya en busca de Diomedes.  Alentado por Atenea, que sube a su carro para guiar los caballos, este ataca a Ares, dios de la guerra,  y lo hiere con su broncínea lanza:… “Cuando el dios enemigo de los hombres / vio venir hacía él a Diomedes, / de Perifante abandono el cadáver / en el mismo lugar en que la vida / le quitara, y al hijo de Tideo / fue derecho a buscar.  Cuando ya cerca /uno de otro llegaron en su marcha. / Marte el primero su lanzón enorme / dirigió por encima de la cabeza / de los bridones, deseando mucho / al aquivo matar; mas con su mano, / cuidosa Atenea del astil asiendo, / del carro le alejó, para que inútil / el golpe fuera de la pica.  El bravo / Diómedes el segundo con la suya / al Dios acometió, pero Atenea, / el astil empuñando poderoso, / y al fijar dirigiéndole, hacia donde / con ancho correón ceñido estaba / el fiero Marte, y empujando firme, / le clavó allí la pica, y el hermoso / cutis le desgarró.  Sacó la diosa / el asta de la herida, y furibundo / Marte bramó, cual si el clamor alzasen / horrísono a la vez nueve mil hombres, / o diez mil, que empezaban la pelea, / y atónitos, aqueos y troyanos / cayeron en temor: tanto bramaba, / viéndose herido de la guerra el Numen…”  (Edic. Cit; Ibídem, pág. 78)

CANTO VI:
La ausencia del dios Ares favorece a los griegos, que cobran gran ventaja sobre los troyanos.  Quedaron solos en la batalla horrenda ambos bandos, que se arrojaban broncíneas lanzas.  La pelea se extiende por toda la llanura, entre las corrientes del Simois y del Janto.  Menelao coge vivo a Adrasto, quien pide clemencia al atrída, éste le perdona la vida, pero cuando su hermano Agamenón le recrimina su actitud recordándole el daño que los troyanos hicieron en su casa, Menelao le clava su lanza causándole la muerte.  Mientras tanto Héctor, el de tremolante casco, reprocha a París su conducta… “-¡En mal hora nacido!  Indecoroso / y fuera de sazón es que en el pecho / esa cólera guardes rencorosa. / Las escuadras perecen en combatiendo / en torno a la ciudad y las murallas, / y por tu causa el hórrido tumulto / de la pelea en derredor de Troya / se encendió.  Si tú vieras un guerrero / que tomar parte en la terrible liza / rehusaba, tú mismo su flaqueza / culparías.  Sal, pues; mira no acaso / esta gran capital en breves horas / el pasto sea de voraces llamas…” (Edic. Cit, Ibíd., pág. 86).  Héctor regresa al combate después de despedirse de su esposa Andrómaca, que tiene en brazos a su pequeño hijo Astiánax.  Las súplicas de Andrómaca para que Héctor no se mueva de Troya, despiertan en él el presentimiento de la fatal ruina de la ciudad; pero por mucho que esto sienta, no le afecta tanto como la idea de que alguno de los príncipes aqueos deje con vida, en medio de la general matanza, a Andrómaca, para hacer de ella su esclava, y que llegue día en que tenga que servir a una extranjera desdeñosa que la emplee en tejer sus telas y en ir por agua a la fuente, mientras los que la vean pasar digan alegres: “esa es la viuda de Héctor·”, del único que podría sacarla de la esclavitud, si viviese.  Andrómaca, llorosa y asiéndole la mano, ruega a Héctor que no exponga su vida, a lo que responde el héroe que su puesto es la primera fila entre los teucros y que la esposa debe volver a casa a aplicarse a  sus tareas mientras por Troya luchan los varones y él en primer lugar…. “¡Infeliz! Tu valor ha de perderte. / Ni tienes compasión del tierno infante, / ni de esta desgraciada, que muy pronto / en viudez quedará: porque los griegos cargando todos sobre ti, la vida / fieros te quitarán.  Más me valiera / descender a la tumba, que privada / de ti quedar, que, si a morir llegases, / ya no habrá para mí ningún consuelo, / sino llanto y dolor.  Ya no me quedan / tierno padre ni madre cariñosa. / Mató al primero el furibundo Aquiles, / mas no le despojó de la armadura / aun saqueando a Teba: que a los dioses / temía hacerse odioso…”  Edic. Cit; Ibíd., pág.87)

CANTO VII:
La presencia de Héctor en el campo de batalla, levanta la moral de los troyanos.  París da muerte a Menestio y Héctor con la puntiaguda lanza hiere a Eyoneo dejándole sin vigor los miembros.  Cuando Atenea vio que morían muchos aqueos desciende de las cumbres del Olimpo y acuerda con Apolo que se suspenda la lucha par que Héctor proponga a los dánaos poner fin a la guerra y que se lleve a cabo un combate singular entre él y un caudillo griego.  Ante la solicitud del héroe teucro, las huestes griegas enmudecen, pues, por vergüenza no rehusaban el desafío y por miedo no se decidían a aceptarlo.  Es Menelao quien acepta el reto, aun sabiendo que las posibilidades de vencer a Héctor, cuya fuerza es muy superior, son escasas.  Agamenón pide a Menelao que domine sus ímpetus logrando hacerlo desistir de lo que el líder griego considera una locura.  Néstor propone entonces echar la suerte entre los nueve valerosos argivos que aceptan el reto.  Agamenón, Diómedes, Ayax Dileo, Idomeneo, Eurípilo, Ayax Telamonio, Ulises, Meriones y Toante son los voluntarios.  La suerte determina que sea Ayax Telamonio quien enfrente al líder de los teucros.  Revestido de sus fulgentes armas y lleno de orgullo, el gigantesco argivo marcha animoso contra el divino Héctor. Este sintió palpitar su corazón, pero ya no podía manifestar temor ni retirar a su ejército, porque de él  había partido la provocación.  Increpa al gigantesco adalid de que presuma intimidarlo y le arroja su enorme lanza… “Héctor le respondió: -¡Oh esclarecido / Ayax de Telamón, de los aqueos / poderoso adalid! No tú presumas / como a débil rapaz intimidarse, / o cual si mujer fiera y no supiese / lo que son de la guerra las fatigas. /  Sé lo que son combates y derrotas, / sé ligero mover a todas partes / el escudo de pieles fabricado, / e infatigable soy en la pelea. / Se combatir a pie y en cadencioso / movimiento cargar al enemigo; / sé desde el carro pelear valiente. / Mas ni aun así, a traición y aprovechando / algún descuido tuyo, herirte quiero: / sino, pues de valor haces alarde, / cara a cara y leal, si lo consigo- / Dijo, y con ambas manos rodeando / su gruesa lanza, la arrojó, y del griego / logró romper el poderoso escudo / por la plancha de bronce, que el octavo / doblez formaba, y la indomable punta / la atravesó cortando los dobleces / hasta llegar al sétimo, que firme / resistió, y en la piel clavada…” (Edic. Cit, Ibíd., pág. 97)  La noche obliga a cesar el combate.  Se pacta una tregua para incinerar los cadáveres, tomando tiempo los griegos para levantar una muralla en torno a sus cóncavas naves.  Toda la noche los melenudos aqueos disfrutaban del banquete, y lo mismo hicieron en la ciudad los troyanos.

CANTO VIII:
Zeus prohíbe a los dioses, sean estos varones o hembra a que intervengan a favor o en contra de alguno de los bandos que están en guerra y, amenaza con desterrar al tenebroso tártaro a aquél o aquélla que transgreda su mandato.  Esta disposición debilita a los argivos, por lo que Atenea sugiere que por lo menos se den consejos saludables a éstos.  Hera trata vanamente que Poseidón, dios de los mares, socorra a los argivos.  Poseidón teme a su hermano Zeus porque considera que aquél aventaja en poder a cualquier Dios.  Los griegos, comandados por Diomedes, Menelao y Agamenón, acometen contra los troyanos.  Teucro, uno de los valerosos guerreros que se introdujo en el caballo de madera que entró a Troya, dispara con maestría su arco, provocando considerables bajas entre las huestes teucras; Orsíloco, Ormeno, Ofelestes, Détor y Licofontes, con algunas de las víctimas de la mortal saeta del valeroso griego. Atenea cambia su bello peplo bordado por la túnica de Zeus, que amontona las nubes, y empuñando su lanza desciende al campo de batalla destruyendo filas enteras de héroes teucros; pero iris, llevando un mensaje de Zeus, le impide continuar en la batalla:…” “-¿Por qué, Hera y atenea, taciturnas / y afligidas estáis?  Pues largo tiempo / combatido no habéis en la batalla, / destrozando de Troya a las falanges / que tanto aborrecéis.  Los dioses todos, / cuantos son del Olimpo habitadores, / no en fuga me pusieran, si conmigo / entraran en combate: tal la fuerza / es de mi brazo invicto y la pujanza. /  Así de vuestros miembros delicados / se apoderó el temblor, antes que vieseis mis hazañas.  /  Mas os digo, y lo hubiera ejecutado / heridas ambas por el rayo ardiente / que mi diestra despide, al vasto Olimpo, / de los dioses morada, en la carroza / no hubierais vuelto más-.  En voz terrible / Zeus así habló…” (Edic. Cit; Ibíd.; pág. 109).  Héctor se lamenta de no haber podido acabar con los griegos y con sus naves, atribuye a la noche, que ya ha caído, toda la culpabilidad.  Los troyanos acampan en la ribera del voraginoso Janto, listos a impedir que los griegos huyan por el mar.  Mil fuegos arden en la llanura, y en cada uno se agrupaban cincuenta hombres.  Los caballos, cerca de los carros, comen avena y cebada, esperando la llegada de la aurora.

CANTO IX:
Agamenón, sumido en una gran tristeza, reúne nuevamente a los jefes en consejo.  Culpando a Zeus de haberlo engañado, asegurándole que no se iría sin haber destruido Ilión.  Agamenón propone huir en las naves y abandonar la lucha.  El silencio fúnebre que sus palabras provocan, es roto por Diomedes y Néstor, quienes se oponen a tal medida.  El primero manifiesta que los que quieren irse pueden hacerlo, pero que él y Esténelo, seguirán peleando; este último sólo lucha en carro por haberse herido en un pie antes de la expedición.  Agamenón se arrepiente y decide enviar una embajada para persuadir a Aquiles a que abandone su resentimiento y participe en la guerra que les resulta adversa.  Néstor se encarga de elegir a los heraldos: Ayax, Ulises, Odio, Euríbates y Fénix, quien será el jefe de la expedición.  Los legados marchan por la orilla del mar, invocando ruegos a Poseidón par que les sea favorable la expedición.  Con ellos llevan valiosos presentes par el valeroso argivo: siete trípodes, diez talentos de oro, veinte calderas, doce corceles y a Briseida, la esclava que Agamenón había quitado a Aquiles.  Agamenón manifiesta que jurará solemnemente que jamás se unió en el lecho con ella.  Aquiles, acompañado de su querido amigo Patroclo, agasaja a los recién llegados a quienes dice que muy importante debe ser lo que tiene que decirle, para haberse atrevido a llegar hasta él con lo irritado que está.  Vana es la petición que Ulises le hace, pues, el odio de Aquiles hacia Agamenón es tan grande, que el hijo de Pelo se niega rotundamente.  El anciano Fénix e insiste, pero también es rechazado acerbamente:…  “-¡Respetable Fénix, / segundo padre mío, / esos hombres /  yo no ambiciono: envanecerme puedo / de que seré vengado por la mano / de Zeus, y en las naves de la Grecia / respetado también mientras me dure / el aliento vital dentro del pecho / y el suelo pise con ligera planta. /  Y ahora yo te digo, y no se borre / de tu memoria, que lloroso y triste / no enternecer mi corazón procures / a favor del Atrida; no conviene / que, por amarle tú, yo te aborrezca / cuando me crees tan caro, y deberías /u tú con odio mirar al que me ofende. / De este modo serás un igual mío / en el honor y mando.  Mi respuesta / Ayax y Ulises llevarán; tú pasa / aquí la noche en regalado lecho, / y así que empiece a clarear el día / consultaremos si volver a Grecia a/ debemos, o quedar en esta playa” (Edic. cit, Ibíd., pág. 122).  Cuando los enviados llegaron a la tienda de Agamenón, le contaron lo sucedido.  Diómedes reprocha a éste diciéndole que no debió rogar al eximio Aquiles, pues, si éste ya era altivo, ahora debía encontrarse nadando en su soberbia.

CANTO X:
Los príncipes aqueos durmieron toda la noche vencidos por el sueño, mas no así el Atrida Agamenón ni el osado Menelao. Ambos acuerdan enviar a un espía al campo troyano para conocer la situación y los propósitos de éstos.  Diómedes se ofrece para tan delicada misión y sugiere que Ulises lo acompañe para que así su confianza y su osadía fueran mayores.  Una vez revestidos de sus armas parten invocando a Atenea para que los guíe en la oscuridad de la noche, por aquellos campos donde tanta carnicería se había hecho, pisando cadáveres y armas cubiertas de sangre.  Por el lado troyano, Héctor ofrecía un carro y dos corceles, al que tuviera la osadía de ir al campo argivo a espiar. Dolón, hijo de divino heraldo Eumedes, se ofrece prometiendo no defraudar.  Dolón, de feo aspecto y pies ágiles, es sorprendido en pleno campo de batalla por Diómedes y Aquiles, quienes al verlo aproximarse, tendiéronse entre los muertos para capturarlo.  No les resulta difícil hacerlo confesar, pues, era un tipo pusilánime:… “Respondióle Dolón, y las rodillas / le temblaban.  –Es Héctor quien muchas / súplicas y promesas me ha sacado / fuera de mi razón.  Me has prometido / darme los hermosísimos bridones / del hijo valeroso de Peleo, / y su carro en labores variadas / de lucientes metales guarnecido, / Y me encargó que entre la oscura sombra / de la noche, que rápida se aleja, / al campo de los griegos me acercara / y viera si custodian los bajeles / como lo han de  costumbre, o si, vencidos / en la pelea, de ponerse en fuga / tratando estaban, ni velar querían / ya esta noche, rendidos al cansancio-“ (Edic. cit; Ibíd. Pág. 133).  Diómedes considera que si dejan libre a Dolón éste volvería a emprender su frustrada misión, por lo cual de un tajo en medio del cuello lo decapita.  Los dos caudillos continúan su camino hasta llegar al campamento de Reso, rey de los tracios, a quien dan muerte mientras duerme y capturan sus hermosísimos bridones.  La tarea les resultó sencilla, pues, Dolón, antes de morir, había confesado la ubicación del campamento del hijo de Eyoneo.  Aconsejados por Atenea, los héroes regresan a su campamento sobre el carro capturado.  Ambos caudillos se lavan en el mar y después se bañan en pulimentadas pilas.

CANTO XI:
Héctor prepara a sus hombres y se posa en una llanura rodeado de Polidamante, Eneas, Pólibo, Agenor y Acamante.  Teucros y aqueos se acometen como lobos, bajo la mirada imparcial de Zeus. Como una muestra de la sangre que correrá en el campo de batalla, el Padre de los dioses lo rocía con una lluvia de sangre.  Agamenón enfrenta a Pisandro y al intrépido Hipóloco, hijos del aguerrido Antimaco (éste, ganado por el oro y los espléndidos regalos de París, se oponía a que Helena fuese devuelta al rubio Menelao).  Al verse vencidos, ambos suplican clemencia; pero el atrida clava su lanza en el pecho del primero, y cercena con su espada los brazos y la cabeza del segundo.  Héctor, blandiendo afiladas picas, recorre sus huestes, animándolos a luchas, Ifidamante, valiente y alto de cuerpo, enfrenta al hijo de Atreo,; cuando ambos se hallaron frente a frente, acometiéndose ferozmente, llevando la peor parte Ifidamante quien es herido en el cuello mortalmente.  Su  hermano Coón logra herir a Agamenón en el brazo, pero, mientras arrastraba el cadáver por entre la turba, es alcanzado por el atrida quien lo decapita.  Por otro lado Héctor ha logrado grandes bajas en las filas aqueas: Aseb, Autónoo, Opites, Dólope, Clítida, Ofeltio, Agelao, Esimno, Oro y el bravo Hipónoo caen uno tras otro ante la destreza y fuerza del valeroso hijo de Príamo. Diomedes le sale al frente y logra darle batalla, pero es herido por Paris que dispara su flecha refugiado tras el sepulcro de Ilo.  Ulises acude en su ayuda y le arranca la flecha del pie.  Ulises  queda solo, pues, los argivos huyen poseídos por el terror; pero demostrando su gran valor se defiende con bravura y logra dar muerte a Deyópites, Toón, Enomo y Quersidamente, hasta que Soco, antes de sucumbir, logra herirlo.   Menelao y Ayax Telamonio lo socorren.  Mientras tanto, Aquiles contempla impasible el proceso de los teucros, desde la popa de su ingente nave y ofrece tomar las armas sólo si llegaran los troyanos hasta las naves de los mirmidones, de quienes es rey.  Néstor le manda decir con Patroclo que, por lo menos perita combatir a los mirmidones con el propio Patroclo a la cabeza…. “Dile que, si el temor de que se cumpla / el vaticinio de su augusta madre / de Zeus en nombre loe anunció algún día / le impide pelear, a ti lo menos / envíe a los combates, y contigo / venga de los mirmidones la hueste, / por ver si aurora de salud consigues / ser para los aqueos, y su hermosa / armadura te dé.  Tal vez, creyendo / los troyanos al verla que ya Aquiles / en las lides se muestra, los combates / suspenderán, y los valientes hijos / de la Grecia, que están acobardados, / aliento cobrarán.  / (En las batallas / un breve instante de reposo es útil. / Y vosotros, que entráis en la pelea / sin estar fatigados, fácilmente / a unas tropas que están ya cansadas / de combatir rechazaréis a Troya, / lejos de los navíos y las tiendas…” (Edic. Cit; Ibíd., pág. 149).  Patroclo, el más íntimo amigo del valeroso Pelida, vuelve a las tiendas de Aquiles hondamente conmovido por el discurso de Néstor.

CANTO XII
Mientras vivió Héctor, estuvo Aquiles irritado y la ciudad del rey Príamo no fue expugnada; la gran muralla de los de los Aqueos se mantuvo firme; pero cuando murieron los más valientes teucros y argivos, la ciudad de Troya cayó en el décimo año de la guerra. Polidamente comunica a Héctor lo difícil que es atravesar el muro de los aqueos, pues, alrededor de él, hay un foso que está erizado de agudas estacas. Héctor en compañía de Polidamente, Cebriones, Paris, Alcátoo y Agenor entre otros, descienden de los carros anhelantes de romper el muro y pelear de cerca. Argivos y teucros se enfrentan, lanzando los primeros desde su muro bien construido, piedras enormes que dificultan más aún la labor de los troyanos. Aparece un águila que lleva entre sus garras un enorme dragón sangriento que deja caer entre los teucros. Polidamente interpreta el hecho como un augurio que los troyanos serán vencidos si continúan en su intento de asaltar el muro griego; exhorta a Héctor para que retire a sus huestes de combate. Héctor acusa al agorero de haber perdido el juicio y amenaza matarlo si con sus palabras logra que otros se abstengan de pelear. El audaz hijo de Príamo ordena asaltar la muralla de los aqueos:...” ¿Por qué temes el  combate/ y la batalla? Cuando cierto fuera/ que todos los demás en los navíos/ debiéramos morir de los aqueos, / no temas perecer; nunca tuviste/ valiente corazón que el enemigo/ esforzando resista y belicoso/ tú no has nacido. Pero  si este día/ te alejas del combate, o a los otros/ seduces con tu voz, y la pelea/ abandonar les haces, yo te juro/ que, con mi lanza atravesado el pecho/aquí tú pronto perderás la vida…” (Edic. cit; Ibíd., pág. 156). Sarpedón, el deiforme hijo de Zeus, incita a su primo Glauco para arremeter con bravura contra los muros argivos, cuyas férreas puertas, tratan vanamente los teucros de destruir. Menesteo, uno de los guerreros que penetraría en Troya en el famoso caballo de madera, envía a Tootes, para que, pida ayuda, pues, los troyanos ponen en peligro la torre que él está custodiando. Ayax Telamonio da muerte al magnánimo Epicles compañero de Sarpedón, arrojándole una piedra grande y áspera que había dentro del muro Teucro, desde lo alto de la muralla dispara una flecha a Glauco hiriéndolo en el brazo; Sarpedón es herido por Ayax y Teucro; pero aun así, incita a los troyanos a luchar con más denuedo. A pesar de haber roto el muro, los teucros no logran abrirse paso hasta las naves argivas. Por doquiera, las torres y parapetos estaban regados con sangre de teucros y aqueos. Héctor cogiendo una piedra enorme, logra arrojarla sobre una de las puertas rompiendo ambos quiciales, rajando los tablones y haciendo volar los cerrojos. Por la abertura, o salvando la muralla penetran tras Héctor los troyanos y los griegos huyen a sus naves en tumulto clamoroso.       

CANTO XIII
Después de haber ayudado a Héctor y a los teucros a llegar a las naves, Zeus dejó que sostuvieran el trabajo y la fatiga de la guerra. Posidón, que estaba al acecho en la cumbre más alta de la selvosa Samotracia, se indigna contra Zeus por la ayuda que brinda a los troyanos. Asemejándose a Calcante, el adivino oficial de los aqueos en su expedición a Troya, Posidón reanima el valor de los griegos, los que dirigidos por los dos Ayax, sostiene bravamente el combate. Idomeneo, uno de los pretendientes de Helena, por la que tuvo que ir a Troya, es incitado por Posidón a la lucha realizando portentos de bravura. Idomeneo mata a Otrioneo, quien había acudido de Cabeso a Ilión, cuando tuvo noticia de la guerra y pedido en matrimonio a Casandra, la más hermosa de las hijas de Príamo; Idomeneo truncó sus pretensiones. Asio trata de vengarlo, pero cae abatido por una púa que Idomeneo le hunde en la garganta. Otro que cae abatido por sus manos es Alcátoo, a quien Posidón ofuscóle los brillantes y paralizo sus hermosos miembros, por lo cual no pudo evitar la acometida de Idomeneo que los atraviesa con su lanza. Deífobo, uno de los hermanos de Héctor, avisa a Eneas de la muerte de su cuñado. Alrededor del cadáver  de Alcátoo, se enfrentan ambos colosos:…”-¡Ojalá, Idomeneo, que de Troya/ no vuelvas más, y de los perros sea/ vil ludibrio, el varón que en este día/  por temor abandone la batalla!/ Ve a tomar la armadura; y a este sitio/ vuelve ligero; y a la lid sangrienta/ volemos presurosos, y veamos/ si,  aun siendo sólo dos, a los aqueos útiles somos: que el valor unido/ aún de los flacos en la guerra es útil./ Y  nosotros sabemos animoso/ pelear con los fuertes campeones - …” (Edic. cit; Ibíd., pág. 164). El combate continúa y el estruendo de los antagonistas llegaba al éter y a la morada resplandeciente de Zeus.

CANTO XIV
El anciano Néstor propone a Agamenón retirarse, pues, la situación con la caída del muro que protegía las naves, es sumamente delicada. Agamenón, Ulises y Diómedes, aunque con el ánimo abatido, se oponen firmemente a esta idea.
Diómedes propone presentarse en el campo de batalla mostrando las heridas para animar a los demás. Hera solicita a Afrodita su cinturón, el cual encerraba las amorosas pláticas y el lenguaje seductor que hace perder el juicio  a los hombres y con él aletarga a Zeus para que no le impida auxiliar a los griegos. También Posidón ayuda a los aqueos y Héctor se enfrenta a Ayax quien lo hiere arrojándole una gran piedra:…” Y fue Héctor, el primero que su lanza/ contra Ayax arrojó, que en dechura/ hacia él se encaminaba. Y aunque errado/ no fue el tiro, tampoco herirle puso;/ porque en el pecho la acerada ounta/ vino a dar, en la parte que ocultaban/ el grueso correón del grande escudo/ y el ancho tahalí de que pendía/ el estoque con clavos guarnecidos/ de plata fina, y ambos impidieron/ que hasta la tierna carne penetrara./ Héctor  airóse cuando vio que en vano/ lanzara ardido la robusta pica;/ y sin volver la espalda lentamente/ iba retrocediendo hacia los suyos/ para evitar que lo matase el griego./ pero, cuando éste vio que a sus hileras/ Héctor  retrocedía, alzó del suelo/ un gran peñasco que a sus pies rodara/ de los muchos que el campo contenía/ para calzar con ellos los navíos./ Y con toda su fuerza rodeando/ la poderosa diestra, cual si fuese/ leve peonza la arrojó; y al héroe,/ por encima la gola del escudo,/ cerca de la garganta, hirió en el pecho…”( Edic. cit; Ibíd.; pág. 182). Los teucros lo sacan del campo y lo conducen junto al río Janto, mientras sufren grandes bajas. Ayax Oileo da muerte a muchos guerreros troyanos que huían aterrorizados, haciendo gala de su pequeña estatura y gran velocidad.

CANTO XV
 Zeus despierta y ve a los teucros perseguidos por los aqueos. Vio también a Héctor tendido en la llanura y rodeado de amigos, jadeante, privado de conocimiento, vomitando sangre. Zeus increpa a su esposa Hera, a quién culpa del estado de Héctor y de la fuga de las tropas y la amenaza con darle azotes:…”-¡engañosa Deidad, pérfida Juno, / artífice de males! Tus engaños/ a Héctor cesar en la batalla hicieron, / y a la fuga entregaron sus escuadras;/ y yo no sé si, con el duro azote/ castigada por mí, tú la primera,/ serás tal vez entre los Dioses todos/ que coja el fruto del ardid funesto…”(Edic. cit; Ibíd., pág. 187). Hera le responde sumisa e invoca el tálamo nupcial para que Zeus calme su enojo. El hijo de Cronos sonríose y le ordeno volver a la asamblea de los dioses, pues, no ayudará a los griegos hasta que Aquiles no vea satisfecho su voto, conforme él, Zeus, le prometiera a la diosa Tetis el día que ésta se abrazó a sus rodillas y le suplicó que honrase a Aquiles. Atenea impide que Ares tomas sus armas en ayuda de los teucros; le pide que calme su cólera provocada por la muerte de uno de sus hijos. Posidón, cumplida su misión se sumerge en los mares, mientras que Zeus envía a Apolo para que devuelva a sus fuerzas a Héctor. Toante, uno de los guerreros griegos que de introdujera en el caballo de madera, invita a los aqueos más valientes para hacer frente a Héctor, el domador de caballos. Idomeneo, Teucro, Ayax, Meriones y Toante, forman un grupo compacto de ofensiva contra los teucros. El ataque troyano es por demás devastador: Héctor mata a Estiquio y a Arcesilao; Eneas a Medonte y a Yaso; Polidamente hace lo propio con Macisteo. En tanto, los teucros despojaban de las armas a los muertos, los aqueos, arrojándose al foso y a la estacada, huían por todas partes. Solo el coraje de Ayax Telamonio evita el exterminio de los argivos, haciendo morder el polvo con su larga pica a cuanto troyano pretendía acercarse a incendiar las naves.

 CANTO XVI
Patroclo, que se encontraba en la tienda de Eurípilo curándole las heridas, comunica a éste que la guerra ha tomado un grave cariz y que  se siente obligado a conmover el ánimo de Aquiles para que luche al lado de los aqueos; derramando lágrimas, Patroclo informa a Aquiles lo grave de la situación. Pide al obstinado hijo de Peleo que le permita usar sus armas para que los troyanos lo confundan con él y cesen de pelear, mientras que los argivos se llenaran de ánimo. Ayax, a pesar de su coraje, ya no puede resistir la presión teucra que es más fuerte a cada momento gracias a la intervención de Zeus. Mientras Patroclo viste las armas de Aquiles, éste congrega a sus mirmidones y les ordena combatir a los troyanos junto a Patroclo. De una arca hermosa, el hijo de Peleo extrae una copa y ofrece libaciones a Zeus, implorándole que Patroclo conquiste la victoria y vuelva incólume con todas las armas. Acompañado de Automedonte, Patroclo avanza cubierto con las armas del temido Aquiles: lucía en las piernas elegantes grebas; coraza labrada protegiendo el pecho; colgada del hombro una espada de bronce, un fuerte escudo en el brazo; un hermoso casco cubría su cabeza y dos lanzas fuertes que blandía en sus manos. El pánico entre los troyanos no se deja esperar y los más valerosos huyen ante aquél, a quien  creen hijo de Peleo.
Los griegos cobran valor y alejan al enemigo de sus naves. Antíloco y Trasimedes, hijos del anciano Néstor, juegan en esta parte de la guerra un papel importante, pues, persiguen a los troyanos, llenando el campo de cadáveres. Patroclo avanza con gran ímpetu y bajo su carro van cayendo los cuerpos de Ifeo, Prónoo, Téstor, Anfótero, Tlepólemo, Demastórida y otros más; unos atravesados por su lanza, otros con la cabeza destrozada por una pedrada. Sarpedón enfrenta a Patroclo y éste lo mata, aunque perdiendo en el enfrentamiento a su caballo Pédaso, el corcel que Aquiles se llevó de la ciudad de Ectión cuando la tomó. Patroclo sigue su avance hasta los muros de Ilión en su carro, jalado por los dos corceles que le quedan. Janto y Balio. Apolo interviene y lo desarma, obligándolo a retroceder. Euforbo, diestro en el manejo de la pica, clava su lanza por la espalda descubierta de Patroclo, en cuyos ojos veíase ya la sombra de la muerte. Apolo, hijo de Zeus, había desatado la coraza que aquél llevaba, dejándolo así presa fácil de Euforbo. Cuando Héctor advierte que Patroclo esté herido y que trata de alejarse inadvertidamente, lo sigue por entre las filas y le atraviesa la parte interior del vientre con su lanza. La desventaja en que Patroclo se encontraba, no le permitió defender su vida. La jactancia de Héctor por su triunfo es apoteósica:…”Y por la espalda,/ entre los hombros,/ con aguda pica,/ un troyano le hirió, llamado Euforbo,/ al hijo de Pantoó, que a sus iguales;/ en manejar la pica con destreza,/ en dirigir de un carro los bridones/ y en los ligeros pies aventajaba;/ pues, la primera vez que con su carro/ para aprender el arte de la guerra/ se presentó en la lid, veinte guerreros/ derribó de los suyos. Este ahora/ fue el primero que contra ti su lanza/ vibró, ¡Noble Patroclo!, aunque matarte/ no consiguió. Y corriendo apresurado/ atrás se retiró, y en las hileras/ se ocultó de los suyos, de su cuerpo/ antes sacando la robusta lanza/ de duro fresno; ni osadía tuvo/ para esperar de frente a su enemigo, / aunque ya le veía desarmado./ abatido Patroclo  con el golpe/ que recibió de Dios, y con la herida/ que le  hiciera el troyano, hacia la escuadra/ empezó a retirarse de los griegos/ por evitar la muerte. Mas apenas/ Héctor vio que el magnánimo Patroclo/ atrás se retiraba, y que ya herido/ de aguda lanza fuera, atravesando las filas/ corrió a él, y en medio el vientre/ desde cerca clavándole su pica,/ y al otro lado con pujanza mucha/ haciéndola pasar, le hirió de muerte./ Cayó en el suelo, retemblo la tierra/ con espantable ruido, y los aqueos/ todos cayeron en dolor profundo” (Edic. cit; Ibíd., pág. 212). Antes de morir y ser despojado de sus armas por Héctor, Patroclo dice a éste que no olvide que tampoco él ha de vivir largo tiempo, pues, la muerte y la parca cruel se le acercan, y que sucumbirá a manos de Aquiles.

 CANTO XVII:
Menelao advierte lo acontecido el hijo Menecio, y corre a defender el cadáver. Euforbo pretende el cadáver para alcanzar inmensa gloria, pues, considera que es el quien realmente venció al aqueo; ambos guerreros pelean: ... “así dijo, y al griego una lanzada/ dio en el escudo plano; mas el bronce/ romper no pudo y se torció la punta/ en el duro broquel. Su larga pica/ vibro segundo el fuerte Menelao, / y cuando Euforbo, sin volver el rostro, / retrocedía, le clavo la punta/ ene l pecho a raíz de la garganta, / y empujó firme con la fuerte diestra; / y atravesando el delicado cuello, / sobre la nuca apareció la pica…” (Edil, Cit; Ibíd., pág. 216). Muerto Euforbo, Menelao debe huir, pues, Héctor y gran número de teucros se aproximan. Es así como el hijo de Príamo se apodera de las armas de Aquiles y, poniéndoselas, retorna al combate, acicateado por glauco quien le increpa haber abandonado el cadáver de Patroclo. Zeus expresa en soliloquio la pronta muerte de Héctor y augura que Andrómaca, su mujer, no recibirá las mismas armas de Aquiles; el vaticinio no puede ser más evidente: Héctor debe enfrentarse al Pelida y este, después de darle la muerte, le quitara la armadura que presto a Patroclo. Apolo increpa a eneas el hecho de que muchos teucros estén desertando cuando Zeus hace todo lo posible por favorecerlos. Eneas comunica a Héctor que Apolo le ha asegurado que seguirá apoyándolos, con el acicate, los teucros cargan contra los griegos arrasando fila tras fila de hombres, mientras Ayax y Menelao luchan cerca del cadáver de Patroclo protegiéndolo para que los troyanos no lo aprovechen como botín de guerra. Menelao envía a Antíloco para que dé la infausta noticia a Aquiles. Sobre los hombros de Meriones y Menelao, los restos de Patroclo son conducidos hacia las cóncavas naves, mientras Ayax Oileo y Ayax Telamonio cubren la retirada. Aprovechando esta situación, Héctor y eneas perseguían y mataban sin misericordia a muchos aqueos.

CANTO XVIII:
Antíloco encuentra a Aquiles junto a las naves y con lágrimas en los ojos de al Pelida la triste noticia. El héroe cogió ceniza con ambas manos, derramóla sobre su cabeza y le negra ceniza manchó la divina túnica; después se tendió en el polvo, ocupando un gran espacio, y con las manos se arrancaba los cabellos, los horrendos gemidos del héroe griego son oídos hasta en el fondo mar, donde se hallaba Tetis, su madre, quien acude presurosa a consolar a su hijo. Aquiles se lamenta por no haber podido socorrer a su querido amigo cuando éste más lo necesitaba. Aquiles irá a busca a Héctor para vengar la muerte de Patroclo y para ello, Tetis le traerá una bella armadura forjada por Hefesto. Mientras la diosa se encaminaba al Olimpo, los teucros luchaban afanosamente por apoderarse del cadáver de Patroclo; Héctor logra tomar por los pies el cadáver e intenta arrastrarlo, a la vez que exhorta a sus hombres con horrendos gritos. Por consejo de Iris, Aquiles se asoma a la orilla del foso provocando con su sola presencia el pánico entre los troyanos. Cuando se dejó oír la voz de bronce del héroe, hasta los caballos, de hermosas crines, volvíanse hacia atrás en los carros porque en su ánimo presentía desgracia. Los aqueos sacan a Patroclo fuera del alcance de los teucros y lo colocan en un lecho cercado por muchos argivos que derraman ardientes lágrimas. Hera obliga al sol a ocultarse, y una vez puesto éste, los aqueos suspenden el combate. Los teucros por su parte celebran una asamblea, en la que el adivino Polidamante, el único que conocía lo futuro y lo pasado, aconseja no salir más de los muros puesto que Aquiles ha vuelto a la lucha. Era amigo de Héctor y ambos habían nacido en la misma noche. Héctor le manifiesta que no le place lo que le propone y, con ceñudo rostro, le replica que no deben volver a guarecerse dentro de las murallas de Troya, pues, él n o piensa huir de Aquiles, sino enfrentarlo porque bien puede vencerlo. Ambos ejércitos pasan la noche en vela; los teucros cuidando su campo, y los griegos llorando a Patroclo. Aquiles pronuncia un sentido discurso ante el cadáver, ofreciéndole no hacer los funerales hasta tanto no traiga la cabeza de Héctor: … “En tanto, los Aqueos a Patroclo, / la noche toda en funeral gemido/ lloraban; y de todos el primero, / suspiros exhalando numerosos/ y sobre el pecho el amigo puestas/ las manos homicidas, el lamento/ Aquiles empezó. Como leona/ que habiéndole robado los cachorros/ el cazador mientras estaba ausente/ se aflige cuando vuelve y no los haya,/ y los valles recorre, por la huella/ siguiendo al cazador para matarle,/ y se enfurece en su dolor agudo:/ así Aquiles, suspiros exhalando,/ en medio los mirmidones decía:/ - En vano, ¡Ay triste!, la palabra un tiempo/ de mi boca Salió cuando animaba/ al heroico Menetio en mi palacio,/ diciéndole que el hijo valeroso/ a Opunte yo otra vez le llevaría,/ después que hubiese a Troya destruido/ y la parte tomando de la presa/ que cabido le hubiese. Pero Jove/ no al hombre cumple sus deseos todos. / Así a nosotros dos la dura parca/ a morir aquí en Troya ha condenado, / esta tierra enemiga enrojeciendo/ con nuestra sangre. Porque a mí tampoco/ el anciano Peleo en su morada/ ya más recibirá, ni cariñosa/ mi madre Tetis cercará mi cuello/ con sus ebúrneos brazos, de esta guerra/ volviendo vencedor; que sepultado/ aquí yo quedaré. Mas pues, me toca/ después de tú morir, dulce Patroclo,/ no te haré el funeral hasta que traiga/ aquí yo la cabeza y la armadura/ de Héctor tu matador: y ante la pira/ en que arda tu cadáver, la cabeza/ cortaré a doce jóvenes troyanos,/ hijos de la familia más ilustre/ para vengar tu muerte. E insepulto/ entretanto estarás aquí en las naves, / y entorno tuyo velarán llorando/ noches y días la esclavas todas, / troyanos y dardanias que nosotros/ cautivamos, habiendo destruido/ las ciudades en que ellas habitaban –“(Edic, cit; Ibíd., pág. 235 – 236). Cuando esto hubo dicho, Aquiles mandó a sus compañeros que pusieran al fuego un gran trípode para que cuanto antes le lavaran a Patroclo las manchas de sangre. Lavan, ungen y amortajan el cadáver, en torno al cual pasaron los mirmidones la noche. Zeus, recrimina a su esposa Hera por haber alentado a Aquiles a la lucha. Mientras esto sucede, Tetis llega al palacio de Hefesto, dios del fuego, y es afectuosamente recibida por Cario, la esposa del ilustre cojo. Hefesto, torna a los fuelles y a la fragua y fabrica nuevas armas para Aquiles: un escudo grande y fuerte, un casco de áureas cimera, una coraza reluciente y bellas grabas de estaño.

CANTO XIX:
Tetis llega a las naves griegas con la armadura que Hefesto le ha entregado. Halló al hijo querido reclinado sobre el cadáver de Patroclo, llorando ruidosamente. Agamenón llega también donde está Aquiles, y jura por Zeus que jamás ha puesto la mano sobre la joven Briseida para yacer con ella ni para otra cosa alguna, sino que en su tienda ha permanecido intacta. Briseida es devuelta y Aquiles y Agamenón se reconcilian. Briseida y otras mujeres lloran sobre el cadáver de Patroclo, mientras se hacen ofrendas funerarias por el muerto. Ante la negativa del Pelida de ingerir alimentos y para evitar que desfallezca, Atenea derrama sobre su pecho algunas gotas de néctar y ambrosía, manjar de los dioses. Llegado el día, los griegos se aprestan al combate y el Pelida viste las armaduras que el propio Hefesto le forjara a ruegos a Tetis. El campo de batalla se cubre de aqueos y teucros para la gran batalla. Aquiles pide a Janto y Balio, sus corceles, que cuiden a los aqueos; pero Janto, dotado de voz por la diosa Hera, augura a Aquiles su próxima muerte:… “- ¡salvo de la batalla en este día / te sacaremos, valeroso Aquiles! / Pero a ti ya se acerca de la muerte/ el momento fatal, y no seremos/ nosotros los culpados: que la vida/ un Dios te quitará muy poderoso, / y el hado inevitable. Ni por nuestra/ lentitud y pereza los troyanos/ arrancaron las armas de los hombros/ a Patroclo. Valiente combatía/ él entre los primeros campeones; / y el hijo de Latona, el iracundo. / Febo, la vida le quitó, y la gloria/ a Héctor dio vencerle: que corrido/ hubiéramos nosotros tan veloces/ como el soplo del céfiro, que dicen/ ser de los vientos el que más camina./ Y así, tú, destinado por El Parca/ estás a que te maten un guerrero/ y una deidad” ( Edic, cit; Ibíd., pág. 249). Aquiles responde que ya sabe que destino le espera; pero aun así, nada lo hará desistir de su empresa. Dando voces, dirige Aquiles los corceles por primeras filas.

CANTO XX:
Zeus ordena a Temis que convoque ágora a los dioses. Una vez reunidos estos, el padre de los dioses los autoriza a que cada uno de ellos auxilie a cualquiera de los bandos: Hera, Atenea, Poseidón, Hermes y Hefesto por los aqueos; Ares, Apolo, Artemis, Leto, el Janto y la risueña Afrodita por los teucros. Apolo incita a Eneas a enfrentarse a Aquiles; este, se niega en un primer instante, pues, manifiesta que ningún hombre puede combatir con Aquiles porque a su lado asiste siempre una deidad que lo libra de la muerte; pero a tanta insistencia, acepta y sale al encuentro del Pelión.  Apolo quería evitar con esto, un posible enfrentamiento entre Aquiles y Héctor, pues, el primero, lo andaba buscando por doquier con el ánimo de saciar su sangre. La intervención de los dioses le otorga mayor grandiosidad a la fatal contienda. Se agitan las cumbres de los montes y retiemblan los valles, tronando Zeus sobre la anchurosa tierra. Aquiles le recuerda a Eneas que en un encuentro anterior, él huyó velozmente evitando así perder la vida y que ahora no se explica por qué quiere enfrentarlo nuevamente. Eneas injuria al Pelida y lo ataca con su lanza; pero la destreza y la superioridad de Aquiles se pone de manifiesto y cuando el troyano está a punto de sucumbir, Poseidón lo arrebata en medio de una nube. A pesar de que Poseidón lucha a favor de los griegos, su actitud se justifica, porque el dios del mar estima en Eneas al varón virtuoso y lamenta que perezca por culpa de otros. Aquiles, con el corazón revestido de valor  y dando horribles gritos arremete a los teucros y da muerte a Ifitón, clavándole la lanza en medio de la cabeza y dividiéndosela en dos partes. Demoleonte, Hipodamante y Polidoro, no tardan en morder el polvo. Este último era el hijo predilecto de Príamo, a quie su padre no permitía que fuera a las batallas. Tan pronto como Héctor vio a su hermano cogiéndose las entrañas y encorvado hacia el suelo, marcha impetuoso en busca de Aquiles para vengar a su hermano. Héctor sabe que es muy inferíos en fuerzas al Pelida; pero aún así responde gallarda y bizarramente a la lucha, aunque evitando el enfrentamiento de cerca. Atenea rechaza con un soplo la lanza que el troyano arroja al griego lo que aprovecha el aquivo para arremeter el priámida, a quien Apolo salva rodeándolo de oscura niebla: … “impetuoso/ arremetió el aquivio deseando/ al troyano matar, y en las altas voces/ fiero le amenazaba; y fácilmente, / ¡tanto pueden los dioses!, por los aires/ Febo le arrebató, y oscura niebla/ derramó entorno. Acometió tres veces/ Aquiles con su pica, y otras tantas/ hirió la niebla leve; y furibundo/ por cuarta vez acometió en vano,/ así decía en arrogantes voces/ a su enemigo: - de la muerte ahora,/ perro, te has libertado, aunque  muy cerca/ ya la tuviste; porque el mismo Apolo,/ a quien tus ruegos fervorosos haces/ antes de entrar en lid, te ha defendido” ( Edic, cit, Ibíd., pág. 259). Furioso, Aquiles siembra la muerte en el campo troyano dando muerte a Dríope, Demuco, Leógono y Dárdano. Tros, que vino a abrazarle las rodillas y a pedirle clemencia, también sucumbe a su furia; Aquiles no era de condición benigna y mansa, sino muy violenta.

CANTO XXI:
La presencia de Aquiles divide a los teucros en dos grupos. Los primeros huyen por la llanura a refugiarse tras los muros de Troya, mientras los otros rodaron al caudaloso río Janto (también llamado Escamandro. N.A). los teucros nadan desesperados, gritando estruendosamente, mientras son arrasados en torno a los remolinos ante la persecución de Aquiles, quien introduciéndose en el río, mata a cuanto guerrero troyano encuentra a su paso. Cuando el Pelida tuvo las manos cansadas de matar, cogió vivos a doce mancebos para inmolarlos en expiación por la muerte de Patroclo. Capturado Licaón, uno de los cien hijos de Príamo, rey de Troya, Aquiles, desatendiendo le petición de clemencia que el prisionero le hiciera, lo atraviesa con su espada. Pero el río Janto se irrita con Aquiles por haber dado muerte sin compasión a tanto guerrero troyano y estrecho su cauce con los cuantiosos cadáveres: … “- ¡Aquiles! Si en valor y fortaleza/ mucho a los hombres todos aventaja/ porque siempre te asisten las Deidades,/ en impiedad también les sobrepujas./ Si el hijo de Saturno te ha otorgado/ que con todos los teucros hoy acabes,/ deja que de mi seno hayan salido/ a la llanura, y mátalos en tierra./ porque ya están mis cristalinas agudas/ de cadáveres llenas, y no puedo,/ con tantos muertos estrechado el cauce,/ verter mis ondas en la mar inmensa;/ que a todos los troyanos das la muerte/ sin dejar uno vivo. Mas ya basta: / mi corriente abandona: que asombrado,/ ¡ oh valiente caudillo de los griegos!,/ me tienen tu valor y tu fiereza - … “ ( Edic, cit; Ibidem, pág. 266). Para castigar a Aquiles por su impiedad, el río se desborda por la llanura y sus aguas cenagosas rodean al héroe, que se salva asiéndose a un olmo corpulento y corriendo luego para que no lo alcance el torrente vengador. Hera ruga a su estevado hijo, Hefesto, pera que socorra a Aquiles; éste hace arder la corriente con un soplo de fuego poderoso quemando también muchos cadáveres muertos por el Pelida. Ante este hecho se suscita una reñida y espantosa pelea entre los dioses, quienes se dividen una vez más provocando un ruido que estremece los cielos y la tierra. Artemis, Ares, Hera y Atenea se injurian y golpean, jactándose cada uno de ellos de sus poderes. Los dioses ascienden al Olimpo, quedándose sólo Apolo quien desciende a Troya, temeroso de que los dánaos destruyan sus muros. Aquiles, mientras tanto, sigue arrasando todo lo que encuentra a su paso: teucros y corceles sucumben a su ira incontenible. Príamo ordena abrir las puertas de la ciudad para permitir la entrada de los teucros que huyen a la furia de Aquiles. Luego manda Príamo que las puertas sean cerradas para impedir el ingreso del Pelida; Apolo induce a Agenor, hijo de Poseidón, a que haga frente a Aquiles, para dar tiempo a que los teucros se refugien en la ciudad. Agenor lanza un dardo que hiere al Pelida, en la pierna, debajo de la rodilla. El Pelida arremete contra el valiente troyano, pero Apolo lo salva cubriéndolo con una nube oscura.

CANTO XXII:
Refugiados los teucros en Ilión, sólo Héctor queda fuera de las puertas de la ciudad. Aquiles recrimina a Apolo el haber salvado a los teucros y de aprovecharse de su poderío, el cual lo protege de su furia. Príamo suplica a su hijo que no aguarde sólo y lejos de los amigos al furibundo Aquiles, para que no muera a manos del Pelida que es mucho más vigoroso. Le advierte que perecerá a manos del rival, como han perecido otros hermanos suyos, entre ellos Troilo, el menor de los hijos varones de Príamo. Le pide que se compadezca de su anciano padre, cuya desventura es ya irresistible: … “- ¡Héctor, hijo adorado! No tú sólo, / y sin tener quien te defienda, esperes/ a ese adalid. Contempla que vencido/ serás por él, y dolorosa muerte/ pronto hallarás: porque valiente mucho/ es más que tú (…) Y ahora que los teucros en los muros/ se encerraron, mis ojos no descubren/ otros dos hijos míos, Polidoro/ y Licaón…” (Edic, cit; Ibidem, pág. 275). Príamo le dice que él estás dispuesto a pagar rescate por sus hijos, si éstos estuvieran vivos; pero que si ya muertos estuvieran, ese hecho significaría un gran dolor para él y para Hécuba, su madre. Invoca además el saqueo de Troya y le dice que como los propios perros que reciben comida de sus manos, habían de arrastrar su mísero cadáver, bebiendo desde su sangre. Inútil son las peticiones del anciano rey, pues, Héctor permanece firme y con el corazón lleno de coraje. Héctor se siente culpable de no haber seguido los consejos de Polidamante, el cual le aconsejó que trajera al ejército teucro a la ciudad, la noche funesta en que el divinal decidió volver a la pelea. Por su mente pasa la idea de devolver a Helena a los griegos así como las riquezas que Paris traiga a Ilión; pero algo le dice que el único camino es el de pelear con el glorioso Pelida. Cuando Aquiles se aproximó. Héctor se puso a temblar, y ya no pudo permanecer allí, sino que dejó las puertas y huyó espantado. Entre tanto, Zeus ha pesado el destino del caudillo troyano y ve que el hado decreta su muerte; Atenea increpa a Zeus el que haya protegido de sobremanera al hijo de Príamo, cuanto tiempo hace que el hado lo ha condenado a morir. Es entonces que Zeus tiene que ceder a pretensión de la falaz Atenea, quien tomando la figura Deífobo, el hermano predilecto de Héctor, se ofrece a éste para ayudarlo combatir al Pelida. Caído en el engaño de Héctor se enfrenta a Aquiles, no sin antes proponerle que quien salga victorioso, prometa entregar los restos del vencido a su respectivo pueblo. El Pelida se niega y entonces cuando arroja su lanza contra su odiado contendor el cual la esquiva con gran maestría; pero Atenea la devuelve a Aquiles sin que Héctor, pastor de hombres, lo advirtiese. El troyano lanza la suya, la cual da en el escudo del Pelida; con recita voz llama a Deífobo y le pide una larga pica, pero advierte que éste ya no está, por lo que comprende que Atenea lo ha engañado y que los dioses han decretado su muerte. Héctor quiere morir con gloria y desenvainando su espada marcha contra Aquiles. Ducho en el arte de la guerra, el Pelida busca el sitio más vulnerable, y cuando lo tiene cerca, envasóle la pica, atravesándole el cuello, asomando la punta del arma por la nuca. Luego insulta cruelmente, y rechaza cruelmente sus súplicas de que sea respetado su cadáver. …          - “ Por tu vida te ruego, y por tus padres,/que en las naves aqueas no permitas/ que mi triste cadáver de los perros/ hórrido pasto sea. Cuanto pidas/ de bronce y oro te darán mi padre/ y mi madre infeliz, si les entregas, / para que los troyanos y troyanas/ le quemen en la pira, mi cadáver… “(Edic, cit; Ibíd., pág. 280). La respuesta de Aquiles deja expresar su odio hacia el troyano: … “– ¡No me supliques, / pero, ni por mi vida, ni mis padres!/ ojalá, de furor arrebatado,/ a cortar en pedazos me atreviera/ por mi mano tu carne,/y a comerla/ cruda: tales agravios recibidos/ tengo de ti. No esperes que tu cuerpo/ nadie en el mundo defender ya pueda/ de los voraces perros. Si diez veces, / veinte veces, mayor de lo que es justo,/ un rescate me dieran aquí mismo/ trayendo las riquezas, y otras muchas/ me prometiesen; si tu anciano padre/ a peso de oro remedir quisiera/ tu cuerpo, ni el consuelo así tendría/ tu infeliz madre de llorar al hijo/ de de sus entrañas, en dorado lecho/ poniendo su cadáver; que pedazos/ antes le harán los perros y los buitres…” (Edic, cit; Ibíd., pág. 280). Héctor exhala el último suspiro, no sin antes advertitle que se guarde de atraer hacia él la cólera de los dioses el día en que Paris y Apolo le den muerte. Aquiles quita al troyano las armas, mientras los aqueos se apresuran a encarnizarse con el cadáver. Para tratar ignominiosamente al divino Héctor, Aquiles le horadó los tendones de ambos pies, desde el tobillo hasta el talón y le introdujo correas de pie de buey y le ató al caballo de modo que la cabeza fuese arrastrando. Allí, frente a su misma patria, Héctor fue ultrajado ferozmente. Príamo, Hécuba y Andrómaca lloran la muerte del héroe.

CANTO XXIII:
Los griegos arreglan el lecho funerario para las exequias de Patroclo, mientras la diosa Tetis les excitaba el deseo de lloras. Aquiles pide a Patroclo que se alegre aunque esté ya en el Hades, pues, tal como se lo prometió, ha traído arrastrando el cadáver de Héctor que entregará a los perros par que lo despedacen cruelmente. El alma de Patroclo se le presenta a Aquiles pidiéndole que lo entierre cuanto antes, para que pueda pasar las puertas del Hades, pues, las almas, que son imágenes de dos difuntos no le permiten la entrada. Le dice además que su destino es también morir al pie de los muros de los nobles troyanos. Por último le pide que deje ordenando que cuando muera, sus huesos sean sepultados junto a los suyos, pues, juntos se criaron. (“la muerte de Aquiles tuvo lugar en el campo de batalla en torno a Troya. Fue herido mortalmente en el talón por un flechazo de Paris, apostado tras una columna, aunque, según algunos, la flecha fue dirigida por Apolo”. Diccionario de la Mitología Clásica; Alianza Editorial, Madrid – 1980; pág.74; Tomo I). Cuando la despunta, aún Aquiles y sus huestes se hallan llorando al hijo de Menecio. Conducido el cadáver a un lugar escondido por Aquiles, se construyó una gran pira donde fue colocado el muerto, quien tenía en las manos la rubia cabellera del Pelida, la cual habíase cortado par que lo acompañe al averno. Aquiles degüella ovejas, canes, corceles y a los doce jóvenes troyanos capturados en el Janto, y los arroja a la pira, siendo apagados sus restos con oloroso vino: … “la pira pues, con oloroso vino/ apagaron, vertiéndolo en la parte/ a que llego la llama, y la ceniza/ se aplanó toda. En doloroso llanto/ la faz bañada, recogieron luego/ de oro macizo y puro en urna breve/ los huesos del antiguo camarada, / a todos caro porque dulce y fácil/ pata con todos fue mientras vivía:/ y a su tienda llevándola, con fino/ cendal allí cubierta la dejaron … “ (Edic, cit; Ibíd., pág. 290). Luego Aquiles dispone que se celebren grandes juegos atléticos, combates, carreras de caballos, pugilatos y competencias de carros donde participan aquellos que han sobrevivido a los diez años de la horrenda guerra, como Meriones, Diómedes, Antíloco, Eumelo, Menelao, Ayax Oileo, Nolmón y muchos más. ( “La Iliada” describe sólo los últimos 51 días del último año de los diez que duró la guerra”. Nota del autor).

CANTO XXIV:
Disolvióse la junta y los guerreros se dispersaron por las veloces naves, tomaron la cena y se regalaron con el dulce sueño. Al recordar a su amado amigo, Aquiles ata el cadáver de Héctor y lo arrastra hasta dar tres vueltas al túmulo del difunto hijo de Menecio. Este enseñamiento se repite durante doce días, transcurridos los cuales, Apolo pide a los dioses que aplaquen su rencor y ruega a Zeus que mueva a compasión a Aquiles. Ya algunos dioses habíanse compadecido de la suerte del cadáver de Héctor y habían instigado al vigilante Argifontes a que hurtase el cadáver; pero no se llegó a realizar. Por orden de Zeus, Tetis induce a su hijo a que entregue el cadáver de Héctor a cambio de su rescate. Apolo y Afrodita han conservado intacto el cadáver del caudillo teucro. Zeus envía a Iris en busca de Príamo par que le diga que se encamine a las naves de los aqueos y rescate al hijo, llevando a Aquiles dones que aplaquen su enojo. Hécuba se opone a que su esposo se presente ante sus ojos del hombre que le mató tantos hijos. Hécuba le manifiesta su temor de que Aquiles no lo respete en absoluto. Pero Príamo ya ha tomado una resolución y, ya entrada la noche, se dirige al campo griego, portando dones. Antes, el anciano rey de la gloriosa Ilión, había reprendido a sus hijos Héleno, Paris, Agatón, Pamón, Antífono, Polites, Deífobo, Hipótoo y al conspicuo Dio, a quienes culpa de ser ruines y malos hijos. Zeus ordena a Hermes que conduzca a Príamo a las naves aqueas, de tal forma que ningún argivo lo descubra hasta que haya llegado a la tienda del Pelida. Cuando el anciano rey de Troya llega a la tienda de Aquiles, éste se hallaba acompañado de Automedonte y Alcino. Príamo entró sin ser visto y abraza las rodillas del Pelida, invocando la imagen del Peleo para que el héroe acceda a entregarle el cadáver de su hijo. Aquiles se conmueve ante aquel anciano que tantos infortunios ha soportado y ordena que sea lavado y ungido el cadáver de Héctor. Cuando el Pelida lo invita a su mesa, Príamo se niega, pero después acepta para no irritar a su anfitrión. Comieron y bebieron juntos, mientras Príamo admiraba la estatura y el aspecto de Aquiles, pues, el héroe parecía un Dios; y a su vez, Aquiles admiraba a Príamo, contemplando su noble rostro y escuchando sus palabras. Hermes acompaña a Príamo hasta cerca de Troya y vuela luego al Olimpo. Casandra, hermana de Héctor, es la primera que logra divisar el carro en que su padre trae el cadáver de su hermano, prorrumpiendo en alaridos y gritando: … “- si otro tiempo, cuando Héctor victorioso/ volvía a Troya de la guerra, alegres/ a recibirles todos y agolpados/ de la ciudad salíais porque él era/ de Troya la alegría, su cadáver/ venid a ver ahora - … “(Edic. cit. Ibíd., pág.311). ni un varón, ni una sola mujer, quedan dentro de los muros , pues, todos salen a recibir al anciano infortunado. Insufrible dolor oprime el alma de todos, y los lamentos y dilientes voces acompañan el himno funeral. Príamo trata de consolar inútilmente a Helena, a quien todos los troyanos consideran culpables de sus desgracias: … “- ¡Héctor! De todos mis cuñados eras/ tú el que más amaba. Son corridos/ veinte años ya desde que Troya vine,/ ¡ojalá que antes perecido hubiera!,/ mi patria abandono, y conducida/ por el hermoso Paris: pero nunca/ de tu boca escuche malas razones/ que ofenderme pudieran; y si alguno/ de mis otros cuñados o cuñadas,/ o mi suegra tal vez ( porque mi suegro/ siempre cual padre me trató benigno),/ con injuriosas voces me insultaba,/ tú, con dulces palabras el enojo-/ suyo calmado a contener la lengua/ le obligabas en fin. Por eso ahora, / en triste duelo el corazón sumido, / a ti y a mí. ¡Infeliz!, lloro afligido. / Ya no me queda en la anchura Troya/ más defensor ni amigo, porque todos/ sus moradores se detestan - … “(Edic, cit, Ibíd., pág. 312). Durante nueves días, por orden de Príamo, acarrean leña los troyanos. Llegada el alba del décimo día, se prende fuego a la anchura pira, y se recogen luego los blancos huesos del héroe llorado. Encerrados en una urna de oro los depositaron en el hoyo que cubrieron con muchas y grandes piedras, y erigieron el túmulo, en la noche se reúnen los troyanos para celebrar el banquete funerario en el palacio de Príamo. Tales exequias rinden los teucros a Héctor, el domador de caballos. Terminaremos diciendo que “La Iliada” es muy rica en símiles e hipérboles, de allí que resulte conveniente dar algunos ejemplos: SIMIL: … “… desvió la amarga flecha: apartóla del cuerpo como la madre ahuyenta una mosca de su niño que duerme con plácido sueño…”;” ¿Por qué os hallo atónitos como cervatos que, habiendo corrido por espacioso campo, se detienen cuando ningún vigor queda en su pecho? “; “Como las olas impelidas por el Céfiro se suceden en la ribera sonora y primero  se levantan en alta mar, braman después al romperse en la playa ye en los promontorios, suben combándose a lo alto y se escupen la espuma, así las falanges de los dánaos marchaban sucesivamente y sin interrupción ala combate”; “ Los teucros avanzaban también, y como muchas ovejas balan sin cesar en el establo de un hombre opulento, cuando, al serles extraídas la blanca leche, oyen la voz de los corderos, de la misma manera elevábase un confuso vocerío en el vasto ejército de aquellos”;” … cubrieron los ojos del guerrero, y éste cayó como una torre en el duro combate”; “ y encogiéndose, se arrojó como el águila se lanza en la llanura, atravesando las pardas nubes, para arrebatar la tierna cordillera o  tímida liebre”. HIPÉRBOLE: “ Regadas de lágrimas quedaron las arenas, regadas de lágrimas se veían las armaduras de los hombres”;” … saltó del carro al suelo sin dejar las armas, y tan terrible fue el resonar del bronce sobre su pecho, que hubiera sentido pavor hasta un hombre muy esforzad”;” Dio Aquiles un horrendo gemido, oyóle su venerada madre, que se hallaba en el fondo del mar … “ son muchas la ediciones e investigaciones que sobre las monumentales obras homéricas se han realizado a través de la historia. Durante los siglos III y II antes de Cristo, Zenódoto de Efeso, Aristófanes de Bizancio y Aristarco, publicaron sendas ediciones, depuradas mediante la comparación de los manuscritos que circulaban por el mundo helénico. Éntrelos investigadores contemporáneos, destacan Schwartz, Wilamowitz y Werner Jaeger. Este último, refiriéndose a los héroes de “La Iliada”, afirma que éstos “ que se revelan en su gusto por la guerra y en su aspiración al honor como auténticos representantes de su clase, son, sin embargo, en el resto de su conducta, ante todo grandes señores con todas sus preeminencias, pero también con todas sus imprescindibles debilidades. No es posible ignorarlos viviendo en paz. Pertenecen al campo de batalla. Aparte de ello, los vemos sólo en las pausas de la lucha, en sus comidas, en sus sacrificios o en sus consejos” (“Pideia”; Fondo de Cultura Económica, pág. 33).



OTELO

Como sucede con casi todas las obras de Shakespeare, las fuentes argumentales de las cuales obtuvo el asunto para escribir su “Otelo” son conocidas. Se trata de la sétima novela del poeta y novelista ferrarense, profesor de Retórica, en Pavía, Giovanni Battista Giraldo Cinthio, titulada “Un capitán Moro”, contenida en sus “Hecatommithi”, o cien cuentos en prosa, a la manera de Bocaccio y Badello. ( Indirectamente, este mismo autor había de proveerle también de inspiración para otra obra suya:” Medida por medida”, ya que el argumento de esta comedia halló Shakespeare en “Promos y Casandra”, que es la versión escénica que de la novela octava hizo Goerge Whetstone en 1578). Solamente el nombre de Desdémona figura en la novela de Cinthio; por otro lado le busco otro fin a la infortunada mujer del moro: en la novela del italiano, muere en presencia de Otelo, pero a manos del alférez, porque así se lo había pedido aquél, y su muerte es un terrible final, puesto que sucumbe a los golpes que el alférez le asesta con una media llena de arena. Para dar aquel crimen apariencias de accidente, dejan caer sobre al cadáver de Desdémona las vigas del techo y que han debido arrancar para tal fin, pesadísima mortaja. Otelo termina sus días en la cárcel, mientras que el alférez (el Yago de Shakespeare) es víctima de la venganza de los parientes de Desdémona, que para arrancarle la confesión de otros crímenes que intentó cometer le aplican el tormento. Como veremos más adelante al ver el argumento, resulta claro que el genial dramaturgo inglés se apartó de la versión original, para imprimirle el sello personal de su genio. Esta tragedia de cinco actos en verso y prosa, no se libra del fantasma que significa determinar el año de su composición; pero lo que sí resulta simple de determinar es la fecha de su aparición en público: 1 de noviembre de 1604. La obra se inicia en la calle de Venecia, donde Yago, alférez de Otelo, moro al servicio de la república, confiesa a Rodrigo, caballero veneciano, el odio que siente hacia Otelo, porque éste ha elegido al florentino Miguel Casio como teniente suyo, cuando aquel cargo debería corresponderle a él. Para Yago, Casio es un ignorante en todo lo que se refiere a los menesteres bélicos, en cambio él se considera ducho en la materia, ya que por algo no ha derramado tantas veces su sangre, en Chipre, en Rodas y en otras mil tierras de cristianos. Si Yago sigue al servicio del moro no es por agradecimiento ni por cariño, ni por obligación, sino por interés. Incitado por el infiel alférez, Rodrigo a casa de Brabancio, padre de Desdémona, para manifestarle que ésta se ha ido con Otelo. Brabancio no puede creer lo que Rodrigo le manifiesta; pero cuando acude a la habitación de su hija y no la encuentra, no le queda más remedio que aceptar su desgracia. Brabancio, acompañados de sus hombres, inicia la búsqueda de los amantes. 

En otra calle no lejana, Yago dice a Otelo que estuvo a punto de traspasar con su espada al viejo Brabancio porque éste dirigía graves acusaciones contra él por el hecho de haberse robado a su hija. Otelo confiesa que sus servicios al senado y a la república, le servirán para contrarrestar cualquier acción que Brabancio dirija contra él. Casio aparece y manifiesta a Otelo que el Dux( autoridad de Venecia) desea verlo enseguida, pues, hay noticias alarmantes de Chipre. Cuando se dirigen donde el Dux, son interceptados por Brabancio y sus hombres. Brabancio lo llama ladrón y se produce un conato entre Yago y los hombres de Brabancio, el cual es apaciguado por Otelo: … “Envainad esos aceros vírgenes,/ porque el rocío de la noche/ podría violarlos./ venerable anciano,, vuestros/ años me vencen más que nuestra espada”. Las palabras de Otelo no mitigan la furia que embarga a Brabancio quien lo acusa de haber hechizado a su hija perturbándole el juicio. Todos se dirigen donde el Dux quien junto a los senadores se halla en consejo. En la sesión se discute sobre el peligro que acecha a Chipre por una armadura turca que navega amenazadoramente hacia sus costas; el temor acrecienta porque Chipre se encuentra enteramente desguarnecida. La sesión se ve interrumpida por la aparición de Brabancio, Otelo, Yago y Rodrigo. Ante la acusación de Brabancio, Otelo se limita a contestar: … “Mandad a buscar a mi esposa,/ que está a bordo del “Sagitario”./ Ella sabrá defenderme y contestarle/ a su padre. Y si después de oírla/ me condenáis, no sólo despojadme/ del mando que me habéis confiado, / sino condenadme a dura muerte”. (“Obras inmortales” – Shakespeare, Editorial E.D.A.F. –Madrid, pág. 551). Aparece Desdémona y con su declaración hecha por tierra la esperanza que su viejo padre alberga en su ser: … “Padre mío, dos obligaciones contratarías/ tengo: vos me habéis dado el ser y la/ crianza, y en agradecimiento a uno/ y otra debo respetaros y obedeceros como hija. / Pero aquí veo a mi esposo, y creo/ que debo preferirle, como mi madre/ os prefirió a su padre, y os/ obedeció más que a él. / el moro es mi esposo y señor”. (Edic, cit, Ibidem; pág. 552). La desilusión de Brabancio es evidente en sus palabras: … “¡cuánto me alegro de no tener más hijos!/ Porque después de tu fuga/ yo les hubiera encarcelado/ y tratado como tirano”. El Dux ordena  a Otelo que debe partir en el acto a combatir a los turcos. Desdémona quiere acompañarlo por lo que el moro dispone que sea Yago y sus esposa quienes les lleven a Chipre. Antes de retirarse, Brabancio lanza unas palabra hirientes contra Otelo: …”Moro, cuídate de esta mujer, / pues, si engañó a su padre/ que no hará con su marido”; pero el moro le contesta que con su vida responde por la fidelidad de su esposa. A Yago la oportunidad vengarse del moro, a quien aborrece sobre todo porque su susurra que enamoró a Emilia, su mujer, no puede presentársele más propicia. Conocedor del amor apasionado que Rodrigo siente por Desdémona, le hace abrigar esperanzas de que ella será suya, gracias a un plan que tiene trazado: éste, a cambio, le dará mucho dinero. También si maquiavélico plan incluye a Casio, ya que piensa envenenar la mente de Otelo insinuándole que es muy sospechosa la amistad de Casio con su mujer. Concluido su plan habrá logrado matar dos pájaros de un tiro. En un puerto de Chipre, Montano, gobernador de Chipre antes que Otelo, recibe la noticia de que la fuerte tormenta ha dispersado las naves turcas, naufragando la mayor parte de los barcos. Casio llega a Chipre anunciando la pronta llegada del moro y de su esposa. Esta última llega acompañada de Yago y su mujer. En una conversación Yago deja escapar su opinión sobre las mujeres: … “Sí, sí, sois miniaturas en la calle,/ y cascabeles sois en el estrado,/ y sois en el hogar gatos monteses:/ santas hiriendo, diablos ofendidas;/ risas os causan domésticas faenas./ al par que os causa seriedad el lecho”. Llega Otelo a Chipre y con profunda alegría besa a su mujer y saluda a antiguos amigos residentes allí. Yago convence a Rodrigo que pronto Desdémona abandonará al moro para enredarse con Casio, y que por eso hará que éste se emborrache y es entonces cuando Rodrigo, fingiendo cualquier motivo, deberá pelear con Casio, quien seguramente será destituido de sus cargo por perturbar la paz pública. Una disposición de Otelo, que ordena una gran celebración por la destrucción completa de la armada turca, facilita los planes de Yago. El plan de Yago da resultados, pues, Casio en su curda ataca y hiere a Montano. Otelo, enterado de la gresca, destituye de su cargo a Casio. A colas, Yago convence a Casio para que solicite a Desdémona interceda por él ante el moro, ya que ella lo domina, pues, el moro está encantado y absorto en la contemplación de su belleza. Así, el pérfido alférez del moro, sigue el desarrollo de su plan: … “procurando que este necio/ busque la intercesión de Desdémona, / para que ella ruegue al moro/ a favor de él./ Y entre tanto yo destilaré torpe veneno/ en los oídos del moro, persuadiéndole/ que Desdémona pone tanto empeño/ en que no se vaya Casio/ para conservar su ilícito amor./ Y cuanto ella haga por favorecerle,/ tanto más crecerán las sospechas/ de Otelo. De esta manera convertiré/ el vicio en virtud, tejiendo/ con la piedad de Desdémona/ la red en que ambos van a caer”. (Edic, cit, Ibidem; pág. 575). Casio se entrevista con Desdémona y ésta le dice que no ha de desistir en sus súplicas hasta que Otelo le restituya su empleo. Mientras tanto Yago deja caer en el alma del moro la sospecha que Desdémona lo engaña con Casio. Muy sutilmente, Yago le recuerda que “a su padre engaño por amor tuyo”, esto se refuerza con las palabras de Brabancio que parecen resonar en la mente de Otelo: … “Moro, cuídate de esta mujer,/ pues, si engañó a su padre/ que no hará con su marido”. Emilia, la mujer de Yago, consigue el pañuelo de Desdémona, primer regalo del moro, y se lo da a su marido, ignorante de lo que éste trama. Cuando el moro, ya poseído por el mounstro de los celos, exige a Yago pruebas evidentes sobre la infidelidad de su mujer, éste le manifiesta que en poder de Casio se halla aquel pañuelo bordado que él le regalará a Desdémona en prueba de su amor; a partir de ahí, al alma del moro clama sangre. Otelo se encuentra con su mujer y finfiendo un resfriado, solicita a ésta que le dé el pañuelo que le regaló, el cual Desdémona replica pidiendo al africano que acceda a su petición sobre la restitución de Casio. Otelo marcha enfurecido y Desdémona que desconcertada por la escena acontecida, por otro lado, Casio entrega a su querida, Blanca, el pañuelo de Desdémona que Yago ha dejado en su habitación: … “¿De quién es? Lo ignoro. / En mi cuarto lo encontré, y porque/ me gustó la labor quiero que me lo copies, / antes que vengan a reclamármelo. / Hazlo, bien mío, te lo suplico. / Ahora vete”. La última prueba que Otelo necesita para que el veneno de los celos como raudal de lava, abrase sus entrañas, se la da Yago en una conversación con Casio; Otelo, escondido muy cerca de donde ellos se encuentran, logra oír como Casio ríe y se expresa grotescamente de una mujer que Otelo cree que es Desdémona; pero de quien Casio se expresa así, no es otra que Blanca, su querida, una prostituta enamorada del teniente. Para beneplácito de Yago, que magistralmente había preparado la ambigua conversación, aparece Blanca quien devolviéndole el pañuelo a Casio, le increpa que aquél debe ser de una de sus amantes. Otelo logra así disipar el último ápice de duda que tenía sobre la fidelidad de Desdémona. La llegada de Ludovico, primo de Desdémona, a Chipre, portando una carta del Dux en la cual le indica al moro que debe regresar a Venecia en el acto dejando a Casio a cargo del gobierno de Chipre, enfurece a Otelo quien trata acerbamente a Desdémona delante de todos. Aún a solas el ataque del moro a su desconcertada mujer se hace más lacerante: … “¿Por qué en tan bello libro, en tan blancas hojas,/ sólo se puede leer esta palabra: ramera?/ ¿Qué delito es el tuyo, me preguntas?/ Infame cortesana, si yo me atreviera/ a contar tus lascivas hazañas,/ el rubor subiría a mis mejillas/ y volaría en cenizas mi modestia./ ¿Qué delito es el tuyo?/ El mismo sol, la misma luna se escandalizan de él,/ y hasta el viento que besa cuanto toca/ se esconde en los más profundos senos de la tierra por no oírlo./ ¿Cuál es tu delito? ¡Infame meretriz!”. (Edic, cit, Ibidem; pág. 608). Emilia manifiesta a Desdémona sus sospechas de que el moro ha sido engañado por algún bribón despreciable como el que engatusó a Yago haciéndole creer que ella tenía amores con Otelo. Esta confesión delante de Yago nos revela que las sospechas que éste abriga sobre la autenticidad del rumor de un romance entre el moro y Emilia son irrefutablemente falsos. Rodrigo por otro lado se revela contra Yago a quien acusa de haberlo timado; a través de esta conversación, nos enteramos que Rodrigo ha dado Yago muchas joyas y que el destino de las mismas era Desdémona; pero como esta jamás se realizó y todo no ha sido más que un dolo, Yago se da cuenta que ha llegado el momento de eliminar a Rodrigo. La mejor forma sin duda será enfrentar a éste con Casio: … “Ahora, que mate a Casio/ o que Casio le mate a él, / o que se maten ambos, / por cualquier camino salgo ganancioso. / Si sobrevive Rodrigo, me requerirá/ para hacerle restitución del oro/ y las joyas que le he sonsacado/ con el pretexto de presentes a Desdémona. / Esto no debe ser. Si Casio subsiste. / Hay en su vida una hermosura/ cotidiana que hará fea la mía; / y, además, el moro podría/ desenmascararme ante él. / Me hallo en gran peligro. / No; debe morir” (Edic, cit, Ibidem; pág. 617). Aprovechando la oscuridad de la noche, Rodrigo, por orden de Yago, ataca por sorpresa a Casio para herirle de muerte; falla en su intento y es Casio quien lo hiere. Pero de inmediato, entre las tinieblas, surge la espada de Yago quien atraviesa la pierna del teniente. La fortuita aparición de Graciano, hermano de Brabancio, y de Ludovico, evitan que Yago vuelva a embestir contra Casio; pero Rodrigo no tiene la misma suerte, pues, es apuñalado por el malvado alférez. Casio no ha podido ver a sus atacantes, por lo que Ygo se libra de ser descubierto. En su alcoba, Otelo acosa a Desdémona con acusaciones que ésta rechaza hasta el último momento en que el moro la estrangula. Cuando la bella hija de Brabancio está agonizando, aparece Emilia quien desenmascara a Yago, que al no lograr que ésta calle, la mata y huye; pero Montano y Graciano logran capturarlo. Otelo desesperado al descubrir que ha sido víctima de los embustes de Yago se suicida. Ludovico ordena a Graciano hacer inventario de los bienes del moro, pues, es su heredero, y, a Montano le pide castigue con crueldad al maligno Yago. Así mismo, considera que es mejor que Brabancio haya muerto ya, después de la boda de su hija, sino en esos momentos maldeciría hasta a su ángel de la guarda, provocando la indignación del cielo. Shakespeare, que profundizó en todos los sentimientos humanos, logra aquí una de sus más grandes obras, sólo comparable a “Hamlet”, “Macbeth” o “El rey Lear”. Es interesante resaltar algunas acotaciones de gran interés en esta tragedia. Primero, el importantísimo papel que tiene Yago, el refinado ejecutor de una venganza, que teje, con arte depurado y demoniaco, las redes en que cae, lenta y seguramente, Otelo, su jefe y hombre superior a él en todo sentido, a quien sólo así, mediante la traición oculta y aviesa, puede derrotar; Yago es, sin lugar a dudas, el centro nervioso que hace moverse a la obra, que provoca la acción, la cultiva y la alimenta como un fuego monstruoso que terminará quemándolo también a él mismo. En el centro mismo de la obra vemos el accionar de Yago, como un veneno o ácido que constantemente roe, carcome, deteriora con gran habilidad el noble material de que está hecho Otelo. La tragedia está estructurada mediante este proceso de acosamiento, de verdadera cacería humana que realiza Yago en la persona de Otelo, principalmente, pero que también causa males a otras personas: Desdémona, Casio, Emilia, Rodrigo, Segundo, que la furia de Yago no pareciera inmotivada: Otelo, en verdad, había cometido una injusticia al preferir como principal asistente a un hombre como Casio, cuyo conocimiento de las artes de la guerra es artificial; un hombre bueno y leal, pero que desconoce, a diferencia de Yago, la práctica de guerra. Tercero, que Brabancio combate denodadamente, al comienzo de la obra, el matrimonio de su hija con Otelo, no tanto porque éste sea un moro, de “distinta condición” que los nobles venecianos, sino porque no puede tolerar que su hija haya pasado por encima de su autoridad de padre y se haya atrevido a fugar con Otelo. Es tanta indignación, que habiendo sido amigo del moro a quien invitaba constantemente a su casa, no puede vencer la vanidad de su autoridad de padre ultrajada y rechaza la conciliación que se le propone en el senado. Por último, se ha dicho infinidad de veces que “Otelo” es la tragedia de los celos; pero quizá con igual fuerza pudiera afirmarse que es la tragedia del resentimiento. Otelo pudiera ser el arquetipo del hombre ofuscado, envenenado por un factor exterior, y que manifiesta su reacción en forma abierta. Yago es el resentido que siente descomponerse su sangre en una ira que no tiene la valentía de expresar a gritos, y debe destilarla en el alambique de su odio, dejándola pasar gota a gota, cautamente, acción tras acción, pero disfrazada de luz y humildad, en la redondez pequeña del globo líquido que parece inocuo y encierra, sin embargo, toda la fuerza destructora se su aversión.